La heredera engañada - Un amor robado - Dani Wade - E-Book

La heredera engañada - Un amor robado E-Book

Dani Wade

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Beschreibung

Ómnibus Deseo 512 La heredera engañada Contratado de forma secreta para desacreditar a la viuda de un filántropo millonario, el investigador Rhett Brannon se enfrentaba a un difícil encargo. Trinity Hyatt, una mujer vulnerable y dedicada en cuerpo y alma a mantener el legado de su esposo, no encajaba en su concepto de cazafortunas. De todos modos, estaba resuelto a descubrir la verdad. Pero la atracción creciente que sentía hacia ella, ¿no acabaría destruyendo aquello por lo que ambos luchaban? Un amor robado El sex appeal de Blake Boudreaux era legendario, al igual que la lealtad a su familia. Cuando su padre le encargó recuperar un preciado anillo para salvar su situación económica, el playboy de Nueva Orleans accedió, aunque para ello tuviera que seducir a Madison Landry. La hermosa filántropa cayó en sus brazos sin poder evitarlo, aunque sospechaba que él tenía motivos ocultos. ¿Pero y si no era solo Madison la que se había enamorado?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 512 - marzo 2023

 

© 2020 Katherine Worsham

La heredera engañada

Título original: Entangled with the Heiress

 

© 2020 Katherine Worsham

Un amor robado

Título original: Reclaiming His Legacy

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2020

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-431-9

Índice

 

Créditos

 

La heredera engañada

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

 

Un amor robado

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Trinity Hyatt recorrió el pasillo del museo sin hacer ruido, como si fuera una niña intentando salir sin que sus padres se dieran cuenta, aunque el ruido de la gala que se celebraba en el ala oeste del edificio ayudaba a su escapada.

Necesitaba alejarse unos segundos de las miradas y las preguntas indiscretas para poder respirar .Volvió a pensar en el titular que había visto esa mañana al encender el ordenador.

Matrimonio sospechoso amenaza empleos locales.

«Aquella maldita bloguera…». Su madre le había inculcado que solo las personas maleducadas blasfemaban, pero a Trinity le satisfacía hacerlo de vez en cuando.

¿No veía aquella columnista anónima el daño que hacían sus palabras? Por no hablar de la fotografía que acompañaba el artículo, que le había hecho revivir los momentos al lado de la tumba de Michael, mientras medio país la contemplaba y juzgaba. ¿Por qué su torturadora informática no observaba el dolor de su rostro? ¿Por qué no veía que sus lágrimas eran genuinas?

Trinity apartó el recuerdo de los dolorosos susurros y las miradas inquisitivas durante la gala benéfica de esa noche y trató de disfrutar de su momentánea soledad en uno de sus lugares preferidos de Nueva Orleans.

En su mente se agolparon recuerdos relacionados con el Museo ASTRA. Recordaba cuando entraba agarrada de la mano de su madre, sin temer que alguien fuera a gritarles o a ordenarles que se fueran porque su pobreza desentonaba en aquel lugar. El museo era gratis los sábados. Solían ir a pasar unas horas lejos de su padre, que se pasaba la vida chillando, a contemplar los cuadros y esculturas y a apreciar su belleza, a pesar de no saber nada de arte.

Después había sido Michael quien recorría las salas con ella mientras le contaba historias de los artistas y de los viajes, a veces terribles, que algunas de las piezas habían realizado antes de ser expuestas al sur de Estados Unidos.

Ni su madre ni Michael estaban ya, lo cual le causaba un inconsolable dolor. Pero Michael le había encargado un importante trabajo, e iba a hacerlo. Volvería a la gala con la cabeza alta en representación de su mejor amigo y de todo lo que había construido con tanto esfuerzo.

Sintió una punzada de culpa al pensar en su esposo, aunque le seguía resultando difícil considerarlo así. Michael Hyatt, diez años mayor que ella, había sido su amigo y mentor mucho tiempo. Habían estado casados una semana. Le costaba aceptar que se hubiera ido. Su helicóptero se había estrellado hacía un mes y medio.

El dolor de su pérdida le pesaba día y noche.

Se detuvo ante un cuadro de una campesina con su hijo en brazos. Se le nubló la vista. Pero intentó controlar el dolor que le provocaba el cuadro. Los hijos eran otro doloroso aspecto de su vida en el que no quería pensar. Una lágrima se le deslizó por la mejilla.

–Parece feliz… En paz, ¿no cree? A pesar de que las circunstancias de su vida debían de ser duras.

Sobresaltada, se volvió. Alguien se le había acercado sin que se percatara. Era un hombre, y la dejó sin respiración. Su negro cabello estaba prematuramente plateado en las sienes. El color hacía juego con el gris de sus ojos. Tenía un porte distinguido. Era mucho más alto que ella y su esmoquin dejaba adivinar un cuerpo musculoso, pero no en exceso.

Él le miró la mejilla y ella, fingiendo despreocupación, se secó la lágrima. Él no hizo comentario alguno.

Su aspecto la fascinaba más que los cuadros. Transcurrieron unos embarazosos segundos hasta que pudo tomar aire y asentir.

–Sí, a mí también me lo parece.

El rostro de él adoptó una breve expresión de sorpresa. Trinity se puso tensa. No se le había ocurrido que pudiera ser periodista. Como los sabuesos de la prensa se habían tragado la historia de que se había criado en un entorno rural y muy religioso, no esperaban que tuviera un acento culto ni que empleara palabras inteligentes. Al fin y al cabo, ella tenía por fuerza que ser una cazafortunas salida de la oscuridad para heredar la fortuna de Hyatt. Esa era la imagen que la familia de Michael había difundido. Y la prensa no había querido indagar y buscar la verdad de quién era ella.

La expresión del rostro del hombre desapareció y le recorrió el vestido azul zafiro con la mirada. Era uno de los que Michael había elegido personalmente. Por una vez, no se sintió vulnerable ni expuesta, sino que la invadió una inesperada oleada de calor.

–¿Necesitaba descansar un rato de la fiesta? –preguntó él en voz baja.

–Estas reuniones a veces son un poco agobiantes.

–Estoy de acuerdo.

La sonrisa masculina le llegó al corazón, algo que nunca había experimentado y que la incomodó. El hombre dejó de mirarla y comenzó a contemplar los cuadros de la sala.

–Esto no es solo tranquilo, sino único. Maravilloso.

–¿No había estado aquí antes?

A una parte de ella le desagradaba que aquel hombre la hubiera interrumpido; otra parte se sentía fascinada de forma inesperada y no deseada.

–No, es la primera vez. En realidad, la primera vez que vengo a Nueva Orleans –le tendió la mano–. Me llamo Rhett Butler. Encantado de conocerla.

Trinity lo miró boquiabierta; se llamaba como el protagonista de Lo que el viento se llevó.

–¿En serio?

–No –contestó él sonriendo–. Me llamo Rhett Brannon, pero como estamos en el sur…

–Menos mal. Comenzaba a pensar que sus padres tenían un extraño sentido del humor.

La mano tendida le pareció una peligrosa serpiente: le producía miedo y fascinación a la vez. No podía arriesgarse a dar un paso en falso en el juego al que Michael le había pedido que jugara.

–Trinity… Hyatt.

Vaciló. Al cabo de casi dos meses, le seguía resultando difícil aceptar que su apellido había cambiado y que era fundamental que se presentara como la esposa de Michael. Debía hacer lo correcto.

–¿Trinity? –dijo él sin dar señales de reconocer quién era. ¿Fingía o verdaderamente no lo sabía?–. Es un nombre interesante.

–Mi madre era muy religiosa. Me pregunto si me lo puso para que no me olvidara del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

–¿Y lo ha hecho?

–Hay días que son más difíciles que otros.

–Así es –dijo él con una sonrisa que las fascinó más de lo que debería.

Se produjo un incómodo silencio y él siguió recorriendo la sala. Al menos no tenía que mirarlo directamente a los seductores ojos.

–¿Qué le trae a Nueva Orleans?

–Negocios. Y unos compañeros de trabajo me han traído esta noche aquí.

–Muy generosos por su parte.

–¿Ha venido con su esposo?

Ella se quedó sorprendida hasta percatarse de que él observaba su alianza matrimonial de diamantes y esmeraldas.

–No –murmuró–. Soy viuda.

Le seguía resultando extraño decirlo en voz alta. Le seguía resultando extraño que Michael y ella se hubieran casado. Para ella había sido una propuesta de negocios, con infinitos beneficios, considerando la fortuna que heredaría; y un favor al hombre que había sido su mejor amigo, a pesar de que era el trabajo más difícil al que se había enfrentado.

Y ahora debía hacerlo sola.

–Mi esposo, Michael Hyatt, falleció hace poco en un accidente.

–Sí, algo he oído. En un helicóptero, ¿verdad? Qué pena.

Claro que tenía que haber oído hablar de ello. Michael había sido el dueño de la organización benéfica que ella dirigía y un hombre de negocios multimillonario. La pregunta era: ¿qué más había oído decir?

–La acompaño sinceramente en el sentimiento –dijo él mirándola a los ojos.

Ella se sintió atrapada por su mirada y sus palabras.

–Gracias –se limitó a decir.

–De nada –sonrió levemente, pero con el mismo encanto.

Durante unos segundos, Trinity deseó no ser la viuda de Michael ni la persona de quien más se hablaba en Nueva Orleans, sino sencillamente una mujer que pudiera responder a aquella sonrisa sin preocuparse de nada.

Se dio cuenta de que el tiempo pasaba y que alguien podía darse cuenta de su ausencia.

–Tengo que volver –seguramente, ya la estarían echando de menos, sobre todo los tíos de Michael. No se perdían ninguno de sus movimientos.

Tampoco lo hacía la prensa.

Se sintió derrotada al recordar el artículo que había leído en el blog Secretos y escándalos de Nueva Orleans ese día. Las insinuaciones sobre una viuda sedienta de dinero que amenazaba el sustento de innumerables familias le dieron una idea de la información que había conseguido la autora, pero no de cuándo publicaría la historia completa. Como si no estuviera ya bastante estresada…

¿No entendían que ella compartía las preguntas y el miedo sobre cómo la muerte de su esposo, y el pleito que sus tíos habían iniciado para conseguir su patrimonio, afectarían a las empresas en las que trabajaban cincuenta mil personas en todo el mundo?

Se repetía una y otra vez que estaba cumpliendo los deseos de Michael, pero se preguntaba en qué estaba pensando al dejar un imperio global y la suerte de tanta gente en manos de la directora de un programa solidario como ella.

Aunque la pregunta la asaltaba noche tras noche, estaba resuelta a hacer lo mejor para todos. Pero esa preocupación no era nada comparada con los nervios que le atenazaban el estómago y el calor desconocido que le producía el hombre que estaba a su lado.

–Sí, decididamente tengo que volver.

–Pero si estamos empezando a conocernos.

Trinity aceleró el paso y se pisó el vestido sin querer. Tropezó y extendió la mano para buscar apoyo.

Y se encontró envuelta en un aroma a almizcle y un calor masculinos. Su cuerpo se quedó inmóvil, pero su instinto supo perfectamente lo que deseaba. Tomó aire e inhaló el olor a colonia de él.

Inmediatamente se sintió culpable. Lo empujó para librarse de sus brazos, pero él no la soltó hasta que hubo recuperado el equilibrio.

–Suélteme, por favor –dijo ella al percatarse de su reacción. La atracción por un hombre del que nada sabía era lo último que necesitaba.

Rhett enarcó una ceja al tiempo que la soltaba.

–He supuesto por nuestra conversación que no le gustan las multitudes.

–No –dijo ella, desconcertada.

–Pues si hubiera golpeado ahí con la mano –su mirada se dirigió al marco de uno de los famosos retratos de la sala–, habría saltado la alarma, y habría aparecido un montón de gente corriendo.

Y se hubiera producido una escena épica al hallarla en brazos de un hombre, seis semanas después de la muerte de su esposo. ¡Qué pesadilla!

–Gracias –dijo, incapaz de mirarlo a los ojos.

Pero él le levantó la barbilla y le acarició el labio inferior con el pulgar. Ella sintió una descarga. Él la miró a los ojos larga y profundamente, y ella sintió un escalofrío.

–No hay de qué –musitó él. Y se marchó.

 

 

–Así que ha conocido a nuestra cazafortunas.

La voz de Richard Hyatt siempre le producía a Rhett la misma sensación que la de las uñas arañando una pizarra. Hizo un esfuerzo para no estremecerse. Se volvió hacia el obeso hombre que estaba detrás de él. Años de excesos se reflejaban en su rostro pálido e hinchado. Su esposa se hallaba a su lado y su aspecto era totalmente opuesto. Patricia Hyatt estaba muy delgada y su expresión siempre era dura.

Rhett no se imaginaba a la joven vulnerable que había conocido en el museo casándose con alguien cuya familia estaba formada por aquella gente, pero las apariencias engañaban. Y él lo sabía mejor que nadie. Poseía la capacidad de ver lo que subyacía a un hermoso rostro y hallar su oculta fealdad, y eso lo convertía en un maestro en su oficio.

Él prefería considerarlo una auténtica vocación.

Trinity parecía realmente inocente, con sus grandes ojos castaños y la emoción que había expresado su rostro cuando creía que estaba a solas. Había una pureza en su belleza que lo atraía y lo llevaba a creer que había sido una verdadera esposa para el sobrino de Richard, y no una estafadora. Asimismo, había algo en ella que despertaba en él sensaciones que no formaban parte habitual de sus investigaciones.

¿Se trataba de una gran actriz que se había aprovechado de Michael Hyatt y se había visto en posesión de una fortuna inesperada, tras su repentina muerte? ¿Se había ganado su confianza para metérsele en la cama y que testara a su favor? Por lo que le habían dicho, su seductora inocencia era mentira, y Rhett tenía el encargo de demostrarlo.

Pero había algo que no cuadraba. El instinto de Rhett solía dar en el clavo en cuanto conocía a alguien. Pero, en el caso de Trinity, la señal era intermitente.

–¿Crees que es acertado que hable conmigo esta noche? –preguntó antes de dar un sorbo de whisky. No solía beber mientras trabajaba, pero tenía que formar parte de la multitud. Pasar desapercibido y desempeñar un papel era algo que se le daba muy bien. Miró a su alrededor y vio que Trinity no había vuelto.

–Solo será una breve conversación –dijo Richard. Le tendió la mano–. Supongo que sabrá aparentar que nos acabamos de conocer.

Rhett reprimió un suspiro antes de estrechársela. Trabajar con novatos que creían saberlo todo era un verdadero fastidio.

–Desde luego. Encantado de conocerlo, señor Hyatt. He tenido el placer de conocer a Trinity Hyatt hace unos minutos.

Richard sonrió, como si le complaciera que Rhett le hubiera hecho caso, pero Patricia dijo bruscamente:

–No la llame así. No reconozco el matrimonio de esa mujer con mi sobrino.

Que ella no lo hiciera, no implicaba que no lo hiciera la ley. Rhett no se molestó en explicarle la diferencia. Eso era asunto de su abogado.

–Nuestro encuentro ha sido muy satisfactorio. No veo que haya impedimento alguno para proseguir.

Richard y Patricia sonrieron con satisfacción. Aunque su evidente deseo de hacerse con el patrimonio de su sobrino producía mal sabor de boca a Rhett, no podía negar que sus sospechas tenían una base real. Trinity Romero se había convertido en Trinity Hyatt una semana antes de que su esposo muriera al estrellarse su helicóptero, por lo que ella se había convertido en una rica viuda. La familia de él la había demandado. Ella tenía una copia escrita del testamento de su esposo, pero el abogado de la familia afirmaba que la copia oficial la llevaba él en el helicóptero cuando murió, camino del despacho de su abogado.

Muy oportuno.

–Sabía que era el hombre adecuado para el trabajo –dijo Richard–. Nuestro abogado sabía a quién recurrir. Un hombre como usted conseguirá que le diga la verdad en una semana.

–Puede que en menos –murmuró su esposa.

–Y así tendremos pruebas que presentar a la justicia y acabar con esta debacle.

–Recuerde, señor Hyatt, que no le puedo asegurar que solo tarde ese tiempo.

–Tengo plena confianza en usted –afirmó Richard palmeándole la espalda, lo cual incomodó a Rhett–. Y parece que se nos están uniendo otros.

Rhett ya sabía a lo que se refería, pero preguntó:

–¿Qué quiere decir?

–Parece que una bloguera anónima de la ciudad, de esas que se dedican a sacar toda la porquería, ha comenzado a investigar los secretos de Trinity, lo cual contribuirá a nuestra causa. Nuestro abogado le mandará un enlace antes de la reunión de mañana.

Rhett siguió sin manifestar que ya conocía el blog. Era concienzudo y no dejaba nada al azar. Secretos y escándalos de Nueva Orleans era muy famoso en la ciudad. En menos de tres meses, la página de Instagram conectada al blog había conseguido más de cien mil seguidores.

Rhett deseó haber enviado a su socio, Chris, en su lugar. Pero Chris tenía entre manos el caso de un gigoló que pretendía quedarse con la fortuna de una anciana. El trabajo de Chris consistía en seducirla y quitársela al otro para que los nietos de la anciana recibieran la herencia que les correspondía.

Aparentemente, lo que hacía la agencia de Rhett era sucio y rastrero, pero no era así. Aunque a veces susurrasen palabras dulces o abrazaran a alguien con mas fuerza de lo adecuado, había una línea que no cruzaban, una línea que él nunca había querido cruzar. Ya había soportado suficientes traiciones en su vida para ponerse deliberadamente en una situación que solo podía acabar mal. Él, desde luego, podía hacer el trabajo que le habían encargado los Ryatt. La belleza de Trinity compensaba la incomodidad que le causaban sus parientes. Solo con pensar en las sutiles maniobras que tendría que llevar a cabo para sacarle la información necesaria para desautorizar cualquier reclamación sobre los bienes de su esposo se le aceleraba el corazón.

Aunque tendría que hacer caso omiso de los otros aspectos de ella que también se lo aceleraban.

Sus clientes se alejaron y Rhett se dirigió tranquilamente hacia donde se hallaba Trinity, a la que había detectado en cuanto había vuelto a entrar en el salón de baile. La miró a los ojos y alzó el vaso en su dirección. Con independencia de lo que dijeran sus parientes, de lo que la sociedad susurrara o de lo que su propia conciencia condenara, que Trinity y él se relacionaran sería un auténtico placer.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Trinity se esforzó por no alarmarse ante la cantidad de gente sentada alrededor de la mesa en aquella reunión de emergencia de la junta directiva de Hyatt Heights, Inc.

Había abogados y hombres de negocios; unos conocidos y amables; otros, no tanto. También estaban Richard y Patricia, que no habían sido amables con nadie desde que los conocía. No habían fingido querer a Michael, a pesar de que era su único sobrino. Se dedicaban a quejarse de que Hyatt Heights perdía dinero y que la Maison du Jardin era un derroche. Se trataba de un hogar para mujeres y niños maltratados que se había convertido en la pasión de Michael, después de que sus padres se mataran en un accidente de coche cuando él tenía veinticinco años. Fue entonces cuando comenzó la amistad entre Trinity y él. Los dos se enfrentaban a la pérdida de sus familiares, aunque de diferente manera. Trinity, como víctima de la violencia, había hallado refugio, con su madre, en la Maison du Jardin; Michael, como su salvador, las había acogido y ofrecido un futuro.

Trinity volvió al presente. Debía centrarse, ya que no se convocaba una reunión de emergencia porque sí.

–¿Todo bien, Trinity? –le preguntó Bill LeBlanc, sentado a su derecha.

Ella le sonrió, contenta de que estuviera sentado a su lado el abogado de Michael, que estaba haciendo todo lo posible para ayudarla a cumplir los deseos de su cliente y amigo.

–No estoy preparada –musitó ella. No quería que nadie más la oyera, ya que algunos de los presentes se aprovecharían de cualquier debilidad que mostrase.

Necesitaba una estrategia. Era esencial que la junta directiva la considerara una persona fuerte. Si heredaba el cargo de Michael, sería la consejera delegada de la compañía y la mayor accionista, pero necesitaba que la junta estuviera de su lado.

Se había nombrado un director temporal de la junta mientras el caso estaba en los tribunales. Trinity se encargaba del resto de los negocios de Michael y de todo aquello que le pidiera el director temporal. Si no demostraba su valía, podría perder el cargo de consejera delegada, aunque las acciones seguirían siendo suyas por herencia.

Sabía que debía centrarse en que nadie se diera cuenta de lo perdida que estaba. Era una mujer inteligente, pero el curso intensivo de negocios de millones de dólares que había recibido en los dos meses anteriores había sido duro. Además, la noche anterior, su descanso se había visto interrumpido varias veces por la imagen de unos ojos grises, lo que la había provocado una inquietud que nunca había experimentado.

–Todo irá bien –le aseguró Bill.

Trinity se preguntó qué presión habría ejercido Richard en el director temporal de la junta para conseguir que todos estuvieran allí. Se comportaba como si ya hubiera ganado el caso de la herencia de Michael y fuera el consejero delegado, en vez de un simple miembro de la junta.

–Esta reunión se ha convocado de urgencia para tratar temas de los que he tenido conocimiento esta mañana –dijo Richard levantándose–. ¿Cuántos de ustedes han visto esto?

Apretó un botón del mando a distancia que tenía en la mano y en la pantalla de la pared que había tras él apareció una foto de Trinity. Ella leyó el titular que la acompañaba.

Viuda sospechosa lucha por controlar el patrimonio de Hyatt.

Trinity lanzó un grito ahogado, aunque hubiera dado cualquier cosa por no reaccionar, al ver la sonrisa con la que la miraba Richard.

–Ya le dije a la junta que ibas a resultar perjudicial para el negocio, pero no me hizo caso.

Sus palabras se perdieron en la cacofonía de voces de los asistentes dando su opinión.

Trinity se apretó las manos. El titular y la foto solo eran el principio. Había más fotos: una de ellas en el funeral, otra en la gala benéfica del día anterior, en la que parecía muy distraída, y otra de su certificado de matrimonio.

Los comentarios que las acompañaban se referían a que ella no formaba parte de la clase alta de Nueva Orleans y se ganaba la vida dirigiendo una organización benéfica. Había detalles concretos de su corto matrimonio con Michael y documentación sobre la demanda que habían presentado Richard y Patricia.

–¿De dónde ha salido eso? –la voz de Bill la devolvió a la realidad.

–Lo ha publicado esa bloguera que causa furor en estos momentos –dijo Patricia–. Todo el mundo lo lee.

Otro miembro de la junta intervino.

–Solo es cuestión de tiempo que esto llegue a otras páginas web. Va a causar problemas.

–Ya lo ha hecho –afirmó Richard con calma. Había un destello de satisfacción en la mirada que dirigió a Trinity–. Nuestras acciones han comenzado a bajar.

Los móviles comenzaron a salir de los bolsillos y los portafolios. Los murmullos subieron de tono cuando los miembros de la junta confirmaron lo que Richard había dicho.

–No sabemos si se debe a ese artículo. Las acciones comenzaron a bajar ayer –apuntó Bill.

–Van a bajar, y lo van a hacer deprisa –aseguró Richard–. Mira este otro titular: «Una boda sospechosa amenaza empleos locales». Y es culpa suya –añadió indicando a Trinity.

–Creí que habías dicho que era culpa de la bloguera.

–El artículo no existiría si no fuera por ti.

–No sabes quién lo ha escrito –contraatacó Trinity, aunque sabía que era inútil.

–A la gente eso le da igual. Los accionistas leen las noticias y comienzan a vender acciones. Los precios bajan y la gente pierde el empleo.

–Esto no es una noticia, sino un rumor –intervino Bill–. Cuando la verdad salga a la luz en los tribunales…

–¿Cuándo? ¿Dentro de un año, de dos? ¿Cuánto daño se habrá producido para entonces?

Larry Pelegrine, que llevaba seis semanas contestando amablemente las preguntas de Trinity, tomó la palabra.

–No podemos permitir que esto se nos vaya de las manos. Y no por cómo nos afecte individualmente, sino por las miles de personas que trabajan en las empresas Hyatt. Tienen que mantener a sus familias.

–Lo entendemos –dijo Patricia–. Tenemos que pensar en los demás… y en nosotros.

¿Cómo no se daban cuenta el resto de miembros de la junta de que Richard y Patricia solo se preocupaban por sí mismos y que les daba igual cómo afectara su conducta a los demás? ¿Cómo no veían que su egoísmo era justamente lo contrario de lo que Michael deseaba para sus empresas y su organización benéfica?

–Aunque lamente decirlo, la realidad es que si la valoración de la compañía disminuye, la gente perderá el empleo –afirmó Larry–. Y esa valoración depende en parte de cómo la vea el mundo exterior, con independencia de cuál sea la verdad.

Bill lanzó a Trinity una mirada de apoyo. Él, Larry y ella habían trabajado mucho, durante las seis semanas anteriores, para mejorar sus habilidades y capacidades. Llevaba dirigiendo la Maisondu Jardin desde los veintitrés años, lo cual no era una bagatela, aunque nada comparado con Hyatt Heights.

Notaba que la comprensión y el apoyo del resto de la junta, que tanto trabajo les había costado obtener, se tambaleaba. Necesitaba que creyeran en ella para, si obtenía la victoria en los tribunales, poder hacer las cosas que Michael hubiera querido. Richard tenía su puesto en la junta, pero, si no heredaba el patrimonio de Michael, carecería de poder.

–Debemos hacer algo –dijo uno de los presentes.

A Trinity le llovieron las preguntas y los comentario por todas partes. Tomó aire lentamente, intentando pensar en medio del caos.

–Creo que esto hará que todos entiendan a qué me refiero –dijo Richard.

Volvió a apretar el botón del mando a distancia y se abrió un archivo. Trinity trató de entender las columnas y cifras y se dio cuenta de que Bill hacía lo mismo. El impacto negativo que la mala prensa tendría en los empleados y los ingresos de las empresas fue un golpe.

Patricia hurgó en la herida.

–Se calcula que, solo en Nueva Orleans, unos cinco mil empleados con familia se quedarán sin empleo.

–Eso no lo sabes –aseguró Bill volviendo al ataque.

A Patricia le daban igual los pequeños detalles, los hechos o el decoro. Apoyó las manos en la mesa y se inclinó hacia delante mirando a Trinity a los ojos.

–Eso significa que van a necesitar todas las obras benéficas que puedas realizar. Supongo que el cerebro te da para entenderlo, ¿verdad?

Trinity se encogió ante el ataque, pero se mantuvo inmóvil. Y se obligó a hablar con firmeza al contestar:

–No quiero que ninguna familia pierda sus ingresos.

–Pues lo harán, mientras mantengas a esta junta inactiva por el pleito.

–No soy yo quien ha iniciado el proceso.

–La prensa no lo ve así –observó Richard indicando la pantalla.

–Vamos a centrarnos –dijo Larry levantándose–. Debemos hacer algo antes de que el problema aumente. Hay que modificar la opinión pública de un modo que haga sentir seguros a nuestros inversores y suban los precios de las acciones –suspiró–. Tengo una idea.

Dirigió a Trinity una mirada casi de arrepentimiento.

–Incluso antes de tener mala prensa, me planteé contratar a un asesor económico para que te ayudara. Ahora creo que hacerlo tranquilizaría a los inversores, ya que la compañía no estaría únicamente dirigida por alguien inexperto.

Bill lanzó un gruñido, pero Trinity le puso la mano en el brazo. Que creyeran que era inexperta. Lo era hasta cierto punto, aunque los años transcurridos hablando con Michael de distintos aspectos del negocio le habían enseñado algunas cosas valiosas. No esperaba tener que utilizar tales conocimientos, pero, ahora que él se había ido, le estaba agradecida.

–Parece una propuesta interesante –apuntó ella, en vez de rechazarla directamente.

–De hecho, el asesor está aquí. Estaba en la ciudad y le he pedido que se reúna contigo –dijo Larry.

–¿Aquí? –preguntó Richard con voz de trueno–. Pues que entre.

Trinity se estremeció. Maravilloso: otro hombre de negocios para «solucionar» el problema de su falta de experiencia. Aunque ganara el juicio contra quienes querían arrebatarle la herencia, siempre habría esa clase de asesores para decirle lo que debía hacer.

Larry salió al pasillo. Trinity se dijo que, si aquel asesor podía ayudarla, se beneficiaría mucha gente. Sin embargo, temía que se tratara de alguien más dispuesto a criticarla después de analizar cada uno de sus movimientos.

La puerta se abrió y Larry volvió a entrar, seguido de otro hombre.

Trinity contempló los ojos grises que no esperaba volver a ver y deseó que la tierra se la tragara.

 

 

Rhett observó la expresión de sorpresa de Trinity al entrar en la sala, pero no experimentó la excitación habitual que sentía cuando el juego empezaba de verdad. No podía apartar la vista de ella. Su elegancia desentonaba entre aquellos hombres gruesos y trajeados que llenaban la estancia. Llevaba el cabello recogido, y Rhett deseó vérselo suelto y cayéndole por los hombros, como en la noche del museo.

Notó la barrera que había interpuesto entre aquellos a los que consideraba sus adversarios y ella, lo cual le confería la mirada tranquila y vacía de una esfinge.

Rhett sintió un deseo profundo de resolver el misterio que tenía delante. ¿Se quedaría satisfecho demostrando que era una mentirosa? ¿O hacerlo le dejaría, por una vez, mal sabor de boca?

Cuando Larry presentó a Rhett a la junta, Trinity dejó de mirarlo y se volvió hacia el hombre sentado a su lado. Rhett recordó, por los archivos consultados, que era su abogado.

–No veo que esto vaya a ayudarnos –se quejó Bill–. ¿Por qué su presencia iba a modificar la opinión pública a nuestro favor? Parece una táctica de relaciones públicas, lo cual no servirá para tranquilizar a nadie.

–Su trayectoria demuestra que inspira confianza a los inversores –contraatacó Larry. Se habían conocido esa mañana, cuando Richard y Patricia habían hablado a Larry de la misión secreta de Rhett–. De esta forma estaremos diciendo a los medios y a nuestros accionistas que la compañía está en las mejores manos posibles.

Se volvieron a elevar protestas en la sala. Solo Trinity siguió callada.

Cuando se hizo el silencio y los presentes prestaron atención a Rhett, este preguntó con voz firme:

–¿Quieren sacar el máximo partido de esta situación o perder todo aquello que ayudaron a Michael Hyatt a construir?

Fue mirándolos de uno en uno hasta llegar a Trinity, que únicamente lo miraba a él, como si los demás no existieran, lo cual lo hizo perder el control unos segundos.

Volvió a colocar las barreras en su sitio y, después, soltó el discurso que había preparado para convencer a la junta de su utilidad en el dilema al que se enfrentaban, y contó la falsa historia, que le servía de tapadera, de que era asesor económico.

Cuando acabó de hablar, Trinity se levantó, no con la intención de intimidarlo, ya que irradiaba tranquilidad. Los demás la miraron inmediatamente.

Rhett no entendía dónde radicaba su magnetismo, pero estaba dispuesto a averiguarlo.

–Bienvenido, señor Brannon –dijo sin vacilar–. Le agradecemos su disposición a intervenir en esta situación.

A Rhett le fascinó ese nuevo e inesperado aspecto de Trinity, esa autoridad que parecía desprender de manera espontánea. La mujer a la que había conocido la noche anterior se había mostrado vacilante, incluso tímida; esta imponía.

Por primera vez se preguntó por qué los Hyatt la consideraban más un estorbo que una verdadera amenaza. Deberían estar más preocupados. Su instinto le indicaba que se hallaba ante una potente adversaria, si se la contrariaba.

–Señores –dijo ella–, ya hemos hablado bastante. Creo que contratar al señor Brannon de asesor es una solución aceptable para todos.

Los miembros de la junta se levantaron y se dispusieron a marcharse. Susurrando entre ellos, con Richard y su esposa a la cabeza, salieron por la puerta, que sostenía el mayordomo. Rhett se hubiera perdido en aquella mansión si este no le hubiera indicado el camino.

Se preguntó si Trinity aceptaría de buen grado que le ayudara en la tarea que había heredado, mientras él reunía pruebas contra ella. Aunque solo se trataba de su trabajo, se le aceleró el corazón al pensar en que estaría muy cerca de ella.

Pero tenía que ser precavido. Debía acercarse a ella, en efecto, pero solo para hacer su trabajo. Tenía que centrarse en el motivo por el que estaba allí, no en ella.

Trinity habló en voz baja con su abogado, pero no se movió cuando él se dirigió a la puerta. A Rhett no se le escapó la dura mirada que le lanzó al pasar a su lado.

Supo, aunque no se lo había dicho, que Trinity deseaba que se quedara. La curiosidad lo mantuvo en su sitio. Quería ver qué otras sorpresas le deparaba ella.

Al mirarla, le pareció que, durante unos segundos, le pesaba el cuerpo. Observó que hundía los hombros e inclinaba la cabeza con una expresión desesperada. Fue cuestión de segundos, como si haber hablado antes la hubiera dejado sin fuerzas.

Cuando hubo salido el último miembro de la junta, Trinity hizo un gesto con la cabeza al mayordomo, que cerró la puerta. Seguidamente se volvió hacia Rhett y lo miró a los ojos.

–Dígame a qué está jugando, señor Brannon.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Contemplar la sorpresa en los ojos de Rhett era de película.

Tenía la sensación de que no era fácil dejarlo sin palabras. Aquel día, su presencia era aún más imponente que la noche anterior. Había entrado sin vacilar en una sala llena de poderosos hombres de negocios. Había tomado las riendas de la reunión como si hubiera nacido para ser líder y había especificado sus aptitudes en pocas palabras.

Acababa de actuar para toda la junta. La noche anterior lo había hecho para ella.

O eso le había parecido.

¿Qué tramaba? Necesitaba respuestas.

–Anoche, ya sabía usted quién era yo –no era una pregunta, porque ambos sabían la verdad.

Ella esperó a que las excusas comenzaran.

–Verá…

Su voz profunda tenía el mismo tono íntimo que la noche anterior, aunque ahora se hallaran en una sala de juntas, en vez de lo que le había parecido un encuentro íntimo. Ella reprimió un escalofrío.

Su atractivo y su poderosa personalidad la arrastraban. ¿De qué servía hacerle preguntas? Lo más fácil sería sentarse y mirarlo un rato, dejar que su atractiva energía la distrajera de la verdad que se ocultaba tras su encantadora sonrisa. Se sentiría muy aliviada si pudiera eliminar las sospechas y defensas que la situación parecía requerir.

–Tiene razón –dijo él. Su rápida confesión la sorprendió–. Le reconocí cuando me dijo su nombre.

Eso tenía lógica. La muerte de Michael y su herencia habían sido noticia.

–¿Y no se le ocurrió presentarse? ¿Decirme quién era en realidad?

–Pues sí –reconoció él.

Él bajó la vista, lo que hizo que ella se diera cuenta de que tenía los brazos cruzados y debía de parecer que estaba a la defensiva. Intentó tranquilizarse, pero él volvió a mirarla el tiempo suficiente como para que se le pusiera la carne de gallina.

–¿Pero…?

–Pero no estaba seguro de que ya le hubieran hablado del plan. Además, no me han confirmado el empleo hasta esta mañana. Llegué anoche. Solo era una oferta.

Su lógica era razonable. A ella no le habían dicho que iba a llegar ni para qué. Había cosas de las que no podía echarle la culpa.

Entonces, ¿por qué seguía sospechando de él?

No la ayudaba su leve sonrisa, como si le divirtieran las preguntas. Se puso a la defensiva y deseó levantar un muro para que él no viera, tocara ni conociera ningún aspecto de ella que le diera demasiada información sobre quién era en realidad.

Aquello solo era un asunto de negocios.

–¿Por qué ha venido para ejercer de asesor en esta situación?

–Me dedico a eso, a enseñar a dirigir un negocio correctamente, o de modo más eficaz, o a evaluar y proponer nuevos métodos. Quien hereda una empresa, como es su caso, a veces necesita esos servicios más que la mayoría.

–¿No es eso de que quien no sabe hacer nada, enseña?

–No cuando eres tan bueno como yo.

Lo afirmó con expresión seria, pero a ella le pareció que insinuaba algo que no tenía nada que ver con los negocios.

–¿Suele trabajar engañando a la gente a la que supuestamente debe ayudar?

–No le mentí. No le lo conté todo al conocernos porque aún no había nada decidido.

Voces de alarma comenzaron a sonar en la cabeza de Trinity ante la peligrosa lógica que empleaba. Y se incrementaron cuando él apoyó las manos en la mesa y se inclinó hacia delante sonriendo abiertamente.

¿Por qué se le aceleraba el corazón. Solo estaban hablando. Bill, Richard y Frederick, el mayordomo, la esperaban fuera. No había peligro alguno.

–Además, no quería estropear el ambiente con algo tan aburrido como hablar de negocios.

–Si lo hubiera sabido…

–No me habría hablado de arte, belleza o sentimientos –concluyó él inclinándose un poco más–. Como me gustaba lo que decía, no quise estropearlo.

Eso implicaba que él se había sentido tan atraído como ella mientras se hallaban solos en la sala del museo. Pero ella se había marchado porque hablar de aquellas cosas con él le despertaba demasiados sentimientos. Eso, sin tener en cuenta que su esposo había muerto seis semanas antes y que iniciar una relación con alguien le daría a la prensa un motivo más para despellejarla viva. Además, no se consideraba lo bastante experimentada para enfrentarse a un hombre como Rhett, que sabía exactamente lo que quería y cómo conseguirlo.

Ella era, en comparación, muy ingenua.

Le miró las manos, apoyadas en la mesa, y frunció el ceño. Debía establecer unas normas muy estrictas. Era ella quien debía marcar el tono y los límites.

–¿Cuánto me va a costar que me asesore? –no dudaba que la suma saldría de su parte de la herencia.

Él indicó con un gesto los papeles esparcidos por la mesa.

–¿De verdad le importa?

Tenía razón, a pesar de que no le hacía gracia reconocerlo. Ella no podía regatear, cuando estaba en juego el sustento de más de cinco mil familias.

 

 

Al salir de la sala de juntas, Rhett notó que Richard se les acercaba, a pesar de que no lo había visto, por la forma en que se irguió Trinity. ¿Se preparaba para defenderse o para atacar?

Se sintió aliviado al ver que Bill también se aproximaba, pues Trinity ya no estaría sola con Richard. Lo que ella sintiera no era de su incumbencia. De hecho, cuanto más incómoda estuviera, mayores probabilidades tendría de cometer un error, lo cual lo beneficiaba.

Entonces, ¿por qué se preocupar por ella?

Le vibró el móvil y se disculpó al tiempo que se alejaba unos metros.

Era Chris, su socio.

–¿Qué es eso de que quieres que haga yo ese trabajo? ¿Ya te ha seducido esa mujer?

–¿En veinticuatro horas? –su socio estaba muy equivocado, pero Rhett tenía la desagradable sensación de que aquel trabajo no iba a seguir los patrones habituales.

–Podría suceder.

–Ni lo sueñes.

–Stefan estaba muy preocupado. Me ha dicho que estabas raro por teléfono. Me imaginé que habías tenido un ataque de lujuria.

–Soy inmune –o eso esperaba.

–En serio, Rhett, ¿qué pasa?

–Nada que no pueda controlar. Anoche me sentía raro, pero ya lo he superado.

–Qué rapidez.

–Lo tengo controlado.

–¿Seguro?

–Sí. Creo que voy a descubrir algo aquí. Es cuestión de profundizar lo suficiente.

–Ten cuidado de que no vaya a gustarte demasiado.

–No soy tan tonto como para involucrarme.

–A todos nos viene bien un recordatorio. Estamos hechos para ser cínicos. A veces prestamos más atención al hombre que hay en nosotros que al sentido común.

Rhett no protestó porque parecería que estaba a la defensiva. Pero el silencio debió de hacerle parecer culpable, porque Chris siguió sermoneándole.

–Si solo hubiera sido una vez, la vida sería distinta. Nosotros lo seríamos. Pero hemos visto la verdad muchas veces. Recuerda a tu padre y a Verónica, o a Mickey y Tracy, o incluso a Lily y…

–El tío Joe –dijeron a la vez.

Habían hablado de ese tema en numerosas ocasiones. Miembros de las familias de ambos habían sido traicionados. Las parejas que había mencionado Chris eran un ejemplo. Habían sido un entrenamiento para el trabajo que Rhett desempeñaba ahora.

–Y a ti –prosiguió Chris–. Anastasia te dio una buena lección.

La mención de su exprometida aumentó la determinación de Rhett. Era plenamente consciente de lo peligrosa que le resultaba la lujuria a un hombre, sobre todo cuando contemplaba la increíble figura de Trinity de espaldas. Era unos centímetros más alta que la media, pero con preciosas curvas.

Y él las examino todas y cada una. Debía hacer caso a Chris y centrarse en su trabajo.

Después de haber acabado de hablar con él, se acercó al grupo justo cuando Richard decía:

–Al menos eres razonable. No beneficiará a nadie que lo arruines todo antes de que nos hagamos cargo de la herencia.

–Si os hacéis cargo de ella –contraatacó Bill mirándolo con dureza.

–Es cuestión de tiempo.

Trinity no se movía, no reaccionaba a la conversación entre ambos hombres, limitándose a mirar fijamente a Richard hasta que este dirigió la vista a los zapatos.

–Un pequeño contratiempo –dijo Rhett alzando el móvil.

–¿Podemos ayudarte en algo? –preguntó Bill.

–¿Me podéis recomendar un alojamiento? Mi secretaria me ha dicho que no puedo ampliar la reserva del hotel porque hay un congreso, o algo así.

–No necesitas ir a un hotel –intervino Richard.

Trinity dio las primeras muestras de disgusto apretando los labios. ¿Se contenía para no protestar ante lo que se veía venir? ¿Qué pensaría si supiera que Richard y él ya habían preparado esa conversación de antemano?

–Te puedes alojar aquí –prosiguió Richard–. Esta mansión tiene muchas habitaciones de invitados, ¿verdad, Trinity?

–Desde luego –respondió ella con voz muy controlada–. Aquí sobra espacio.

–Y te ahorrarás un dinero –añadió Richard.

–Me preocupa lo que otros piensen sobre el hecho de que el señor Brannon viva aquí conmigo, ya que he enviudado hace muy poco.

–Llámame Rhett, por favor.

–No tienes que proteger tu reputación –Richard había vuelto a meter la pata. ¿Aquel hombre carecía de tacto?

El rostro de Trinity no se alteró ante el insulto.

–Richard… –lo avisó Bill.

Rhett no prestó atención a su jefe secreto y se centró en Trinity. Le agarró la mano y se la llevó a los labios, un gesto pasado de moda. Ella lo miró con los ojos como platos mientras él le rozaba levemente la piel con los labios, antes de soltarla y decir:

–No te preocupes. Sé cuál es mi trabajo aquí, y mis conocimientos están a tu entera disposición.

Ella lo miró confusa y recelosa.

–Tienes mi palabra de que me comportaré de forma totalmente profesional.