Marido por unas horas - Susan Mallery - E-Book
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Marido por unas horas E-Book

Susan Mallery

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Beschreibung

¿Podía aquella farsa convertirse en realidad? La policía Hannah Pace necesitaba alquilar un acompañante... ¡y no tenía tiempo! Había mentido a su madre biológica, a la que estaba a punto de conocer, y tenía que presentarse con su supuesto marido del brazo. Por eso, no tuvo más remedio que contratar a uno de los delincuentes que frecuentaban su comisaría, Nick Archer. Lo malo fue que el atractivo Nick comenzó a representar su papel con demasiado realismo. Sus apasionados besos hicieron desear a Hannah que estuvieran casados... para toda la vida.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1997 Susan W. Macias

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Marido por unas horas, n.º 2038 - marzo 2015

Título original: Husband by the Hour

Publicada originalmente por Silhouette® Books

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6087-2

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

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Capítulo 1

 

 

Tienes que irte de la ciudad —dijo el capitán Rodríguez.

Nick Archer se echó hacia atrás en la silla, frotándose la sien.

—¿Crees que no lo sé? Pero es más fácil decirlo que hacerlo.

Sin embargo, mentía. No le costaba demasiado irse. Lo había hecho millones de veces. Lo único que lo retenía en esa ocasión era que no se le ocurría adónde ir.

Rodríguez volvió a posar la atención en su ordenador y apretó unas cuantas teclas.

—Se están acercando, Nick. Si te descubren, estarás muerto en menos de cuatro horas. Southport Beach es demasiado pequeño para que estés a salvo. Debes irte del sur de California.

—Sí, lo haré —afirmó Nick. Pero primero tenía que pensar adónde. Mayo era un mes agradable en casi cualquier parte. Quizá pudiera ir a Las Vegas. Allí podría perderse durante unos cuantos días—. Te avisaré cuando llegue a alguna parte.

—Está bien —repuso el capitán, frunciendo el ceño con preocupación—. En esta misión, te has arriesgado demasiado, Nick. Desaparece durante un par de semanas. Para entonces, los federales habrán encontrado lo que necesitan y podremos realizar el arresto. A finales de mes, estarás de vuelta en el departamento de policía de Santa Bárbara.

—Genial.

Nick había estado desempeñando una misión encubierta durante un año. Le resultaba difícil imaginarse de regreso a su antigua vida en Santa Bárbara. ¿Cuántas cosas se habría perdido en todo ese tiempo?

—Si quieres que saquemos de la cárcel a Pentleman, tendrás que presentar una fianza. Ya no podemos hacer más tratos —añadió el capitán cuando Nick estaba a punto de salir de su despacho.

Pentleman era un malhechor de poca monta que había sido detenido esa misma mañana por robo. También era uno de los supuestos «empleados» de Nick y la excusa que había utilizado para presentarse en la jefatura de policía para hablar con el capitán. Solo Rodríguez, su jefe de Santa Bárbara y un agente del FBI que coordinaba la misión conocían su verdadera identidad. Para el resto del mundo, era un poderoso criminal.

Con un gesto de la cabeza, Nick se despidió de Rodríguez y se digirió al mostrador de recepción. Pagaría la fianza de Pentleman y se iría de la ciudad. Pero, de pronto, al ver a Hannah Pace, se olvidó de todo lo demás. La agente había terminado su turno y se dirigía a la salida.

Nick aceleró el paso para alcanzarla. Era una mujer alta, de un metro setenta y cinco, con largas piernas y una elegancia especial. Con un metro noventa de estatura, él no pasaba desapercibido a su lado. Aunque ella lo ignoró, como siempre hacía.

—Hola, preciosa, ¿has terminado de trabajar?

—Es obvio.

Hannah no lo miró, ni siquiera cuando él la rodeó con un brazo por los hombros. Se limitó a agarrarle la muñeca y apartarlo. Entonces, él aprovechó para darle una palmadita en el trasero.

—Llevo un arma —le advirtió ella, girándose hacia el aparcamiento—. Y no dudaré en usarla contra un repugnante tipejo como tú.

—Hannah, te equivocas conmigo. Yo te respeto.

—Sí, claro. ¿Qué quieres decir? ¿Que no esperas pagar a cambio de tener sexo conmigo?

Emitiendo un gemido burlón, Nick se llevó la mano al pecho.

—Me ofendes.

Cuando ella abrió la puerta, el aire cálido y con olor a mar los envolvió. El cielo estaba azul y despejado. Si hubiera mirado hacia el horizonte, Nick habría podido ver el océano. Pero ninguna vista era más encantadora que la de la mujer que tenía delante.

Hannah se detuvo, tomó aliento y lo miró a la cara. Tenía los ojos enormes, de color chocolate. A él siempre le había gustado el chocolate. También, al parecer, le excitaban las mujeres de uniforme. Al menos, no podía evitar que se le incendiara la sangre al ver cómo a Hannah le sentaba el suyo.

—¿Qué quieres, Nick?

Sonaba cansada. Tenía unas profundas ojeras.

—Deja que te invite a beber algo —ofreció él con su mejor sonrisa. Por lo general, funcionaba. Era la táctica que siempre le proporcionaba el éxito con las mujeres. La única que parecía inmune era Hannah. Durante un año, ella había estado ignorando sus cumplidos e invitaciones. Quizá era porque lo consideraba poco más que una rata callejera.

—No te rindes nunca, ¿verdad?

—Contigo, nunca.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que tanto te atrae de mí?

Su pregunta tomó a Nick por sorpresa. Estaba acostumbrado a que ella se limitara a mirar al cielo y seguir caminando, sin prestarle atención.

—Me gusta cómo tienes la mesa siempre tan ordenada.

Ella meneó la cabeza.

—Justo lo que pensaba. No te mueve más que un inmaduro impulso de desafiar a la autoridad.

Antes de que Hannah pudiera dejarlo plantado, él la sujetó con suavidad del brazo.

—Es más que eso —afirmó él y, con el dedo índice de la otra mano, le tocó la comisura del labio—. Me gusta la forma que tienen tus labios, hasta cuando estás enfadada, como ahora.

—No estoy enfadada —repuso ella, zafándose de su contacto—. Estoy impaciente.

—¿Impaciente? —preguntó él arqueando una ceja—. Eso me gusta. ¿Puede ser porque te sientes tentada?

—Vamos, crece ya.

—Hace mucho tiempo que soy un hombre, Hannah Pace. No me digas que no te habías dado cuenta, porque te he sorprendido mirándome muchas veces.

—Eso es mentira —se defendió ella, irritada—. Nunca te he mirado.

—Claro que sí. Muchas veces. Te parezco un tipo muy atractivo.

—Creo que eres un ladrón y un charlatán, y Dios sabe qué más.

—Sabía que habías estado pensando en mí.

—Maldición —dijo ella, suspirando—. ¿Cómo consigues ganar siempre?

—Lo que pasa es que tú crees que te tomo el pelo, pero solo digo la verdad.

Y era cierto. Nick sentía todo lo que le decía a Hannah. Pensaba que era hermosa, divertida e inteligente, como le había dicho muchas veces durante el último año.

Ella parpadeó, sin entender.

—Mira, la situación es la siguiente —continuó él, pasándole de nuevo el brazo por los hombros—. Nunca me has dado una oportunidad. No soy tan malo como crees. O, quizá, lo soy y eso es lo que más te tienta. Una bebida nada más. ¿Qué daño puede hacerte?

Mientras hablaba, Nick la guiaba a su Mercedes descapotable color azul. Era una de las pocas cosas buenas que tenía su misión, aunque de poco iba a servirle si lo mataban. Un par de semanas más y habría terminado su trabajo. Podría regresar a su vida de siempre y dejar de ser Nick Archer.

Se paró delante del coche, sacándose las llaves del bolsillo.

—¿Es robado? —inquirió ella, con los ojos puestos en aquella joya sobre ruedas.

—Si te digo que no, ¿me creerás?

—¿Lo es?

—Tengo los papeles en la guantera, por si quieres verlos —repuso él con una sonrisa.

Entonces, Nick le abrió la puerta del copiloto y señaló al asiento de cuero. Esperaba que ella le diera una bofetada, le espetara algunos insultos y se dirigiera a su propio coche al otro lado del aparcamiento.

Sin embargo, sucedió algo por completo distinto.

—Estoy loca —murmuró ella y se metió en el coche.

Despacio, Nick cerró la puerta y maldijo entre dientes. La reina de hielo justo había elegido para rendirse el mismo día en que él debía dejar la ciudad.

 

 

Hannah tocó el borde del vaso con la lengua y dejó que la sal se le disolviera en la boca. Rezando para no atragantarse, le dio un trago al tequila, que le quemó la garganta e hizo que se le saltaran las lágrimas.

—¿Estás bien?

—Sí —consiguió responder ella con la voz un poco ronca por el alcohol.

—Has ganado esta ronda, Hannah. No tenía ni idea de que te gustaran los chupitos —comentó él, recostándose en su asiento.

Ella se encogió de hombros. En realidad, había muchas cosas que él ignoraba. Aunque había acertado con los chupitos. Aquella era la primera vez en su vida que probaba uno de tequila. Y no lo repetiría, se dijo, notando cómo el alcohol se le subía a la cabeza. Por lo general, solía tomar algo ligero, quizá un vino. Si se trataba de una ocasión especial, a veces, se permitía una copa de champán. Pero ese día, no. Se había tomado ya dos Margaritas con chupitos extra de tequila en cada ronda.

Si hacía lo que estaba pensando, iba a necesitar todo el valor que el tequila pudiera darle. Y, si no lo hacía, iba a romperle el corazón a una pobre anciana. Estaba contra la espada y la pared, caviló.

—¿Os traigo algo más? —preguntó la camarera con los ojos fijos en Nick.

Hannah no podía culparla por tener buen gusto. Cuando Nick estaba cerca, era como si el mundo desapareciera a su alrededor.

Entonces, Hannah se contuvo para no llevarse las manos a la cabeza. Si empezaba a pensar algo bueno de Nick Archer, debía de ser porque estaba más borracha de lo que había creído. No era más que un criminal. Bueno, no había sido nunca arrestado por nada… al menos, no habían podido probarse los cargos contra él, pero todo el mundo sabía a qué se dedicaba.

—¿Hannah? —preguntó él, señalando a su vaso vacío.

Ella negó con la cabeza y la camarera se fue, no sin antes dedicarle una radiante sonrisa a Nick. Sin embargo, él pareció no darse cuenta.

—Pero si es muy guapa —dijo Hannah, sin pensarlo y, al momento, se tapó la boca con las manos.

Nick frunció el ceño.

—¿Quién?

—La camarera.

—Si tú lo dices… —repuso él, sin molestarse en mirar hacia la barra.

—¿No te parece guapa?

—No me he fijado.

—Ya, seguro.

Cielos, lo más probable era que él estuviera a punto de hablarle de su casa en la playa, adivinó Hannah.

—No pienso ir —dijo ella.

—¿Cómo?

Al ver su expresión de confusión genuina, ella sonrió.

—¿Hannah?

—¿Qué?

—¿Adónde no piensas ir?

—Yo no he dicho eso.

—Creo que estás borracha. No puedo creerlo. Si solo has bebido un Margarita y medio…

—Y los chupitos —añadió ella, sin molestarse en negar su borrachera. Tenía los labios dormidos y parte de la cara—. Es culpa tuya.

—¿Mía? ¿Por qué?

—Siempre estás intentando que salga contigo. ¿Por qué lo haces?

—Igual me gustas.

—Ya, claro —repuso ella.

—No me crees.

—¿Por qué iba a creerte?

Cuando Nick esbozó una seductora sonrisa, a Hannah le subió la temperatura. Tenía los ojos azules como el cielo a medianoche, gruesas pestañas y cabello castaño con reflejos dorados. Unos hombros anchos y fuertes se adivinaban bajo su traje. A pesar de ser un criminal, se vestía como un empresario de alto nivel. Era divertido, aunque ella nunca se reía de sus gracias. Era hablador, zalamero y encantador. La clase de tipo que no tenía por qué fijarse en ella.

Entonces, él se inclinó hacia delante y, con suavidad, le acarició la mano con la punta del dedo. Fue una pequeña caricia nada más, aunque le quemó la piel como hierro al rojo vivo.

Se dijo a sí misma que debía apartar la mano o abofetearlo. Pero no pudo hacer más que quedarse mirándolo, sin respiración.

—¿Qué te pasa, Hannah?

—Nada.

—Mentira. Te conozco y sé que te pasa algo.

Su tono de seguridad la puso más nerviosa. Hannah apartó la mano para tomar otro trago de su bebida. Miró a su alrededor para comprobar si había allí alguien conocido. No era probable. Aquel local de lujo en primera línea de playa no era la clase de lugares que ella frecuentaba. Los dos estaban en una mesa del fondo, con vistas a la puesta del sol en el horizonte marino.

—No me conoces —replicó ella.

—Sé que no confías en mí. ¿Por qué has aceptado mi invitación?

—Quizá tus encantos me han convencido.

Nick se rio con ganas.

—No lo creo.

De pronto, Hannah empezó a verlo todo borroso. No recordaba haber estado nunca tan borracha. Quizá, en la boda de una amiga, hacía cinco años…

¿Por qué había aceptado la invitación de Nick?, se preguntó a sí misma, tratando de ignorar cómo todo le daba vueltas. Hasta ese día, él lo había estado intentando dos veces a la semana durante un año y ella siempre había querido aceptar, pero se había contenido.

Era una estupidez sentirse atraída por un hombre como él. Para empezar, era un criminal y ella, policía. Además, su actitud ante la vida era por completo diferente. Él disfrutaba del momento, mientras ella siempre caminaba con la cabeza gacha. Él era espontáneo, divertido, risueño, pero ella necesitaba tenerlo todo siempre planeado. Él sabía bromear, ella se lo tomaba todo en serio.

—Necesitaba darme un respiro —contestó Hannah al fin. Y era verdad.

—Algo me dice que eso es solo una excusa. Me estás utilizando para retrasar algo que no quieres hacer.

Hannah levantó la cabeza demasiado deprisa, pues comenzó a darle vueltas. Respiró hondo para no marearse.

—Quizá.

Nick volvió a posar la mano sobre la de ella y se la acarició. Era agradable.

—Necesito un marido —le espetó ella.

Nick no apartó la mano. Ni se puso tenso. Siguió acariciándole la mano con el pulgar, mirándola a los ojos con una sonrisa de medio lado. Tal vez, no la había oído bien, pensó ella.

—¿Un marido? ¿Por la razón habitual?

—¿Cuál es la razón habitual? —preguntó ella y pensó un momento—. Ah, no, no. No estoy embarazada.

Inundada por la vergüenza, se terminó de un trago lo que le quedaba de su copa.

—Bien.

—¿Bien qué? —inquirió ella, parpadeando.

—Me alegro de que no estés embarazada.

—Y yo. Ah, lo del marido… es por un asunto de familia. Tengo que estar casada durante unos días. No sé. Igual debería decir la verdad sin más. Pero es tan anciana… ¿Y si le da un ataque al corazón al descubrirlo? No quiero que le pase nada malo. Ni siquiera la conozco, pero tengo muchas ganas. ¿Crees que ella lo entenderá?

—Sí.

—No tienes ni idea de qué te estoy hablando —adivinó ella.

—No. Pero me gusta cómo suena tu voz, así que sigue hablando.

Hannah se dio cuenta de que él seguía acariciándole la mano. Con reticencia, ella la apartó.

Lo más probable era que Nick estuviera interesado en ella solo porque no había caído a sus pies desde el primer momento.

—Podrías contratar a un marido —propuso él—. Sería algo temporal, ¿no?

—Ah, sí. Solo unos días. Créeme, he pensado en ello y podría llamar… —dijo ella y se interrumpió, mirándolo con gesto serio—. Te estás riendo de mí.

—Solo un poco. ¿Qué clase de hombre sería el marido ideal para ti?

Él, pensó Hannah. Era perfecto. Al menos, en el físico. Pero no podía responder eso. Iba a necesitar mucho más alcohol para confesárselo.

—Alguien que siga las normas.

—Eso ha dolido —repuso él—. ¿Quieres decir que yo no las sigo?

—Eres un delincuente común.

—Puede que sea un delincuente, pero no soy común —aseguró él, recostándose en su asiento—. ¿Para cuánto tiempo necesitas el marido?

—Tres o cuatro días. Solo para ir con él al norte, conocer a mi familia y volver.

—Parece fácil. ¿Cuánto pagas?

—¿Por qué lo preguntas?

Nick levantó las manos en gesto de rendición.

—No tengo intereses ocultos. Solo soy un amigo que quiere ayudar.

—Pero tú no eres mi amigo —murmuró ella y se aclaró la garganta. ¿Y si Nick hiciera el papel de su marido?, se preguntó, estremeciéndose.

—¿Cuánto? —volvió a preguntar él y, al ver que Hannah lo miraba sin comprender, puntualizó—: ¿Cuánto estás dispuesta a pagar?

—No estoy segura. No lo he pensado —contestó ella. ¿Cuál sería la tarifa normal para los maridos falsos?—. De todas maneras, da igual, porque tú no eres adecuado para el papel. Siento haberlo mencionado.

Cuando intentó levantarse, Hannah se dio cuenta de que era más difícil de lo que había esperado. Él volvió a tocarle la mano y, al instante, se le quitaron las ganas de moverse.

—Me gustaría ser de ayuda. Además, necesito salir de la ciudad durante unos días.

—Ah, sí, claro. ¿Qué has hecho está vez? ¿Debes dinero? ¿O es algún marido celoso quien te persigue?

Nick se quedó largo rato mirándola, en silencio. Sus ojos tenían un brillo enigmático que ella no pudo descifrar.

—No me creerías si te lo contara. Acéptalo. ¿Dónde vas a encontrar a un hombre dispuesto a hacer de tu marido con tan poca antelación?

Él tenía razón, admitió ella para sus adentros. No tenía más opciones. Solo serían unos pocos días y merecía la pena con tal de no romperle el corazón a una anciana. Además, Nick era tan guapo…

—Te pagaré doscientos dólares más dietas —informó ella, aunque casi se mordió la lengua al escucharse decir las palabras.

—Yo tenía en mente otra clase de trato. Yo hago de marido durante un fin de semana, a cambio de una noche de…

—No lo digas —le interrumpió ella, levantando la mano.

—Sexo apasionado —terminó de decir él.

Hannah se encogió.

—Cuatrocientos en metálico. Y nada de sexo.

—Podemos pasar el fin de semana negociando. ¿Cuándo quieres irte?

—Por la mañana. Quiero estar allí el sábado.

—¿Dónde?

—En California del Norte.

—¿Trato hecho? —preguntó él, tendiéndole la mano.

No le quedaba otra salida, pensó Hannah y le estrechó la mano. El contacto provocó una corriente eléctrica, al menos, en el cuerpo de ella. Nick sonrió. Al fin, parecía satisfecho de tener el control de la situación.

Hannah tuvo, entonces, un mal presentimiento. Como si estuviera a punto de ser atropellada por un camión de dieciocho ruedas.

 

 

Capítulo 2

 

 

Hannah estaba parada delante de la puerta principal. No quería abrirla. No solo porque le dolía la cabeza y no quería toparse con el sol de frente. Tampoco deseaba encontrarse con el hombre que esperaba al otro lado.

Debía de estar loca, se dijo a sí misma. No había otra explicación. Quizá fuera cosa de familia. Había sido adoptada, así que no tenía manera de saberlo. O, tal vez, un descenso del azúcar en sangre fuera el culpable de su bloqueo. En cualquier caso, no tenía las agallas necesarias para enfrentarse a él y aceptar el trato que habían hecho.

Nick volvió a llamar.

—¿Hannah? ¿Estás despierta?

—Sí —susurró ella y se aclaró la garganta—. Estoy aquí. Espera.

Sin mucha prisa, abrió el cerrojo. Nick estaba parado ante su puerta. Incluso con aquella horrible resaca, le pareció un hombre guapo y tentador.

Estaba acostumbrada a su impresionante atractivo masculino. Era el típico guapo californiano, con pelo rubio, ojos azules y gesto desenfadado. Los trajes a medida que llevaba no hacían más que resaltar sus cualidades. Sin embargo, ella se había hecho inmune a sus encantos, pues sabía que solo ocultaban la personalidad de un criminal.

Bueno, era inmune menos, al parecer, cuando tenía resaca. Petrificada, tuvo que obligarse a sí misma a respirar. En esa ocasión, Nick no llevaba traje, ni zapatos de vestir, ni siquiera corbata. Se había puesto vaqueros, una camisa blanca remangada y botas gastadas. Pero su sonrisa seguía siendo tan devastadora como siempre.

—Tienes mal aspecto —comentó él de buen humor, mientras se abría paso para entrar en la casa—. ¿Estás de resaca?

—No —murmuró ella con la mandíbula apretada. El volumen de su voz le hacía doler la cabeza—. Me siento bien.

—No te creo —repuso él, mirándola con atención—. ¿Has hecho la maleta?

—Sí.

No solo eran los efectos del alcohol lo que le hacía ir más lenta. También era la falta de sueño. A las cuatro de la mañana, se había despertado y no había sido capaz de volver a pegar ojo. Se había quedado mirando el techo y rezando a ratos porque su trato con Nick fuera un sueño y, a ratos, porque fuera real.

—¿Te has tomado algo? ¿Una aspirina?

Ella asintió, aunque el movimiento solo agudizó su dolor de cabeza.

Nick esbozó una sonrisa compasiva.

—Eres tan prudente que no creo que pueda convencerte para que pruebes el viejo remedio de curar la resaca con otro trago, ¿verdad?

Hannah se quedó mirándolo. Tenía un rostro perfecto. Ojos azules, una nariz recta, mandíbula fuerte y recién afeitada, piel bronceada. No era justo que fuera tan guapo.

Que fuera amable con ella, para colmo, no hacía más que empeorar las cosas. Ella odiaba que la gente intentara cuidarla. Por lo general, solo querían que confiara en ellos, para abandonarla después. No estaba dispuesta a dejarse engañar de nuevo.

—Estoy bien. Podemos irnos.

—Genial.

Cuando salió a la calle, se agarró a la puerta para no perder el equilibrio.

—¿Dónde está mi coche?

—En el garaje.

Eso era lo que Hannah había temido. Sus recuerdos de la noche anterior eran un poco borrosos. Nick le había dicho que había estado demasiado borracha para conducir. Por eso, en vez de llevarla a la comisaría de policía a recoger su coche, la había llevado a casa. Vagamente, recordaba que él le había prometido hacer que le entregaran el vehículo en su casa después. Sencillo… excepto por un pequeño problema.

Hannah levantó su llavero en la mano. Allí llevaba las llaves de la puerta y las del coche.

—No tenías la llave.

Cuando Nick sonrió todavía más, ella estuvo a punto de caerse de espaldas.

—Lo sé. Le pedí a uno de mis socios que se ocupara de eso. No creo que quieras hacer más preguntas.

Ella apretó los ojos. Nick tenía razón. Las preguntas… y las respuestas solo la harían sentir más incómoda. No quería ni imaginarse a alguien abriendo por la fuerza la puerta de su coche, que encima había estado aparcado delante de la comisaría.

—¿Y si ese socio tuyo decide darse una vuelta con mi coche? —preguntó ella.

—Me ofendes —respondió él, llevándose una mano al pecho con gesto burlón—. Soy un hombre serio, Hannah. Tengo que admitir que algunos de mis empleados son un poco…

—¿Creativos en su forma de entender la ley? —sugirió ella.

—Eso es. Pero yo estoy limpio. Ya sabes que no tengo antecedentes.

—Cierto.

Hannah lo había visto en la comisaría pagando la fianza de sus socios. Solo una loca sería capaz de presentarle a Nick Archer a su madre. Una mujer loca y desesperada.

—No estarás arrepintiéndote, ¿verdad?

—Oh, no —negó ella. Estuvo a punto de confesarle lo que pensaba, que aquello no podía funcionar, pero se limitó a señalar a su equipaje—. Ya estoy lista.

Quizá a causa de la resaca, Hannah tuvo que admitir para sus adentros que tenía ganas de pasar tiempo con aquel tipo y conocer cómo era bajo su impecable fachada. Era una locura, sin duda. Ella era policía y él, ladrón. Debería despreciarlo y aborrecerlo. Aunque su encanto era difícil de resistir. El sonido de su risa le hacía sentir tan bien…

Hacía aquello por su madre, se recordó a sí misma, rezando porque fuera lo correcto. Una anciana al borde de la muerte esperaba verla casada. ¿Tan malo era hacer realidad su deseo?

Nick agarró dos de las maletas.

—Es mucho para un fin de semana.

—Yo no estaré un fin de semana.

—Dijiste que iban a ser un par de días.

—Eso es. Tú te quedarás un par de días, pero yo voy a estar allí dos semanas.

Nick arqueó las cejas, fingiendo sentirse herido.

—¿Te vas de vacaciones sin mí? Eres una mujer insensible.

Hannah quiso reír, aunque le confundía que él pareciera hablar en serio. Eso no era posible, se dijo, aturdida. Quizá, cuando se le pasara la resaca, podría entender las cosas mejor.

—Bonita casa —comentó él, señalando al salón.

Hannah posó los ojos en el sofá con estampado floral, la chimenea de ladrillo blanco y la mesita de madera de pino. Todo estaba limpio y ordenado. Y tenía un toque muy femenino. Lo más probable era que Nick intuyera que ningún hombre había pasado allí la noche. No tenía por qué avergonzarse, se recordó a sí misma. En esos días, era mejor ser prudente y no ir por ahí invitando a hombres a casa, pensó.

Nick salió por la puerta principal. Ella lo siguió con la maleta que quedaba, apagó las luces y cerró la puerta con llave. Luego, se dirigió al Mercedes descapotable que esperaba en la acera.

Por suerte, el deportivo tenía la capota subida. Hannah no habría podido soportar que el sol y el aire fresco le dieran en la cara durante el viaje. Solo de pensarlo le dolía la cabeza todavía más. Aunque sabía que lo más probable era que hubiera sido pagado con dinero de origen ilegal, no pudo evitar admirar la belleza y perfección de su diseño.

El interior olía a cuero y los asientos eran cómodos y suaves. Gracias al coche, el viaje de nueve horas iba a resultarle más llevadero.

Ella dejó la maleta en la acera, junto al maletero, mientras él le hacía hueco al resto del equipaje. Solo cuando quedó satisfecha con cómo lo había colocado todo, se dirigió a la puerta del copiloto.

Nick abrió y la miró.

—Estás pálida.

—Vaya, gracias —repuso ella de mal humor. Sentía un martilleo insoportable en las sienes.

—Fue el segundo chupito. Estarías bien si no lo hubieras tomado.