Lágrimas de fuego - Bárbara Bouzas - E-Book

Lágrimas de fuego E-Book

Bárbara Bouzas

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Beschreibung

Dabria necesita el calor de su hogar para sanar las heridas que ha dejado su paso por San Petersburgo. Curarse no será fácil, pero los brazos que la arroparán la obligarán a seguir adelante. Pasará de vivir por ella a vivir por ellos. Por otro lado, Miki no se acostumbrará al paso del tiempo sin ella. Sus días transcurrirán en reuniones con las otras familias e intentará evitar con todas sus fuerzas que la encuentren para acabar asesinándola. Sin embargo, eso es inevitable, pues muchos desean su cabeza. Como toda guerra, esta conlleva pérdidas. Pérdidas que Dabria no se imaginará y que obligarán a Miki a preguntarse cuánto más aguantará su pequeña, temiendo que sea demasiado para lidiar con una persona que acaba de recomponerse y cuyos pilares están todavía muy frágiles.

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Lágrimas de fuego

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos) Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Bárbara Bouzas 2020

© Editorial LxL 2020

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

Primera edición: octubre 2020

Composición: Editorial LxL

ISBN: 978-84-17763-99-2

Lágrimas de

fuego

Trilogía Lágrimas vol.3

Bárbara Bouzas

Para papá y mamá.

Y al final, sucumbes.

Los sentimientos del dolor los aplaca el fuego del amor.

Índice

Agradecimientos

1

DABRIA

2

MIKI

3

DABRIA

4

MIKI

5

DABRIA

6

DABRIA

7

MIKI

8

DABRIA

9

MIKI

10

11

12

DABRIA

13

MIKI

14

DABRIA

15

16

MIKI

17

DABRIA

MIKI

18

DABRIA

19

MIKI

DABRIA

20

MIKI

21

22

DABRIA

MIKI

23

DABRIA

24

MIKI

25

DABRIA

26

MIKI

27

DABRIA

28

MIKI

29

DABRIA

30

MIKI

31

DABRIA

32

MIKI

33

DABRIA

MIKI

34

DABRIA

35

MIKI

36

DABRIA

37

DABRIA

38

39

MIKI

DABRIA

40

41

42

MIKI

43

DABRIA

44

45

DABRIA

46

47

MIKI

48

DABRIA

49

MIKI

DABRIA

50

51

MIKI

Epílogo

DABRIA

Fin

Biografía de la autora

Agradecimientos

Me apena cerrar esta historia, pero me alegra haber llegado hasta aquí, ya que supone haber recorrido un largo camino. Un camino que no habría sido posible sin muchas personas, sobre todo sin aquellas que le dieron la oportunidad a la primera parte de lágrimas.

En primer lugar, debo agradeceros a vosotros, mis LECTORES, por concederme tan maravillosa oportunidad.

Poder compartir esta historia ha sido un verdadero placer, por eso mil y una veces: GRACIAS. Porque sin todos vosotros esto no habría sido posible. Ha sido un verdadero placer compartir esta historia, que con tanta ilusión he creado.

Gracias a todos y cada uno de mis amigos y amigas POR apoyarme siempre, aunque a muchos de ellos no les guste leer, aun así, ellos son los primeros en adquirir un ejemplar y acudir a la presentación para darme ánimo y hacer bulto.

Agradecer, por supuesto, a toda mi familia. Por estar siempre cuando los necesito y por ser los primeros en aplaudir, chillar o soltar un «hurra», por mí. Me encanta FORMAR parte de la loca familia Trapisonda.

A mi abuela quiero agradecerle sus sabios consejos. Por gastar la saliva y devanarse los sesos contándome antiguas historias. Guardaré, al menos, una gran PARTE de ellas en mi memoria.

Pese a que la dedicatoria ya va para ellos, debo nombrar a mis padres. Si me pusiese a nombrar la cantidad DE cosas que agradecerles no acabaría. Gracias por innumerables razones y millones de motivos, gracias, simplemente, por todo.

A la persona que con sinceridad y perseverancia me ayuda en todo, a quien pese a que somos el día y la noche no podríamos estar la una sin la otra. Gracias a mi hermana por entre muchísimas cosas más, por pelearse con la tecnología por mí, algo que odio. Por ESTE y muchos años más. Sé que seguirá haciendo y rehaciendo las veces que le pida el booktrailer para que quede lo mejor posible, ja ja.

A mi novio, que todavía no ha leído ni el primer libro, pero todo lo que me aporta cada día es más que suficiente para que, a veces, me olvide de que seguramente nunca los leerá. Gracias por estar ahí para mí siempre, desde el principio hasta todo lo MARAVILLOSO que nos queda por vivir juntos.

Por último, agradecer a la editorial LxL por darme la oportunidad y confiar en Lágrimas. Sin ellos mi SUEÑO no sería posible. Gracias por toda la ayuda que me prestáis y por la inmensa felicidad que me distéis el día que me llamasteis para informarme de la publicación de Lágrimas de hielo. Ese día marcó un antes y un después en mi vida.

Gracias a Angie, mi editora, por todos sus consejos, por responder con paciencia a todas mis dudas y por hacer todo lo posible para que Lágrimas de fuego quede como se merece. Gracias por tirar de mí, animarme y apoyarme.

PD. Como bien podéis leer en mayúsculas: Lectores, gracias por formar parte de este maravilloso sueño.

—Vámonos —les dije—. Pashenka estará cansado de esperarnos.

—¿Te preocupa él más que yo? —preguntó Zoria ofendido.

—Tú no me preocupas en absoluto —bromeé.

Miki soltó una carcajada desde atrás, su primo y yo íbamos unos pasos delante de él. El gemelo me dio un codazo juguetón que me hizo dar un traspié.

—¡Oye! —protesté, golpeándolo en el brazo.

—Shhh —pidió Miki.

Nos dimos la vuelta en el momento justo en el que sentimos rasgarse el aire. Pum. Pum. Pum.

Zoria me empujó para que me escondiese detrás de una columna mientras sacaba el arma y disparaba. No me dio tiempo de hacer lo mismo. Me quedé estática observando cómo se dejaba caer en el suelo, agarrándose el estómago.

—Miki —susurré mientras me agachaba a su lado, completamente en shock. Hizo una mueca de dolor y miró de reojo hacia atrás—. Déjame ver. —Las manos me temblaron al levantar la suya para inspeccionar la herida. La sangre brotó con rapidez y abundancia. Tragué con fuerza y coloqué mi mano encima de la suya para hacer presión.

—Mi pequeña —dijo con esfuerzo.

—Le han dado, Zoria —lo informé, mirándolo de reojo.

—Lo sacaremos de aquí —contestó sin mirarnos siquiera—. Son demasiados —gruñó más para sí mismo.

Además, no tenía el brazo curado del todo, aunque iba mejor.

—Eso parece —dijo Miki con esfuerzo.

—Calla, no hables. —Miré con miedo nuestras manos entrelazadas y empapadas de sangre—. Te vas a poner bien. —Le acaricié el pelo con la otra mano—. Ayúdame a levantarlo, Zoria.

—No. —Negó con la cabeza—. No llegaremos al coche los tres.

Su primo lo miró de reojo, pero no dijo nada. Parecía estar buscando una solución.

—Lo haremos, claro que sí —repliqué sin convicción.

—No, tenéis que marcharos. Son demasiados y nos están acorralando. —Comprobó lo que decía girando la cabeza y buscando la procedencia de las balas.

—No me jodas, Miki —protestó Zoria, que no dejaba de disparar a diestro y siniestro, intentando acabar con cuantos pudiese.

—No pienso dejarte aquí —sollocé. Un escalofrío me recorrió la columna solo de pensar en ello—. Agárrate a mí, yo te ayudaré y Zoria nos cubrirá. Llama a Pashenka para que entre con el coche hasta donde pueda, Zoria.

Vi cómo buscaba su móvil en el bolsillo, pero desvíe de nuevo la atención a Miki.

—No, pequeña. Yo os cubriré para que lleguéis al coche.

—No, te estoy diciendo que no. Levántate, Mikhail, maldita sea —le pedí algo histérica.

A nuestro alrededor todo era un caos. No dejaban de vaciar cargador tras cargador, cada vez más cerca, tanto que ya podíamos escuchar sus voces. Era cuestión de minutos que nos alcanzasen.

—Sácala de aquí —le ordenó Miki—. Sácala de aquí ahora mismo, Zoria.

Su primo lo miró, serio, dejando de disparar y centrándose en él.

—No pienso dejarte aquí.

—Si no lo haces, los tres moriremos, así que coge a Dabria y largaos de una puta vez.

—Pe… —protestó de nuevo su primo.

—Es una orden. Yo os cubriré.

Zoria,apretando la mandíbula,se volvió a disparar cuando escuchó unas pisadas.

—No, de eso nada —me apuré a negar—. Yo me quedo contigo. ¿Me estás escuchando? No pienso dejarte aquí. No soy uno de tus soldados al qu… —Unos fuertes brazos me agarraron por detrás y me levantaron.

Me aferré a Miki con fuerza. Él me besó en la frente y apartó mis manos de su cuerpo.

—Te quiero, mi pequeña. —Me sonrió con tristeza y le hizo una seña a su primo con la cabeza.

—¡No! Suéltame. Ni se te ocurra, Zoria. ¡Déjame! —grité y pataleé.

—Me cago en la puta, Zoria. Sácala de aquí ya —rugió Miki enfadado, arrastrándose hasta donde había estado su primo disparando para cubrirnos la salida.

No lo dudó, incrementó su fuerza y tiró de mí.

—No. —Me revolví nerviosa. No podía alejarme de él—. Te lo suplico, no lo hagas. Por favor, no. Es tu primo, no podemos dejarlo. —La desesperación se había apoderado de mí. Zoria no iba a detenerse y Miki iba a morir—. Morirá, Zoria.

—Pues deja de moverte para que no muramos nosotros también —me regañó.

—¡Maldito seas! —No iba a amilanarme ahora—. ¡Suéltame! es tu primo. No podemos dejarlo ahí. —Me llevaba medio en volandas, obligándome a mover los pies para no arrastrarlos.

—¿Piensas que quiero hacerlo? Pero Miki quiere que te ponga a salvo, y por mis cojones que no te pasará nada. Acabo de dejarlo morir y no será para nada. Así que coge la puta pistola y dispara.

No me importó su tono duro, tenía la cabeza en otra parte. No dejaba de observar cómo Miki disparaba sin cesar para que Zoria y yo alcanzásemos el coche. Pashenka nos esperaba a menos de dos metros, con medio cuerpo fuera de la ventanilla, disparando para ayudar a Miki a cubrirnos. Al llegar, aflojó su agarre para abrir la puerta. Abrí los ojos con miedo, Vasyl y Dusan habían llegado con algunos hombres adonde estaba Miki. Lo rodearon, pero, aun así, podía verlo por entre sus cuerpos. Ambos miraron en mi dirección y sonrieron con malicia y orgullo. Habían ganado la partida y estaban más que contentos por arrebatármelo. Vasyl levantó la pistola en alto y la movió de un lado a otro para que la viese bien, luego apuntó a Miki y disparó.

El arma cayó de su mano justo antes de que su cabeza pisase el asfalto.

—¡Aaah! —grité. Sentí cómo se me desgarraba el alma, cómo mi corazón bombeaba sin cesar para no paralizarse y mis pulmones inhalaban con fuerza para que no me ahogase.

Intenté en vano desprenderme de los brazos de Zoria, que apretó la mandíbula y cerró los ojos con fuerza. No dijo nada. Me empujó adentro del coche y se internó conmigo, agarrándome para que no escapase.

—Pisa a fondo, Pashenka. Que nada te detenga —le dijo Zoria.

1

DABRIA

Temblaba de emoción. Me era imposible levantarme pese a que estaba revoloteando en el asiento. Era uno de esos momentos en los que le dabas tantas órdenes al cuerpo que no obedecía ninguna. Estabas en mil sitios y en ninguno a la vez.

—¿Te encuentras bien, muchacha? —me preguntó el taxista al no verme intención ni de abrir la puerta.

—S… sí, ahora voy. —Abrí y me bajé del coche mirando hacia ambos lados como si no supiese cómo había llegado ahí, simplemente, me habían colocado en el lugar y ya.

Sentía tanta alegría dentro de mí que no sabía qué hacer. Veía mi casa tan próxima y lejana, tan cercana y extraña… Como si nunca me hubiese ido y a la vez hubieran pasado mil años desde que lo hice. Parecían décadas sin estar ahí, como si hubiese arribado de una larga travesía por un mar intempestivo lleno de obstáculos que salvar.

Cogí mi mochila y me la puse al hombro sin quitarle ojo al edificio que tantos recuerdos albergaba. El taxista salió del vehículo para ayudarme con las maletas. Era un hombre de unos cincuenta años, con el pelo más blanco de lo que debería pero con pelo, al fin y al cabo. No habíamos conversado durante el trayecto, quizá fuese porque no era muy conversador o porque mi actitud lo había llevado a dejarme sumida en mis pensamientos por educación.

—Aquí está bien, no se preocupe —le dije cuando posó mis bultos sobre la acera.

—Puedo ayudarte a subirlas si quieres —me ofreció mirando las escaleras de mi casa.

—No es necesario. ¿Cuánto le debo? —Rebusqué en la mochila para sacar mi cartera.

Le pagué y sacudí la mano para despedirme. Tan pronto el vehículo arrancó, mis pies lo acompañaron gastando suela escaleras arriba.

Estaba ahí, por fin estaba ahí. Aspiré con fuerza ese olor tan característico que solo cada uno reconoce como su hogar. Golpeé la puerta un par de veces con los nudillos y esperé con poca paciencia.

—Voy —gritó desde la sala, seguramente—. ¿Quién es?

—Ded. —No me dio tiempo a explicar más.

—Dabria. —Abrió la puerta sin cuidado, provocando los quejidos de las bisagras—. ¡Cielo santo!

Al verme se quedó estático. Me miró de arriba abajo un par de veces. Los ojos se le humedecieron, pestañeó con rapidez para evitar que el agua se le escapase. Yo por mi parte no me empeñé en nada, empecé a llorar, me arrojé a sus brazos y lo apreté con mucha fuerza.

—Mi niña. Ay, mi niña. —Me acariciaba el pelo con suavidad. Cuánto había echado de menos la calidez de sus brazos—. Déjame verte. —Me separó con cuidado para observarme. No tardó en darse cuenta de que nada andaba bien, que todo iba mal. Su cara experimentó varios sentimientos a medida que su mirada recorría desde mi cabello hasta la punta de mis pies. Su rostro se contrajo al centrarse en el mío, arrugó el entrecejo unas tres veces hasta que casi se le superpusieron los ojos. Después de ese breve e intenso recorrido de sentimientos, se irguió y recompuso la postura. Apoyó su mano en mi hombro y dijo—: Ya estás en casa, Dabria. Ya todo ha pasado.

—Ded. —No me salían las palabras, pero mi mirada lo decía todo. Sabía que mi abuelo me entendía, sabía lo que necesitaba.

—Lo sé, mi niña, lo sé. Ahora estarás bien, Dab. Te pondrás bien, mi niña. —Tiró de mí hasta que quedé de nuevo entre sus fuertes y tiernos brazos. Solo nos separamos cuando estuvimos preparados para hacerlo.

—¿Me ayudas con las maletas? —Le sonreí, sorbiendo los mocos y secándome los ojos.

—Por supuesto. —Me devolvió la sonrisa antes de abrir la puerta. La sonrisa más triste que jamás le había visto. Podía leer todos los sentimientos que se mezclaban en su cabeza como si se tratase de un encefalograma.

No podía menguar el dolor tan grande que le estaba causando a la persona que más quería en el mundo. Mi llegada en ese estado lo consumiría. Al contrario que a mí, que me devolvería a la vida.

—¡Vaya, Dab! Creo recordar que no habías llevado tantas cosas como traes ahora —comentó al ver mis maletas.

—La carga es mucho más pesada, ded. —Le sonreí y tomé una maleta—. ¿Crees qué podrás subir esa? —me burlé señalando la más pequeña.

—Siempre podré con toda la carga que te traiga a casa. No me importa lo pesada que sea. La pregunta correcta sería si puedes tú. —Claramente, ninguno se refería al equipaje.

—Podré. Y más sabiendo que tú estás aquí por si me resbalo. —Le sonreí con cariño y tiré de la maleta escaleras arriba.

Antes de que yo preguntara por él, mi gran peluche con vida comenzó a ladrar. No pude evitar sonreír de oreja a oreja.

—Anda, corre, le dará un infarto si no dejas que te babee hasta secarse. Te ha echado mucho de menos.

Dejé el bulto con ruedas en el rellano y corrí hacia la puerta trasera. Nada más bajar la manilla, una fuerza brutal empujó sin control por el cacho rectangular de PVC que nos separaba del exterior. No pude evitarlo, caí de culo en el suelo y la enorme bola de pelo me cubrió de ternura. Lo acaricié y permití que me babease cuanto quisiera; lo abracé mientras remoloneaba y le rasqué la barriga mientras se estiraba plácidamente alentando con la lengua de lado.

—Yo también te he echado de menos, Chicho.

—Dabria, lo dejaré todo en tu cuarto. Lo recogeremos más tarde —me informó mi abuelo arrastrando la última maleta hacia mi habitación.

—Por supuesto. No hay prisa, ded, tenemos todo el tiempo del mundo. —Me levanté y caminé junto a mi abuelo con Chicho golpeándome con el hocico para que no dejase de acariciarlo.

—¿Quieres tomar algo? ¿Te apetece un café? —me ofreció.

—Claro, me encantaría. Te ayudo a prepararlo.

—De eso nada. Siéntate en el sofá, que enseguida los llevo. No quiero que Chicho rompa algo, así que tranquilízalo.

—Está bien.

Caminé hacia la sala; estaba igual que siempre, igual a como la había dejado antes de partir. Anduve por la estancia observando todos los detalles. Las estanterías atestadas de libros, ordenados por géneros y en orden alfabético. Las fotos colgadas de la pared: mis padres, mi abuela, el abuelo y yo, Chicho, Laura… Todos estábamos en ellas, todos mis recuerdos, mi vida. El sillón donde el abuelo leía por las tardes se encontraba en la misma posición; el libro posado en la mesita, abierto hacia abajo —seguramente, lo habría dejado así para ir a abrir la puerta—; y la taza de café, ya vacía, cerca del libro.

Miré por la ventana. La hierba de nuestra huerta estaba recién cortada, el abuelo debió mandarla a cortar aprovechando que venía el buen tiempo. El balón de Chicho y algún que otro juguete descansaban en ella. No me di cuenta de que había comenzado a llorar hasta que las lágrimas tocaron el final de mi rostro, bajando por la curva hacia el cuello.

Estaba en casa, había regresado a mi hogar, había regresado con una enorme carga sobre mi alma y una ligereza de cuerpo difícil de llenar. «Quién eras y quién eres, Dabria». Me creí invencible. Me creí Iron Man, Superman y Batman, todos en un mismo cuerpo; nunca pensé que nada ni nadie lograría acabar conmigo, que yo no había nacido para otra cosa que ganar. Cuán equivocada estaba. Todos somos vulnerables, todos podemos perder. No importa el empeño o las ganas que le pongas porque, cuando el corazón manda, tú no tienes nada qué hacer; simplemente, aceptas, esperas y te resignas.

Tenía una vida construida con piedra maciza, ahora tan solo quedaba la arenilla beis que se desprende de ella.

—Dabria. —Mi abuelo se acercó con dos humeantes tazas de café, las dejó sobre la mesa y se acercó a mí. Yo aproveché esos cinco pasos de distancia para secarme las lágrimas con la manga de la sudadera.

—Ded. —La voz se me rompió. Tragué con fuerza y volví a limpiarme las lágrimas.

Mi abuelo tiró de mis manos suavemente para que lo mirase, entrecerró los ojos y se armó de valor para hablarme:

—Sé que no quieres hablar, sé que lo harás cuando estés preparada, pero tienes que darme una explicación.

—Las cosas no han salido como yo esperaba. —Era verdad.

—Han salido de la única forma que tú no esperabas —observó sin dejar de mirarme.

—Exacto. —Asentí con la cabeza—. Pero no te preocupes, ded. —Me acerqué para acariciarle la mejilla—. Estaré bien.

—«Bien» responden las personas por inercia, por costumbre y sin pensar realmente en si es cierto. «Bien» no es lo que yo deseo para ti. Vamos, tomaremos el café mientras respondes a las preguntas de tu viejo abuelo. —Tiró de mí hasta sentarme a su lado, esa vez me acompañó en el sofá grande. Cogió las tazas y me ofreció una.

—Está delicioso —alabé tras probar el primer sorbo.

—¿Quién te ha hecho eso? —Se refería a mi estado general, no solo a la horrible marca que me habían dejado en el moflete. Las peores, las más profundas y dolorosas no podía verlas, pero sí olerlas—. ¿Han sido los Korsakov? ¿Mikhail? ¿Ha sido él?

—No, ded. Sin él, no creo que estuviese aquí. Miki me ha salvado la vida —le confesé.

—Conque apendicitis, ¿eh? Qué ingenioso. —Ladeó la cabeza en gesto negativo—. Se enamoró de ti. —No era una pregunta, pero quería contestarle de igual manera.

—Nos enamoramos locamente el uno del otro. Nunca creí que llegara a querer a nadie como lo quería a él; sin embargo, yo no soy la Cenicienta, y esto no es un cuento de Disney.

—Temía que pasara esto. Mi mayor pesadilla se hizo realidad. Dabria, siento tanto…

—Lo sé. —Posé mi mano sobre la suya—. Las cosas se torcieron, pero… —abrí los brazos—, ya estoy aquí, ya ha pasado.

—Eso es lo más importante, mi niña. ¿Quieres contarme algo más?

—No, quiero pasar página. No quiero que los recuerdos afloren, quiero empezar de nuevo.

—Estaré dispuesto a escucharte cuando lo necesites.

—No hay mucho más que contar. Me dieron una buena paliza, pero estoy recuperada. —Nunca le había dicho algo tan falso a mi abuelo. Las mentiras necesarias son mejores que las verdades desgarradoras. No podía contarle lo que había vivido, no lo haría. Pospondría ese momento eternamente siempre que me fuese posible.

—Me alegra tenerte en casa. ¿Por qué no me has avisado para ir a recogerte? —No era estúpido, sabía que mis medias verdades escondían mucho.

—Quería darte una sorpresa. —Le sonreí.

—¿Nadie sabe que estás aquí?

—Claro que no, ¿por quién me tomas, ded? Tú eres el primero en saberlo.

—Laura se pondrá loca al saberlo.

—Hoy no quiero ver a nadie, solo quiero estar contigo, en casa.

—Por supuesto. No dejaré que te me roben tan pronto. Tendrás tiempo de hablar con ella y con los demás. ¿El comisario tampoco lo sabe? ¿Qué le dirás, Dab?

—No puedo meterlos en la cárcel, ded, no puedo. Dejé de valorar esa opción hace meses.

—Lo que hagas, tomes la decisión que tomes, será la acertada para mí. Siempre te he apoyado en todo, y lo seguiré haciendo. Si no quieres entregarlos, buenas razones tendrás. Confío en ti.

—Gracias, dedushka. Te he echado de menos. —Posé la taza en la mesilla y abracé a mi abuelo una vez más.

—Prométeme una cosa —me pidió sin soltarme.

—Dime.

—No dejarás que lo que te ha pasado te destruya. Intentarás ser feliz.

2

MIKI

Seguía mirando el techo. Llevaba horas en la misma posición, estirado sobre la cama con los brazos cruzados bajo la cabeza observando a mi pequeña. No podía creerlo, no podía aceptarlo.

¿Cómo iba a ser mi vida a partir de ahora? ¿Cómo sería si tan solo habían pasado horas? Exactamente, catorce horas y diecisiete minutos, y ya me moría por verla. Me subía por las paredes. La impotencia y la tristeza me tenían en un estado que no sabía cómo caracterizarlo, la verdad. Me sentía mal, realmente mal. No me dolía nada y me dolía todo. Sabía que se marcharía, que me dejaría; ese momento había sido mi peor pesadilla desde que había salido del hospital. Lo entendía, la entendía. Por supuesto que lo hacía. Había estado al borde la muerte de la manera más cruel, había perdido mucho, demasiado, tanto que nunca sería la misma después de lo vivido; suficiente sería con que llevara una vida normal.

Sin embargo, pese a todo, yo la quería a mi lado, quería sumirme en un profundo sueño y despertar pegado a ella. La locura se haría con mi cordura; si no iba a buscarla, mi juicio se iría por el río Neva.

Tenía que ir a buscarla, pero le había prometido que no lo haría; bueno, no era del todo cierto y, de todas maneras, cumplir mi palabra no era mi mayor virtud. Por lo menos respecto a mis deseos más profundos, seguía siendo yo: actuar sin preguntar, tomar lo que me placía y arremeter contra todo si me jodían. Sí, ese seguía siendo un buen resumen de Miki. Siempre había hecho lo que me daba la gana y, sin duda, de lo que más ganas tenía en ese momento era de coger un avión y traerla de vuelta. Pero esa vez era distinto. Quería que sanara, quería darle tiempo para recuperarse, deseaba que fuese feliz; por encima de todo, incluso de mí mismo, quería su felicidad.

Iba a costarme mucho esperar el momento adecuado porque para mí ese momento sería mañana mismo. ¿Y cuánto tiempo se suponía que tendría que esperar?, ¿cuándo estaría lista para verme?, ¿cuándo sería el momento adecuado?, ¿un mes?, ¿dos?, ¿un año?

Si le concedía poco tiempo, me tacharían de pesado y de invasor de la privacidad; si le concedía demasiado, me olvidaría, le daría tiempo para rehacer, quizá conociese a otro… ¡Oh, no, no, no! De eso nada. El único hombre con el que estaría sería yo, yo sería su futuro.

Unos golpes secos en la puerta me devolvieron al presente.

—Adelante —respondí incorporándome en la cama. De nada valía seguir allí, total, para no dormir.

—Mikhail. —Genial, se trataba de algo importante. Siempre que mi padre irrumpía en mi habitación llamándome por mi nombre completo, el tema requeriría toda la atención.

—No me lo digas, han encontrado el cadáver. —Lo cierto era que se habían demorado, aunque quizá la demora fuese en llamarnos y no en el hallazgo del fiambre.

—Exacto. Vasyl ha llamado, gritaba tanto que no entendí lo que decía. Luego se puso Dusan y exigió una reunión inmediata.

—¿Qué le has dicho?

—Me hice el loco, como si no supiese nada.

—¿A qué hora hemos quedado? —De nada valía preguntar si había aceptado reunirnos. Me moría por ver la cara desencajada del hijo de puta de Vasyl.

—Le he dicho que iremos hacia allí tan pronto pudiésemos. —Mi padre elevó las cejas y sonrió. ¡Vaya! Una broma en un momento tan serio no era propio de él, pero esa muerte nos alegraba a todos más de lo que habíamos admitido en alto.

—Está bien. Me daré una ducha, no tardaré.

Pese a que me había sobrado tiempo para ducharme, comerme un bollo y beberme una Coca Cola, no quisimos llegar demasiado temprano; esperamos un poco para ponerlos nerviosos.

Aleksei me llamó mientras íbamos de camino hacia los juzgados. La conversación fue breve pero interesante. Acababa de descubrir quién había sido el traidor que nos jodió en el Bol’shoy. No era de nuestro círculo, eso era impensable. Ninguno de mis amigos nos traicionaría, lo mismo que las cinco familias, a excepción de Sokolov, que no lo tenía tan claro.

Aun así, no me esperaba que Damyan nos traicionara; llevaba trabajando con nosotros años, y antes lo habían hecho su padre, su abuelo… Lo que me llevó a pensar que su lealtad nunca estuvo con nosotros.

Veinte minutos más tarde, entramos en los juzgados. Esa vez con el pecho lleno de alegría, al igual que el resto. Todos nos acompañaban: mi tío, los gemelos, mi cuñado, Aleksei y un buen puñado de nuestros hombres, entre ellos, el traidor. No era lo habitual, cuando se trataba de una reunión con las cinco, acudíamos solos o con la familia; pero esa no era una reunión normal, estaban acusándonos de matar a un miembro de los Kovalenko. Estaba seguro de que tendrían un arsenal dentro, de que habrían llamado a los máximos oyentes. No me equivoqué. Al abrir la puerta lo corroboré; pocas veces la estancia estaba tan abarrotada. Muy bien, que empezase la función.

—Buenas noches, señores —saludó mi padre con tranquilidad—. Vasyl, Dusan. ¿Qué ha ocurrido?

Los miembros de las cinco familias observaban con mucha atención. El ambiente estaba tenso, muy tenso. Lo más probable era que nuestros socios ya hubiesen puesto al corriente a los presentes, les hubiesen calentado la cabeza y bombardeado patrañas en contra nuestra. Me traía sin cuidado, a decir verdad.

—¿Que qué ha ocurrido? ¿Crees que soy imbécil, Egor? —A Vasyl a punto estaban de salírsele los ojos de las órbitas.

—Ponnos al corriente, parece que somos los únicos que no sabemos qué está sucediendo. —Mi progenitor seguía haciéndose el loco. De forma serena, estaba sacando a Vasyl fuera de sí.

—No juegues conmigo, Egor. No te atrevas a… —Era momento de intervenir, había olvidado los modales.

—Cuidado, Vasyl. No te olvides de que le estás hablando a tu jefe.

—¡Cállate la puta boca, Mikhail! Has sido tú, tú tienes la culpa de que mi hermano esté muerto.

Sus gritos no me importaron. Tomé aire y respondí con calma:

—¿De qué estás hablando? Yo no he matado a Mikola.

—¡Ha sido tu puta! ¡Lo ha destripado como a un cerdo!

—Egor, ¿no tienes nada que decir? Habéis actuado a espaldas de la ley, habéis infringido las reglas —intervino Dusan.

—Te equivocas, nosotros no hemos matado a Mikola —negó mi padre.

—¿Qué más da quién haya empuñado el arma? La culpa es vuestra, tuya. —Dusan me señaló a mí—. Por haberte metido entre las piernas de la negra sin saber salir.

—La falsa Babette, la que nos engañó a todos. Dabria, una poli, una puta poli. ¿Dónde está esa zorra? —preguntó Vasyl con odio.

—No te atrevas a hablar de ella, no te atrevas siquiera a pronunciar su nombre; te queda demasiado grande en tu asquerosa boca —le advertí.

—¿Has perdido la cabeza? Por supuesto que la has perdido. Esa furcia te ha vuelto loco. —Vasyl seguía escupiendo babas que yo no aceptaría.

—No me provoques, Vasyl —volví a advertirlo.

—Ella lo ha matado, tu puta ha matado a mi hermano.

—¿Por qué habría de hacerlo? —intervino mi tío—. ¿Es que tenía alguna razón para ello?

—Nadie deseaba su muerte más que esa furcia. Quería venganza, quería que…

—Tú mismo lo estás diciendo. —Liov levantó una mano en su dirección indicando que estaba de acuerdo con sus palabras.

—Quería que pagara por lo que le hizo. Nadie tenía más razones para matarlo que Dabria porque tu hermano le arruinó la vida. Y, escúchame bien, me alegro de que esté muerto, me alegro de que haya acabado con él. Es más, te confieso que me apena no haber podido ser yo quien segase su vida. Todos estaremos mejor sin Mikola. Deseo que los bichos le coman hasta el último pedazo de su asqueroso cuerpo —me regodeé.

—Cabrón, hijo de puta —me gritó Vasyl—. Era mi hermano. Perdiste la cabeza por una puta poli, prefieres a esa sucia escoria antes que a los tuyos.

—Vosotros no sois de los míos, y ella es mi vida, lo es todo para mí y la he perdido por vuestra culpa —contrataqué.

—La mataré. —Estaba enloquecido, tenía los ojos tan abiertos que bien podían desprendérsele de las cuencas—. La buscaré hasta que me muera y le haré pagar por lo que ha hecho. Lo que ha vivido no será nada comparado con lo que yo le haré.

—No vuelvas a nombrarla, y mucho menos a amenazarla. —Saqué la pistola de atrás de mis pantalones y lo encañoné. Me acerqué a él hasta que el frío del arma chocó contra la piel de su sien—. No le harás daño, no te acercarás a ella, jamás.

—Créeme que sí. No importa dónde la escondas, daré con ella y la mataré; y a ti, asqueroso Korsakov, te obligaré a observar cómo la violan hasta los caballos esta vez. Verás cómo pongo fin a su vida y nadie podrá salvarla —me amenazó Vasyl enajenado.

—Fue un error no haber acabado con su vida… Estuvimos tan cerca —interrumpió Dusan sacando su arma y encañonándome con ella.

No me inmuté ante esa acción. Antes de que él disparara estaría en el suelo babeando sobre mis zapatos; tanto los gemelos como mis dos amigos nos rodeaban con sus armas. Un pequeño revuelo se formó, pero mi padre y Liov se encargaron de acallarlo, o no habría contra quién luchar porque los mataríamos a todos.

—Muy cerca, Dusan. Demasiado. Y ten por seguro que eso no volverá a pasar —lo amenacé.

—Cómo. ¿Cómo has podido perder el juicio de esta manera? ¿Cómo has podido? —inquirió Dusan.

—La pregunta correcta sería: ¿cómo habéis podido vosotros? —Murik no bajó el arma para hablar.

—Egor —interrumpió el señor Steklov—. No hemos venido a ver cómo morís, y mucho menos a morir. —Se levantó de la silla y se arregló la chaqueta del traje tirando de las solapas—. Así que pon orden para que podamos discutir el asunto.

—Bajad las armas. Todos —ordenó mi padre alzando la voz y centrando su mirada en nosotros.

Todos lo obedecimos, aunque las miradas continuaban asesinando. Yo estaría a cien metros bajo tierra a causa de la de Vasyl, que parecía poseído por un demonio. Normal, Mikola era un psicópata hijo de puta, pero era su hermano. Siempre había sido como un hijo para él, le llevaba muchos años y, tras la prematura muerte de sus padres, había quedado a cargo de su hermano pequeño.

—Bien, Vasyl, cuéntanos qué ha ocurrido. Si no eres capaz de mantener la calma y explicar con claridad una versión objetiva de los hechos, cédele el honor a Dusan; si es capaz —pidió Steklov.

Vasyl hizo un gesto con la mano de la pistola a su amigo y se dejó caer en una silla acariciándose el rostro con frustración.

—Lo que ha ocurrido, señores —empezó el Kostka mirando a todos los presentes para captar su completa atención—, es que esta mañana Vasyl recibió una llamada del Estela informándonos de que habían encontrado el cadáver de Mikola en una de las habitaciones.

—¿Por qué acusáis a la muchacha, Dusan? —preguntó Dema—. ¿Tenéis alguna prueba de ello?

—Lo cierto es que sí. Las cámaras de seguridad lo grabaron todo —respondió Dusan con seguridad.

—¿Han grabado cómo lo mataba? —preguntó mi tío—. Porque, de ser así, el Estela perdería todo su prestigio sabiendo que graban a los clientes en su intimidad.

—No seas estúpido, Liov. Claro que no aparece cómo lo mataba, pero se la ve entrar en el hotel, tomar la llave de la habitación en la que se encontraba Mikola y entrar. Poco después de una hora, se ve cómo abandona el hotel. De Mikola no se sabe nada hasta que encuentran su cadáver —respondió Dusan.

—¿Solo una hora? ¿Solo sufrió una hora? —preguntó Zoria mirando a Vasyl, que observaba con los dientes apretados—. Se merecía mucho más que eso.

—Zoria —lo regañó mi padre antes de que Vasyl volviera a perder el control.

—Era un simple comentario —dijo moviendo la cabeza y curvando los labios hacia abajo para quitarle importancia.

—Os regocijáis en mi dolor, no permitiré que os… —amenazó Vasyl, que parecía a punto de explotar si no gritaba.

—Vosotros lo habéis hecho antes —contratacó Murik.

—Y no veas el gusto que nos ha dado. Horas de sufrimiento, toda clases de torturas… —se mofó el Kovalenko llenando el pecho en gesto de orgullo.

—Nosotros estuvimos presentes mientras la golpeaban, la violaban y le rasgaban la piel con el látigo —se unió Dusan.

No pude soportarlo más, alcé la mano del arma y apunté a Vasyl. Pum. La estancia se sumió en un completo silencio, excepto por el chillido que emitió el herido.

—Ve a velar a tu hermano antes de que te vuele la cabeza —le sugerí.

—¡Estás loco! ¡Estás loco, Mikhail! —rugió en respuesta.

—Lárgate de mi vista. No es más que un rasguño —le solté con desprecio.

Ambos salieron de la estancia, Dusan tiraba de su compañero hacia fuera mientras este no dejaba de despotricar mierda agarrándose el brazo herido. Era algo leve, nada en comparación con lo que se merecía. Decidí añadir algo que se me había olvidado:

—Vasyl. Iré a ver cómo encierran a tu hermano en un agujero.

—¡Que te jodan! —me respondió antes de desaparecer tras la puerta.

—Antes de que terminemos debo contaros algo —dije en alto—. Hemos descubierto al traidor.

Damyan me miró sin pestañear, con una postura regia, pero pude ver cómo tragó de forma casi imperceptible.

—¿Qué quieres decir, Mikhail? —preguntó Poliakov.

—El día que Mikola nos atacó en el Bol’shoy fue porque alguno de mis hombres dio un chivatazo. ¿No es así, Damyan?

—No te entiendo —respondió.

—Por supuesto que sí. ¿Cuánto tiempo llevas espiándonos? —pregunté avanzando hacia él con el arma en la mano. No respondió—. ¿No vas a contestar?

—No sé de qué me hablas.

—Como quieras, no tengo tiempo que perder ni ganas de malgastarlo contigo —escupí. Alcé el arma y le disparé en el estómago.

—Mikhail, estás poniendo todo perdido —me regañó Steklov—. Esto no es un campo de batalla.

Me encogí de hombros.

—Espero que hayas disfrutado de lo que los Kovalenko y los Kostka te hayan dado.

Disparé de nuevo, esa vez a la cabeza.

—¿Estarás contento? —preguntó Berezustki.

—Contento, no; aliviado —respondí—. Mandaré que lo limpien.

Mi padre miró el cadáver, luego a mí y, finalmente, a los cinco.

—Señores, la reunión se pospone. Ya hablaremos cuando el mar se haya calmado.

—Sugiero que hablemos después del entierro, le concederemos unos días de luto a la familia. ¿Te parece, Egor? —sugirió el señor Poliakov levantándose. Tener un fiambre allí daba lo mismo mientras no fuera un fiambre familiar.

—Me parece correcto —aceptó mi padre.

—Esto va a peor, Egor. —El señor Berezustki se había levantado para hablarle mientras negaba con la cabeza—. Intenta arreglarlo porque… no augura nada bueno.

—Puedo posponerlo, Dema, pero me temo que no arreglarlo.

3

DABRIA

No pude encerrarme más de dos días. Mi abuelo me había advertido que Laura no tardaría en pasar por casa, que solía ir cada dos días. No me lo dijo directamente, pero me dio a entender que sería maleducado eludirla después de lo bien que se había portado con él y de que siempre habíamos sido como hermanas. Con una vez, era suficiente. Me había mantenido encerrada en mi cuarto mientras ella charlaba con ded e iban a pasear con Chicho. Además, ded creía que ella me ayudaría.

La siguiente vez también estaba en mi habitación cuando la sentí llegar, no me escondería como una sanguijuela.

—Laura, sube y cógeme un libro que he olvidado en la mesita del pasillo, por favor —le pidió mi abuelo. Seguramente, temía que no saliese de nuevo.

—Por supuesto. —Podía imaginarla sonriendo de manera jovial y dicharachera—. Ahora regreso.

Sentí sus estruendosas pisadas subir por las escaleras. Caminé despacio hacia la puerta, no quería asustarla y que se llevase un topetazo. Abrí y la vi. Ella se frenó en seco, se quedó al filo de las escaleras y abrió los ojos como platos. Le sonreí a mi amiga con ternura antes de saludarla.

—¿Es qué no piensas darme un abrazo?

—Dabria. —Corrió los escasos pasos que nos separaban y saltó a mis brazos; casi me caigo por la fuerza con la que me golpeó.

—¡Sí que me has echado de menos! ¿Eh? —bromeé.

—¿Cuándo has llegado?, ¿por qué no me has avisado?, ¿quién te ha recogido en el aeropuerto?, ¿lo saben en la comisaría?, ¿por qué has regresado?, ¿qué…? —bombardeó sin parar.

—Deberías darme un par de minutos para contestar cada pregunta, de lo contrario, seguirás así, hablando sola y sin saber nada.

Se separó y me observó unos minutos. Entornó los ojos e hizo una mueca con la boca, así alternativamente, hasta que decidió preguntar de nuevo:

—¿Qué te ha pasado, Dabria?, ¿qué ha ocurrido?, ¿qué significa ese corte?, ¿por qué tienes esa mirada tan triste?

—Entra, Lau —dije señalando a mi habitación—. Hablaremos dentro.

Me senté en la cama con las piernas cruzadas como un indio, ella hizo lo mismo.

—¿Qué te han hecho, Dab? ¿Qué coño ha pasado? —Estaba nerviosa.

—No sé por dónde empezar, yo… —Dudé sobre cómo afrontar la situación.

—Pues empieza por el principio. En tu último correo me dijiste que me lo explicarías todo al llegar. Pues bien, ya estás aquí.

—Me descubrieron, Lau.

—Sabía que algo no iba bien, lo sabía. —Se frotó el rostro—. Cuando recibí tu correo, me olió mal, pero me fie de ti. ¿Por qué coño no regresaste antes? ¿Por qué esperaste a ese punto?

—Tranquilízate. No es como crees.

—Pues habla, joder, Dabria. ¿Qué coño te han hecho?

Eludí la respuesta y decidí empezar por el principio.

—Me enamoré del heredero Korsakov.

—¿Cómo? ¿Que te qué? —preguntó tragando con fuerza.

—Al principio creí que era simple atracción por su imponente físico, que era un imbécil engreído; sin embargo, caí en mi propia trampa.

—¿Estás hablando en serio? —me interrumpió.

—Nunca he querido a nadie como lo quiero a él —confesé.

—¿Quieres?

—Ese no es el problema. —Agité una mano para restarle importancia.

—Buf —resopló—. No entiendo nada. —Negó con la cabeza—. ¿Fue él quien te…? —Movió las manos enérgicamente porque no sabía cómo preguntarlo.

—No. —Levanté una mano para detener su siguiente pregunta—. Déjame contarte y luego preguntas, ¿de acuerdo? —Asintió—. Miki también se enamoró de mí. Éramos felices juntos, mucho. Pero yo no pude soportar seguir engañándolo y le conté la verdad. Se volvió loco, no podía perdonarme, pero —levanté la mano de nuevo para detenerla—, no me hizo daño. Él nunca me puso en peligro.

—Entonces, ¿qué ocurrió?

—¿Te acuerdas de Asad Alabi?

—Por supuesto. ¿Qué tiene que ver él en todo esto? —preguntó confusa.

—Todo. Acudió a una fiesta para hacer negocios con los rusos. Me secuestró y llevó al borde de la muerte de la mano de los Kostka y los Kovalenko. —Los ojos se me humedecieron y no pude evitar que se me escapasen unas lágrimas al recordar lo que había vivido en aquella asquerosa nave.

—¿Qué te hicieron? Joder, Dabria. —Tomó mi mano y me la apretó con cariño para animarme a continuar.

—De todo, todo lo que te puedas imaginar —confesé—. Quise morirme, solo deseaba morirme. —Comencé a llorar.

—Ven aquí. —Tiró de mi con cariño y me abrazó con fuerza—. Si no quieres continuar, hablaremos en otro momento.

—Si no te lo cuento ahora, nunca lo haré. Quiero encerrarlo en mi mente para siempre.

—Está bien. —Mi amiga sabía que necesitaba sacarlo, por eso empezó a descorcharme como a una botella, y yo cedí como un tapón que se había atascado pero que deseaba ser liberado—. ¿Qué te hicieron?

—Además de golpearme, me violaron, uno tras otro, cada uno más agresivo que el anterior hasta que no pude soportarlo. Y, cuando volví de la inconsciencia, los latigazos; todavía escucho el susurro de la cuerda en el aire antes de destrozar mi piel, el escozor de los hilos duros peinando mi carne ya abierta. —Mi amiga rompió a llorar conmigo, me abrazó más fuerte animándome a seguir—. Los golpes, el corte y la quemazón con la insignia de la mafia de Asad fueron lo que menos me dolió.

—¿Qué fue lo peor? ¿Cuál fue el dolor más grande?, ¿el látigo?, ¿los hombres entrando en ti? —preguntó mi amiga deteniendo las lágrimas.

—No. Lo peor fue sentir a mi niña perder la vida. Ese fue el dolor más grande, saber que mi bebé nunca viviría.

—¿Qué estás diciendo, Dabria? ¿Qué niña? —Laura contuvo la respiración.

—Mi niña, Lau. Estaba embarazada, iba a tener una hija. Quería tener a esa niña, de hecho, ya había comprado el billete para aquí.

—Lo siento muchísimo, Dios, lo siento tanto. —No dejaba de acariciarme la espalda.

—Si no hubiese ido a esa fiesta, si hubiese cogido un avión tan pronto me enteré del embarazo, esto no habría pasado. Es mi culpa, por mi culpa ha muerto —lloriqueé en los brazos de mi amiga.

—De eso nada, tú no tienes la culpa de nada.

—Sí la tengo, pude evitarlo.

—No, Dabria. No pudiste. Lo que menos creías era que te encontrarías a un tipo que debería estar encerrado. Deja de culparte —me regañó—. ¿Cómo conseguiste sobrevivir a eso?

—Borak.

—¿Borak Kostka? Pero ¿no me habías dicho que los Kostka ayudaron a Asad? —Deshicimos el abrazo y quedamos en la posición inicial.

—Sí, excepto su hijo. Borak me salvó la vida. Llamó a Miki para que viniese a buscarme.

—Y no lo dudó, corrió a por ti —soltó medio en broma para enfriar el ambiente.

—Ajá —acordé—. Borak nunca permitiría que me ocurriera nada.

Continué confesándole a mi casi hermana durante largo rato. No me dejé nada ni evité nada ni mentí en nada. A ella no.

—Me alegro de que hayas tenido a alguien como Borak a tu lado. A partir de ahora, estoy yo aquí. Yo te ayudaré a seguir adelante, te patearé el culo cuando flaquees y te cogeré cuando tropieces.

—Lo sé, Lau. Sé que lo harás. —Le sonreí.

—Por supuesto que lo haré. Volverás a ser la Dabria de siempre, volverás a reír, a chillar y a dar guerra —me animó.

—No volveré a ser la misma, nunca podré olvidar lo que me ha pasado.

—Nadie dice que vayas a olvidarlo, pero lo superarás; por mis ovarios que sí. Tiraré de ti hacia delante con la misma fuerza que aplicaría si te cargase a hombros hasta el Himalaya.

—Gracias. No sabes cuánto te he echado de menos.

—Tanto como yo a ti. —Volvió a rodearme con sus brazos.

—Lau, el abuelo no sabe todo —le dije.

—Ni necesita saberlo. Todo, no, Dabria.

—Bien, y… —dudé de nuevo— en la comisaría tampoco…

—¿Es que no confías en mí? Aunque no parezcas humana, lo eres, y los humanos no somos perfectos; tendrán que aceptar que la misión era demasiado complicada. ¿Es que puede culparse a alguien por anteponer su vida al deber?

—Solo tú podrías adornar la traición de esa manera —la halagué.

—Dabria, sabes que estoy contigo. No diré nada que te ponga en peligro ni que te haga sentir mal o…, simplemente, que no quieras. Eres más que una amiga para mí, y te apoyaré en todo. Me importa un bledo la misión, coger a los mafiosos o no; lo importante eres tú. Nada más.

—¿Quién quiere una hermana cuando te tengo a ti?

—Eso sí. Me has contado la parte mala, pero quiero la buena. ¿Cómo os enamorasteis? —Sabía lo que intentaba y le estaba muy agradecida.

Después de mucha charla, lágrimas y algunas risas, el abuelo nos llamó para cenar.

—Te quiero, ded. —Lo abracé con fuerza—. Gracias por no dejar que me escondiera.

—No hay que darlas, mi niña. —Vestía un mandil y sostenía una cuchara de madera en la mano, que mantenía lejos de mi para no ensuciarme—. ¿Tienes hambre?

—Mucha. —Sonreí y lo solté, pero no me aparté de su lado; lo observé mientras revolvía en la olla—. Huele delicioso.

—Espero que no volvamos a las insípidas verduras —soltó Laura sentándose en una silla.

—Me temo que sí. —Sabía que tanto a Lau como a mi abuelo les gustaban un montón las verduras, y, además, ded casi siempre las acompañaba con carne o pescado; solo lo hacían para meterse conmigo.

—Se acabó la temporada de talladas jugosas, blandas y con variedad de salsas; de platos consistentes y con menos verde —fingió mi amiga con dramatismo.

Al terminar la cena, los tres salimos a dar un paseo con Chicho. El aire familiar me sentó mejor de lo que creía, y la compañía fue agradable y placentera. No tuvimos que hablar de nada y hablamos de todo, excepto de mí. Eso saldría poco a poco, no podía forzarse, y ambos sabían lo que necesitaba. Por el momento, tranquilidad, familiaridad y cariño; tres cosas que absorbería de las personas a mi lado.

4

MIKI

Me volvería loco si tenía que seguir escuchando tonterías. Nada podía arreglarse ya, debía haber una escisión. Los Kostka, los Kovalenko y los Korsakov no podían entrar en el mismo saco de nuevo. Nunca confiaríamos los unos en los otros, ni por asomo. Lo único que conseguiríamos sería liarnos a tiros hasta que unos u otros, o todos, muriéramos.

—Nunca llegaremos a un consenso, papá. Por mucho que te empeñes.

—¿Qué propones?, ¿separarnos? —preguntó mi padre de forma arisca.

—¿Es que no estamos separados ya? ¿Qué importan los putos papeles, papá?

—Tendremos unos días para pensar, valoraremos las opciones. Después del funeral, organizaré una reunión.

—Está bien. Pero piensa, ¿crees que se puede arreglar?

—No, claro que no se puede arreglar. Dabria sabía el lío que nos causaría con la muerte de Mikola y, aun así, lo hizo.

«Está cabreado, Miki. No le des importancia, no lo dice en serio». Respiré profundamente, pero no me calmó.

—¿Qué coño estás diciendo, papá? Pon la cabeza sobre los hombros y los pies sobre la tierra y piensa con cordura.

—No me malinterpretes, Miki. No la estoy culpando. —Negó con la cabeza.

—No sabes lo que me alegra que esté muerto, no te imaginas la alegría que sentí al ver a Vasyl en ese estado.

—Yo también me alegro, Miki. Pero nos ha traído problemas. Ella lo sabía.

—Dabria sabía que tú no lo habrías hecho. Tenía más razones que todos nosotros. Sufrió más que cualquiera, no la culpes por pensar en ella por una vez.

—Ya te lo he dicho, no la culpo. No podría hacerlo.

—Entonces deja que la guerra venga. Sabíamos que llegaría, ella solo ha acelerado el proceso.

—Tendremos que buscar la forma de ganarla.

—La encontraremos —le aseguré poniendo la mano sobre su hombro.

—Entonces vamos, tenemos un entierro al que acudir.

—Nunca he ido tan contento a uno —confesé.

De nuevo en el mismo lugar, los juzgados. Habíamos dejado pasar unos días de luto y allí nos encontrábamos para discutir qué pasaría. Tanto Vasyl como el Kostka estaban más tranquilos que la última vez.

—Bien, señores. —Mi padre, como líder, tomó la palabra—. Estamos aquí para aclarar la situación. En primer lugar, hablaré yo. Exijo que cualquier sentencia que pueda caer en Dabria quede anulada, ya que la chica solo actuó en venganza; y, por mucho que se exija un castigo, ella se ha ido. Veo inservible culpar a alguien que ya no está. Por tanto, desaparecida la persona, desaparecido el problema.

—Eso no es así —protestó Vasyl.

—¿Pedirás una orden de búsqueda y captura a todos los países? ¿Contra un agente del CNI? —preguntó mi padre.

—Hay temas más importantes que tratar que buscar a una chiquilla por todo el mundo —intervino Steklov.

—¿Tú crees? ¿Pensarías lo mismo si fuese un familiar tuyo a quien hubiera matado? —inquirió Dusan.

—Las Tres K no se encarga de buscar gente desaparecida, mucho menos policías desaparecidos, que con una llamada nos arruinarían a todos —respondió Berezustki.

—¿Y si estuviese aquí? ¿Sería diferente en ese caso? —preguntó Vasyl.

—No lo está. Así que pasaremos a cosas que de verdad importan —zanjó mi padre—. A no ser que alguien tenga algo que añadir.

Mientras cada uno de los cinco exponía su opinión, escuché por lo bajo cómo Vasyl le murmuraba a Dusan:

—Me encargaré yo. Aunque sea lo último que haga, la mataré.

Ese sería un problema que lidiar en secreto, ellos intentando encontrarla y nosotros evitándolo. Ninguno cesaría en su ahínco por conseguir su propósito.

—Muchos asuntos han quedado colgados. —Volví a concentrarme en la conversación de los cinco. En ese momento eraPoliakov quien hablaba—. Deberíamos empezar por el principio. Dema —dijo mirando al susodicho—. Dijiste que no tendrías inconveniente en repetir la prueba de paternidad.

—No lo tengo —respondió este con convicción.

—Entonces empezaremos por ahí. La repetiremos para verificar la información.

—Está bien —aceptó mi padre—. ¿Dónde se hará? ¿Cuándo?

—En el Hospital Natasha Belyy —sugirió Dusan.

—Los cuatro elegiremos un lugar para la prueba. Pensaremos en un sitio y una hora para realizarla en los próximos dos días. —El padre de Aleksei dejó claro que no elegirían ellos—. En cuanto os llamemos, acudiréis al lugar en media hora, a lo sumo, para que así sea lo más neutro posible. ¿De acuerdo?

—Me parece bien —aceptaron mi padre y Dema.

—Lo que ordenéis —dijo Vasyl en tono burlón.

A mí me daba lo mismo. Todos sabíamos que, si queríamos sabotear las pruebas, bastaría con una llamada un par de minutos antes, pero… no diría nada. Por muchas pruebas que me mandasen hacer, nada cambiaría. La sangre Berezustki corría por mis venas, por mucho que no les gustase a esos dos.

—¿No hablaremos de intentos de asesinato? —pregunté cuando los murmullos se fueron acallando.

—¿Tenéis pruebas de eso, Mikhail? —quiso saber Sokolov.

—No, me temo que los que podían confesar en su contra están muertos —respondí.

—Tú mismo has matado al último —aclaró Zoria.

—Entonces, ¿qué quieres discutir? —inquirió Dusan.

—Hay algunas imágenes que grabaron las cámaras del Bol’shoy, en ellas se veía a Mikola y sus hombres…

—Mi hermano ya está muerto —me interrumpió Vasyl con rabia—. No se puede culpar a los muertos.

—En eso tiene razón, Miki —dijo el señor Steklov a regañadientes.

—Mikola, sí; pero ellos, no. ¿Acaso creéis que no seguirán intentándolo? —pregunté.

—Nosotros podríamos decir lo mismo de vosotros. Tu puta no está; pero vosotros, sí. ¿No intentaréis matarnos como a mi Mikola? —contratacó Vasyl.

—Estas son discusiones sin fin. Cuando alguno tenga pruebas en contra del otro, que las traiga; mientras, no se puede hacer nada —zanjó Poliakov.

—O eso, o que mi padre se canse y dé una orden —amenacé.

—¿No te parece que ya está el aire suficientemente cargado, Mikhail? —preguntó Steklov lanzándome una mirada de advertencia.

—Se hará como digáis —acepté apretando la mandíbula con rabia. ¿No sería más fácil acabar con todos? Para mí, sería de lo más simple: sacar el arma, apuntar y disparar. Caerían como moscas.

Creí que necesitaba una noche en el Atenea, pero estaba por retractarme de mi decisión. Nos encontrábamos todos sentados bebiendo y charlando, pero se notaba la tensión en el aire. Nadie había sacado el tema de la dolorosa marcha de mi pequeña hasta el momento. Nitca, que estaba como una cuba, alzó su vaso y brindó.

—Por Dabria, que consiga ser feliz. —Vació el pequeño contenido de un trago y dejó el vaso con un fuerte golpe en la mesa—. No me puedo creer que se haya marchado.

—Ni yo. Me encantaría tenerla aquí brindando por chorradas y moviendo su culo en la pista —dijo mi hermana.

—Todos la echaremos de menos —concordó Zoria—. Era una más de los nuestros y nos constará acostumbrarnos a que ya no esté por aquí. Me gustó desde el primer momento.

—Zoria —lo regañé. ¿Qué coño estaba diciendo?

—Tranquilo, no de esa manera. Bueno, reconozco que el primer día que la vi quise echarle un buen polvo.

—¿Qué coño?

—No te pongas así, todos pensamos lo mismo —me confesó.

—No todos —soltaron Murik y Venyamin a la vez.

—Lo que quiero decir es que era una tía de puta madre.

—¿Creéis que volveremos a verla? —preguntó Galina con tristeza.

—No, ella no volverá —respondió Nitca.

—Quizá algún día podamos visitarla nosotros —sugirió Laryssa.

—Cuando esté preparada para vernos, volverá o nos llamará. Si no lo hace, debemos respetar su decisión —dijo Aleksei.

—Eso dilo por ti. —Vacié el líquido del vaso de un trago—. Y dejad de hurgar en la herida, estáis escarbando dale que dale. ¿Qué coño queréis hallar? —Estaba cabreado.

5

DABRIA

Bien, era el momento de coger el toro por los cuernos y enfrentar las decisiones que había tomado. Para bien o para mal, había obrado como yo creía correcto, y no me arrepentía. Volvería a hacerlo una y otra vez si la situación se repitiese.

Laura había intentado animarme; según ella, éramos humanos y no éramos perfectos. Yo, al igual que otros antes, no había podido llevar a cabo una misión, y no por ello era peor policía. Estaba en lo cierto, salvo una cosa: el motivo que ellos creerían lógico era una patraña. Yo los había elegido a ellos antes que a nosotros. Amor antes que deber. Yo antes que nadie. Mafia antes que policía. Si alguien se llegase a enterar, sería repudiada.

Entré en la comisaría con miedo, no por la reacción de mis superiores, sino por los interrogatorios de mis compañeros. Me atacarían cuales aves voladoras en la película Pájaros.

—Buenos días —saludé en alto. Cuanto antes empezaran, antes acabarían.

—¿Dabria?

—¿Cuándo has llegado?

—Dame un abrazo.

Al instante, sentí no sabía cuántos pares de extremidades rodeándome sin dejar de parlotear.

—¿Qué te ha pasado en la cara?

—¿El frío es tan malo como lo ponen en la tele?

—¿Y los rusos?

—Apártense, señores. Permítanle respirar, que no es un cacho de carne ni vosotros, sabuesos hambrientos. —Mi amigo siempre tan teatral. Agradecí su intromisión más que nunca.

—Diego. —Conseguí salir de la masa humana y le sonreí antes de correr a darle un abrazo.

—Cuánto me alegro de verte, Dab. Te echábamos de menos —me dijo apretándome con fuerza.

—¿A quién echábamos de menos? —preguntó Jorge acercándose con unos documentos sin mirar al frente.

—A mí, Jorgito, a mí.

—Pero ¿qué demonios estás haciendo aquí? —Arrojó los papeles sobre la mesa más cercana y me separó de los brazos de su amigo para enredarme en los suyos.

—Esperaba alguna palabra más afectuosa de tu parte.

—¿Cómo no nos has avisado? —me preguntó Diego cuando cesó el abrazo.

—Preferí daros una sorpresa.

—¿Todo bien? ¿Ha pasado algo? —preguntó de nuevo Diego.

—Digamos que las cosas no salieron bien —respondí.

—¿Y ese corte? —preguntó Jorge señalando la cicatriz en mi cara. Esa era una horrible prueba de que algo me había pasado.

—Cicatrices de guerra, solo los valientes las tenemos —bromeé.

—Y la minoría está viva para contarlo —añadió Diego preocupado.

—¿El comisario lo sabe? —preguntó Jorge.

—No. ¿Está en el despacho? —quise saber.

—Sí, ha llegado hace un rato. Se alegrará de verte —me animó Jorge dándome palmadas en la espalda.

—Eso espero.

—¿Comerás con nosotros? —me ofreció Diego.

—Claro.

Toqué en la puerta y la abrí antes de obtener respuesta. No pedía permiso, era para avisar de mi llegada.

—¿Se puede? —pregunté asomando la cabeza por la puerta.

—Eeee. —La sacó de entre los papeles y me miró—. Dabria —dijo sorprendido.

—Buenos días, comisario. Me alegro de verlo. —Entré y cerré la puerta.

Se levantó y me observó durante unos segundos. Tras un breve período de indecisión, me dio un abrazo torpe y carente de seguridad.

Muñoz no era un hombre frío, ni mucho menos, pero las muestras de cariño tan abiertas no eran su fuerte. Lo incomodaban. Que estuviese haciendo eso me alegraba, ya que una vez más me demostraba que era importante para él. Yo. No la policía. No la misión.

—¿Cuándo has llegado? —Se sentó de nuevo y extendió la mano para que yo hiciese lo mismo enfrente—. ¿Quieres tomar algo?, ¿un café?

—Por el momento, no. Gracias. —Tomé asiento y crucé una pierna sobre otra—. Llegué hace dos días.

—¿Cómo no has avisado?

—Las cosas no han salido como esperaba. Escapé tan pronto me fue posible y preferí explicarlo en persona.

—¿Qué ha ocurrido, Dabria? No traes buenas noticias, ¿verdad?

—No, comisario. He fallado. No he cumplido mi cometido.

—Te han descubierto. —No era una pregunta, lo supo nada más verme; sin embargo, esperaba una explicación.

—Así es. Resulta que el hijo de puta de Asad Alabi no está preso, como creíamos.

—¿De qué hablas? —Parecía sorprendido—. Tú misma lo metiste en la cárcel.

—De eso no se ha olvidado. Puedo asegurártelo. En una de las fiestas, el árabe era el invitado de honor. Pasó la noche elogiándome como al nuevo juguete de la mafia. Esperaba que no me reconociese y sentí alivio cuando no hizo ninguna referencia a ello. Qué equivocada estaba. Sus hombres me secuestraron cuando llegué a mi apartamento y…, bueno…, puedes imaginarte el resto.

—Siento mucho por lo que hayas pasado. Me alegro enormemente de que puedas contarlo. —El comisario abordaba el tema con profesionalidad, yo no era la primera ni sería la última a que le saliera caro una misión. Pese a su tono sereno, los ojos se le habían entristecido.

—He fallado, comisario. Lo siento muchísimo —me disculpé. Era una mentira necesaria.

—Son cosas que pasan, a veces no se consigue.

—No son cosas que me pasen a mí, yo siempre consigo lo que me propongo —aseguré.

—No te preocupes, Dabria. Al menos, estás con vida —me consoló.