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Él es salvaje, impredecible… ¡imposible de controlar! El famoso músico JD Johnson siempre ha tenido la habilidad de excitar a Susannah Banner. Le basta con hablarle al oído con su acento sureño para hacerla jadear… Pero los excesos de JD son cada vez más fuertes, así que Susannah huye de Misisipi y se instala en Nueva York. Ocho meses después, JD muere en una terrible explosión. Rota de dolor, Susannah se siente perdida… hasta la hora de irse a la cama, cuando se encuentra acostándose apasionadamente con un hombre que se parece demasiado a su fallecido marido. ¿Se ha vuelto loca o se está acostando con el fantasma de JD?
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Seitenzahl: 218
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 2009 Jule MacBride
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Magia de seducción, Elit nº 431 - octubre 2024
Título original: Naked Ambition
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. N ombres, c aracteres, l u gares, y s i tuaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410741553
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
Noviembre 2007
Cada vez que miraba a JD Johnson, Susannah Banner sentía sus manos, grandes y calientes, desnudándola. Ni siquiera se molestaba en dejarle las braguitas puestas. Lo peor era que aquel hombre, que no se la merecía, le había producido aquel efecto desde que tenía cinco años y no levantaba un palmo del suelo, como solía decirle su padre.
Sí, JD había comenzado destrozarle la vida en primaria, cuando Susannah había tenido la desgracia de conocerlo.
Mientras lo recordaba, Susannah iba conduciendo en su coche por Palmer Road y torció a la derecha para aparcar detrás de la cafetería de Delia. Así, su coche quedaba escondido, por si JD la había seguido.
Sí, lo había conocido siendo solamente una niña. ¿Y qué niña se iba a imaginar cómo era en realidad JD Johnson?
Años después, se había pasado horas fantaseando con él, lo que la había llevado a acostarse con él y a arrepentirse después. Ni siquiera lo habían hecho en una cama de verdad, sino en el asiento trasero de la furgoneta del padre de él.
Pocos minutos antes, JD la había sacado de quicio. Susannah sabía que no tenía dos dedos de frente, como la mayoría de los hombres, pero lo que sí tenía era una lengua capaz de endulzar cualquier situación y una voz cantarina capaz de encantar a cualquier mujer.
Sobre todo, a las admiradoras de la música country.
Mientras entraba en la cafetería, Susannah se dijo que ella no era como aquellas mujeres. Ella no se dejaba impresionar por aquel músico famoso porque lo había conocido antes de que fuera rico y famoso, como todos los habitantes de Bayou Banner. De hecho, era una de las pocas personas en el mundo que sabía lo que querían decir las iniciales JD.
—Ojalá no me hubiera casado contigo, Jeremiah Dashiell —murmuró con lágrimas en los ojos mientras se acomodaba en la mesa que solía compartir todos los sábados para desayunar con su mejor amiga, Ellie Lee.
—Perdóname —se disculpó—. Ya sé que llego tarde —añadió sin darse cuenta de que su amiga llevaba gafas de sol a pesar de que estaba nublado—. Ha sido por culpa de JD —añadió sacudiendo su melena rizada y rubia—. ¡Cómo le odio! Ojalá me hubiera acostado con algún otro hombre, pero no, siempre le he sido fiel. ¿Te das cuenta de que es el único hombre con el que me he acostado?
A diferencia de él. Susannah siempre había sospechado que su marido le era infiel y ahora tenía pruebas.
—Claro que me doy cuenta —contestó Ellie—. Estoy de acuerdo contigo, tendrías que haberte acostado con algún chico más. Por ejemplo con aquél que era tan guapo y que tocaba el bajo en el grupo de JD en el colegio. ¿Te acuerdas de él?
—Claro que me acuerdo de él —contestó Susannah—. Me llamaba cada vez que JD y yo lo dejábamos —recordó.
De hecho, lo había besado y le había dejado que le tocara los pechos, pero nada más. ¿Cómo le iba a contar a Ellie lo que había sucedido? Prefería seguir hablando del bajo.
—Una pena que me casara con JD a las tres semanas de salir con el otro chico —se lamentó mirándose la alianza de oro.
—Tendrías que haberle pedido un anillo de compromiso —murmuró Ellie—. Así habrías tenido tiempo para pensártelo.
—Es cierto.
Cuando a JD le habían empezado a ir bien las cosas en la música, se había ofrecido a comprarle un diamante de compromiso, pero Susannah le había dicho que no, que no hacía falta.
—¿Crees que me habría casado con él si hubiera ido a ver a Mama Ambrosia? —le preguntó Susannah a su amiga refiriéndose a la vidente que vivía a las afueras del pueblo.
—Cariño, ni la mejora adivina del mundo te podría haber dicho cómo iba a ser tu futuro con JD.
—Tienes razón.
Ni siquiera una profesional como Mama Ambrosia podía explicar la magia que todavía había a veces entre JD y Susannah. Incluso tenían su idioma privado, con frases en código para hacer el amor como: «¿Sacamos los pañuelos y las cartas, Susannah?» o «¿Dónde están lo sombreros y los conejos?». JD siempre le decía: «¿Qué? ¿Hacemos un poco de magia?» cuando quería acostarse con ella.
Le había pedido que se casara con él durante una de aquellas noches de cielo negro y aterciopelado famosas en el delta del Misisipi, mientras la luna brillaba en lo alto, confiriendo a la superficie del agua y a los alrededores un halo de cuento de hadas.
Desnudos y tumbados sobre las agujas de los pinos y después de haberle cantado «Oh, Susannah» porque su familia era de Alabama, se lo había dicho.
—Oh, Susannah, me quiero casar contigo ahora mismo, oh, Susannah Banner.
Susannah había sonreído encantada y le había acariciado el pelo.
—¿Te quieres casar conmigo ahora mismo? —había contestado por el mero placer de que lo volviera a decir porque le encantaba oír su voz.
—Sí, me quiero casar contigo ahora mismo –había repetido JD con aquella voz misteriosa y grave que era capaz de llegar al pecho de quien la escuchaba como si se tratara de una flecha de Cupido.
—¿Y por qué iba yo a querer casarme contigo?
—Porque, cuando estemos legalmente casados, nos podremos pasar todo el día en la cama.
—Típico de ti —se había reído Susannah—. No paras de pensar en el sexo.
—¿Te molesta, oh, Susannah?
—No, todo lo contrario. De hecho, el sexo es lo único que me gusta de ti —le había dicho a pesar de que su sentido del humor también le gustaba.
En aquel entonces, contaba dieciocho años y sus padres habían muerto en un accidente de coche el año anterior, así que nadie le impedía casarse con JD, el chico malo del pueblo. Excepto June, su hermana mayor, pero ella nunca le había hecho caso, así que, ¿por qué se lo iba a hacer entonces?
—Bueno, lo único que tendríamos que hacer es ir a Bayou Blair, buscar un sacerdote y hacernos unos análisis de sangre.
Así que a la mañana siguiente amanecieron convertidos en marido y mujer. En aquel entonces, JD tocaba con su grupo en locales pequeños, cargaban la furgoneta y se iban. Ahora, no tenía que hacer nada, se lo daban todo hecho y Susannah tenía suerte si su manager, Maureen, le daba el teléfono móvil en el que podía localizarlo.
—¿Vas a tomar lo mismo de siempre, Susannah?
La voz de Delia la sacó de sus pensamientos. Menos mal que aquella mujer era todo lo contrario a JD. Nada había conseguido cambiarla. Ni los dos divorcios, ni perder a su madre ni que su último novio se fuera con la bibliotecaria del pueblo de al lado. Le pasara lo que le pasara, Delia era fuerte como una roca.
De hecho, Susannah tenía la sensación de que aquella mujer siempre había sido igual, con su uniforme impecable y su delantal inmaculado. De pequeña, solía ir todos los sábados por las mañanas con sus padres y su hermana. Al recordarlo, sintió que el corazón le daba un vuelco. Tras la muerte de sus padres, Ellie había empezado a desayunar con ella todos los sábados para no romper la tradición familiar.
Cuando las cosas le iban mal, lo único que la tranquilizaba era oler las salchichas fritas de la cafetería de Delia.
—¿Qué vais a tomar? —insistió la propietaria del local.
—No sé… —contestó Susannah encogiéndose de hombros—. La verdad es que no tengo mucha hambre…
—Ya decía yo cuando te he visto entrar con el coche en el aparcamiento como lo has hecho que a ti te pasaba algo —le dijo Delia guardándose el cuaderno en el bolsillo del delantal y plantándose las manos en las caderas—. ¿Qué ha hecho esta vez el diablo?
—Nada —mintió Susannah sabiendo que, si se le ocurría contar algo de su vida privada a alguien que no fuera Ellie, todo el mundo se enteraría de sus trapos sucios.
Los Banner habían sido siempre la familia más conocida del pueblo. Antes de que Susannah se casara con JD, su madre ya había sido la comidilla del lugar. Barbara Banner había sido una mujer muy delicada que leía demasiado, pintaba en su tiempo libre y se dejaba llevar por las emociones y la fantasía.
Susannah se había pasado buena parte de su vida pidiendo perdón por las locuras de su madre y ahora pedía perdón por las locuras de su marido.
—¿Estás bien, bonita? —le preguntó Delia.
—Sí —mintió Susannah decidiendo que para convencer a la propietaria del local lo mejor que podía hacer era comer—. La verdad es que me está dando hambre. Tráeme lo de siempre y de postre mi tarta preferida —añadió refiriéndose a la tarta de fresas y ruibarbo.
En cuántas ocasiones le había pedido la receta secreta de aquella tarta y Delia se había negado a dársela.
Delia suspiró satisfecha, tomó nota de lo que quería desayunar Ellie y se dirigió a la cocina.
—Estás pálida como la pared —comentó Ellie una vez a solas con su amiga.
—Sí, no es para menos. Mira, todos sabemos que JD siempre ha sido un poco salvaje. Para serte sincera, precisamente, por eso me enamoré de él. Creo que sus locuras me recuerdan a mi madre. ¿Te acuerdas de lo estrafalaria que podía llegar a ser? Era una mujer llena de vida. ¿Te acuerdas de aquel descapotable rosa que mi padre le compró y lo que le gustaba pasearse por ahí con él? Sin embargo, lo que ha hecho JD ahora… ha hecho otra fiesta salvaje de ésas.
—Nada nuevo bajo el sol.
—Ya.
Lo malo había sido que la casa en la que vivía con JD, Banner Manor, lo era todo para Susannah, que soñaba con devolverle el esplendor que había tenido en otra época. Su hermana y ella habían nacido allí y, aunque era cierto que estaba un poco aislada, contaba con un robledal maravilloso y Susannah había querido seguir viviendo en ella después de la muerte de sus padres. Para entonces, June se había ido vivir a la ciudad con su marido, Clive, con quien tenía dos hijas.
Así que, tras casarse con ella, JD se había ido a vivir allí también. Ni siquiera habían hablado del tema. Tampoco habían hablado de otras muchas cosas. Ni de tener hijos ni del dinero. Teniendo ella dieciocho años y él veintidós, lo único que querían era estar todo el día en la cama.
—¿Qué ha pasado esta vez? ¿Otra vez te han quemado la tapicería de los sofás del salón?
Susannah tragó saliva. Ojalá hubiera sido solamente eso.
—Sabes que he estado en un seminario de dos días en Bayou Blair, ése del que me hablaste, el de cómo crear tu propia empresa.
—Sí, claro que lo sé.
—Bueno, he vuelto esta mañana y he parado en casa antes de venir a desayunar contigo. Quería ver a JD y dejar el equipaje.
Hacía muchos años que no estaba tanto tiempo fuera de casa y la triste verdad era que le había gustado. Lo único malo había sido que el seminario había sido en la misma ciudad a la que su marido y ella se habían escapado para casarse.
—Y te la has encontrado llena de gente, no me digas más.
—Exacto. ¿Cómo lo sabes?
—El sheriff Kemp se acaba de ir. Le estaba contando a Delia que anoche le llamaron para quejarse del ruido que había en tu casa.
—¿Cómo es posible? ¡Pero si mi casa está en mitad de la nada!
—Ya, pero Gladys Walsh pasó por allí y llamó a la policía para decir que salían ruidos muy extraños de la casa —contestó Ellie refiriéndose a la cotilla del pueblo.
—Madre mía. Lo único que falta es que a Mama Ambrosia se le ocurra empezar a ver fiestas en su bola de cristal y se comunique por telepatía con los cotillas —suspiró Susannah—. Ya no puedo más —añadió con un nudo en la garganta—. Se supone que JD es un hombre hecho y derecho y que debería sentar la cabeza —añadió echando de menos la vida tranquila que solían llevar antes de que JD se hiciera famoso.
—Ya sabes que está sometido a mucha presión —le recordó Ellie.
—Sí —contestó Susannah.
Durante los últimos seis años, aquel hombre se había convertido en una celebridad, pero mucha gente ya no quería saber nada de él. Por ejemplo, Robby Robriquet, novio de Ellie y su mejor amigo hasta hacía poco tiempo.
—Cuando me casé con él, nos acostábamos cada cinco minutos, quería formar una familia con él a pesar de que todo el mundo me decía que era muy joven. Me hice a la idea de que daría conciertos los fines de semana y se haría cargo de la tienda de pesca de sus padres cuando se jubilaran y se fueran a Florida porque era lo que había hecho durante toda la vida.
Sin embargo, a los dos años de estar casado con ella, JD había contratado a una persona para que se hiciera cargo de la tienda y Susannah no se quedaba embarazada ni por casualidad. El especialista en fertilidad al que habían acudido les había dicho que no eran compatibles.
Susannah cerró los ojos al recordar el día en el que JD y su grupo habían ido a un programa de la televisión nacional. Habían ganado, pero sólo le habían grabado un disco a JD. Los demás integrantes del grupo habían comprendido que era el que más talento tenía y no le guardaban rencor, pero, desde entonces, las vidas de JD y de Susannah habían comenzado a acelerarse y, si los últimos rumores eran ciertos, el tercer disco de su marido estaba nominado a un prestigioso premio musical.
—Se ha vuelto un hombre muy egocéntrico —recapacitó Susannah en voz alta—. A veces, tengo la sensación de que no lo conozco de nada.
Había noches en las que Susannah se quedaba sentada en el coche a la entrada de su propia casa, sin ganas de entrar, con la sensación de que las peores fuerzas del mundo estaban dentro, intentando llevarse el alma de JD, que no podía hacer nada por impedirlo.
—Cuando he llegado esta mañana a casa, me he encontrado la puerta de la habitación de mis padres abierta. Ya sabes que le pedí a JD que no dejara entrar en esa habitación a sus amigos —añadió refiriéndose a los músicos, al cámara y a la publicista que vivían con ellos en aquellos momentos—. Es lo único que le he hecho prometer en la vida —añadió pensando en la cantidad de veces que se había encontrado en su cocina rodeada por gente a la que no conocía de nada.
—Fui testigo de aquella conversación —contestó Ellie—. También estaba allí esa mujer, esa que es alta y guapa como una modelo.
—Sí, Sandy Smithers —contestó Susannah refiriéndose a la supuesta cantante de un grupo que había ido para ayudar a JD con nuevas letras—. Hasta esta mañana, creía que estaba con el guitarrista rubio.
—¿Con Joel Murray?
—Sí —asintió Susannah—. Esta mañana me he encontrado a Laurie…
—¿A Laurie?
—Con él en la cama de mis padres –concluyó Susannah sintiendo nauseas.
—¿Laurie tu sobrina de quince años?
—Sí.
—¡Eso es abuso de menores!
—No se había acostado con él. Todavía. Sólo estaban… bueno… ella todavía llevaba las bragas puestas aunque él estaba desnudo.
—¿Y qué has hecho?
—Gritar como una loca, echarlo a él al pasillo y decirle a Laurie que se vistiera y que me esperara en el coche. Después de eso, he ido a mi habitación…
—¿Y?
—Oh, Ellie, JD estaba en la cama con esa Sandy Smithers.
—¡Oh, no!
Susannah sintió que el corazón le daba un vuelco y que le faltaba la respiración.
—Sí, ha sido horrible, me he puesto a gritar… no sé lo que he dicho… me he quedado tan alucinada que… la cosa es que ella se ha envuelto en la sábana y ha salido corriendo.
—¿Estaba desnuda?
—Completamente. Cuando ella se ha ido, JD se ha levantado de la cama y yo le he dicho… –se interrumpió Susannah deseando poder volver atrás.
Si JD la hubiera acariciado, como en otras ocasiones, todo se habría arreglado. Seguro que había una explicación para que Sandy estuviera en su cama. ¿Ah, sí? ¿Cuál?
—Susannah, ¿qué le has dicho? –insistió Ellie.
—Le he dicho que me iba —concluyó Susannah entristecida—. Le quiero mucho, pero ya no puedo más, Ellie. No tendría que haber aguantado tanto.
—Es cierto, pero no has tenido opción.
Era cierto que JD siempre había sido suyo y que ella siempre había sido de JD. Ya de niños los dos sabían que iban a terminar juntos. Aunque al principio JD le tiraba de las trenzas en el colegio e intentaba verle las braguitas cuando se subía a los árboles como un chicazo. Luego, de adolescentes, había hecho el papel de hermano mayor y había defendido su honor y, para terminar, había empezado a tocarla como ningún otro hombre la había tocado jamás, demostrándole que el sexo no era solamente la fusión de dos cuerpos.
Sería química o sería magia, pero lo cierto era que, por muchos hombres con los que se cruzara en la vida, Susannah no sentía el pulso acelerado, el temblor en las rodillas y el cosquilleo en la entrepierna.
Con sólo pensar en él, en hacer el amor con él, sentía la adrenalina corriéndole por el cuerpo, escalofríos por la columna, los pezones erectos y la entrepierna húmeda.
Lo cierto era que podía llegar al orgasmo con sólo pensar en él, en aquel hombre que la había engañado a pesar de que se suponía que iba ser el padre de sus hijos.
A pesar de que se habían distanciado hacía un tiempo, Susannah no se podía imaginar la vida sin él. ¿Cómo iba a hacer sin poder abrazarlo por las noches? Claro que su matrimonio ya se había roto hacía tiempo. Aunque, a veces, la chispa se volvía a encender y las llamas los devoraban a ambos y ella creía que el distanciamiento se había terminado, pero no era cierto y siempre volvía a sufrir.
—Mi madre solía decir que el secreto del amor es aprender a olvidar —murmuró a pesar de que no creía que fuera a ser capaz de olvidar que había visto a su marido con otra mujer en la cama.
—¿Dónde está Laurie ? —le preguntó su amiga.
—La he dejado en casa de mi hermana, que creía que había dormido en casa de una amiga. Tendrías que ver cómo iba vestida, con una minifalda cortísima, botas altas y un tatuaje falso de una calavera en el muslo.
—Eso son las malas influencias de JD. ¿Se ha enterado ella de que has visto a JD en la cama con otra?
Susannah negó con la cabeza y se mordió los labios para no llorar. Había sospechado durante años que su marido le era infiel y ahora…
—¡Aquí tenéis! —exclamó Delia dejando sobre la mesa dos platos llenos de comida—. Coméoslo todo, que no tenga que fregar los platos.
—¡Ellie! —exclamó Susannah cuando su amiga se quitó las gafas de sol—. ¡Tienes los ojos completamente rojos! Has estado llorando.
—Toda la mañana.
—Lo siento mucho. He llegado tan preocupada por lo de JD que no me he dado cuenta. ¿Qué te pasa? Creía que todo te iba fenomenal. La semana que viene tu padre va anunciar que te vas a quedar con la dirección de la empresa familiar cuando se jubile, ¿no?
—Sí, Robby me había prometido que, cuando mi padre hiciera ese anuncio, le contaríamos lo nuestro y después nos pasaríamos toda la noche haciendo el amor.
Susannah se quedó mirando a su amiga, escuchándola atentamente.
—¿Y?
—Resulta que, cuando me ha despertado esta mañana, me ha dicho que mi padre le ha ofrecido ese puesto a él.
—¿Cómo? —se estremeció Susannah.
Robby había comenzado a trabajar para el padre de Ellie nada más terminar la universidad.
—He llamado a mi padre y me ha dicho que es verdad. Robby me lo podría haber contado anoche, pero no me dijo nada… y yo allí, como una tonta, bromeando con que dentro de poco iba a ser su jefa.
—¿Y él ha aceptado?
—Sí, me ha dicho que deberíamos casarnos y que yo debería dejar de trabajar para ser madre y formar una familia.
—¡Será asqueroso! —exclamó Susannah, que sabía que Robby sólo llevaba un año trabajando en la empresa del padre de Ellie.
Sabía perfectamente que su amiga había tomado todas las decisiones de su vida teniendo en cuenta que algún día dirigiría la empresa familiar. A diferencia de ella, que había decidido ser ama de casa, Ellie había ido a la universidad a estudiar Económicas y Estadística y se había sacado la carrera ayudando a su padre a llevar adelante la empresa familiar mientras que sus hermanos se lo pasaban en grande faltando a clase.
—¿Y qué vas a hacer?
—Me voy a Nueva York. Pienso abrir una empresa de encuestas para hacerles la competencia a mi padre y a Robby —contestó Ellie poniéndose muy seria.
¿Ellie iba a dejar novio y empresa? Por supuesto, le saldría bien.
—Vente conmigo —la animó.
—¿A Nueva York? ¿Y qué haría yo allí?
Los únicos títulos que tenía eran el de graduado escolar y el diploma del seminario de dos días del que acababa de volver. Lo único que quería en la vida era quedarse en su casa y tener hijos.
—Podrías volverte a enamorar —contestó Ellie—. Por lo menos, tendrías oportunidad de acostarte con otros hombres.
—Tú no conseguiste olvidarte de Robby siguiendo ese método —le recordó—. Pero tienes razón, será más fácil divorciarme de él si no lo veo.
—Si te quedas aquí, te hará cambiar de opinión.
Sí, era cierto. La besaría, la mordisquearía por el cuello, la desnudaría murmurándole cosas bonitas al oído y, para cuando le hubiera quitado las braguitas, haría lo que él quisiera.
Eso era lo que había sucedido cada vez que había amenazado con abandonarlo, lo que, últimamente, sucedía más o menos una vez a la semana.
—Le odio —murmuró.
—Lo menos que puedes hacer es divorciarte de él.
—Lo único que quiero es recuperar mi casa y sí, tienes razón, me irá bien acostarme con otros hombres. Con cualquiera, la verdad.
—Yo me voy a acostar con todos los que pueda —le aseguró Ellie.
Susannah se imaginó la cantidad de hombres que tenía que haber Nueva York. Podría elegir.
—Tampoco tienen por qué ser los más guapos.
—No, con que sean monos es suficiente. Lo único que queremos es olvidarnos de JD y de Robby.
—No podría soportar ver a JD hacer las maletas —admitió—. Me daría pena y terminaría acostándome con él.
—Tienes dinero porque sigues gestionando sus finanzas, ¿no?
—Sí, pero no quiero el dinero de JD.
—Podemos compartir casa hasta que abandone Banner Manor —propuso Ellie—. Te puedo dejar dinero hasta que la casa esté libre.
—La verdad es que no me hace ninguna gracia que se quede en la casa —confesó Susannah.
Y menos que la compartiera con Sandy.
Susannah se dijo que daba igual.
—No será mucho tiempo. JD no necesita esa casa y es tuya legalmente. Tus padres te la dejaron a ti. Seguro que no tardará en irse.
Susannah se dijo que, para entonces, ya se habría acostado con unos cuantos hombres y se habría olvidado de JD.
—Ojalá no fuera tan… —se lamentó buscando las palabras exactas—. Es un macho alfa. ¿Sabes?
—Sí, exactamente igual que Robby. Son los alfas del delta.
Susannah sonrió ante el juego de palabras de su amiga, pero la sonrisa se evaporó rápidamente al oír el rechinar de unos neumáticos en el asfalto. Ellie y ella miraron por la ventana y vieron pasar una furgoneta negra último modelo a toda velocidad.
—Era JD —murmuró Susannah—. Algún día se va a matar conduciendo así.
—Y, si no se mata en coche, se matará en barco —contestó Ellie, refiriéndose al yate que se había comprado JD.
—Oh, Ellie, ¿por qué ha cambiado tanto? —se lamentó Susannah.
—Por la fama. Es cierto que ha cambiado mucho. Antes no era así. Antes era una de las mejores personas que he conocido en mi vida.
De repente, Susannah se dio cuenta de que en el asiento trasero del coche de su amiga había maletas.
—¿Ya has hecho el equipaje? —se extrañó.
—Sí, mi avión sale dentro de una hora. He venido a despedirme de ti.
Susannah sentía que se encontraba en una encrucijada. Por una parte, seguía enamorada de JD, pero, por otra, se merecía una vida más estable con un hombre que no la traicionara.
—Debe de ir a casa de mi hermana —recapacitó—. Venga, vamos, tenemos el tiempo justo de entrar en mi casa y meter unas cuantas cosas en la maleta.
—¿De verdad?
—Sí, Ellie, me voy contigo.
Ambas mujeres dijeron a la vez la misma frase que solían decir siempre que empezaban algo importante y que las dos llevaban grabada en el colgante que llevaban al cuello.
—Recuerdas cuando…
Podían imaginarse la una a la otra diciéndose: «¿Recuerdas cuando estábamos sentadas en la cafetería de Delia el día que dejamos a JD y a Robby?».
Se agarraron de los dedos meñiques, cerraron los ojos y pidieron cada una un deseo en silencio. Para terminar, pagaron lo que habían comido y se encaminaron a la puerta.
—¡No habéis terminado de comer! —exclamó Delia—. ¿Adónde vais con tanta prisa?
—A correr aventuras —contestó Susannah tomando a su amiga Ellie del brazo y saliendo de la cafetería con decisión.