La novia secreta del jeque - Susan Mallery - E-Book
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La novia secreta del jeque E-Book

Susan Mallery

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Beschreibung

Liana Archer se quedó atónita cuando el increíblemente atractivo Malik Khan, príncipe heredero del exótico reino de El Bahar, la raptó y la llevó a su palacio. ¿Qué podría querer un príncipe del desierto de una simple profesora que no era ninguna belleza extraordinaria? Anonadada y absolutamente embriagada de deseo, Liana se convirtió rápidamente en la esposa de Malik. Pero, ¿se atrevería a confiar su corazón a un hombre que le podía dar todo salvo el amor?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2000 Susan W. Macias. Todos los derechos reservados. LA NOVIA SECRETA DEL JEQUE, N.º 1889 - abril 2011 Título original: The Sheik’s Secret Bride Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-287-2 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa

 

 

 

 

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Promoción

Capítulo 1

IRA, mamá! Liana Archer dejó la novela que estaba leyendo y miró por la ventanilla del avión. Vio un cielo despejado, un sol implacable y alrededor de una docena de hombres a caballo que se acercaban al aparato.

—No te preocupes, Bethany —le dijo a su hija—. Sólo son...

Liana se detuvo en seco al caer en la cuenta de lo que acababa de ver. Hombres a caballo.

Unos minutos antes, cuando el piloto había anunciado que tardarían un poco en desembarcar porque había surgido un problema en la terminal del aeropuerto, Liana había dado por sentado que sería una dificultad técnica o que el pasaje de algún avión se les había adelantado. No imaginaba que estaban a punto de sufrir un asalto por parte de una tropa de nativos.

Sin saber qué hacer, abrazó a su hija de nueve años y habló con una tranquilidad que no sentía en absoluto.

—No pasará nada.

Varios de los pasajeros advirtieron la presencia de los jinetes. El tono de las voces subió y algunas mujeres empezaron a gritar. Liana se puso tan nerviosa que tuvo miedo de desmayarse; le habían asegurado que El Bahar era el país más pacífico de Oriente Próximo y que su rey era un hombre justo y honrado que gozaba del favor del pueblo, pero ya no estaba tan segura. De haber pensado que podían correr peligro, jamás habría expuesto a su hija ni se habría expuesto a sí misma a semejante situación.

En ese instante, los jinetes formaron un círculo alrededor del aparato. Algunos desmontaron y abordaron el avión por la parte delantera.

Bethany y su madre se hundieron en sus asientos. Liana pensó que al menos tenían la suerte de encontrarse en la parte de atrás; giró la cabeza para localizar la salida de la cola y se preguntó si podría abrir y escapar disimuladamente.

—¿Mamá? —preguntó la niña con voz temblorosa—. ¿Vamos a morir?

Liana le dio un beso en la mejilla y le apartó un mechón de cabello rubio.

—Por supuesto que no. Seguro que hay una explicación perfectamente razonable para todo esto; ya verás que...

Varios hombres altos y morenos, vestidos con túnicas, entraron en su zona del avión. Parecían estar buscando a alguien.

—¿Qué quieren? —preguntó un hombre trajeado que se levantó de su asiento—. Hay mujeres y niños... si buscan rehenes, permitan que se vayan antes.

Los nativos hicieron caso omiso. Uno de ellos se acercó a una joven y la obligó a ponerse en pie. Intercambiaron unas palabras que Liana no pudo entender y, acto seguido, se llevaron a la joven.

Los pasajeros perdieron la calma. Se oyeron gritos y hasta la propia Liana empezó a temblar. No entendía lo que pasaba. En parte, había aceptado el empleo en El Bahar porque le encantaban las novelas románticas donde las protagonistas se enamoraban de un jeque; pero el peligro no le pareció tan apasionante en la vida real como en la ficción.

—¡Silencio, por favor!

La voz bastó para calmar la histeria colectiva. Liana alzó la cabeza y vio a un hombre más alto que los demás y bastante atractivo. Se había echado la capa hacia atrás, así que pudo ver la pistola que llevaba al cinto. Paradójicamente, la visión del arma la tranquilizó; si iban a disparar, al menos tendrían una muerte rápida.

—Lamento que los hayamos asustado —continuó el desconocido—. Algunos de mis hombres más jóvenes se han tomado su misión con exceso de entusiasmo y han incumplido mis órdenes, que consistían en informar al pasaje antes de actuar.

El hombre inclinó la cabeza un momento. Después, se volvió a enderezar y sonrió de tal forma que a Liana le pareció el ser más bello de la Tierra.

—Soy Malik Khan, príncipe heredero de El Bahar. Permítanme que les dé las bienvenida a mi país... Ni lo que acaban de ver era un intento de secuestro ni sus vidas corren peligro. Una joven estadounidense que trabaja en palacio ha solicitado que su prometido la rescate del avión, por así decirlo. Por lo visto, le pareció que marcharse con un hombre a caballo sería muy romántico...

El príncipe Malik se dirigió al costado izquierdo del avión y añadió:

—Como pueden ver, hemos satisfecho los deseos de la joven.

—¿Tú ves algo? —susurró Bethany a su madre.

Liana forzó el cuello para ver por las ventanillas del lado contrario. La joven en cuestión estaba en los brazos de uno de los jinetes; y a tenor del apasionado beso que se daban, parecía de lo más feliz.

—Se están besando —informó a su hija—. Supongo que es lo que ese hombre ha dicho... una simple broma que ha salido mal.

Bethany sonrió.

—Estaba tan asustada que pensé que el corazón se me saldría por la boca —dijo la niña.

Liana le devolvió la sonrisa.

—Yo también, cariño. Mira que si escupimos nuestros corazones y empiezan a pegar botes por el suelo del avión...

Bethany rompió a reír.

—Veo que ya estás mejor, jovencita. Espero que no tengas miedo de El Bahar.

Liliana y Bethany se giraron a la vez. El príncipe se había acercado a sus asientos.

—Oh, no, no tengo miedo —afirmó Bethany—. Me gustaría ver su país, pero no si nos van a cortar la cabeza...

El príncipe sonrió.

—No, tu cabeza me gusta donde está. Descuida, te prometo que El Bahar estarás a salvo... de hecho, si alguien te molesta, le puedes decir que conoces personalmente al príncipe heredero —declaró.

La pequeña clavó en él sus ojos azules.

—¿Eres un príncipe de verdad? ¿Como en la Cenicienta?

—Exactamente igual.

Malik se volvió entonces hacia Liana. Ella tenía intención de sonreír y afirmar que también estaba más tranquila, pero se quedó sin habla cuando sus miradas se encontraron.

Los ojos del príncipe eran del color de la medianoche. A pesar de ser una mujer con bastante aplomo, Liana se sintió inmediatamente atraída por él; tuvo el deseo inexplicable de levantarse y rogarle que la acariciara y la besara allí mismo, delante de todo el pasaje. Fue como si le hubieran dado un hechizo de amor.

Sin embargo, el príncipe se limitó a sonreír y volvió a la parte delantera del avión sin pronunciar una palabra más.

—Guau, es muy guapo... —dijo Bethany—. Nunca había conocido a un príncipe de verdad. Y también es muy alto... ¿a ti te parece guapo, mamá?

—Sí, desde luego que sí —admitió.

El príncipe y sus hombres desembarcaron y el avión empezó a rodar hacia la terminal del aeropuerto. Minutos después, los pasajeros se dispusieron a salir. Mientras Liana alcanzaba sus pertenencias, echó un vistazo a la portada de la novela romántica que había estado leyendo y pensó que el mal de amor de su protagonista femenina debía de ser contagioso; durante unos segundos, se había sentido atraída por un desconocido alto, moreno y completamente fuera de su alcance.

Desembarcaron y se pusieron a la cola de la cinta de equipajes. Mientras esperaban, se dijo que la duración del viaje, el miedo o el exceso de café la habrían afectado más de la cuenta. Era la única explicación que se le ocurría.

Cuarenta minutos más tarde, Liana y Bethany estaban a punto de pasar por el control de pasaportes. Liana ya se había convencido de que le había dado demasiada importancia a su reacción ante el príncipe; al fin y al cabo había aparecido cuando ella todavía estaba bajo los efectos del miedo a sufrir un secuestro o algo peor. Además, sus emociones no podían ser más absurdas; los hombres como él no se sentían atraídos por mujeres como ella.

—Si hace el favor de seguirme, señora...

Liana se sobresaltó al oír la voz del hombre bajo que en ese momento se inclinaba para alcanzar una de sus maletas.

—¿Se puede saber qué está haciendo? —le preguntó, desabrida—. No toque eso.

La aduana de El Bahar era una sala grande con muchos ventiladores de techo y aparatos de aire acondicionado. Aunque todo estaba lleno de pasajeros, las colas avanzaban deprisa y los empleados parecían eficaces. Liana distinguió la presencia de varios policías, y ya estaba a punto de llamar a alguno cuando el hombre bajo hizo una reverencia a modo de disculpa.

—Sólo pretendo llevarlas a una cola con menos gente —se explicó, cruzando las manos sobre el pecho—. Como viene en compañía de una niña, me han dicho que haga lo posible por aligerarles el proceso. Por favor, acompáñenme.

El hombre señaló a un policía solitario que se encontraba en el extremo opuesto de la sala. Liana lo miró y se preguntó por qué no había pasajeros en el puesto de aquel policía, pero entonces vio el letrero que estaba sobre su cabeza. Era la entrada reservada a los residentes de El Bahar y a los dignatarios extranjeros.

—Me encantaría encontrarme en ese caso, pero me temo que yo no soy ni residente ni dignataria de ningún país —declaró—. Sin embargo, gracias por la oferta.

El hombre, de barba corta, apretó los labios. Llevaba un traje muy elegante

—Por favor, señora —insistió—. Le aseguro que no habrá ningún problema. Un policía se acercó a Liana, la tomó del codo y afirmó: —No se preocupe, señora. Sólo queremos agilizarle los trámites.

—Bueno, si se empeñan...

Liana dejó que los dos hombres se encargaran de su equipaje y las acompañaran al control de pasaportes.

—¿No quieres que nos lleven a una cola más rápida? —preguntó Bethany, que cargaba una mochila pequeña—. ¿Prefieres esperar con los demás?

—Está bien, está bien... sólo pretendía ser cauta — se justificó.

Se detuvieron en el control y esperaron a que comprobaran sus documentos. Liana echó un vistazo a su alrededor y se sorprendió al observar que nadie se acercaba a aquella ventanilla, a pesar de que era la única sin cola.

—No lo entiendo —dijo, mirando al hombre bajo—. ¿Por qué se molesta con nosotras y no con el resto de los viajeros?

—Porque yo se lo he pedido —respondió una voz profunda y resonante.

Liana se giró para mirar al hombre que se había acercado, pero ya conocía su identidad. Se le había erizado el vello de la nuca y sentía un calor intenso y repentino. No podía ser otro que Malik Khan, príncipe heredero de El Bahar.

—Creo que en el avión no he tenido ocasión de presentarme adecuadamente —continuó él—. Soy el príncipe Malik. ¿Y usted... ?

—Liana Archer. Ella es Bethany, mi hija

—Hola —dijo la niña, sonriendo de oreja a oreja—. ¿Vives en un palacio de verdad?

—Claro que sí. Con mis dos hermanos y sus esposas... tenemos toda una colección de príncipes y princesas. Además de mi padre, el rey de El Bahar.

Bethany lo miró con asombro.

—¿Y tienes oro, caballos y montones de personas que te hacen reverencias? Malik sonrió

—Bueno, no tengo tanto oro como nos gustaría — bromeó—. Y en cuanto a la gente, ya no hacen tantas reverencias como antes; si estuvieran con reverencias todo el tiempo, no trabajarían muy bien.

Malik hizo un gesto al policía de la aduana, que les selló los pasaportes a toda prisa y las dejó pasar sin mirar su equipaje.

—Bienvenidas a El Bahar —dijo el príncipe.

Liana se había quedado sin habla al mirarlo. Ni siquiera entendía que su cuerpo reaccionara de un modo tan extraño ante su presencia. Malik era muy alto; debía de medir un metro ochenta y seis u ochenta y siete, así que le sacaba más de diez centímetros. Pero no le resultaba tan imponente por eso, ni por la elegancia de su ropa. Era por algo más, aunque decidió no darle importancia; a fin de cuentas era la primera vez que estaba con un príncipe.

—¿Por qué nos ayuda? —le preguntó.

Malik se encogió de hombros.

—Es una forma de disculparme por haberlas asustado a usted y a su hija hace un rato. Le aseguro que no era mi intención.

La mirada del príncipe era directa e intensa. Liana lo encontró tan atractivo que decidió observarlo con más detenimiento, pensando que no le gustaría tanto si le encontraba algún defecto grave.

Por desgracia para ella, el príncipe carecía de defectos. Tenía ojos grandes, pómulos altos, piel morena y una nariz recta; la expresión de su boca resultaba algo severa, pero con un indicio de sonrisa en la comisura de los labios. Era de la clase de hombres cuyo perfil quedaría bien en un sello de correos o esculpido en la ladera de una montaña.

—¿A qué ha venido a mi país, Liana Archer?

—Soy la profesora nueva de la American School —respondió.

Liana notó que los policías y el hombre bajo que las había acompañado se mantenían a una distancia prudencial, aparentemente ajenos a su conversación; pero supo que no se estaban perdiendo ni una palabra.

—¿Profesora? —dijo él, frunciendo el ceño—. Lo dudo.

—¿Cómo?

Malik se cruzó de brazos.

—No puede ser profesora; las profesoras suelen ser viejas o poco atractivas —declaró—. Dígame la verdad... ¿qué está haciendo aquí? ¿Y dónde está su marido?

La declaración del príncipe le resultó irritante; le habían dicho que las gentes de El Bahar seguían siendo de ideas bastante tradicionales y conservadoras, y era evidente que Malik compartía esa característica con sus súbditos.

—Alteza, no creo que eso sea asunto suyo; pero ya que lo pregunta, estoy divorciada. En cuanto a lo de ser profesora, me temo que no puedo hacer nada al respecto... pero me pondré verrugas falsas en lo sucesivo para resultar menos atractiva.

Los dos policías y el hombre bajo la miraron con asombro y horror, como si hubiera cometido un delito al responder al príncipe con sarcasmo. Liana se arrepintió al instante y dio un paso atrás; ya se veía encerrada en una cárcel de desierto y sometida a todo tipo de torturas. Pero en lugar de enfadarse, el Malik sonrió.

—¿También se pondrá verrugas en la nariz?

—Si le gusta...

—No estoy muy seguro. Tendré que pensarlo con calma.

El príncipe chasqueó los dedos y al instante apareció un mozo que se encargó de sus maletas. Minutos después, Liana y Bethany se alejaban a toda velocidad en un taxi; Malik se había quedado en la terminal tras despedirse de ellas.

—Recuérdame que no vuelva a hacerme la lista delante de un miembro de una familia real —murmuró a su hija.

—No importa; no se ha enfadado contigo —declaró Bethany—. Le has gustado mucho. Me he dado cuenta.

—Qué suerte —ironizó.

Liana intentó convencerse de que no sentía ningún interés por Malik Khan. Ella tenía sus planes y objetivos; no tenía tiempo para una relación romántica con un príncipe. Además, su vida ya era bastante complicada.

Cuando el taxi llegó a la autopista, Liana se dio cuenta de que no había dado ninguna dirección al conductor.

—Llévenos a la American School, por favor. ¿Sabe dónde está?

El hombre la miró por el retrovisor y asintió.

—Por supuesto —contestó.

—Excelente. Pero si no recuerda bien el camino, dígamelo. Me han dado todo tipo de indicaciones.

—No será necesario. Voy varias veces por semana, porque la mayoría de los profesores no tienen coche propio —explicó el taxista.

Liana ya lo sabía. Casi todos los profesores estaban en circunstancias parecidas a la suya; los contrataban por dos o tres años y normalmente no se molestaban en comprar o alquilar un coche. Además, el transporte público de El Bahar era barato y funcionaba muy bien, según le habían comentado.

—Bueno, ¿qué te parece nuestro nuevo país? — preguntó Liana a su hija.

La niña miró por la ventanilla. La ciudad se extendía ante ellos y el mar se abría a su izquierda, con un tono azul cobalto bastante más oscuro que el del cielo. Aunque la autopista avanzaba entre vegetación frondosa, el desierto se veía en la distancia.

—Me gusta mucho... el aire huele dulce, como a flores o a perfume. ¿Qué será? —No lo sé. Supongo que algún tipo de flor... cuando lleguemos, lo miraremos en Internet —respondió.

Además de una casa con dos habitaciones, su contrato con la American School también incluía un ordenador portátil con conexión a Internet y el resto de los servicios que pudiera necesitar. Lo único que quedaba al margen era la factura del teléfono, que corría por su cuenta. La American School había sido bastante generosa con ella.

—Piénsalo un momento... podrás decirles a tus compañeros de colegio que conoces al príncipe heredero de El Bahar —continuó.

Bethany sonrió.

—Pero no me creerán...

—Si no te creen, seré tu testigo.

El taxi pasó junto a una zona de edificios muy altos que se encontraban entre la autopista y el mar. Liana había investigado un poco y sabía que era el barrio financiero; por lo visto, la economía de El Bahar se encontraba en una situación tan envidiable que atraía a inversores de todo el mundo.

Poco después, el taxista tomó la desviación que llevaba a la ciudad. En cuestión de minutos, se encontraron en un mundo exótico donde se mezclaban los edificios modernos, los antiguos y hasta los restos de la muralla, tras la que se alzaba un palacio de color blanco.

—Es el palacio real —dijo Bethany—. Lo he visto en las fotografías...

—Es precioso. Me pregunto si nuestra casa se encontrará cerca... recuerdo haber leído en alguna parte que los jardines se pueden visitar. ¿Te apetece ir?

—Claro. Puede que volvamos a ver al príncipe.

—Es posible.

Liana se lo calló, pero le pareció improbable que el príncipe se dedicara a pasear por los jardines mientras estaban llenos de turistas.

En ese momento, el taxi pasó bajo una puerta impresionante y tomó un camino sinuoso que avanzaba entre árboles y arbustos que Liana ni siquiera pudo identificar. Le pareció extraño, pero pensó que la American School o los alojamientos de los profesores se encontrarían al otro lado de un parque. Sin embargo, tardó poco en salir de su error. El taxi se detuvo delante del palacio blanco que acababan de ver en la distancia.

De cerca, resultaba mucho más impresionante. Estaba lleno de balcones y tenía varios pisos de altura. Frente a la puerta principal, montaban guardia una docena de soldados.

—¿Dónde estamos, mamá? —preguntó la niña.

Liana no supo qué decir, de modo que se dirigió al taxista para salir de dudas.

—Disculpe, creo que se ha equivocado.

El taxista sacudió la cabeza y sonrió.

—No me he equivocado. Su alteza ha dicho que las lleve a su casa y es lo que he hecho. Bienvenidas al palacio real de El Bahar.

Liana no tuvo ocasión de decir nada. Justo entonces, un hombre alto de traje gris se acercó al vehículo y abrió la puerta de atrás.

Era el príncipe Malik.

—Veo que ya han llegado. Me alegro —dijo—. Vengan conmigo. Me encargaré de llevarlas a sus habitaciones.

 

Capítulo 2

IANA no supo si era un vestíbulo enorme o un salón pequeño, pero llegó a la conclusión de que debía de ser lo primero porque se encontraba en un palacio y en los palacios no había nada pequeño.

Intentó mantener el aplomo y controlar su nerviosismo. Sabía que ponerse a gritar como una loca sólo serviría para asustar a su hija.

Tras bajar del taxi, el príncipe las había conducido al vestíbulo en el que estaban. Liana oyó voces a su espalda y tuvo la inquietante impresión de que alguien había sacado su equipaje del taxi y lo había llevado a algún lugar del palacio.

No podía creer lo que pasaba. Le parecía tan absurdo, tan fuera de lugar, que pensó que sería un malentendido.

—¡Mira, mamá!

Liana siguió la mirada de su hija. Bethany admiraba un fresco del techo que representaba una noche estrellada en la que se atisbaban los primeros rayos del sol; era de forma oval y estaba enmarcado con una línea que al principio le pareció de pintura dorada y luego, de oro. Pero si aquella imagen le pareció increíblemente hermosa, el suelo la dejó sin aliento: estaban sobre un mosaico en el que se veía un dragón que guardaba el reino de El Bahar.

—El suelo es aún mejor, Bethany...

Su hija bajó la mirada y contempló el dragón.

—Le estoy pisando la cola —dijo la niña en voz baja—. ¿Crees que se enfadará?

—Lo dudo mucho; la gente le pisa cosas peores que la cola —respondió el príncipe Malik—. Bienvenidas a palacio. Espero que el viaje en taxi haya sido agradable...

Liana respondió con tranquilidad. Aunque estuviera en el palacio de un príncipe fabulosamente atractivo, no se iba a dejar impresionar.

—Sí, lo ha sido.

—Me alegro —dijo el príncipe—. Creo que el palacio les resultará cómodo.

—Es un lugar precioso, desde luego; pero no es donde queremos vivir.

Bethany se acercó a su madre, que le pasó un brazo por encima de los hombros.

—Soy profesora de la American School y se supone que debo alojarme en el complejo del instituto — continuó—. No entiendo que nos hayan traído al palacio ni sé lo que espera ganar con ello, pero debemos marcharnos.

Malik hizo un gesto con la mano, desestimando su comentario.

—Aquí estarán mucho mejor. Las habitaciones son más grandes y pueden explorar todo lo que quieran... cada mañana vendrá a recogerla un coche que la llevará al instituto y que pasará a buscarla más tarde.

Liana no estaba dispuesta a dejarse convencer

—¿Se puede saber a qué viene esto, príncipe Malik? ¿Es que nos ha secuestrado? Malik la miró con gran seriedad, como si se sintiera insultado por la pregunta.

—De ninguna manera. Soy el príncipe Malik Khan de El Bahar. Les he concedido el honor de ser mis invitadas en palacio.

Liana apretó los labios sin saber qué decir. Por suerte, Bethany interrumpió la conversación en ese momento al ver un perro en el exterior del edificio.

—¿Puedo ir a jugar con el perro, mamá?

Liana miró a Malik y preguntó:

—¿Es amigable?

—Claro que sí. Sam es de mis sobrinos, que son bastante más pequeños que Bethany... Puede estar tranquila. Se porta muy bien con los niños.

Liana asintió a su hija.

—De acuerdo, puedes salir a jugar con él. Pero quédate cerca, donde te pueda ver.

Su hija salió de palacio y acarició al animal, que le olisqueó la mano y se puso a jugar con ella. Liana aprovechó la ocasión para acercarse al príncipe; sin embargo, no lo hizo porque se sintiera completamente hechizada por él, sino porque tenía que decir algo y no quería que Bethany lo oyera.

—No nos vamos a quedar aquí. No sé lo que está haciendo, pero su conducta es absolutamente inaceptable. Soy ciudadana de un país extranjero y estoy dispuesta a cumplir las leyes de El Bahar durante mi estancia; pero a cambio, espero que me traten con respeto y cortesía... con un respeto y una cortesía que usted ha roto al traernos aquí contra mi voluntad.

—No lo entiende. Es mejor que se quede en palacio. Liana abrió la boca para insistir en su negativa, pero entonces se acordó de algo y rió con suavidad

—Alteza, no juegue a ese juego conmigo. He visto la película.

Malik frunció el ceño.

—¿La película? ¿De qué me está hablando?

—De Ana y el rey... Una profesora que va a Siam y se gana la atención del rey. Pero ni usted es el rey de Siam ni yo soy Ana. Y permítame recordarle, por si tiene intención de recrear la película, que el rey no se acuesta con ella y que, además, muere al final.

Liana se equivocó al pensar que Malik reaccionaría con asombro o desaprobación. El príncipe se inclinó sobre ella y pronunció unas palabras a su oído.

—Todos morimos al final, Liana; pero no dude ni por un momento que, pase lo que pase, terminará en mi lecho.

—Si sigues diciendo esas cosas, la vas a matar del susto, Malik.

Malik y Liana se dieron la vuelta al oír la voz de la mujer que los había interrumpido. Era una joven atractiva, de cabello castaño y gafas; llevaba un vestido verde, muy elegante, y un collar de perlas.

—No puedo creer que digas esas cosas —continuó la recién llegada—. ¿Es que no aprenderás nunca a ser sutil?

Malik miró a la mujer, a quien sacaba quince o veinte centímetros de altura a pesar de sus zapatos de tacón alto.

—¿Cómo te atreves a hablarme de ese modo? Soy Malik Khan, príncipe heredero del reino de El Bahar y...