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Aquel multimillonario indomable había encontrado a su cenicienta. Presley Macarthur siempre había sido poco atractiva, algo que su madrastra le recordaba constantemente. Sentía pasión por los caballos y, cuando un negocio fallido la dejó a merced de Kane Harrington, el rico propietario de una nueva e importante cuadra, Presley se vio sometida a una transformación sensual que nunca hubiera imaginado. Kane quería utilizar a Presley para ganarse un lugar legítimo en el exclusivo mundo de la cría de caballos. Sin embargo, lo que estaba empezando a sentir por ella no era nada conveniente. Él ya lo había perdido todo en una ocasión, ¿estaría dispuesto a volver a arriesgarse y hacer que la apasionada metamorfosis de aquella mujer fuera completa?
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Seitenzahl: 173
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2017 Katherine Worsham
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión sin freno, n.º 2148 - junio 2021
Título original: Unbridled Billionaire
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-432-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
–¿Puedes llevarme a dar un paseo por el jardín?
Kane Harrington miró hacia los enormes ventanales en forma de arco que daban al jardín de la parte trasera de Harrington House. A medida que el sol se ponía, la oscuridad iba envolviéndolo todo.
–Me parece que ya no hay suficiente luz para eso.
La pequeña descarada, Joan, si recordaba bien su nombre, se le acercó un poco más.
–No me importa.
«A mí, sí».
Como también les importaba a todas las mujeres solteras, y a sus madres, que tenían la esperanza de conseguir unos minutos de su tiempo. Después de todo, era el único que seguía soltero. Por eso se había convertido en el centro de atención aquel día de puertas abiertas en la casa y las cuadras que habían organizado su hermano Mason y él para las familias importantes de la zona. De repente, después de cuatro horas de evento, estaba empezando a sentir cansancio.
–Lo siento, querida –le dijo a Joan–, pero acabo de recordar que tengo que hacer una llamada de trabajo importante esta noche. Ahora mismo vuelvo.
Rápidamente, se fue por el pasillo hacia el enorme despacho de la casa, que estaba en la zona privada. Aunque Kane tenía allí un escritorio y su ordenador para trabajar, no vivía en la finca con Mason y su prometida, EvaMarie.
Cerró la puerta, se sentó en el escritorio y suspiró, acordándose del motivo por el que había evitado los actos sociales durante aquellos últimos años. Para su consternación, tenía un físico que atraía a más mujeres de las que hubiera deseado. Era moreno y atractivo. Además, en cuanto se había hecho público que su hermano y él habían heredado una gran fortuna, el número de pretendientas había aumentado exponencialmente.
Él había accedido a hacer aquel esfuerzo con tal de que su presencia llamara la atención de las chicas guapas y sus familias hacia las cuadras que acababan de fundar. Para llevar a cabo aquel proyecto no solo necesitaban dinero; además, su padre se había asegurado de que tuvieran mucho de eso. También necesitaban crearse una buena reputación entre los auspiciadores y agitadores del circuito de las carreras hípicas allí, en el país de la grama azul de Kentucky. Él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que todos mencionaran su apellido en los eventos más importantes del año que tuvieran relación con la Triple Corona.
Después de haber podido pasar unos minutos a solas…
Lo que le sorprendía era lo aburridas que resultaban las mujeres que había conocido aquel día. Aquel flamante multimillonario estaba buscando un pequeño desafío, un comentario descarado o, demonios, cualquier cosa que se saliera un poco de la norma… Pero aún no lo había encontrado. Por otro lado, detectaba perfectamente unas actitudes calculadoras que no hacían más que revolverle el estómago.
Distraídamente, hizo clic en el icono de su correo electrónico y echó un vistazo a los mensajes. La pantalla se llenó con la combinación habitual de anuncios y respuestas comerciales. Vaya, por mucho que revisara su bandeja de entrada, nunca dejaba de llenarse.
De repente, el nombre de Vanessa Gentry le llamó la atención, y el mundo se detuvo durante unos segundos eternos. Lo reconoció, por supuesto, incluso después de varios años. Es un poco difícil olvidar a la mujer que había estado a punto de ser su suegra. Inmediatamente, en su mente apareció la imagen de ella con su hija, ambas riendo con las cabezas juntas. Madre e hija se parecían mucho, aunque a Vanessa se le había puesto el pelo plateado bastante pronto. La melena de su hija Emily, por el contrario, todavía era negra como la noche. Kane se entristeció al recordarlo.
Aunque probablemente no debería hacerlo, abrió el correo y lo leyó mientras comenzaba a descargarse una fotografía.
Kane, sé que es una presunción por mi parte enviarte este mensaje, pero, después de cómo terminaron las cosas… Bueno, solo quería que supieras que todo va bien, y que Emily ha podido seguir adelante.
Kane se preparó, enderezando la espalda contra el respaldo de la silla. Al ver la fotografía, fue como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el pecho.
Él había pensado que, algún día, la bella mujer de la imagen sería suya y que nunca dejaría de quererla. Sin embargo, en aquel momento no sentía amor, sino debilidad e impotencia, las mismas emociones que lo habían atormentado por primera vez durante la enfermedad de su madre y su muerte por cáncer. Después, Emily había tenido el accidente, y eso había provocado que su instinto de protección se exacerbara. Ella no había aceptado su ayuda, porque lo había interpretado como una muestra de lástima.
Al lado de Emily, en la foto, había un hombre común y corriente, aunque con esmoquin y una flor en el ojal. Tenía un brillo de felicidad en los ojos. Por encima del hombro de Emily se veía el asa de la silla de ruedas. Así pues, todavía tenía al menos una parte del cuerpo paralizada…
Y era una hermosa novia para alguien que, aparentemente, podía satisfacer sus necesidades mejor que él, por mucho que lo hubiera intentado.
Sintió el golpe rápido y duro de la ira. Aunque no quisiera, debía aceptar que Emily tenía derecho a seguir adelante. No obstante, del mismo modo, él tenía derecho a permanecer ajeno a su vida y no verse obligado a recordar todo aquello en lo que no había estado a la altura.
Se puso de pie y salió al pasillo. Ni siquiera saludó a los pocos invitados con los que se cruzó; seguramente, su expresión facial no era especialmente amable en aquel momento.
Sabía lo que necesitaba para calmarse: la paz y la quietud que reinaban en el establo. La aceptación de los caballos. El olor a tierra, que lo vinculaba al presente. Y, aquel día, la realización del sueño al que nunca había estado dispuesto a renunciar, ni siquiera después de que su novia se cayera de un caballo y quedara parapléjica de por vida.
En el establo no había nadie, aunque poco antes habían hecho varias visitas para los invitados. Después de todo, aquel era el centro neurálgico de sus operaciones. Kane y Mason estaban orgullosos de la rehabilitación del edificio y de los caballos que habían empezado a alojar en los compartimentos. En cuanto entró en el pabellón, sus pasos se ralentizaron, su respiración de calmó y su pulso recuperó la normalidad.
Se detuvo y se deleitó con los sonidos suaves de los caballos, que lo llamaban al notar su presencia. Paseó pensativamente por el corredor central, lamentando que su padre no estuviera allí para compartir sus sueños.
De repente, oyó un grito ahogado y agudo que provenía del pasillo derecho. No estaba solo, como pensaba. ¿Acaso alguna parejita había decidido ir a jugar al establo en mitad de la fiesta? Él habría ignorado la cuestión, pero en aquella parte del establo era donde tenían a Sun, su nuevo semental, que había llegado el día anterior y que necesitaba tiempo y tranquilidad para adaptarse a su nuevo hogar.
Kane torció la esquina y se dio cuenta de que los ruidos provenían precisamente del box de Sun. Era la voz de una mujer, que hablaba suavemente al caballo. Además, la puerta trasera del establo estaba abierta de par en par y, a través de ella, se veía el brillo de un camión.
¿Aquella mujer quería robar al caballo?
Kane se escondió entre las sombras con curiosidad, y vio que el enorme semental estaba inmóvil, como si la voz de aquella mujer tuviera el poder de hipnotizarlo. Ella le hablaba continuamente mientras lo preparaba para transportarlo, sin dejar de acariciarlo con una mano firme que transmitía familiaridad y autoridad.
No iba vestida para robar un caballo. Llevaba unas sandalias elegantes y un vestido de tirantes de color azul. Tenía un cuerpo ligeramente musculoso.
Estaba de espaldas a él, y parecía una mujer guapa, aunque no demasiado llamativa. Si había estado en la fiesta, no la recordaba. Tenía el pelo del color del caramelo y llevaba una coleta. Él quería ver cómo era su cara, pero, primero, quería saber qué se proponía.
Estuvo callado, expectante, durante diez minutos. La mujer tenía una increíble facilidad para calmar a aquel caballo gigante, y estaba claro que su intención era llevárselo de allí.
Cuando ella terminó los preparativos, él decidió que era el momento de actuar. Salió de su escondite y se colocó delante de la puerta abierta del compartimento. El caballo levantó la cabeza al verlo, con inquietud, y ella posó una mano en su cuello y le habló en voz baja. Entonces, Kane preguntó:
–¿Qué ocurre aquí?
Presley se sobresaltó. Estaba tan concentrada en Sun que había olvidado la amenaza que suponían los Harrington. Miró hacia atrás por encima de su hombro y comprobó que la había sorprendido uno de los hermanos, y no un mozo del establo.
Recordó los papeles que llevaba en el bolsillo y alzó la barbilla.
–Soy Presley Macarthur. ¿Quién es usted?
Ya lo sabía, en realidad. Kane Harrington había aparecido varias veces en las páginas de las revistas de sociedad, aunque su hermano, Mason, había aparecido mucho más a menudo, e iba a aparecer aún más después de que aquel mismo día se hubiera anunciado su compromiso con EvaMarie Hyatt.
Ella podría narrar de memoria la historia de los hermanos, mozos de establo, que se habían marchado de allí después de que su padre, jinete de profesión, hubiera sido expulsado del circuito de carreras. Habían regresado el año anterior, después de heredar una enorme fortuna de su padre, con la intención de ocupar un lugar en el mundo de las carreras de caballos.
Aquel hombre tan alto estaba en mitad de la salida, en silencio. Ella se negó a darle una explicación porque, con eso, solo conseguiría que él pensara que tenía poder, cosa que no era cierta en aquella situación.
Él se acercó.
–Me parece –dijo–, que teniendo en cuenta que está en mi establo, robando mi caballo, ya debe de saber usted quién soy.
–En realidad, no estoy robando nada. Solo estoy recogiendo lo que es mío por derecho.
–No creo, señorita –dijo Kane con ironía–. Tengo la documentación que demuestra que he adquirido legalmente este caballo.
–¿Seguro?
Kane enarcó una ceja. A ella se le encogió el estómago, pero se mantuvo firme. Tragó saliva, pero no pudo evitar sentir miedo.
–Si en esos documentos no aparece el nombre de Presley Macarthur como vendedora, me temo que ha comprado ilegalmente el caballo.
Vaya. En cuanto hubo pronunciado aquellas palabras, se arrepintió. Estaba perdiendo la calma.
–Lo que quiero decir es que ha habido un malentendido…
–Eso me parece a mí, porque yo he comprado este caballo en la granja que dirige la viuda del señor Macarthur, Marjorie…
«Mientras yo estaba fuera por trabajo…».
–Seguro que sí, señor Harrington –dijo ella–, pero es del dominio público que Sun me pertenece a mí, hija única del señor Macarthur, no a su viuda. Aunque las dos tenemos partes iguales del negocio, así que entiendo que pueda haberse dado un malentendido. Tengo las pruebas aquí mismo –dijo, y sacó una copia del documento de propiedad del caballo de su bolsillo.
Para su consternación, él dio un paso hacia delante. Aunque sabía que iba en busca de los papeles, a Presley se le aceleró el corazón y se le humedecieron las palmas de las manos. Y no era debido al estrés de aquella situación. Todo le parecía algo más… personal. Él la rozó con los dedos largos al tomar los papeles, y ella sintió una descarga de calor increíble por el brazo.
¿Qué demonios estaba pasando? Nunca había tenido aquella reacción con ningún hombre. Era como si tuviera un tornado por dentro y no pudiera controlarlo. Cuando Kane se inclinó para leer el documento, ella tuvo un instante para recupera la compostura. Él la miró fijamente.
–Parece que estamos en un punto muerto, señorita Macarthur.
–No –respondió ella–. La situación está clara. Voy a llevarme a Sun a casa, a su sitio.
–¿Y el cheque que le di a la señora Macarthur?
–Le aseguro que se le devolverá hasta el último centavo de su dinero.
–Ya. ¿Y qué pasa con mi reputación?
–¿Disculpe? –preguntó ella, mientras apretaba con fuerza las riendas de Sun.
–He comprado este caballo por un buen motivo, señorita Macarthur. Seguro que sabe que tener un semental como este es un gran impulso para un programa de cría. No es el tipo de caballo que se encuentra en cualquier sitio.
–Sí, lo entiendo, pero… ese no es mi problema.
Sin embargo, con solo mirar a Kane Harrington, Presley supo que él iba a encargarse de que sí fuera su problema.
–Creo que la gente de aquí no estaría de acuerdo con usted.
–¿A qué se refiere?
–Los dos conocemos el negocio –dijo él, con seguridad–. Sabemos que la reputación es tan importante como el rendimiento de los caballos.
Ah, sí. Ella sabía muy bien todo eso. Había estado luchando por mantener a su madrastra apartada de la dirección del establo desde que su padre había muerto, hacía seis meses. Su madrastra no sabía lo que era el tacto ni conocía aquel negocio. Solo veía el dinero, y quería más y más. No le importaba a quién pudiera hacer daño por conseguirlo.
«Huelen la debilidad mejor que un sabueso, y son capaces de sacarle más partido que un abogado. Nunca permitas que vean un punto débil».
Su padre le había repetido aquellas palabras hasta la saciedad, así que… ¿por qué había decidido que su mujer y su hija compartieran un negocio por el que él había luchado tanto incluso antes de que ella naciera? Su madrastra era el punto más débil de todos, y Presley tenía la sensación de que Kane Harrington lo sabía muy bien.
Kane se acercó y empezó a caminar a su alrededor. Ella tuvo calor, y sintió la necesidad de apartarse de él.
Cuando Kane se colocó a su espalda, ella se agachó y pasó por debajo del cuello de Sun, dejando que el caballo estuviera entre los dos para evitar las emociones desconocidas que aquel hombre le provocaba…
Kane enarcó las cejas, pero no mencionó su gesto de cobardía.
–Tal y como yo lo veo, su madrastra ha cometido una ilegalidad. Además, estaría la vergüenza de retirar el anuncio de que Sun ha entrado a formar parte de los establos de los Harrington. Así que, si mi reputación se va a resentir con este asunto, la suya, también –le aseguró a Presley.
En aquel momento, ella supo que tenía que hacer concesiones, quisiera o no.
Kane vio con claridad en qué momento Presley Macarthur se daba cuenta de que no iba a permitir que se escabullera sin consecuencias. Aunque se le daba muy bien disimular su expresión, sus increíbles ojos verdes la delataban. Decían que estaba intentando salir airosa de aquella situación, fuera como fuera.
–Siento mucho todo esto…
–Ya –dijo él. Se estaba divirtiendo con el jueguecito, y añadió–: Siente usted mucho que su madrastra cometiera un error. ¿Y cómo piensa compensarme a mí?
De repente, ella entrecerró los ojos y se irguió.
–¿Qué es lo que quiere decir, exactamente?
Aquella reacción atrajo a Kane tanto como su rostro limpio y claro. Lo que menos quería era una mujer débil, alguien a quien hubiera que cuidar; aquel tipo de persona era como su kriptonita, tal y como le había demostrado Emily. Ante él tenía a una mujer atractiva que, obviamente, sabía dirigir su negocio. Si era cierto lo que había oído decir de ella, la señorita Macarthur también prestaba servicios de consultoría y dirección de establos. Así que era lista y no era fácil de intimidar. Iba a tener que ser creativo para recuperarse de aquel golpe.
Cabeceó e ignoró la pregunta que ella le había formulado mientras trataba de resolver aquel rompecabezas… Era consciente de que su silencio podría resultar intimidante. ¿Qué le ocurría? Primero, había sentido ira. Y, ahora, estaba pensando en… ¿qué?
Sentía una atracción incomprensible hacia ella y tenía ganas de averiguar lo que había debajo de su vestido, pero él siempre pensaba las cosas, sopesaba las consecuencias, hacía planes. Mason era el impulsivo, no él. Sin embargo, aquella noche parecía lo contrario. Era una oportunidad demasiado deliciosa.
–Necesito que arregle esto…
–Yo me lo pensaría bien antes de intentar obligarme a que haga algo inapropiado…
–No, no, yo no haría algo así –dijo Kane, mientras pasaba por debajo del cuello del caballo para invadir el espacio de la señorita Macarthur. Ella se puso más tensa aún.
Parecía que aquello no le gustaba nada…
¿O sí? Desde tan cerca, él se dio cuenta de que le latía el pulso aceleradamente en la base de su delicado cuello, y de que se humedecía lentamente los labios rosados. También se fijó en que ella miraba subrepticiamente sus pantalones y la camisa, de abajo arriba, antes de apartar los ojos con una expresión de culpabilidad.
No podía ser tan terrible usar aquel interés para su propia ventaja, ¿no? Tal vez fuera egoísta, sí, pero no iba a permitir que eso le coartara.
–Sin embargo, me da la impresión de que vamos a empezar a conocernos muy, muy bien.
–¿Eh? –preguntó ella con un gritito. Además, se le enrojecieron las mejillas, y esto terminó de delatar que él había tocado un nervio.
–Macarthur –dijo Kane, acercándose más y más, llevándola hacia la pared–. Sé que se llama usted Presley, y sé de su familia y de sus cuadras –añadió–. Es usted famosa en todo el estado y más allá.
–¿Y qué? –preguntó ella con la voz entrecortada.
–Que, si nosotros estuviéramos juntos, los establos Harrington tendrían una señal de aprobación por su parte.
–¿Juntos?
–Supuestamente –respondió él–. Es decir, que dé la impresión de que estamos juntos. Que todo el mundo piense que somos amantes.
–Um… No.
–¿Está segura de eso?
–Estoy bastante segura de que hay otras formas de promocionar sus cuadras.
Pero no era eso lo que él quería. Ya, no.
–¿Sin que parezca que usted se ve obligada a hacerlo?
–Mejor de lo que podría fingir que soy su…
–¿Amante?
–Por supuesto.
Kane dio un paso atrás y alzó las manos.
–De acuerdo. También podemos contar la verdadera historia de que su madrastra trató de birlarme una increíble cantidad de dinero…
–No es cierto –dijo Presley, poniéndose en jarras. Aquel movimiento le ajustó el vestido sobre el cuerpo, y él tuvo la oportunidad de admirar sus curvas firmes. Su cerebro empezó a despedir chispas.
Presley no se dio cuenta de nada.
–Ella solo… bueno…
–¿Qué? –preguntó Kane cruzándose de brazos–. ¿Cometió un error con un caballo de carreras de un millón de dólares que no le pertenecía?
En el rostro de Presley se reflejó la indecisión y, finalmente, quedó claro que no podía hacer otra cosa que aceptar la situación.
–¿De qué expectativas estamos hablando, exactamente? –le preguntó.
Bien, como Kane lo estaba pensando todo sobre la marcha, tampoco él estaba completamente seguro.
–Podemos hablar de ello.
–Pues este es un momento tan bueno como cualquier otro.