Las manos van al pan - Meg Ferrero - E-Book

Las manos van al pan E-Book

Meg Ferrero

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Beschreibung

Amor al primer mordisco. Carlos se ha enamorado en un bar de las increíbles sensaciones que le ha provocado un humilde bocadillo. No lo entiende, él es un reputado crítico gastronómico, su paladar está entrenado para degustar los más delicados platos y, sin embargo, ha sido la combinación de unos sencillos ingredientes la que ha despertado todos sus sentidos. ¿O ha sido otra cosa? ¿Ha podido ser la misteriosa camarera a la que ni siquiera ha podido ver la cara? - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Seitenzahl: 82

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 María Esther García Ferrero

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Las manos van al pan, n.º 242 - agosto 2019

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-460-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

—¡Perdón! —se disculpó la camarera por el leve empujón propinado sin intención y pasó de largo con prisas, sin esperar a ver si su justificación era aceptada.

¡Joder! Menuda educación. Vale que él estuviera acostumbrado a otro tipo de lugares para comer, pero esto era el colmo. La chica, que había pasado a su lado dejando un aroma intenso a cúrcuma, a canela y pudiera ser que también a curry, le había lanzado, de manera literal, el plato a la mesa. Lo curioso había sido el modo de hacerlo. Había girado de tal manera la muñeca que un plato así lanzado, sin ese giro, hubiese acabado encima del comensal, pero ella lo había dejado con maestría justo en su sitio, aunque con un estrepitoso repiqueteo, mientras el plato terminaba de asentarse en la mesa. Quizá fue ese gesto el que lo dejó tan descolocado que ni siquiera fue capaz de decirle a la camarera lo que pensaba de su escasa educación.

Y, encima, el empujón en el hombro. Aunque tenía que aceptar que eso no le había molestado tanto como le gustaría reconocer. ¡Menuda cadera! Se giró de forma casi imperceptible para no ser descubierto en su curiosa inspección visual. Sí, aquella mujer que contoneaba su generoso trasero de forma casi infantil era justo el tipo de muchacha por el que él, en cualquier otro momento de su vida, se hubiese sentido atraído. ¡Mentira! Se sentía profundamente atraído. Tanto, que su miembro viril comenzó a cobrar vida propia. ¡Había que joderse! ¿Cuánto tiempo llevaba sin estar con una mujer? Tampoco tanto como para ponerse así. ¡Mierda! En otro momento no hubiese dudado en lanzarse al ataque, insinuarse con un despliegue indecente de todos sus encantos, que eran muchos, y conseguir su número y una cita. Una cita que, estaba seguro, ambos tardarían en olvidar. Y eso con solo ver su silueta de espaldas. Su larga melena rubia ondulada, brillante y sedosa que, hubiese jurado, llevaba recién lavada con un algún champú de rosas, otro olor que lo seducía, llamaba de manera poderosa su atención. Su ancha y fuerte silueta lo cautivó como hacía tiempo no le sucedía. Siguió mirando un instante más, tan solo un segundo en el que se permitió volver a ser el mismo de siempre, el hombre que él creía ser, pero desistió al momento ya que la camarera no parecía que se fuese a volver para que él pudiese apreciar su rostro. No quería parecer un imbécil embelesado por una mujer delante del resto de los comensales, que no tardarían en seguir la dirección de su pose y su curiosa mirada.

Atacó sin demasiado interés el rápido bocadillo que había pedido y… sin previo aviso, el cúmulo de sensaciones del sabor de aquel mordisco lo dejó sin respiración. Paró incluso de masticar, con todo el bocado aprisionado en el interior de la boca, para no perderse ni uno solo de los diferentes sabores y aromas que llegaban a sus fosas nasales a través de su cavidad bucal. ¡No podía ser! Pero si él había ido a un bar “de mala muerte” en busca de alimento, más que comida, en una rápida escapada desde el hospital. ¿Quién se iba a imaginar que en un restaurante de menú del día iba a encontrarse con semejante delicatessen? ¡Y encima en un bocadillo! Comenzó a masticar, ahora más relajado, con todos sus sentidos puestos en el interior de su boca. Hasta se permitió el lujo de cerrar los ojos y dejarse atrapar por el instante. ¡Estaba exquisito! Tenía que apuntar todos los sabores, olores y sensaciones que el bocadillo le estaba haciendo experimentar. Sacó de su pequeña mochila, con rapidez, una ajada libreta de cuero sujeta por una goma y con innumerables papeles con notas dentro. Incluso se excitó con el sonido del “click” de su bolígrafo favorito, que era el que siempre daba el escopetazo de salida para alguna de sus creaciones, para algo que él adoraba hacer, para escribir.

Y eso mismo fue lo que se dedicó a hacer: escribir. Mordía, masticaba con cara de placer, tragaba y escribía. ¡Echaba de menos su trabajo! En cuanto volviera, esa sería su primera crítica. La revista gastronómica para la que trabajaba le había dado un largo permiso, pero él echaba en falta escribir y conquistar a la gente con sus palabras y piniones.

Sí, él era un crítico gastronómico relativamente famoso. Trabajaba en la revista Tapas, ñam,ñam magazine, una revista mensual del grupo editorial de revistas como Esquire, Forbes o L’Offficiel. La definían como una revista de estilo de vida y gastronomía dirigida principalmente a foodies y urbanitas adictos a la cocina, de unos treinta y cinco años y de clase media-alta o alta. ¡Adoraba su trabajo! Dejó un instante el boli sobre la mesa para atacar los últimos bocados de su comida y giró la muñeca para comprobar la hora. ¡Joder! Tenía que irse. Se limpió de manera descuidada y recogió todas sus cosas. La sonrisa en la cara, al salir del establecimiento, le recordó por un instante que estaba vivo y le devolvió las fuerzas que necesitaba para continuar. Volvió a girarse para buscar con la mirada a la camarera que le había dejado, o prácticamente arrojado, el plato con aquel bocadillo sobre la mesa. Tan solo pudo apreciar en la distancia su perfil, estaba claro que era lo más que iba a conseguir evaluar de ella. Tenía que irse, pero ahora sabía dónde había una camarera con rostro desconocido que lo había embaucado con sus curvas y su olor, y dónde podía comerse un bocadillo de cinco estrellas de manera rápida y por unos pocos euros. ¿Recordaba la felicidad? Sí, ahora sí, aunque fuese efímera y en forma de una desconocida con un bocadillo. No era un hombre muy exigente, ¿no?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

El hospital estaba casi en frente del restaurante, así que no tardó mucho tiempo en llegar. Lo difícil era encontrar la habitación de su hermano. Los hospitales de la capital eran inmensos y, cuando comenzabas a recorrer los pasillos, era como ir de compras a Ikea: entrabas, pero no sabías por dónde ibas ni cuándo llegarías al lugar deseado. Se ponía malo con todo el tráfico de gente de esos lugares, que parecían ponerse de acuerdo en ir en el sentido contrario a su marcha e impedirle llegar a su destino.

—¡Ya he vuelto! —dijo Carlos entrando a la vieja habitación donde, por suerte, solo había otro paciente con un familiar. —¡Buenas! —saludó al resto de la gente.

—Buenas tardes —contestaron, educados, los demás.

—¿Por qué comes tan rápido? —comentó molesto su hermano—. Ya sabemos que me voy a morir, pero no va a ser precisamente ahora, no tienes que ir con prisas a los sitios y volver como si te fuera la vida en ello.

Carlos se quedó sin respiración. ¿Por qué tenía que morirse? La vida no podía ser una puta mierda tan grande. Su padre acababa de morir de cáncer y hacía un año que lo habían hecho su madre y sus otros hermanos por el mismo problema. ¿Sería algo genético? ¡Joder! No se podía creer que su hermano lo banalizase de aquella manera. Además, todavía no estaba diagnosticado. Aunque todo apuntase a ello, lo habían ingresado para hacerle pruebas y descartar un tumor cerebral.

Carlos era el hermano menor de una familia de cuatro hermanos. Había nacido cuando su madre tenía cuarenta y seis años, y en aquella época a eso se le llamaba “hijo de madre añeja”, vamos, que fue el “goma rota” de turno, el error, un fallo de cálculo por así decirlo, ya que sus hermanos ya tenían más de veinte años cuando él nació. Su infancia había sido muy feliz, de eso no tenía ninguna queja. No había tenido hermanos, eso sí, había tenido cinco padres. Un poco malcriado sí que había salido, sí. Lo único malo de toda esa infancia llena de dicha, en la que él había sido el “juguetito” de la familia, era que todos habían sido muy mayores para él y la desgracia se cernió sobre sus vidas cuando el cáncer los envolvió como un manto gris del que no se puede salir.

No podía quejarse de sus padres, habían vivido muy bien y muchos años hasta que murieron