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La boda del año Abby Green ¡Era la boda del año! Cuando el magnate griego Alexandros Kouros se casó con Kallie Demarchis, la prensa mostró al mundo una pareja enamorada… pero detrás de esa idílica imagen había una historia muy diferente. El amor no había tenido nada que ver en aquella boda; Kallie se había casado porque era la única manera de salvar el negocio de su familia. Sabía que tarde o temprano Alex se vengaría de ella por aquel error que les había destrozado la vida a ambos… Más allá del olvido Kate WalKer Después de un accidente de coche, Andreas Petrakos tenía amnesia. Lo último que recordaba del año anterior era su apasionado romance con Rebecca Ainsworth. Rebecca volvió a la isla griega en la que Andreas se estaba recuperando, pero como le habían dicho que debía recuperar la memoria poco a poco, se vio obligada a ocultar la verdad. Finalmente, Andreas recordó que había echado de casa a Rebecca hacía un año, exactamente el día de su boda… por un motivo que sólo él conocía.
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Seitenzahl: 427
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 383 - 20.7.18
© 2007 Abby Green
La boda del año
Título original: The Kouros Marriage Revenge
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
© 2007 Kate Walker
Más allá del olvido
Título original: The Greek Tycoon’s Unwilling Wife
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-932-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
La boda del año
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo
Más allá del olvido
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
KALLIE, tienes que decirle esta noche que lo amas. Si no se lo dices, nunca lo sabrá. Vuelves a casa dentro de dos días, y el próximo año estarás en la universidad o trabajando… ésta es tu última oportunidad de contarle a Alexandros cómo te sientes –le exhortó Eleni, la prima mayor de Kallie.
En ese momento, en algún oscuro lugar de su mente, Kallie se preguntó por qué Eleni se preocupaba tanto, pero se sintió mezquina y reprimió el pensamiento. ¿Acaso Eleni no había sido su confidente? ¿No la había escuchado hablar de Alexandros con entusiasmo durante años todas las vacaciones de verano? Eleni sólo la estaba ayudando.
–Pero, Eleni, no lo he visto desde hace mucho tiempo –respondió con la voz insegura por los nervios–. Ahora siempre está en Atenas.
«Y un tanto distante, lo que es algo nuevo en él».
–No importa –contradijo Eleni con vehemencia–. Siempre ha sentido debilidad por ti. Sigue siendo el mismo, la única diferencia es que ahora está forrado.
Kallie tragó saliva. «Y se ha hecho un hombre… va a reírse de mí».
–Vamos, Kallie, no te acobardes ahora.
Ella miró a Eleni. Tenía aquella expresión de impaciencia que siempre le había asustado un poco.
Kallie asintió nerviosa con la cabeza. El corazón le latía con tal fuerza que parecía que se le iba a salir del pecho. Allí estaba él. Por encima de la cabeza de Eleni podía ver a Alexandros Kouros. Veinticinco años y espectacularmente guapo. Tenía el cabello levemente rizado a la altura del cuello, tal vez algo largo, y de un negro tan intenso, que casi parecía azulado bajo las lámparas. Sus pronunciadas y masculinas facciones eran irresistibles para Kallie.
Sobrepasaba el metro noventa de estatura, con unas espaldas y unos pectorales formidables. Su cuerpo era atlético y poderosamente masculino. Algunas veces Kallie se asustaba de lo que sentía cerca de él; era algo que no podía controlar ni tampoco entender plenamente.
Se encontraban en la suntuosa residencia que la familia de Alexandros poseía justo al lado de la de la abuela de Kallie, en las colinas que dominan Atenas, donde Kallie pasaba siempre las vacaciones veraniegas. Cada año, la fiesta con que se despedían del verano en la finca de los Kouros era lo más destacado del ambiente social del lugar. La Naviera Kouros era una de las compañías más importantes del mundo. Y desde el prematuro fallecimiento de su padre dos años antes, Alexandros había tomado el control de la empresa.
–Kallie, te va a ver siempre como una amiga salvo que vayas y hagas algo.
–Ya lo sé –Kallie estaba angustiada. Volvió la atención a la sala. Nunca había hecho nada tan osado. Normalmente prefería esconderse tras un libro o quedarse soñando en la hamaca situada al fondo del jardín de su abuela. Ni siquiera estaba segura de si quería hacerlo. De pronto vio a Alexandros cruzar la sala, agarrar una botella de una mesa y desaparecer. Eleni la estaba observando.
–Kall, no le des más vueltas, ahora o nunca. Si no lo intentas te vas a arrepentir toda tu vida. Cuando lo vuelvas a ver ya estará casado y tendrá tres niños…
Aquella idea la hizo sentirse físicamente indispuesta… o quizás era el vino que Eleni no dejaba de ofrecerle para infundirla valor. Eleni sostuvo otra vez el vaso. Kallie hizo un gesto con su cabeza. Sólo con verlo sentía nauseas. Aquélla era la primera vez que había tomado alcohol y no estaba segura de que le gustara.
–Vamos, Kallie. ¡Ya!
Impulsada por algo más poderoso que ella, aunque acaso fuera el vino y la sensación de que era el momento, Kallie avanzó entre la gente como en un sueño. Atravesó la puerta por la que se había marchado Alexandros y salió al patio. Notó cómo una cálida brisa la acariciaba. Estuvo a punto de volver sobre sus pasos, pero al ver a Eleni en la puerta pensó que no había vuelta atrás.
Al principio no consiguió ver a Alexandros. Estaba tapado por un árbol cuyas ramas caían hasta las piedras de aquel magnífico jardín. Por fin lo encontró. Se había quitado la chaqueta, y su cuerpo alto y atlético descansaba contra el muro. Kallie sintió mariposas en el estómago. Su cabeza daba vueltas y sus pensamientos fluían desordenadamente mientras se acercaba a él.
«Es ahora o nunca. Si no lo hago, entonces él nunca sabrá lo que siento». Contuvo la respiración y dio unos pasos hacia donde el árbol dejaba entrever una especie de claro. Ajena a los lejanos sonidos de la fiesta, el corazón le latía apresuradamente. Alexandros estaba de espaldas, pero ella pudo ver que estaba bebiendo de una botella que tenía en la mano. Debió de hacer algún ruido porque él se giró.
–¿Quién anda ahí? –Kallie dio unos pasos hacia él–. Kallie, ¿eres tú?
–Soy yo –respondió, dejándose ver.
–Deberías volver adentro con los demás –dijo mientras se apartaba.
Se sintió dolida por su evidente deseo de estar a solas, por su rechazo. Entonces, un poco tarde, cayó en la cuenta de que había estado de un humor extraño durante toda la noche, ensimismado, como si le acuciase algún problema, lo que en ese momento resultaba aún más claro.
Habiendo llegado tan lejos, Kallie hizo oídos sordos y siguió caminando hasta ponerse casi a su lado. La deslumbrante vista de Atenas se extendía a sus pies. Su corazón palpitaba tan deprisa, que se sintió algo mareada.
–Me gustaría quedarme, si no te importa.
Él se encogió de hombros y tomó otro trago de la botella. Kallie se la arrebató por sorpresa y bebió de ella antes de que él pudiera evitarlo. Tosió y escupió al sentir cómo el alcohol le quemaba la garganta. Él le dio unas palmaditas en la espalda y la ayudó a sentarse en la parte baja del muro, junto a él. Una sonrisa burlona se dibujó en su rostro.
–¿Qué pensabas, que era vino?
Kallie dejó escapar algunas lágrimas, lo que por un momento la puso nerviosa.
–¿Qué era eso?
–Ouzo.
Sintió un estremecimiento al darse cuenta de que estaban muy cerca el uno del otro. La musculosa pierna de Alexandros estaba peligrosamente cerca de la suya. Él puso su abrigo sobre los hombros de Kallie, y ella tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse, para no cerrar los ojos e inhalar su olor hasta el fondo de los pulmones. Sin moverse, permanecieron sentados en silencio durante unos largos minutos. El ambiente parecía hacerse más denso alrededor de ellos, la tensión aumentaba, y Kallie se preguntó, cada vez más agitada, qué podía decir, cómo romper aquella atmósfera. Pero Alexandros se volvió de pronto hacia ella.
–Kallie… ¿por qué has salido aquí fuera? Deberías regresar, está oscureciendo.
Ella lo miró con una expresión de dolor.
–Yo, sólo… –balbuceó–. No me importa sentarme aquí contigo.
Él dejó escapar una leve protesta.
–Lo siento… no soy la mejor compañía esta noche.
Ella puso una mano en su brazo y lo miró.
–¿Quieres contarme lo que te preocupa?
Él la estuvo observando durante un buen rato, y a ella se le hizo un nudo en el estómago. Alexandros parecía estar librando alguna lucha interior. Entonces sucedió. Tomó un mechón del pelo de Kallie y dejó que se deslizara entre sus dedos. Kallie se quedó sin respiración.
–El color de tu piel es asombroso, ¿lo sabes?
Kallie hizo una mueca; no sabía dónde meterse.
–Es horrible. Me ruborizo con demasiada facilidad.
«Y estoy muy gorda», pensó. Cualquier inseguridad emergía a la superficie con demasiada facilidad. Él negó con la cabeza.
–No, lo que pasa es que tienes el color de tu madre. El típico rubor inglés.
–Mi padre dice que por eso se enamoró de ella.
En ese momento algo pasó por la cabeza de Alexandros, y éste soltó el pelo de Kallie. El instante mágico se había esfumado. Entonces ella supo que ella ya no tendría valor para hacerlo. Debería haberlo dejado en paz para que luchase a solas con sus demonios.
–Me vuelvo adentro.
Ella se incorporó, pero dio un traspié. Los brazos de Alexandros acudieron en su ayuda, apresándola contra su pecho para recuperar el equilibrio. Su deseo de marcharse se desvaneció en aquel instante. Ella tenía las manos contra su poderoso pecho. Podía sentir los latidos regulares. Su aroma la rodeó. Ella elevó los ojos para adentrar su mirada en aquellas profundidades oscuras e impenetrables hasta abandonarse, incapaz de disimular el flagrante deseo que manifestaban sus ojos. Se encontraba inmersa en un mar de sensaciones tan intenso, que había perdido todo sentido de la realidad, del espacio y del tiempo.
Levantó indecisa una mano y con un dedo tembloroso dibujó el sensual contorno de la boca de Alexandros. Podía sentir la respiración de él contra la palma de su mano.
–Kallie, ¿qué haces?
Lo miró directamente a los ojos y por primera vez en su vida se sintió valiente, llena de algún tipo de poder femenino desconocido e inexplorado. Sin ser consciente de cómo había reunido el coraje, simplemente repuso:
–Esto –y se levantó, cerró los ojos y presionó con sus cálidos y suaves labios los de él.
Al principio él se quedó estático. Kallie sintió cómo algo se movía dentro de ella, un intenso y doloroso deseo. Comenzó a albergar una esperanza: él no la apartaba, pero ¿la besaría? Sus labios se movieron tentativamente contra los de él. Entonces, de forma abrupta, su mundo entró en erupción. Él la apartó de un empujón, y Kallie, mareada por el alcohol, casi se cayó hacia atrás, pero los reflejos de Alexandros reaccionaron a tiempo para sujetarla.
–¿Qué demonios crees que estás haciendo?
Él la soltó y, de alguna forma, Kallie se las arregló para guardar el equilibrio. Un chorro de calor subió hasta su pecho para extenderse por todo su cuerpo, pidiendo a gritos ser liberado.
Pero la forma en que Alexandros la miraba, horrorizado, lleno de desprecio e incredulidad, la hizo sentirse muy mal.
–Yo… te estaba besando –contestó, vacilante.
–Ya lo sé, Kallie, no soy tonto –repuso, enojado.
–Lo siento –estaba avergonzada–. No sé qué… –se tropezó, y él la sujetó por los hombros.
–No, Kallie, dime qué demonios ha pasado. ¿Por qué me besaste?
–Porque… –lo miró: estaba tan hermoso bajo aquella luz crepuscular. Algo la quemaba en su interior, disipando su vergüenza. Tenía que decírselo, y tenía que hacerlo en ese momento–. Lo hice porque… –tragó saliva– te amo, Alexandros.
–¿Que tú qué? –él se enderezó. Todo su cuerpo se puso en tensión.
–Yo… te amo.
Ni un movimiento. Kallie vio cómo la miraba. La sorpresa inicial había dado paso a una expresión de desconcierto y, más tarde, de asco. Alexandros quitó bruscamente las manos de sus hombros.
–Mira, no sé qué es lo que quieres, Kallie, pero no me gusta. Esta noche voy a anunciar mi compromiso, y si alguien nos hubiese visto… Maldita sea. Mejor vete, Kallie.
Su cerebro había oído aquellas palabras, pero no las había registrado. ¿Compromiso? ¿Matrimonio? ¿Pero con quién?
Kallie sintió unas ganas absurdas de reír, pero enseguida se sintió ridícula. Se puso colorada, como una niña sorprendida, jugando a ser mayor vistiéndose con la ropa de su madre. De pronto fue plenamente consciente de lo poco esbelto de su figura y del vestido que llevaba puesto. Se lo había dejado Eleni, pues con él esperaba aparentar más edad, aunque en realidad le quedaba demasiado apretado. Tenía los labios rígidos y entumecidos, y el cuerpo frío.
–Lo siento, Alexandros… olvídalo. Olvida lo que ha pasado, olvídate de mí –se volvió y salió corriendo escaleras abajo, hacia el jardín, lejos del patio, lejos de todo. Oyó cómo la llamaba, pero no se paró, y él tampoco la siguió.
Las lágrimas descendían por sus mejillas, y cuando por fin se detuvo, se agachó y no dejó de llorar hasta que se le nubló la vista. Lloró por ser tan ingenua y por haber hecho caso a Eleni. No lograba entender qué le había sucedido. Quizás había sido la luna, o un ataque repentino de locura, o el vino… Qué absurdo haber creído que alguien como Alexandros Kouros iba a fijarse alguna vez en ella, y aún menos que iba a querer besarla. Sintió vergüenza cuando pensó cómo se había lanzado a él. Desde luego, de algo estaba segura: nunca más volvería a tomar ni una gota de alcohol.
Apesadumbrada, Kallie regresó sobre sus pasos. Para volver a su casa tenía que rodear el palacete de los Kouros, y al pasar por la terraza fue incapaz de resistirse a echar un vistazo al interior de la casa. La sala estaba en silencio. La numerosa y elegante concurrencia alzaba sus copas para brindar por la recién anunciada unión de Alexandros con la impresionante mujer que se encontraba a su lado, Pia Kyriapolous, la célebre modelo. Eran una pareja tan atractiva, que los ojos de Kallie se humedecieron de nuevo.
Al sentir un golpecito en el hombro, Kallie se dio la vuelta y vio a Eleni, que la miraba con unos ojos que hablaban por sí solos.
–Ay, Kallie, lo siento mucho –algo en la forma en que Eleni dijo aquellas palabras hizo que Kallie se quedase completamente inmóvil.
–Por favor, Eleni, dime que no sabías nada de esto.
–Te hice un favor, Kallie. ¿Acaso te habrías acercado a él de haberlo sabido?
«Por supuesto que no», pensó Kallie.
De nuevo se flageló a sí misma por ser tan ingenua, y en ese mismo instante supo que algo había muerto dentro de ella. Se alejó de allí, tanto física como mentalmente. Algo en el rostro de Eleni, algo que nunca había advertido antes, le hizo protegerse. Logró levantar la cabeza, del mismo modo a como lo se lo había visto hacer a su prima cientos de veces, por lo general cuando Alexandros estaba cerca, y encogiéndose de hombros, dijo:
–No pasa nada, Eleni. Apenas puedo competir con Pia, ¿verdad? –se las arregló incluso para esbozar una sonrisa–. Pero, como tú dijiste, al menos lo intenté, ¿no?
Y por primera vez en su corta vida, con todo el aplomo de que fue capaz, pasó página como un adulto, y se marchó de la fiesta, dejando atrás a su prima y a Alexandros.
Cuando Kallie se levantó a la mañana siguiente, el dolor del pecho no había remitido, y tuvo la horrible sensación de que tal vez todo había sido un sueño, aunque, por supuesto, todo había sido real. Su único consuelo era saber que Alexandros debía de estar en Atenas y que ella tenía que regresar a Inglaterra al día siguiente. Rogó que Alexandros se quedara en la capital griega hasta que ella se hubiese ido, y que nadie se enterase jamás de lo que había sucedido. Excepto Eleni, quien, al menos, pensó Kallie con alivio, no había sido testigo de su humillante fracaso.
Sin embargo, al bajar las escaleras se encontró con una escena de ruido y confusión. Su padre, hablando a gritos, estaba agitando un periódico delante de Alexandros.
–¿Cómo pudiste? Confiábamos en ti. Por amor de Dios, sólo tiene diecisiete años. Es poco más que una niña. ¿No tienes suficiente con casarte con una de las mujeres más hermosas de Atenas que tenías que liarte con Kallie?
Nadie la vio bajar las escaleras.
–He aparecido en las páginas centrales de toda la prensa sensacionalista del país y han hundido mi reputación como hombre de negocios. Gracias a tu hija, mi compromiso está roto.
La madre de Kallie, que tampoco la había visto bajar, se acercó a Alexandros y le dio una bofetada. La voz de la madre fue la primera en romper el silencio que siguió:
–Siempre supiste lo que mi hija sentía por ti… Eras como un hijo para nosotros.
Kallie se detuvo. No podía caminar, estaba paralizada. Sintió unas horribles náuseas. Debió de hacer algún ruido, porque todos se giraron hacia donde ella estaba.
No podía creer lo que acababa de presenciar, aquella violencia, y cómo su madre había expuesto sus más íntimos sentimientos a la vista de todos. Alexandros le arrebató el periódico de las manos al padre de Kallie. Al ver aquella expresión de ira y desprecio en su cara, ella quiso salir corriendo.
–Tú… –Alexandros no pudo continuar la frase.
–Kouros, sal de esta casa y no vuelvas nunca –le amenazó el padre.
Alexandros dio la espalda a Kallie y se encaró con él.
–Créeme, no quiero volver a veros, a ninguno. Especialmente a ella –le lanzó una mirada tan despreciativa, que ella retrocedió. Luego él abandonó la casa.
Kallie corrió tras él, desoyendo la llamada de sus padres para que volviera. Alexandros casi había llegado a la puerta que separaba las dos propiedades.
–¡Espera, Alexandros! ¡Espera!
Se paró de forma tan repentina, que casi se dio de bruces con él. Se volvió y, con sus poderosas manos, la agarró de los brazos. La expresión de su rostro ya no parecía de cólera, sino de tristeza. Aquello era si cabe más extraño. Ella intentaba encontrar una explicación.
–Creía que éramos amigos, Kallie. ¿Por qué lo hiciste? Has arruinado todo… ¿y sólo porque no te quería? –hizo un gesto de desaprobación con la cabeza–. Eras la única persona que no parecía esperar nada de mí. Confié en ti y me tendiste una trampa, contándolo todo.
¿De qué estaba hablando?
–No sé a qué te…
Él la interrumpió con una mirada furiosa y con una mueca de desagrado mientras recordaba el descaro con que lo había besado el día anterior. Si de algo estaba ahora seguro era de que nunca había llegado a conocer de verdad a Kallie Demarchis, ni tampoco a los padres de ella. La familia de Kallie había sido como una segunda familia para él y, no obstante, lo habían expulsado de sus vidas, de su casa, como a un perro. Había sido un tonto al confiar en ellos. ¡Pensar que él la había considerado inocente, pura… dulce!
–Has crecido mucho en estos dos últimos años, ¿verdad, Kallie? Actuaste como las demás. Te enteraste de mi compromiso y pensaste que podías inmiscuirte, que también podías intentarlo.
Tenía una expresión tan dura, que Kallie no sabía cómo no caía fulminada. Y todavía no había terminado.
–No me gustan las chicas de diecisiete años, y además, no tienes lo que necesito.
Le arrojó el periódico a la cara.
–Ah, y la próxima vez que quieras besar y contarlo, si intentas mantener tu identidad en secreto, es mejor no enviar la copia desde tu propia dirección electrónica. Eres una bruja, Kallie.
Incapaz de articular palabra, observó con la boca abierta cómo él desaparecía de su vista. ¿Su correo electrónico? ¿Besar y contarlo? Como en una horrorosa pesadilla, miró el periódico que había caído a sus pies. Estaba abierto por una página con una foto en blanco y negro de pésima calidad, como si hubiera sido tomada con la cámara de un teléfono móvil. Pero no había duda de que una de las personas que aparecían en la foto era Alexandros. El chico de oro del mundo de las compañías navieras. Y la mujer con los brazos alrededor de su cuello, desde luego no era Pia Kyriapolous. La chica de la foto no sería identificable para nadie salvo para aquéllos que la conocieran bien, y era claramente demasiado gordita para ser la famosa modelo. Un titular de escándalo. ¡EL NOVIO! ¡LA NOCHE DEL ANUNCIO DE SU COMPROMISO…!
El hotel Ritz, París, siete años después
ALEXANDROS Kouros estaba aburrido. Era como si una nube negra hubiese surgido de su propio interior cubriéndolo todo. No parecía darse cuenta de la opulencia que lo rodeaba. Era uno de los hombres más ricos del mundo y estaba hospedado en uno de los hoteles más lujosos. No prestaba atención a lo que se decía sobre él, y los halagos y las exageraciones le dejaban indiferente. De hecho, estaba acostumbrado a ellos desde hacía años, pero nunca les hizo demasiado caso, ya que nunca necesitó de la aprobación de los demás.
¡Es tan apuesto… tan joven! El magnate naviero más exitoso desde Onassis… Es aún más rico… El soltero más deseado…
Los constantes murmullos que le seguían a todas partes sólo aumentaban su tedio. Había alcanzado la cumbre del éxito; un lugar deseado por muchos, pero reservado sólo a unos pocos. Y lo había logrado con esfuerzo y trabajo, lo que aún era más satisfactorio. ¿Pero eso era todo? ¿Cómo podía sentirse así cuando tenía todo por lo que había luchado, cuando una palabra o una orden suya podían influir en el rumbo de la economía mundial? Y si eso no era lo que quería, entonces, ¿qué diablos era? De pronto le llegaron los ecos de un recuerdo lejano, de un viejo sueño desvanecido.
Entonces sintió cómo alguien le tocaba el brazo. No se trataba precisamente de un contacto suave, sino posesivo; de un contacto que le sacó de sus pensamientos para devolverle a la sala, a la mujer que tenía a su lado. Estaba considerada como una de las mujeres más atractivas del mundo y era la última en una larga lista de mujeres del mismo estilo que habían pasado por su brazo y por su cama.
–Cariño.
Estaba irritado, pero desgraciadamente las normas de la buena educación le impedían ignorarla. Se volvió hacia ella y le dirigió una sonrisa forzada al tiempo que se fijaba en el rubio platino de su pelo, que de repente le pareció demasiado chillón, en la cara excesivamente maquillada, en los destellos de avaricia que desprendían sus ojos. Al darse cuenta de que ya no la encontraba atractiva, en ese mismo momento tomó una decisión.
Isabelle Zolanz aún no lo sabía, pero estaba a punto de salir de su vida. Sintió cierto alivio por primera vez en varias semanas. La emoción de saber que sería libre de nuevo le ayudó a paliar aquel terrible aburrimiento. No deseaba pasar ni un minuto más con ella. De hecho, en ese mismo instante decidió llevarla a su casa para romper con ella.
Justo cuando estaba a punto de hablar, algo le llamó la atención. La sala estaba abarrotada, y en el pasillo, al otro lado de la misma, se encontraba una mujer. Era obvio que acababa de llegar. Estaba de puntillas, con el cuello estirado en busca de alguien. Durante un instante, cesó todo ruido en la sala. Él no podía apartar sus ojos de aquella mujer; se le puso la piel de gallina. El bullicio volvió enseguida.
Ella era extraordinariamente cautivadora, pero lo era de un modo que no podía explicar. Desde luego, no se trataba de una supermodelo, pero tenía algo que despertaba su interés. Era sólo de estatura mediana, pero bien proporcionada. Tenía una buena figura, quizás demasiado voluptuosa para su gusto, pero sentía hacia ella una atracción primitiva. El sencillo vestido negro con escote en uve atrajo su mirada a la cintura y a las curvas de sus pechos. Sobre el escote, una piedra preciosa pendiente de un colgante desprendía destellos al roce de la luz.
Alexandros se vio sorprendido por un irresistible deseo de dirigirse hacia ella, tomarla de la mano y conducirla fuera de allí para comprobar si aquella piel era tan suave y sedosa como prometía. El impulso era tan intenso, que notó cómo los pies se le movían en dirección a esa mujer. Quería tocar el lugar donde descansaba la joya. Y tuvo que admitir, contra su voluntad, pues no se consideraba una persona posesiva, que quería apartarla de los otros hombres que también se habían dado cuenta de su llegada. Ella era como un soplo de aire fresco en una habitación cerrada.
Su piel era muy blanca. El rostro, de facciones marcadas, tenía unos pómulos bien definidos y unos ojos almendrados ligeramente separados. Quería acercase para verlos de cerca y averiguar su color. El pelo, con mechas de color miel, caía suavemente ondulado sobre sus hombros, y el flequillo, peinado hacia un lado, unas veces escondía y otras dejaba al descubierto los enigmáticos destellos de sus ojos.
Él la siguió con la mirada mientras ella caminaba con un ligero y femenino contoneo de caderas. La curva interior de su espalda y aquellos bien torneados glúteos provocaron en Alexandros una súbita excitación que sus pantalones apenas podían disimular.
Estaba aún absorto en la contemplación de esa mujer cuando, al notar que alguien le tiraba del brazo, casi se sacudió de encima la mano responsable. Y sólo entonces recordó dónde estaba y con quién. Se sintió aturdido. Durante unos segundos en los que se había olvidado de todo, se había quedado como en trance. Había algo en aquella mujer, algo que era incapaz de precisar. De alguna manera le resultaba familiar, como si la conociera o la hubiera visto antes en otro lugar…
Haciendo un gran esfuerzo, apartó de ella su mirada y se fijó de nuevo en Isabelle. En su rostro se dibujó una suave sonrisa mientras recordaba cómo hacía sólo unos instantes había querido marcharse. Después de aquello, ahora la belleza de Isabelle era incluso más discordante.
–Perdóname –murmuró él–. Mañana tengo una reunión importante a primera hora. ¿Te importaría que nos fuéramos?
–En absoluto, cariño. Voy al guardarropa a recoger el abrigo –ella sonrió y apretó su brazo, creyendo desacertadamente que él deseaba quedarse a solas.
Alexandros no sintió ningún remordimiento por lo que estaba a punto de hacer. Una mujer como Isabelle Zolanz estaba acostumbrada a hombres como él. Él, por su parte, disfrutaba de la emoción de la conquista, pero últimamente, para ser francos, perdía el interés enseguida.
De forma inconsciente buscó a la otra mujer, pero ya había desaparecido. Hizo una ligera mueca. Después de todo, probablemente era lo mejor. Por muy hermosa que fuera una mujer, y aquélla tampoco era tan bella, sabía demasiado bien que construir castillos en el aire siempre terminaba en decepción. Eran todas iguales. En los ambientes en que se movía, no encontraba otro tipo de mujer. Sexo y dinero, eso era todo. Claro que él se manejaba en ese entorno a la perfección, tanto en la cama como fuera de ella.
Sin embargo, le surgió una duda: ¿estaba listo para ser libre de nuevo? Tener una amante le proporcionaba cierta protección, un respiro de los cansinos intentos de otras mujeres para llamar su atención. Entonces frunció el ceño. En realidad necesitaba a una mujer a su lado… pero también necesitaba algo más.
Kallie se abrió paso entre la multitud. Estiró el cuello, buscando a su tío. Cuando finalmente lo localizó, se acercó y le dio un beso en la mejilla.
–Lo siento, Alexei, me entretuve con el trabajo.
–No importa, cielo. Deja que te invite a tomar algo.
A Kallie le pareció que su tío estaba algo nervioso. Hablaba de forma acelerada y evitaba su mirada.
–Alexei…
De pronto, él la empujó detrás de una planta e intentó ocultarla con su cuerpo.
–¿Alexei…? –susurró Kallie. Sabía que su tío era un tanto dado al teatro, pero aquello era ridículo. Estaba actuando como si estuvieran en una mala película de espías–. ¿Qué diablos te sucede? –ella dibujó una amplia sonrisa y le susurró al oído–: ¿Nos estamos escondiendo de tu amante?
Él se volvió.
–Kallie Demarchis, tú sabes que yo nunca me fijaría en otra mujer.
–Estoy bromeando –le puso la mano en el hombro en un gesto tranquilizador–, pero estás actuando de forma muy extraña. ¿Crees que puedo dejar de ocultarme detrás de esta planta?
Él se puso pálido. Kallie no pudo disimular un gesto de preocupación.
–¿Qué ocurre? Me estás asustando.
–Kallie –la miró de nuevo y se aflojó la corbata– Alguien está aquí… alguien que no has visto en mucho tiempo… alguien…
–¿Quién? –preguntó ella, algo irritada.
Su tío evitó responder la pregunta.
–Intenté llamarte al teléfono móvil hace un instante, pero no conseguí comunicar, y luego me entretuvieron y no pude impedir que entraras antes de…
Ella intentó ser razonable y paciente.
–¿Antes de qué? Alexei, ¿por qué no querías que entrase? –vio cómo su tío tragaba saliva.
–Porque… bueno, porque… Alexandros Kouros está aquí.
«Alexandros Kouros», repitió ella para sí.
El ruido de la sala se convirtió en un zumbido en los oídos de Kallie. Apenas era consciente de cuanto la rodeaba. Notó cómo se le paralizaban los brazos y las piernas. Se le habría caído el vaso de no ser porque su tío lo atrapó a tiempo.
«Alexandros Kouros». Sólo era un nombre, se dijo a sí misma. Sólo un nombre, asociado a alguien muy famoso, muy rico, muy atractivo y muy influyente. Alguien que pertenecía a un mundo completamente distinto al suyo. Y, no obstante, era un nombre imposible de olvidar; el nombre de alguien que una vez había formado parte de su vida, casi como un miembro más de su familia. Nunca se hubiera imaginado que tendría que encontrarse de nuevo con aquel hombre. Y ahora él estaba allí, en algún lugar, tal vez a tan sólo unos pasos. Se sintió atenazada por el pánico. Su tío, que la tenía sujeta por las manos, la estaba mirando. Ella, completamente pálida, hizo un esfuerzo por regresar a la realidad.
–Kallie, cariño, lo siento mucho. La cosa es que no puedes estar aquí. Si él te ve…
Ella asintió, despacio, sin ni siquiera estar segura de por qué lo hacía, fijándose únicamente en las palabras: «si él te ve». No quería imaginarse ni por un instante cómo podría ser su reacción, ni qué aspecto tendría ahora, visto en persona.
Se sentía consternada por no sentir, simplemente, una curiosidad razonable, por darle excesiva importancia al hecho de coincidir en el mismo lugar con él y por preocuparse tanto de si se encontrarían cara a cara. Estaba sorprendida y asustada por la intensidad de su propia reacción, por la emoción a flor de piel después de todo el tiempo transcurrido. Nunca se había imaginado que todo aquello siguiera aún latente.
«Sólo fue un beso, por el amor de Dios», pensó, poco más que un beso. Sin embargo, había conducido a mucho más. Kallie se enojó consigo misma por no haberlo superado, pero entonces recordó con un repentino malestar que sin su estúpida intervención Alexandros nunca habría roto su compromiso con la mujer que amaba. ¿Cómo podría él haber olvidado que ella había sido la responsable del fracaso del llamado matrimonio de la década?
Su tío estaba cada vez más inquieto.
–Kallie, no te había querido decir nada hasta ahora porque temía que te fuera a disgustar. He vuelto a hacer negocios con él, aunque sólo después de que tus padres murieran, claro está. Ya sé que tu padre no lo habría aprobado, pero tenía que hacerlo. No tenía a nadie a quien recurrir, y cuando me concedió una cita… –soltó una breve carcajada nerviosa–. ¡A mí! Una cita. Parece que está dispuesto a olvidar el pasado, conmigo al menos. Ahora bien, de haberse tratado de tu padre, habría sido muy diferente… –se dio cuenta de que empezaba a tartamudear, y sujetó con más fuerza las manos de Kallie–. Pero si te viera…
Su tío se refería, claro está, al escándalo que sacudió Grecia durante semanas. La prensa se había cebado en la historia de Alexandros Kouros, aprovechándose de la joven hija del amigo de la familia. Justo cuando él estaba a punto de comprometerse con Pia Kyriapolous. Y aunque Kallie había hecho todo lo que estaba en su mano por defenderlo, nadie la había escuchado. Era demasiado golosa la tentación de representarlo como un villano y a ella como una pobre víctima inocente. Más inútil aún había sido el intento de Kallie por demostrar su propia inocencia en relación a la foto y a la historia que contaba la prensa. Sólo recientemente ella había descubierto quién había sido el verdadero culpable de todo. Por supuesto, la polémica se había evaporado hacía mucho. Además, desde la muerte de su abuela al verano siguiente, Kallie sólo había regresado a Grecia en un par de ocasiones, y nunca se había vuelto a topar con Alexandros.
El exagerado miedo de su tío la trajo de vuelta a la realidad. Sin duda, estaba preocupado de que todo su negocio se fuera a pique si Alexandros Kouros la veía y decidía vengarse.
–Alexei, de veras, no me importa qué tengas con él. Mira, yo me voy. Créeme, tengo tan pocas ganas de verlo como él debe de tenerlas de verme a mí. «Mentirosa. Te encantaría ver cómo ha cambiado después de todo este tiempo», pensó. El pulso se le aceleró con sólo pensarlo. Estaba a punto de abrirse la caja de Pandora, y Kallie no podía hacer nada para impedirlo. Tenía que salir de allí lo antes posible, así que dio un beso a su tío en la mejilla y se despidió.
–Te llamaré mañana, así podremos hablar con más tranquilidad.
Él asintió con alivio, y Kallie salió deprisa, con la cabeza gacha, sin mirar a izquierda o derecha, atenta sólo a abrirse paso entre la gente.
Casi en la puerta, tuvo que evitar a una camarera que llevaba una bandeja llena, y se chocó con la espalda de alguien. Ambos se giraron, y Kallie reconoció con espanto a un hombre muy alto y fuerte, con el cabello negro y rizado a la altura del cuello. Se le puso la piel de gallina y se preguntó cómo no había sido capaz de presentir el peligro. Al contrario, parecía que alguna fuerza maligna la había empujado directamente hacia la boca del lobo. Estaba paralizada.
ELLA miró hacia arriba, y sus ojos se toparon con esa profundidad oscura e inconmensurable que le resultaba familiar. Con aquel rostro indescriptiblemente hermoso; un rostro que ella conocía bien, porque había permanecido vívido en su recuerdo. Kallie se quedó con la boca abierta.
–Alexandros Kouros… –ni siquiera era consciente de que había pronunciado aquel nombre en voz alta. Era como si tuviera que decirlo para saber si lo que estaba viendo era real o sólo un producto de su imaginación. Pero estaba claro que no demasiado real.
–¿Nos conocemos? –se detuvo y, sorprendido, se giró del todo.
«¡Es ella! La mujer que he visto antes en la sala», pensó. Pero él la conocía.
La observó con detenimiento. Kallie hizo un esfuerzo por intentar marcharse.
–Lo siento –se dio media vuelta y, justo cuando creía que podía respirar tranquila después de haberse alejado unos pasos, sintió una fuerte presión en el brazo, y oyó una voz profunda, llena de asombrada incredulidad:
–¿Kallie Demarchis?
Ella cerró los ojos. Lo peor acababa de suceder. En ese momento deseó poder seguir caminando y alejarse de allí. La terrible humillación que había sufrido en el pasado perduraba de tal manera en su recuerdo que tuvo que abrir los ojos de nuevo para detener la catarata de imágenes que inundaban su mente. Sin otra opción, finalmente se giró hacia donde él estaba y lo miró.
–Sí –contestó, sin poder descifrar aquel rostro masculino.
Él desvió su mirada de la de ella para observarla nuevamente al detalle.
–Vaya, vaya, vaya. La pequeña Kallie Demarchis. Cómo ha crecido –hablaba casi para sí–. Tus ojos te delatan; son de un color peculiar, azul y verde. Aunque sólo por eso no creo que te hubiera reconocido. Debes de haberte retocado algo. Si no recuerdo mal, siempre te mostrabas insegura… pero desde luego ha merecido la pena.
Sólo cuando sus ojos se posaron insolentes sobre sus pechos, Kallie resopló, indignada, aunque, por otro lado, se sintió aliviada, ya que gracias a eso pudo salir del estado de shocken que se encontraba. Finalmente se las arregló para librase de la mano que le agarraba el brazo.
–¿Cómo te atreves? Claro que no me he retocado nada. Lamento haberme topado contigo, créeme, y estoy segura de que tú también estarás encantado de que me vaya.
–¿Y no sientes haber arruinado mi compromiso hace años… o haber arrastrado mi nombre por toda la prensa amarilla… o haberme humillado públicamente y haber conseguido que me arrojaran de tu casa como si fuera un vulgar ladrón?
Era demasiado esperar que pudiera haberlo olvidado. Sus mejillas se tiñeron de rubor.
Contra su voluntad, Alexandros tuvo que contener la respiración. Era una mujer magnífica… ¿y cómo lo había transportado de vuelta con tanta facilidad y rapidez a un tiempo que él creía olvidado para siempre?
Alexandros se sintió impresionado al estar cara a cara con la mujer que le había seducido hacía un instante en aquel mismo salón, por la fuerza que desprendía su belleza vista de cerca y, ahora, por el impacto de saber que ella era Kallie Demarchis, la chica despechada que casi destrozó su vida. Sólo que ya no era una chica, sino una mujer, una mujer muy sexy, una mujer que le estaba haciendo hervir la sangre de deseo. Era una reacción química instantánea.
Kallie había abierto la boca en ademán de hablar cuando de pronto apareció una rubia al lado de Alexandros que le tomó del brazo en evidente indicación de propiedad. ¿Y quién podía culparla? Incluso sin haberlo observado con detenimiento, no había ninguna duda de que era de lejos el hombre más apuesto de cuantos se encontraban allí. Un perfecto y poderoso espécimen de masculinidad, que irradiaba energía sexual por todos los poros de su piel.
Había sido un joven formidable, pero ahora era sencillamente irresistible. Los años habían dado fuerza a su figura, añadiendo madurez a sus facciones, que ahora eran más duras pero no menos atractivas. Poseía un encanto, un carisma sexual que sólo puede dar la edad, la seguridad y la experiencia. Sin embargo, su cabello aún conservaba los rizos que tenía cuando era más joven, lo que tuvo un efecto inquietante en Kallie. La voz de la otra mujer la devolvió a la realidad.
–Cariño, ¿no vas a presentarnos?
Alexandros no podía dejar de observar a Kallie. Una vez más había sido hipnotizado, hasta el punto de ignorar todo lo demás. Él también podía ver que Kallie estaba confusa, como si los dos hubieran olvidado que se encontraban en un lugar público, rodeados de gente. Pero tenía que atender a Isabelle. Kallie, no obstante, se adelantó antes de que él pudiera decir nada, dirigiéndose en exclusiva a Isabelle.
–Por favor, discúlpeme. Estoy buscando a una persona y tengo que encontrarla antes de que se vaya. Fue… un placer volver a verte, Alexandros –dicho lo cual se marchó y se perdió entre la gente.
No le fue nada fácil resistirse al deseo de ir tras ella. El agudo y punzante sentimiento de hastío que Alexandros había sentido antes ya había desaparecido, como si le hubieran insuflado la energía vital y el deseo que le faltaba. La clase de deseo que no había sentido en mucho, mucho tiempo, el deseo elemental de realizarse por completo. No podía creer que ella hubiese irrumpido de aquella manera en su vida, como una jugosa y suculenta fruta.
No había pensado en ella desde hacía años, y sólo de forma efímera se le había pasado por la cabeza tras retomar la relación con su tío recientemente. De hecho, después de la entrevista con Alexei, se alegró al creer que había superado todo aquello… hasta ahora.
«Kallie Demarchis». No podía dejar de repetir aquel nombre en su cabeza. ¿Cómo imaginar que sería ella quien avivase las moribundas brasas de su deseo? ¿Cómo imaginar que tendría la oportunidad de hacer algo para vengarse de aquel acto mezquino y despreciable que protagonizó hacía siete años? Un acto cuyas consecuencias fueron más vastas de lo previsible y por el cual nunca tuvo que rendir cuentas a nadie. Curiosamente, y a pesar del tiempo transcurrido, le invadió un renovado sentimiento de rencor e ira.
Esa rabia inicial enseguida se transformó en energía. No podía haber sido más oportuno aquel encuentro con Kallie. Era el revulsivo que necesitaba. Tenía claro que, de existir algo como el karma, tenía que parecerse a aquello. Estaba dispuesto a no dejar pasar la oportunidad.
Dos días después, Kallie observó la luz parpadeante del interfono que indicaba el aviso de su secretaria personal.
–Kallie, Alexandros Kouros está en la línea uno.
Le dio un brinco el corazón. De algún modo, había tratado de convencerse durante las cuarenta y ocho horas anteriores de que en realidad no lo había visto; de que había sido una especie de mal sueño. Intentó decir algo, pero fue incapaz. Haciendo un gran esfuerzo, consiguió liberarse de la inercia que la paralizaba y recuperar el control de su cuerpo.
–Gracias, Cécile. nodadaPásamelo ahora –descolgó el teléfono, presionó el botón correspondiente y respiró hondo–. ¿Hola?
–Kallie –su voz sonó firme y enérgica.
–Alexandros –se maravilló de lo tranquila que parecía estar: la procesión iba por dentro. La traicionera llama del deseo que se había encendido al momento de encontrarse con él aún no se había apagado, y eso la asustaba. ¿Qué es lo que quería? Kallie giró sobre su silla sin prestar atención a la vista de París que se podía contemplar desde su ventana, en un tercer piso.
–¿Qué puedo hacer por ti, Alexandros? Estoy segura de que ésta no es una llamada social.
No era normal que el más poderoso magnate naviero del mundo llamara a su pequeña firma anglo-francesa de relaciones públicas.
El ligero acento de su voz acarició el oído de Kallie.
–Fue toda una sorpresa verte la otra noche. ¿Cuánto tiempo ha pasado, seis años?
–Siete –su respuesta fue demasiado rápida y precipitada. Agarró el teléfono con más fuerza, confiando que él no lo hubiera notado. Lo que dijo a continuación pareció tranquilizarla.
–Sentí mucho lo de tus padres.
Ella estaba cada vez más perpleja. El padre de Kallie lo había expulsado de su casa, la madre lo había abofeteado y él le había dicho que no quería volver a verla nunca más. Como si le hubiera leído el pensamiento, Alexandros añadió:
–A pesar de lo sucedido en el pasado, Kallie, sentí mucho sus muertes.
El impacto que le produjo a Kallie oír su voz estaba remitiendo.
–Bueno… gracias. ¿Qué… qué puedo hacer por ti, Alexandros? –repitió ella.
Durante un largo momento, se quedó callado. Ella estaba a punto de volver a repetir la pregunta cuando él, con una tranquilidad impresionante, respondió:
–Quiero que cenes conmigo esta noche.
Kallie apartó un segundo el teléfono del oído y lo miró, asombrada. Estaba segura de que Alexandros quería algo. No era lógico que alguien como él quisiera cenar con ella. Era una persona que viajaba por todo el mundo en su jet privado, firmando contratos de miles de millones de dólares, que se reunía con jefes de estado y salía con lo que parecía una lista interminable de modelos y actrices, como Isabelle Zolanz. Estaba claro que alguien así no saldría a cenar con nadie a quien despreciara, especialmente si ese alguien había arruinado su oportunidad para tener un matrimonio feliz, e incluso, según contaban algunos, la posibilidad de una importante fusión empresarial con la compañía naviera de la familia de la novia, aunque ese detalle no podía confirmarlo. Cuando sucedió todo, Kallie había intentado mantenerse alejada de lo que la prensa decía sobre el escándalo, y en Inglaterra, al menos, el tema no había estado tan presente en las noticias.
–No sé por qué, pero en realidad creo que no quieres, Alexandros.
–En absoluto, Kallie, sí que quiero. Me gustaría charlar contigo, ponernos al día después de todo este tiempo –repuso él, con extremada facilidad, como si hubiera anticipado la respuesta de Kallie.
Ella se sintió algo mareada. Aquello tenía que ser una broma de mal gusto. Estaba jugando con ella.
–Alexandros, no quiero salir a cenar. En su momento dijiste que no querías volverme a ver.
–Bueno, he cambiado de parecer.
–¿Por qué? –le preguntó en un tono casi suplicante.
–Digamos que me debes al menos esto, ¿no crees?
Kallie cerró los ojos. ¿Qué podía decir? Desesperada, pensó en cualquier excusa, pero como si él estuviera leyéndole el pensamiento, su envolvente voz se dejó oír al otro lado del hilo telefónico:
–Tuve una agradable conversación con tu ayudante. Fue de gran ayuda al informarme lo despejada que tenías la agenda esta noche.
Kallie maldijo en silencio a Cécile. Ya no podía contener esa parte de sí misma que se moría de curiosidad, que quería aceptar la invitación. No tenía ningún pretexto para rehusarla, y seguir luchando era invitarle a continuar una conversación que podría llevarlos donde ella no quería ir.
–Parece que no tengo elección –dijo con desgana–. Termino de trabajar hacia las seis de la tarde. ¿Cuándo te vendría bien?
–He reservado una mesa a las ocho en el Hotel Crillon, en la Plaza de la Concordia. ¿Te recojo… o envío a mi chófer?
Kallie pensó en su pequeño piso en el barrio de Marais y se apresuró a responder:
–No, no hay necesidad. Nos encontramos allí.
–Como quieras. A las ocho, entonces. Te esperaré en el bar.
ALEXANDROS colgó el teléfono. Vestido con unos pantalones y una camisa italianos hechos a medida, se acercó a la ventana de su despacho y metió las manos dentro de los bolsillos. Aquello tensó la tela de los pantalones, marcando sus glúteos. Otro tanto hacía la camisa con sus anchas espaldas. Su impresionante y masculina silueta se recortaba contra la ventana. Pensó en la otra noche, aún vivas las secuelas del encuentro con Kallie. Recordaba la impresión que le produjo descubrir cómo había cambiado, y también el deseo que recorrió todo su cuerpo al verla; un deseo renovado con sólo escuchar su voz al teléfono.
Había sido más difícil de lo que pensaba librarse de Isabelle. Probablemente ella había fantaseado con la posibilidad del matrimonio. Le llevó dos noches, más joyas y una cena en el mejor restaurante de la ciudad.
Todo el mundo, tarde o temprano, lo había traicionado. Incluso su propia familia. Pero nunca se lo hubiera imaginado de Kallie. Ella lo había arrojado de su casa, le había arruinado la boda y dejado su nombre a la altura del betún. Al usar su dirección de correo electrónico para enviar la foto y la historia, no había duda de que Kallie quería mofarse de él. E incluso tuvo la desfachatez de revelar al periódico detalles tan íntimos, que sólo ella podía conocer, pues era la única persona a quien se los había confiado. Una severa mueca se dibujó en su rostro. Los buitres que ya habían olido una posible debilidad a la muerte de su padre habían estado rondando durante mucho tiempo, y casi lo consiguieron. Tenía que reconocer que, cuando él le contó aquellas cosas, dos años antes del episodio que supuso el escándalo, su padre aún no había muerto y ella sólo tenía quince años. En aquel entonces, él todavía no había visto sus sueños destrozados por la dura realidad ni por haber sido tan abierto y confiado. El hecho de que ella hubiera guardado las conversaciones que mantuvieron como amigos para usarlas de esa forma le revolvió el estómago. Aquel periodo supuso un punto de inflexión en su vida; y no volvió a permitir que nadie se le acercara tanto. Desde entonces, funcionaba por su cuenta y no necesitaba a nadie.
Dio un puñetazo en la pared. ¿Cómo podía ella haber cambiado tanto de esa manera en tan sólo dos años? Cerró los ojos y se hizo las mismas preguntas una y otra vez. La cuestión era clara: había sido traicionado. No había significado otra cosa para los demás que un medio de ganar dinero. Cuando aquel día volvió las espaldas a Kallie, también lo hizo a muchas otras cosas.
«¡Basta!», se dijo. Kallie Demarchis estaba a punto de averiguar lo que significaba cruzarse en el camino de Alexandros Kouros. Había llegado el momento de que sufriera en sus carnes lo que él había padecido.
Su cabeza regresó al plan que había empezado a urdir desde que la vio de nuevo. Era cierto que nunca había sentido especial pasión por la venganza. De hecho, pensaba más bien que, al poner al descubierto las emociones, podía constituir una debilidad frente al enemigo. Y eso era parte del secreto de su éxito en los negocios, parte de la razón por la que se hallaba en la cima, habiendo llegado aún más lejos que su padre.
Recordó cómo había dudado sobre si recibir o no a Alexei Demarchis cuando éste acudió a él en busca de ayuda. Sonrió de forma inexorable. Había tomado la decisión acertada. El destino así se lo acababa de confirmar. Ahora estaba dispuesto a repensar su visión de la venganza… especialmente cuando resultaba tan tentadora.
Kallie observaba las calles por las que pasaba. Normalmente nunca tomaba un taxi. El metro cubría de sobra sus necesidades, pero un problema de última hora en la oficina y la avería de un tren le dejaron un margen demasiado justo para llegar a las ocho al Hotel Crillon. Estaba de los nervios y tenía las manos húmedas, así que se las pasó por el vestido sin darse cuenta. ¿Cómo sería volver a ver a Alexandros? Él era incluso más apuesto de lo que había imaginado. Las duras y masculinas facciones de su rostro se le habían quedado impresas en la retina. Le había parecido aún más alto. Más de un metro noventa de puro músculo. Sintió un estremecimiento de un genuino deseo, e intentó apartar su pensamiento de sus atractivos físicos.