Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
"Los Sueños en la Casa de la Bruja" de H.P. Lovecraft explora la escalofriante historia de Walter Gilman, un estudiante de la Universidad de Miskatonic atraído por la casa maldita de la bruja. Acosado por sueños extraños, se adentra en la siniestra historia de la casa y de su antigua ocupante, la bruja Keziah Mason, que desapareció tras experimentar con geometría prohibida y rituales oscuros. A medida que Gilman se adentra en su malévolo mundo, se topa con horrores de otro mundo, incluido un familiar con aspecto de rata y dimensiones aterradoras. Los límites entre la realidad y la pesadilla se desdibujan y desembocan en una revelación culminante de antiguos males y terror cósmico.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 73
Veröffentlichungsjahr: 2025
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
“Los Sueños en la Sasa de la Bruja” de H.P. Lovecraft explora la escalofriante historia de Walter Gilman, un estudiante de la Universidad de Miskatonic atraído por la casa maldita de la bruja. Acosado por sueños extraños, se adentra en la siniestra historia de la casa y de su antigua ocupante, la bruja Keziah Mason, que desapareció tras experimentar con geometría prohibida y rituales oscuros. A medida que Gilman se adentra en su malévolo mundo, se topa con horrores de otro mundo, incluido un familiar con aspecto de rata y dimensiones aterradoras. Los límites entre la realidad y la pesadilla se desdibujan y desembocan en una revelación culminante de antiguos males y terror cósmico.
Brujería, Geometría, Terror
Este texto es una obra de dominio público y refleja las normas, los valores y las perspectivas de su época. Algunos lectores pueden considerar partes de este contenido ofensivas o perturbadoras, dada la evolución de las normas sociales y de nuestra comprensión colectiva de las cuestiones de igualdad, derechos humanos y respeto mutuo. Pedimos a los lectores que aborden este material con una comprensión de la época histórica en que fue escrito, reconociendo que puede contener lenguaje, ideas o descripciones incompatibles con los patrones éticos y morales tradicionales.
Los nombres de idiomas extranjeros se conservarán en su forma original, sin traducción.
Walter Gilman no sabía si eran los sueños los que provocaban la fiebre o si era la fiebre la que provocaba los sueños. Detrás de todo se agazapaba el inquietante y enconado horror de la antigua ciudad y de la mohosa e ignominiosa buhardilla donde escribía y estudiaba y luchaba con figuras y fórmulas cuando no se revolvía en la mísera cama de hierro. Sus oídos se estaban volviendo sensibles hasta un grado intolerable y sobrenatural, y hacía tiempo que había parado el reloj barato de la chimenea, cuyo tictac había llegado a parecer un trueno de artillería. Por la noche, la sutil agitación de la negra ciudad exterior, el siniestro correteo de las ratas en los agusanados tabiques y el crujido de las maderas ocultas en la centenaria casa, bastaban para darle una sensación de estridente pandemonio. La oscuridad siempre rebosaba de sonidos inexplicables y, sin embargo, a veces temblaba de miedo por si los ruidos que oía se atenuaban y le permitían oír otros ruidos más débiles que sospechaba que se escondían tras ellos.
Se encontraba en la inmutable ciudad de Arkham, embrujada por la leyenda, con sus tejados a dos aguas que se balancean y se hunden sobre los áticos donde las brujas se escondían de los hombres del Rey en los oscuros y antiguos días de la Provincia. Ningún lugar de aquella ciudad estaba más impregnado de macabra memoria que la habitación del frontón que lo albergaba, pues era esta casa y esta habitación las que habían albergado también a la vieja Keziah Mason, cuya huida de la cárcel de Salem al final nadie fue capaz de explicar. Eso fue en 1692: el carcelero se había vuelto loco y balbuceaba acerca de una pequeña cosa peluda de colmillos blancos que se escabullía de la celda de Keziah, y ni siquiera Cotton Mather podía explicar las curvas y los ángulos embadurnados en las paredes de piedra gris con algún fluido rojo y pegajoso.
Posiblemente Gilman no debería haber estudiado tanto. El cálculo no euclidiano y la física cuántica bastan para poner a prueba cualquier cerebro; y cuando uno los mezcla con el folclore, y trata de rastrear un extraño trasfondo de realidad multidimensional detrás de las macabras insinuaciones de los cuentos góticos y los salvajes susurros del rincón de la chimenea, difícilmente puede esperar estar totalmente libre de tensión mental. Gilman era de Haverhill, pero sólo después de entrar en la universidad de Arkham empezó a relacionar sus matemáticas con las leyendas fantásticas de la magia de los ancianos. Algo en el aire de la vieja ciudad trabajaba oscuramente en su imaginación. Los profesores de Miskatonic le habían instado a que aflojara el ritmo, y voluntariamente había reducido su curso en varios puntos. Además, le habían impedido consultar los dudosos libros antiguos sobre secretos prohibidos que se guardaban bajo llave en una cámara acorazada de la biblioteca de la universidad. Pero todas estas precauciones llegaron tarde, de modo que Gilman tenía algunos terribles indicios del temido Necronomicón de Abdul Alhazred, el fragmentario Libro de Eibon y el suprimido Unaussprechlichen Kulten de von Junzt para correlacionar con sus fórmulas abstractas sobre las propiedades del espacio y la vinculación de dimensiones conocidas y desconocidas.
Sabía que su habitación estaba en la antigua Casa de la Bruja; de hecho, ése era el motivo por el que la había cogido. Había mucho en los registros del condado de Essex sobre el juicio de Keziah Mason, y lo que ella había admitido bajo presión ante el Tribunal de Oyer and Terminer había fascinado a Gilman más allá de toda razón. Le había hablado al juez Hathorne de líneas y curvas que podían hacerse para señalar direcciones que conducían a través de las paredes del espacio a otros espacios más allá, y había insinuado que tales líneas y curvas se utilizaban con frecuencia en ciertas reuniones de medianoche en el oscuro valle de la piedra blanca más allá de Meadow Hill y en la isla despoblada del río. También había hablado del Hombre Negro, de su juramento y de su nuevo nombre secreto de Nahab. Luego había dibujado aquellos dibujos en las paredes de su celda y había desaparecido.
Gilman creía cosas extrañas sobre Keziah y había sentido una extraña emoción al enterarse de que su morada seguía en pie después de más de doscientos treinta y cinco años. Cuando oyó los susurros en voz baja de Arkham sobre la persistente presencia de Keziah en la vieja casa y en las estrechas calles, sobre las irregulares marcas de dientes humanos dejadas en ciertos durmientes de esa y otras casas, sobre los gritos infantiles que se oían cerca de May-Eve y Hallowmass, sobre el hedor que a menudo se percibía en el desván de la vieja casa justo después de esas temidas estaciones, y sobre el pequeño ser peludo de dientes afilados que rondaba por la estructura en ruinas y por la ciudad, y que husmeaba con curiosidad en las negras horas que precedían al amanecer, resolvió vivir allí a cualquier precio. Fue fácil conseguir una habitación, ya que la casa era impopular, difícil de alquilar y durante mucho tiempo se había convertido en un alojamiento barato. Gilman no podría haber dicho lo que esperaba encontrar allí, pero sabía que quería estar en el edificio donde alguna circunstancia había dado más o menos repentinamente a una mediocre anciana del siglo XVII una visión de profundidades matemáticas quizás más allá de las más modernas cavilaciones de Planck, Heisenberg, Einstein y de Sitter.
Estudió las paredes de madera y yeso en busca de rastros de diseños crípticos en todos los lugares accesibles donde se había despegado el papel, y en el plazo de una semana consiguió hacerse con la habitación oriental del desván donde se decía que Keziah había practicado sus hechizos. Había estado desocupada desde el principio -pues nadie había estado dispuesto a permanecer allí mucho tiempo-, pero el casero polaco se había vuelto receloso a la hora de alquilarla. Sin embargo, a Gilman no le ocurrió nada hasta la época de la fiebre. Ninguna Keziah fantasmal revoloteó por los sombríos pasillos y habitaciones, ningún pequeño ser peludo se arrastró hasta su lúgubre oquedad para acariciarlo, y ningún registro de los encantamientos de la bruja recompensó su constante búsqueda. A veces daba paseos por oscuras marañas de callejuelas sin asfaltar y con olor a moho, donde se asomaban casas marrones de edad desconocida que se tambaleaban y miraban burlonamente a través de estrechas ventanas de cristales pequeños. Sabía que allí habían sucedido cosas extrañas, y tras la superficie había un leve indicio de que todo aquel pasado monstruoso podría no haber perecido del todo, al menos en las callejuelas más oscuras, estrechas y torcidas. También remó dos veces hasta la mal considerada isla del río, e hizo un esbozo de los singulares ángulos descritos por las hileras de piedras grises, cubiertas de musgo, cuyo origen era tan oscuro e inmemorial.
La habitación de Gilman era de buen tamaño pero de forma extrañamente irregular; la pared norte se inclinaba perceptiblemente hacia dentro desde el extremo exterior hacia el interior, mientras que el bajo techo se inclinaba suavemente hacia abajo en la misma dirección. Aparte de una evidente ratonera y las señales de otras tapadas, no había acceso -ni apariencia alguna de una antigua vía de acceso- al espacio que debió existir entre la pared inclinada y la pared exterior recta del lado norte de la casa, aunque una vista desde el exterior mostraba el lugar donde una ventana había sido tapiada en fecha muy remota. Tampoco se podía acceder al desván situado sobre el techo, que debía de tener el suelo inclinado. Cuando Gilman subió por una escalera de mano al desván cubierto de telarañas que había sobre el resto del desván, encontró vestigios de una antigua abertura, fuertemente tapada con tablas antiguas y asegurada con las robustas clavijas de madera comunes en la carpintería colonial. Sin embargo, ninguna persuasión pudo inducir al rígido casero a dejarle investigar ninguno de estos dos espacios cerrados.