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Una vez desvelado el secreto… ¡El heredero debía ser reconocido! Dos años después de disfrutar de una tórrida aventura con Brianna Andersen, Lorenzo Parisi descubrió que había tenido un hijo. Y el mundo que tanto se había esforzado en construir después de una traumática infancia estalló por los aires… Brianna no averiguó que Lorenzo era millonario ni que tenía una dudosa reputación hasta que se enteró de que estaba embarazada. Temiendo que pudiera hacerle daño, decidió ocultar la existencia de su hijo. Al descubrirlo, Lorenzo reclamó sus derechos como padre. Y al comprobar que la química que había entre ellos no había disminuido, Brianna supo que lo que verdaderamente estaba en peligro era su corazón…
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Seitenzahl: 187
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2023 Lorraine Hall
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La reputación del siciliano, n.º 3083 - mayo 2024
Título original: A Son Hidden from the Sicilian
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411808897
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
BRIANNA Andersen miró por la ventanilla mientras su vuelo aterrizaba en Palermo, Sicilia.
Estaba en un constante estado de nervios provocados, en su mayoría, por circunstancias positivas: iba a mostrar su obra en una exposición internacional y visitaba una ciudad que desconocía. Acudiría a fiestas y reuniones con artistas de todo el mundo, y conocería a mecenas que podían cambiar el rumbo de su vida.
Pero sus sueños se convertirían en realidad en un lugar que habría preferido evitar. Porque parte de su estado de nerviosismo tenía que ver con la posibilidad de encontrarse con él.
Intentó ahuyentar su imagen. En caso de que se encontraran, actuaría como si apenas lo reconociera ni recordara el verano que habían compartido en Florencia dos años atrás. Ella, una joven artista fascinada por todo el arte que podía contemplar en la ciudad; él, al menos la versión que le había dado de sí mismo, un empresario de Palermo de vacaciones en Florencia tras un trimestre especialmente satisfactorio.
Lo que no le había contado era que su empresa era una de las más exitosas de Europa, ni que era el dueño y director general, lo que lo convertía en millonario. Tampoco le había dicho que justo antes de tomarse unas vacaciones había llevado a cabo una OPA hostil de una empresa competidora. Y lo que desde luego no le había explicado era por qué había roto súbitamente con ella.
Simplemente, se había limitado a desaparecer.
Brianna había intentado tomárselo con una sofisticada indiferencia, pero la realidad era que se había sentido devastada. Aun así, había aceptado su tristeza filosóficamente. ¿Qué artista renunciaría a una apasionada relación pasajera en Florencia antes de volver a Nueva Jersey? Era algo muy cosmopolita y adulto. Y tal vez la melancolía se habría ido diluyendo mientras bromeaba con sus amigas sobre su tórrido romance con un italiano de no haberse producido un acontecimiento mucho más relevante: el resultado positivo de una prueba de embarazo.
Desde ese instante, sus sentimientos respecto al hombre en cuestión habían perdido importancia por comparación con el regalo que le había dejado.
Inicialmente, había decidido contárselo; incluso llegó a imaginar un final de cuento de hadas. Pero esa idea solo duró hasta que descubrió que Lorenzo Parisi era un peligroso e implacable hombre de negocios. La información la había dejado tan impactada que, inicialmente, no la había creído. Había pasado con él dos meses y jamás había percibido en él el menor atisbo de violencia. Era intenso y decidido, pero jamás había despertado en ella el menor temor.
Sin embargo, era imposible que tantas noticias fueran erróneas. Brianna había leído toda la información accesible y el consenso general era que Lorenzo estaba detrás del ataque sufrido por el hijo pequeño de su rival.
Por entonces, la idea de un hijo era algo abstracto para Brianna, ya que no tenía ningún síntoma, aparte de un estado de cansancio general. Pero al conocer los detalles del violento ataque de Lorenzo al hijo adolescente de su enemigo empresarial, se llevó instintivamente la mano al vientre y fue plenamente consciente de que, si todo iba bien, el bebé crecería en su interior y llevaría a término el embarazo. Dejó de ser un sueño o una fantasía y se convirtió en una responsabilidad elegida.
Fue en ese momento cuando Brianna decidió que no se lo diría a Lorenzo porque no estaba dispuesta a correr el riesgo de exponerse ella misma o a su hijo a un hombre violento.
Así que volvió a casa de sus padres y llevó una vida tranquila mientras, afortunadamente, disfrutaba de un apacible embarazo que dio lugar a un precioso niño.
Una vez nació Gio, retomó el arte. Las noches en vela y los continuos cuidados que requería un bebé despertaron de nuevo en ella le necesidad de explorar su creatividad, y gracias a la generosa ayuda de sus padres, nunca había sentido a Gio como una pesada carga.
Pensando en sus padres y en su hijo, encendió el teléfono en el preciso momento en el que el avión se detenía y sonrió al ver los mensajes y las fotografías de Gio con la cara manchada de comida, Gio en brazos de su padre, tirándole del pelo; Gio durmiendo como un angelito… Y sintió una punzada de melancolía.
Pero eso no hizo que se arrepintiera de haberlo dejado en casa, al cuidado de sus padres, para así poder concentrarse en lo que la había llevado a Palermo: su arte, su carrera; la oportunidad de poder proporcionar todo lo necesario a su familia.
Y para todo ello, tenía que evitar encontrarse con Lorenzo Parisi.
Lorenzo Parisi observaba con desdén burlón a la gente que llenaba la galería de arte. Nadie se aproximaba a él. Si lo veían, cuchicheaban algo tapándose la boca con la mano; y la mayoría, lo evitaba.
A Lorenzo le resultaba indiferente; sabía bien que era imposible luchar contra la opinión pública. Por eso Dante Marino había tenido tanto éxito al declararle la guerra.
Que él negara su implicación en las amenazas contra la familia Marino, o que las acusaciones lo enfurecieran y hubiera intentado explicar que eran mentira, era inútil. Dante había comprado la opinión pública. Contaba con la ventaja de una familia de alto abolengo y de reconocida respetabilidad. Y Dante sabía usarla en su beneficio.
Lorenzo no podía culparlo, ya que, de haber podido utilizarlas él mismo, no habría dudado en hacerlo. Pero él no procedía de una familia histórica, ni tenía el lujo de contar con generaciones de contactos. Había crecido pobre, al cargo de varias bocas a las que alimentar, y había luchado por cada céntimo y cada milímetro de poder que había alcanzado.
Afortunadamente, era un buen luchador y había conseguido amasar una fortuna mayor de lo que jamás hubiera soñado. Tal vez por eso había ignorado las mentiras de Dante, y tenía la convicción de que algún día, aprovechando la debilidad de su enemigo, saldría victorioso. Porque él siempre sabía cuándo atacar.
Entre tanto, sus negocios seguían floreciendo y eso era lo único que importaba. Dante podía atacarlo personalmente todo lo que quisiera
Excepto que aquella noche, aquello que le importaba era de una naturaleza muy diferente. No estaba en la galería por trabajo, ni para provocar a los periódicos sensacionalistas o al propio Dante, por más que disfrutara haciéndolo.
Su visita a la galería se debía a una artista en concreto, la única de las presentes que no vestía de blanco y negro porque nunca había respondido al estereotipo de artista temperamental y sombría. Ella era luminosa, vivaz e imaginativa. Igual que su obra, a la que añadía divertidos toques de humor macabro. Pintaba preciosos paisajes y retratos con detalles oscuros: huesos visibles bajo un vestido de gasa, sangre derramándose en un rincón de un verde prado.
A Lorenzo no le sorprendía que hubiera progresado como artista, porque su Brianna era excepcional, justo lo que el mundo del arte necesitaba.
Frunció el ceño al darse cuenta de que pensaba en ella como «su» Brianna. Precisamente había roto con ella dos años antes cuando le había tentado convertir aquella aventura en algo más permanente. Por fortuna, él tenía un plan de vida claro en el que no había cabida para una esposa. Además, el matrimonio con una desconocida artista americana no encajaba en absoluto con su futuro como brillante hombre de negocios.
Así que había cortado todo contacto con ella y se había concentrado en sus prioridades: erigir un imperio y proteger a su familia.
Pero, al verla en aquel momento, sintió por primera vez una punzada de arrepentimiento. Porque en cuanto posó los ojos en ella tuvo la sensación de que los dos años transcurridos se evaporaban y que de nuevo quería que fuera exclusivamente suya.
La había conocido en un museo mientras, vestida con unos vaqueros, un jersey colorido y el cabello recogido en un moño despeinado, copiaba un cuadro. Al contrario que los demás estudiantes de su grupo, que charlaban y recogían sus útiles, ella estaba absorta en su trabajo. Y él se había quedado observándola fascinado, esperando a que concluyera. Entonces, se había acercado a hablarle. Un café se prolongó hasta la cena y, en un parpadeo, habían transcurrido dos meses enteros.
A veces se preguntaba si no habría sido un sueño, una alucinación, si Brianna no lo habría hechizado. A menudo prefería creerlo en lugar de aceptar la verdad.
Brianna Andersen era especial
Aquella noche lucía un vestido blanco y dorado con triángulos que dejaban su piel expuesta en distintos puntos. Se había maquillado los ojos en tonos grises y el cabello oscuro le caía en largos mechones sobre los hombros. Charlaba animadamente con una mujer vestida de negro delante de una obra que Lorenzo reconoció de inmediato como suya.
Siguió a la artista con la mirada. La mujer de negro la presentó a varias personas y durante la siguiente hora, Brianna charló con numerosos asistentes mientras llevaba en la mano una copa de champán que apenas probó.
En ningún momento miró hacia él ni se acercó al rincón en el que él estaba, así que Lorenzo decidió esperar a que la gente empezara a marcharse. Los círculos rojos indicaban las piezas vendidas y al ver que Brianna tenía más que ningún otro artista, sintió un intenso orgullo por que fuera la estrella de la exposición.
Supuso que fue ese sentimiento el que lo movió a actuar en lugar de retirarse, tal y como había pensado. Se acercó a ella, que en aquel momento observaba un retrato, con la intención de hacer un comentario sobre la obra, pero solo pudo mirarla a ella.
Brianna mantuvo la vista fija en el cuadro como si no notara su presencia, pero Lorenzo dudaba que fuera posible.
–Hola, Brianna.
Ella permaneció inmóvil durante unos segundos, como si se hubiera quedado petrificada.
No había nada particular en su físico. Tenía una altura normal, cabello castaño oscuro, ojos azules y piel clara. Era una típica americana. Y, sin embargo… El vestido abrazaba su cuerpo como una caricia, y aquella piel…. Lorenzo no había vuelto a sentir un calor ni una suavidad iguales en ninguna otra mujer. Y el azul de sus ojos tenía una tonalidad que hacía imposible describirlo… por más que lo hubiera intentado.
Finalmente, ella giró la cabeza y lo miró con asombrada indiferencia.
–Ah, hola… –saludó, como si no recordara su nombre.
Lorenzo rio. Podía tratarse de arrogancia o de que Brianna no fuera una buena actriz, pero no creyó ni por un segundo que lo hubiera olvidado.
–Evitémonos los jueguecitos, Brianna.
Ella le sostuvo la mirada, pero se ruborizó levemente.
–Lorenzo… Cuánto tiempo –dijo tras una larga pausa.
–Así es, Brianna –respondió él sonriendo.
Sin devolverle la sonrisa, ella añadió:
–Lo siento, por tengo que irme.
Cuando retrocedió, Lorenzo se dio cuenta de que en realidad no lo miraba a los ojos, sino a un punto indefinido en su frente. Dio media vuelta y fue al servicio apresuradamente.
Lorenzo la observó con una perplejidad que no acostumbraba a sentir. Ella le lanzó una única y fugaz mirada por encima del hombro en la que Lorenzo no atisbó enfado ni odio por cómo había acabado su relación. Tampoco vergüenza o algún tipo de pesar por una fantasía romántica no realizada. Se trataba de miedo.
Lorenzo habría podido comprender cualquier otra emoción. Pero aun cuando Brianna hubiera oído los rumores sobre él, el miedo era incomprensible. Todas las acusaciones se limitaban a la familia Marino y a sus negocios. Ninguna mujer lo había acusado jamás de violencia.
Lorenzo se quedó mirando el espacio que ella había dejado vacío. Había algo… raro. Algo extraño.
Y no descansaría hasta averiguar de qué se trataba.
CÓMO puedes ser tan tonta! –masculló Brianna a su imagen en el espejo, aprovechando que estaba sola en el servicio.
En lugar de salir corriendo, debía haberse limitado a hacer algún comentario intrascendente antes de excusarse para ir a hablar con otra persona.
Pero encontrarse con Lorenzo era como meter los dedos en un enchufe por más que hubiera intentado prepararse para la descarga eléctrica que pudiera provocarle.
Había sido como volver dos años atrás. Unas palabras habían bastado para que volviera a sentirse igual: fascinada, burbujeante, tentada.
Respiró profundamente y sacó el teléfono para mirar la imagen de Gio en el salvapantallas. Él era la razón de su viaje, del futuro que esperaba conseguir con aquella exposición. Pero en lugar de la habitual emoción que la embargaba al ver a su hijo, solo pudo fijarse en que tenía la sonrisa y la nariz de su padre.
Tenía que concentrarse en que ella ya no era la misma que hacía dos años, sino una madre dispuesta a proteger a su hijo por encima de todo.
Se negaba a sentirse culpable por habérselo ocultado a Lorenzo. Porque, aunque le costaba creer que él pudiera ser peligroso, era evidente que sus negocios lo eran. Y si podían llegar a afectar a la familia de un rival, ¿por qué no a la del propio Lorenzo?
Era evidente que tenía que mantenerse lo más alejada posible de él. Así que volvería a la sala para despedirse de su marchante y se retiraría. Ya había hecho más ventas de las que esperaba.
Además, ¿qué demonios hacía Lorenzo allí? Brianna prefería no pensar en los posibles motivos, porque justo quería que fuera verdad el que menos debía importarle: que hubiera ido a verla.
En cualquier caso, era irrelevante. No le daría la oportunidad de… Lo que fuera que Lorenzo pretendía. Aunque la idea de que siguiera pensando en ella después de tanto tiempo le acelerara el corazón.
No. No esperaría a saberlo. Tenía que marcharse y evitar cualquier riesgo para Gio.
Cuadrándose de hombros y alzando la barbilla, salió del servicio. Pero cuando recorrió la sala con la mirada… no vio a Lorenzo. Se había ido. Suspiró aliviada… aunque la sensación que la invadió más profundamente fue de desilusión.
Se sintió súbitamente exhausta y, despidiéndose de la organizadora y de algunos de los asistentes que habían alabado su obra, salió al exterior, donde un coche la esperaba para llevarla al hotel.
Pero antes de que lo alcanzara, encontró un obstáculo: el hombre al que intentaba evitar.
Lorenzo estaba en la acera, mirando el edificio mientras las luces de Palermo centelleaban a su alrededor.
Brianna había olvidado la sacudida que le provocaba verlo; su figura de hombros anchos, la energía que irradiaba, con la que ella tan bien había sintonizado desde el primer instante.
Tuvo la tentación de correr al interior, pero en cuanto Lorenzo la miró, se quedó paralizada. Entonces él sonrió y ella temió llegar a cometer una estupidez.
«Piensa en Gio. Protégete», se amonestó.
–Hola otra vez –saludó él–. ¿Vas a esconderte dentro para no verme?
Brianna parpadeó. Debía ser capaz de darle una respuesta aguda. Había creído estar preparada. Incluso había practicado delante del espejo la actitud indiferente y desdeñosa con la que había planeado tratarlo.
Lo que no había calculado era que la asaltaran las mismas sensaciones que en el pasado, que se abrieran paso por las ranuras de su armadura y que se sintiera expuesta y vulnerable; como si estuviera junto a una bomba de relojería.
–¿Tienes miedo? –preguntó Lorenzo como si ronroneara–. No sé qué motivo puedes tener.
Su arrogancia consiguió sacar a Brianna de su estupor.
–¿No? –preguntó airada–. Dados los rumores que corren sobre ti, todos malos, por cierto, me extraña que te asombre.
Una fugaz contrariedad cruzó el rostro de Lorenzo, pero se rehízo al instante.
–¿Crees todos los rumores que oyes sobre tus antiguos amantes, Brianna? –preguntó como si no le diera ninguna importancia.
Pero la palabra «amantes» en sus labios hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Brianna, como si su cuerpo quisiera recordarle lo que su mente quería olvidar
«Piensa en Gio».
Pero la orden, en lugar de ayudarla, hizo que recordara que Lorenzo no sabía que tuviera un hijo ni había disfrutado nunca de sus sonrisas y abrazos.
«Porque es un hombre violento; porque su círculo de conocidos puede ser peligroso y Gio podría salir malparado. Tú no tienes la culpa de mentirle».
–No he leído ningún artículo que contradiga aquello de lo que se te acusa –replicó, decidida a mantenerse firme, aunque él se acercara. No consentiría que la amedrentara–. Tampoco tú los has negado.
Lorenzo ladeó la cabeza y le acarició la mejilla con un dedo que deslizó hasta su mentón. El roce la recorrió como una corriente eléctrica y no pudo contener un estremecimiento a pesar de que sabía que con ello le dejaba saber hasta qué punto la afectaba.
Lorenzo no la intimidaba, la seducía. Ella ya conocía a dónde conducía ese camino y tenía que ser más fuerte e inteligente que dos años antes.
–En mi declaración inicial lo negué todo –dijo él en un tono serio que acompañó con la mirada.
–La redactó tu publicista –Brianna sabía que debía moverse, impedir que la tocara, que quebrara su voluntad.
–Te veo muy informada. No sabía que los asuntos de un sencillo hombre de negocios siciliano se publicaran en la prensa americana.
–Yo no diría que eres un sencillo hombre de negocios. Aunque no lo supe hasta que volví a casa.
«Casa. Gio. Vete de aquí, Brianna».
Por fin consiguió activar su cerebro y obligar a su cuerpo a alejarse de Lorenzo para ir hacia el coche.
–Podríamos tomar un café y ponernos al día.
Brianna se paró en seco. ¿Estaba loco? Evitó mirarlo y continuó caminando.
–Entre nosotros nunca fue posible solo «un café», Lorenzo.
Él rio quedamente al tiempo que le daba alcance. El sonido de su risa fue como una peligrosa droga.
–Eso también podríamos disfrutarlo.
Aquel comentario la alteró por varios motivos. En parte, por lo que tenía de tentador; pero sobre todo porque entre el embarazo y convertirse en madre, llevaba años sin disfrutar del sexo ni sentirse atraída por ningún hombre.
Tenía que ser Lorenzo quien le recordara lo que era el deseo.
Era indignante que tan poca cosa la tentara de inmediato. Lorenzo no se había disculpado por haber desaparecido abruptamente; ni siquiera había hecho referencia a que hubieran pasado dos años. Se limitaba a… insinuarse.
–No pienso tomar un café contigo, Lorenzo.
–¿Por qué no?
Brianna se volvió, sintiendo una rabia que creía adormecida. Había querido creer que, al mantener a Gio en secreto, en cierta forma se había vengado de Lorenzo y que ya había superado lo ocurrido. Pero que este coqueteara con ella como si no hubiera pasado nada, después de tanto tiempo, la sacó de sus casillas.
–Me mentiste y me abandonaste sin darme ninguna explicación. Puede que yo tuviera la culpa por ser una joven inocente en su primer viaje al extranjero, obnubilada fácilmente por un seductor hombre de negocios; pero ya no soy esa mujer y no tengo ningún interés en relaciones casuales con hombres superficiales y de dudosa moralidad.
A pesar de sentirse ofendido, Lorenzo consiguió dominar su enfado, protegiéndose con una capa de hielo. Incluso sonrió, porque seguía sospechando que había algo más allá de lo que Brianna expresaba.
Actuaba de forma peculiar, como si quisiera ocultar algo o como si lo temiera. Y ninguno de esos sentimientos se justificaba por la abrupta ruptura de hacía dos años.
–¿Por qué no?
Brianna parpadeó desconcertada.
–¿Por qué no qué?
–¿Por qué no quieres relaciones casuales cuando en el pasado estabas abierta a tenerlas? –al ver que Brianna se quedaba muda, Lorenzo preguntó–: ¿Estás casada?
La observó atentamente y sospechó que se planteaba mentir. Pero ¿qué sentido tendría que lo hiciera?
En cualquier caso, averiguaría pronto todo lo que quisiera saber sobre ella y los dos últimos años de su vida y sobre las causas de su extraño comportamiento.
Ella alzó la barbilla y lo miró con sus preciosos ojos azules.
–Lorenzo, solo tuvimos una breve relación hace dos años. Estoy segura de que desde entonces has disfrutado con numerosas modelos y actrices.
–Se ve que estás bien informada, Brianna.
Ella apretó los labios.
–Hay drogas que cuesta dejar, Lorenzo. Pero esta no pienso volver a probarla. Así que te ruego que me dejes.
Lorenzo no pudo contener una sonrisa al ser comparado con una droga adictiva.
–No acostumbro a quedarme donde no soy bienvenido –dijo.
–Tampoco cuando lo eres –replicó Brianna.
Aquel tipo de reproche era el que Lorenzo había esperado o al menos, el que creía merecerse. El de la mujer despechada.
Ella continuó:
–Una disculpa demostraría que eres mejor hombre de lo que creo, pero las disculpas solicitadas no son genuinas y, por tanto, no tienen valor. Así que no quiero nada de ti. Lorenzo, excepto que me dejes en paz.
–No lamento lo que hice –había sido necesario. Lorenzo nunca hacía nada que no fuera esencial.
«Excepto que ahora mismo estás aquí, manteniendo una conversación absurda».