La lagartija - Luisa Noguera - E-Book

La lagartija E-Book

Luisa Noguera

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Beschreibung

Laura Gartija es una niña que se siente extraña en su casa: su mamá es su mamá, pero su papá vive en un marco y su otro papá, con el que vive, no lo es. Y ama a sus hermanas, pero no se parecen a ella. O eso cree. Para colmo de males, también es una extraña en el colegio: su afición a los insectos, que heredó de su papá (que era un gran científico), la convierte en un bicho raro y en víctima del matoneo y la marginación de sus compañeros. Todo es así hasta que alguien le pone a Lala el apodo de "La lagartija" y la niña se hace amiga de una lagartija de verdad. Estos hechos la llevarán a comprender y aceptar lo que es, y a descubrir nuevas dimensiones de sí misma, no sin sortear problemas con niños odiosos, niñas antipáticas y un bello proyecto de pantera.

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Noguera Arrieta, Luisa Margarita

La lagartija / Luisa Noguera Arrieta ; ilustraciones Israel Barrón. -- Edición Julián Acosta Riveros. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2021.

160 páginas : ilustraciones ; 21 cm. -- (Colección Corcel)

ISBN 978-958-30-6292-6

1. Novela colombiana 2. Familia - Novela 3. Víctimas de matoneo - Novela 4. Reptiles - Novela 5. Curiosidad - Novela I. Barrón, Israel, 1974- ilustrador II. Acosta Riveros, Julián, editor III. Tít. IV. Serie.

Co863.6 cd 22 ed.

Primera edición, marzo de 2021

© 2019 Luisa Noguera

© 2019 Panamericana Editorial Ltda.

Calle 12 No. 34-30. Tel.: (57 1) 3649000

www.panamericanaeditorial.com

Tienda virtual: www.panamericana.com.co

Bogotá D. C., Colombia

Editor

Panamericana Editorial Ltda.

Edición

Julian Acosta Riveros

Ilustraciones

Israel Barrón

Diagramación

Martha Cadena, Luz Tobar

ISBN 978-958-30-6292-6 (impreso)ISBN 978-958-30-6418-0 (epub)

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor.

Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A.

Calle 65 No. 95-28. Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355. Fax: (57 1) 2763008

Bogotá D. C., Colombia

Quien solo actúa como impresor.

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

Contenido

Un animalito solitarioLa fábrica de recuerdosLo que va creciendo adentroPreso en un marco de maderaLos tesoros bajo tierraLa LagartijaLejos de la lluvia y el fríoEl peajeLa vida no es justaUna cacería frustradaTemporal de calmaAlguien se preocupa¿Cri, cri, bzzz, bzzz?¡Sangre en el recreo!Lo inexplicableDos ojitos brillando en el fondoFicha técnicaLlorar también aclara la visiónEl proyecto de panteraEl frío puede quemarLa gananciaUna amistad peligrosaReconocerse en un espejoUn ratito de solLa sospechaLas alas delicadas

Epílogo

I

Un animalito solitario

Era pequeña y muy delgada. Sus líneas eran finas, como si un experto ilustrador la hubiera dibujado con un micropunta. Sus movimientos eran rápidos y podía desaparecer de un momento a otro, gracias a la velocidad de sus fuertes piernas. Sus músculos eran firmes y su piel luminosa; en su cara afilada se destacaban dos enormes y almendrados ojos negros. Aunque su temperamento era tranquilo, era huidiza, tímida y solitaria.

Amaba los días de sol, andar a brincos entre los matorrales altos y perderse en el pasto crecido. Los días grises y lluviosos la ponían triste, por eso se ocultaba abrigada en la oscuridad y dormía profundamente hasta que el mal tiempo se iba.

Era excelente trepadora de árboles; se impulsaba con las piernas y se agarraba fácilmente con sus largos dedos, sin importarle que las cortezas afiladas se clavaran en su piel. Pasadas las cinco de la tarde —cuando la luz del sol es más intensa y colorea de rojo el cielo despejado— procuraba subirse a las ramas más altas de su árbol preferido y bañarse con aquella luz que le hacía entrecerrar los ojos. Sentía que no había límites en todo aquello que miraba, pues para ella no había nada mejor que saberse libre.

Yo diría que era feliz, y si se lo hubiéramos preguntado quizá lo habría confirmado, pero quienes se parecen a ella suelen ser incomprendidos, rechazados y, a veces, temidos. La llamaban simplemente la Lagartija.

II

La fábrica de recuerdos

Su nombre completo era Laura Gartija Realpe; un apellido extraño de procedencia desconocida, que le valió el sobrenombre de Lagartija y que reflejaba muy bien su personalidad. Su mamá y sus hermanas la llamaban Lala, pero fue en el colegio donde a algún gracioso se le ocurrió comenzar a decirle Lagartija. A la niña le gustó su sobrenombre y quienes habían pretendido burlarse de ella al llamarla así, tuvieron que morderse las uñas al darse cuenta de que le habían dado un regalo, antes que ofenderla.

Su padre, el señor Gartija, murió cuando Lala era apenas una bebé, pero la niña sabía todo sobre él, porque su mamá se lo había contado. Fue un biólogo reconocido en los círculos académicos por sus investigaciones a lo largo y ancho del mundo. Muchos de los animales que aún podemos ver cuando salimos de paseo le deben a él su permanencia en la Tierra. Logró clasificar cerca de 20 000 de las 375 000 especies de coleópteros conocidas hasta hoy; publicó artículos que se consultan en las universidades más prestigiosas de varios países; leyó, escribió, dibujó y enseñó. Y, lo más importante de todo: había amado profundamente a Lala.

Aunque hacía ya varios años de su partida, él no se había ido del todo. Quizá, desde el lugar donde se encontraba, el señor Gartija procuraba que Lala y su familia vivieran siempre en contacto con la naturaleza, en casas retiradas de la ciudad con zonas verdes llenas de animales y árboles. Cualquier bicho que se colara por la puerta o por las rendijas de los marcos de las ventanas podía tener la tranquilidad de no morir aplastado y de ser conducido amablemente a la salida; la visita de los cucarrones en los meses de lluvia —cuando salen de sus cuevas bajo tierra al final de la tarde, cosa que les ponen los pelos de punta a la mayoría— era recibida con alegría por Lala y su mamá, pues cada cucarrón que oían revolotear era un susurro de su padre que les decía: “¡Escuchen!, ya llegaron los coleópteros”.

Tras la muerte del señor Gartija, la mamá de Lala se esmeró en construir los recuerdos padre e hija que el escaso tiempo juntos no les permitió almacenar. En la habitación de la niña puso sobre una repisa varias fotografías donde aparecían juntos: Lala recién nacida en brazos de su padre, perdida entre un gorro de lana que le quedaba grande y le cubría la cara hasta la nariz; Lala y su papá en un romántico retrato mejilla con mejilla, donde ya se destacaban los enormes ojos negros de la niña en su carita perfilada y pálida; Lala subida sobre los hombros del señor Gartija, cuando apenas era capaz de sostener derecha su cabeza, agarrada firmemente del cabello de su padre con unos deditos que se veían bastante largos para la mano de un bebé. Y, sobre la mesita de noche, en un lugar especial, permaneció siempre la fotografía de un hombre feliz que miraba sorprendido a un bicho enorme —con las alas verdes extendidas— que se había parado sobre su dedo índice.

Desde que la niña dio sus primeros pasos, comenzó a recorrer el jardín con su mamá, señalando con sus nombres científicos las flores y los insectos que encontraban. La señora Realpe los conocía perfectamente, pues fotografiaba para su marido las muchas variedades de insectos y pequeños reptiles que él estudiaba. Así, por ejemplo, el saltamontes de jardín era para la niña un celífero; la mosca común una muscidae; las mariposas, lepidópteros, y todos ellos conformaban “los bichitos de papá”.

Cuando la pena y la ausencia se hicieron soportables, tal vez el mismo espíritu del señor Gartija propició que las dos mujeres que más había querido no se quedaran solas, y la madre de Lala volvió a casarse con el señor Garzón, un hombre muy diferente a él, sumergido en los números y las cuentas —para que los insectos, los días de sol y los espacios abiertos siguieran siendo solo sus dominios—. Así, formaron una nueva familia de tres a la que llegaron, poco después, primero Sol y luego Alba, las hermanitas de Lala.

III

Lo que va creciendo adentro

Lala creció en un ambiente que definió su personalidad. Durante mucho tiempo fueron solo ella, su mamá y la tristeza, que tenía su propio espacio dentro de la casa; las acompañaba cada día, de manera silenciosa, sin llanto ni suspiros. Había lugar para risas y juegos, abrazos y sueños placenteros, pero inamovible y casi inadvertida, la tristeza seguía presente.

Laura sabía que el señor Garzón no era su padre, aunque no entendía lo que eso significaba. Por su parte, él nunca hizo diferencia alguna entre las tres niñas; sentía que todas eran suyas a pesar de que Laura no llevara su apellido. La quería mucho. Era imposible no hacerlo; la había conocido cuando solo tenía tres años, y su delicada figura, de una fragilidad aparente, despertaba en él ternura; sus enormes ojos negros, un poco apartados el uno del otro, lo miraban con fijeza; sus dedos, extremadamente largos y finos, casi a punto de quebrarse, eran siempre una caricia dulce.

Él le enseñó cómo anudarse los zapatos, a contar y a andar en bicicleta. A la niña le gustaba acurrucarse entre los fuertes brazos del señor Garzón para que le leyera con su voz profunda y ronca cuentos de monstruos y seres mitológicos —que eran sus preferidos—. Lala lo quería y lo llamaba papá, pero le causaba inquietud llamar del mismo modo al hombre que vivía en el marco de madera sobre su mesita de noche, desde donde no la miraba a ella, sino a un Cotinis nitida.