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La caja oblonga es un cuento de Edgar Allan Poe, fue publicada por primera vez en 1844, trata de una travesía marina y una misteriosa caja.La historia se inicia con un narrador sin nombre que relata una travesía marina estival desde Charleston (Carolina del Sur) a Nueva York a bordo de buque Independence. El narrador se entera que su ex compañero de universidad Cornelius Wyatt está a bordo con su mujer y dos hermanas, aunque ha reservado tres cabinas. Después de conjeturar que la habitación adicional era para un sirviente o para equipaje extra, se da cuenta que su amigo ha comprado a bordo una caja de pino oblonga y se dio cuenta al final de que la esposa había muerto y la llevaba en la caja.
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EDGAR ALLAN POE
Hace años, a fin de viajar de Charleston, en la Carolina del Sur, a Nueva York, reservé pasaje a bordo del excelente paquebote Independence, al mando del capitán Hardy. Si el tiempo lo permitía, zarparíamos el 15 de aquel mes (junio); el día anterior, o sea el 14, subí a bordo para disponer algunas cosas en mi camarote.
Descubrí así que tendríamos a bordo gran número de pasajeros, incluyendo una canti-dad de damas superior a la habitual. Noté que en la lista figuraban varios conocidos y, entre otros nombres, me alegré de encontrar el de Mr. Cornelius Wyatt, joven artista que me inspiraba un marcado sentimiento amis-toso. Habíamos sido condiscípulos en la Uni-versidad de C... y solíamos andar siempre juntos. Su temperamento era el de todo hombre de talento y consistía en una mezcla de misantropía, sensibilidad y entusiasmo. A esas características unía el corazón más ar-diente y sincero que jamás haya latido en un pecho humano.
Observé que el nombre de mi amigo aparecía colocado en las puertas de tres camarotes, y luego de recorrer otra vez la lista de pasajeros, vi que había sacado pasaje para sus dos hermanas, su esposa y él mismo. Los camarotes eran suficientemente amplios y tenían dos literas, una sobre la otra. Excesi-vamente estrechas, las literas no podían reci-bir a más de una persona; de todos modos no alcancé a comprender por qué, para cuatro pasajeros, se habían reservado tres camarotes. En esa época me hallaba justamente en uno de esos estados de melancolía espiritual que inducen a un hombre a mostrarse anor-malmente inquisitivo sobre meras nimieda-des; confieso avergonzado, pues, que me entregué a una serie de conjeturas tan en-fermizas como absurdas sobre aquel camarote de más. No era asunto de mi incumbencia, claro está, pero lo mismo me dediqué perti-nazmente a reflexionar sobre la solución del enigma. Por fin llegué a una conclusión que me asombró no haber columbrado antes: «Se trata de una criada, por supuesto --me dije -.
¡Se precisa ser tonto para no pensar antes en algo tan obvio!»
Miré nuevamente la lista de pasajeros, descubriendo entonces que ninguna criada habría de embarcarse con la familia, aunque por lo visto tal había sido en principio la in-tención, ya que luego de escribir: «y criada», habían tachado las palabras. «Pues entonces se trata de un exceso de equipaje -me dije -algo que Wyatt no quiere hacer bajar a la cala y prefiere tener a mano... ¡Ah, ya veo: un cuadro! Por eso es que ha andado tratan-do con Nicolino, el judío italiano.»
La suposición me satisfizo y por el momento dejé de lado mi curiosidad.