2,99 €
Los dos estaban jugando al mismo juego, pero solo podía ganar uno. Saverina Parisi era un medio para conseguir un fin, pero Teo LaRosa lo olvidó cuando se besaron por primera vez. No quería hacer daño a esa brillante y bella mujer, pero casarse con ella y acceder a su poderosa familia era esencial para la implacable venganza que había planeado. Cuando Saverina descubrió que Teo la había engañado, su dolor se mezcló con la necesidad de destruir al enemigo que los dos tenían en común. Se prestó a fingir que se habían comprometido y se dedicó a disfrutar sacando a Teo de quicio. Pero no esperaba que su tórrida relación física se transformara en algo más.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 192
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Lorraine Hall
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión y venganza en Sicilia, n.º 3124 - noviembre 2024
Título original: Playing the Sicilian’s Game of Revenge
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410741966
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Cuando Saverina Parisi terminó la carrera, su hermano se atrevió a decirle que se tomara un año sabático, un descanso para pensar en su futuro. Pero Saverina no necesitaba pensarlo. Lo único que quería hacer era ganarse un puesto en su empresa, así que llegaron a un acuerdo: trabajar seis meses para él, en calidad de ayudante. Si le gustaba el empleo y lo hacía bien, se quedaría en Parisi Enterprises; si no, se marcharía.
Medio año después, le había demostrado que era una ayudante excelente, capaz de afrontar cualquier tipo de complicación, desde vérselas con clientes enfadados hasta desactivar situaciones problemáticas. Y, aunque Saverina adoraba a Lorenzo, eso no significaba que no hubiera celebrado su pequeña victoria.
Sí, quizá habría sido mejor que se tomara un año sabático, aunque solo fuera porque muy pocas personas se podían permitir semejante lujo; pero era muy consciente de que Lorenzo había sacado a su familia de la pobreza, y se sentía en la necesidad de ayudarlo, de devolverle de algún modo el favor.
Estaba en deuda con él, por todos los sacrificios que había hecho. Y también lo estaba con la hermana que habían perdido. Pero, sobre todo, se lo debía a sí misma.
Al final, Lorenzo permitió que se quedara en la empresa, y ella tomó la decisión de seguir como ayudante hasta finales de año, porque aún no estaba segura de lo que quería hacer. Parisi Enterprises ofrecía oportunidades laborales de todo tipo, perfectas para su talento y para las habilidades que había aprendido en la universidad, pero le preocupaba la posibilidad de elegir una rama equivocada.
Saverina Parisi odiaba equivocarse.
Sin embargo, no calculó las posibles distracciones que surgieran por el camino, y lo de Teo LaRosa era bastante más que una distracción. En pocos meses, su apasionada aventura se había convertido en una relación en toda regla, aunque intentaran mantenerla en secreto.
Ese fue el motivo de que Saverina tuviera que hacer verdaderos esfuerzos para refrenar su desbocado corazón mientras esperaba a que la secretaria de Teo la dejara entrar en su despacho. Como Lorenzo se había ido de vacaciones, tenían que hablar de trabajo con bastante frecuencia. Y, de vez en cuando, hasta se las arreglaban para comportarse de un modo mínimamente profesional.
Pero Saverina ya no se reconocía a sí misma. Ella, que nunca se dejaba llevar por sus impulsos, que controlaba sus emociones por completo, se había convertido en un ser al que se le doblaban las piernas cada vez que Teo le dedicaba una sonrisa.
Estaba completamente desconcertada, y no era para menos. La vida la había convertido en una mujer que se creía de vuelta de todo. Había perdido a su madre, su padre y su hermana antes de llegar a la adolescencia, y había crecido a la sombra de un obseso del trabajo. Se creía una persona tan dura como sensata. O, por lo menos, lo creyó hasta que Teo la besó por primera vez.
Las cosas habían cambiado mucho desde entonces, y había empezado a dudar del lugar que quería ocupar en el mundo. Pero, fuera cual fuera, quería estar con él.
–El señor LaRosa ya la puede recibir –le informó bruscamente la secretaria de Teo.
La aspereza de la señora Caruso no la molestó. La mujer trabajaba en la empresa desde su fundación, y tenía dos rostros radicalmente distintos: uno cálido y amable para su jefe y para Lorenzo, y otro gélido para todos los demás. Y casi agradecía su actitud, porque era una de las pocas empleadas que no la trataba de forma especial por el simple hecho de que llevara el apellido Parisi.
Cuando entró en el despacho, descubrió que Teo estaba sentado a la mesa, tecleando algo en su teléfono móvil. Pero, al oírla, alzó la cabeza y clavó sus oscuros ojos en ella.
Era de hombros anchos, pómulos altos y aristocrática nariz; un mar de líneas rectas, a excepción de sus sensuales labios, que Saverina extrañó al instante. Tenía el pelo de color negro y, como siempre, lo llevaba férreamente peinado hacia atrás.
Teo se levantó entonces y sonrió. Ella carraspeó con nerviosismo, cruzó el despacho y se sentó en la butaca del otro lado de la mesa, esforzándose por mantener el aplomo. Ansiaba sus caricias de tal manera que estuvo a punto de olvidar el motivo de su visita.
–Como sabes, Lorenzo estará de vacaciones una buena temporada. Quería hablar contigo sobre las reuniones previstas, porque tendremos que retrasar algunas.
Teo la miró en silencio, devorándola con los ojos. Saverina se había vestido de forma discreta, sabiendo que tendría que reunirse con él: una falda por encima de unos leotardos y una blusa de color rojo que ni enfatizaba sus curvas ni las ocultaba. Un conjunto razonablemente profesional, pero no asexuado.
–Tienes acceso a mi agenda, ¿no? –dijo él con su ronca y deliciosa voz, que siempre la estremecía–. Pues cambia lo que quieras. No es necesario que me lo consultes.
–Por supuesto que lo es. Hay quien no apunta todos sus compromisos en sus agendas, sin mencionar el hecho de que a Lorenzo no le agradan los cambios.
Saverina sabía perfectamente que lo que acababa de decir era una tontería, teniendo en cuenta que el propio Lorenzo había forzado esos cambios al alargar sus vacaciones. Pero era una buena excusa para ver a Teo en el trabajo, aunque intentara convencerse de que había ido a su despacho porque hablar con él en persona era más sencillo que comunicarse por correo electrónico.
Sin embargo, Teo no se dejó engañar por su estratagema, y dijo con humor:
–Estamos en la oficina. Tenemos que refrenar nuestros impulsos.
–No recuerdo haber insinuado lo contrario –declaró ella, fingiéndose inocente.
Saverina adoraba a aquel hombre, pero no quería que Teo no se diera cuenta de lo mucho que le gustaba. Y lo estaba consiguiendo. O eso creía.
Teo se sentía culpable cada vez que acariciaba a Saverina o admiraba sus piernas, como estaba haciendo en ese momento. Era una mujer preciosa, inteligente y asombrosamente avispada, que habría despertado su interés en cualquier caso; pero la casualidad no había tenido nada que ver con su relación: la había buscado a propósito, porque Saverina era la clave en sus planes de venganza.
Y para él, la venganza era más importante que la bondad o la verdad.
–Pues tus ojos insinúan precisamente lo contrario, cariño –replicó.
A pesar de sus intenciones, Teo estaba encantado con Saverina. Disfrutaba enormemente de sus interludios amorosos, cuando se quedaban a solas y podían coquetear, excitarse, seducirse. Pero estaban en el trabajo, y no tenían más remedio que esperar hasta la noche.
Lo de ser amantes había sido algo fortuito. No formaba parte de su plan inicial. Se gustaban tanto que, sencillamente, habían terminado en la cama y, a veces, le costaba recordar que Saverina solo era un medio para conseguir un fin. Pero, al final del día, siempre lo recordaba. Igual que recordaba lo que Dante Marino le había dicho durante su último encuentro: «Si lo intentas, te aplastaré».
¿Aplastarlo? ¿A él? No, él no se dejaba aplastar por nadie. Acabaría con el orgullo y la reputación de aquel hombre. Lo destrozaría con la mejor arma que tenía: su empleo en la empresa del peor enemigo de Dante y su inminente compromiso matrimonial con la hermana de su peor enemigo.
Saverina era una herramienta, sí, pero no le iba a hacer ningún mal. Lorenzo también odiaba a Dante Marino, y Teo ni siquiera pensaba que la estuviera manipulando exactamente, porque su relación era real. Sería un buen marido para ella. Sería tan cariñoso como podía ser. Y, por supuesto, ni la pondría en peligro ni dañaría su buen nombre ni la pondría en ninguna situación embarazosa.
Esas cosas eran especialidad de Dante. Y Teo se había prometido a sí mismo que nunca se comportaría como su padre biológico.
Tras reorganizar sus compromisos, Teo apuntó los cambios en el ordenador. No había llegado tan lejos en Parisi Enterprises a base de ser descuidado o depender de los demás, aunque ahora tuviera una secretaria. Había trabajado duro y jugado bien sus cartas. Era un hombre paciente, y ni siquiera había forzado su relación con Saverina: bien al contrario, le había dado el tiempo y el espacio necesarios para que fuera ella quien se acercara a él.
Teo sabía tender trampas. Pero, sobre todo, era un superviviente nato.
Y ahora estaba a punto de conseguir lo que quería, lo que le había prometido a su madre en su lecho de muerte.
Al pensarlo, se acordó de su frágil cuerpo en el hospital donde la habían ingresado, y se emocionó tanto que tuvo que hacer un esfuerzo para sacárselo de la cabeza. Los dos años transcurridos no habían atenuado su dolor.
–Creo que eso es todo –dijo Saverina, levantándose de la butaca.
Él también se levantó, y le gustó que rehuyera su mirada. Obviamente, había evitado el contacto visual porque sabía que se habría ruborizado, y no quería salir de su despacho con unas mejillas sospechosamente sonrosadas.
–Esta noche tengo una reunión, así que no podré cenar contigo –le informó él, acompañándola a la salida–. Pero, si te apetece, mañana te invito a un restaurante.
Los ojos de Saverina brillaron con desconfianza. Estaba al tanto de todos sus compromisos y, como sabía que esa reunión no tenía nada que ver con el trabajo, había sopesado la posibilidad de que hubiera quedado con otra mujer.
Sin embargo, sus temores carecían de fundamento, y Teo la tranquilizó con una de esas sonrisas que tanto le gustaban.
–Tengo que hablar con el abogado de mi madre, por un asunto relacionado con sus propiedades –mintió–. Pero no creo que me me lleve toda la noche. Si quieres, me puedes esperar en mi casa. Te enviaré un mensaje cuando salga de la reunión.
En realidad, ni el abogado en cuestión existía ni su difunta madre le había dejado ningún tipo de propiedades. Había quedado con los hombres que le habían conseguido el ADN de Dante, para poder compararlo con el suyo.
Conseguir pruebas era el primer paso; destruir a Dante, el segundo.
Saverina no sabía que estaba ejerciendo de peón en una batalla ajena; pero, si todo salía bien, no se enteraría nunca. Y él se podría vengar del hombre que había convertido la vida de su madre en un infierno.
El portero, que ya conocía de vista a Saverina, la dejó entrar en el edificio donde estaba el lujoso apartamento de Teo. Se podrían haber citado en la mansión de Lorenzo, porque era tan grande que a veces tenía la impresión de que estaba sola, pero no le agradaba la idea de que su hermano y su cuñada se dieran cuenta de que se estaba enamorando de él.
Al principio, habían mantenido su relación en secreto porque los dos estaban en Parisi Enterprises y porque ella no estaba segura de que aquello fuera real, de que no fuera una simple aventura pasajera. Pero ahora sabía que era algo más, y hasta sopesó la idea de contárselo a su familia.
Mientras avanzaba por el piso, que estaba a oscuras, se acordó de la reunión que Teo había tenido aquella noche. ¿Por qué no se lo había dicho antes? Tenía la sensación de que había algo raro en aquel asunto. Sin embargo, no tenía motivos para desconfiar de él. Y, por otro lado, casi era normal que se comportara de forma extraña, teniendo en cuenta que se trataba del abogado de su difunta madre.
De hecho, Saverina no lo había interrogado al respecto porque sabía lo que se sentía al perder una madre y porque ella misma odiaba hablar de esas cosas.
Además, Teo no la habría invitado a su piso si estuviera haciendo algo que podía poner en peligro su relación, ¿verdad? No, seguro que no. Pero, a pesar de ello, no las tenía todas consigo.
Frustrada con el rumbo de sus pensamientos, ni siquiera se molestó en encender las luces. Cruzó el salón y se dirigió a la parte que más le gustaba de la casa: el curvado balcón que daba a la calle. De día, se alcanzaban a ver las montañas del Parque de las Madonias; de noche, las luces de la impresionante ciudad, que desaparecían bruscamente en el oscuro Golfo de Palermo.
Al salir, respiró hondo y se puso a pensar en su vida. Siempre había querido ser libre, empezando por estar felizmente soltera, como Lorenzo; pero Lorenzo se había casado y había fundado una familia y, si un hombre como él creía en algo como el amor, estaba segura de que existía. Incluso para ella.
Sin embargo, jamás habría imaginado que el amor pudiera ser tan aterrador. Nadie la había puesto sobre aviso. Nadie le había dicho que pudiera ser tan desconcertante, que fuera capaz de sumir a una persona en un verdadero caos emocional. Y, en su caso, ni siquiera sabía si Teo sentía lo mismo.
Saverina había descubierto que sus antiguas compañeras de clase tenían razón: el sexo era fácil, no tenía ninguna complicación. Pero también había descubierto que el amor era terriblemente complicado.
¿Estaba enamorada de Teo? Sí, casi con toda seguridad. ¿Y él? ¿Estaba enamorado de ella? Desde luego, se comportaba como si lo estuviera, pero no había expresado sus sentimientos con palabras.
¿Debía ser ella quien diera el primer paso?
Quizá fuera lo mejor. Esperar a que Teo tomara la iniciativa era una tontería conservadora, y Saverina no se consideraba una mujer chapada a la antigua; pero le asustaba la posibilidad de que la rechazara.
Por suerte para ella, Teo llegó a su piso en ese momento, interrumpiendo sus conflictivas cavilaciones. Y, en cuanto lo vio, supo que estaba furioso. A fin de cuentas, era hija de un hombre alcohólico y una mujer drogadicta, y las circunstancias le habían enseñado a reconocer ese tipo de cosas.
Saverina sabía que Teo no se parecía a su padre. No era un hombre violento. Sin embargo, la gente podía decir barbaridades cuando estaba de mal humor, así que se dirigió a él con el más neutral de sus tonos de voz:
–¿Estás bien?
Teo clavó la vista en ella, en silencio. La miró durante unos segundos, y ella notó que estaba haciendo esfuerzos por recuperar el control de sus emociones.
Su tormenta interna se disipó enseguida, dejando lo que parecía ser un remanso de paz.
Pero Saverina no se dejó engañar.
La reunión no había ido bien. Sus planes iban a sufrir un retraso, y Teo estaba tan fuera de sí que hasta se había olvidado de que había quedado con Saverina en su piso. Lo había olvidado por completo, y no estaba preparado para lidiar con ella.
El exceso de confianza era uno de los peores errores que se podían cometer. Se había dejado llevar por su arrogancia, y ahora tendría que afrontar las consecuencias.
Rápidamente, se metió las manos en los bolsillos para disimular su tensión. Saverina no conocía su mal genio, porque el papel que interpretaba para ella no era el de un hombre enfadado. Pero aquella noche no podía controlar su rabia.
Los hombres que trabajaban para él no le habían conseguido la prueba de ADN. Por lo visto, necesitaban una semana más. Una semana. Y ahora, no sabía si retrasar el anuncio de su compromiso o seguir adelante de todas formas. No sabía si contratar a otros detectives o seguir con los que le habían prometido unos resultados tan clandestinos como exactos.
No, no lo sabía. Pero tenía que encontrar la forma de librarse de Saverina sin despertar sus sospechas. Necesitaba tiempo para pensar.
–¿Teo? –insistió ella.
–No pasa nada. No te preocupes –dijo al fin, aunque su voz no sonó muy convincente–. Creía que no tendría que reunirme más veces con el abogado de mi madre, y ahora resulta que estamos lejos de haber terminado. Te parecerá una estupidez, pero me ha puesto de mal humor.
Ella soltó algo parecido a un suspiro y se acercó a él.
–No, lo comprendo perfectamente. Debe de ser duro para ti.
Saverina intentó pasarle los brazos alrededor del cuello, pero Teo se lo impidió.
–Te ruego que me disculpes. Estoy de un humor terrible, y no creo que se me pase en toda la noche. Quizá sea mejor que te marches.
–Quizá.
A pesar de lo que acababa de decir, Saverina se quedó pegada a su cuerpo, sin intentar apartarse, mirándolo con tanto afecto que Teo se sintió culpable. ¿Cómo era posible que fuera tan buena con él? ¿Es que no tenía sentido de la supervivencia?
–O quizá debería quedarme –continuó ella–. ¿Qué tipo de relación tendríamos si solo me quedo contigo cuando estás contento?
Teo se quedó sin palabras durante unos instantes. No se podía ni mover. Todo lo que estaba haciendo tenía un único objetivo: vengarse. Pero había cruzado muchas líneas con Saverina, desde acostarse con ella hasta hablarle de su difunta madre y, si no se la quitaba de encima de inmediato, cruzaría unas cuantas más.
Estaba coqueteando con el desastre.
Sin embargo, no podía insistir en que se marchara, porque eso también podía ser un problema. ¿Qué pasaría si se enfadaba con él? No se podía permitir el lujo de perderla. No en ese momento.
Si tenía que cambiar parte de sus planes, los cambiaría. Casarse con ella y convertirse en un Parisi por matrimonio era lo más importante de todo, lo que más daño haría a Dante y, en consecuencia, lo que más deseaba.
Teo se apartó de ella y respiró hondo. Su tormenta interior estaba lejos de haber pasado, pero eso no significaba que no pudiera gobernar el barco de sus emociones.
–Me tomaré una copa, a ver si me tranquilizo. ¿Quieres tomar algo?
Él hizo ademán de dirigirse a la cocina, pero ella le puso una mano en el pecho y lo detuvo.
–Puede que esto te tranquilice más.
Ella se puso entonces de puntillas y le dio un beso en los labios. Fue un beso leve, simplemente cariñoso, pero a Teo le excitó de tal manera que se quedó atrapado en una peligrosa mezcla de frustración y necesidad. Saverina le estaba ofreciendo lo que quería, y se lo estaba ofreciendo después de que las circunstancias le hubieran negado lo que necesitaba.
No era la primera vez que la atracción que sentían lo descolocaba y lo incitaba a ir más lejos de la cuenta, a exigir más de ella de lo que debía exigir. Pero aquello era distinto, porque no había perdido el aplomo por el deseo, sino por lo que le había pasado esa noche.
No podía pensar con claridad. No tenía la lucidez necesaria para caminar por la cuerda floja del plan que él mismo había trazado. Y, en su desesperación, se dejó llevar por lo que Saverina le estaba ofreciendo y la besó apasionadamente, dejándose llevar por completo.
Teo era consciente de que se estaba arriesgando demasiado, pero no fue capaz de romper el contacto. Su cuerpo se negaba a obedecer, se oponía frontalmente a la voz de su razón, empeñada en que recuperara el control y dejara la satisfacción de su deseo para más tarde, cuando volviera a ser el de siempre.
Por fin, sacó fuerzas de flaqueza y se obligó a dejar de besarla. Los dos estaban jadeando para entonces, y la sensual mirada de Saverina no contribuyó a calmar sus ánimos.
Pero se resistió a la tentación. No podía hacer otra cosa.
–Si me acuesto contigo esta noche, no seré precisamente dulce –le advirtió.
Saverina clavó sus oscuros ojos en él, lo miró durante unos segundos y dijo, sin separarse ni un milímetro:
–¿Quién ha dicho que tengas que ser dulce? No soy de cristal. No soy frágil, Teo. ¿O crees que lo soy?
Las palabras de Saverina lo habrían dejado atónito en cualquier caso; pero, no contenta con avivar su pasión con una respuesta inesperada, le mordió tan suavemente el labio inferior que le arrancó un escalofrío de placer.
–Sé como tengas que ser, Teo –prosiguió–. Y, si tienes que ser contundente, adelante.
Ella lo volvió a besar y, mientras lo besaba, él se intentó convencer de que no estaba perdiendo el control de nuevo, de que solo estaba disfrutando de su relación. No estaba siendo sincero con ella, pero le podía dar toda la sinceridad de su deseo, porque aquello era real.
Fuera de sí, ni siquiera se molestó en desabrocharle los botones de la blusa. Se la arrancó sin más y se la intentó quitar, pero la prenda se quedó atascada en sus brazos, y él apretó a Saverina contra la pared, dominado por una necesidad que no habría sabido describir.
Cuando miró su rostro de nuevo, no vio ni un ápice de ansiedad en sus ojos. No sacudió la cabeza, como si estuviera incómoda. No intentó detenerlo. Sencillamente, le devolvió una mirada tan intensa y directa como la suya.
–Sigue. No te detengas –musitó ella.
Teo la volvió a besar. Besó su boca, sus mejillas y su fino y elegante cuello, que luego mordió con suavidad. Y, mientras la besaba, le levantó la falda sin delicadeza alguna, tan dominado como ella por la urgencia del momento.
No se molestó en quitarle la ropa. Ni siquiera le quitó las braguitas, que se limitó a apartar para penetrarla a continuación. Se sentía como si fueran un río de lava a punto de precipitarse por un abismo.
Saverina cerró las piernas alrededor de su cintura y, tras la potente acometida de Teo, se estremeció y pronunció su nombre en un suspiro.