Las gafas de Martina - Daniel Ayora Estevan - E-Book

Las gafas de Martina E-Book

Daniel Ayora Estevan

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Beschreibung

La vida de todos ha cambiado. Tras el confinamiento, los padres de Martina tuvieron que mudarse a Madrid desde Sevilla. Una nueva ciudad, un nuevo entorno, un sinfín de complicaciones para una niña con discapacidad visual. ¿Crees que es fácil caminar por una acera cuando no eres capaz de verla? ¿Podrías caminar sola por donde siempre lo has hecho acompañada? ¿Cómo te enfrentas ante un cambio de colegio y tener nuevos compañeros? Comparte los pasos de Martina, pues esta es su historia; estos, sus avatares y desventuras, sus aciertos y fracasos, y cómo, después de todo, se puede seguir adelante, dar un paso tras otro para avanzar y aprender que hay que derribar barreras que van contra la discapacidad y la igualdad.  VALORES IMPLÍCITOS:  Esta es una historia de inclusión, integración, igualdad y crecimiento personal. Se narra que hay barreras invisibles que afectan a las personas con baja visión; cómo hay pasos que se han dado y otros nos han facilitado el camino, pero nos muestra que sigue habiendo pasos por caminar y barreras que romper.

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Un viaje emocionante

© del texto: Daniel Ayora Estevan

© de las ilustraciones: Mariana Salazar Ramírez

© del diseño y corrección: Equipo BABIDI-BÚ

© de esta edición:

Editorial BABIDI-BÚ, 2023

Avda. San Francisco Javier, 9, 6ª, 23

Edificio Sevilla 2

41018 - SEVILLA

Tlfn: 912.665.684

[email protected]

www.babidibulibros.com

ISBN: 978-84-19602-92-3

Producción del ePub: booqlab

Reservados todos los derechos

Índice

I. Adiós a la Giralda

II. Una nueva amiga

III. Clases de hoy y de ayer

IV. Un mal capricho

V. Lo que un mayor puede contar

 

Guille te pregunta

I

ADIÓS A LA GIRALDA

Hay muchas formas de comenzar una historia, podría empezar con un «había una vez» o «érase una vez», que es como empiezan las antiguas historias que la gente anciana cuenta a sus nietos. Pero hoy no os voy a contar una de esas historias, la de hoy va a ser una historia de nuestros días. Nuestra protagonista es, ni más ni menos, una niña cualquiera. «¿Y qué os contaré?», estaréis pensando; os narraré algunas de las aventuras que nos suceden en la vida real. Hoy no habrá ni brujas ni magos, príncipes ni princesas, ni castillos ni casas encantadas, pero sí las aventuras de quien viaja por nuevos lugares. Mmmm… he dicho que no, pero es probable que sí tengamos una heroína, una sola: nuestra heroína particular. ¿Que cuál era su nombre me preguntáis?, muy fácil, se llamaba Martina.

Martina era una sevillana de nueve años. Era rubia y no muy alta, pero sí le encantaba jugar y bailar, como a todos, también correr e ir en patines, es decir, le encantaban todas las actividades en las que tuviera que estar de acá para allá, sin parar un momento.

Esa era Martina, divertida y revoltosa. Había vivido siempre en el centro de la ciudad de Sevilla. En su pequeño piso había estado encerrada esos extraños días en los que no se podía salir a la calle. Sus padres habían jugado con ella, habían visto películas reído, cantado y bailado, pero ella quería salir a la calle, jugar y correr. Al final había podido salir de casa, primero solo un rato y con uno de sus padres, luego cada vez más tiempo hasta que, en verano, se pudo salir sin problemas.

Pero realmente el día que Martina mejor recordaba era uno al inicio del verano, y no lo recordaba con alegría. Ella estaba con papá leyendo un cuento en el sofá. Él se lo leía y ponía las voces de cada personaje, haciendo que se riera cada vez que aparecía la pequeña Ángela, para la que ponía una aguda vocecita que casi no lograba escuchar, y luego aparecía el gran Álvaro, para el que papá ponía una voz muy grave. Pero también adoptaba el tono gracioso de Belén, que tenía mucho salero y al punto se enfurruñaba como Óscar cuando sus amigos se reían de su ropa.

Cuando mamá entró en casa, encontró a Martina y Julio, su padre, riendo en el sofá. Sonrió al verlos así, pero miró muy seria a papá y le dijo que tenían que hablar, era de algo del trabajo. Así que entraron en la cocina y Martina se quedó leyendo el cuento que tenía unas letras grandes y tantos dibujos.

Martina se esforzó por leer desde la distancia que le habían dicho, aunque con sus grandes gafas solía acercarse al libro y leer de muy cerca. Cuando había pasado ya varias páginas, sus padres salieron de la cocina. Los dos estaban muy serios. Mamá se acercó a ella y le explicó que en su trabajo le habían dicho que tenía que irse a otra ciudad y que papá y ella vendrían también. Martina se enfadó, tiró el libro, chilló y lloró, ya que no quería irse de su casa. Mamá le explicó que ellos tampoco, pero que de momento tenían que hacerlo. «Además, estarás más cerca de los yayos Toño y Conchi», le dijo. Eso consiguió animar un poco a la pequeña.

Días después, Martina estaba con sus padres. Ya estaba todo preparado, y al día siguiente dejarían Sevilla. Pero Martina no quería irse sin despedirse de ese edificio enorme que tanto le gustaba, y del ancho río que había al lado, el Guadalquivir. Para ser Sevilla y estar en verano, el cielo estaba triste y mustio, parecía apenarse de que se fueran, al menos así se sentía Martina. Levantó una mano y se despidió de la Giralda; después su madre le cogió la mano y la familia volvió a casa.

A Martina la despertaron cuando ya estaban llegando a la calle en la que iban a vivir. Había intentado mantenerse despierta durante el viaje, pero se había acabado aburriendo y quedando dormida, ya que sus padres no la dejaron ponerse a jugar con la tableta en el coche: «Te puedes marear y no es bueno que mires mucho rato la pantalla tan fijamente» le recordó su padre. Así que optó por dormirse. Al abrir los ojos vio algunos edificios altos, pero también un parque. No era tan terrible como había pensado.

—¿Hemos llegado? —preguntó algo adormilada.

—Sipi—respondió contento su padre.

—¿Estamos en el centro? —preguntó con curiosidad.

—Aurora… —comentó, refiriéndose a su mujer, que iba de copiloto.

Ella se hizo cargo de la situación y fue quien contestó. Se volvió desde el asiento delantero para mirar a su hija.

—Martina, algunas cosas van a cambiar bastante ahora que vivimos aquí —hizo una pausa dándose cuenta de que Martina la miraba muy fija desde el cristal de sus gafas—. En Sevilla vivíamos en el centro, pero aquí no. Pero esta ciudad es mucho más grande y podrás venir con papá al parque a hacer nuevos amigos y amigas.

—¿Y tú?

—Yo trabajaré más horas que antes, pero papá… —Martina vio que su madre se ponía seria al decir esto último—. Papá estará contigo en casa, al menos al principio.

—¿Aunque estemos aquí sigue estando con E.T.?

Su padre no pudo más que echarse a reír al recordarlo.

—Sí, cariño —intervino—. Aunque estemos en Madrid sigo estando con el E.T., así que seguiré estando en casa mirando el teléfono.