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"Esta trilogía ha consolidado a M. G. Leonard como uno de los más grandes talentos de la literatura juvenil. Estoy ansiosa de saber lo que hará a continuación." The Bookseller "Mucho humor, dilemas morales, un importante tema ambiental, grandes dosis de aventura y amistades inquebrantables." BookTrust La humanidad está en jaque, el futuro depende de tres niños y sus escarabajos. La archivillana Lucretia Cutter mantiene un laboratorio secreto oculto en la selva amazónica donde lleva a cabo perversos experimentos para apoderarse del mundo. ¿Podrán Darkus y sus amigos, humanos y escarabajos, encontrarlo antes de que sea demasiado tarde? Si no consiguen detener a Lucretia, ella liberará su horda de escarabajos Frankenstein, y el planeta nunca volverá a ser el mismo… Darkus y sus amigos continúan sus increíbles aventuras en este apasionante desenlace de una trilogía misteriosamente divertida, llena de aventuras, ciencia y escarabajos exóticos.
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Para Sebastian, Arthur y Sam Matilda, Caspian y Ryan Claire Rakich y la doctora Sarah Beynon
Nadie está dispuesto a proteger aquello que ignora, y nadie puede llegar a conocer lo que jamás ha experimentado en carne propia.
David Attenborough
Los pequeños pueden leer, descubrir en libros leones y jirafas y demás animales increíbles... pero también son plenamente capaces de salir a su jardín, levantar una roca y descubrir debajo de ella un gusano, una hormiga, un caracol.
David Attenborough
La pequeñez de los insectos nos impide, en cierta medida, apreciar en su justo valor su asombrosa constitución. El chalcosoma macho, con su cota de malla pulimentada y bronceada, y sus grandes cuernos complejos, imaginándole con las dimensiones de un caballo o de un perro solamente, constituiría en verdad uno de los animales más notables del globo.
El origen del hombre, Charles Darwin
CAPÍTULO UNO
La plaga de escarabajos
—Traigo los diarios del domingo —dijo Bertolt mientras abría la puerta del cuarto del tío Max con un empujón del hombro y entraba en reversa arrastrando los pies. Newton, la luciérnaga cobriza que era su mejor amigo, y el más íntimo, sobrevolaba la nube de pelo blanco del niño, y su abdomen resplandecía tenuemente.
Darkus y Virginia alzaron la mirada. Estaban sentados con las piernas cruzadas a cada lado de una alberca inflable azul repleta de mantillo de roble y una pila de tazas. Darkus llevaba puesta la camiseta del Valeroso Gorgojo que había comprado en Los Ángeles, y Virginia estaba vestida de mezclilla desgastada: un par de jeans y una chaqueta de segunda mano cubierta de insignias.
—Les estamos dando de comer a los escarabajos —dijo Darkus, colocando un tarro de mermelada de fresa entre las tazas. Allí era donde vivían ahora los escarabajos supervivientes del Monte Escarabajo, y ese cuarto en el departamento del tío Max albergaba lo que quedaba de su Campamento base, su madriguera. Era donde se reunían para planear su misión: detener el tiránico intento de Lucretia Cutter por dominar el mundo.
Baxter, el reluciente escarabajo rinoceronte negro que entendía a Darkus mejor que nadie, supervisaba la repartición de la jalea desde el hombro de Darkus y sacudía las espinosas patas delanteras para mostrar en dónde había que ponerla.
Virginia sostenía un atomizador de latón para plantas sobre la piscina inflable y lo bombeaba con furia para cubrir el mantillo de roble con un fino rocío de agua y así evitar que se secara. Marvin, el escarabajo tornasol color cereza que jamás se separaba de ella, se colgaba con las abultadas patas traseras de una de las múltiples trenzas de Virginia y masticaba un amasijo de jalea de plátano.
Darkus se sacudió la tierra de las manos, se puso en pie y se dirigió hacia la mesita de centro, en donde Bertolt acomodaba los periódicos ordenadamente. Virginia colocó el atomizador en el piso y se unió a ellos.
—Hay más reportes de ataques a cultivos. Miren, aquí hay uno sobre el escarabajo de la papa que está destruyendo las cosechas en Rusia. La gente está empezando a creer lo que dijo Lucretia Cutter en los premios de cine, y está cada vez más aterrada —Bertolt se empujó los anteojos sobre la nariz y miró nervioso a Darkus—. Ya hay reportes desde Alemania de cosechas de trigo arruinadas, y tres brotes de enfermedad causados por la acumulación de estiércol animal. El gobierno ya está diciendo que son ataques controlados y dirigidos.
Darkus intentó acercarse para ver los diarios, pero Bertolt permaneció en pie entre él y la mesa.
—Y, eh, Darkus, hay algo más...
Virginia levantó uno de los periódicos sensacionalistas y leyó el titular en voz alta:
—¡PLAGA DE ESCARABAJOS! ¡RACIONAN LA COMIDA! —dio vuelta a una página mientras sus ojos cafés examinaban las palabras—. ¿Qué? ¡No lo puedo creer! Los diarios creen que la amenaza de Lucretia Cutter es real, ¡pero dudan de que ella fuera capaz de crear a los escarabajos Frankenstein porque se dedica a hacer vestidos!
Darkus se encogió de hombros.
—Quizá no quieran creer que encontró la manera de controlar a los insectos.
—No es eso —dijo Virginia con un bufido—. Es porque es mujer.
—Virginia... —Bertolt intentó captar su atención.
—La gente siempre cree que los mejores científicos son hombres —Virginia dio un golpe con el dorso de la mano al periódico, indignada—. Escuchen esto: “... el doctor Bartholomew Cuttle, coleopterólogo afligido y director de Ciencias del Museo de Historia Natural, y alguna vez el prometido de Lucretia Cutter, lidera a un equipo de genetistas y entomólogos, todos ellos hombres que se han esfumado misteriosamente en los últimos cinco años. Esta fuerza de élite es la que está detrás del ejército de escarabajos de la desquiciada modista, que usa la gran fama y capacidad histriónica de Lucretia Cutter para dar cara a su ataque contra el mundo.”
—¿QUÉ? —Darkus le arrebató el periódico a Virginia de las manos—. ¡Pero eso es mentira!
Examinó el artículo.
—¿Por qué están diciendo eso de papá?
—Porque es hombre —dijo Virginia triunfalmente.
Bertolt suspiró y sacudió la cabeza.
—¡Le están echando la culpa de los escarabajos! ¡Todos! —dijo Darkus, leyendo el artículo a toda velocidad—. Esto está mal. Les tenemos que avisar. Papá está intentando detenerla.
—Darkus —dijo Bertolt con voz suave—, es porque fue el invitado de Lucretia Cutter a los premios de cine —levantó otro periódico—. Mira, eso mismo es lo que dice este diario: “Se cree que el doctor Bartholomew Cuttle, visto del brazo de Lucretia Cutter en la entrega de los premios de cine, es la mente maestra detrás de esta plaga de escarabajos mortales”.
—¡Es completamente injusto! —Darkus sintió que se le acaloraba el rostro—. ¡Todas son mentiras! Mi papá nunca lastimaría a nadie.
—Es asqueroso —asintió Virginia—, y además están atribuyendo la genialidad de Lucretia Cutter a un equipo de hombres.
—¿Genialidad? —la increpó Darkus—. No es una genio.
—¡Por supuesto que lo es! —respondió Virginia—. Crio a un enorme ejército de escarabajos que está destrozando las reservas alimentarias de la humanidad, y está tomando el control del planeta. Es algo increíble. Jamás ha existido un ser humano que dominara al mundo entero, y ella verdaderamente lo está intentando.
Virginia sacudió la cabeza y miró a Darkus:
—No te preocupes, en algún momento tendrán que reconocer que la genialidad es suya.
—¡No es una genio! —gritó Darkus, apuntando con el dedo a Virginia—. ¡Es un monstruo! Quiere matar de hambre a la gente y culpar de todo a mi padre, ¡y recuerda lo que les hizo a Novak y a Spencer!
—¡Hey! Tranquilo —Virginia frunció el ceño—. No dije que estuviera de acuerdo con lo que trama.
—Bueno, pues así sonó —dijo Darkus, mirando a Virginia con mala cara.
Virginia alzó la barbilla, lista para protestar.
—Eh, ¿chicos? —Bertolt se aclaró la garganta—. No vayamos a pelear otra vez —les imploró con una sonrisa—. Recuerden que todos estamos en el mismo bando.
Virginia resopló.
—Lo siento —miró a Darkus—. Debí decir una genio maligna.
Levantó los hombros.
—Sólo estoy tratando de señalar que todos están subestimando a Lucretia Cutter —añadió, empujando los diarios sobre la mesa—. Culpar a tu papá es una pista falsa. No les ayudará a encontrarla ni a detenerla.
—Yo no la estoy subestimando —respondió Darkus.
Once días habían transcurrido desde los premios de cine, pero para Darkus se sentían como años enteros. Lo último que pensaba antes de irse a dormir y lo primero que tenía en la cabeza al despertar era la imagen de su padre, quien se alejaba cojeando, siguiendo a Lucretia Cutter arriba, hacia el techo del Teatro Hollywood.
Se oyó un fuerte crac, y todos pegaron un brinco.
—¿Qué fue eso? —preguntó Bertolt, con aspecto ligeramente aterrado.
Virginia señaló sobre el hombro de Bertolt. Podía verse una delgada grieta en el vidrio de la ventana de la sala.
Darkus se arrodilló con cuidado en el sofá, inclinándose sobre el respaldo para asomarse hacia la calle. Parado en la acera de enfrente, afuera del salón de tatuajes, estaba Robby, el bravucón pelirrojo de la escuela, rodeado de una pandilla de chicos a los que llamaban los Clones. Abrió la ventana.
—¡Hey, Chico Escarabajo! —gritó Robby—. Dile a tu papá que si no retira a sus bichos asesinos, su hijo acabará mosqueado.
—¡Sí! —todos los Clones hicieron un puño que golpearon contra la otra mano.
—No son los escarabajos de mi papá —les gritó Darkus—. Él no tiene nada que ver con eso.
—¿Ah, sí? —se mofó Robby—. Eso no es lo que dicen los diarios. Dicen que tu papá es un asesino —deslizó un dedo sobre su cuello—. Lo más seguro es que reactiven la pena de muerte sólo para él.
—Los periódicos mienten —gritó Darkus—. Nada de eso es cierto.
—¿Sí? Bueno, por supuesto que dirías algo así, ¿o no? —se burló Robby, podía verse un destello metálico en sus frenos dentales que parecían vías de tren—. Pero te he visto con tus asquerosos escarabajos. Todos te hemos visto.
Las cabezas de los Clones parecían bambolearse sobre sus cuellos.
—Y le contamos a la policía de lo raros que son todos ustedes, y que hablan con los bichos... Es verdad lo que dicen los diarios. Lo sé, y no pienso tolerarlo.
Veloz como un rayo, Robby latigueó su brazo y arrojó una piedra que tenía oculta en el puño. Darkus sintió que el pedernal le alcanzaba la mejilla con un golpe punzante. Se cubrió el rostro con la mano mientras alejaba la cabeza de la ventana.
—¡Oh! Estás sangrando —Bertolt quitó la mano de Darkus con suavidad para poder ver la cortada.
—¡TE ATRAPAREMOS, CHICO ESCARABAJO, Y A TU PAPÁ TAMBIÉN! —resonó un grito de afuera.
—Ignóralos —atajó Virginia, cerrando la ventana mientras una lluvia de piedras golpeaba el vidrio. Cerró las cortinas rápidamente.
—¿Cómo puedo ignorarlos? —Darkus hizo a un lado las manos ansiosas de Bertolt—. Están diciendo lo que todos piensan. La gente cree lo que lee en los periódicos. Todos creen que papá es culpable.
Hubo un silencio incómodo mientras Virginia y Bertolt se miraban la una al otro. El creciente ulular de las sirenas hizo que Bertolt se acercara corriendo a la ventana y se asomara entre las cortinas.
—¡Es la policía! —dijo con voz entrecortada—. Dos patrullas se estacionan afuera de la tienda de comida naturista. Están bajando. ¿Qué hacemos?
—No podemos dejarlos entrar —Darkus miró a su alrededor en pánico—. No deben ver a los escarabajos. Pensarán que es evidencia de que papá es culpable.
—No pueden entrar a menos que tengan una orden judicial —dijo Virginia—. Lo he visto en televisión. Diles que tu tío salió y que no tienes permitido abrir la puerta a desconocidos.
—Está bien —asintió Darkus— pero no pienso mentir sobre papá. La gente debe saber que está tratando de detener a Lucretia Cutter. Él es uno de los buenos.
—No, Darkus, no puedes decir nada —dijo Bertolt. Tu papá necesita que Lucretia Cutter crea que está de su lado, si no...
Sonó el timbre.
Darkus se asomó al pasillo, prácticamente esperando que rompieran la puerta a golpes.
—No es justo —susurró.
—Lo sé —asintió Virginia, con los ojos oscuros llenos de sinceridad—. Pero nosotros sabemos la verdad.
Le acarició la espalda suavemente.
—Encontraré a papá —Darkus apretó los puños—, detendré a Lucretia Cutter y obligaré a los diarios a publicar una disculpa en primera plana.
Sobre su hombro, Baxter abrió y cerró los élitros, y sus suaves alas vibraron para asentir con un zumbido.
—Estaremos ahí contigo —dijo Bertolt.
—En cada paso —asintió Virginia.
CAPÍTULO DOS
El vuelo de la damisela
La bolsa de arpillera que cubría su rostro lo estaba haciendo sudar. Una gota de transpiración se deslizó por la mejilla, como una lágrima atolondrada. A pesar del sofocante calor, Bartholomew Cuttle agradecía el escondite que le proporcionaba la tela: evitaba que Lucretia Cutter y sus matones vieran que estaba alerta y tratando de pescar pistas para saber adónde lo estaban llevando.
Con el brillo del sol, Barty logró entrever las silue- tas de las otras personas que estaban en el helicóptero, pero el mundo se había vuelto gris hacía una hora. En este momento, la lluvia batía contra el techo de metal como una infinita lluvia de pedruscos. No era seguro volar con ese tipo de chaparrón. La lluvia torrencial implicaba que se reducía la visibilidad.
Debemos estar acercándonos al Bioma, pensó, inclinándose hacia adelante.
Barty tenía claro en la cabeza dónde estaba sentado cada quien. Gerard, el mayordomo francés, estaba en la cabina de mando junto a Ling Ling, la mortífera chofer que pilotaba el helicóptero. Los matones estaban sentados en la hilera frente a él, de espaldas a Gerard y Ling Ling. Craven primero, Dankish encorvado junto a él después, y finalmente estaba la silueta gruesa de Mawling. Las patas quitinosas y puntiagudas que de vez en cuando se le atoraban en la tela de los pantalones hacían que le fuera imposible olvidar a Lucretia, quien estaba sentada justo a su lado. Del otro lado de la autoproclamada Reina Escarabajo, sólo había silencio.
Novak está sentada ahí, pensó. La pobre chica debe estar aterrada. Se preguntó, no por primera vez, cómo Novak se había hecho amiga de su hijo. Darkus le había pedido a su papá que la cuidara, y era su intención cumplir aquella promesa.
Lucretia enfureció cuando los premios de cine se sumieron en el caos. Le costó trabajo creerle cuando él subió cojeando al techo del Teatro Hollywood para decirle que había abandonado a su hijo para estar con ella, que compartía su visión del mundo. Pero el ego de Lucretia era voraz. Había querido creer. Subrayó que podría matarlo en un santiamén, y luego le dio instrucciones a Gerard para que lo atara de manos y le cubriera la cabeza con una capucha.
Llevaban casi cuatro horas volando cuando hicieron su primera parada, entonces abordó Craven, quien había soltado los gorgojos del trigo genéticamente modificados en la zona conocida como el granero de Norteamérica. Gerard le había quitado la capucha a Barty para ofrecerle agua mientras el helicóptero cargaba combustible. Captó un atisbo de un letrero que decía ALBUQUERQUE, antes de que volvieran a ponerle la capucha y estuvieran de nuevo en el aire.
El helicóptero necesitaba cargar combustible cada cuatro horas. Barty trazó la ruta silenciosamente en la cabeza mientras viajaban toda la noche. El sol se puso y volvió a salir, y su trayectoria le indicó que volaban hacia el sur. En la tercera parada, Craven lo arrancó de la cabina del helicóptero, lo llevó marchando a un edificio y lo empujó dentro de un cuarto. Al retirarse la capucha, Barty se encontró en una habitación escasamente amueblada.
Gerard lo despertó, le ofreció café, fruta y bizcochos, y las noticias de que pronto partirían de nuevo. Barty adivinó que estaban cerca de la capital de México, y mientras lo guiaban de vuelta al helicóptero con la capucha otra vez sobre la cabeza, oyó a unos hombres hablar en español.
—Feliz Navidad, cariño —dijo Lucretia Cutter mientras Barty subía al helicóptero. Se le apachurró el corazón al pensar en que Darkus estaba solo en Navidad, pero mantuvo el rostro firme, sin expresión.
Hicieron tres paradas más para cargar combustible antes de que volvieran a meterlo en un cuarto para dormir. Esta vez permanecieron en tierra durante dos días, mientras esperaban que amainara una tormenta. Cuando volvieron a subir al helicóptero, Barty preguntó a Lucretia Cutter por qué no iban en avión, y ésta le respondió que era prudente evitar los aeropuertos ya que acababa de declarar la guerra a los líderes del mundo. La gente más poderosa y peligrosa en la Tierra estaba peinando el planeta en su busca.
Y ahora parecía que estaban en el último tramo del viaje. Cuando el helicóptero comenzó a descender, Barty cerró los ojos. Su hijo de ojos oscuros lo esperaba en la penumbra, estrechando a su adorado escarabajo rinoceronte contra el pecho. Barty le envió una silenciosa plegaria de amor a su valiente hijo, y giró la cabeza cubierta hacia Lucretia Cutter.
—Lucy, te quiero dar las gracias...
Percibió que la cabeza de Lucretia Cutter giraba para mirarlo. Su mayor debilidad parecía ser el cariño que le tenía, un vestigio de sus días universitarios. Barty ya había decidido aprovechar lo que pudiera de eso, ganarse su confianza. Tenía que encontrar el modo de derribar su imperio y frustrar sus planes.
—... por permitirme ser parte de tu gloriosa visión del futuro.
—Ah, Bartholomew —respondió ella—, pronto descubrirás que estoy volviendo realidad tus sueños más descabellados, y que gracias es una palabra demasiado pequeña.
CAPÍTULO TRES
Titanus giganteus
—¿Qué clase de escarabajo crees que sea? —dijo Darkus con la nariz metida en las páginas del Manual del coleccionista de escarabajos.
—¿Quién? —preguntó Bertolt desde su ventana de observación. Las patrullas se habían ido cuando Darkus se rehusó a abrir la puerta, pero dijeron que volverían—. ¿Lucretia Cutter?
—Sí, si está usando ADN de escarabajos y lo está agregando al suyo, pues... tú sabes que hay una gran variedad de especies de escarabajos... Debe haber elegido una en particular, ¿pero cuál?
—¡Ésa sí que es una buena pregunta! —Virginia saltó del sofá y se acercó al tablero de pistas que colgaba de la pared para examinar la fotografía de Lucretia Cutter volando sobre el escenario del Teatro Hollywood.
—Si supiéramos qué tipo de escarabajo es, podríamos descubrir sus debilidades —dijo Darkus.
Bertolt caminó hacia el librero que recorría el muro divisorio entre el departamento del tío Max y lo que quedaba del Emporio al lado. Los niños habían reemplazado todos los volúmenes de arqueología del tío Max con todos los libros de insectos que lograron hallar en sus casas, la escuela y la biblioteca.
—Creo que es un escarabajo titán —dijo Darkus, volteando el libro para que pudieran ver la imagen—. Por su tamaño, sus mandíbulas y esos ojos.
Dio un golpecito con el dedo en la página y se estremeció al pensar en las esferas negras brillantes que lo habían fulminado con la mirada.
—Se parece al Titanus giganteus.
—¡El escarabajo más grande del mundo! —dijo Virginia con un soplido, mientras miraba el libro de Darkus, luego la imagen en la pared y otra vez el libro—. Apuesto a que tienes razón.
—¿No deberíamos aprender más de la anatomía de los escarabajos? —preguntó Bertolt, clavando la mirada en el libro de Darkus.
—¿Anatomía? —Virginia frunció el ceño.
—Sí, cómo están acomodados por dentro —respondió Bertolt—. Para poder entender cómo... funciona Lucretia Cutter —contoneó los dedos sobre su propio torso—. Podría ayudarnos a descubrir su talón de Aquiles.
—Sí —asintió Darkus mientras pasaba las hojas del libro rápidamente—. Podríamos encontrar el modo de derrotarla.
—¡Como con los vampiros! —dijo Virginia—. A ellos tienes que clavarles una estaca en el corazón.
Fingió clavarle una a Darkus y él rio.
—¿Derrotarla? —Bertolt puso cara de horror.
—Es posible que tengamos que hacerlo —Darkus asintió—. Ella nos mataría a nosotros sin pensarlo.
—¿Los escarabajos tienen corazón? —se preguntó Virginia.
—Me parece que sí —Darkus consultó el índice al final del libro—. Aunque sé que carecen de pulmones, porque respiran por medio de espiráculos.
Encontró la referencia y hojeó las páginas rápidamente hasta llegar al diagrama.
—Aquí dice que tienen un músculo que impulsa la sangre por su cuerpo —miró a Virginia—. Ése debe ser el corazón, ¿cierto?
—¿Los escarabajos sangran? —preguntó Virginia.
Darkus asintió.
—Se llama hemolinfa, y normalmente es de un color amarillo verdoso.
—¡Verdoso! —Bertolt arqueó las cejas mientras levantaba la mirada hacia Newton.
—Sí, o amarillento. Hace lo mismo que nuestra sangre: tiene anticuerpos para proteger al escarabajo de las enfermedades y ayudar a curar heridas y cosas así.
—Pero Lucretia Cutter no es un vampiro —dijo Bertolt—. No tenemos que vencerla; sólo tenemos que hacer que la policía la arreste.
Darkus le clavó una mirada penetrante a su amigo.
—Pero ¿y si tenemos que...? Ya sabes.
—¿Qué? —Bertolt frunció el ceño.
—¿Matarla? —los ojos de Virginia se abrieron como platos.
—¡Oh, no! —Bertolt se llevó las manos velozmente a las mejillas.
—Lucretia Cutter matará de hambre a millones de personas —Darkus sacudió la cabeza—. Todos morirán si no la detenemos.
—Todavía no lo hace —dijo Virginia—. Quizá cambie de parecer.
—¿Y si trata de matar a Novak, a Spencer o a papá? —Darkus bajó la mirada hacia la fotografía del Titanus giganteus. Le pesaba terriblemente la atrocidad de lo que estaban tratando de hacer—. Yo habría muerto en los premios de cine si los escarabajos no me hubieran rescatado.
Una visión de las mandíbulas gigantes de Lucretia Cutter acudió a su cabeza: su brillante boca negra e hileras de mandíbulas afiladas como agujas. Se estremeció con la memoria de su aliento, el hedor a fruta podrida y la sensación de caerse.
—También habría matado a Baxter si papá no lo hubiera salvado —miró a sus amigos—. Tenemos que estar preparados para lo peor.
—Si la matamos, Darkus —dijo Virginia en voz baja—, ¿acaso no seríamos asesinos?
Volteó a mirar a Bertolt.
—Pensaba que tu papá te había enseñado a proteger la vida—susurró Bertolt.
—Su vida no estaba en peligro en ese entonces —dijo Darkus—. Ahora está allá afuera, arriesgándolo todo para ponerle un alto a Lucretia Cutter.
—Pero no está tratando de matarla —respondió Bertolt.
—Darkus —Virginia clavó en él la mirada, con sus ojos marrones bien abiertos—, no creo poder matar a Lucretia Cutter. Digo, me encantan las aventuras, y sé que solía comer carne, antes de entender lo del cultivo sustentable y todo eso, pero, ¿matar a propósito? No estoy segura de poder hacerlo. Aunque Lucretia Cutter sea una escoria maligna —se mordió el labio—, yo no podría, sabes... jalar el gatillo.
—Yo podría, si tuviera que hacerlo —Darkus apretó los dientes—. Si intentara lastimar a papá.
—No lo tomes a mal —dijo Virginia, sacudiendo la cabeza—, pero no creo que seas el tipo de persona que pueda matar.
—Mi papá cuenta conmigo —Darkus oyó que le temblaba la voz, y tragó saliva.
Bertolt aferró la mano de Darkus en la suya.
—Recuperaremos a tu papá.
Virginia asintió.
—Y encontraremos la manera de detener el ejército de escarabajos de Lucretia Cutter, pero necesitamos que la arresten y que confiese sus fechorías. Es la única manera de limpiar el nombre de tu papá.
Darkus se cubrió el rostro.
—¡Argh! —gruñó—. ¿Saben cuál es la peor locura de todo esto?
—Eh, ¿absolutamente todo? —Virginia echó las manos al aire—. Digo, ¿una señora escarabajo demente que está tratando de tomar el control del planeta? Entiendo por qué nadie quiere creer que esté sucediendo.
—No. Lo más desquiciante es que, si Lucretia Cutter puede hacer todo esto con sus escarabajos —señaló hacia las fotos de los cultivos diezmados en los artículos de periódico que estaban pegados en la pared—, sólo imaginen las cosas buenas que podrían hacer esos escarabajos bajo las órdenes de alguien que no quisiera conquistar el mundo: imaginen lo que harían si los dirigiera alguien que quisiera sanarlo.
Darkus oyó el tintineo de unas llaves, una puerta que se abría y luego unas pisadas en las escaleras. El tío Max, vestido con sus pantaloncillos de safari, camisa y sombrero, entró dando tumbos al cuarto, seguido por Motticilla Braithwaite, bajita, regordeta y con anteojos. Ella llevaba los brazos cargados con mapas enrollados.
—Volví —saludó el tío Max a los niños—, y traje a Motty y a Iris. Iris está preparando el té.
—Hagan espacio en la mesa —ordenó Motty, mientras ondeaba sus tres papadas—. Traje un mapa de Sudamérica para que lo vean.
—Vino la policía —dijo Darkus, mientras él, Virginia y Bertolt se hincaban alrededor de la mesa—. No los dejé entrar, pero querían hablar con nosotros.
—No me digas... Bueno, pues tendrán que esperar.
—Dijeron que volverían.
El tío Max señaló la piscina inflable de los escarabajos.
—¿Tendrán algunos buenos voladores a quienes podamos solicitarles que sean nuestros vigías?
Darkus asintió.
—Las mariquitas son las más veloces —levantó una mano, y tres escarabajos rojos con puntos negros aterrizaron en su palma. Se dirigió a la ventana y abrió un resquicio.
—Divídanse en dos grupos, uno para cada extremo de la calle —susurró—. Si ven una patrulla, que son los vehículos azules y blancos con luces que parpadean encima, vuelvan aquí tan pronto como les sea posible.
Cuando Darkus estudió los patrones de vuelo de los escarabajos, había entendido por qué Lucretia Cutter usaba a las mariquitas amarillas como espías. Alcanzaban alturas impresionantes a gran velocidad y podían cubrir largas distancias. Por suerte, desde que Lucretia Cutter había abandonado el país, casi no se habían visto sus mortales Coccinellidae amarillas.
El tío Max desenrolló el mapa de Sudamérica mientras Darkus tomaba asiento nuevamente.
—Si la policía vuelve, debemos estar fuera de aquí antes de que toquen a la puerta. ¿Ya han empacado todas las valijas?
Los tres chicos asintieron.
—Bien. Entonces, manos a la obra...
Extendió los bordes del mapa y los cinco se asomaron a verlo.
—Las coordenadas que escribió tu papá en los premios de cine, en ese trocito de papel... —el tío Max colocó un dedo en el mapa—, están aquí.
Los ojos de Darkus se movieron con impaciencia, en busca de información.
—¿Ecuador?
—En el noroeste —asintió el tío Max. Motty le entregó otro mapa que desenrolló y colocó encima del primero—. Éste es un mapa más detallado de la región.
Pasó un dedo por encima del mapa y otro por el lado izquierdo, y luego juntó los dedos.
—Y, si son confiables las coordenadas que el mayordomo francés le dio a tu padre, aquí es donde Lucretia Cutter construyó su Bioma.
Baxter bajó revoleteando desde el hombro de Darkus y marchó hasta el lugar que señalaba el tío Max.
—Parque Nacional Sumaco Napo-Galeras —leyó Bertolt. Newton destelló y titiló emocionado.
—Ahí es donde está papá —Darkus se quedó mirando la serie de líneas de contorno que sugerían que había que subir media montaña para llegar al Bioma.
—Revisé con todos mis contactos en los aeropuertos entre Los Ángeles y Quito, y no parece que Lucretia Cutter haya viajado en avión, cosa que tiene sentido si quiere pasar desapercibida —dijo Motty—. Y nadie la ha visto desde que se esfumó en el cielo después de los premios de cine.
—¿Desapareció? —preguntó Virginia.
Motty asintió.
—Si hizo el viaje completo en su Sikorsky S-92... —hizo una pausa ante las miradas perplejas en los rostros de los niños—, ése es su helicóptero; bueno, un Sikorsky S-92 sólo puede volar unos mil kilómetros antes de tener que cargar combustible. Le habrá tomado una buena cantidad de días llegar desde Los Ángeles hasta aquí —señaló el mapa—. Al menos cuatro o cinco días, y eso es sólo si hubieran parado apenas el tiempo necesario para cargar combustible, pero no habrían podido viajar con mal tiempo, y necesitarían paradas de descanso, y el piloto tiene que dormir y comer.
Ladeó la cabeza, y después de un segundo la inclinó hacia el otro lado.
—Estimaría que un viaje como ése, cuando estás tratando de evitar ser visto, y por tanto vuelas de noche, podría tomar diez u once días.
—Pero eso quiere decir —Darkus contó los días con los dedos de la mano. Lo atravesó un relámpago de optimismo— que papá apenas llegó.
Motty asintió.
La puerta de la sala se abrió e Iris Crips, vestida con una camisa floreada y un delantal azul marino y con el esponjoso cabello gris recogido hacia atrás, entró cargando una bandeja de té, jugo de naranja y galletas.
—¡Oh! Comenzaron sin mí —los regañó, mientras bajaba la charola.
Virginia se lanzó hacia las galletas.
—Lo lamento mucho, Iris —se disculpó el tío Max.
—Señora Crips, sabemos dónde está su hijo —dijo Darkus—. Spencer está en Ecuador.
—Está en el Parque Nacional Sumaco Napo-Galeras —Bertolt señaló el lugar.
—Eso queda muy lejos —la señora Crips se quedó mirando el mapa, pestañeando.
—No si tienes un avión —dijo Motty con voz suave.
—¡Nosotros lo tenemos! —Virginia se impulsó y quedó de rodillas, esparciendo migajas de galleta por todos lados.
—Primero tenemos que ir al CIE para hablar con los entomólogos —les recordó Darkus—. Papá dijo: “Vayan con los entomólogos; ellos les ayudarán”.
Miró al tío Max.
—Sí, necesitaremos su ayuda. No me cabe duda de eso —asintió el tío Max—. Cada día hay reportes de plagas nuevas de escarabajos y lo peor está por llegar, de eso pueden estar seguros. Lucretia Cutter apenas ha comenzado.
—¿CIE? —la señora Crips arrugó la frente.
—El Congreso Internacional de Entomología —explicó Bertolt.
—Comienza pasado mañana —dijo Darkus.
—Volaremos a Praga en la mañana para ir al congreso y luego saldremos directamente para Ecuador —dijo el tío Max—. Tenía pensado que pasáramos la noche aquí, pero si los cuerpos policiacos británicos decidieron que deberíamos ayudarles con sus indagaciones, preferiría no estar cuando vengan a tocar la puerta —contoneó las cejas—. Como que mi arresto podría echarlo todo a perder.
—¿Por qué habrían de arrestarte? —preguntó Darkus, pasmado.
—Bueno, pues no sólo era Barty el que estaba en Los Ángeles en los premios de cine, ¿cierto? Yo estaba ahí —miró a Darkus, luego a Virginia y a Bertolt—, y tú, y tú y tú.
—¿Quiere decir que podrían arrestarnos a todos? —dijo Bertolt con un chillido.
—Es posible —asintió el tío Max.
—Bien, vayan por sus valijas —Iris Crips se levantó y sacó las llaves del auto del bolsillo de su delantal—. Díganles a los escarabajos que entren a su valija. Todos vendrán a quedarse en mi casa.
Pusieron manos a la obra. Motty enrolló los mapas y Darkus acercó la valija abierta a un lado del chapoteadero.
—Todos adentro —dijo, apuntando hacia la madriguera de vasos de papel embutidos en el mantillo de roble dentro de la valija—. Lo más rápido que puedan.
Baxter revoloteó hacia abajo y aterrizó en la pared inflada de la piscina, retorciendo las antenas mientras los escarabajos del Campamento base se enfilaban frente a él.
El tío Max encajó el sombrero de safari en su cabeza.
—Y ahora, recuerden, no debemos dejar que nadie sepa la ubicación del Bioma, ni siquiera los amigos. No podemos siquiera sugerir que sabemos dónde está. La mitad del mundo busca a Barty y Lucretia Cutter en este mismo momento. Tenemos que asegurarnos de llegar a ellos antes de que alguien más lo haga.
—Pero ¿por qué no le dicen a las autoridades dónde está? —preguntó la señora Crips—. Dejen que ellos se encarguen de ella.
—Porque, Iris, existe la posibilidad de que arrojen una lluvia de explosivos sobre el lugar y lo hagan volar por los cielos —respondió el tío Max—. No queremos poner en riesgo las vidas de Spencer y Bartholomew, ¿o sí?
—O de Novak —agregó Bertolt.
—¡Oh! —Iris Crips sacudió la cabeza con vehemencia—. No, ¡no queremos eso!
—No tienes por qué parecer tan alarmado, Darkus —el tío Max le sonrió—. Estoy bastante seguro de que Lucretia Cutter anticipa las represalias. Tendrá todos los ojos puestos en los cielos, y su Bioma estará protegido.
—¿Eso crees? —preguntó Darkus, y sintió cómo se intensificaba el nudo de temor en su vientre.
—Sí, eso creo, y la amenaza nos concede ventaja.
—¿Nos la da? —Bertolt se veía tan asustado como se sentía Darkus.
—Sí, estaremos en el terreno, aparentando ser una pequeña e inocua familia que se encuentra de vacaciones.
—Una familia de aspecto bastante extraño —masculló Virginia.
—Exactamente —asintió el tío Max—. Y es por eso que nadie sospechará de nuestra misión para salvar al mundo.
CAPÍTULO CUATRO
Henrik Lenka
—Estamos aterrizando, Madame —Gerard gritó por encima del latido rítmico de las aspas del helicóptero y el repiqueteo de la lluvia torrencial que sonaba a metralleta.
—Bien, dile a Lenka que salga a recibirnos —respondió Lucretia—. Craven, Dankish, ustedes vayan directamente al domo de seguridad y encárguense de los preparativos ante cualquier clase de ataque sobre el Bioma. Usen a los escarabajos cíborg.
—Sí, señora —ladró Craven.
—¿Lenka? ¿Henrik Lenka? Dijiste que ya no trabajabas con él —Barty hizo su mejor esfuerzo para sonar molesto—. ¿Estás tratando de provocarme celos?
—No trabaja conmigo. No en el laboratorio. Tiene una imaginación limitada y un apego de pésimo gusto por tener dinero —respondió Lucretia—. Lo eché del equipo de investigación cuando descubrí que estaba hablando con una periodista llamada Emma Lamb. Iba a contarle mis secretos.
—Entonces no ha cambiado en absoluto —sentenció Barty irónicamente, y Lucretia soltó un bufido.
—Debí matarlo, pero imploró clemencia, y en honor a los viejos tiempos, lo dejé con vida. No podía permitir que se marchara y le contara al mundo lo que estoy haciendo, así que lo hice jefe operativo en el Bioma —una nota de diversión surgió en su voz—. Se encarga de las operaciones sanitarias —soltó una carcajada—. Lo obligo a limpiar los retretes.
Barty sintió que el estómago se le vaciaba cuando el helicóptero tocó tierra. Alguien le arrebató la bolsa de arpillera de la cabeza. Parpadeó y entrecerró los ojos mientras se le ajustaban los ojos a la súbita luz del día.
—Llegamos —Lucretia Cutter lo miró duramente con sus ojos compuestos y sin fondo. Había decidido prescindir de las gafas de sol desde la ceremonia de los premios de cine—. ¿Te gustaría ir a saludar a tu viejo amigo?
—Jamás he llamado amigo a Henrik Lenka —respondió Bartholomew. Levantó las manos amarradas—. Quizá puedas soltarme primero. Preferiría que Lenka no tuviera que disfrutar de mi encarcelamiento.
Lucretia extendió una garra y cortó las amarras con un movimiento.
—Aquí no hay necesidad de atarte —le dirigió una sonrisa negra como la tinta—. Si escapas, la jungla te matará mucho más dolorosamente de lo que yo podría hacerlo.
Craven, Dankish y Mawling saltaron del helicóptero hacia la lluvia torrencial. Gerard salió también, abrió un paraguas, dio la vuelta hasta la puerta de Novak y extendió las manos para ayudarla a bajar.
Lucretia Cutter se giró para enfrentarlo.
—¡No!
Gerard se quedó helado.
—Te mantendrás lejos de la niña. Eres sentimental, Gerard, lo he visto en tus ojos cuando la miras. Ya no puedes acercarte a ella.
Gerard dio dos pasos atrás e inclinó la cabeza.
Barty miró a Novak. Tenía el rostro en blanco, sin expresión.
Lucretia se giró hacia su guardaespaldas y chofer, quien bajó del asiento de piloto con un salto grácil.
—Ling Ling, lleva a la niña a las celdas.
Novak se levantó, bajó del helicóptero y pasó junto al mayordomo francés sin siquiera ofrecerle una mirada. Él extendió el paraguas mientras ella pasaba, y ella lo tomó.
Se abrió la puerta junto a Barty. Mawling lo sujetó del brazo y lo jaló hacia abajo, hacia el suelo.
—Agradezco la ayuda —Barty fulminó con la mirada al luchador musculoso de chaleco negro y camisa de camuflaje desabotonada—, pero soy bastante capaz de caminar.
Estaba por decir más, pero el espectáculo lo dejó sin habla. Al final del claro del helipuerto, acurrucado entre los luminosos verdes del follaje selvático, se elevaba un domo gigante de hexágonos de vidrio y acero. Del tamaño de un estadio, se extendía hacia las copas de los árboles. Barty divisó un domo, y luego más domos satelitales acomodados a cierta distancia del edificio principal. Se quedó mirándolos, maravillado, mientras un río de lluvia caía de los cielos y lo empapaba hasta los huesos.
Mawling gruñó y le dio un empujón. Barty avanzó a tumbos, entonces Lucretia lo alcanzó.
—¿Qué opinas? —gorjeó—. ¿No es el lugar perfecto para un laboratorio?
—Es increíble —susurró él.
Ella avanzó con largas zancadas hacia el domo, impaciente, y Barty apresuró el paso detrás de ella.
—Es imperceptible desde arriba —declaró ella—. Y lo que estás viendo —gesticuló con el brazo hacia el domo— es apenas la punta del iceberg. Dos terceras partes de las instalaciones están bajo tierra.
—¿Dos terceras partes? —Bartholomew miró alrededor suyo, incrédulo. No había una entrada obvia al Bioma. Estaba lleno de plantas y ceibas imposiblemente altas, centenarias, que crecían entre el domo central y los seis domos exteriores más pequeños.
Cuando Lucretia Cutter alcanzó la orilla de la pista de aterrizaje, en el suelo se abrió un agujero rectangular del tamaño de una camioneta. Una puerta invisible cubierta de hierba se hundió y se deslizó de la vista para revelar un túnel inclinado. Las luces se encendieron titilando mientras Lucretia Cutter descendía por ahí.
Barty la siguió, abandonando la lluvia torrencial, y llegó a un piso en piedra blanca. Las paredes del túnel estaban hechas de policarbonato blanco y brilloso, y el techo era un teselado de luces. Frente a ellos se elevó una gigantesca puerta hexagonal. En el umbral yacía un hombre alto con el cabello hirsuto color rubio platinado, una cara sin el menor rastro de humor y ojos azul hielo. Miró a Bartholomew Cuttle con odio patente.
—Henrik Lenka —dijo Barty, sin extender la mano para saludar—. Ha pasado mucho tiempo.
CAPÍTULO CINCO
Arcadia
Con largas zancadas, Lucretia Cutter pasó junto a Henrik Lenka, quien dio la espalda a Barty y se apresuró junto a ella.
—Lucy, qué gusto que estés de vuelta en casa. Yo...
Ella lo silenció con un movimiento de mano.
—Prepara la suite Hércules en el domo residencial. Asegúrate de que Bartholomew esté cómodo ahí. Consigue todo lo que pida. Y, Henrik... sé amable con nuestro huésped.
Barty los siguió uno o dos pasos detrás.
—¿La suite Hércules? —gruñó Henrik.
—Es lo que dije. Andando.
—¡Pero necesito oír lo que pasó en los premios de cine! ¿Lo hiciste?