Los jefes - ¿Quién manda en el amor? - April Dawson - E-Book

Los jefes - ¿Quién manda en el amor? E-Book

April Dawson

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Beschreibung

Hoy no está siendo el día de Emma Reed. Después de una noche de fiesta, se despierta al lado de un desconocido. Al momento se da cuenta de que ¡llega tarde a su primer día de trabajo! Por si fuera poco, un tío se salta un semáforo en rojo y tiene un accidente de tráfico. A duras penas, Emma logra llegar a la oficina, donde la esperan sus nuevos jefes, a quienes resulta que ya conoce: a la derecha, don Accidente De Tráfico, que no distingue el verde del rojo; y a la izquierda don Rollo De Una Noche, cuyo nombre Emma no consigue recordar.Una comedia romántica de enredo que hará las delicias de quienes disfrutaron de Sexo en Nueva York y Girls.-

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April Dawson

Los jefes - ¿Quién manda en el amor?

Translated by Aitziber Elejalde Sáenz

Saga

Los jefes - ¿Quién manda en el amor?

 

Translated by Aitziber Elejalde Sáenz

 

Original title: Pick the Boss

 

Original language: German

 

Copyright © 2016, 2022 April Dawson and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728131015

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Sobre la novela:

¿Qué harías si después de una noche de fiesta te despertases al lado de un desconocido y advirtieras horrorizada que llegas tarde justo tu primer día de trabajo? Por si fuera poco, un tío se salta un semáforo en rojo y tienes un accidente de tráfico. A duras penas logras llegar a la oficina, donde te esperan tus nuevos jefes, a quienes resulta que ya conoces: a la derecha don Accidente De Tráfico, que no distingue el verde del rojo, y a la izquierda don Rollo De Una Noche, cuyo nombre no consigues recordar.

Capítulo 1 | Emma

Por fin. Después de años de esfuerzo y trabajo duro he alcanzado mi objetivo profesional. Dirijo orgullosa la mirada al escenario, donde una mujer corpulenta, de cabello blanco como la nieve y acento británico, enumera mis éxitos en el sector de la publicidad. He recibido el premio Mujer del Año. Normalmente se lo conceden a actrices, cantantes u otras celebridades. Un motivo más por el que sentirme orgullosa.

—Y, ahora, demos un fuerte aplauso a la mujer del momento. Nuestra Mujer del Año. ¡Emma Reed! —dice enfundada en un traje negro de chaqueta y pantalón, y comienza a aplaudir eufórica.

Con una sonrisa radiante capaz de competir con la de las modelos de los anuncios de pasta de dientes, me levanto con mi vestido de diseño rojo borgoña que me han hecho a medida. Llevo la melena castaña, que suelta me llega hasta el pecho, recogida en un moño alto y, al igual que en un anuncio de laca, podría resistir un huracán. Todo es perfecto: la decoración, los invitados y el premio, que tiene forma de estatua de Afrodita de cristal.

Subo al escenario con la espalda recta y una amplia sonrisa, y me deslizo con elegancia hasta el atril, que también es de cristal. Sin embargo, antes de poder hablar, todos los invitados al evento comienzan a reírse a carcajadas.

Totalmente desconcertada, frunzo el ceño hasta que se me ocurre bajar la mirada. Compruebo horrorizada que ya no llevo puesto el elegante vestido de noche, sino un pijama. Por si eso no fuera poco, el pijama es rosa, con dibujos de gatitos, y, además, calzo unas zapatillas de casa con forma de conejito amarillo chillón. No es precisamente el modelito con el que impresionar a los mejores diseñadores para que me nombren su nueva musa.

A punto de echarme a llorar, me doy la vuelta e intento huir. Pero no sería yo si no me sucediera algo más: tres peldaños. Solo tres malditos peldaños fueron mi ruina. Me tropiezo con mis propios pies y caigo sobre el brillante suelo de madera. El golpe ahoga incluso las risas atronadoras. Me duele el cuerpo, mi cara adquiere el color de los tomates maduros y mi pelo es una catástrofe. ¡Esos estúpidos anuncios! ¡Y una mierda que sujetan el pelo!

He sido degradada de Mujer del Año a Emma Reed. No soy una mujer de éxito en el mundo de la publicidad, solo una joven que intenta salir adelante trabajando en una cafetería. Mi físico tampoco es el de una dura mujer de negocios como las que salen en las películas —es decir, delgadas—, sino más bien el de alguien con un par de kilos de más. Soy Emma Reed, una mujer torpe, con tendencia al dramatismo y adicción al chocolate.

 

Con un breve grito abro los ojos y miro al techo del dormitorio. El dolor de cabeza me obliga a cerrar los párpados. Las risas del sueño siguen resonando en mi mente.

—¡Qué pesadilla! —me lamento entre dientes. Un dolor palpitante me invade la cabeza. Hundo las manos en mi pelo e intento descubrir la causa de este sufrimiento, pero mi memoria deja mucho que desear y no se me ocurre otra cosa que masajearme las sienes con movimientos circulares para ayudarla a espabilar.

Los recuerdos empiezan a aparecer como una niebla que se disipa. Anoche me di una ducha, quería irme pronto a la cama y dejé el modelito preparado para hoy.

—Oh, no —susurro cuando consigo juntar las piezas del rompecabezas.

Recuerdo que Aiden estaba loco de alegría porque lo habían ascendido y quería celebrarlo conmigo. A pesar de mis enérgicas protestas, mi mejor amigo consiguió convencerme.

El ronroneo de un gato interrumpe el hilo de mis pensamientos, hasta que me doy cuenta de que yo no tengo gato. Me giro a cámara lenta y observo a un desconocido. Trago saliva, levanto la colcha de la cama y veo mi cuerpo desnudo.

—¡Mierda! —resoplo, y del susto me tapo la boca con ambas manos. No es propio de mí traer a desconocidos a casa.

Tiene unos marcados rasgos faciales, pómulos elevados y piel clara, y lleva el pelo negro enmarañado en un claro signo poscoital. Es sumamente atractivo y su torso desnudo me hace la boca agua. No es que tenga unos abdominales muy definidos, es más bien de músculos firmes y están pidiendo a gritos que los toque. De pronto regresan las imágenes de anoche y lo recuerdo todo con claridad.

Suena el timbre de la escuela situada junto a mi edificio y el corazón me pega un brinco.

—¡Joder, voy a llegar tarde! —grito como loca y tiro la colcha al suelo. El reloj de pulsera me indica amenazante que ya son las ocho de la mañana.

A decir verdad, me había imaginado esta mañana totalmente diferente. Quería despertarme a las seis y media, ducharme con tranquilidad, vestirme, desayunar y recorrer con energía el camino hasta la oficina. Hoy es mi primer día de trabajo y, en lugar de estar activa y despierta, tengo ojeras, apesto a alcohol y siento como si alguien me estuviera clavando mil agujas en la cabeza.

A pesar de todos mis esfuerzos, salgo de casa apurada y demasiado tarde. El desconocido sigue roncando en mi cama, con las prisas no he tenido tiempo de ocuparme de mi rollo de una noche, que, tengo que reconocer, es realmente atractivo.

Ya se dará cuenta él solo. Además, le he dejado rápidamente una notita junto a la cafetera. Mi pequeño coche rojo parpadea seductor tras desbloquearse. Abro la puerta a toda prisa y me monto.

 

Golpeo el volante con violencia y maldigo. Ya voy con cinco minutos de retraso y hago lo que puedo por atravesar a toda velocidad el denso tráfico de Nueva York, en lo que, de otra forma, hubiera sido un paseo. Resoplo furiosa cuando el semáforo se pone en rojo, freno por obligación y hecho un juramento.

Puede que el señor Coleman haga la vista gorda a mi retraso. En la entrevista parecía muy amable.

«¿Pero qué excusa podría utilizar?».

—Lo siento, jefe, anoche me agarré una buena borrachera y practiqué sexo salvaje con un desconocido. —No creo que se lo tome muy bien.

Coleman & Sons es una de las agencias de publicidad más famosas de Nueva York. A diferencia de la competencia, lleva dos generaciones siendo una empresa puramente familiar. Me enteré por la prensa de que el señor Coleman se jubilará pronto y sus dos hijos, Liam y Sean, tomarán las riendas de la empresa. Con resignación me doy cuenta de que a partir de hoy tendré tres superiores. ¡Como si no bastara con un solo jefe!

El semáforo cambia a verde. Aliviada, piso a fondo el acelerador. De repente oigo un fuerte golpe y mi coche empieza a patinar en círculos.

Presa del pánico me agarro al volante. El miedo me crea un nudo en la garganta y mis pulsaciones se disparan. Cuando mi querido utilitario se detiene, miro por la ventanilla y respiro con dificultad del todo desconcertada. Un SUV negro y, sin duda, muy caro me ha arrollado por el lado del copiloto. Creo que debería estar asustada o conmocionada en estos momentos, pero solo siento una cosa: rabia. Una rabia intensa y terrible. ¡Esta mañana está siendo la peor de mi vida! No es solo que haya salido de fiesta hasta altas horas de la madrugada, me haya acostado con un desconocido y me haya dormido. No. Es que ahora voy a llegar aún más tarde, a pesar del maquillaje se me nota la cara de resaca y encima un idiota no sabe diferenciar entre el color rojo y el verde.

—¡Lo que me faltaba! —bufo, suelto el cinturón y abro la puerta. Del elegante coche sale un hombre joven con un traje gris y me mira espantado.

—¡Madre mía! ¿Estás bien? —pregunta visiblemente afectado, pero no consigo contenerme. Exploto como un volcán, pero en vez de lava lo que expulso son improperios. Me dirijo hacia él como una demente, me pongo delante y lo miro con cara de pocos amigos.

Toda esta situación es muy graciosa, ya que es por lo menos una cabeza más alto que yo, tiene los hombros anchos y es condenadamente guapo. Estoy aquí plantada delante de este extraño que viste un traje de confección excelente y de repente siento el corazón en la garganta. Tiene el pelo rubio pajizo peinado a la perfección y lleva una barba de tres días que lo hace atractivo a más no poder. Mi mirada se desliza hacia su torso. Incluso a través de la tela del traje se nota que suele ir al gimnasio. De repente siento el impulso de acariciarle el pelo para comprobar si es tan suave como parece.

«¿Qué?¿Cómo?¿De dónde salen estos pensamientos?Por muy guapo que sea, este imbécil se ha estrellado contra mi coche».

—Pero ¿de qué vas, capullo? ¿Estás ciego o te has saltado el semáforo por diversión? —le grito hasta quedarme afónica. Genial, quería parecer peligrosa, pero ahora sueno como la voz distorsionada de un juguete infantil.

Arruga la frente y levanta las manos en un gesto conciliador.

—Escuche, lo siento mucho —dice con voz grave y seductora.

«¿Seductora?¿Qué es lo que me pasa?¿Este idiota acaba de chocar conmigo y lo encuentro atractivo?».Debo de haber sufrido una conmoción, no encuentro otra explicación.

Se acerca y me mira preocupado. Está tan cerca que puedo oler su perfume acre. Es una fragancia tan embriagadora que me hace perder el hilo de mis pensamientos. Siento la tentación de cerrar los ojos y respirar hondo.

—¿Está bien? ¿Se ha golpeado en la cabeza? Será mejor que llame a una ambulancia.

El pánico me invade y me cuesta respirar.

—Y ahora también me toca lidiar con un trajeado atractivo —murmuro para mis adentros.

—¿Cómo dice?

—¡No estoy hablando con usted!

Levanta las cejas sorprendido.

—¿Qué ha dicho de un trajeado atractivo? —Esboza una sonrisa maliciosa. ¿Es que disfruta avergonzándome?

«¿Qué? ¿Cómo?Mierda, he vuelto a pensar en voz alta.No dejes que se te note». Tomo aire y me giro hacia él. Qué gran error. Sus ojos son tan fascinantes que me pierdo en la profundidad de sus iris color turquesa. «¡Venga, Reed, contrólate!».

—Escuche, llego tarde a mi primer día de trabajo. Deme su número de teléfono y lo llamo más tarde.

—Como quiera, pero ¿no sería mejor que llamara a un médico? Tiene muy mal aspecto.

Esto ya es el colmo.

—¡No me interesa su opinión! ¡Deme de una vez su maldito teléfono! —siseo con los dientes apretados.

—Vale, vale. Si me lo pide así...

Con una leve mueca de diversión, busca en su chaqueta y saca una tarjeta de visita. Agarro furiosa el trozo de papel y, sin echarle un vistazo, me monto en mi coche abollado.

Durante el trayecto, que gracias a Dios transcurre sin más complicaciones, no me puedo sacar de la cabeza al atractivo conductor del SUV. Su sonrisa era tan encantadora que casi se me olvida que estoy enfadada con él.

Su perfume era muy agradable, por no hablar de su musculoso cuerpo, que se podía intuir a través del traje. Pero lo que más me fascinó fueron sus cálidos ojos turquesa.

Sacudo la cabeza sonriendo e intento concentrarme en la carretera. Mis relaciones con los hombres siempre han finalizado con un corazón roto, por lo general el mío.

 

—Señor Coleman, lamento de veras llegar tarde el primer día. He tenido un accidente con el coche —gimoteo delante de mi jefe y me agarro el tabique nasal con teatralidad. Su cara cambia al instante del enfado a la preocupación.

—Por el amor de dios, señorita Reed, ¿está usted bien? ¿Por qué no ha ido al hospital?

Compruebo aliviada que ha reaccionado de la forma que esperaba.

—No se preocupe, señor. Puedo trabajar, solo quería disculparme personalmente por el retraso.

Su pelo es blanco como la nieve, es de complexión delgada y tiene los ojos de un azul cálido. Puede que su cuerpo esté marcado por la edad, pero su espíritu está vivo e irradia autoridad. Me da una palmada paternal en la espalda.

—Gracias, hija mía. Me alegro de que no le haya pasado nada. Es una suerte que haya venido a mi despacho. Me gustaría presentarle a mis hijos. Pronto ocuparán mi lugar en la dirección de la empresa.

Acompaño al cariñoso hombre, que me recuerda un poco a mi difunto abuelo, por el pasillo hasta una puerta doble de vidrio opalino. Junto a la entrada están escritos los nombres de Liam y Sean en letras negras. El señor Coleman llama una vez y entra en el despacho. Lo sigo.

—Buenos días, señores. Me gustaría presentaros a nuestra nueva ayudante, Emma Reed.

Bajo la mirada y me doy cuenta de que tengo suelto el último botón de la blusa. Lo abrocho con rapidez y levanto la cabeza.

Vuelvo a tener la misma sensación de impotencia que antes y me parece que el suelo bajo mis pies desaparece. Tengo delante a dos hombres altos y extremadamente atractivos a quienes ya conozco. Mientras que uno tiene el pelo rubio y corto, hombros anchos y piel morena, su hermano es todo lo contrario: piel clara, pelo negro y alborotado, y pómulos elevados. En realidad, debería estar eufórica porque mis superiores fueran guapos; siempre da gusto alegrarse la vista, incluso en el trabajo; pero no puedo, porque a la izquierda está mi desconocido rollo de una noche y a la derecha el guapo capullo contra el que he chocado. Intento sonreír, pero fracaso por completo.

«Bueno, esto va a ser divertido».

Capítulo 2 | Emma

«Es una broma, ¿no?». Supongo que ahora aparecerá un equipo de televisión y me dirán que estoy en un programa de cámara oculta. Espero, pero no ocurre nada.

Trago saliva nerviosa. Estas cosas siempre me pasan a mí. Cosas como acostarme con uno de mis futuros jefes e insultar al otro. Tengo cara de estar viendo a Papá Noel y al conejo de Pascua al mismo tiempo. Tres pares de ojos me observan e intento recomponerme.

—Encantada de conocerlos —digo con voz aguda y les tiendo la mano, lo que hace que sonrían en el acto. Don Rollo De Una Noche no pierde el tiempo y me estrecha la mano.

—Sean Coleman. Señorita Reed, es un verdadero placer volver a verla. ¿Ha dormido bien? —pregunta sin ningún pudor y me lanza una sonrisa seductora. Es la misma sonrisa que anoche me llevó a la perdición. Intento tragar, pero tengo la boca seca y la lengua se me pega al paladar.

Sean Coleman tiene algún poder especial sobre mí y no puedo deshacerme de él. La mirada de Charles y Liam pasa de Sean a mí y estoy a punto de hiperventilar.

«Deben de estar imaginándose otra cosa y la verdad es que no se equivocan».

—Gra-gracias. Sí, he dormido muy bien —balbuceo abochornada. «¿Por qué mentir?». Es realmente bueno en la cama.

Ahora le estrecho la mano a su hermano.

—Liam Coleman, encantado. Menuda sorpresa, señorita Reed. Aunque ya hemos tenido el placer esta mañana. —Sonríe y, en cierto modo, esa media sonrisa me desconcierta sin esperarlo. Tiene la mano áspera, pero aprieta la mía con suavidad. Vuelvo a tragar y noto que me sube el calor a las mejillas.

—Eh... sí, claro. Siento mucho lo de antes. No quería insultarlo —digo dándome por vencida. Está claro que va a ser mi primer y último día en este trabajo. «Despídete del mundo de la publicidad, Emma».

—No pasa nada. A fin de cuentas, ha sido mi culpa —responde de forma salomónica.

—¿Vosotros tres ya os conocéis? —pregunta el señor Coleman. Su voz ya no tiene un tono amable, sino más bien enfadado. «Bueno, se acabó, señorita Reed».

—Papá, esta mañana he chocado mi coche contra el de la señorita Reed. Hemos tenido un pequeño accidente.

Dirijo la mirada hacia el hombre que está a mi lado, que aprieta la mandíbula y observa a sus hijos como un lince.

—¿Tú eres el que ha chocado contra la pobre señorita Reed? ¿Adónde estabas mirando, Liam? ¿Ibas solo?

«¿Cómo que si iba solo?¿Qué tipo de pregunta es esa?».

—Sí, papá. Iba solo.

Se vuelve hacia mí.

—Señorita Reed. Ahora vaya a ver a la señorita French para que le explique sus funciones. A partir de hoy será su ayudante.

Salgo del despacho con la cabeza agachada, me apoyo en la puerta que acabo de cerrar tras de mí y por fin respiro hondo. Al parecer, ahora trabajo como ayudante en Coleman & Sons. «La pregunta es: ¿hasta cuándo?».

 

La señorita French es una muñequita delgada, pechugona y de aspecto demasiado artificial. No se me ocurre una descripción mejor. El pelo rubio platino le cae hasta la cintura, tiene la piel de un color rosa pálido y una figura bien proporcionada. Lleva un vestido tan ceñido que no deja mucho a la imaginación. Y a partir de ahora seré su esclava personal.

La señorita French masca chicle y me explica mis tareas sin mucho entusiasmo. «¿Cómo diantres habrá llegado a ser directora de departamento?». Lo supongo con solo mirar sus nalgas turgentes, que se mueven de un lado a otro.

Muy a mi pesar, entre mis responsabilidades se encuentran preparar el café, clasificar el correo, y responder y pasar a máquina las cartas. Por ahora no hay ni rastro de una brillante carrera en la industria publicitaria.

—¿Tienes alguna pregunta? —quiere saber Jazabell. Sí, no es ninguna broma, se llama Jazabell. Sus padres debían odiarla.

—No. Ninguna.

Resopla y me echa una mirada de desaprobación. No comprendo el motivo.

—Ahora puedes ir a la cocina y prepararme un café. —Chasquea la lengua y desaparece en su despacho.

 

El edificio de oficinas es un rascacielos moderno revestido de cristal negro. En la planta baja se encuentra la enorme cafetería para los empleados. En la primera planta está la zona de recepción y el departamento de prensa. En la segunda se ubica el personal de seguridad. Las dos plantas siguientes son para el departamento legal, el de contabilidad y el de recursos humanos. Las últimas cinco plantas están reservadas para los empleados encargados de tratar directamente con los clientes.

Me paso toda la mañana clasificando folletos, preparando café y haciendo reservas para comer. Me va a estallar la cabeza, estoy agotada y me muero de hambre. No me he vuelto a encontrar con Liam y Sean desde nuestra incómoda ronda de presentaciones y doy gracias a Dios de rodillas por ello.

La oficina colectiva tiene una decoración moderna, es simple y funcional. Junto a los caros ordenadores hay muchas plantas de interior y obras de arte abstracto. Aunque el mobiliario sea en su mayoría blanco o negro, hay un sofá rojo por aquí y un jarrón amarillo por allá. Se respira una atmósfera relajante. Me siento bien en esta empresa, es familiar y agradable. No es lo que esperaba de una de las mayores agencias de publicidad de la ciudad.

Me apoyo en la encimera de la cocina y espero a que sea por fin la una y pueda hacer un descanso para comer. Justo en ese momento suena mi móvil.

—Hola, princesa —me saluda Aiden exaltado. Me gustaría poder agarrarlo y estrangularlo a través del teléfono. No parece que tenga resaca.

—Ahórrate lo de princesa, maldito cabrón —digo entre dientes y me impulso para alejarme de la encimera—. Por tu culpa me he dormido y me he despertado al lado de un extraño.

Se ríe.

—Ah, venga ya. Solo te obligué a tomarte los primeros dos chupitos, el resto te los bebiste de buena gana y sin quejarte.

—¡Eso no fue así!

—¡Claro que sí! Después del décimo chupito me dijiste, y cito textualmente: «Que le den al trabajo como directora de publicidad, yo lo que quiero es ser bailarina». Y te pusiste a bailar como loca. Me sentí muy orgulloso de mi chica.

Me golpeo la frente con la palma de la mano. «¡Qué vergüenza!».

—Además, ese tío estaba buenísimo. Es una pena que no le vayan los hombres, si no yo también me lo habría tirado.

—Bueno, tampoco fue para tanto. —Intento cambiar de tema, pero el recuerdo de Sean Coleman besando cada centímetro de mi cuerpo hace que me ruborice.

—Te conozco, cariño, y sé cuándo mientes. Reconócelo, es una pasada en la cama, ¿no?

Puedo imaginarme perfectamente su amplia sonrisa.

—Vale, está bueno y el sexo fue magnífico, pero ahora es mi jefe —confieso y aprieto los ojos. El hecho de haberme acostado con mi jefe hace que me dé un vuelco el estómago.

Me había imaginado mi primer día de una forma muy diferente, quería dejarlos boquiabiertos y mostrarles que soy inteligente y que me merezco estar aquí. Pero me he comportado como una borracha puesta de LSD delante de mis jefes.

—¿Ese dios griego es tu jefe? —pregunta Aiden y percibo su asombro con claridad.

—Sí, Aiden. Ese dios griego es mi nuevo jefe.

Un carraspeo a mi espalda hace que me estremezca del susto. Me doy la vuelta como si me hubiera picado una tarántula. Ahí está Sean Coleman en todo su esplendor y me sonríe con descaro.

«Estaba claro».

Capítulo 3 | Emma

—¿Emma? Emma, ¿estás ahí? —pregunta Aiden confuso a través del teléfono. Sean se apoya en la encimera con los brazos cruzados y me lanza una mirada intensa. Sus ojos me examinan con deseo, lo que revela que está pensando en lo que pasó anoche. Sonríe ante mi estupefacción y se frota la barbilla divertido.

—Eh... Aiden, luego te llamo. —Cuelgo sin esperar a que conteste.

—Señor Coleman, hola —digo por fin tras lo que me parece una eternidad y contemplo de nuevo a mi jefe con detenimiento. Sus facciones son suaves, y aun así varoniles. El pelo negro, algo largo, le cae sobre la frente y le da un aspecto descarado. Unas cejas curvadas, unos labios carnosos y una barbilla afilada adornan su rostro. El traje azul oscuro de rayas azul claro le sienta como un guante. La corbata combina con el conjunto, pero ya no se parece al tío al que conocí en el bar. A quien besé ayer fue a un semidiós en vaqueros y chupa de cuero. Aquí en la oficina, a pesar del traje, también me resulta atractivo, además de prohibido, y tengo que esforzarme para no mirarlo.

Trago saliva y me pongo nerviosa al instante pensando en lo que hicimos. Estuvo desinhibido y fue muy apasionado. Normalmente no me gustan las relaciones esporádicas, pero Sean hizo que me saliera la femme fatale que no sabía que llevara dentro. Todavía puedo sentir sus hábiles dedos sobre mí, regalándome el orgasmo más intenso de mi vida.

«Tócame»,me tentó entre murmullos y llevó mi mano lentamente hacia su regazo. Me gustó seguir sus órdenes, disfruté mimándolo, acariciándolo y escuchando su respiración agitada.

«Vale, lo he visto desnudo.Pero esa no es la causa de mi nerviosismo». Espero y rezo por que no haya oído la conversación con Aiden.

—Así que un dios griego, ¿eh? —dice al fin divertido, y cierro los ojos con fuerza, como si alguien me hubiera golpeado con un martillo. «¡Joder!».

Me encojo de hombros avergonzada. Se aleja de la encimera y avanza un poco hacia donde estoy. Instintivamente me echo hacia atrás, pero no parece que le importe.

—Escuche, señor Coleman...

—Sean.

—¿Qué?

—Llámame Sean —susurra, y mi corazón se salta un latido. Su voz es áspera y rezuma sexo. «¡Sí, sexo!» grita mi subconsciente, y sacudo irritada la cabeza.

«¿Qué me está pasando?». Ya no estamos en el instituto, sino en la oficina. Esta constatación me tranquiliza y por fin recupero la cordura.

—No, no quiero llamarlo por su nombre.

—Eres la primera a la que se lo ofrezco, puedes sentirte halagada.

«¿Cómo?».

—Es mi jefe, no me parece bien.