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«La sociedad del cansancio» puede considerarse una de las obras más emblemáticas de Byung-Chul Han. En ella, con una visión casi profética, se presentan los grandes temas que el filósofo surcoreano desarrollaría luego durante más de una década, alcanzando celebridad mundial. En conmemoración de toda esa trayectoria filosófica, y por su rotunda actualidad, volvemos a presentar ahora esta obra en una nueva traducción. Byung-Chul Han detecta que en las últimas décadas se ha producido en nuestras sociedades occidentales avanzadas un cambio de paradigma y que la anterior sociedad disciplinaria --basada en imperativos y prohibiciones externos-- ha pasado a ser una sociedad del rendimiento, en la que los individuos se afanan por explotarse a sí mismos. Si antiguamente el quebrantamiento de la norma acarreaba el castigo, ahora el incumplimiento del anhelo provoca frustración. Cifrar la plenitud personal y el sentido de la vida en la incesante autoexigencia de rendir cada vez más conlleva como resultados culturales la nivelación de todas las diferencias, el infierno de lo igual y la pura positividad. Como consecuencias psicológicas acarrea cansancio, aburrimiento e indiferencia y como secuelas psiquiátricas ocasiona diversos síndromes: de hiperactividad, impaciencia, desatención y agotamiento. De este modo, el precio vital exige la renuncia al ánimo festivo, a la pura celebración de la vida.
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Seitenzahl: 111
La sociedad del cansancio
Herder
Traducción: Comité Herder Editorial
Diseño de la cubierta: Ferran Fernández
Edición digital: José Toribio Barba
© 2016, msb Matthes & Seitz, Berlín
© 2024, Herder Editorial, S. L., Barcelona
ISBN EPUB: 978-84-254-5145-4
1.ª edición digital, 2024
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Herder
www.herdereditorial.com
Prólogo. Prometeo extenuado
La violencia neuronal
Más allá de la sociedad disciplinaria
Aburrimiento profundo
Vita activa
Pedagogía de la mirada
El caso Bartleby
Sociedad del cansancio
Sociedad del burnout
El tiempo sublime. La fiesta en tiempos sin festividad
EL mito de Prometeo se podría reinterpretar como una escenificación de la estructura psíquica del hombre contemporáneo: un sujeto que, viéndose forzado a aportar rendimiento, se inflige violencia y guerrea contra sí mismo. Aunque este sujeto forzado a aportar rendimiento se figura que es libre, lo cierto es que, en realidad, está tan encadenado como Prometeo. Un águila devora su hígado, el cual se va reproduciendo constantemente conforme es devorado. Esa águila es el alter ego del sujeto contemporáneo, y este guerrea contra aquel. Si lo pensamos así, la relación entre Prometeo y el águila es una relación del sujeto consigo mismo, una relación de autoexplotación. En principio, el hígado sería un órgano insensible, pero aquí sí sufre un dolor, que es el cansancio. Es seguro que a Prometeo, como sujeto que se explota a sí mismo, lo acometerá una fatiga infinita. Prometeo es el arquetipo de la sociedad del cansancio.
En su críptico relato «Prometeo», Kafka hace una interesante relectura del mito: «Los dioses se cansaron. Las águilas se cansaron. La herida, de cansancio, se cerró». Kafka está pensando aquí en un cansancio curativo, en un agotamiento que no abre heridas, sino que las cierra. La herida, de cansancio, se cerró. Inspirado por esa misma idea, también este ensayo es una invitación a meditar sobre una fatiga lenitiva: un agotamiento que no es la irritada extenuación que nos entra cuando nos ensoberbecemos desaforadamente, sino la sana lasitud que nos sobreviene cuando deponemos cordialmente nuestro ego.
TODA época tiene sus propias enfermedades características que la definen. Por ejemplo, hubo una época bacteriana. Esa época terminó cuando se descubrieron los antibióticos. Hoy, pese al miedo evidente que todos tenemos a la pandemia gripal, ya no vivimos en una época vírica. Las técnicas inmunológicas nos han permitido superarla. Desde el punto de vista patológico, los comienzos del siglo XXI no han sido bacterianos ni víricos, sino neuronales. Enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste laboral o burnout son las que definen el panorama patológico de comienzos de este siglo. No son infecciones, sino infartos. Y no son provocadas por la negatividad de lo que nuestro sistema inmunitario detecta como distinto, sino por un exceso de positividad. Por eso, no son tratables con técnicas inmunológicas, cuya función sería repeler la negatividad de lo extraño.
El siglo pasado fue una época inmunológica. Eran tiempos en los que se distinguía tajantemente entre dentro y fuera, entre amigo y enemigo o entre lo propio y lo ajeno. También la Guerra Fría obedecía a este esquema inmunológico. Es más, el paradigma inmunológico del siglo pasado se expresaba en una terminología típica de la Guerra Fría y obedecía a un modelo estrictamente militar. La acción inmunitaria se basa en defender y atacar. Este modelo inmunológico, que rebasando el ámbito biológico se extiende ya hasta lo social y engloba a la sociedad entera, trae aparejada una ceguera: todo lo que es extraño se repele. El objeto de rechazo inmunitario es la extrañeza misma. Aunque el extraño no venga a nosotros con ánimo hostil, aunque no comporte ningún peligro para nosotros, ya por su mera alteridad reaccionamos contra él.
Recientemente han aparecido diversos discursos sociales que recurren expresamente a modelos explicativos inmunológicos. Sin embargo, la actualidad del discurso inmunológico no debe tomarse como indicio de que la organización de la sociedad obedezca hoy más que nunca a criterios inmunológicos. Que un paradigma se tome expresamente como tema de reflexión es, a menudo, síntoma de su decadencia. Sin que nos demos cuenta, desde hace ya algún tiempo se está produciendo un cambio de paradigma. En realidad, el final de la Guerra Fría ya vino acarreado por ese cambio.1 La sociedad está entrando hoy, cada vez más, en una coyuntura que no encaja con el modelo inmunológico de organización y rechazo. Esta coyuntura actual se caracteriza por la desaparición de la alteridad y la extrañeza. La alteridad es la categoría fundamental de la inmunología. Toda respuesta inmunitaria es una reacción a la alteridad. Pero hoy la alteridad está siendo desbancada por la diferencia, que no provoca ninguna reacción inmunitaria. La diferencia posinmunológica ya no nos enferma. Ni siquiera la diferencia posmoderna lo hace. Desde el punto de vista inmunológico, diferencia es igualdad.2 Por decirlo con una metáfora, la diferencia no tiene ese aguijón de extrañeza que provocaría una enérgica respuesta inmunitaria. Una vez que la extrañeza se ha reducido a fórmula de consumo, se vuelve inocua. La nueva extrañeza es el exotismo. El turista recorre lo exótico. Turista y consumidor han dejado de ser sujetos inmunológicos.
Por eso, es falsa la hipótesis en que Roberto Esposito basa su teoría de la inmunidad, por ejemplo, cuando escribe:
Un día cualquiera de los últimos años, los diarios publicaron, acaso en las mismas páginas, noticias aparentemente heterogéneas. ¿Qué tienen en común fenómenos como la lucha contra un nuevo brote epidémico, la oposición a la petición de extradición de un jefe de Estado extranjero acusado de violación de los derechos humanos, el refuerzo de las barreras contra la inmigración clandestina y las estrategias para neutralizar el último virus informático? Nada, mientras se los lea en el interior de sus respectivos ámbitos separados: medicina, derecho, política social y tecnología informática. Sin embargo, las cosas son distintas si se las refiere a una categoría interpretativa que halla la propia especificidad justamente en la capacidad de cortar transversalmente esos lenguajes particulares, refiriéndolos a un mismo horizonte de sentido. Como ya se pone de manifiesto desde el título de este ensayo, he identificado tal categoría como la de «inmunización». [...] A pesar de su falta de homogeneidad léxica, todos los acontecimientos antes citados pueden entenderse como una respuesta de protección ante un peligro.3
Ninguno de todos esos acontecimientos que enumera Esposito denota que nos hallemos en plena época inmunológica. Tampoco hoy los llamados «inmigrantes» son inmunológicamente distintos ni son, en sentido estricto, extraños que representen para nosotros un verdadero peligro o de los que debamos tener miedo. Vemos a los inmigrantes y a los refugiados más como una carga que como una amenaza. Ni siquiera el problema de los virus informáticos tiene demasiada virulencia social. Por eso, no es casualidad que, al hacer su análisis inmunológico, Esposito no atienda a problemas actuales, sino que se centre sin excepción en asuntos del pasado.
El paradigma inmunológico es incompatible con el proceso de globalización. La alteridad, al provocar una respuesta inmunitaria, contrarrestaría ese proceso de superación de límites y disolución de las fronteras que define a la globalización. Un mundo organizado inmunológicamente tiene su topología peculiar. Típicos de él son las fronteras, los pasos y los umbrales, las vallas, las trincheras y los muros, que impiden un proceso universal de trueque e intercambio. La promiscuidad generalizada, que hoy impera en todos los ámbitos vitales, y la ausencia de una alteridad que provocara efectos inmunológicos se necesitan mutuamente. A la inmunización también se opone diametralmente la hibridación, que hoy no solo domina el discurso de la teoría cultural, sino que marca una actitud vital generalizada. La hiperestesia inmunológica no toleraría ninguna hibridación.
Lo que más caracteriza a la inmunidad es la dialéctica de la negatividad. Lo inmunológicamente distinto es lo negativo que se infiltra en lo propio y trata de negarlo. Si lo propio no es capaz de negar la negatividad de lo distinto, sucumbe bajo ella. Así pues, la autoafirmación inmunológica de lo propio se lleva a cabo como una negación de la negación. Lo propio se afirma a sí mismo en lo distinto, al negar su negatividad. También la profilaxis inmunológica, o sea, la vacunación, obedece a la dialéctica de la negatividad. Se inyectan en lo propio meros fragmentos de alteridad para provocar la respuesta inmunitaria. La negación de la negación se produce en este caso sin riesgo vital, porque el rechazo inmunitario no es aquí una reacción directa a lo diferente. Uno se inflige voluntariamente un daño pequeño para preservarse de un daño mucho mayor, que podría ser mortal. La desaparición de la alteridad significa que la época en que vivimos es pobre en negatividad. Sin duda, las enfermedades neuronales típicas del siglo XXI obedecen a una dialéctica, pero no a la dialéctica de la negatividad, sino a la de la positividad. Son estados patológicos atribuibles a un exceso de positividad. La violencia no viene solo de la negatividad, sino también de la positividad; no solo de lo diferente o lo extraño, sino también de lo igual. Es evidente que Baudrillard alude a esta violencia de la positividad cuando escribe: «Quien vive de lo igual morirá de lo igual».4 Baudrillard habla también de la «obesidad de todos los sistemas actuales», de los sistemas informativo, comunicativo y productivo. No hay reacción inmunológica a la grasa. No obstante, la teoría de Baudrillard tiene un punto débil, y es que expone el totalitarismo de lo igual desde una perspectiva inmunológica:
No es casualidad que hoy se hable tanto de inmunidad, de anticuerpos, de trasplantes y de rechazos. En épocas de penuria, nos preocupamos de absorber y de asimilar. En épocas de abundancia, el problema consiste en rechazar y expulsar. La comunicación generalizada y el exceso de información amenazan a todas las defensas humanas.5
En un sistema donde impera lo igual solo metafóricamente se podría hablar de rechazo inmunológico. La defensa inmunitaria siempre se dirige contra lo distinto o lo extraño en sentido estricto, lo igual no provoca la producción de anticuerpos. ¿Qué sentido tendría fortalecer las defensas inmunitarias en un sistema donde impera lo igual? Debemos distinguir entre el rechazo inmunológico y el no inmunológico. Este último se dirige contra el exceso de lo igual, contra la positividad desmesurada. En el rechazo no inmunológico no interviene la negatividad. Tampoco es una exclusión, que presupondría un interior inmunológico. Por el contrario, el rechazo inmunológico es una reacción a la negatividad de lo distinto, que se produce con independencia de su cantidad. El sujeto inmunológico tiene un interior que rechaza y excluye lo distinto, por mínimo que sea.
El exceso de producción, de rendimiento y de comunicación genera una violencia de la positividad. Pero esa violencia ya no es viral. La inmunología no puede tratarla. El repudio que nos provoca el exceso de positividad ya no es una respuestainmunitaria, sino que más bien consiste en un desahogo y un rechazodigestivos y neuronales. El agotamiento, la fatiga y el sofoco que nos provocan los excesos tampoco son reacciones inmunológicas, sino que son síntomas de una violencia neuronal que no es viral, puesto que no es atribuible a una negatividad inmunitaria. Por eso, la teoría baudrillardiana de la violencia está repleta de confusiones e imprecisiones argumentativas, pues trata de describir inmunológicamente la violencia de la positividad y de lo igual, en la que, sin embargo, de hecho no interviene ninguna alteridad. Baudrillard escribe:
Hay una violencia viral, que es la de las redes y lo virtual. Es una violencia de la destrucción suave, una violencia genética y comunicacional, una violencia del consenso [...]. Esta violencia es viral, en el sentido de que no se ejerce frontalmente, sino por medio del contagio, la reacción en cadena y la eliminación de todas las inmunidades. También lo es en el sentido de que, a diferencia de la violencia negativa e histórica, se ejerce en forma de exceso de positividad, exactamente igual que las células cancerígenas; en forma de proliferación, tumor y metástasis. Entre lo virtual y lo vírico hay una afinidad oculta.6
Según la genealogía de la enemistad que hace Baudrillard, en una primera fase el enemigo aparece como lobo. Es un «un enemigo externo que ataca y del que uno se defiende construyendo fortificaciones y levantando murallas».7 En la fase siguiente, el enemigo asume la forma de rata. Es un enemigo que opera en la clandestinidad y al que se combate con métodos higiénicos. Tras la posterior fase del escarabajo, el enemigo acaba asumiendo finalmente una forma viral: «El cuarto estadio lo conforman los virus, que prácticamente se mueven en una cuarta dimensión. Es mucho más difícil defenderse de los virus, porque se han infiltrado ya en el corazón del sistema».8 Surge un «enemigo fantasma que se propaga por todo el planeta, se infiltra en todas partes como un virus y penetra por todas las grietas del poder».9 La violencia viral viene de unas singularidades que se han establecido dentro del sistema como células terroristas clandestinas y ahora tratan de socavarlo desde dentro. Según Baudrillard, el terrorismo, como forma principal de la violencia viral, representa una sublevación de lo singular contra lo global.
La enemistad, incluso en su forma viral, obedece al esquema inmunológico. El virus enemigo se infiltra en el sistema, que funciona como un sistema inmunitario y rechaza al intruso viral. No obstante, la genealogía de la enemistad no coincide con la genealogía de la violencia