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Olivia Harrington estaba a punto de conseguir su gran oportunidad en el mundo del cine y no quería que nada ni nadie lo estropeara. Así que, cuando la prensa anunció que era la novia del solitario Ben Chatsfield, Olivia decidió que iba a tener que aceptar ese papel aunque todo fuera mentira. A Ben no le hacía gracia participar en esa farsa, pero sabía que no hacerlo perjudicaría a la imagen de la cadena de hoteles Chatsfield. Además, cuando comenzó a conocer mejor a la sofisticada Olivia y descubrió el secreto que escondía, decidió hacer algo antes de que su supuesta relación acabara.
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Seitenzahl: 243
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Harlequin Books S.A.
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La rebeldía de una inocente, n.º 116 - mayo 2016
Título original: Virgin’s Sweet Rebellion
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8127-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
Lo sabías –le dijo Ben Chatsfield a su hermano Spencer.
Trató de controlar la ira que comenzaba a nacer en su interior y amenazaba con desbordarse en cualquier momento. Hizo puños con las manos e intentó ahogar las palabras que asomaban a sus labios. Decidió que era mejor tragárselas, como había hecho siempre. Se limitó a dedicarle una sonrisa irónica, como si lo que Spencer le había revelado fuera algo divertido.
–¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? –le preguntó entonces.
–¿Que soy hijo ilegítimo? –repuso Spencer apretando los labios un segundo y encogiéndose de hombros–. Unos cinco años, desde el día que cumplí veintinueve años.
Ben apenas pudo controlar su sorpresa. Durante esos últimos cinco años, había estado distanciado de su hermano y del resto de la familia, pero acababa de descubrir que su hermano Spencer ya había sabido entonces que era hijo ilegítimo.
–Me gusta mucho este sitio –le dijo entonces Spencer.
Ben no respondió mientras su hermano miraba a su alrededor, admirando el elegante comedor del mejor restaurante que tenía Ben en Niza. Había sido una sorpresa ver aparecer a Spencer de repente por la puerta mientras se quitaba sus gafas de sol, como si fuera un turista más cuando en realidad era su hermano mayor, el líder de los «Tres Mosqueteros», como los llamaban a los hermanos. Recordaba perfectamente la adoración que había sentido entonces por Spencer y cuánto lo había echado de menos.
Cuando salió de la cocina del restaurante para entrar en el comedor, se quedó parado al verlo allí, sonriéndolo como si hubieran pasado sin verse solo unos días en vez de catorce largos años.
–Hola, Ben –le había dicho su hermano mayor.
La sorpresa había sido tan grande que no sabía cómo había podido contestarle.
–Spencer… –había susurrado con la voz entrecortada.
Otra sorpresa había sido descubrir que Spencer ya hacía cinco años que había descubierto el secreto que Ben había conocido a los dieciocho. Un secreto que le había roto el corazón y le había hecho tomar la decisión de irse de casa y cortar todo tipo de relación con su familia. Un secreto que sabía que le había costado mucho. Aun así, le sonrió al ver cuánto le había sorprendido su respuesta.
–Todo eso es historia, Ben –le dijo Spencer tratando de ser conciliador.
Pero, para Spencer, las explicaciones llegaban demasiado tarde.
–Es mejor no pensar en ello. Siempre supe que tenía que haber algún motivo para que Michael me tratara siempre de manera diferente a como os trataba a James y a ti. Cuando me enteré de que vuestro padre había sabido desde el principio que yo no era su hijo biológico, comprendí muchas cosas. Me costó, pero ya lo he aceptado.
–Me alegra saberlo –respondió Ben.
A pesar de la maraña de emociones que sentía dentro de él, pudo hablar con calma. Era una mezcla de arrepentimiento y culpabilidad, de tristeza por todo lo que había pasado y felicidad al ver de nuevo a su querido hermano. Pero, por encima de todo, estaba enfadado.
No pudo evitar que una oleada de ira lo quemara por dentro, era como un río de lava recorriendo su ser e hirviendo su sangre. Le parecía increíble que Spencer pensara que podía volver de repente a su vida como si no hubiera pasado nada. Sin darle ni excusas ni explicaciones, limitándose a hablarle como si no hubieran estado catorce años sin verse.
–¿Qué estás haciendo aquí, Spencer? –le preguntó Ben.
–¿No te alegra verme? Ha pasado tanto tiempo, Ben… –repuso Spencer sorprendido por su tono.
–Siempre has sabido dónde podías encontrarme –lo interrumpió furioso.
–Tú también –contrarrestó Spencer.
–Pero yo no tenía ni idea de que supieras la verdad –le recordó Ben.
–¿Lo contrario habría cambiado las cosas entre nosotros? –le preguntó Spencer.
Ben apartó su mirada.
–Puede que sí.
Se preguntó si habría decidido regresar con su familia si hubiera tenido la seguridad de que Spencer sabía que era hijo ilegítimo, pero era demasiado difícil tratar de adivinar qué habría hecho en esa situación. Después de todo, no tenía demasiados recuerdos buenos de su infancia con el resto de los Chatsfield.
–El caso es que no me has contestado –insistió Ben–. ¿Qué estás haciendo aquí?
Cada vez estaba más enfadado. Tenía la sospecha de que estaba allí porque quería algo de él.
–Bueno, me pareció que ya era hora de que nos reuniéramos de nuevo los tres mosqueteros –le aseguró Spencer–. James también está en Niza, aunque solo durante el fin de semana, y quiere verte. Así podremos por fin estar los tres juntos de nuevo, Ben, por el bien de los Chatsfield.
Los Chatsfield… Sabía que no se refería a su familia, sino al imperio hotelero que era el orgullo de su padre. Y Spencer habría sido el heredero de los hoteles si no hubiera sido hijo ilegítimo. Al final, aunque no le correspondiera por nacimiento, había terminado por heredar de algún modo los hoteles cuando su tío Gene decidió nombrar a Spencer nuevo director general después de que renunciara al puesto su prima Lucilla.
Eran cosas que sabía por la prensa, aunque trataba de no prestar demasiada atención a ese tipo de noticias. Aun así, a veces no podía evitar enterarse de ciertos acontecimientos.
Y acababa de descubrir que Spencer había ido a verlo, después de tantos años sin verse, para que hiciera algo por el bien de la cadena Chatsfield. Era como si no tuviera en cuenta que habían pasado la mitad de sus vidas separados.
–Lo que menos te interesa es que nos juntemos de nuevo los «Tres Mosqueteros» –le dijo a su hermano sin poder ocultar su amargura–. Déjate de excusas, Spencer. Lo que quieres es que haga algo para ti. Y para los Chatsfield, ¿no?
Spencer echó hacia atrás la cabeza. Estaba sorprendido y quizás también algo ofendido.
«Le debe de extrañar ver cuánto he cambiado, comprobar que ya no soy aquel joven…», se dijo Ben al recordar su infancia. Se había pasado esos años tratando de agradar a la gente y hacer feliz a todo el mundo, pero siempre fracasaba. Pero ya no era así, ya no trataba de complacer a la gente sin más. Y no estaba dispuesto a hacer nada por Spencer ni por los Chatsfield.
–Como puedes ver, estoy ocupado –le dijo a Spencer mientras le dedicaba una fría sonrisa.
No quería tener que decirle lo que pensaba de él. Era mucho más fácil así. Porque lo que tenía ganas de hacer en ese momento era dejarse llevar por la ira y darle un puñetazo a algo, quizás incluso a Spencer.
–Lo sé, lo sé –repuso Spencer–. Has hecho un gran trabajo en este sitio. He oído que te han otorgado incluso una estrella Michelin. Es impresionante, felicidades –añadió–. ¿Cuántos restaurantes tienes ya?
–Siete.
–Increíble.
Ben no dijo nada, se limitó a apretar los labios. No necesitaba los elogios de su hermano mayor.
–Lo que quería comentarte… –comenzó Spencer–. Supongo que habrás oído algo en las noticias sobre el acuerdo con la cadena Harrington.
–¿Lo de que al final ha fracasado? Sí, lo he oído.
Los dos grandes imperios hoteleros habían aparecido continuamente en las noticias durante esas últimas semanas. Había sido imposible no enterarse de los problemas que habían ido surgiendo durante la operación por la que la cadena Chatsfield había tratado de hacerse con los hoteles Harrington. También había leído en la prensa que su hermano James se había comprometido con Leila, la princesa de Surhaadi.
Al parecer, James le había pedido que se casara con él frente al hotel que su familia tenía en Nueva York después de declararle su amor de la manera más pública posible, en una de las gigantescas pantallas publicitarias que decoraban Times Square.
Todo ese asunto se había convertido en el tipo de circo mediático que tanto odiaba Ben, pero sabía que a la gente le encantaban esas historias y las últimas noticias habían contribuido a disparar la popularidad de los hoteles Chatsfield.
–Los Harrington tendrán que entrar en razón en algún momento –le dijo a Spencer en un tono algo desdeñoso–. Su cadena no es tan fuerte como la Chatsfield, no tienen los recursos para seguir siendo vuestros competidores.
–Las negociaciones van a ser muy complicadas –le contestó Spencer–. Tengo el apoyo de algunos accionistas, pero no de todos. Aún no…
Ben se encogió de hombros. La verdad era que no le preocupaban para nada los hoteles. Ya no.
–Mira –le dijo Spencer–. Tengo que estar presente en las negociaciones, tanto en Nueva York como en Londres, para tratar el tema de la adquisición. Es una etapa crítica del proceso y tengo que estar allí.
–Muy bien, ¿por qué me lo estás contando? Si tienes que estar allí, ve.
–Pero también me esperan en Berlín a partir de la próxima semana. Tengo que encargarme de supervisar todas las actividades del hotel durante la Berlinale, el festival internacional de cine.
Ben se quedó mirando perplejo a Spencer. No entendía nada.
–Va a haber varias estrellas de Hollywood que se alojarán en el Chatsfield durante el festival. Es un momento importante para el hotel y también para la empresa, por supuesto.
–No sé por qué me estás diciendo todo esto –le dijo Ben a pesar de que empezaba a sospecharlo.
–Necesito a alguien de confianza allí –le explicó Spencer–. A un Chatsfield.
Eso no podía negarlo. Aunque le pesara, Ben era un miembro de esa familia.
–¿Y esperas que lo deje todo para ir a Berlín solo porque necesitas mi ayuda? –le preguntó Ben con incredulidad–. ¿Y me lo pides después de catorce años de silencio?
Vio que a Spencer le brillaban de repente los ojos. Sus palabras lo habían molestado.
–Tú fuiste el que se fue de casa, Ben.
Tuvo que contenerse para no darle un puñetazo. Apretó las manos para calmarse. Tenía el corazón a mil por hora. La necesidad de pegar a Spencer era casi abrumadora, pero consiguió no dejarse llevar por su enfado. Sabía que debía controlar su ira. No podía olvidar que una vez había estado a punto de matar a un hombre por culpa de esa furia sin control.
–Sí, lo hice. Y no pienso volver para ayudarte a ti ni a tu hotel, Spencer.
Su hermano lo observó durante unos segundos.
–Has cambiado –le dijo en voz baja Spencer.
–Sí.
–Pero sigues siendo mi hermano, Ben –le recordó Spencer con una triste sonrisa–. Y yo sigo siendo el tuyo. Sé que debería haber intentado contactar contigo antes, pero también tú podrías haberlo hecho. Los dos tenemos parte de culpa, ¿no te parece?
Sabía que al joven Ben le habría faltado tiempo para aceptar su culpa, pedirle disculpas y tratar de hacer las cosas bien. El joven que había sido habría hecho lo que fuera para que Spencer fuera feliz, para que toda su familia lo fuera.
Pero se había convertido en un hombre que había tenido que vivir aislado de su familia durante catorce largos años, que se había centrado absolutamente en el trabajo mientras trataba de ignorar la rabia y la amargura que aún sentía dentro de él. Ese hombre se limitó a encogerse de hombros al oír a su hermano.
–Por favor –le dijo entonces Spencer inclinando a un lado la cabeza y dedicándole una sonrisa ladeada y contagiosa que recordaba muy bien–. Te necesito, Ben.
No podía mirarlo sin recordar su infancia, pero negó con la cabeza, no iba a dar su brazo a torcer por mucho que su hermano estuviera consiguiendo hacerle pensar en el pasado.
–Acabo de abrir un restaurante en Roma y tengo que ir a verlo…
–Dos semanas, Ben, eso es todo. Tenemos que volver a ser una familia y permanecer unidos por el bien de los hoteles Chatsfield. Es lo que más me importa.
Todo lo que siempre había querido Ben había sido tener una familia unida. Había tenido que ver durante años cómo discutían sus padres y sufrir el mal humor de su progenitor. No había dejado de intentar que mejoraran las cosas, pero no había conseguido nada. Sentía que ya se había sacrificado una vez por su familia y, muy a su pesar, supo en ese momento que iba a volver a hacerlo. Había lamentado en más de una ocasión haberse ido de casa como lo había hecho y no sabía si iba a ser capaz de arreglar las cosas con su familia, pero se dio cuenta de que estaba dispuesto a intentarlo. Aunque había cambiado mucho, seguía teniendo vocación de pacificador.
–Dos semanas –le dijo entonces.
Vio la expresión de alivio de la cara de Spencer.
–Sí.
–Soy chef, Spencer, no me dedico a dirigir hoteles ni a tratar con la gente –le advirtió–. Eso se lo dejo a otras personas.
–Todo irá bien –le aseguró Spencer–. Solo hay que sonreír y saludar a un montón de gente. Esa es la base del trabajo.
No le hacía ninguna gracia, quería echarse atrás, pero sabía que no iba a hacerlo. Se dio cuenta de que no había cambiado tanto como pensaba y eso lo sacaba de quicio.
–No he tenido relación alguna con la cadena Chatsfield durante estos catorce años –le recordó a su hermano–. Casi la mitad de mi vida.
–Bueno, más razón aún para participar en el negocio familiar –le dijo Spencer con sinceridad–. Te he echado de menos, Ben. Lamento que te fueras de casa hace tantos años. Sé que estabas tratando de protegerme…
–Olvídalo –lo interrumpió Ben con un nudo en la garganta.
Una mezcla de ira y tristeza lo invadió en ese instante. No quería hablar del pasado. Ni siquiera quería pensar en eso.
–Te agradezco lo que trataste de hacer –insistió Spencer.
Ben lo interrumpió de nuevo sacudiendo la cabeza. No quería hablar de eso. Le costó tranquilizarse lo suficiente para poder hablar.
–De acuerdo, iré al hotel de Berlín, pero a cambio de algo –le dijo–. Quiero abrir uno de mis restaurantes en el Chatsfield de Londres.
–Pero Londres ya cuenta con un restaurante que tiene varias estrellas Michelin…
–Sí, pero el chef está a punto de jubilarse. Además, ya no es el que era –repuso Ben.
Spencer lo miró fijamente durante un buen rato y Ben le sostuvo la mirada.
–De acuerdo –cedió al final Spencer–. Supervisa el hotel de Berlín durante el festival de cine y trataré de arreglar lo de tu restaurante en Londres.
–Quiero firmar un contrato.
–¿No confías en mí? –le preguntó Spencer.
–Se trata de negocios, no es nada personal.
Spencer asintió con la cabeza.
–De acuerdo, mándame algo a mi despacho y lo firmaré. ¿Te parece?
Ben asintió y Spencer se echó a reír.
–Hay que ver cómo te las gastas, Ben. Te has endurecido durante estos años.
No le sorprendieron sus palabras. A los dieciocho años, había sido aún un joven muy ingenuo. Sí, sabía que había cambiado bastante. Pero por primera vez desde que lo viera aparecer por la puerta de su restaurante, fue de verdad consciente de que su hermano Spencer estaba allí, de que volvía a tener contacto con alguien de su familia y, a pesar de su enfado y su tristeza, otro sentimiento comenzó a abrirse hueco en su interior. Un sentimiento limpio, fresco y bienvenido.
Uno de pura felicidad.
Olivia Harrington miró la habitación estándar que había reservado en el Chatsfield y suspiró. Había visto armarios más grandes.
Cansada, se quitó los zapatos de tacón que había llevado puestos durante su largo vuelo nocturno desde Los Ángeles, soltó la maleta y se sentó en la estrecha cama. Le bastó con levantar la pierna para cerrar la puerta de una patada. Esa habitación parecía una celda y no quería ni pensar en tener que pasar allí toda la semana.
No había esperado que le ofrecieran la suite presidencial, no era tan importante, pero había esperado que una habitación estándar en el mejor hotel de la ciudad fuera mejor. Ni siquiera tenía baño y la ventana daba a un muro de hormigón que podía tocar con los dedos.
Además, le dio la impresión de que nadie había limpiado la habitación después de que la dejara el último huésped. Había migas en la alfombra y la colcha estaba arrugada y manchada.
Suspirando de nuevo, se inclinó hacia delante y abrió la puerta de la pequeña nevera que había bajo un televisor aún más pequeño. Necesitaba beber algo.
Pero vio que la nevera estaba casi vacía. Solo había una botella de agua y una chocolatina abierta y mordida. No se lo podía creer. Su día iba de mal en peor.
Había tenido problemas con vuelos anulados y, al final, había conseguido que le dieran un asiento en clase turista, pero le había tocado sentarse al lado de un bebé que no había dejado de llorar ni un minuto. Se había puesto guapa para el viaje, sabiendo que iba a haber paparazzi en el aeropuerto, y le dolían los pies después de pasarse más de trece horas con unos zapatos de tacón alto. Para colmo de males, no había podido dormir.
Esa horrible habitación era la gota que colmaba el vaso de su paciencia. Indignada, se levantó de la cama, se puso de nuevo los zapatos y se pintó los labios. No era una diva, pero creía que tampoco tenía por qué aceptar una habitación así. Ese sitio era diminuto y allí no iba a poder vestirse para ir a los estrenos y fiestas de esos días. Además, sabía por qué le habían dado la peor habitación del hotel y no pensaba aceptarlo.
Porque era una Harrington. Su hermana Isabelle había rechazado la oferta de Spencer Chatsfield para comprar sus acciones, no estaba dispuesta a dejar que los Chatsfield se hicieran con el negocio familiar. Estaba segura de que Spencer estaría encantado sabiendo que le habían dado a una Harrington ese cuchitril.
Lamentó haber hecho una reserva en el Chatsfield. Con la tensión que había en esos momentos entre las dos familias, se debería haber imaginado que no era el mejor hotel para ella, pero sabía que las grandes estrellas y los mejores directores se alojaban allí durante la Berlinale y había querido quedarse también en ese hotel. Después de todo, se jugaba demasiado en ese festival, había trabajado muy duro y durante mucho tiempo para no aprovechar la primera gran oportunidad que tenía. Sabía cómo funcionaban esas cosas y lo importante que era estar en el lugar adecuado en el momento oportuno, codearse con gente importante y hacer contactos. Era algo que tenía que hacer, estaba dispuesta a cualquier cosa para avanzar en su carrera cinematográfica y demostrar que había tomado la decisión correcta al dejarlo todo para ser actriz. Creía que era la mejor manera de honrar la memoria de su madre y conseguir que estuviera orgullosa de ella.
Además, Isabelle era la que odiaba a los Chatsfield, ella nunca había estado tan involucrada en el negocio de la familia como su hermana. Pero, aun así, no iba a dejar que nadie se riera de ella. Salió de la habitación para hablar con el hombre que había decidido meterla en ese cuartucho.
El elegante vestíbulo del hotel estaba lleno de actores y periodistas, hablando o cruzándolo deprisa de camino a sus respectivas habitaciones. Le fascinaba el glamour de ese hotel. Tenía que admitir que era impresionante.
Reconoció a varias personas y se abrió paso entre ellas mientras las saludaba rápidamente, tirándoles besos al aire o haciéndoles algún gesto con la mano.
–Quiero hablar con el director del hotel –le dijo a la recepcionista cuando llegó al mostrador.
–Me temo que el señor Chatsfield está ocupado, señorita…
–Harrington. Soy Olivia Harrington.
Le pareció que no había conseguido impresionarla al decirle quién era y apretó los dientes. Sabía que debía tener paciencia, no era una actriz famosa, pero pensaba serlo muy pronto. Tenía un papel secundario en una de las películas que se iban a mostrar en el festival y le habían prometido un papel aún más importante en una película mucho mejor, el tipo de película que sabía que iba a conseguir llegarle a la gente y lograr muchos premios.
–Ya me lo imagino, pero teniendo en cuenta que soy una Harrington, de la cadena de hoteles Harrington, creo que querrá hablar conmigo, ¿no le parece?
Vio que la recepcionista seguía sin tenerlo claro.
–Hágame caso –insistió Olivia.
–De acuerdo, voy a ver si puede hablar con usted –repuso la otra mujer algo irritada.
Olivia asintió y suspiró aliviada. Había conseguido superar al menos ese primer obstáculo. Lo malo era saber que iba a tener que enfrentarse a muchísimos más.
–¿Olivia Harrington? –repitió Ben mientras miraba fijamente a la recepcionista que acababa de entrar en su despacho.
Tenía un millón de problemas que resolver. No era fácil tratar con decenas de estrellas de cine, a cual más caprichosa y excéntrica. Había tenido que lidiar, por ejemplo, con una actriz que había pedido flores frescas, pero que no quería lirios ni rosas. Hacía pocos minutos, un conserje había tenido que recoger el ramo porque la actriz había encontrado un pequeño capullo de rosa en él.
Había sentido en más de una ocasión la tentación de decirles a esas estrellas lo que pensaba de sus caprichos. Afortunadamente, había logrado contenerse. Con quien iba a desahogarse sería con Spencer. Su hermano le había hecho creer que su trabajo iba a ser mucho más fácil, que se iba a limitar a hacer de relaciones públicas. No se había imaginado el nivel de atención que necesitaban las estrellas de Hollywood. Para colmo de males, verse de vuelta en un hotel Chatsfield le estaba haciendo recordar el pasado y eso hacía que tuviera aún menos paciencia para las escandalosas peticiones de actores y directores.
Miró cansado a la recepcionista.
–¿Quieres decir que un miembro de la familia Harrington, de la cadena hotelera, quiere verme?
–Sí, quería ver al director. Me ha parecido que está bastante enfadada –le dijo Anna.
Ben cerró los ojos un segundo, era lo último que necesitaba. Además, no entendía qué demonios estaría haciendo un Harrington en Berlín. Spencer le había dicho que las negociaciones estaban teniendo lugar en Londres y en Nueva York.
–Gracias –repuso entonces de mala gana–. Dile que pase.
La recepcionista tuvo a Olivia esperando durante al menos diez minutos y cada vez le dolían más los pies. Suspiró aliviada al ver que volvía a recepción para hablar con ella.
–El señor Chatsfield la recibirá ahora, señorita Harrington. Venga por aquí –le dijo la mujer.
–Gracias –respondió Olivia con cierto sarcasmo.
Había oído que los hoteles Chatsfield eran los que mejor servicio daban al cliente, pero le pareció que el comportamiento de la recepcionista dejaba mucho que desear, por no hablar de su pequeña y sucia habitación. No le parecía que le estuvieran ofreciendo un servicio propio de un hotel de lujo. Pero pensó entonces que quizás le hubieran reservado solo a ella esos desplantes por ser una Harrington.
Siguió a la recepcionista hasta un despacho que había detrás del vestíbulo y miró al hombre que la esperaba sentado tras la mesa mientras se pasaba la mano por el pelo castaño. Frunció el ceño al verlo. Ya había visto a Spencer Chatsfield en alguna fotografía, pero no lo recordaba tan… tan atractivo. Además, creía que Spencer solía vestir de una manera más seria. El hombre que tenía frente a ella llevaba puesto un elegante traje de rayas grises, pero tenía el tipo de cuerpo y el tipo de actitud más propios de alguien que prefería llevar unos vaqueros desgastados y una camiseta, quizás incluso con una chaqueta de cuero como las que llevaban los motoristas.
Olivia se dio cuenta demasiado tarde de que se había quedado mirándolo. Apartó la vista y levantó con orgullo la cabeza.
–¿Es Spencer Chatsfield? –le preguntó con frialdad.
–No, soy Ben Chatsfield. ¿Y usted es…?
–Olivia Harrington.
El hombre la miró con los ojos entrecerrados. Parecía tener muy poco interés en lo que ella tenía que decirle. Olivia, en cambio, cada vez estaba más interesada. No podía dejar de mirar, y admirar, sus masculinos rasgos, su barba de tres días, su mirada…
–¿Qué puedo hacer por usted, señorita Harrington? –le preguntó él.
Estaba segura de que sabía lo de la habitación, podía adivinarlo en sus ojos de color avellana… La miraba recostado en su sillón, como si estuviera muy relajado, pero de su cuerpo emanaba una energía que apenas conseguía contener. Solo hacía unos segundos que sabía de la existencia de ese hombre, su hermana solo mencionaba a Spencer y a James Chatsfield lo conocía por la prensa del corazón, pero ya había llegado a la conclusión de que era un imbécil.
Plantó las manos sobre la mesa e inclinó el torso hacia él, invadiendo deliberadamente su espacio personal. Pero Ben Chatsfield no se inmutó.
–A lo mejor le parece divertido poner a un miembro de mi familia en una habitación que parece un cuarto de la limpieza, pero yo creo que solo denota un pésimo servicio al cliente, señor Chatsfield –le dijo casi sin aliento–. Y sea cual sea mi apellido, soy una clienta más. Lo que ha hecho dice muy poco de usted y de su hotel.
Ben Chatsfield siguió sin inmutarse.
–¿Quiere eso decir que no está satisfecha con su habitación?
–Sí, eso es lo que trato de decirle –repuso ella con incredulidad–. Mi habitación es horrible.
–Horrible –repitió Ben totalmente impasible.
Se echó hacia atrás en su sillón mientras la miraba con los ojos aún entrecerrados. Le estaba molestando más de lo que querría tener que admitir que ese hombre fuera tan condenadamente sexy, no se lo estaba poniendo nada fácil.
Se enderezó y se cruzó de brazos esperando a que él le dijera lo que iba a hacer.
–¿Y qué es lo que hace que su habitación sea tan horrible, señorita Harrington? –le preguntó Ben en un tono tan exageradamente dulce como falso.
Durante un segundo, se limitó a mirarlo boquiabierta. Le parecía increíble que se estuviera comportando de manera tan impasible e indiferente.
–Todo –le contestó.
Con un movimiento rápido y ágil, Ben se inclinó hacia delante y empezó a teclear algo en su ordenador. Olivia esperó mientras trataba de controlar su ira.
–Veo aquí que reservó una de las habitaciones estándar o básicas.
–Sí, pero la mía no podría siquiera considerarse básica. Es como un cuarto de la limpieza.
–El Chatsfield no ofrece a sus huéspedes ningún cuarto de la limpieza –le aseguró Chatsfield.
–¿No? Entonces, ¿por qué no va a ver mi habitación?
Ben Chatsfield se quedó mirándola, aún con los ojos entrecerrados, y apretó los labios.
El gesto hizo que se fijara en su boca y, muy a su pesar, no se le pasó por alto que también era muy sexy. Tenía unos labios carnosos, casi demasiado para un hombre tan masculino.
–Puede que tenga razón, debería ver esa habitación tan horrible –repuso él con sarcasmo.
Olivia le hizo un gesto con la mano hacia la puerta.
–Encantada –le dijo con firmeza.
Ben se levantó de su sillón.
Ben suspiró mientras se levantaba. Lo último que necesitaba esa semana era tener que lidiar además con una caprichosa heredera de la familia Harrington. Se preguntó qué sería lo que había conseguido escandalizarla. A lo mejor las sábanas no eran de su color favorito o no había flores frescas en el cuarto de baño. Le habría encantado decirle que se aguantara y lo dejara tranquilo, pero no podía hacerlo.
Se giró hacia ella mientras abría la puerta del despacho. Olivia Harrington seguía mirándolo muy indignada. Supuso que estaría haciendo un poco de teatro y que estaría disfrutando dejándole claro que ese hotel no estaba a la altura de los de su familia, pero decidió que no iba a morder el anzuelo. Después de todo, no era su problema. Había accedido a ayudar a Spencer, pero no le preocupaba nada que tuviera que ver con la lucha entre las dos cadenas hoteleras.
Tenía que reconocer que era una mujer muy guapa, aunque tenía un tipo de belleza que le parecía demasiado falsa, demasiado perfecta. Ya había tenido demasiadas mentiras en su pasado y había aprendido a huir de todo lo que le parecía falso.