Marcado por su pasado - Maggie Cox - E-Book
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Marcado por su pasado E-Book

Maggie Cox

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Beschreibung

Lo que tocaba lo convertía en oro... Drake Ashton sobrevivió a una infancia carente de cariño y de cualquier privilegio para terminar convirtiéndose en un arquitecto famoso en el mundo entero. Con una casa en Mayfair y dinero más que suficiente para comprar todo lo que pudiera desear, había conseguido dejar atrás su pasado. Hasta que tuvo que regresar a la localidad en la que nació... Layla Jerome se había visto atrapada antes por el lado más oscuro de la riqueza, por lo que un hombre con dinero no bastaba para impresionarla. Por lo tanto, cuando Drake se presentó en su pequeña ciudad como la personificación misma del rey Midas, se mostró decidida a no dejarse seducir.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Maggie Cox. Todos los derechos reservados.

MARCADO POR SU PASADO, N.º 2233 - mayo 2013

Título original: What His Money Can’t Hide

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3054-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Es todo esto tal y como lo recordaba, señor Ashton?

La inocente pregunta de Jimmy, el chófer, mientras conducía a Drake a través de un lugar que no le resultaba grato, lo desgarró por dentro. Sí, el lugar en el que nació seguía siendo tan aburrido y deprimente como lo recordaba. Su memoria no le había mentido.

Miró a través de los cristales tintados del vehículo y vio los ruinosos edificios y el ambiente de desesperación que flotaba en el aire. Entonces, experimentó una sensación en la boca del estómago que se parecía mucho a las náuseas. ¿Acaso estaba loco pensando en regresar a aquel lugar cuando allí solo había experimentado sufrimiento y dolor? Resultaba increíble que él hubiera accedido a que su estudio de arquitectura aceptara un contrato del ayuntamiento de aquella localidad para construir unas viviendas de precio asequible y de una estética agradable que sirvieran para atraer nuevos residentes a la zona.

Él lo atribuía a un momento de locura. Ni siquiera podía entender por qué nadie en sus cabales querría vivir en aquel agujero. Mientras sus ojos grises observaban las deprimentes escenas que pasaban por delante de ellos, los dolorosos recuerdos del pasado se los llenaron de lágrimas.

Salió de su ensoñación y se dio cuenta de que Jimmy seguía esperando una respuesta.

–Sí, siento decir que sigue siendo exactamente igual de como lo recordaba.

–Ciertamente le vendría bien que le lavaran un poco la cara –respondió Jimmy mirándolo a través del retrovisor.

–¿Dónde te criaste tú, Jimmy? –le preguntó Drake.

–Nací y crecí en Essex. Mi familia no tenía mucho dinero, pero conseguimos salir adelante. Hubo de todo, sonrisas y lágrimas –respondió con una sonrisa.

Drake se obligó también a sonreír. Le habría gustado decir lo mismo de su infancia, pero, después de que su madre los abandonara, no había habido muchas sonrisas en su casa. Lo había criado su padre, pero lo había hecho con ira y resentimiento, lo que había enseñado a Drake a no exigir nunca demasiado. Incluso las peticiones más básicas enfurecían a su padre y lo transformaban en un ser especialmente cruel. Por eso, Drake aprendió muy pronto a ser autosuficiente y a encontrar sus propios recursos. No le había quedado más remedio.

Se inclinó hacia el asiento del conductor y le indicó con la mano.

–Detente al final de la calle principal y luego vete a aparcar, Jimmy. Acabo de ver una cafetería y necesito un café y algo para comer. También tengo que revisar algunos papeles. Dame al menos un par de horas. Luego te llamaré para que vengas a recogerme.

–Por supuesto, señor Ashton. ¿Quiere llevarse el periódico?

–Gracias.

El aroma del café actuó como el canto de una sirena. Lo hizo entrar en la cafetería que había visto al pasar. Años atrás, cuando tan solo era un niño, aquel edificio había albergado la tienda de periódicos donde su padre compraba la prensa y el tabaco y, más tarde, cuando se convirtió en un pequeño supermercado, también las latas de cerveza...

Aquel amargo recuerdo amenazaba con estropearle el desayuno, por lo que lo apartó de su cabeza con la misma precisión con la que eliminaba los e-mails no deseados de la bandeja de entrada de su correo electrónico. Entonces, se centró en la amplia selección de bollos, cruasanes y magdalenas que se ofrecía. Su estómago comenzó a protestar por el hambre.

Normalmente, desayunaba un café instantáneo y una tostada quemada porque siempre tenía prisa. Decidió que debía contratar un ama de llaves que supiera cocinar. La última que había tenido era una maniática de la limpieza, pero no sabía cocinar, razón por la que Drake la había despedido. Aquella mañana, necesitaba algo más consistente, sobre todo por lo que tenía que hacer. Fuera lo que fuera lo que sentía sobre la ciudad que lo vio nacer, consideraría aquella visita con su habitual distancia profesional. Después de todo, estaba allí para echar un vistazo imparcial. Era lo primero que había que hacer antes de empezar el trabajo con otros profesionales en la regeneración de una zona que estaba agotada y abandonada.

Al principio, había rechazado la idea cuando se le propuso. Sus recuerdos de la zona no albergaban ningún sentimiento que deseara volver a experimentar. La mayor parte de su trabajo se había realizado en el sector privado y, hasta aquel momento, Drake se había mostrado dispuesto a que siguiera siendo así. Después de todo, de ese modo se había hecho muy rico y había logrado apartarse de los rigores de su infancia y de su juventud. No obstante, había decidido aceptar aquel encargo como una especie de catarsis, como una oportunidad de borrar para siempre aquella dolorosa parte de su pasado. Además de regenerar la ciudad en la que había crecido, Drake tenía la intención de demoler la que había sido su casa y construir algo mucho más hermoso en su lugar.

Su cruel padre llevaba ya mucho tiempo muerto, pero aquel pequeño gesto ayudaría a Drake a liberarse de las ataduras que aún le unían a su progenitor. Se imaginaba enfrentándose a él cara a cara y diciéndole que, a pesar del modo tan despreciable en el que lo había tratado de niño, no le iba a permitir que siguiera marcando su vida. Sí, demolería la casa y erigiría algo en su lugar que fuera testimonio del único miembro de la familia que tenía un poco de integridad.

Ese sentimiento lo había empujado a aceptar aquel encargo y a tratarlo como cualquier otro proyecto de los que aceptaba. Tenía la intención de aplicar sus habilidades y sus conocimientos para conseguir que aquella zona se convirtiera en un lugar completamente diferente.

Hasta aquel momento, había creído que el mejor modo de enfrentarse a los tristes recuerdos de su infancia era relegarlos al pasado y tratar de olvidarlos. Eso no siempre funcionaba, pero, al menos su política de centrarse únicamente en lo que tenía delante de él lo había ayudado a conseguir logros que estaban más allá de lo que siempre había soñado...

–Buenos días. ¿Qué le pongo?

Drake levantó la vista y se encontró con el par de ojos castaños más brillantes que había visto en toda su vida. Se quedó simplemente hipnotizado. No podía pensar. La dueña de aquellos ojos era una chica de una belleza arrebatadora. Estaba vestida muy sencillamente con una camiseta granate que portaba el logotipo de la cafetería y unos vaqueros. Un delantal azul marino le ceñía la estrecha cintura. Aquellas ropas tan comunes enfatizaban aún más lo encantadora que era.

Llevaba el cabello oscuro recogido en una coleta. Sus rasgos eran sublimes. El único rastro de maquillaje que Drake podía detectar era una ligera línea oscura que le delineaba las pestañas inferiores. Le pareció muy refrescante. Muchas mujeres se visten para ir a trabajar como si fueran a salir de fiesta. También se percató de que se parecía un poco a la actriz italiana que tanto admiraba... a excepción de que la mujer que tenía delante era mucho más hermosa.

Drake no estaba en absoluto preparado para el placer que se apoderó de él. La miró fijamente y se sintió como si se estuviera ahogando en aquellos ojos. No podía apartar la mirada. Parecía un adolescente.

–Me gustaría un café largo americano, un par de cruasanes y... ¿tiene algo salado, como un panini? Hoy tengo mucha hambre.

Ella abrió los ojos como si le hubiera hecho gracia aquel comentario, pero rápidamente apartó la mirada.

–No tenemos paninis, pero le podría preparar un cruasán tostado con beicon, o incluso con huevos y beicon.

Cuando ella volvió a mirarlo, Drake vio que la sonrisa cortés que ella le ofrecía estaba muy contenida. ¿Se habría dado cuenta del efecto que había producido en él? Una mujer tan hermosa como ella debía de ser blanco de la atención de los hombres constantemente. Seguramente estaba harta de que así fuera. No era de extrañar que se mostrara tan distante.

–Creo que tomaré el cruasán con beicon.

–Está bien –dijo. Se puso a preparar el café, pero, entonces, lo miró durante un instante pasajero antes de centrarse de nuevo en la cafetera–. ¿Por qué no se sienta en una de las mesas? Yo le llevaré lo que ha pedido en cuanto lo tenga preparado.

–Claro. Gracias.

Aquella mañana de septiembre, el café no estaba particularmente lleno. Un café situado en la calle principal de cualquier ciudad debería tener más clientes para tener beneficios. Además, se había dado cuenta de que los precios que había visto en el menú eran demasiado bajos. Resultaba evidente que el dueño no sabía cómo llevar su negocio.

Frunció el ceño. De repente, se sintió culpable. Aquella ciudad no había prosperado mucho a lo largo de los años. Se dio cuenta de lo afortunado que era de haber podido escapar de la pobreza que atenazaba a la gente que vivía en la zona y que, ciertamente, no iba a mejorar dado el actual clima económico.

Se sentó por fin en un rincón y se mesó el cabello castaño claro. Una vez más, vio que su atención se veía atraída por la atractiva camarera.

De repente, la irritación se apoderó de él. Normalmente, nada le hacía apartar la atención de su trabajo, pero, en aquellos momentos, sentía deseos de centrarse tan solo en ella. Por lo tanto, no sacó inmediatamente de su maletín los planos que le habían dado en el ayuntamiento. Se limitó a examinar el periódico que Jimmy le había ofrecido, pero, de vez en cuando, su mirada regresaba irremediablemente a la camarera.

Debido a su éxito como uno de los arquitectos más famosos del país, Drake jamás se había visto privado de atención femenina, pero habían pasado ya seis meses desde que Kirsty, con la que había estado saliendo algo menos de un año, rompiera con él, tras decir de él que era muy egoísta y que estaba demasiado obsesionado con el trabajo como para cumplir los sueños que ella tenía de matrimonio e hijos. Drake no había negado aquella acusación. En realidad, le había sorprendido que duraran tanto. Normalmente, sus relaciones con las mujeres no duraban más de tres o cuatro meses.

La verdad era que a Drake no le interesaba el compromiso. Prefería tener su libertad. El único problema era que tenía una libido muy activa y no le gustaba tener relaciones solo por el sexo. La relación que había tenido con su ex no había sido perfecta, pero había echado de menos a una mujer que le calentara la cama en los últimos meses.

–Aquí tiene –le dijo la muchacha con otra cautelosa sonrisa, mientras le colocaba el café y los cruasanes sobre la mesa–. Que aproveche.

Con eso, se dio la vuelta para regresar a su puesto lo más rápidamente posible.

–¿Cómo se llama? –le preguntó Drake antes de que pudiera contenerse.

Ella se tensó visiblemente.

–¿Por qué?

–Siento curiosidad –respondió él encogiéndose de hombros.

–¿Y cómo se llama usted? –le preguntó ella en tono desafiante.

–Drake.

–¿Es ese su nombre o su apellido?

–Me llamo Drake Ashton.

–Por supuesto... –dijo ella abriendo los ojos de par en par, como si de repente hubiera caído en algo–. Usted es el famoso arquitecto que va a rehabilitar toda esta zona creando unas casas bonitas a buen precio.

–Bueno, yo solo no. Hay otras personas implicadas.

–Sin embargo, si nos podemos fiar de lo que dicen los periódicos locales, usted es el que ha atraído todo el interés. Un chico de aquí que ha llegado a lo más alto. Eso es lo que están contando.

–¿Sí? –preguntó él mientras se reclinaba sobre el sofá rojo para mirarla mejor–. Entonces, dado que yo nací aquí, justifica que esté interesado en esta zona. ¿No está de acuerdo conmigo, señorita...?

Drake recorrió la camiseta de la joven buscando una chapa que portara su nombre. No la encontró, pero no pudo apartar la mirada de los firmes y altos pechos que la camiseta roja hacía destacar.

–Las motivaciones que usted tenga no son asunto mío. Le ruego que me disculpe si ha considerado que he sido grosera –añadió. Entonces, se sonrojó un poco y se encogió de hombros–. Lo siento, pero ahora debo volver a mi trabajo.

–Aún no me ha dicho su nombre. Y, por si no se había dado cuenta, aparte de mí, solo hay otros tres clientes en este café. No es que esté demasiado ocupada esta mañana.

Ella se sonrojó una vez más.

–Me llamo Layla Jerome y, tanto si el café parece lleno como si no, tengo que volver a mi trabajo. No me limito a servir en la barra. En un café, hay muchas cosas que hacer. Dijo que tenía hambre. Pues es mejor que se tome su café y se coma sus cruasanes antes de que se le enfríen.

Sin más, ella se marchó a la barra. No ocultó su alivio cuando una clienta con un niño pequeño entró en el café.

Layla... El hermoso nombre encajaba a la perfección con su aspecto exótico. Drake sonrió y se llevó la taza a los labios antes de empezar a comer. Antes de que se marchara del café, tenía la intención de conseguir su número de teléfono. Así, conseguiría que su día fuera mucho mejor de lo que había anticipado.

Los otros tres clientes y la mujer con el niño se habían marchado ya. Sin embargo, aquel hombre seguía allí, sentado, absorto en lo que parecían ser unos planos. Layla lo sabía porque él la había llamado para pedirle otro café. Al ver que él no trataba de entablar de nuevo conversación, había respirado aliviada. Sin embargo, el seductor aroma que emanaba de él comenzó a turbarla. Desde entonces, se sentía ligeramente mareada.

La otra cosa que la había turbado había sido la mirada teñida de curiosidad y diversión que sus ojos grises le habían dedicado cuando le llevó el café. ¿Por qué había tenido que hacer eso? ¿Acaso se pensaba que ella caería rendida a sus pies tan solo porque él le hubiera dedicado una sonrisa? Le molestaba que siguiera pensando en ello, en especial porque sabía que no era así. La experiencia que tenía de los hombres como él, de los hombres ricos, guapos y seguros de sí mismos, que parecían pensar que tenían derecho de decirle lo que quisieran a las mujeres como ella, no la había ayudado a sentirse mejor en su compañía y tampoco hacía que pudiera confiar en ellos.

Desgraciadamente, había llegado a aquella conclusión de la manera más dura. Por eso había dejado su prestigioso trabajo como ayudante personal de un ambicioso broker y había regresado a su casa para trabajar en el café de su hermano Marc. Prefería la vida sencilla que llevaba en aquellos momentos.

Su cambio de trabajo había supuesto menos ingresos y también la pérdida de contactos que la hubieran podido ayudar a progresar en su carrera. Sin embargo, para Layla, lo mejor de haber dejado su vida en Londres era que trabajaba para alguien en quien confiaba. A cambio, su hermano Marc la respetaba y la valoraba, al contrario del mentiroso de su jefe, que le había arrebatado todos su ahorros con la promesa de una oportunidad para ganar mucho dinero, tanto que hubiera resuelto su vida. No había sido así.

Había perdido los ahorros que tanto le había costado ganar. La experiencia le había enseñado a ser más cautelosa. No tenía intención alguna de volver a actuar de aquel modo.

Con un suspiro, miró a Drake Ashton. Él seguía concentrado en sus planes mientras mordisqueaba el lápiz que tenía entre los dedos. Aquella imagen le hizo pensar a Layla en un muchacho haciendo sus deberes. La compasión que se apoderó de ella la sorprendió. Aquel elegante y guapo arquitecto era seguramente el último hombre sobre la faz de la Tierra que necesitaba su compasión.

Los periódicos locales habían dicho que tenía reputación de ser muy duro. También decían que él vivía en una casa que valía millones en Mayfair, además de poseer propiedades en el sur de Francia y en Milán, y que había amasado su fortuna diseñando lujosas casas para los ricos y famosos. Sin duda, estaba acostumbrado a tomarse un café en lugares más elegantes y glamurosos que aquella pequeña cafetería.

Se pasó la mano por el cabello con un gesto de irritación. ¿Y por qué tenía que importarle a ella dónde se tomara el café aquel hombre? Sin embargo, lo que sí le preocupaba era que pudiera informar al ayuntamiento y al resto de las personas que trabajaban para él de que aquel pequeño y triste café no tenía demasiados clientes y que, por lo tanto, debía cerrarse para construir un negocio mucho más lucrativo.

El miedo se apoderó de ella. El café lo era todo para su hermano Marc. Si él se enteraba de que su hermana no había sido demasiado amable con el famoso arquitecto y que, prácticamente, había saboteado sus oportunidades de inversión porque aún estaba dolida por su mala experiencia del pasado, se pondría furioso con ella.

Recordó las reuniones con los representantes del ayuntamiento a las que su hermano y ella habían asistido para enterarse de los planes que había para la regeneración de la ciudad. Habían enfatizado que todos debían ser tan colaboradores como pudieran... Ciertamente, ella no lo había sido con el arquitecto. ¿Había alguna posibilidad de que pudiera mejorar la impresión causada sin comprometerse?

–Layla...

Se sobresaltó cuando el hombre volvió a llamarla. Se pasó la mano por los labios y se dirigió hacia la mesa.

–¿Le apetece más café? –le preguntó con voz muy cortés y una brillante y agradable sonrisa.

–Dos tazas es mi límite –respondió él observándola muy atentamente–. Si no, me pondré demasiado nervioso como para poder pensar siquiera. Por lo tanto, no... no quiero más café. ¿Te podrías sentar un minuto? Me gustaría hablar contigo.

Layla tragó saliva y sintió que el pánico se apoderaba de ella. A pesar de sus deseos por causar una mejor impresión, su mirada buscó automáticamente una manera de escapar. Tal vez un nuevo cliente o incluso su hermano Marc que regresara al café. No tuvo tanta suerte.

–¿Y si entra un cliente? Se supone que estoy trabajando.

–Estoy seguro de que me puedes dedicar un par de minutos de tu tiempo. Por supuesto, si entra un cliente debes ir a atenderlo, pero ahora no hay nadie. Quiero preguntarte tu opinión sobre una cosa.

–¿Sí?

–Siéntate, Layla, por favor. El hecho de que estés de pie me pone nervioso. ¿Rellenaste tú por casualidad uno de los cuestionarios que el ayuntamiento envió a los habitantes de esta zona?

El alivio de Layla fue palpable. Aquel hombre quería preguntarle por la rehabilitación de la ciudad. Nada más.

Se sentó frente a él y se colocó las manos sobre el regazo.

–Sí, claro.

–Bien. ¿Te importaría compartir conmigo qué fue lo que contestaste a la de «¿qué mejoras cree usted que son más necesarias en esta ciudad?».

Aquel hermoso rostro, con sus rasgos esculpidos y masculinos, tenía un aire muy serio y profesional.

–¿Usted va a diseñar principalmente viviendas nuevas?

–Sí, pero tengo otros objetivos. Se me ha pedido que me ocupe no solo de las viviendas sino también de otros edificios que pudieran beneficiar a la comunidad en general.

–Eso me suena a gloria. En mi opinión, lo que esta ciudad necesita son más instalaciones para los jóvenes, en particular para los adolescentes. La razón por la que muchos adolescentes están en las calles es que no tienen ningún sitio al que ir para divertirse. Son demasiado jóvenes para ir a los bares y, francamente, no necesitan ir a beber porque el alcohol se vende muy barato en los supermercados y ya causa problemas. No. Lo que necesitan es un lugar específicamente para ellos. Los que están al mando de esta ciudad no se toman el tiempo necesario para conocer a esos chicos y saber cómo son, pero se dan mucha prisa en juzgarlos y etiquetarlos. Necesitan un lugar al que puedan ir para escuchar música juntos, para jugar al billar. Eso sería fantástico. Podríamos pedir voluntarios para ayudar en su funcionamiento. Así, se juntarían varias generaciones y eso nos beneficiaría a todos.

–Parece que te interesa mucho el tema.

–Sí. Resulta estupendo que haya tantas campañas para ayudar a los ancianos, pero los jóvenes también necesitan ayuda. ¿No le parece?

Al recordar su propia juventud, en la que él también había anhelado un lugar al que poder ir para olvidarse de su infeliz vida en casa, Drake estuvo completamente de acuerdo con ella. El tono apasionado de voz que había utilizado para defender su opinión hizo que Drake la observara bajo una nueva perspectiva y que sus deseos por conseguir el número de teléfono de Layla fueran aún mayores. No era habitual encontrarse con personas a las que les preocupara tanto el bienestar de otros y tampoco estaba mal que ella fuera tan guapa...

–Estoy completamente de acuerdo. En los próximos días, voy a mirar algunos terrenos para construir nuevos edificios y te aseguro que tendré en cuenta lo que me has dicho. Por supuesto, puedo hacer recomendaciones, pero la decisión de crear un club para los jóvenes o algo similar la tiene el ayuntamiento. Ellos son los que tienen que proporcionar el dinero.

–Lo sé, pero un hombre importante como usted... un hombre que creció en esta zona... Tal vez usted podría ejercer algo de influencia. Significaría mucho para los jóvenes que así fuera.

Cuando la puerta sonó, anunciando la entrada de una pareja de ancianos, los dos miraron hacia la entrada.

–Parece que ya tienes clientes –dijo Drake con una sonrisa. Sin embargo, su encantadora acompañante ya se había puesto de pie y estaba de camino hacia el mostrador.

Media hora más tarde, Layla se dio cuenta de que Drake estaba doblando sus planos para meterlos en un elegante maletín de piel. Al ver que él se dirigía hacia el mostrador para hablar con ella, se mordió los labios. Todos sus sentidos se pusieron en estado de alerta. El aspecto de aquel hombre era imponente. Los hombros bajo la elegante chaqueta eran anchos y atléticos. Su físico delgado y musculoso, con largas y fuertes piernas, sugería que todo lo que se pusiera le sentaría bien, tanto si eran los chinos de color gris y la elegante camisa azul que llevaba puestos en aquellos momentos o unos vaqueros y una camiseta. De repente, todo lo que se refería a él le llamaba la atención.