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La conquista del jeque Para el príncipe Haidar Aal Shalaan tomar las riendas de aquel reino sumido en el caos era una cuestión de honor. Y luego estaba Roxanne Gleeson, la única mujer cuyo recuerdo no podía borrar de su mente, la amante que una vez le había rechazado y que fingía un frío desdén hacia su salvaje pasión pasada… y todavía presente. El mandato del jeque Lujayn Morgan había dejado al príncipe Jalal Aal Shalaan para casarse con otro hombre… que había muerto poco después. Antes de su matrimonio, Jalal y Lujayn habían compartido una noche inolvidable, de modo que no había manera de negar que el hijo de Lujayn también lo era de Jalal. Aquel inesperado heredero podría destruir sus posibilidades de subir al trono… o ser la clave para conseguirlo. El destino del jeque Para reclamar el trono de Azmahar, Rashid Aal Munsoori necesitaba a Laylah Aal Shalaan. Seduciéndola derrotaría a sus rivales y, si conseguía que le diera un heredero, tendría el control absoluto sobre su tierra natal. Laylah siempre había amado a Rashid en secreto… hasta que descubrió sus intereses ocultos. ¿Y si nunca podía volver a confiar en él?
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Seitenzahl: 517
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 45 - julio 2019
© 2012 Olivia Gates
La conquista del jeque
Título original: The Sheikh’s Redemption
© 2012 Olivia Gates
El mandato del jeque
Título original: The Sheikh’s Claim
© 2012 Olivia Gates
El destino del jeque
Título original: The Sheikh’s Destiny
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-1328-382-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
La conquista del jeque
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Epílogo
El mandato del jeque
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
El destino del jeque
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Si te ha gustado este libro…
Veinticuatro años atrás
Haidar recibió la bofetada en la cara, y le quemó como el fuego. Antes de que pudiera tomar aliento recibió la siguiente en la otra mejilla, esta vez con el dorso de la mano y más fuerte. Un anillo con piedras preciosas incrustadas le trazó una línea de dolor en la piel. Desorientado, escuchó el bramar de un trueno mientras las lágrimas le nublaban la visión. La reprimenda continuó mientras recibía más bofetadas. Una de ellas terminó finalmente con su equilibrio y cayó de rodillas. Las lágrimas le escocían en el corte como un antiséptico y se le mezclaban con la sangre.
Escuchó una voz tranquila decir:
–Si derramas más lágrimas te arrojaré a la mazmorra durante una semana, Haidar.
Él tragó saliva y miró a la persona que más quería en el mundo. Estaba paralizado y no entendía qué sucedía. ¿Por qué le estaba haciendo esto?
Su madre nunca le había puesto la mano encima. Ni siquiera le había agarrado de la oreja como hacía con Jalal, su hermano gemelo, cuando descubría alguna de sus travesuras. Era su favorito. Ella misma se lo había dicho y se lo había demostrado de muchas formas.
Y sin embargo, últimamente se había mostrado descontenta con él aunque no hiciera nada malo. Incluso cuando hacía algo digno de alabanza. A Haidar le desconcertaba, pero no estaba preparado para aquel arrebato repentino de furia cuando esperaba su aprobación.
Su madre le miró con frialdad desde su majestuosa altura digna de una diosa.
–No agraves tu estupidez con lamentos. Levántate y recibe tu castigo como tu hermano lo recibe siempre, con dignidad y coraje.
Haidar estuvo a punto de exclamar que eran Jalal y su primo Rashid quienes merecían el castigo. Él se había negado a participar y les había advertido en contra de aquel «experimento» que había provocado el incendio que quemó toda una habitación del palacio y que había arruinado la celebración de su décimo cumpleaños. Jalal y Rashid, que normalmente eran más salvajes e inconscientes, ya habían quemado todas sus segundas oportunidades con los mayores. Habrían recibido un castigo más severo. Al ser el que tenía un historial más limpio, se presentó como el culpable por accidente.
La confesión provocó lo que esperaba de su padre y del tutor de Rashid: sorpresa y aceptación de sus explicaciones. Pero entonces su madre fue a verle. Sus ojos le decían que sabía lo que en realidad había pasado y por qué se había presentado como culpable. Haidar esperaba admiración por su parte. Pero lo que recibió fueron las bofetadas que no cesaron ni cuando su marido, el rey de Zohayd, le ordenó que se detuviera.
Haidar se levantó y se llevó una mano temblorosa a la herida de la mejilla izquierda. Ella se la apartó de un manotazo.
–Y ahora vete a pedirles perdón a tu hermano y a tu primo por haber tardado tanto en reconocer tu culpabilidad y haber estado a punto de provocar que les castigaran a ellos.
Haidar sintió una punzada de dolor y de asombro en el pecho. Una cosa era recibir el castigo en su nombre, y otra disculparse ante ellos delante de todos los presentes: parientes, criados… y chicas.
Su madre le sujetó la cara con violencia y le clavó las largas uñas en la herida.
–Hazlo –le soltó con un empujón y le obligó a mirar a Jalal y a Rashid.
Los niños tenían la cabeza gacha y estaban sonrojados.
–Jalal, Rashid, mirad a Haidar –su madre habló entonces como la reina de Zohayd, con voz clara y exigente–. No le liberéis de la desgracia de suplicar vuestro perdón delante de todo el mundo.
Jalal y Rashid la miraron antes de mirarle a él. El arrepentimiento brillaba en sus ojos.
–Diles que lo sientes y que no volverás a hacer nunca algo así –le ordenó su madre.
Ardiendo de rabia, Haidar miró a su hermano gemelo a los ojos y luego a los de su primo y mejor amigo y repitió sus palabras.
–¡Yo no lo hice! –exclamó Haidar mientras su madre terminaba de curarle la herida.
Ahora que estaban en la intimidad de los aposentos de la reina tenía que exonerarse, aunque fuera solo ante sus ojos.
Ella tenía una sonrisa llena de amor y de orgullo mientras le besaba la herida que ella misma le había hecho.
–Ya lo sé. Lo sé todo.
Así que no se había equivocado. La confusión de Haidar fue en aumento.
–Entonces, ¿por qué?
Su madre la acarició la mejilla con ternura.
–Ha sido una lección, Haidar. Quería demostrarte que ni tu hermano gemelo ni tu mejor amigo dirían una palabra para salvarte. Ahora sabes que nadie merece que te sacrifiques por él. Ahora sabes que no puedes confiar en nadie. Y lo más importante: ahora sabes lo que es la humillación, y a partir de ahora harás cualquier cosa para no volver a sufrirla.
A Haidar le dio vueltas la cabeza.
Su madre se agachó para abrazarle.
–Tú eres parte de mí y haré cualquier cosa para que nunca sufras, para que te conviertas en el hombre que consigue todo lo que se merece. Tener el mundo a tus pies. ¿Entiendes por qué he tenido que hacerte daño?
Aturdido por la nueva perspectiva que le había mostrado, Haidar asintió. En parte porque quería marcharse de allí para pensar.
Ella le acarició la cabeza y susurró:
–Ese es mi chico.
Ocho años atrás
–Eres igual que mamá.
Haidar dio un respingo como si le hubieran dado una bofetada. Jalal tenía clavado en el pecho un cuchillo desde que fue consciente de cómo era su madre. De cómo la llamaban: La Reina Demonio. Para dolor de Haidar, tuvo que reconocer que el título estaba bien puesto. Su madre tenía una belleza que no era de este mundo y una inteligencia brillante, pero blandía sus atributos como armas letales. Se jactaba de no dejarse llevar por la debilidad de la benevolencia. En lugar de utilizar sus dones para conseguir amigos se rodeaba de criados y cohortes acobardados. Y le gustaba crearse enemigos, el primero de ellos su propio marido.
Si no fuera por el profundo amor que sentía hacia sus hijos, sobre todo hacia Haidar, dudaría de que fuera humana.
Pero lo que atormentaba a Haidar a medida que se iba haciendo mayor era darse cuenta de que se parecía a ella. Sentía la mancha de su furia, sus defectos. Vivía con miedo a que un día fueran más fuertes que su parte decente y compasiva. Resultaba irónico que Jalal le echara ahora a la cara aquel parecido, cuando empezaba a sentir cómo se retiraba la sombra de su madre, cómo su legado aflojaba el nudo de la horca.
Desde que conoció a Roxanne.
–Lo retiro –Jalal, el gemelo que no se parecía en nada a él, sacudió la cabeza con disgusto–. Eres peor que ella. Y eso que crei que no era posible.
–Hablas como si mamá fuera un monstruo.
Nunca hablaban abiertamente de su madre. De hecho cada vez hablaban menos en general.
Jalal se encogió de hombros.
–Y la quiero a pesar de todo. Con la clase de amor incondicional que una madre despierta en su hijo. Pero tú no tienes la misma licencia. En este asunto no. En este caso no puedo perdonar tu crueldad.
Incapaz de lidiar con la desaprobación de su hermano gemelo, como le ocurría siempre, se dejó llevar por la furia y el recelo que le habían llevado a aquella confrontación.
–¿Así que esta es tu estrategia? ¿Lanzar acusaciones para vencer a tu enemigo?
–Eres tú el que lanza la piedra y luego esconde la mano.
El desprecio de Jalal le puso los nervios todavía más de punta.
–Nunca pensé que tendrías tan mal perder cuando Roxanne me escogiera a mí.
Jalal expulsó el aire por la nariz. Los ojos le echaban chispas de hielo negro.
–Porque la manipulaste. La engañaste.
Haidar contuvo otro arrebato de indignación.
–¿No tienes otra excusa mejor por haber intentado robármela? Los dos sabemos que puedo conseguir a la mujer que quiera sin tener que esforzarme, y mucho menos manipularla.
–No podías haber tenido a Roxanne sin engaño. Ella se dio cuenta la primera noche de lo frío que eres. El personaje que creaste para que se enamorara de ti era digno de un Oscar.
Haidar nunca había recurrido a la violencia, ni siquiera cuando era un niño rodeado de parientes varones que resolvían sus asuntos con contundencia. Siempre había contenido su genio y había utilizado la frialdad para superarles. Ahora lo que quería era darle un puñetazo a Jalal en la cara.
–La situación sigue siendo la misma: ella es mía –afirmó apretando los dientes.
–Y la has tratado como si fuera de tu propiedad. Peor todavía, como un secreto sucio, obligándola a ocultarse incluso ante su madre, obligándola a ver cómo coqueteabas con otras mujeres en público. Le dijiste que lo hacías para que ella no levantara sospechas, ¿verdad? Debe de ser terrible para ella aunque se crea tus mentiras. No puedo ni imaginar lo que pasaría si supiera que has estado jugando con ella desde el principio, que no es más que otra fuente para alimentar tu monstruoso ego.
Haidar se estremeció de ira.
–Y tú sabes todo lo que está pasando porque eres su generoso confidente, ¿verdad? Y quieres llevar esa amistad a la cama. Pues lo siento, pero en esa cama estoy yo con ella.
Jalal soltó un resoplido de desprecio.
–Muy caballeroso por tu parte contar eso.
–No tiene sentido negarlo, tú sabes que somos amantes. Y sin embargo quieres apartarla de mí.
–Tú ni siquiera la deseas –susurró Jalal entre dientes–. La sedujiste para competir conmigo. No es más que un peón en otro de tus juegos de poder.
–Fuiste tú quien empezó el juego, por si lo has olvidado.
–Me olvidé de esa estúpida apuesta a los cinco minutos. Pero tú te la tomaste como te tomas todo, con una competitividad enfermiza. Le tendiste una trampa.
–¿Y tú quieres rescatarla del monstruo que soy? ¿Admites que la quieres para ti?
Jalal apretó las mandíbulas.
–No dejaré que la sigas utilizando.
La furia le nubló la visión a Haidar. Y entonces optó por la estrategia que siempre había utilizado con aquel rival de toda la vida: la provocación.
–¿Y cómo vas a impedirlo?
Jalal le lanzó una mirada letal.
–Se lo contaré todo.
Haidar sintió que le estallaba la cabeza. Pero se limitó a espetarle:
–Buena suerte.
–De esto no puede salir nada bueno. No solo eres como mamá, has heredado lo peor de las dos partes de la familia. Eres manipulador y celoso, frío y controlador, y siempre tienes que ganar a toda costa. Ya es hora de que le muestre a Roxanne tu verdadera cara.
A Haidar le ardió la sangre.
–Tu plan tiene un pequeño agujero. Si lo haces no querrá volver a ver mi cara, pero la tuya tampoco.
–No me importa perder a Roxanne siempre y cuando la pierdas tú también.
–Si se lo dices no quiero volver a verte jamás, Jalal.
Los ojos de su hermano se oscurecieron.
–Eso tampoco me importa.
Se cerró una puerta, lo que evitó la sarta de improperios que iba a soltarle a su hermano gemelo.
Roxanne.
Cuando entró en el salón le ardió la sangre y se le aceleró la respiración. El efecto que ejercía sobre él iba en aumento a medida que pasaba el tiempo. Y eso que Haidar pensaba que lo suyo sería una aventura sexual que terminaría cuando desapareciera la fascinación. Hasta que ella llegó no se había creído capaz de alcanzar tales cimas de pasión y de sentimiento. Roxanne era fuego puro, de una belleza incandescente y un espíritu tempestuoso. Y era suya.
Tenía que demostrarlo, saberlo de una vez por todas.
El temor a que sintiera algo por Jalal había estado a punto de volverle loco. El comentario de su madre, mencionado lo mucho que compartían Roxanne y Jalal, había coloreado su visión de la profundidad de su relación. Pero el miedo había echado raíces cuando supo que Roxanne le había revelado su esencia a Jalal y no a él. Aquello había acabado con su restricción, le había obligado a tener aquella confrontación con su hermano.
Jalal había dejado muy clara su postura.
Pero eso no importaría si Roxanne le escogía a él, como debía ser. Trató de obtener la confirmación con el brillo de sus ojos, que siempre se iluminaban cuando le veían. Pero cuando le miró sus ojos no reflejaron nada. Y enseguida dirigió la vista hacia Jalal.
Haidar se acercó a ella y le clavó los dedos en el brazo con urgencia. El corazón le latía muy deprisa.
–Dile a Jalal que no puede interponerse entre nosotros. Dile que eres mía.
El rostro de Roxanne adquirió una expresión estupefacta. Luego se volvió duro y le apartó la mano.
–¿Para esto me has pedido que lo dejara todo? Eres repulsivo.
–He notado que Jalal tiene ideas equivocadas respecto a ti. Tenía que cortarlas de raíz.
Roxanne entornó los ojos y le miró con furia.
–No me importa lo que hayas notado. No puedes mandarme llamar como si fuera uno de tus lacayos ni puedes meterme en una confrontación y exigirme que repita lo que tú dices. Eres tú el que está equivocado al pensar que tienes algún derecho sobre mí.
A Haidar le dio un vuelco el corazón.
–Sí tengo derecho. El que tú me otorgaste cuando viniste a mi cama y me dijiste que me amabas.
–Pero recuerdas cuando lo dije, ¿verdad? –cuando estaba excitada hasta la locura y convulsionando en medio de un orgasmo–. Pero gracias por ponerle fin a la historia. Regreso a Estados Unidos y estaba pensando en cómo decirte adiós. Los hombres siempre os tomáis la despedida de una mujer como un golpe al ego sexual, y eso complica las cosas. Me preocupaba que se complicaran todavía más porque eres el príncipe de dos reinos y tienes un ego del tamaño de ambos.
Haidar sacudió la cabeza como si estuviera recibiendo demasiados golpes.
–Basta ya.
Ella se encogió despreocupadamente de hombros.
–De acuerdo, vamos a dejarlo. Eres el mejor candidato para la aventura exótica que quería tener mientras viviera aquí. Pero como he decidido volver a Estados Unidos sabía que tenía que terminar contigo. Tengo necesidades, como tú bien sabes, y por muy bueno que seas en la cama no estoy dispuesta a esperar hasta que puedas venir a satisfacerlas. Tengo que encontrar un nuevo semental que esté disponible con regularidad. O tres. Pero te quiero dar un consejo: no les sueltes esa porquería territorial a tus próximas mujeres. Es muy desmoralizador. Y me impide decirte adiós deseándote lo mejor. Ahora que sé qué clase de poder pensabas que tenías sobre mí, me he quedado tan fría que no quiero volver a verte nunca más ni saber nada de ti.
La vio darse la vuelta y salir con paso tranquilo.
En cuestión de segundos se cerró la puerta con un portazo. Era el sonido del rechazo y de la humillación.
Desde el fondo del túnel escuchó la macabra distorsión de la voz de Jalal.
–¿Quién lo iba a decir? Tiene más ojo del que yo pensaba. Te tomó tan en serio como tú a ella. Al parecer no tendría que haberme preocupado por ella.
–De quien deberías preocuparte es de ti mismo si vuelvo a verte alguna vez.
El gemelo al que apenas reconocía ahora le miró con la misma frialdad.
–No te preocupes. Creo que ya va siendo hora de que desintoxique mi vida de tu presencia.
Haidar se quedó mirando al infinito mucho después de que Jalal hubiera desaparecido.
Jalal tendría que haberle dicho que él nunca profanaría su relación con aquella mujer. Roxanne tendría que haberle dicho que sus temores eran infundados.
Aquellos a los que creía más cerca de él, su hermano gemelo y su amante, le habían dado la espalda.
«No confíes en nadie».
Las palabras de su madre resonaron en su cabeza. Tenía razón. Había ignorado su sabio consejo y había tenido que pagar un altísimo precio por ello.
Nunca más.
El presente
No todos los días le ofrecían a un hombre un trono. Eso era exactamente lo que le había ofrecido el pueblo de Azmahar a Haidar, o al menos los clanes que representaban a la mayor parte de la población.
Habían enviado a sus representantes para exigirle, engatusarle y suplicarle que fuera su candidato en la lucha por el trono vacante de Azmahar. Pensó que estaban de broma. Mantuvo el rostro serio para seguirles la corriente, fingiendo que aceptaba la dirección política de aquel reino que se estaba descosiendo por las costuras.
Cuando se dio cuenta de que iban en serio… se enfadó.
Debían haberse vuelto locos para ofrecerle el trono de un reino que su pariente materno más cercano había estado a punto de destruir y al que sus parientes paternos le habían asestado el golpe de gracia. ¿Quién en Azmahar querría que volviera a poner el pie allí, y mucho menos que gobernara el país?
Ellos insistieron en que representaban a aquellos que le veían como el salvador que Azmahar necesitaba.
Haidar nunca se había visto a sí mismo como un salvador. Era genéticamente imposible. ¿Cómo iba a ser un salvador si procedía de la semilla del diablo?
Según su hermano gemelo, reunía lo peor de su colorida carga genética. Sus seguidores contaban con que lo más nobles de ambas ramas corriera por sus venas y que por tanto sería el rey perfecto para Azmahar.
–Rey Haidar ben Atef Aal Shalaan –dijo en voz alta.
Sonaba ridículo. Y no solo la palabra «rey». El nombre y los apellidos también le parecían mentiras. Ya no parecían definirle a él. ¿Acaso lo habían hecho alguna vez? Después de todo no era un Aal Shalaan. Su aspecto, su sangre y su espíritu eran los de la familia Aal Munsoori. La de su madre. La Reina Demonio. La exreina Demonio. Lástima que él no pudiera ser nunca la exsemilla del diablo.
Su madre se había asegurado de que no tuviera nada de los Aal Shalaan. Empezando por el nombre. Desde que puso los ojos en sus hijos recién nacidos, vio que Haidar era una réplica exacta de ella y no se molestó en pensar un nombre para su hermano gemelo. Su padre le había puesto Jalal y profetizó que sería la grandeza de los Aal Shalaan. Jalal estaba haciendo un gran trabajo cumpliendo los ambiciosos planes de su padre.
Su madre escogió su nombre: Haidar, el león, un rey. Ya desde que nació quería que lo fuera, cuando sabía que era imposible sin montar una revolución.
Como princesa de Azmahar, se había casado por razones de estado con el rey de Zohayd sabiendo que sus hijos no estaban en la línea de sucesión al trono. Según las leyes de sucesión, solo los príncipes que fueran de Zohayd al cien por cien podían aspirar al trono. Así que, al parecer, había conspirado desde el principio para dividir Zohayd y luego volver a unirlo con ella al frente. Entonces podría dictar nuevas leyes que convertirían a sus hijos en los únicos herederos legítimos al trono. Haidar sería el primero en la línea sucesoria.
Dos años después de que se descubriera su conspiración y fuera abortada, Haidar todavía tenía momentos en los que lo negaba. Su padre podría haber provocado una guerra.
Había robado las joyas de Zohayd que conferían el derecho a reinar en el país. Tenía pensado dárselas al príncipe Yusuf Aal Waaked, el príncipe gobernante de Ossaylan, para que él destronara a su marido y reclamara el trono. Como solo tenía una hija, se vería obligado a nombrar sucesores a sus hijos.
Haidar imaginaba que se habría lanzado como una viuda negra sobre Yusuf en cuanto se sentara en el trono, habría intimidado a su hermano, el recién abdicado rey de Azmahar para que abdicara y entonces colocaría a su primogénito, que lo era por siete minutos, en el trono de un inmenso reino que abarcaría Zohayd, Azmahar y Ossaylan.
Estaba completamente convencida de llevar a cabo aquel cruel y ambicioso plan. Cuando Haidar le suplicó que le dijera dónde había escondido las joyas para salvar a Zohayd del caos y a sí misma del castigo por traición, ella le expuso claramente sus convicciones: tras el profundo daño inicial, sus planes conseguirían un bien mayor. Porque, ¿quién mejor que él para unir aquellos reinos, guiarlos hacia un futuro de prosperidad en lugar de a la ruina hacia la que se dirigían en manos de viejos locos y sus deficientes sucesores? Él, que reunía lo mejor de los Aal Munsooris. Estaba convencida de que algún día la superaría a ella en todo.
Haidar ya había escuchado aquello con anterioridad. Según Jalal, ya lo había conseguido. Pero lo que su madre había hecho sobrepasaba sus peores predicciones. Y como era habitual, sin su consentimiento ni mucho menos su aprobación había ejecutado sus planes con precisión para que Haidar obtuviera «la grandeza que se merecía». Estaba convencida de que él terminaría agradeciendo lo que había hecho, se amoldaría al papel que le había preparado.
Y podría haberlo conseguido fácilmente.
Ni siquiera Amjad, su hermano mayor y actual rey de Zohayd, que sospechaba de todo el mundo, había sospechado de ella. Como reina de Zohayd parecía tener mucho que perder si su marido era derrocado. Ingenioso.
–Por favor, Alteza, abróchese el cinturón de seguridad.
Haidar dirigió la mirada hacia la azafata. Estaba a bordo de su jet privado. La guapa morena podría haberle dicho que se desabrochara el cinturón a juzgar por la invitación de su mirada. Haidar la miró con su impasibilidad habitual.
–Vamos a aterrizar –la joven se sonrojó.
–Eso he imaginado –murmuró él abrochándose el cinturón y apartando la vista de ella.
Cuando la azafata se dio la vuelta observó el contoneo de sus caderas y suspiró. Le ordenaría a Khaleel que le asignara un trabajo de oficina y que la tripulación se compusiera a partir de aquel momento de hombres o de mujeres al menos veinte años mayores que él.
Volvió a suspirar y miró por la ventanilla hacia Durrat Al Sahel, la perla de la costa, la capital de Azmahar. Desde allí podía hacerse una idea de la crisis con la que querían que lidiara.
Pensaba que había visto lo peor con la mancha de aceite de la costa. La terrible oscuridad que manchaba las aguas esmeraldas ya era bastante espantosa. Pero el deterioro y la desorganización que se veían desde las alturas eran la demostración de la profundidad del problema y de lo duro que sería resolverlo.
Creyó que no volvería a ver aquel lugar. El día que Roxanne le dejó salió de Azmahar jurando no volver jamás. Y ahora no solo volvía, sino que además había prometido considerar la candidatura al trono. Se había asegurado de que no se anunciara su regreso, que haría sus propias investigaciones en la sombra y que llegaría a una conclusión sin dejarse influir por las súplicas.
Todavía le sorprendía haber transigido tanto. Todo apuntaba a que aquel era un gran error. La vida a veces resultaba curiosa. Después de que la tierra de su padre le rechazara, la tierra de su madre se mostraba desesperada por contar con su intervención. Comprobar si él podría ser su salvador le resultaba casi irresistible. También tenía que admitir que la idea de redimirse también era poderosa. Aunque la lógica le separara de la traición de su madre, el hecho seguía allí. Su más vergonzosa trasgresión había manchado su honor y su imagen por mucho que dijera la familia. O algunos de ellos. Jalal tenía un punto de vista menos favorable, por supuesto.
Jalal. Otra razón por la que estaba considerando aquella posibilidad. Su hermano gemelo también era candidato al trono. Y luego estaba Rashid. Su mejor amigo y el de Jalal se había convertido en su peor rival. Y también en otro candidato.
No era de extrañar que se sintiera tentado.
Aplastar a aquellos dos fanfarrones era un fin en sí mismo. Así que ya fuera el deber, la redención o la rivalidad lo que le impulsaba, cada una de aquellas razones era suficiente.
Pero ninguna de ellas era el verdadero catalizador que le había llevado hasta Azmahar.
Era Roxanne. Estaba otra vez viviendo en Azmahar.
Se lo tomó como si el destino le estuviera impulsando a que dejara de intentar no pensar en ella. Como llevaba haciendo ocho años.
Tiempo más que de sobra para que dejara de ocupar sus pensamientos, para que monopolizara su amargura. Ya tenía demasiados asuntos sin resolver. Dejaría descansar aquel fantasma.
–¿… repercusiones y resoluciones, señorita Gleeson?
Roxanne parpadeó al hombre distinguido de cabello plateado que la miraba expectante.
El jeque Aasem Al-Qadi había sido su contacto con el gobierno interno desde que empezó en aquel puesto de trabajo hacía dos meses atrás.
Se aclaró la garganta y la mente.
–Como usted sabe, esto afecta a toda la región y a muchas entidades internacionales, cada una con sus propios intereses e ideas respecto a cómo manejar la situación. Un estudio precipitado solo provocaría más complicaciones y más desinformación.
El hombre alzó una elegante mano adornada con un anillo de plata y ónice y su refinado rostro adquirió una expresión todavía más adusta.
–Lo último que pretendo es meterle prisa, señorita Gleeson.
Y si esa era su intención estaba muy equivocado al pensar que un pequeño empujoncito la llevaría a apretar todavía más las tuercas. Su equipo y ella habían estado excavando sin cesar en aquel mar.
–Solo me gustaría que sus investigaciones tuvieran un papel más práctico y, si es posible, ponerle fecha al plan de trabajo.
–Le aseguro que cuando se pueda establecer un calendario realista será usted el primero en saberlo –trató de esbozar aquella sonrisa, formal y amistosa a la vez, que tanto había practicado.
Tras mucha cordialidad y tras lo que Roxanne consideró una reafirmación de su fe en su efectividad, el jeque Al-Qadi salió de su despacho. Ella se apoyó contra la puerta que había cerrado tras él y gimió.
¿Qué estaba haciendo allí?
Aquel trabajo era el santo grial para un analista político económico. Y estaba preparada para llevarlo a cabo. Pero la había llevado de regreso a un lugar donde podría tropezarse con Haidar.
Estaba segura de que no sería así. Le había seguido la pista y él no había regresado a Azmahar. Y además, ella ya no era la niña que se había enamorado perdidamente de él. Era una de las analistas más renombradas del mundo, y Azmahar era su tercer encargo importante. Si se lo encontraba por casualidad le trataría con la neutralidad y la diplomacia propias de la profesional que era.
Aunque no se hubiera arriesgado de no haber sido por su madre. Era la única familia que tenía en el mundo, y una palabra suya ejercía un gran poder sobre ella. No pudo resistirse cuando su madre se echó a llorar y le dijo que aquel trabajo suponía su redención, la disculpa perfecta por el vergonzoso modo en que había tenido que salir de Azmahar.
Cuando Roxanne argumentó que tendrían que haberla incorporado a ella al puesto, su madre confesó que le habían ofrecido el trabajo pero que no quiso renunciar a la jubilación. Roxanne estaba empezando su carrera profesional y tenía la oportunidad única de contar con los conocimientos de su madre y su propia perspectiva.
Roxanne se rindió, firmó el contrato e hizo las maletas. Y estaba emocionada. Había mucho que arreglar en Azmahar.
Según los habitantes del país, lo único bueno que había hecho el rey Nedal desde hacía décadas había sido concertar el matrimonio de su hermana Sondoss con el rey Atef Aal Shalaan, consiguiendo así la alianza con Zohayd. Que había estado a punto de quedar cercenada por la propia Sondoss, la serpiente madre de aquella otra serpiente, Haidar.
Roxanne no tenía ninguna duda de que el exilio de Sondoss, en lugar del veredicto de prisión, había sido conseguido gracias a Haidar pero cuando Amjad se convirtió en rey, todo el mundo pensó que lo primero que haría sería atestarle el golpe mortal a Azmahar. No le debía ninguna lealtad a la tierra de su exmadrastra. Pero extrañamente, no había puesto fin a la alianza.
Y entonces, un mes después de su llegada, se desató el infierno.
Un príncipe desposeído ahora de su corona había votado durante la última reunión de defensa de la región en contra de que Zohayd interviniera militarmente en un país vecino, lo que acabó con la tenue tolerancia que Amjad mostraba hacia Azmahar. Y el reino que se mantenía unido gracias a la influencia de su aliado se había resquebrajado.
Cuando Azmahar estaba tratando de recuperarse de aquel conflicto tuvo lugar la catástrofe. La explosión de una de las mayores perforadoras de petróleo provocó un vertido masivo en sus orillas. Incapaz de lidiar con las protestas populares por la situación, el abrumado rey abdicó.
Sus hermanos y sus hijos, que fueron considerados responsables, ya no podían sucederle. Azmahar estaba sumido en el caos y Roxanne fue una de las personas con las que contaron para contener la situación mientras los clanes más influyentes se peleaban entre ellos.
El reino se dividió en tres frentes. Cada uno de ellos apoyaba a un hombre distinto como rey. Uno de los candidatos era Haidar. Lo que significaba que volvería. Y se tropezaría con él.
Y lo deseaba tanto como tener un agujero en el corazón. Aunque lo cierto era que Haidar ya le había hecho trizas el suyo.
Maldijo entre dientes. Aquella era una historia pasada, y seguramente estaba exagerando. Entonces era una hija única de veintiún años excesivamente protegida que tenía la resistencia emocional de una niña de catorce. Era normal que se hubiera vuelto adicta a Haidar, tanto física como emocionalmente. Pero entonces se despertó. Fin de la historia.
Siguió adelante y a la larga tuvo otras relaciones. Una de ellas podría haber funcionado. El hecho de que no fuera así no tenía nada que ver con aquel hombre engreído y de corazón frío.
Roxanne se apartó de la puerta, se dirigió al escritorio, agarró el maletín y el bolso y salió del despacho. Tardó veinte minutos en cruzar la ciudad. Tenía un sistema de transporte maravilloso, obra de Zohaydan. Haría falta un milagro para que Azmahar pudiera sobrevivir al caos sin Zohayd. No era de extrañar que los habitantes de Azmahar desearan desesperadamente recuperar a su antiguo aliado. Y un buen porcentaje de ellos pensaba que la única manera de lograrlo era subiendo al trono a la personificación de la mezcla entre ambos lugares. El problema era que no se ponían de acuerdo sobre quién era. Pero la desunión les venía bien. Ir tras los dos especímenes existentes doblaba sus posibilidades de que uno de ellos terminara subido al trono.
Roxanne atravesó las puertas del complejo residencial más lujoso de la ciudad. Su puesto de trabajo incluía muchas ventajas que la incomodaban. Siempre le sucedía con aquel nivel de lujo. Pero el «privilegio» que más temía era encontrarse con Haidar. Deseaba con todas sus fuerzas que eso no sucediera. Aunque lo cierto era que deseaba con todas sus fuerzas muchas cosas. Que su madre estuviera con ella. Tener un padre. Una familia.
Unos minutos después estaba entrando en el apartamento lujosamente decorado que ocupaba un cuarto de los nueve mil metros de la planta treinta. Suspiró agradecida cuando un frescor fragrante y unas luces calibradas la envolvieron. Se dirigió a la ducha y cuando salió estaba ya más tranquila.
El sonido del timbre de la puerta interrumpió el silencio. Roxanne frunció el ceño y luego suspiró. Casi se arrepentía de haber invitado a Cherie a quedarse en su casa. Eran las mejores amigas en la universidad. El regreso de Roxanne había coincidido con la última ruptura de Cherie con su marido. Se marchó dejándolo todo atrás, incluidas las tarjetas de crédito. Roxanne tendría que haberle alquilado un apartamento mientras ella resolvía sus asuntos. Aunque la quería mucho, su energía le resultaba en ocasiones demasiado. Pasaba por la vida como un tornado. Y ahora, además, al parecer se había olvidado también la llave.
Roxanne se dirigió gruñendo al vestíbulo. Abrió la puerta y todo se detuvo de golpe. Su respiración. Su corazón. Su mente. El mundo entero.
En el umbral se encontraba Haidar.
Todo se nubló mientras el hombre que recordaba al doloroso detalle se movía con letal elegancia y apoyaba el brazo izquierdo en el quicio de la puerta. Le deslizó la mirada desde el rostro hacia el cuerpo antes de volver a mirarla a los ojos. Una sonrisa lenta asomó a sus labios esculpidos.
–¿Sabes qué, Roxanne? Llevo ocho años preguntándome cuánto tardaste en encontrar un nuevo semental cuando me dejaste. O tres.
La mente de Roxanne finalmente se puso en funcionamiento. Y el único pensamiento que le surgió fue: «Guau». Una y otra vez. Así que esto era lo que aquellos ocho años habían hecho en Haidar Aal Shalaan.
Había pasado de ser la personificación de la belleza a convertirse en la sublimación de la masculinidad. Su cuerpo había adquirido un impresionante equilibrio entre la simetría y la fuerza. Su rostro estaba marcado por las líneas del poder y la fuerza. Se había convertido en un dios de la sensualidad y la virilidad. Tan duro como el desierto y tan amenazador como sus noches.
E igual de magnífico en su brutalidad. La sombra de dulzura que una vez suavizó su belleza había desaparecido.
–¿Y bien, Roxanne? –Haidar inclinó su perfecta cabeza hacia un lado y siguió sonriendo con una mueca burlona–. Me pregunté muchas veces quién sería el primero de nosotros que encontraría sustituto.
–¿Por qué preguntarse algo tan obvio? Yo tenía que volver a instalarme y empezar en la universidad antes de empezar a buscar. Eso me llevó tiempo. Lo único que tú tenías que hacer era escoger a alguien de tu lista de espera aquel mismo día.
Haidar alzó las cejas. Parecía sorprendido, al parecer guardaba más resentimiento del que pensaba. Y su repentina aparición había provocado que empezara a salir el humo.
–Touché –Haidar inclinó la cabeza y sus ojos brillaron con una burla letal–. Me he equivocado. La pregunta no debió haber sido cuánto tardaste en encontrar un sustituto, sino cuántos fueron. Pero como conozco íntimamente la magnitud de tus… necesidades, diría que al menos habrán sido unos treinta.
El primer instinto de Roxanne fue devolverle la pelota con una respuesta que le dejara tiritando. Pero contuvo el impulso. Por mucho que lo despreciara, aquello era importante para Azmahar. Haidar podía ayudar a levantar el país.
Pero no pudo evitar decir:
–A juzgar por el ritmo que llevabas cuando yo estaba por aquí, debes estar cerca de las trescientas mujeres –le espetó.
Haidar sonrió todavía más.
–Creo que te falta un cero –aseguró echando la cabeza hacia atrás y soltando una carcajada–. Deben andar cerca de las tres mil –volvió a mirarla burlón–. Eso sí, he seguido tu consejo. Me liberé de cualquier atisbo de «porquería territorial».
Roxanne resopló.
–Por lo que tengo entendido, solo buscas en las mujeres obediencia y que sean ciegas, mudas y sordas.
Haidar sonrió satisfecho.
–Y lo consigo. Es muy útil para alguien de mi posición.
–Eres hijo de tu madre hasta el último gen, ¿verdad?
–Me gusta pensar que soy una versión mejorada.
Sus burlas provocaron que le entraran ganas de agarrarle del pelo, atraerlo hacia sí y saborear aquellos labios sensuales y crueles… y mordérselos.
–Invítame a entrar, Roxanne.
El corazón se le aceleró al instante ante la electricidad que le provocaron sus palabras, su nombre. Tragó saliva y trató de librarse de su influencia, maldiciéndole por lo fácil que le resultaba todo a él y la lucha que suponía para ella.
–¿Quieres… entrar?
–No, he venido para enfrentarme a un duelo verbal contigo en la puerta de tu casa –dio un paso hacia delante.
Pero ella evitó el siguiente paso, el que le hubiera hecho pasar del umbral.
–No me importa lo más mínimo a qué has venido, pero el duelo ha terminado. No ha sido buena idea que vinieras, príncipe Aal Shalaan. Espero no volver a verte.
Haidar se metió las manos en los bolsillos.
–Vaya. Esos informes que resaltan tu capacidad para enfrentarte a las situaciones más complicadas y a los individuos más exasperantes deben exagerar.
–Incluso mis poderes diplomáticos tienen un límite.
–Me gustaría continuar con nuestra batalla en un terreno más privado –Haidar sonrió con la paciencia de un cazador que estuviera esperando la caída de su presa–. Por tu bien, básicamente. No creo que quieras que los vecinos sean testigos de la escalada de nuestro intercambio.
–Como eso no va a ocurrir, no tienen nada que presenciar. Excepto cómo te machas –Roxanne empezó a cerrar la puerta.
La pulida superficie de madera de arce se topó con noventa kilos de músculo y virilidad.
–Tú sabes quién soy, ¿verdad?
Ella abrió los ojos de par en par.
–¿Un abusón arrogante?
–¿Crees que utilizo mi estatus para conseguir mis objetivos? Eso sería muy infantil y aburrido.
–Si no te refieres a que eres el poderoso príncipe de dos reinos, no sé de qué va la amenaza.
–No hay ninguna amenaza, solo constato un hecho. Si quitas todas las envolturas, ¿qué soy?
El macho más magnífico de la historia.
–¿Un dolor de cabeza? –murmuró en voz alta.
La mirada que Haidar le dirigió le puso la piel de gallina.
–El hijo de la reina de las zorras.
Ella se le quedó mirando fijamente. Estaba de acuerdo con la definición de su madre, pero nunca pensó que Haidar lo tuviera tan brutalmente claro.
–Así es –suspiró Roxanne.
Imperturbable, satisfecho incluso de que le hubiera dado la razón, Haidar sonrió todavía más.
–Así que sabes hasta dónde soy capaz de llegar para conseguir mis objetivos. ¿O necesitas una demostración?
–¿Por qué es esto siquiera un objetivo? Si he despertado a tu bestia, dile que se vuelva a dormir. Ya hemos utilizado todos los ataques que podíamos lanzarnos el uno al otro. Cualquier otra cosa sería redundante y ninguno de los dos queremos perder el tiempo.
Haidar se encogió de hombros.
–En primer lugar, solo estamos calentando. En segundo lugar, no creas que voy a permitir otro brusco final entre nosotros. Hace ocho años me pillaste desprevenido. Era joven. En tercer lugar, respecto a lo de por qué es un objetivo para mí entrar… ¿te has mirado al espejo alguna vez? ¿Y tienes idea del aspecto que tienes ahora?
Pequeña e indefensa sin sus altos tacones, los trajes de chaqueta y el maquillaje, con el pelo secándose al aire y cayéndole sobre los hombros. Y para colmo, solo el albornoz cubría su total desnudez.
Sentía la mirada de Haidar deslizándose bajo la tela del albornoz para explorar los cambios que habían dejado ocho años en la piel que él poseyó y complació en el pasado.
Confiando en que la había llevado al nivel que deseaba, Haidar señaló:
–Añade a todo esto las delicias de tu lengua de destrucción masiva, ¿y todavía te preguntas mis motivos?
Ella arrugó la nariz.
–¿De verdad crees que dejaría entrar a un hombre dos veces más grande que yo, veinte veces más fuerte y dos millones de veces más poderoso en mi espacio personal después de que haya dejado tan claras sus lujuriosas intenciones?
–¿Crees que no estarías a salvo conmigo?
Haidar podía ser muchas cosas, pero con las mujeres era un maestro del placer y la seducción, no de la coacción.
–No –reconoció Roxanne con un suspiro–. Pero estás insistiendo para que te deje entrar y yo no quiero.
Una sonrisa le transformó la expresión otra vez en la de un hombre que sabía perfectamente qué respuesta producía en las mujeres.
–Sí quieres. Recuerdo perfectamente cuánto lo deseas, Roxanne. Tu cuerpo no ha cambiado y lo sé todo sobre él. Puedo sentir cada matiz, descifrar todas sus señales.
Roxanne controló el abrumador deseo de darle un rodillazo. Los ojos de Haidar brillaban como si lo supieran todo.
–Mi repentina aparición te ha descolocado. Por eso estás a la defensiva y te muestras enfadada. Quieres que me vaya solo para poder recuperarte.
Un rodillazo pequeño. Solo uno. Pero la sonrisa de Haidar estaba hecha para hacerle ceder un poco más.
–Puedes recomponerte mientras yo estoy aquí. Me prepararé una taza de té mientras. Incluso puedes vestirte si quieres. Lo digo por si necesitas la fortificación de la ropa –se apoyó más cómodamente en el quicio de la puerta, como si estuviera preparado para pasar varias horas allí hasta conseguir su objetivo.
Roxanne miró hacia el pie estratégicamente situado en el umbral.
–Sin embargo, yo te aconsejo que te marches ahora. Necesitas dormir mucho para enfrentarte a lo que te espera. He oído que eres candidato para el puesto. El puesto más importante.
La expresión de Haidar permaneció inmutable, pero podía sentir su sorpresa. Y su desmayo. Al parecer confiaba en que siguiera siendo un secreto. Finalmente movió uno de sus magníficos hombros.
–Las noticias vuelan por aquí. Igual que los rumores, las exageraciones y las mentiras.
–Esto no es ninguna de esas cosas. Y por eso estás aquí.
Haidar sonrió.
–¿Y si te digo que estoy aquí por ti?
–Te diría que es mentira. Y te voy a dar otro consejo. Mis vecinos entran y salen constantemente y reciben muchas visitas a todas horas. Eres una persona famosa, y apuesto a que si te ven en la puerta de una mujer que está en albornoz, las imágenes estarán en Internet en cuestión de minutos. No es un modo prudente de empezar tu campaña para subir al trono.
Haidar fingió preocupación durante un instante y luego volvió a sonreír.
–¿Lo ves? Has mejorado en tus consejos sobre estrategia. Podrías hacerlo todavía mejor si estuviéramos en un ambiente más cómodo.
Roxanne suspiró.
–Muy maduro. Vete, Haidar.
Él se cruzó de brazos.
–¿Por qué? Dame una razón aceptable.
–¿Quién dice que tengas que aceptarla?
Él inclinó la cabeza y la miró con sus ojos fríos como el acero.
–¿Todavía me la quieres devolver por haberte hecho llamar aquel día como si fueras un lacayo y por pensar que tenías derecho sobre ti?
Roxanne apretó los puños.
–Utiliza esa memoria que tienes para recordar que no tengo nada que devolverte. Yo solo…
–Cálmate, me acuerdo. Pero eso ya quedó atrás. Así que repite conmigo: «Todo eso es pasado, ¿quieres entrar, Haidar?».
–Todo eso es pasado. ¿Quieres marcharte, Haidar?
Él descruzó los brazos y se puso en jarras.
–¿De verdad crees que existe una posibilidad de que lo haga? Estoy empezando a perder la fe en la claridad de tu juicio.
Roxanne apretó los dientes. Haidar le dirigió una última mirada y luego se dio la vuelta.
¿Se marchaba? Roxanne le vio alejarse y obtuvo una buena visión de su trasero y el resto de sus atributos. Solo verle despertaba en ella el deseo.
Pero la estaba engañando. Haidar no se rendía. No sabía hacerlo. Sin embargo, ahora estaba al final del pasillo que llevaba a los ascensores. Se estaba yendo de verdad.
Pero antes de tomar el giro que le hubiera hecho desaparecer de su vista, Haidar se detuvo en seco. A Roxanne le dio un vuelco al corazón. ¿Sería capaz de…?
Él se giró y llamó al timbre del vecino más alejado.
¿Qué diablos…?
Sin detenerse, siguió reculando sobre sus pasos, se detuvo en el segundo apartamento más y también llamó al timbre. Y luego al del más cercano a ella. Entonces se colocó en medio del pasillo girado hacia ella y deslizó con calma la mirada por todas las puertas.
Antes de que Roxanne se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, se abrió una de las puertas. Y dos segundos más tarde, otra. Luego la última de ellas. Entonces sus vecinas se quedaron mirando a Haidar con expresión de asombro al reconocerle.
Haidar dijo:
–Siento haberlas molestado, señoras. No sabía cuál era el apartamento que buscaba.
–¡Oh, Dios mío! ¡Es usted! –Susan Gray, la directora de una multinacional de la construcción balbució como una adolescente–. ¡Es el príncipe Haidar Aal Shalaan!
Haidar sacudió su regia cabeza, provocando que su cabellera ondulara como una cascada de seda.
–No, solo soy su doble. Una dama me ha pagado cinco de los grandes por Internet para cumplir su fantasía de que la domina. Normalmente cobro menos, pero ella quiere hacer varias perversiones. Me dio esta dirección y esta planta, pero no el número de apartamento. ¿Quién de ustedes tiene fantasías con ese tal Haidar?
Sus vecinas se le quedaron mirando, luego se miraron entre ellas y finalmente a Roxanne. Al fin y al cabo era la única que estaba en albornoz.
Salió del apartamento y avanzó con los pies descalzos por el suelo de mármol. Él la miró con fingida incertidumbre.
–Ah, ¿es usted? –la miró de arriba abajo–. No imaginé que estaría usted tan bien.
Haidar miró a las vecinas mientras ella daba el último paso y le agarraba de las solapas de la chaqueta. Él hizo como si tratara de zafarse.
–Eh, señora, el trato es degradación en privado. Las exhibiciones públicas le costarán un dinero extra.
Roxanne esbozó una sonrisa falsa y miró a sus vecinas.
–Lo siento, chicas. Haidar es un viejo amigo. Cuando le dejé hace ocho años carecía de sentido del humor, pero al parecer se ha vuelto todo un bromista –tiró de él hacia su apartamento mientras hablaba, y por segunda vez en su vida deseó que la tierra se abriera y se tragara a la gente. En la primera vez también estaba él.
Haidar se resistió y miró a sus vecinas con expresión implorante.
–No conozco a esta dama. ¿Es peligrosa?
La expresión de las vecinas indicaba que no sabían si echarse a reír o preguntarse si su vecina tenía un lado oscuro.
–Tú ganas, ¿de acuerdo? –le murmuró Roxanne al oído arrastrándole hacia su casa.
Una vez en la puerta, les dirigió a las vecinas una última mirada avergonzada, le empujó dentro y cerró de golpe. Entonces se giró hacia él. La sonrisa de Haidar iluminaba su hermoso rostro.
–Te lo advertí. La próxima vez ríndete a la primera.
Roxanne le clavó el talón en el pie. Fue como golpearse contra un trozo de acero. Le empezó a doler toda la pierna y se puso a la pata coja gimiendo.
Haidar la agarró de los brazos y la sostuvo riéndose.
–Eres un estúpido inconsciente –Roxanne le golpeó el pecho con una mueca de dolor.
Él gimió. Fue sin duda un gemido de placer. La parte salvaje de su deseo solía excitarla, pero tal vez no le importara cambiar de roles. Lo tendría en cuenta…
La trayectoria de sus pensamientos la llevó a golpearle de nuevo. Haidar se mordió el labio y los ojos le echaron chispas de placer.
–¡Después de esto ya puedes despedirte del trono! –exclamó Roxanne furiosa.
–Me parece justo. Siempre y cuando pueda por fin darte un beso de bienvenida –le levantó hasta que los pies de Roxanne apenas rozaron el suelo, y luego bajó la cabeza e hizo justo eso.
En cuanto sintió el contacto de sus labios, Roxanne entró en una espiral que la llevó directamente al pasado. Todo su ser quedó prisionero de la reencarnación de aquel primer beso que la había arrastrado a la adicción. Haidar se apoderó de su boca con la misma indolencia mezclada con la ferocidad de antaño. Su cuerpo había aprendido entonces a qué clase de placer inmenso llevaba aquella falsa paciencia, cómo ardía en llamas ante el mínimo roce.
El fuego era ahora más poderoso, alimentado por la furia y por ocho años de represión. Aquello no estaba bien, pero eso solo la llevó a desearle todavía más que al aire que respiraba. El mundo daba vueltas mientras ella se hundía en la firmeza de su cuerpo. Gimió al sentir el calor de Haidar cuando se quitó el albornoz y él la camisa. Su torso duro y cincelado se aplastó contra sus senos henchidos. Haidar acomodó su virilidad entre sus piernas abiertas, gimiendo al sentir su húmedo centro. Ella se ajustó a su cuerpo y le abrazó. La lengua de Haidar le puso todos los sentidos en alerta.
Pero de pronto él se apartó y la abrasó con el calor de su mirada.
–Tendría que haber escuchado lo que mi cuerpo sabe del tuyo y haber hecho esto en cuanto abriste la puerta.
Su arrogancia tendría que haber hecho que le rechazara. Pero el deseo se había apoderado de ella y la gobernaba. Haidar había ido allí para poseerla, y ella también lo estaba deseando. Sería un error negar…
Entonces se escuchó el sonido seco de unas llaves sobre el cristal que cubría la mesa de caoba que tenían al lado.
Cherie.
–No te vas a creer quién me estaba esperando. Nada menos que Ayman, diciendo que quería hablar conmigo. Y yo…
Cherie interrumpió su balbuceo. Roxanne la miró por encima de los hombros de Haidar, y se hubiera reído de la expresión de asombro de su amiga si no hubiera estado tan nerviosa. Si Cherie hubiera llegado un poco más tarde Haidar estaría hundido dentro de ella embistiéndola hasta hacerle perder la razón.
–Cherie… –fue lo único que pudo susurrar.
–Oh, Dios, yo… no quería… –Cherie se detuvo un instante–. Nunca pensé que tú…
Nunca pensó que encontraría a su cerebral amiga desnuda y abrazada a un hombre al lado de la puerta donde ella podría verla en cuanto entrara.
Haidar se apartó lentamente de ella. Roxanne vio cómo la expresión de su rostro pasaba de deseo ardiente a resignación.
–¿Una compañera de piso, Roxanne?
–¿Qué estoy haciendo todavía aquí? –balbució Cherie corriendo hacia el interior del apartamento–. Lo siento, chicos. Por favor, seguid. Yo no estoy aquí.
Cuando escucharon cerrarse la puerta del dormitorio de Cherie, Haidar estaba ya abrochándose la camisa. Durante un instante Roxanne no entendió por qué no podían seguir las indicaciones de Cherie. Luego recuperó la cordura. Se ató el albornoz a la cintura y Haidar sacudió la cabeza ante su tardía falta de modestia y se dio la vuelta.
Una vez en la puerta, se giró hacia ella otra vez con los ojos todavía entornados por el deseo.
–Volveremos a vernos, ya naari. Pero la próxima vez será en mi territorio. Y con mis condiciones –se tocó con la punta de la lengua el labio que ella le había mordido como si quisiera saborear su pasión.
–Hasta entonces –le susurró dirigiéndole una última mirada incendiaria.
–Daría un brazo por conocer tu secreto, Roxanne.
Roxanne se quedó mirando a Kareemah Al Sabahi. Era la tercera y última puerta a la que había llamado para explicar la broma de Haidar. Pero Kareemah no necesitaba explicaciones porque había visto cómo se desarrollaba toda la escena a través de la cámara del interfono. La llegada de Cherie unos minutos después la había llevado a imaginar que iban a hacer un trío, pero al instante vio salir a Haidar.
–Así que dime, ¿cómo consigues que los dioses vengan a llamar a tu puerta?
–Si te refieres a Haidar, ya te he dicho que…
–Y yo te he creído. Pero, ¿cómo explicas lo del otro dios?
Roxanne se dio cuenta entonces de que Kareemah no la estaba mirando. Tenía la mirada fija en algún punto en la distancia.
Había alguien detrás de ella.
Se dio la vuelta. Y el corazón se le subió a la boca. No. Otro Aal Shalaan no.
Jalal.
Estaba al lado de la puerta que ella había dejado abierta, vestido con un traje gris y una camisa del color de sus ojos dorados, con las manos lánguidamente en los bolsillos y con aspecto de recién salido de la portada de una revista.
Por segunda vez en menos de veinticuatro horas, uno de los dos hombres que no quería volver a ver jamás había reaparecido en su vida.
Kareemah le tiró del brazo para obligarla a girarse.
–Estoy deseando que me des una pequeña clase sobre tus métodos –dicho aquello le dirigió a Jalal otra mirada ardiente y volvió a su apartamento.
Roxanne se quedó mirando la puerta que Kareemah acababa de cerrar. Estaba confusa.
–Cuánto he deseado volver a verte a lo largo de todos estos años.
Sintió tal nudo en el corazón que pensó que le iba a estallar. La furia se abrió paso. No iba a permitir que otro de los gemelos Aal Shalaan se la llevara por delante. Ya había traspasado el límite la noche anterior.
Se dio la vuelta con la esperanza de que no se le notara que estaba temblando.
–Vaya, si está aquí uno de los dos malnacidos más deseados de la región.
El calor de su rostro no disminuyó cuando sacó las manos de los bolsillos y abrió los brazos en un gesto que siempre la llevaba a correr hacia ellos.
–Ullah yehay’yeeki, ya, Roxanne.
Literalmente «que Dios te guarde», una de las frases cariñosas que solía decirle, habitualmente cuando Roxanne soltaba alguna perla. Eran muy parecidos y se llevaban de maravilla. Pero eso también resultó ser una mentira. En los años posteriores no supo qué traición le dolió más, si la suya o la de Haidar.
–Escucha, amigo, he tenido una noche espantosa y las cosas van a ir a peor en un futuro cercano, así que, ¿por qué no te largas? No sé que te ha traído hasta aquí pero no quiero oírlo.
–¿Ni siquiera si he venido a suplicar tu perdón?
Roxanne se acercó a él.
–Eso ya lo he oído antes. Y sigue sin interesarme lo más mínimo.
La había llamado dos años antes suplicándole que se vieran. Roxanne colgó. Y él no volvió a llamar.
Se detuvo a un metro de él y tuvo que alzar la vista para mirarle a pesar de llevar sus tacones más altos. En respuesta a su mirada, Jalal hizo algo que le provocó una punzada en el corazón. Le cubrió la mejilla con delicadeza y le dijo con ternura:
–Gracias a Dios los años han sido tan benevolentes contigo como te mereces. Te has convertido en una mujer maravillosa, Roxanne.
Jalal era otro caso en el que el tiempo había conspirado para convertirlo en un ejemplo de perfección viril. El joven que ella había conocido no podía ser más guapo, poseía una belleza totalmente distinta a la de su hermano gemelo, el Jalal maduro se había convertido en un gigante salido de un cuento de Las mil y una noches.
–Te he echado mucho de menos, mi querida amiga.
Y ella también.
Le llevó a su apartamento, cerró la puerta, entró en el espacioso salón, se dejó caer en el sofá y le miró mientras Jalal se acercaba hasta detenerse frente a ella.
Roxanne hizo un gesto de impaciencia.
–Adelante. Arrástrate.
Jalal suspiró y asintió.
–Pero primero quiero asegurarme de algo. Aquel día llegaste sin que te oyéramos. ¿Nos escuchaste a Haidar y a mí hablar de nuestra apuesta?
Estaba en lo cierto solo a medias. Y no estaba dispuesta a revelar nada más.
–¿A ti qué te parece?
–Me parece que es la única explicación para lo que hiciste y dijiste. Aunque estuvieras enfadada con Haidar por ser tan posesivo, aunque dijeras la verdad sobre tu relación con él, no tenías motivos para terminar también conmigo. A menos que hubieras oído algo y lo hubieras malinterpretado.
Roxanne sintió una oleada de calor al recordar la humillación y el dolor de nuevo.
–No intentes jugar la carta de la mala interpretación. Lo que oi fue la verdad y actué conforme a ella para librarme de los dos malnacidos enfermos de la competición que sois. Fin de la historia.
Sus insultos no tenían ningún efecto en él. Igual que no lo habían tenido sobre Haidar.
Pero mientras Haidar la pinchaba y la fastidiaba, Jalal se mostraba indulgente y sumiso. Podría haberle golpeado hasta hacerle papilla si con eso se hubiera sentido mejor.
–Tú mejor que nadie sabes que una situación tiene muchas caras.
Ella no quería conocer más caras. Pero, ¿acaso no había estado muchos años deseando que hubiera más caras? Caras que demostraran que no todo lo que habían compartido había sido un medio para conseguir un fin patético. Así podría librar buena parte de sus recuerdos del castigo de la amargura y el resentimiento.
Los ojos de lobo de Jalal parecían leerle el pensamiento. Y seguramente era así. Siempre habían estado conectados.
–¿Si me siento a tu lado me pegarás un puñetazo?
–Arriésgate –le sugirió ella.
Jalal se sentó a varios centímetros de ella, envolviéndola en su calor y en una nostalgia que le provocó un nudo en la garganta.
–Tengo que hablarte de algo que debí explicarte hace mucho tiempo. Mi relación con Haidar.
A Roxanne le dio un vuelco el corazón al escuchar aquel nombre. Y por el modo en que lo dijo. Y la frialdad de su mirada.
Trató de encogerse despreocupadamente de hombros.
–Dado que no os hablabais, yo misma me hice a la idea de lo que pasaba. Vivís para competir el uno contra el otro.
–¿No tienes curiosidad por saber la razón?
–La típica rivalidad entre hermanos, ¿qué otra cosa puede ser? Como tú has dicho, penoso. Pero sobre todo aburrido.
–Ojalá fuera eso. Pero más bien se trata de un dolor insalvable y desgarrador –se pasó una mano por la cara en gesto de cansancio–. Tú sabes lo radicalmente distintos que somos. Así nacimos. Pero a pesar de todo éramos inseparables. Hasta que todo empezó a ir mal. Y el principio de las fricciones y la rivalidad tiene una fecha concreta: la fiesta de nuestro décimo cumpleaños.
»Estuve a punto de quemar el palacio y Haidar se ofreció a cargar con las culpas.