No entrabas en mis planes - Bárbara Bouzas - E-Book

No entrabas en mis planes E-Book

Bárbara Bouzas

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Beschreibung

 ¿Qué pasaría si te acostaras con el crush de tu mejor amiga sin saberlo? ¿Contarías la verdad o harías como si nada hubiese ocurrido?   Abril quiere cambiar de aires, igual que lo hicieron sus amigas hace unos años, y Londres es una ciudad tan buena como cualquier otra para mudarse y empezar de nuevo. El único inconveniente es que en sus planes entra todo menos el amor. Sin embargo, el destino le tiene preparado al hombre perfecto pero, para su desdicha, intocable.   Jeremy es todo lo que una mujer podría desear. Un hombre por el que cualquiera suspiraría sin ser consciente. Uno de esos que te incitan a girarte en mitad de la calle para reparar en él. El gran problema para Abril llegará cuando descubra que es el mismo por el que su amiga bebe los vientos, y ella… Ella ya habrá cometido un error del que no habrá vuelta atrás: enamorarse.   ¿Y si la persona por la que suspiras posee todo lo que anhelas? 

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No entrabas en mis planes

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Bárbara Bouzas 2023

© Entre Libros Editorial LxL 2023

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

Primera edición: octubre 2023

Composición: Entre Libros Editorial

ISBN: 978-84-19660-15-2

No entrabas

en mis planes

Bárbara Bouzas

Para Ilian. Todo será siempre para ti.

Te consumes de amor, ¿verdad? No hay nada en el mundo igual a eso.

Emily Brontë

Índice

Índice

Agradecimientos

Capítulo 1

Abril

Capítulo 2

Capítulo 3

Jeremy

Abril

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Jeremy

Capítulo 10

Abril

Capítulo 11

Jeremy

Capítulo 12

Abril

Capítulo 13

Jeremy

Capítulo 14

Abril

Capítulo 15

Abril

Capítulo 16

Jeremy

Abril

Capítulo 17

Jeremy

Capítulo 18

Abril

Capítulo 19

Jeremy

Capítulo 20

Abril

Capítulo 21

Jeremy

Capítulo 22

Abril

Fin

Biografía de la autora

Tu opinión nos importa

Agradecimientos

A ti, querido lector, te agradezco por elegir esta historia, por hacerme tan feliz mientras te imagino leyéndome, por ser el soporte principal para que mis sueños se cumplan, para que mis letras lleguen a ti. Te lo agradezco de corazón. Espero estar a la altura que te mereces y hacerte disfrutar sumergido entre estas páginas.

Gracias a mi pareja. Tú eres mi mejor plan. Gracias por compartir el día a día, por hacerme reír y por seguir sumando recuerdos.

A mi padre, que me lee, pese a esperar con ansia un cambio de temática en mis novelas. Quizá algún día intente escribir una novela negra o de ciencia ficción para que pueda disfrutar mis libros de verdad.

A mi madre, le agradezco su apoyo incondicional, su ayuda y su forma de tirar siempre de mí.

A mi hermana, por ser el ojo crítico, por ser el diablillo de mi conciencia y por decirme siempre la verdad. Por compartir mis logros y alegrarte como si fuesen tuyos.

A mi abuela, gracias por contarme tu historia y tus recuerdos de esa forma tan real que parece que viajo al pasado y veo lo que tú has vivido. Tú, miña avoiña, tuviste más influencia de la que nunca me paré a pensar en lo que tanto me gusta hacer: escribir. Espero ser, al menos, la mitad de buena narradora para ti como tú lo eres para mí. Te agradezco también la ilusión con la que esperas para leer con tus sabios y cansados ojos lo que yo escribo. Una de mis imágenes preferidas es verte con mi libro en los brazos, sumergida en la historia.

A mis primos, tíos y demás familia, por acompañarme en esta aventura, por apoyarme y darme ánimos.

A mis amigos y amigas, por llenar las presentaciones, por estar en primera fila, por apoyarme, leerme y formar parte de esta aventura que nunca pensé vivir.

Por último, casi, y no menos importante, claro está, porque si no fuese por ella no estaríais leyendo estas palabras, le agradezco muchísimo a la editorial su confianza en mí. Es el hada madrina que cumple mis sueños.

A Angie, mi editora, gracias por apoyarme y confiar en mí. Por tu paciencia y por tus consejos. Gracias por ayudarme a mejorar, a querer que crezca como escritora.

Capítulo 1

Abril

Hacía menos de una hora que había llegado y Ari no dejaba de parlotear como un loro. Después de tanto tiempo sin ella, ya se me había olvidado que, a su lado, tomarse un respiro no era posible.

—¿Estarás bien? —Me había perdido, no sabía el motivo de su pregunta—. Abril, ¿estás escuchándome? —Se puso seria, pero incluso así era la chica más guapa que había conocido.

—Eh... Sí, claro —titubeé—. Me quedaré en el piso acomodándome.

—No me has hecho ni puñetero caso —se quejó enfadada—. Quedarás con Alex, Irene y los demás —me ordenó en tono serio—. A ellos los conoces, pero el resto son geniales. Iréis a cenar y a tomar unas copas. —Ya tenía mi día planeado, y eso que acababa de llegar.

—Pero… —intenté protestar.

—No vas a encerrarte nada más llegar, ya te lo digo —me advirtió, con el dedo índice en alto.

—Es que sufro jet lag —me defendí.

—Un fuerte dolor de cabeza vas a sufrir por la hostia que voy a darte —me espetó con tono rudo.

—Tú siempre tan fina, chica —solté con ironía.

—Siento no poder quedarme —ella seguía con su sermón; mis quejas le entraban por un oído y le salían por el otro, literalmente—, pero es el cumpleaños de mi tía abuela Rosana y tengo que ir. Ya sabes la pasta que tiene. Cuando estire la pata, espero ver un pellizco. No creo que los gatos necesiten tanto.

—¿Y de qué vivirán los pobres felinos? —Fingí preocupación.

La tía Rosana era gruñona, entrometida y algo mala, pero nadaba en dinero, todo sea dicho. No tenía hijos ni marido, solo gatos, por lo que Ari le hacía la pelota todo lo que era necesario dentro de sus límites.

—Pues le pagaré a alguien para que los cuide o montaré una protectora. A mí no me gustan los animales. Me dan alergia.

—Sí, lo sé. Muestras aceptación ante tu tía y por debajo les das patadas —comenté como si nada.

—Eso no es cierto —protestó, abriendo los ojos y sonriendo.

Ambas sabíamos que sí lo era. Solo lo hacía cuando eran felinos o animalillos más pequeños. A los grandes les tenía respeto.

—¿Y qué tal va tu conquista?

—No va, simplemente. Soy su amiga, punto y pelota.

—No creo que pueda resistirse a tus encantos durante mucho tiempo —la animé.

Ari era exageradamente preciosa. Rubia; no de bote, sino con un bonito rubio natural que no se le había oscurecido con el paso de los años. Tenía el mismo tono que con tres años, al contrario que muchas de las personas que nacían rubias pero que a lo largo del tiempo iba oscureciéndoseles el pelo. La melena la llevaba lisa por los hombros, siempre muy bien peinada. Lo que más llamaba la atención eran sus grandes ojos, que de lejos parecían verdes, pero si te acercabas, observabas que uno era verde y otro azul. Su extraño rasgo característico: la chica con los ojos de distinto color.

Era blanca, un poco más que yo, y le costaba broncearse, cosa que odiaba. Aun así, continuaba siendo más que bonita. En su cuerpo se veía reflejado el trabajo de una modelo, como si estuviese en un gimnasio permanente, pese a no pisarlo. Ese detalle se debía a su anatomía, herencia de su madre, que era igual: alta y delgada. Ella se quejaba de la poca cadera y el poco pecho, sin embargo, yo la veía perfecta. Quizá porque a mí eso me sobraba.

—Ya... Cooper es inmune a eso. —Su tono fue entre triste y resignado.

—Quizá sea gay. De ahí que no consigas conquistarlo. —No era la primera vez que se lo sugería.

—No, te aseguro que es muy hetero, Abril. Es inmune a mis encantos, pero con otras tías babea como un macho. Lo he visto con mis propios ojos.

—Sería mejor que fuera gay, así estarías segura de que tú no puedes darle lo que quiere —sugerí.

—Tal vez. —Se encogió de hombros.

—Debes pasar página, olvidarlo. Sal con otros hombres. Será por machos, como dices tú.

—Pero es que él... es él. Ya lo conocerás. Por cierto, yo nunca he dejado de salir con nadie. El sexo es fundamental en mi vida.

—No entres en detalles —la detuve con la mano—. Ya sé que necesitas un par de orgasmos diarios para ser feliz, pero no es necesario que me lo cuentes —le pedí. Ari era muy clara y explícita hablando de sexo, no tenía ningún tabú ni al practicarlo ni a comentarlo—. Respecto a tu Romeo, le arrojaré lo primero que tenga a mano, por idiota. —Enganché mi brazo al de ella con cariño.

—Puedo ponerte una tartera gigante a mano.

Al unísono, rompimos en una sonora carcajada.

Llegamos al piso y me hizo un recorrido por el apartamento. No era muy grande, aunque sí lo bastante para tres personas. Disponía de un cuarto para cada una, un baño y una sala con cocina. Parecía muy acogedor y calentito, y eso me bastaba. No es que fuera muy quisquillosa; con que estuviera limpio, me conformaba.

Cerca de las siete, Ari se marchó. Eso sí, antes me dejó encima de la cama la ropa que debía usar, llamó a Alex para que me recogiera y me puso su estruendoso despertador al lado por si me quedaba dormida. Estaba segura de que también le había dado unas llaves a nuestro amigo por si no respondía.

No me había molestado en abrir la maleta. Lo haría al día siguiente, no tenía prisa, así que me recosté en el sofá, disfrutando de mi momento de paz. La soledad me gustaba desde siempre, la disfrutaba al máximo. En casa solía pasar bastante tiempo sola, ya que mis padres estaban casi todo el día trabajando. Mi padre era electricista, y mi madre, peluquera; y mi hermano era bastante mayor que yo, así que andaba a lo suyo. En fin, que a mí me quedaba mucho tiempo sola, algo que me encantaba.

Sin darme cuenta, cabeceé un par de veces, así que me levanté para arreglarme, o me quedaría dormida. La ducha me sentaría bien, siempre y cuando el agua estuviera un poquito fría.

Como buena y obediente amiga, me vestí con lo que Ari me había dejado. No se había pasado, menos mal: un sencillo vestido negro de manga larga apretado al cuerpo, por encima de las rodillas y con el escote en pico. Me quedaba bastante ceñido, pues yo era más ancha y tenía más carne que ella. La parte positiva era que me sujetaba muy bien las marujas, por lo que compensaba. Por debajo me puse unas medias negras, gruesas, ya que no iba a arriesgarme a que el frío me congelase las piernas. Por último, me calcé unos botines de tacón. Me maquillé un poco y me sequé mi oscura melena. La tenía muy larga, pasaba de la cintura, tanto que ya me rozaba el culo. Aun así, no me daba trabajo porque era muy liso y se quedaba así simplemente secándolo. Incluso si no lo secaba, parecía una tabla. Una ventaja o un inconveniente, porque si quería rizarlo, ni la permanente lo conseguía.

Alex tocó el timbre justo a tiempo, puntual, como siempre. Corrí a abrirle. Estaba impaciente por verlo. Nada más abrir la puerta, me arrojé a sus brazos.

—¡Cuánto te he echado de menos! —chillé.

—Abril... Abril, no me dejas respirar —se quejó, aflojando el abrazo entre ambos.

—Lo siento —me disculpé mientras me alejaba de él—. Déjame verte. —Le agarré la mano y lo hice girar sobre sí mismo—. Estás cambiado. —Lo escruté—. Ya sé lo que es. El pelo. Te has cambiado el corte de pelo.

—Sí. —Sonrió—. Este atrae más a las chicas.

—¿Tienes problemas para ligar? Porque de ego no, desde luego.

—¿Yo? ¿Problemas para ligar? —preguntó socarrón—. Yo tengo problemas para deshacerme de ellas. Hacen cola por mí, pastelito.

—Lo sé, yo soy la primera a la cola, pastelito. —Utilicé el mismo apelativo cariñoso que usaba conmigo desde hacía muchos años.

Fui a por mi abrigo, un plumífero negro largo, muy calentito y perfecto para el fabuloso tiempo de Londres.

—Si tú fueras la primera, yo no estaría soltero, Abril. —Sonrió, enseñándome su perfecta dentadura.

Solté una carcajada. Sabía que era broma. Alex y yo éramos como hermanos, no funcionaríamos como pareja. Era muy guapo y tenía un cuerpo escultural, y a eso se le sumaba una apariencia de chico malo con un alma de bonachón. No podíamos decírselo porque tenía un estatus que mantener. En conclusión: era genial. Todas lo adorábamos, Irene, Ari y yo, pero yo tenía la ventaja de haberlo conocido antes, y pese a no decirlo, ellas sabían que era la preferida.

—Iremos en metro, que no queda muy lejos —me informó Alex, bajando las escaleras.

—¿Cuánto es «no muy lejos»?

Tenía un don para obviar la realidad y engañarte sin que te dieses cuenta.

—Menos de media hora, pastelito —me contestó, como si fuera a ir al bar de la esquina que no quedara a más de cinco minutos a pie.

—Me dejas más tranquila —le respondí con ironía.

—No seas aguafiestas nada más llegar, ¿podrás, Abril?

Yo no me calificaría como aguafiestas; más bien era la voz de la conciencia, la que exponía la realidad de una forma sincera y poco sutil.

—Está bien. —Levanté las manos en son de paz y lo seguí sin protestar.

—¿Cómo dejaste todo por allí? —me preguntó, desviándose a la derecha para tomar la bajada al metro.

—Como siempre. La verdad es que no hay novedad. Aunque si te refieres a Cristina, está bien. Ya no llora tu pérdida, y si lo hace, es en brazos ajenos a los tuyos.

—¡Joder! —exclamó—. Muchísimas gracias. ¡Qué directa! —Suspiró, negando con la cabeza y sacando los billetes de la máquina—. Solo quería saber cómo estaba.

—Pues está estupenda, como siempre. Con las tetas en su sitio y el culo prieto, su hablar de pija sin escrúpulos y su caminar de «mírame y no me toques», a no ser que tengas un pollón como un casoplón.

—¡Ya basta, por Dios! Se te olvida que estás hablando de mi ex —me dijo.

—Y a ti se te olvida que no la trago, ni la tragaba cuando era tu no ex, así que no preguntes si no puedes aceptar la respuesta —le advertí.

—Está bien, sé que no era muy amable contigo... —empezó a decir.

—Ni contigo —lo interrumpí—. A decir verdad, ni tú con ella. Era una relación abierta donde ambos creíais que solo por vuestra parte.

Nos dejamos caer en un asiento del metro. No había mucha gente.

—¡Cuánto te he echado de menos, pastelito! —Me atrajo hacia sí con fuerza y me abrazó de una forma rara; si a eso podía llamársele abrazo, puesto que, al estar sentados, no era algo fácil. Pero, en fin, fue una muestra de cariño.

—Lo sé, no hay nadie que te diga las cosas con tanto cariño como yo. —Me deshice del incómodo agarre, ya que me dolía el cuello—. Irene vendrá luego. Ari me dijo que tenía que trabajar hasta terminar las cenas.

Irene era mi otra compañera de piso y amiga nuestra de España, otra más que había decidido probar suerte en un país ajeno al suyo y que ahora no quería regresar.

—Exacto, pero la verás en el restaurante. Iremos a cenar allí. La comida está buenísima.

Salimos del metro abrochándonos las cazadoras, pues fuera se notaba bastante más el frío. El camino no me pareció muy largo, y la charla con Alex lo hizo muy ameno. El primero en mudarse había sido él. Luego vinieron Irene y Ari, y finalmente lo hice yo. A ver qué tal me iba la experiencia.

En España, los cuatro andábamos en el mismo grupo de amigos. Vivíamos en la misma zona y habíamos estudiado en el mismo colegio e instituto, y casi todos en el mismo campus universitario; los que habíamos querido continuar, claro. Nos llevábamos bien, aunque Ari y yo nos conocíamos desde infantil. Incluso antes ya jugábamos en el mismo parque, por lo que nos teníamos un cariño especial. Irene se había unido durante el instituto. Al venirse con Ari, intuía que habrían forjado una amistad más sólida las dos solas, además de que siempre habían vivido juntas desde que llegaron. A partir de ahora me uniría a ellas. Anteriormente vivía una chica que se mudó con su novio poco antes de que yo viniese.

Alex compartía apartamento con unos chicos ingleses que trabajaban en la misma discoteca que él: en la del famoso Cooper. Parecía que se habían hecho muy amigos. Decía que Cooper era como un hermano para él, que se había portado genial desde su llegada al Reino Unido. Por otro lado, Ari decía que no podía hablar con Alex de ese tema. Lo único que le recitaba una y otra vez era que, si él no quería, lo dejara estar, que no forzara las cosas, si no, sería peor.

—Alex... —era consciente de que tenía poco tiempo antes de llegar al restaurante—, ¿qué opinas de Cooper?

Antes de contestar, suspiró. Sabía que le preguntaría al respecto, y no le gustaba.

—¿Qué opino de él?, ¿o qué opino de Ari y él? —Giró la cabeza en mi dirección en cuanto nos paramos en un semáforo en rojo.

—Ambas —le respondí.

—Es un tío de puta madre, Abril, en serio, pero no es para Ari. Y ella sigue esperando algo que no va a suceder. A Cooper no le gusta, y no creo que lo haga nunca. No se puede obligar a querer a una persona. Por mucho que te esfuerces, no puede ser. Se lo digo a Ariana y te lo digo a ti: debería olvidarse de él. Lleva colada por Cooper desde que llegó, y él le tiene cariño, pero nada más.

»De hecho, evita pensar que ella siente algo hacia él, aunque lo sabe, por mucho que a veces Ari intente ocultarlo. Es un secreto a voces, aunque eso no interfiere en que la trate como a una más. Una amiga más.—Recalcó lo último.

—Pero ¿por qué no le gusta? Quiero decir, tú eres su amigo y sabrás si...

—Abril, no le gusta y ya está. No a todo el mundo tiene que gustarle Ari.

Lo cierto era que me resultaba difícil de creer. Ella era la típica chica con la que todos querían enrollarse, o de la que todas querían ser su amiga.

—Me cuesta creerlo —comenté sonriendo.

—Ya no estamos en el instituto. —Levantó una mano cuando abrí la boca para protestar—. Deja de darle vueltas y no vayas con esa idea en la cabeza. Cooper es genial, así que no lo juzgues sin conocerlo.

—No lo haré, yo no soy así —protesté.

—Lo sé, pero Ari es tu mejor amiga y puedes dejarte llevar por sus sentimientos. Hemos llegado. —Señaló hacia su derecha.

—Estupendo, me muero de hambre. —Lo adelanté, chocándome con su hombro.

Al entrar, una cabecita rubia con una cola de caballo se movía por la barra como Pedro por su casa.

—¡Irene! —Alcé la voz para que me oyese.

Levantó la mirada y abrió mucho los ojos con entusiasmo. Se limpió las manos con un trapo o el pantalón, no pude verlo bien, y se acercó con paso apurado.

—¡Qué alegría que hayas llegado! —Me envolvió en un tierno abrazo.

—Sí, ya tenía ganas. —Se lo devolví con cariño.

Era guapa; no en la categoría de Ari, pero guapa, al fin y al cabo. Tenía el pelo rubio color ceniza y largo, aunque no tanto como el mío, y unos ojos oscuros enmarcados en un rostro definido y de facciones acentuadas, con una nariz delgada y una boca no muy grande. Un amor de chica. Más tímida que Ari y más sincera que yo, si cabía. La combinación perfecta.

—Hay un montón de gente. —Observé, dándole un repaso al local.

Era bonito. Moderno, sí, y mucho, pero bonito. La gente cenaba animadamente en las mesas, olía delicioso y la pinta de la comida era muy buena. No lucía como uno de esos locales de lujo, sino como uno que cualquier ciudadano con un sueldo normal tirando a mediocre podía permitirse, al menos de vez en cuando. Eso lo sabía por Irene; no iba a adivinar tanto en tan poco tiempo.

—Es viernes por la noche, querida, la gente sale del trabajo y le apetece desconectar —me informó Irene, echándole una ojeada al local, como yo.

Mientras hablaba conmigo, no perdía de vista a los clientes. Era buena, muy buena, en su trabajo. Y podía asegurarlo porque era la mejor camarera de nuestro pueblo, que sufrió una gran pérdida con su marcha. Si no, preguntádselo a Enrique, que lloró a moco tendido. No literalmente, pero las ganas no le faltaron.

—Los demás están dentro, al fondo del comedor —nos indicó, acompañando sus palabras con una mirada hacia el lugar.

—Ponnos un par de cañas. Vamos a sentarnos —le pidió Alex.

—Nos veremos luego, ¿verdad? —le pregunté a Irene antes de seguir a mi amigo.

—Por supuesto. No bebáis demasiado sin mí. —Me guiñó un ojo y entró en la barra—. Pídete una hamburguesa de ternera. Te encantará —me recomendó, alzando un poco la voz.

—Lo haré, me muero de hambre —acepté, elevando también mi tono para que pudiese escucharme.

Era cierto, llevaba sin comer desde por la mañana; si a un café con leche y a un bollo podía llamársele comer. Pero estaba algo revuelta. Entre los nervios y el viaje, tenía un nudo en el estómago. Esperaba que al llenarlo se deshiciera.

Alex estaba de pie frente a una mesa repleta de gente. Odiaba ser el centro de atención. No era ningún coco, pero no me gustaba suscitar interés, y tenía recelo a ser observada. Me quedé al lado de Alex, a la espera de las presentaciones.

—Aquí la tenemos, al fin. —Mi amigo me revolvió el pelo para que me sintiera más incómoda. Sería cabrón...—. Abril, ellos son nuestra pequeña piña.

Empezó a nombrarlos, pero sabía que no me acordaría de todos. La chica pelirroja situada junto a la ventana era Beth, y el de al lado, su novio George; el chico más cercano a mí era Lucas, y la chica rubia junto a él, Sofía. Ya iría aprendiendo el resto.

—Falta Cooper, que no ha podido venir, y Marga, que se encontraba mal —terminó las presentaciones mi amigo.

Nos sentamos entre Sofía y Lucas, quedando yo al lado de este último.

—¿Qué tal el viaje? No dejaban de hablar de ti. Te echan de menos —me dijo con un indiscutible acento español.

—Bien, la verdad. No se ha hecho muy largo, pero no me gustan demasiado los aviones —le respondí en inglés.

Por educación, no hablábamos en español. Él no lo hizo, y mucho menos iba a hacerlo yo, para no quedar mal. Lo manejaba bastante bien. Mi madre era inglesa, y nos hablaba continuamente en su idioma natal para que lo aprendiéramos por si algún día mejoraba la relación con sus padres.

—¿Qué queréis cenar? —nos preguntó la chica de al lado de Sofía, de quien no recordaba su nombre—. ¿Lo tenéis claro? ¿Llamamos al camarero?

—Yo no lo tengo muy claro, Jessy —le respondió el de al lado. Bien, ya sabía su nombre.

—Quizá una hamburguesa o espaguetis... —empezó un chico moreno, sentado enfrente de nosotros.

—Pues decídete mientras el resto pedimos, que me muero de hambre —la apuró Beth, haciéndole una seña al camarero para que se acercara.

Fuimos pidiendo con poco orden. Pobre el chico que estaba tomándonos nota. Que Dios le conservase la paciencia, porque estaban haciéndole un buen batiburrillo. Cuando fue mi turno, le pedí lo que me había recomendado Irene.

Mientras esperábamos la comida, nos bebimos un par de cañas. Los más sedientos incluso llegaron a la tercera, y eso que la espera no fue muy larga. Sin embargo, las ganas de fiesta se hacían notar. A mí, la verdad, no me gustaba demasiado la cerveza. Si estaba muy fría, podía beberme un par de ellas, pero al llegar a la número tres —los mejores días, a la cuarta—, el estómago se me cerraba y no quería más zumo de cebada.

—Está deliciosa —alabé, hincándole el diente al segundo mordisco de mi hamburguesa—. Mmm... —Me relamí los labios con gusto.

—Son las mejores de por aquí —apuntó Lucas contento, dando buena cuenta de la suya.

La mayoría nos habíamos decantado por la hamburguesa de ternera, y el resto comían pasta, menos una chica, que pidió una ensalada. Y todos, sin excepción, picábamos patatas fritas llenas de kétchup de los platos pequeños en los que las habíamos abocado. Al acabar, ya con la barriga llena y sin prisas, esperamos a Irene tomando una copa. Ese día no le tocaba limpiar, así que no tendríamos que aguardar mucho, o eso dijeron los del grupo.

Ahí, mientras disfrutaba de mi comida, todavía no podía hacerme una idea de lo que esa noche cambiaría mi vida.

Capítulo 2

Una hora más tarde, entrábamos en la famosa discoteca Dark Blue, donde Alex estaba a punto de empezar su jornada. En cuanto a mí, parecía una pelota: me pasaban de uno a otro cual bebé de un año que hubiese que cuidar. No me gustaba en absoluto. No era que quisiera que me dejaran sola para ser devorada por la loca vida nocturna de Londres, pero su comportamiento era un poco exagerado. No se lo decía porque sabía que lo hacían por mi bien, porque querían que me sintiera cómoda.

—Venga, esperad en la barra, que os pondré unos chupitos en un santiamén —nos indicó Alex, desviándose hacia lo que debía ser la zona privada para cambiarse, si es que lo hacía, o dejar las cosas o lo que necesitara.

—¡Eso, eso, que tengo que ponerme a vuestro nivel! —gritó Irene por encima de la música.

—Yo no beberé, que me sienta fatal —me negué.

—Déjate de bobadas. Es tu primera noche aquí, así que hay que celebrarlo —me regañó Irene.

—Bajo tu responsabilidad, serás tú quien cargue conmigo luego —le advertí, cuadrándome de hombros.

—No me importa. Te tiro en la cama y mañana es otro día. —Acto seguido, apremió el paso detrás de los demás, que hacían hueco para pasar.

Me bebí dos chupitos —que sabían a rayos, por cierto—, pero me negué al tercero. En su lugar, pedí una copa. Nos pusimos a bailar cerca de la barra para no tener que andar de un sitio a otro. No era muy buena bailarina, pero tampoco un palo tieso, y me divertía, que era lo importante.

El grupo de Irene, del cual yo formaría parte de ahí en adelante, era muy divertido: me hablaban y hacían bromas para que me integrase sin problema. Habían dejado de pasarme como una pelota, porque ya iban más borrachos, cosa que agradecí. La primera, obviamente; la segunda, a mí me traía sin cuidado. A esas alturas, ya me había soltado. El alcohol tenía muchos inconvenientes, pero también la ventaja de que te desinhibide más. Te da un empujoncito si eres un poquito tímida, como yo.

Un chico se acercó con mucho entusiasmo a Irene, quien le sonrió de oreja a oreja antes de comerle los morros. Suponía que era su reciente ligue. Fui separándome un poco de ellos para no molestar. El condón que lo llevaran en el bolsillo, que no había necesidad de tener que cumplir yo esa función.

Tras una hora bailando y una copa y media más en el estómago, comencé a necesitar aire. Los tragos parecían querer hacer el retroceso por mi aparato digestivo. Le pedí una botella de agua a Alex y salí a la puerta a tomar el aire. Gracias a Dios que no me prestó demasiada atención. El local estaba abarrotado, y las voces y las manos se alzaban como telarañas por la barra.

Casi me comí las escaleras de la entrada, pero por suerte alguien me agarró.

—¡Ufff! Menos mal, ya me veía besando el asfalto —agradecí, subiendo la mirada.

¡Guau! «¿Puedo retroceder y hacer que me desmayo para que este guaperas me coja como a una princesa?». Guapo se quedaba corto. El tío era de toma pan y moja, vaya si lo era. Esos ojos tan azules que me miraban con curiosidad eran preciosos. Y estaban enmarcados en un rostro..., en fin, nada feo.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó con una voz aterciopelada de lo más sexi.

Mientras pensaba una respuesta, le di un repasito: rostro bonito, cuerpo escultural... Total, un guaperas de primera. Dejé a un lado el escrutinio, pues no estaba en condiciones de hacer dos cosas a la vez, y si no le respondía, parecería una idiota.

—Sí, sí, estoy bien. Gracias a ti. —Sonreí.

Él me devolvió la sonrisa mientras me soltaba el brazo, una sonrisa con dos preciosos hoyuelos a ambos lados de la boca. «¿No puedes quedarte agarrándome un poquito más?... Por si pierdo el equilibrio, no vaya a ser...». Entre el alcohol y él había una probabilidad grande de que acabara en la acera, y la verdad es que mucho mejor caer entre sus musculosos brazos.

—Si no te hubiera agarrado, te me habrías venido encima, y puede que ambos termináramos besando el asfalto —se burló.

—Enhorabuena por tus reflejos, entonces, héroe —le vacilé. «¿Quién se cree?, ¿Mister Perfecto?».

—Gracias, señorita, ha sido un placer salvarte. —Se inclinó en una reverencia, escondiendo una sonrisa—. Aunque tampoco me importaría tenerte encima —soltó, dándome un repaso de arriba abajo.

—A mí tampoco —susurré, pasando por su lado—. Pero ahora mismo necesito sentarme antes de que cogerme en brazos se convierta en realidad. Y por mucho que te cueste creerlo, no es lo que deseo en estos momentos.

—¿Te encuentras mal? —me preguntó, persiguiéndome.

—Bastante peor de lo que me gustaría.

Dejé caer el culo en un escalón de un edificio algo apartado. Lo último que quería era llamar la atención. Estaba borracha y necesitaba asentar el estómago.

—¿Te voy a por agua? —Levanté mi botella a modo de respuesta—. ¿Una tónica? Te hará bien.

—Paso, está tan asquerosa que no soy capaz de tragármela —le respondí.

—Quizá así se te pase el malestar —me sugirió.

—Probaré con el aire fresco y el agua antes de vomitarte en los pies. Gracias. —No era broma, el comentario podría ser real.

—Como quieras. —Se sentó a mi lado, sonriendo—. ¿Estás sola?

—No, mis amigos están dentro. Pero no los llames, prefiero estar sola. Se me pasará en un rato.

—De acuerdo. Supongo que sobro yo también —dijo mientras se levantaba sin ganas.

—Espera —lo agarré de la mano y tiré de él para que volviera a sentarse—, no era una indirecta. Puedes quedarte si quieres. —Lo miré con ojos de corderito degollado. No quería que se fuera. Por muy actitud de guaperas que tuviera, me alegraba la vista.

—Esperaba que me lo pidieras. —Sonrió—. Alguien tiene que cuidarte. —Me dio un leve empujón con el hombro—. Por cierto, soy Jeremy.

—Abril. —Le tendí la mano.

—¿En España no se dan dos besos? —me preguntó, aceptando mi mano con suavidad.

—¿Tanto se me nota? —Sonreí y me giré para darle el saludo español.

Me besó con tanta dulzura en la mejilla que se me erizó el vello de los brazos y un escalofrío me recorrió la columna. El segundo beso me lo dio tan cerca de los labios, justo en la comisura, que se me saltaron unos cuantos latidos. Ni del malestar me acordaba, vamos.

—Me encanta —me halagó seductor. Conquistador nato, sin duda. Y a mí me temblarían las piernas si hubiera estado de pie.

—No suele pasarme esto. —Me deshice sutilmente de su mano, que aún sostenía la mía—. El alcohol no es mi mejor aliado, como puedes ver.

—Tranquila. Te mantienes muy estable, comparado con lo que veo cada noche —me animó.

—Me dejas más tranquila. Tuve una revelación al dejar casi entera la última copa que he pedido.

—No todo el mundo puede decir eso, como puedes comprobar. —Señaló hacia una esquina un poco más cerca de la discoteca que donde nos encontrábamos nosotros, lugar en el que un chico vaciaba su estómago haciendo mucho ruido.

Me centré en la voz de Jeremy para no escuchar las asquerosas arcadas ni el líquido impactando contra el suelo con fuerza. Oírlas solo producía un retroceso en mi mejoría.

—En mi defensa, alegaré que he tenido un día ajetreado. —Enarcó las cejas para que continuara con mi explicación—: Hace menos de diez horas que mi avión aterrizó, y soy fácil de marearme en cualquier vehículo.

—¿Acabas de llegar de España? ¿Para vivir aquí? —Su expresión no era de simple curiosidad. Parecía haberse dado cuenta de algo, pero lo disimuló mostrándome su encantadora sonrisa de actor de cine.

—Exacto. Tenía ganas de cambiar de aires, pero no quería tirarme a la bartola. —Tampoco es que pudiera permitirme el lujo de venir sin un trabajo—. Pero ahora que he conseguido un trabajo, aquí estoy. —Me señalé a mí misma con las manos.

—¿De qué vas a trabajar?

—Soy enfermera, y parece que Londres las necesita. Así que daré lo mejor de mí.

—Sobre todo, enfermeras como tú.

—¿Cómo que como yo? ¿Enfermeras jóvenes que no saben controlar la cantidad de alcohol que ingieren?

Soltó una carcajada antes de responder:

—No, enfermeras jóvenes y guapas como tú que le alegren un poquito la vista al paciente. Además, pareces simpática, así que mejor que mejor —me piropeó.

—¿Estás flirteando conmigo?

—¿Está haciendo efecto? ¿O me iré solo a casa?

—No creo ser la mejor compañía —le respondí como si fuese obvio el estado en el que estaba. Que, por cierto, había mejorado mucho desde que había salido de la discoteca.

—Déjame decidirlo a mí. A no ser que sea una excusa barata. —Me sonrió, retándome.

—Una excusa barata sería decirte que no porque eres un tío horrible y antipático —lo corregí.

Me caía bien, y me inspiraba confianza para soltarme al hablar. O quizá fuese el alcohol. «¿Qué más da?». Pese a ser un guaperas con el ego subido, parecía majo. Además, ¿cuándo volvería a encontrarme con él si le decía que no? Las oportunidades había que aprovecharlas cuando se presentaban.

—Tengo que avisar de que me marcho. ¿Me acompañas? —me preguntó, levantándose.

—Te espero aquí. Mientras, le escribiré a mis amigos para que no se preocupen por mí.

—Vale, pero no te escapes. —Me guiñó un ojo antes de encaminarse hacia la discoteca.

Vaya suerte la mía... Había triunfado el primer día en un estado bastante catastrófico, pero... ¿qué se le iba a hacer? No era yo de mucha suerte. No se podía tener todo: o al actor de cine, o unas condiciones óptimas en mi cuerpo.

Les envíe un mensaje a Alex e Irene. Si iba dentro, me liaría, o incluso vendrían a comprobar que no les había mentido y me iba sola a casa con la intención de no importunarlos para que me acompañasen. No quería molestarlos, ya que Alex estaba currando, e Irene, ligando.

Me levanté al ver salir a Jeremy. Se despidió de un chico que le dio una palmada en la espalda y le dijo algo mirándome. Un amigo que lo felicitaba por su conquista, seguramente. Era típico entre los tíos soltar paridas del estilo: «Diviértete», «Vaya pibón te llevas», «Dale caña como tú sabes», y algunas más subidas de todo; como si ligar con una chica fuera lo mismo que llevarse una medalla en una carrera o el balón de oro. En fin, los hombres y su testosterona no estaban al alcance de mi entendimiento, pero sí al de mis necesidades sexuales.

—¿Vamos? —me preguntó al llegar a mi lado.

—Cuando quieras, tú mandas —le respondí.

—Podría malinterpretar esa frase —se acercó peligrosamente a mí—, y no sabes cuánto me gusta la idea. —Me apartó el pelo de la cara y se inclinó, esperando una respuesta.

—No te lo pondré tan fácil, adonis. —Posé una mano en su pecho y lo empujé levemente, aunque todo mi ser me regañaba a gritos por no lanzarme a su boca de una vez.

¿No era mejor ponerle un poquito de intriga y humor? Mi cuerpo no estaba de acuerdo, pero mientras pudiera controlarlo, que así fuera.

—Lo dejaré pasar esta vez —accedió, con una sonrisa arrogante. Se separó y me tomó de la mano para caminar—. Ahí está mi coche. —Señaló un vehículo cerca de donde nos encontrábamos, aparcado en los pocos sitios que había al lado de la acera.

Supe que era un Audi porque estaba en el mundo y era una marca muy conocida de coches, pero no me preguntéis por el modelo, porque no sabría decirlo. Para mí, las máquinas con ruedas no eran más que eso: cacharros que servían para trasladarnos de un sitio a otro; unos más bonitos y sofisticados y otros más viejos y con menos glamur, pero todos hacían la misma función.

El coche era negro, eso sí pude verlo, ya que ciega no estaba.

—Intenta ir despacio, por favor —le pedí nada más arrancar—. Tengo tendencia a marearme, no era coña.

—Tranquila, soy un piloto fantástico. Además, vivo cerca, así que no nos llevará más de cinco minutos.

—¿Por qué no has venido andando, entonces?

—No me gusta pasear de madrugada. El coche me lleva directo, y así me evito pasar por todas las discotecas y tropezar con borrachos que me den la tabarra. Hay mucho tocapelotas a estas horas. —Se incorporó al tráfico de la noche, que era bastante, sobre todo si lo comparaba con mi pueblo.

—¿Como yo?

—Para nada. Tú eres mucho peor. —Me acarició la pierna. Algo se me removió dentro, algo placentero, pero lo disimulé bien. No quería que el adonis se diese cuenta de que me ponía nerviosa—. Esta zona es para salir, no para pasear. Ya lo comprobarás.

La ciudad era bonita, estaba muy iluminada e irradiaba vida. Yo vivía en un pueblo, no demasiado pequeño pero muy lejos de la altura de Londres.

—¿Vives aquí? —La pregunta sobraba, ya que estaba entrando en un garaje de un edificio que no tenía pinta de barato.

—Sí. —Debí hacer una mueca rara, porque soltó una carcajada—. Me lo regalaron mis padres cuando quise independizarme.

—Lo normal, supongo. A mí me regalaron la maleta para mudarme, así que parecido.

Se rio mucho más todavía.

—Mi familia lleva años en el negocio del whisky, y da mucho dinero —me explicó.

—Ya lo veo —murmuré, bajando del coche.

—Espero que no me califiques como el típico riquillo hijo de papá que tiene todo lo que quiere —me pidió, menos en broma de lo que parecía.

—No juzgo a la gente por su dinero ni por ninguna otra razón. No soy así —solté enfadada—. Solo juzgo después de conocer, por actos y actitudes. Hechos, no habladurías.

—Perdona, no quería molestarte. —Se acercó con rapidez y tiró de mi brazo para encararme—. Es que...

—No importa, lo entiendo, solemos juzgar a la gente sin conocerla —lo interrumpí. Yo intentaba día a día no hacerlo. Quizá me había quedado una especie de trauma por lo que había pasado en mi familia.

—Me conocerás y sabrás que no soy así. —Me acarició la mejilla y se acercó.

Dio un paso más, de forma que quedó completamente pegado a mí, tanto que podía sentir su aliento en mis labios. Lo miré a esos ojos tan azules, esa mirada tan profunda que me dejó sin respiración. Levanté la mano y le separé el pelo de la frente con suavidad. No lo tenía muy largo, pero lo suficiente para deslizarse un poco hacia abajo.

—Tienes unos ojos preciosos. —Me quedaría mirándolos toda la noche. Eran espectaculares.

—Tú sí que eres preciosa.

Deshizo el pequeño trecho que separaba nuestras bocas y me besó; con cuidado, suavemente, dándome tiempo a separarme o a aceptarlo.

«¿Separarme? ¿Cómo voy a separarme de él? Estaría loca».

Pasé la mano por detrás de su cuello e intenté pegarme más a su cuerpo, aunque ni el aire podría colarse entre nosotros. Esa señal fue suficiente para soltar el ansia que parecía estar reteniendo. Suspiró sobre mis labios con fuerza antes de introducir su lengua en mi boca, que acepté más que gustosa. Bajó una mano hasta mi culo y otra la pasó a mi cuello para intentar —en vano, ya que era imposible— acercarme más a él. Era el puto paraíso. No recordaba haberme sentido tan bien, o haber sido besada tan bien, en mi vida. Su sabor era delicioso y su boca era fuerte y delicada a la vez, y me hacía experimentar... No podía explicarlo, pero no quería que parara.

Jeremy fue soltándome y detuvo el beso, aunque por su mirada supe que estaba costándole horrores. Yo emití un gemido lastimero cuando sus labios perdieron contacto con los míos.

—Será mejor que subamos, o él de las cámaras se pondrá bien cachondo. —Sonrió de medio lado y tiró de mí.

Menos mal que pensaba él, porque a mí bien poco me importaba quién estuviese viéndonos o que se hiciesen una paja a nuestra costa. Que le aprovechase a quienquiera que fuese. Me sentía tan bien en sus brazos que no tenía prisa por marcharme. De hecho, tenía muchas ganas de continuar.

Subimos en el ascensor hasta el cuarto piso, abrió la puerta de la derecha y se hizo a un lado para dejarme pasar. Vaya, no era lo que esperaba. El piso parecía muy él y muy poco acorde con su clase social. Era bonito y acogedor, sin ser sobrecargado ni derrochar lujo. Me gustaba. Tenía la sala y la cocina junta; la cocina a la derecha y la sala a la izquierda.

—Ponte cómoda. —Me señaló el sofá—. ¿Qué quieres tomar? Supongo que nada de alcohol. ¿Un té?, ¿café?

—Un té está bien. —Caminé hacia el sofá y me dejé caer sobre él.

Era de color gris y piel de melocotón, y tan mullidito que si recostaba la cabeza me quedaría dormida.