Triste traición - Maggie Cox - E-Book

Triste traición E-Book

Maggie Cox

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Beschreibung

Después de una apasionada aventura y de una triste traición, no deseaba volver a ver a aquella mujer nunca más… Cuatro años después de abandonarlo, Caitlin Burns se reencontró con Flynn Mac Cormac y le dio una impresionante noticia: tenían una hija en común. Flynn no podía perdonarle que le hubiera ocultado la existencia de la niña y no iba a permitir que lo abandonara una segunda vez, por lo que le exigió que se fuera a vivir con él a su ancestral mansión familiar. Allí criarían juntos a su hija y Flynn disfrutaría de nuevo del cuerpo de Caitlin. Quizá no confiara en ella, pero sabía que entre ellos había una pasión que nada podría destruir…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2008 Maggie Cox

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Triste traición, n.º 1862 - noviembre 2024

Título original: The Rich Man’s Love-Child

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410742314

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Qué casa tan bonita!

–Sí, cariño.

–¡Y mira los caballos, mamá!

–Sí… también son preciosos.

–¿Podemos montar en ellos?

–No, cielo.

–¿Por qué no?

–Porque no son nuestros.

Caitlin apretó la caliente manita de su hija con la suya, helada. Frente a las ventanillas del taxi de Mick Malone, que había ido a buscarlas al aeropuerto y las llevaba a la casa de su infancia, pasaban a toda velocidad los campos normalmente verdes pero ahora cubiertos de nieve… hectáreas de terreno pertenecientes a una enorme finca.

Además de los caballos que intentaban encontrar hierba bajo la nieve, Caitlin vio tejados oscuros y setos altos. Y, en la distancia, el camino que llevaba a una enorme casa de estilo georgiano, una mansión casi palaciega. El camino terminaba en una alta verja de hierro forjado y estaba flanqueado por coníferas, brillantes bajo la fría luz de enero.

Para una niña que había crecido en un diminuto apartamento a las afueras de Londres, aquello tenía que ser un paisaje de cuento, la escena resultaba aún más encantadora por el globo anaranjado del sol que empezaba a ponerse por el oeste…

–¿De quién son?

Sorcha se hallaba inclinada sobre el regazo de su madre para ver mejor a esas criaturas que tanto la habían cautivado, sus ojos verdes estaban llenos de esperanza y desilusión a la vez porque no le estaba prometiendo que podría montarlos.

–Son de una familia que se llama MacCormac.

Su mirada se encontró de repente con la del taxista y Caitlin se encogió un poco en el asiento.

–Seguro que son muy buenas personas para tener unos caballos tan bonitos –ésa fue la conclusión de la niña–. A lo mejor, si se lo pido, nos dejan montarlos. ¿Verdad, mami?

–Estás haciendo demasiadas preguntas, Sorcha.

Fuera o no buena la familia MacCormac, hablar con ellos no estaba en su agenda en aquel momento… aunque ese apellido la hiciera sentir mariposas en el estómago. No, ella volvía a casa por primera vez en cuatro años y medio con la única intención de acudir al funeral de su padre.

–¡Niños! Te vuelven loco, pero no se puede vivir sin ellos –observó alegremente Mick Malone, mirándola por el espejo retrovisor–. Y supongo que será un consuelo para ti, ahora que tu padre y tu madre han muerto.

–Sí, lo es –murmuró Caitlin, deseando que el hombre, un viejo amigo de su padre, no pretendiera seguir charlando hasta que llegasen a la granja en la que había crecido.

Se sentía demasiado triste, demasiado agotada como para hablar con nadie. Necesitaba toda su energía para responder amablemente. Su padre y su madre habían muerto… Parecía imposible.

Apartando la mirada del retrovisor, acarició distraídamente el pelo dorado de su hija, rezando para poder afrontar lo que tuviese que afrontar durante esos días. Además del dolor de perder a su padre, había otra sombra en el horizonte y la angustiaba tener que enfrentarse a ella. Era una sombra que llevaba cuatro años y medio pesando en el corazón de Caitlin.

Y le haría falta toda la ayuda posible para batallar con ese espectro.

 

 

Fue un comentario hecho por un granjero en el café de la localidad, mientras Flynn estaba tomando una cerveza y luchando contra un intrincado y legendario plan de batalla para su último libro sobre la Irlanda mitológica, lo que hizo que prestase atención a la conversación.

–Me han dicho que la hija de Tommy Burns ha vuelto para el funeral. Era una chica muy guapa, así que ahora debe de ser una gran señora.

–Debió de romperle el corazón a Tommy cuando se marchó. Seguro que quería casarla con alguien de aquí para que se quedara en el pueblo. Siendo hija única…

–¿No hubo rumores sobre una relación con el hijo de los MacCormac? El que heredó la finca y prácticamente la mitad del municipio.

–Sí, los hubo.

Flynn se quedó helado. No podría estar más sorprendido si se hubiera declarado la III Guerra Mundial. ¿Caitlin estaba de vuelta en casa? ¿Tom Burns había muerto?

Mirando a los dos granjeros que estaban en la barra de espaldas a él, sin percatarse de su presencia, apretó los labios. No podían darse cuenta de que acababan de detonar una bomba.

Flynn dejó la cerveza a medio terminar sobre la desportillada mesa de madera, se levantó el cuello de la chaqueta de cuero y salió a la calle. Su rostro, de altos pómulos, presentaba un aspecto sombrío, como si estuviera elaborando sus propios planes de batalla…

Pisando la nieve con sus botas se dirigió al Land Rover, preguntándose cómo no había llegado antes a sus oídos la muerte de Tom Burns y el regreso de Caitlin para el funeral. Nada pasaba desapercibido para nadie en aquella pequeña comunidad rural.

¿Habría una conspiración contra él?

El regreso de Caitlin siempre había sido un campo minado después de lo que pasó, aunque él había perdido las esperanzas de volver a verla. Desde luego, su familia esperaba que fuera así. Para ellos, Caitlin, hija de un campesino, vivía en un mundo diferente al rico y poderoso de los MacCormac. El suyo era un mundo que no invitaba ni animaba a la integración, desde luego. Y no se mostraron muy felices cuando empezó a salir con ella.

Pero Flynn no quiso hacerles caso. Ni a su madre, ni a sus tíos, ni a su hermano, ni a la mujer de su hermano. Porque ya se había dejado convencer por las presiones familiares una vez, cuando era más joven, para casarse con una chica de «su entorno social» que terminó quedando embarazada de otro hombre mientras estaba casada con Flynn.

Lo que más le dolía era no haber descubierto que el niño, un niño al que llamaron Danny, no era suyo hasta que tenía seis meses. Fue entonces cuando su mujer le confesó su aventura con otro hombre… del que estaba enamorada, por lo visto. Sólo había seguido viviendo con él por los privilegios de una vida regalada ya que, aparentemente, su amante no era un hombre rico.

Flynn se sintió humillado y ofendido. Durante esos meses se había encariñado mucho con el niño pero, sin otra alternativa que darle a Isabel la libertad que deseaba, terminó con aquella farsa de matrimonio y solicitó el divorcio.

¡Pero cuánto echaba de menos al niño! Cuánto lo echaría de menos siempre.

Antes de descubrir la verdad, Danny había sido su hijo. Su hijo.

Y, después de eso, Flynn juró que jamás volvería a arriesgarse a que lo engañaran.

Había sido tan agradable conocer a una chica tan dulce y poco complicada como Caitlin tras ese doloroso episodio de su vida… Sí, entonces ella era muy joven… tenía sólo dieciocho años cuando se conocieron. Pero Flynn se había enamorado por completo de ella. Se había quedado prendado de su belleza, de su inocencia… tanto que jamás sospechó que algún día pudiera traicionarlo.

Pero lo había hecho. No con otro hombre, sino marchándose sin decir adiós cuando empezaba a creer que había encontrado a una persona con la que podría pasar el resto de su vida.

Flynn jamás imaginó que Caitlin actuaría de una forma tan cruel. Siempre llevaba los sentimientos escritos en la cara, de modo que no pudo aventurar que algún día le daría la espalda.

Ser tratado con tal desprecio por alguien a quien amaba lo quemó como el ácido corrosivo. Habría dado el sol y la luna por estar con Caitlin… aunque nunca pudo decírselo.

Y el desprecio de su padre no había ayudado nada. Tom Burns jamás había ocultado su desdén. Se metía con él siempre que tenía oportunidad y una vez incluso llegó a decirle que no era lo bastante bueno para su hija y que estaba usando su posición privilegiada para aprovecharse de ella.

Flynn estaba seguro de que había sido Tom quien la animó a marcharse del pueblo. Era evidente que sus continuas críticas al final habían influido en la decisión de Caitlin. De modo que se marchó y Tom Burns se negó a decirle dónde estaba. Por contraste, la familia de Flynn había respirado aliviada al conocer la noticia…

Cuando llegó al Land Rover, pensó que su presión arterial se pondría por las nubes si no se calmaba pronto.

Caitlin estaba de nuevo en casa y el dolor que sentía en el pecho casi lo partía por la mitad. Era como si no hubieran pasado cuatro años y medio. ¿No se suponía que el tiempo lo curaba todo? ¡Menuda broma!

Flynn maldijo al mundo entero cuando, al intentar abrir el coche con los dedos helados, estuvo a punto de arrancarse una uña.

 

 

Dos días después de enterrar a su padre, volvió a encontrarse con Flynn MacCormac después de cuatro años y medio. Caitlin sintió su mirada clavada en ella mucho antes de volverse para confirmar esa intuición.

Había dejado a Sorcha en casa con una vecina que se ofreció a cuidarla un rato para que ella pudiese ir al pueblo a comprar algo de comida… y para estar sola un momento, alejada de la pena que parecía flotar en la vieja casa.

Pero ir de tienda en tienda había sido inesperadamente difícil, no sólo por la nieve sino porque la paraba gente del pueblo para ofrecerle sus condolencias. Aparentemente, a pesar de llevar más de cuatro años fuera de allí, no la habían olvidado.

Y luego tuvo esa intuición, esa sensación en la nuca, como si alguien la estuviera observando fijamente. Con el corazón acelerado, Caitlin miró a un lado y a otro… y por fin vio a Flynn MacCormac al otro lado de la calle.

Por un momento, el mundo pareció ponerse patas arriba, como si todo a su alrededor estuviera conteniendo el aliento.

Un gemido, un sonido que sólo Caitlin pudo oír, escapó de sus labios. Enseguida vio que había un desconcertante cambio en Flynn. No un cambio físico sino más bien en su postura, en su expresión. La intuición le dijo que se había encerrado en sí mismo incluso más que antes y eso la entristeció. Era como si un cristal impenetrable lo aislase del resto del mundo.

Siempre había sido muy reservado con sus emociones y sus pensamientos, resistiéndose a cualquiera que se acercase, pero era un hombre tan atractivo que Caitlin se sentía como la proverbial polilla atraída por la llama. Su presencia la excitaba y le producía, a la vez, una sensación de miedo.

De repente, se le llenaron los ojos de lágrimas y, aunque eran lágrimas de pena por todo lo que había perdido durante esos años, si era sincera consigo misma, debía reconocer que sentía una alegría casi violenta al verlo.

No se movió mientras Flynn cruzaba la calle, una figura alta de hombros anchos, vestido de negro de la cabeza a los pies y moviéndose con la gracia de un depredador. No podía apartar los ojos de él…

–He oído que habías vuelto –su voz sonaba ligeramente ronca.

A Caitlin se le había quedado la boca tan seca que apenas podía articular palabra. Sus ojos de color jade eran intensos y hambrientos.

–Mi padre ha muerto… he venido al funeral.

Flynn no le dio el pésame. Y ella no había esperado que lo hiciera. Flynn MacCormac no tendría nada amable que decir de Tom Burns y, aunque le dolía, no podía echárselo en cara.

–Entiendo –murmuró–. No voy a preguntarte cómo estás porque veo que tienes buen aspecto… pero ¿te importaría decirme dónde has vivido todo este tiempo?

Caitlin se llevó una mano temblorosa al flequillo para apartárselo de la cara y, al hacerlo, se rozó la mejilla. Y se dio cuenta de que no debía de haber diferencia de temperatura entre su rostro y el paisaje helado.

–En Londres, con mi tía.

–¿Allí es donde fuiste cuando te marchaste de aquí?

Bajo la acusadora mirada de Flynn, Caitlin se sintió como una delincuente.

–Sí.

–Entonces, ¿no habías sido abducida por extraterrestres ni habías perdido la memoria?

–¿Qué?

–¿Cómo iba a saber yo lo que te había pasado si no te molestaste en decírmelo? –le espetó él, airado.

Caitlin tardó un segundo en recuperarse.

–¿Tenemos que hablar de esto en medio de la calle? Si quieres hablar… muy bien, pero no aquí.

Caitlin miró alrededor sintiéndose intensamente vulnerable. Allí había gente que la conocía y algunos, sin duda, habrían oído hablar de lo que hubo entre Flynn y ella. La idea de que estuvieran observándolos la ponía enferma. Desde el principio, su relación con él había estado condenada al fracaso. Nadie quería que estuvieran juntos, todo el mundo desaprobaba esa relación.

Pero nada de eso habría importado si Flynn la hubiera dejado entrar en su corazón… y si ella hubiera confiado en él.

–Dime una cosa, Caitlin. ¿Habrías venido a verme?

–Pensaba hacerlo… sí.

–¿Cuándo? Debes de tener una vida tan ocupada… tanto que no podías levantar un teléfono para decirme dónde estabas. Ni una sola vez en cuatro años y medio.

–Sé que debió de parecerte una crueldad lo que hice, pero…

–¿Una crueldad? –repitió él, desdeñoso–. Cariño, eso ni siquiera se acerca a lo que fue.

–Lo que quiero decir… –Caitlin no sabía cómo terminar la frase–. Sé que esperas una explicación y tienes todo el derecho, pero éste no es ni el sitio ni el momento.

–¿Por qué no?

–No nos hemos visto en años y te aseguro que… lamento mucho que todo fuese tan triste al final.

–¿Ah, sí? ¿Y por qué fue tan triste, Caitlin? Yo te diré por qué. ¡Porque tú saliste huyendo! Saliste huyendo sin tener la decencia de darme una explicación.

Temblando, ella apretó los labios. ¿Qué podía decirle? Sin duda, Flynn creía que había sido su padre quien la convenció para que se marchase. Desde luego, Tom Burns siempre había dejado claro que ni él ni su familia le gustaban. Su antagonismo iba más allá de una mera antipatía… estaba resentido con los MacCormac, despreciaba su riqueza y la influencia que tenían en la comunidad.

Pero si la única barrera para estar con Flynn hubiera sido la aversión de su padre, Caitlin se habría quedado. Lo amaba con todo su corazón y se había convertido en una parte esencial de su vida. Pero no lo había dejado por su padre… fue mucho más complicado que eso.

Sin querer, había oído una humillante conversación entre Flynn y su madre, durante la cual Estelle MacCormac fue terriblemente cruel sobre los motivos de Caitlin para salir con su hijo:

«Sólo se acuesta contigo por tu dinero… ¡y ese horrible padre suyo! No te engañes a ti mismo, Flynn, a una chica como ésa le da igual todo. Cuando menos lo esperes te dirá que está embarazada».

Que hablase de ella como si fuera una simple buscavidas la había dejado horrorizada. Y después de eso, con su padre acusándola de llevar la vergüenza a la familia y comportarse como una cualquiera con Flynn MacCormac, no tuvo más remedio que llamar a su tía Marie a Londres y preguntarle si podía alojarse en su casa durante un tiempo.

Porque acababa de descubrir que estaba embarazada.

No habría servido de nada intentar explicárselo. Él no la habría creído después de las horribles cosas que había dicho su madre. Y, aunque Flynn le había demostrado apasionadamente que quería estar con ella, nunca había dicho que la amaba. De hecho, jamás hablaba de sus sentimientos. Por eso Caitlin se había visto incapaz de confiarle sus dudas y sus miedos.

Y por eso, en lugar de reunir coraje para hablar con él, había huido a Londres.

No pensaba quedarse a vivir allí para siempre, pero el tiempo pasaba y, consumida por sus nuevas responsabilidades como madre y por la negativa de su padre a contestar a sus cartas, no había tenido más remedio.

Cada día que pasaba fuera de su casa, lejos de Flynn, le pesaba más el corazón. Pero… ¿cómo iba a volver si la noticia de su embarazo sólo habría servido para confirmar lo que su madre sospechaba?

Caitlin no había tenido más remedio que renunciar a él.

Con el paso de los años, se había hecho una vida con Sorcha, su hija, y le parecía imposible volver a casa. Sabía que Flynn debía de odiarla y se le rompía el corazón al pensar en enfrentarse a su desprecio… como estaba pasando en aquel momento. Y él ni siquiera sabía nada de la niña…

–¿Qué es lo que quieres hacer, Flynn? –suspiró.

–¿Qué quiero hacer? Tú sabes muy bien lo que me gustaría hacer: cruzar la acera y pensar que no te he visto. ¿Por qué no te has quedado en Londres? ¿Por qué has tenido que volver?

Nunca lo había visto tan amargado, tan resentido. Y ese resentimiento llevaba lágrimas a sus ojos.

–Mi padre ha muerto, ya te lo he dicho. Sólo he vuelto para el funeral.

–Me debes una explicación, Caitlin, y no pienso dejar que te marches sin dármela –dejando escapar un suspiro, como si cada palabra le costase un mundo, Flynn la miró de arriba abajo como retándola a desafiarlo.

–Los monolitos de la colina Maiden –dijo ella con voz ronca–. Nos veremos allí mañana, a las tres. Antes quiero revisar las cosas de mi padre… para decidir qué voy a hacer con ellas.

–A las tres entonces. Pero te lo advierto, si no apareces, iré a buscarte.

Y después de decir eso, la dejó sola en la acera. Caitlin esperó hasta que se hubo calmado lo suficiente como para pensar en lo que iba a hacer. Pero para entonces estaba helada y necesitaba entrar en calor desesperadamente.