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Ella confió en él. Ahora está pagando el precio… Amaba a mi marido, el doctor Drew Devlin, pero me traicionó. Y ahora está muerto. Mientras meto la llave en la cerradura y abro la puerta de la nueva y lujosa casa que he comprado con el dinero del seguro de vida de Drew, tengo la certeza de que los peores días han quedado atrás. Mi secreto está a salvo y estoy impaciente por disfrutar de mi nueva riqueza y libertad. No buscaba una relación, pero he conocido a Roger y, cuanto más tiempo pasamos juntos, más me convenzo de que es justo lo que necesito en este momento. Roger no se parece en nada a Drew, es espontáneo y romántico. Y sobre todo, es honesto. Piensa que soy una mujer rica y solitaria. Se equivoca, por supuesto; hay mucho más en mí… Pero una noche, cuando estamos acurrucados juntos en la cama, Roger dice algo que me hiela la sangre. Creo que sabe la verdad sobre mi vida como mujer del médico. Haré lo que sea para evitar que mi pasado me alcance… Pero ¿es Roger realmente quien dice ser? --- «No recuerdo la última vez que me enganché tanto […]. Absolutamente adictivo, lo leí de una sentada». - Bookworm86 ⭐⭐⭐⭐⭐ «Te garantizo que no podrás dejarlo hasta terminarlo… Impresionante». - Blue Moon Blogger ⭐⭐⭐⭐⭐ «Me quedé despierta hasta las tres de la mañana para terminar el libro porque ¡necesitaba saber qué iba a pasar! Qué gran serie. ¡¡¡Me ha encantado!!!». - @bookscoffeemorebooks ⭐⭐⭐⭐⭐ «Todavía estoy sentado en el borde de mi silla… Cinco estrellas no es suficiente para esta increíble historia». - B de Book Review ⭐⭐⭐⭐⭐
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Seitenzahl: 330
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Daniel Hurst
La viuda del médico
Título original: The Doctor’s Widow
Copyright © Daniel Hurst, 2023. Reservados todos los derechos.
First published in Great Britain in 2023 by Storyfire Ltd trading as Bookouture
© 2024 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.
Traducción: Ana Fernández, © Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.
ePub: Jentas A/S
ISBN 978-87-428-1318-8
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.
La policía de verdad pensó que me tenía cuando tiraron la puerta abajo e irrumpieron en mi casa.
Irrumpieron por la puerta nueva de la costosa casa que acababa de comprar. Cuando pagué los honorarios de la agencia inmobiliaria y acepté las llaves, no tenía ni idea de que la hermosa propiedad que había adquirido pronto estaría llena de agentes de policía.
Pero lo estaba.
Decenas de hombres y mujeres, todos ellos con uniformes blancos y negros, y todos ellos ansiosos por esposarme y llevarme fuera hasta uno de los vehículos que me esperaban, mientras mis nuevos vecinos se detenían y contemplaban la desagradable escena que estaba teniendo lugar justo delante de ellos, en su tranquila calle de un acomodado barrio residencial.
Ese era su plan. Pero, como viene ocurriendo desde hace tiempo, el plan de la policía siempre ha diferido mucho del mío.
Mientras las botas de varios agentes pisaban mi lujosa alfombra nueva, yo estaba en otro lugar, a kilómetros de distancia, en otra parte del país, lo cual era una suerte para mí y una desgracia para ellos. Mientras abrían puertas e inspeccionaban las habitaciones recién pintadas, yo no aparecía por ninguna parte, lo que significaba que sus superiores no iban a estar contentos cuando les llegaran las noticias de que no se había producido ninguna detención. Mientras registraban toda la propiedad —que me había costado casi un millón de libras cuando la compré dos semanas antes— en busca de cualquier indicio o pista que pudiera indicar a la policía dónde se encontraba ahora el propietario, yo ya estaba planeando hacer lo que ellos querían obligarme a hacer.
Pensaba ir a la cárcel.
Pero, como todo lo demás en mi vida, iba a hacerlo en mis términos y en los de nadie más.
Cuando terminó el registro de mi casa y los agentes de policía regresaron a sus coches con las manos vacías, mis vecinos volvieron poco a poco a sus casas, algunos quizá aliviados de que no se hubieran producido detenciones tan cerca de sus hogares, pero otros presumiblemente un poco decepcionados por no presenciar un espectáculo aún más increíble en la puerta de su casa.
¿Lamenté decepcionarlos? ¿Desearía haber estado allí para darles algo de lo que cotillear?
«¿Has visto a la policía venir a arrestar a nuestra nueva vecina, Fern?».
«¿Qué crees que ha hecho?».
«He oído que mató a su marido y casi se sale con la suya. ¿Crees que es verdad?».
«He oído que mató a más de una persona».
«¿De verdad? No me pareció una asesina».
No sé, nunca se puede juzgar un libro por su portada.
Lo más probable es que esas fueran algunas de las conversaciones que tuvieron lugar a puerta cerrada en mi calle no mucho después de que todos, menos dos de los agentes de policía, se hubieran marchado y regresado a comisaría. La pareja que se quedó tenía una tarea sencilla: debían sentarse en su vehículo y vigilar mi casa por si yo volvía. En ese caso, debían llamar a sus colegas para que regresaran a detenerme.
Pero ¿volvería? ¿O, una vez más, iba a ser demasiado lista para ellos?
Eso aún estaba por verse. Soy capaz de muchas cosas, pero predecir el futuro con exactitud no es una de ellas. Por ahora, todo lo que sé es lo que ocurrió en el pasado.
Una vez fui pareja de Drew Devlin, un hombre popular y respetado.
Yo era la mujer de un médico y lo tenía casi todo.
Entonces me dijo una mentira y supongo que se puede decir que las cosas se descontrolaron a partir de ahí.
Las cosas son muy diferentes ahora que Drew ya no está.
Las cosas son muy diferentes ahora que soy la viuda del médico.
ANTES DE QUE LLEGARA LA POLICÍA
Fern
Mis uñas recién pintadas lucen bonitas mientras mis manos descansan sobre el volante de cuero de mi flamante coche. Mientras espero a que el semáforo se ponga en verde delante de mí, miro por la ventanilla del conductor y veo a unos cuantos peatones que pasan corriendo por la concurrida calle, todos ellos ansiosos por llegar a donde sea que vayan. Aunque una cosa es segura.
No llegarán tan rápido como yo.
Mientras los coches de delante avanzan, piso con suavidad el pedal del acelerador y vuelvo a estar en marcha, deslizándome por el centro de Manchester en el coche del que recibí las llaves hace solo una semana. Pero es el juego de llaves que voy a recoger hoy lo que de verdad me emociona, porque aunque la novedad de mi nuevo medio de transporte puede estar empezando a desaparecer un poco, pasará mucho más tiempo antes de que me aburra de la impresionante casa a la que estoy a punto de mudarme.
La luz del sol que ha estado brillando contra el lateral de algunas de las torres más altas de esta ciudad golpea brevemente mi parabrisas antes de que vuelva a estar a la sombra de uno de esos edificios, avanzando por la zona congestionada donde, a mi alrededor, tanta gente intenta llegar al trabajo. Es en momentos como este cuando me acuerdo de sentirme agradecida por no tener que desplazarme a diario ni tener que pasarme la mayor parte de la semana respondiendo ante otra persona y esperando paciente a que me envíen una nómina a final de mes. Esa gratitud que siento podría haberse desgastado con facilidad a estas alturas, dado que hace mucho tiempo que no trabajo, pero no lo ha hecho y espero que nunca lo haga.
Drew Devlin es la razón por la que pude dejar el trabajo. Aquel apuesto médico llegó a mi vida de forma inesperada, me conquistó y me puso un anillo en el dedo; y después de llevarme al altar, me dijo que dejara mi trabajo y me relajara porque, con su sueldo, el dinero no era problema. Tenía razón, y durante los primeros años de matrimonio disfruté mucho de ser la mujer del médico y de todas las ventajas que ello conllevaba. Las fiestas. Las vacaciones. La mirada respetuosa de la gente cuando Drew les contaba a qué se dedicaba mientras yo permanecía a su lado, con el brazo entrelazado con el suyo y sonriendo, porque de todas las mujeres del mundo, yo era la que había atrapado a aquel hombre tan impresionante. Yo era feliz siendo yo misma —Fern Devlin—, una esposa, una amiga, un miembro inocente y honesto de la sociedad. Nunca le pedí que me engañara con Alice. Nunca le pedí que nos mudáramos a Arberness, el lugar al que propuso que nos fuéramos porque ella había ido allí primero. Desde luego, nunca le pedí los oscuros y destructivos pensamientos de venganza que me vinieron a la mente a raíz de todo aquello. Pero ahora Drew se ha ido, dejándome sola tras su prematura muerte hace cuatro meses.
Sin embargo, me va incluso mejor como viuda del médico que como mujer del médico.
Al divisar a través del parabrisas la agencia inmobiliaria de lujo que tengo delante, mis ojos escudriñan la poblada calle en busca de una plaza de aparcamiento. Cualquiera que quiera dejar su vehículo aquí normalmente tendría que pagar una multa bastante exorbitante, o bien arriesgarse a la ira de un agente de estacionamiento demasiado celoso, pero, como siempre, tengo una forma de eludir la ley. Como cliente de la agencia inmobiliaria, tengo derecho a aparcar en la plaza reservada a los clientes que vienen a pagar, y eso es justo lo que estoy haciendo yo. La cantidad de dinero que ha salido hoy de mi cuenta bancaria podría haber pagado las multas de aparcamiento de todos los habitantes de esta ciudad durante el próximo año.
Salgo de mi elegante Mercedes y me dirijo a la entrada con un atuendo igual de elegante: un vestido rojo de jacquard de amapolas, un par de zapatos de tacón y un bolso de diseño, que provoca un par de miradas de admiración de las dos mujeres con las que me cruzo de camino a la puerta. Pulso el botón del llavero que cierra automáticamente el coche y guardo la llave en el bolso antes de entrar en la inmobiliaria con gran expectación por recibir otra llave. Sonrío a la atractiva recepcionista que me da la bienvenida, y es evidente que me estaba esperando.
—Por aquí, señora Devlin —dice la joven rubia, y yo la sigo, sintiendo un poco de envidia de su piel tersa porque tiene al menos diez años menos que yo, aunque estoy segura de que siente la misma envidia de mí y de la propiedad que he venido a adquirir de manera oficial.
Tengo la sensación de que no es la única; al pasar por delante de varias mesas de la parte diáfana de esta oficina, todos los trajeados que están sentados en ellas levantan un instante la vista de sus teléfonos u ordenadores portátiles para verme pasar, y estoy segura de que todos están pensando lo mismo: «En lugar de estar todo el día vendiendo estas casas de ensueño, me gustaría poder vivir en una de ellas».
Aunque estoy segura de que estos empleados reciben una buena compensación a través de comisiones por el trabajo estelar que realizan en la venta de casas caras por toda la ciudad, es al hombre del despacho privado de la parte trasera de esta agencia a quien voy a ver hoy, porque es él quien se va a ganar la comisión de la jugosa venta de mi casa. Se llama Keegan y, cuando levanta la vista de su escritorio para ver entrar a su último cliente, una amplia sonrisa se dibuja en su cincelado rostro.
—Señora Devlin. Un placer, como siempre. Y justo a tiempo, ¡gracias por ser tan puntual!
Enseguida sale de detrás de su escritorio de caoba con la mano derecha extendida hacia mí, y se la estrecho antes de que me invite a tomar asiento y me pregunte si hay algo que pueda ofrecerme a modo de refresco. Le doy las gracias y le digo que ya he tomado mi dosis de cafeína del día, así que el café queda descartado si quiero dormir esta noche.
—Vale, ¿qué tal un poco de champán? —sugiere Keegan, sorprendiéndome, y me demuestra que no era solo una broma cuando abre la pequeña nevera que hay en un rincón de su despacho, donde hay una botella guardada para una ocasión como esta.
—No, gracias. Tengo que conducir. —Decido no mencionar que, una vez que tenga las llaves de mi nueva casa y haya entrado, descorchar una botella de champán es lo primero en mi lista de cosas por hacer. También renuncio a mencionar que prefiero hacerlo sin la compañía de Keegan.
—Bien, vamos a arreglarlo para que no se retrase más —dice Keegan mientras vuelve a sentarse, alisándose la corbata negra que le cubre la camisa blanca—. Los fondos han sido recibidos y todo ha sido gestionado por nuestra parte, lo que significa que solo hay un par de cosas que hacer y podrá irse.
Desliza hacia mí por el escritorio un trozo de papel y me pide que lea lo que pone antes de firmarlo; mientras lo hago, abre el cajón de su escritorio y saca la llave plateada que estoy deseando tener en mis manos. Pero, antes de recibirla, hago lo que me dice, leo el documento y obtengo la confirmación de lo que acabo de comprar.
FairView Manor, Foxgreen Crescent, Hale, Manchester: 975.000 libras.
Tras leer con rapidez la jerga legal que figura bajo el nombre de la propiedad que voy a comprar, veo que solo se trata de que confirme que la agencia inmobiliaria ha hecho todo lo que debía para ayudarme durante la venta. Por eso estoy encantada de coger la estilográfica azul del escritorio de Keegan y firmar al pie de la línea de puntos. Con eso, solo queda una cosa por hacer.
—Aquí tiene, señora Devlin. Felicidades, y espero que disfrute de su nuevo hogar.
La llave se siente ligeramente fría al tacto cuando la cojo. Es casi la misma sensación que tuve cuando recibí la de mi anterior casa, que estaba a muchos kilómetros al norte de aquí, en el pintoresco pueblo de Arberness, justo al sur de la frontera escocesa. Aquel día sentí frío porque sabía que solo me mudaba para apaciguar a mi marido y no podía evitar la sensación de que iba a ser una mala decisión para todos. Pero lo hice de todos modos, las cosas salieron como salieron y aquí estoy. He dejado atrás al doctor Drew Devlin y me siento mucho mejor en este nuevo capítulo de mi vida.
—Gracias por toda tu ayuda —le digo a Keegan con una gran sonrisa en la cara—. Me aseguraré de recomendarte a cualquier amigo que quiera cambiar de casa en el futuro.
Keegan lo aprecia y me da las gracias mientras me acompaña a la puerta. Tras atravesar con paso seguro la concurrida oficina, salgo a la calle y estoy casi lista para seguir mi camino. Pero, justo cuando estoy rebuscando en el bolso la llave del coche, oigo sonar mi teléfono y, al comprobar el identificador de llamadas, veo el nombre en la pantalla.
Roger.
Es otro motivo más para sonreír en este día que, de momento, está resultando perfecto, y me alegro de retrasar un par de minutos el viaje a mi nueva casa solo para tener noticias del último hombre que ha llegado a mi vida.
—Hola —digo con despreocupación al contestar la llamada.
—Buenos días, preciosa. ¿Cómo estás hoy? ¿Ha ido todo bien en la inmobiliaria?
La voz de Roger y sus palabras me llenan de placer. Me llama guapa. Me pregunta cómo me va el día. Y se ha acordado de que hoy tenía una cita en la agencia inmobiliaria. En otras palabras, le importo.
Lástima que mi pareja anterior no fuera igual.
—Estoy muy bien. Acabo de recoger la llave —respondo mientras miro el pequeño y brillante objeto que tengo en la mano.
—¡Fantástico! ¡Felicidades! ¿Qué tal si te llevo a tomar algo esta noche para celebrarlo?
Me encanta la sugerencia, pero tengo una aún mejor.
—Una copa estaría bien, pero no me apetece salir. Quiero disfrutar de mi nueva casa esta noche. ¿Quieres acompañarme y ayudarme a disfrutarla aún más?
Roger no puede dejar pasar una insinuación como esa y acepta mi invitación con entusiasmo, diciéndome que estará en mi nueva casa en cuanto acabe de trabajar y que está deseando verme. No lo pongo en duda mientras termino la llamada, porque por muy interesante que sea su jornada laboral, seguro que no lo es tanto como unirse a mí para beber champán y participar en otras actividades más agradables más tarde.
Con aún más entusiasmo que cuando salí del coche hace unos minutos, vuelvo a subirme en él y me alejo del aparcamiento saludando con la mano al agente de estacionamiento que está al final de la calle porque hoy no me va a poner ninguna multa. Luego conduzco por la ciudad, pensando en cómo me he librado del castigo por otras cosas en mi vida, y son cosas mucho peores que no pagar por una plaza de aparcamiento.
Es extraño porque el viejo refrán dice que el que la hace, la paga.
Ojalá la persona a la que se le ocurrió eso supiera la verdad.
A mí me ha merecido la pena, y tengo una casa nueva para demostrarlo.
Greg
Como vendedor, hago muchas llamadas al día. Pero es la última la que sigue sonando en mi mente mientras me esfuerzo por devolver mis pensamientos a los asuntos de trabajo. Porque esa última llamada no tenía nada que ver con mi trabajo, o al menos no con el trabajo por el que me pagan. Se trataba más bien de mantenerme en mi papel de «Roger», el alias que he asumido mientras continúo en mi búsqueda para desenterrar la verdad sobre Fern, la exmujer de mi viejo amigo Drew.
Dejo el teléfono sobre la mesa y me recuesto en mi silla barata de oficina. Es raro que esté en mi mesa porque me paso la mayor parte de la semana conduciendo por todo el noroeste de Inglaterra para visitar clientes, pero se supone que hoy es un día de «generación de contactos». Eso significa que ahora debería estar haciendo llamadas comerciales, concertando reuniones y haciendo todo lo posible por cerrar algunos tratos para mi empresa, ya que me pagan por comisión, no por sueldo. Sin embargo, no lo estoy haciendo. Estoy pensando en Fern y en que dentro de unas horas tengo que beber champán con ella y felicitarla por su preciosa casa nueva.
Una casa que creo que ha comprado con dinero manchado de sangre.
Enterarme de la muerte de Drew, un hombre con el que jugué al tenis en varias ocasiones y que se había convertido en un amigo íntimo antes de que abandonara abruptamente Manchester para empezar una nueva vida en Arberness, fue más que perturbador. Sabía que el popular médico tenía un círculo social amplio y muy completo, pero yo nunca me he caracterizado por tener muchos amigos. Por eso apreciaba la relación que tenía con Drew; esperaba con impaciencia nuestros partidos semanales de tenis, así como el rato que pasábamos después en el pub. Nunca le molestaba los fines de semana, pues era consciente de que era probable que estuviera en alguna cena con otros médicos y gente con la que me costaría encajar, pero no me importaba. Una o dos tardes entre semana para ponerme al día en la cancha me parecía bien; me daba el descanso mental que necesitaba de mi propio trabajo, así como el ejercicio físico que un médico como Drew seguramente me habría recetado si yo fuera uno de sus pacientes. No me entristecía saber que estaba más cerca de Drew que él de mí; en todo caso, me alegraba de estar en su órbita. Tenía don de gentes; carisma, supongo que lo llamarían. Estoy seguro de que su mujer estaba tan encantada con él como todos los demás con los que se cruzaba, aunque nunca la conocí. No me habría importado hacerlo, pero no iba a sugerírselo y Drew nunca me invitó a su casa. Parecía contentarse con verme solo como compañero de ejercicio, y no me importaba. Los hombres son diferentes a las mujeres, ¿no? No se convierten de repente en los mejores amigos y comparten detalles íntimos de sus vidas tan a menudo como pueden. Mantienen una relación casual, fresca. Eso es lo que hacen los hombres, y eso es lo que hicimos Drew y yo.
Lo echo de menos, y no solo porque no haya vuelto a pisar una pista de tenis desde que se marchó y porque mi cintura haya aumentado unos dos centímetros. Lo echo de menos porque no solo era un buen tipo, sino también una presencia constante en mi vida y, como nómada que soy, no siempre he podido contar con una red fiable de caras amigas en las que apoyarme. Pero, aunque enterarme en las noticias de su muerte fue terrible, lo que es aún más perturbador es ser una de las pocas personas en el mundo que cree que hubo mucho más en su fallecimiento de lo que parece.
El veredicto oficial de la justicia es que Drew fue asesinado por Alice, una mujer con la que tenía una aventura, después de haberse mudado a Arberness para estar más cerca de ella, aunque, en teoría, nadie más sabía de su romance en ese momento. Ni la pareja de Alice, Rory, ni la pareja de Drew, Fern. Al parecer, según la acusación, lo que ocurrió después es que Drew y Alice reanudaron brevemente su relación hasta que Alice decidió que no quería seguir jugando con fuego y traicionar a su pareja. Conspiró entonces para matar a Drew y apartarlo de su complicada vida. Después, tras encontrar el cadáver del médico del pueblo en la playa y hallar algunas pruebas incriminatorias que relacionaban a Alice con el crimen, fue detenida y posteriormente condenada por asesinato tras ser declarada culpable por un jurado popular. Ahora está en la cárcel, parece que se ha hecho justicia, y cada uno sigue con su vida.
Pero ¿es tan sencillo?
Suelto un profundo suspiro mientras sigo perdiendo aún más tiempo del día pensando en Fern. Es un hábito que se está convirtiendo con rapidez en obsesión.
La habitación de invitados de mi apartamento está muy lejos de la vinoteca de moda en la que estuve la noche en que conocí a Fern Devlin hace tres meses. Aunque ahora es un lunes muy aburrido, la conocí en una animada noche de viernes, cuando me uní a docenas de personas en ese bar para disfrutar del comienzo del fin de semana. Sin embargo, solo había una persona con la que me interesaba hablar y, tras llamar la atención de Fern cuando estaba sentada sola tomando una copa, me presenté con un nombre falso y el resto, como suele decirse, es historia. Salimos juntos desde entonces, aunque Fern ha preferido mantener en secreto nuestro incipiente «romance». Dice que no quiere dar la impresión de haber olvidado a Drew demasiado pronto. Aunque, como también me ha dicho, no hay reglas fijas sobre cómo una viuda debe adaptarse a la vida, y mientras algunas eligen quedarse solas durante años, otras desean pasar página enseguida para lidiar con la pérdida y la soledad que pueden producirse. Fern, obviamente, ha elegido esta última opción y está feliz de seguir adelante con un nuevo hombre solo unos meses después de que falleciera su marido; cree que así lleva mejor el duelo. Pero, como muchas cosas que sospecho de esa mujer, hay mucho más en todo lo que dice y hace de lo que parece a primera vista. ¿De verdad está afligida por Drew o se alegra de que se haya ido? ¿Sabía lo de su aventura antes de su asesinato y no después? ¿La verdadera razón por la que aún no ha hablado de mí a su familia ni a sus amigos no es porque quiera tomarse las cosas con calma, sino porque le preocupa que puedan sospechar si piensan que la muerte de su marido no ha tenido ningún efecto negativo en ella?
Siguen siendo incertidumbres, pero una cosa es segura.
El fallecimiento de Drew ha tenido algunos efectos positivos en ella.
Uno de los mayores ha sido la considerable póliza de seguro de vida a la que Fern tuvo acceso una vez que las circunstancias en torno a la muerte de su marido se resolvieron en los tribunales. No sé la cifra exacta que habrá recibido, pero, teniendo en cuenta que Drew era un hombre con un muy buen trabajo y que era inteligente cuando se trataba de cosas como inversiones y seguros, estoy seguro de que es una suma sustancial.
Sin duda, debe serlo, a juzgar por lo que su difunta esposa ha estado comprando últimamente.
Un coche nuevo. Ropa nueva. Bolsos nuevos. Manicura nueva. Todo eso antes de la nueva casa de la que acaba de recoger las llaves hoy, una casa que ha costado una cantidad astronómica, y con razón, porque he visto las fotos en Internet y es enorme. A eso hay que añadir su ubicación: se encuentra en una zona de la ciudad conocida por albergar a muchos futbolistas y antiguas estrellas del pop, por lo que no es de extrañar que la agencia encargada de venderla le asignara un precio tan desorbitado. Ahora Fern es la legítima propietaria, libre para disfrutar de los frutos del sensato seguro de Drew mientras este yace en una caja a dos metros bajo tierra.
Eso estaría muy bien si él hubiera muerto en circunstancias ajenas a Fern, y sin duda ella tendría derecho a cada céntimo si de verdad fuera la mujer leal y cariñosa que todo el mundo parece creer que es.
Pero ¿lo es?
Aunque he pasado mucho tiempo dándole vueltas a esa pregunta en los últimos meses, a medida que me he ido acercando a ella, aún no estoy cerca de conocer la respuesta definitiva. Sin embargo, tengo mis sospechas por lo que Drew me contó una noche después de nuestro partido de tenis habitual. Después de que Fern le sorprendiera enviando mensajes de texto a otra mujer —mensajes que eran completamente inocentes—, ella estalló, dejando atónito a su marido por el nivel de ira que estaba mostrando. Creo que soy la única persona que ha oído hablar de ese incidente entre ellos, ya que dudo que Fern tuviera prisa por compartirlo con sus amigos, lo que significaría que soy el único que sabe que Fern tiene una vena muy celosa, así como un temperamento que puede descontrolarse con facilidad.
Creo que esa vena y ese temperamento tuvieron algo que ver con la muerte de Drew, y por eso estoy a la caza de la verdad de lo que ocurrió en Arberness. Hasta que lo averigüe, solo tengo que seguir siendo paciente y, lo más importante, mantener a Fern en la creencia de que solo soy un tipo encantador que conoció en un bar un viernes por la noche, un hombre que le está dando un pequeño respiro para no tener que pensar en lo que ha perdido recientemente.
No puedo decir que me divierta interpretando el personaje de Roge, pues preferiría ser yo mismo, pero ser yo mismo no es la mejor manera de acercarse a Fern. Si ella hubiera sabido que yo era un viejo conocido de su marido, no me habría permitido acercarme tanto a ella como lo he hecho. Sobre todo si de verdad tiene algo que ocultar sobre su muerte, lo cual creo que es así. Pero, tal como están las cosas, por ahora la tengo engañada, y así es como pretendo seguir hasta que alcance uno de mis dos objetivos.
Uno, pruebas de cualquier delito por su parte.
Dos, y aún mejor, que me haga una confesión después de haya caído completamente bajo mi hechizo y no tenga ninguna razón para no confiar en mí.
Hasta que eso ocurra, seguiré interpretando el mismo papel. Llamaré y enviaré mensajes a Fern a diario para ver cómo está. Le diré lo guapa que es y lo bien que me lo paso cuando estamos juntos, lo que garantiza que estará encantada de seguir aceptando más citas conmigo. Incluso brindaré con ella por las ocasiones felices, como la que celebra hoy, porque muy pronto chocaré una copa de champán con la suya antes de sorber las burbujas frías y gaseosas y comentar lo increíble que es su nueva casa.
Haré todo eso y mucho más si con ello consigo justicia para mi difunto amigo. No puedo decir que sea un placer estar en compañía de Fern, no cuando sospecho que ha cometido un crimen atroz. Claro que es interesante, habladora y atractiva, cualidades que sin duda son las que atrajeron a Drew de ella en primer lugar, pero me recuerdo constantemente que hay más en ella de lo que parece. Drew me lo advirtió y por eso estoy convencido de que ella tuvo algo que ver con lo que ocurrió en Arberness. También por eso tengo que mantenerme en guardia con ella. Fern es lista y, aunque yo también lo soy, estoy jugando a un juego muy peligroso. No es muy diferente al que Drew jugaba con Fern. Le estaba ocultando un secreto, igual que yo, y ese peligroso juego se volvió mortal para él.
¿Me sucederá lo mismo a mí?
Tengo que seguir apartando esa pregunta de mi mente si quiero obtener la verdad.
¿Qué le pasó en realidad al doctor Drew Devlin?
La policía cree que lo sabe, pero yo creo que hay algo más.
La clave para obtener esa respuesta está en su viuda.
Fern
La casa parece aún más magnífica que la última vez que la vi mientras aparco en el espacioso camino de entrada, en el que cabrían con facilidad otro par de coches si fuera necesario. Pero eso es seguramente porque la última vez que estuve aquí solo era una posible compradora.
Ahora soy la propietaria.
La novedad de mi nuevo coche ya ha pasado y, como un niño en la mañana de Navidad, enseguida me enamoro más de un juguete nuevo y llamativo que del viejo que era mi favorito, así que no pierdo tiempo en llegar a la puerta principal y meter la llave en la cerradura. Al girarla, sé de verdad que esta casa es ahora mía, porque la puerta se abre y puedo entrar.
Me siento bien al volver a ser propietaria, al tener por fin un nuevo lugar al que llamar hogar de verdad. He estado viviendo de alquiler en un apartamento en la ciudad desde que regresé tras la muerte de Drew, pero, como todos los inquilinos saben, no se puede decorar mucho un lugar que es propiedad de otra persona. Anhelaba volver a tener un sitio que pudiera llamar mío, una propiedad en la que pudiera poner mi sello, y aquí tengo eso.
Como la última vez que estuve aquí, cuando me acompañó Keegan, lo primero que me llama la atención es la amplia escalera que se eleva desde el centro del vestíbulo. Siempre he querido tener una gran escalera como esta, que sea casi una pieza decorativa en sí misma. Ya estoy deseando envolver las barandillas con adornos festivos en diciembre, y sin duda hay espacio para un gran árbol de Navidad junto a la puerta principal, que generará exclamaciones de admiración de todos los que vengan a visitarme aquí en esa época tan sociable del año.
La habitación que hay según entras a la derecha será el salón, mientras que la de la izquierda va a ser el comedor. Pero es la estancia a la que accedo pasando la escalera la que más me gusta: la cocina. Es el tipo de cocina que no desentonaría en un restaurante con estrellas Michelin. Las encimeras de mármol que recubren la amplia estancia ofrecen mucho espacio para cocinar y muchos fogones para preparar todas mis comidas. También hay sitio para un frigorífico doble, por no hablar de un botellero, e incluso estoy considerando la idea de destinar una parte de esta cocina a hornear pasteles y pan, mi propio espacio para trabajar en una de las aficiones para las que voy a tener más tiempo dentro de poco.
Abajo todo parece estar en orden, así que subo a ver las habitaciones y las encuentro igual de vacías y listas para que les ponga mi propio sello. En el dormitorio principal cabe una cama grande, y en las tres habitaciones de invitados también, aunque pienso utilizar una de ellas para otra cosa. Quizá para pintar. Después de todo, tengo mucho tiempo libre. Y luego está el cuarto de baño, una magnífica obra arquitectónica con ducha e incluso lavabos y espejos dobles. Puede que viva aquí sola en un futuro próximo, pero aún puedo apreciar ese detalle.
No puedo olvidarme de la última característica de esta maravillosa casa. Salgo al jardín, en la parte trasera, y contemplo el césped perfecto, cercado por todas partes por frondosas coníferas verdes. Esas coníferas proporcionan una pantalla de privacidad perfecta con los vecinos de todos los lados, y estoy agradecida por ello porque, aunque soy amable, no quiero que la gente sea entrometida. Aún no he conocido a ninguno de mis nuevos vecinos, aunque espero hacerlo porque, por lo que he leído en Internet sobre este barrio, está lleno de famosos, estrellas del deporte y empresarios de éxito, y eso sin duda tiene que dar lugar a cenas muy entretenidas.
La idea de organizar una cena tendrá que esperar por ahora, porque lo primero que tengo que hacer es amueblar la casa, pero antes de eso hay que decorarla un poco. Quiero que un profesional cambie los colores de algunas habitaciones y necesito alfombras nuevas antes de que los de la mudanza descarguen los muebles que tengo en el almacén. Son muebles que se han movido mucho últimamente debido a las dos mudanzas que he hecho en el último año.
Mudarse es una gran empresa y a la mayoría de la gente le gusta que pasen muchos años entre una mudanza y otra, sobre todo por lo caro que resulta y lo estresante que suele ser. Pero yo siempre he tenido un don para lo dramático, lo que podría explicar por qué, después de dejar Manchester para mudarme a Arberness con Drew, ahora vuelvo a mudarme a la ciudad. Todo en el mismo año.
Sin embargo, soy consciente de que las cosas podrían haber sido muy distintas. Si Drew no hubiera sugerido que nos mudáramos al norte, no habría habido necesidad de mudarnos. Y, si no hubiera hecho lo que hizo cuando llegó a Arberness, no habría tenido que volver aquí sola después de asistir a su funeral y fingir que lloraba.
Mudarme a Arberness fue un mal necesario: tenía que poner a prueba a mi marido para ver si había cambiado desde que descubrí que me estaba engañando en la ciudad. Pero fracasó estrepitosamente, así que aquí estoy, empezando de nuevo. Solo que esta vez mi futuro no está en manos de un hombre que no es de fiar: yo tengo el control. Aunque técnicamente pueda estar liada con otro hombre en este momento, es algo casual y nadie más lo sabe, solo Roger y yo. Me divierto con él y puede que las cosas se pongan serias más adelante, pero, por ahora, lo mantengo a distancia, al menos en sentido figurado. Esto se debe no solo a que aún es pronto desde que perdí a mi marido, sino también a que no quiero sumergirme con rapidez en otra situación en la que mi felicidad esté intrínsecamente ligada a otra persona. Aunque siempre es bueno tener un compañero, soy más que capaz de estar contenta conmigo misma y, después de estar casada durante casi una década, no tiene sentido precipitarse a corto plazo a otro matrimonio. Sin embargo, la razón principal por la que me gusta tomarme las cosas con calma con Roger y disfrutar de vivir aquí sola durante un tiempo es que soy consciente de una cosa muy importante.
Los hombres, o al menos los que tienen malas intenciones, parecen sacar lo peor de mí.
Un día de celebración como hoy no es el momento de pensar en el pasado, así que voy a apartar todos esos pensamientos por ahora e intentaré disfrutar de esto.
Confío en que funcione en su mayor parte.
Suele ocurrir que, cuando me voy a dormir, me cuesta más olvidar lo que ha ocurrido.
Por suerte, el sol sigue brillando y aún falta mucho para la hora de acostarse, así que no me preocupo por las pesadillas que puedan estar esperándome después de que me haya dormido. En lugar de eso, me pongo a llamar a la empresa de mudanzas que va a traerme algunos de mis objetos esenciales para ayudarme a instalarme. Aunque la mayoría de las cosas de momento se quedarán en el almacén, hay algunas de las que no puedo prescindir, como una cama, una nevera y algo en lo que sentarme y comer. Después de que el rudo norteño al otro lado de la línea me diga que la furgoneta con esas cosas dentro estará conmigo en menos de una hora, me pongo manos a la obra con mi siguiente tarea, una compra de comida por Internet, y lleno mi cesta virtual con todo tipo de sabrosos manjares que me mantendrán en marcha durante la primera semana en mi nuevo entorno.
Es muy agradable poder pedir todo lo que quiera al supermercado sin tener que preocuparme por el precio, y esa es otra ventaja añadida de la póliza del seguro de vida que se pagó tras el fallecimiento de Drew. Cuando mi difunto marido contrató la póliza, fui sincera al decirle que, aunque su muerte me convertiría en millonaria al instante, prefería tenerlo a mi lado antes que disponer de un montón de dinero sin nadie con quien compartirlo. Pero entonces él me engañó con Alice, una mujer que debió creerse mejor que yo hasta que sus pecados la alcanzaron; y ahora estoy muy satisfecha de que Drew esté muerto y me haya dejado con una fortuna que me llevará el resto de mi vida gastar.
Ya he empezado bastante bien en ese sentido.
Al principio se me ocurrió que tal vez debería limitar mis gastos durante un tiempo, porque puede que no me hiciese ningún bien que se viera que estaba disfrutando de los frutos del seguro de mi difunto marido. ¿Y si la gente pensaba que estaba siendo ostentosa o que me lo estaba pasando demasiado bien para estar de luto? No quería que cotillearan sobre mí y, desde luego, no quería despertar las sospechas de que, de algún modo, yo había provocado esta situación, en lugar de ser simplemente la viuda inocente que todo el mundo creía que era. Pero después me di cuenta de que esos temores eran infundados, porque todos los que me conocían me decían que tenía que hacer lo que pudiera para superarlo, y si eso significaba comprarme un coche bonito, una casa grande o irme de vacaciones de lujo, que así fuera. ¿Quiénes eran ellos, que no habían perdido a su pareja, para juzgarme? Que todo el mundo asumiera que estoy sufriendo por dentro me ha ayudado a poder derrochar en algunas de las mejores cosas de la vida porque, para ellos, solo estoy intentando compensar el doloroso vacío que me dejó la muerte de Drew.
Me parece muy bien.
No me arrepiento de nada de lo que ocurrió en Arberness, y recibo con gratitud tanto la compra como mis muebles esenciales del almacén. Hice lo que tenía que hacer entonces y seguiré haciendo lo que tenga que hacer ahora para salirme con la mía. Parte de eso significa mantener contentos a mis allegados, porque si creen que estoy bien es menos probable que se metan en lo que sucedió antes. Por eso hago algunas fotos de mi nueva casa y se las envío a mis padres, así como a algunos de mis mejores amigos. Quiero que todos vean que me va bien y que sigo adelante lo mejor que puedo, y si piensan eso, es más probable que vuelvan a estar absortos en sus propias vidas y se obsesionen menos con la mía. Agradezco que todos se preocupen por mí, pero ya es suficiente.
He vuelto y me siento mejor que nunca.
Como para demostrarlo aún más, me alegro cuando abro la puerta poco después de las cinco de la tarde y veo a mi nuevo hombre de pie en mi puerta con una botella de champán en una mano y una enorme sonrisa en la cara.
—¡Feliz día de mudanza! —dice Roger antes de inclinarse para darme un beso, y yo lo acompaño rápidamente al interior de la casa para que podamos empezar a beber.
Ha sido un verdadero rayo de luz en mi vida desde que se me acercó en un bar un viernes por la noche, poco después de mi regreso a Manchester. Para demostrar lo genial que es, incluso se ha acordado de traer dos copas de champán, sabiendo que era poco probable que yo hubiera desempaquetado las mías o las hubiera sacado del almacén a tiempo para nuestro brindis.