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De becaria a empresaria en 3 años… Eva podría escribir un libro de su vida laboral con un título más que llamativo. Un libro que hablaría de las malas decisiones que la llevaron a enredarse con su exjefa y a perder en el proceso una gran oportunidad profesional. Ahora no, ahora tiene una relación estable con un novio maravilloso que está dispuesto a apoyarla en todo lo que hace. Entonces, ¿por qué las mujeres se empeñan en volver a aparecer para poner su vida personal patas arriba? La segunda parte de ¿Cómo sabes que no te gusta si no lo has probado? llega con más enredos, más humor y más… líos de esos que nunca deberían pasar en el lugar de trabajo.
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Seitenzahl: 399
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Beatriz Prieto López
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.
Más tonta eres tú que vuelves, n.º 24 - agosto 2024
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S. A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Elit y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
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Diseño de cubierta: CalderónSTUDIO®
I.S.B.N.: 9788410740815
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Epílogo
Notas
Si te ha gustado este libro…
«Más tonta eres tú que vuelves. Si es que parece que no aprendes. ¿No te cansas de darte de bruces contra la pared?»… «Sí, gracias por tu apoyo, mamá. No es que me hiciera falta que me recordaras con tanta vehemencia lo espantosa que te parece mi valiente y estúpida idea de montar un negocio propio. Pero ¿cómo sabes que no te gusta si no lo has probado? Eso me decías, así que ahora apechuga con las consecuencias. Tienes una hija veleta que hasta que no lo pruebe todo, no para. Pero yo creo que esta ya es la última tontería que cometo. Y si todo sale bien, en poco menos de un año estaré más asentada de lo que ni tú ni yo imaginábamos nunca».
Eva repasaba mentalmente la conversación telefónica que acababa de tener con su madre mientras apretaba el paso para tratar de evitar la más bochornosa presentación como jefa de la historia. Casi podría haber calificado el día como victorioso de no ser por la bronca que le iba a caer por llegar tan tan tarde a su cita con el destino. Ya desde la distancia comprendió que no se libraría de la reprimenda de los dueños de los tres pares de ojos que la miraban llegar. Sin inmutarse por su falta de aliento o por la prisa con la que se movía. Sin preocuparse por el motivo de su tardanza.
De sobra conocían la impuntual naturaleza de Eva, al menos dos de los dueños de esos ojos. Por eso todo su interés tenía que ver con moverse y frotarse las manos para mantener el calor en el cuerpo y engañar al máximo posible a los dos únicos grados que flotaban en el ambiente; mientras resoplaban y maldecían a la cuarta pata de la endeble mesa que formaban por su tardanza, y por ser la única en posesión de la llave de la puerta del local frente a la cual se encontraban. Un local que llevaba cerrado lo bastante como para que su aspecto exterior estuviese demacrado y desgastado, con unos cristales opacos que impedían ver el interior o que penetrase algún rayo de luz. Y una puerta dispuesta a chirriar por el óxido de las bisagras en cuanto Eva introdujese la llave en su lugar.
—Buenos días —se apresuró a saludar antes de dar opción a alguna reprimenda—. Disculpad el retraso, tuve que atender una llamada telefónica.
—Sí, de tu madre —respondió con rapidez Patricia, su tía favorita, que a pesar de ello jamás se cortaría un pelo a la hora de dejarla en evidencia.
—De verdad, cariño, no entiendo que hayas tardado más que yo —siguió Ángel, su paciente y tranquilo novio, a quien casi nadie lograba exasperar, excepto ella—. Cuando salí de casa esta mañana en teoría solo te quedaba ponerte los zapatos, y te ha llevado el mismo tiempo que a mí ir a la estación.
Eva bajó la mirada con un toque de arrepentimiento, pero enseguida volvió a levantarla para acabar con esa conversación y avanzar hasta el siguiente punto, mucho más relevante para todos.
—A ver, que tengo treinta y un años ya, no voy a cambiar a estas alturas. —Solo entonces se fijó en el único par de ojos que no conocía, oscuros y penetrantes, que la observaban y precedían a la sonrisa de su dueña, que al menos no parecía detestarla tanto como sus acompañantes—. Tú debes de ser Ainhoa, la prima de Ángel, ¿no? —averiguó, al tiempo que tendía la mano para saludar a la joven.
—La misma —respondió la aludida, una chica de unos veinticinco años, morena de pelo largo, alta y atlética, aceptando un saludo que resultó muy chocante para ambas debido a la diferencia de temperatura de sus manos—. Encantada de conocerte, Eva. Ángel me ha hablado mucho de ti.
—¡Ostras! —exclamó Eva—. ¡Tienes las manos heladas! Vamos a pasar dentro antes de que cojáis un resfriado.
Eva tomó la delantera y se encaminó hacia la puerta. Retiró y rompió con gusto el cartel de «Se alquila» y empujó la puerta sin pensárselo dos veces, forzando el chirrido hasta que consiguió abrirla del todo.
La visión del interior después de que Eva diese las luces no mejoró la impresión que tenían sobre el local. El abandono durante meses, o quizá años, había hecho mella en todos y cada uno de sus rincones. Paredes agrietadas y con humedades, suelos sucios y desgastados, mobiliario listo para tirar y un largo etcétera. Tan solo el rostro de Eva mostraba algo de ilusión. Las expresiones de los demás sin embargo se acercaban más a la realidad de aquel lugar: desoladas, mohínas, sombrías o disgustadas.
—¡Tachán! —exclamó Eva abriendo los brazos como si esperara que la sorpresa fuese positiva para alguno de ellos—. Bueno, ¿qué os parece?
—Esto está prácticamente en ruinas, sobrina —apuntó Patricia.
—¿Cómo has podido alquilar esto? —preguntó Ángel sin esperar una respuesta convincente.
—No podía permitirme nada en mejores condiciones. Pero no os dejéis llevar por la primera impresión; es grande y yo creo que tiene mucho potencial. Mirad.
Eva comenzó a andar y señalar lugares por todo el espacio. Nada más entrar, los alumnos de su futura escuela de artes escénicas se encontrarían con un amplio recibidor y una mesa de información y secretaría gobernada por una simpática y atractiva secretaria: Ainhoa. A su derecha, el aula de interpretación y danza donde la tía Patricia impartiría las clases y pondría todos sus conocimientos al servicio de las nuevas generaciones de aspirantes a actores y actrices. En ese mismo lado, un poco más adelante, los baños para chicos y chicas, de fácil acceso para todo el mundo. A la izquierda de la secretaría, se dejaba ver un largo pasillo con tres grandes salas más. Una de ellas destinada a convertirse en el aula de posado y modelaje, con una pequeña zona de estudio fotográfico y con acceso directo a los vestuarios, que se encontrarían en la siguiente sala. Y finalmente tenía su espacio el aula de canto y música, donde se pondría la banda sonora perfecta para la escuela. Un sueño cada vez más cercano, al que todavía faltaba mucho trabajo para hacerse realidad.
—Si necesitabas más dinero debías habérnoslo dicho —recriminó Ángel sin dejarse llevar por la fantasía de Eva—, se supone que somos socios, pero tú haces y deshaces a tu antojo, como siempre.
—¿Que yo hago y deshago a mi antojo? Te recuerdo que llegamos a un acuerdo por el que yo escogía el local y tú enchufabas a tu prima de secretaria —respondió Eva, dándose cuenta demasiado tarde de que la susodicha estaba presente en la sala—. Perdona, Ainhoa, no pienses que tengo algún problema contigo.
—Tranquila, creo que me he adelantado viniendo hoy a esta reunión.
—Venga, parejita, dejadlo ya —siguió Patricia, poniendo un poco de cordura a la situación—. Más vale que nos centremos en lo que tenemos por delante y no en lo que podría haber sido. Estaría bien tenerlo todo listo, pero así viviremos una experiencia diferente y más intensa. Si nos esforzamos y no flaqueamos seguro que en un par de meses podremos inaugurar la escuela.
Ángel resopló como única respuesta. Eva se acercó a su tía y la abrazó para reconfortarse un poco más gracias a ella.
—Gracias, tía. A lo mejor no tengo ni idea de lo que estoy haciendo y me equivoco al tomar decisiones. Quizá me habría ido mejor si hubiese seguido como asalariada de por vida en una empresa en la que tenía el puesto asegurado, pero eso no me hacía feliz. Tenemos que aprovechar las oportunidades que nos presenta la vida, ¿no?
—Claro que sí. Yo estoy contigo, y Ángel también, aunque sea un viejoven cascarrabias. Estoy convencida de que aquí haremos algo grande.
A pesar de que durante toda su vida la tía Patricia había sido un espíritu libre incapaz de echar raíces en un lugar, cada vez se sentía con menos fuerzas de seguir el ritmo de las compañías itinerantes de teatro. Le encantaba su trabajo como actriz, subirse a los escenarios de teatros de todas las ciudades y pueblos del país, pero estaba en un punto de su vida en el que valoraba tener un techo propio en el que descansar. Por eso se unió sin pensarlo a la empresa de Eva en cuanto se lo propuso. Todavía tendría que ausentarse para terminar la temporada teatral, pero estaba a cinco funciones de dar un vuelco a su vida y dejar de mostrar su talento al mundo para compartirlo con sus alumnos. Y aportar algo en sus carreras de una forma muy diferente, una idea que no podía hacerle más ilusión.
—Está bien —claudicó Ángel—, lo primero es empezar a organizar esto, limpiar y pensar en la reforma que necesita. Llamaré a un par de contactos que tengo para que me hagan un presupuesto justito y que se pongan a trabajar cuanto antes. Hasta que el local no esté presentable no podemos contratar profesores ni abrir las matrículas.
—¿Ves? Ya está hablando el hombre de negocios que llevas dentro —dijo Eva, agarrándose al cuello de Ángel y dándole un sonoro beso en la mejilla que siempre conseguía mejorar su humor—. Entonces nosotras podemos ir sacando las cosas que no sirvan.
—Vale. Ainhoa, tú no tienes que quedarte, si quieres puedo llevarte de vuelta a la estación. Siento que hayas venido para nada, pero pensé que esto estaría más avanzado.
—No pasa nada, primo. Me quedo con las chicas y ayudaré en lo que pueda.
La energía con la que iniciaron el trabajo de despejar el local fue menguando en la misma proporción que aumentaba el polvo que tragaban. Resultó ser un proceso más duro del que habían supuesto, y tras las primeras cuatro horas de lo que prometía ser una larga odisea, decidieron parar y recuperar energías en un lugar con menos humedad y suciedad.
—¿De verdad piensas que en un par de meses podremos abrir la escuela? —preguntó Eva a Patricia, cabizbaja por lo poco que habían avanzado con el local, mientras se aferraba a una humeante taza de café de la cafetería más cercana que pudieron encontrar.
—Creo que es plausible, aunque no será fácil —sentenció Patricia—. Lo que sí pienso es que debemos hacer caso a Ángel en lo de contratar a alguien. Será un gasto extra, pero nosotros solos tardaríamos mucho más. Además, yo todavía tengo funciones, y Ainhoa ni siquiera debería estar aquí.
—Me gustaría poder ayudar más —respondió Ainhoa—, pero tengo que volver a casa de mis padres esta tarde. Más adelante me alquilaré algo aquí y ya no habrá problema, pero antes tengo que tener trabajo…
—Ya has hecho bastante hoy viniendo y echándonos un cable —afirmó Eva con una sonrisa—. Descuida, que la próxima vez que vengas tendrás tu puesto de secretaria esperando. Pero pienso ser mucho más exigente contigo entonces…
—No lo dudo —respondió ella con lo que podría haberse interpretado como un tono retador.
Ese tono que tanto habría gustado a Eva cuando era más joven y cuando sus relaciones se basaban en la regla de oro de cero compromiso o expectativas. Un tono que ya no captaba ni seguía para evitar verse enredada en otro juego de seducción inconveniente.
No. Ya no.
Ahora era diferente. Era una persona con una relación madura. Con un novio serio y adulto que le había dado la estabilidad emocional y mental que tanto necesitaba. Ángel apareció en su vida justo en el momento oportuno. Después de su decepción romántica más grande y de otros conatos de romance sin sentido. Lo conoció hacía ahora un año y medio en una entrevista para un puesto de trabajo que no consiguió. Él trabajaba en recursos humanos de la empresa, donde de hecho seguía trabajando. Fue el encargado de decirle que, a pesar de su experiencia y sus cualidades, no era lo que estaban buscando. Sin embargo, su buena impresión en la entrevista le hizo pensar que tal vez sí era lo que él buscaba en otro ámbito de su vida mucho más personal. Y no pudo negarse a salir con él después de esa declaración de intenciones. Lo demás fue coser y cantar. Un hombre tranquilo, cariñoso, responsable, guapo, que buscaba una compañera de viaje.
Su relación nunca había destacado por la pasión o por el deseo sexual desmesurado, pero había aprendido del resto de sus relaciones que eso no sentaba las bases de ninguna pareja a largo plazo. Estaban bien y eran felices. A su manera. La convivencia funcionaba y la comunicación era su punto fuerte. Puede que después de tanto renegar de las relaciones hubiese por fin encontrado a la persona con la que compartiría el resto de su vida.
—Hola, cariño —saludó al llegar por fin a casa, después de acompañar a Ainhoa a la estación y de despedirse de la tía Patricia hasta la siguiente semana. Aunque ese piso era mucho más grande que el apartamento en el que vivía antes, todavía se le hacía extraño abrir la puerta y no encontrarse con su acogedor salón, protegido en la oscuridad por su gato Rumpelstiltskin. Tampoco el minino se había acostumbrado a convivir con un hombre, por eso pasaba la mayor parte del tiempo hecho un ovillo sobre la ropa que Eva dejaba cada mañana tirada en la cama y no salía a buscarla cuando llegaba—. ¿Cómo ha ido el día?
Ángel salió de la cocina para recibirla y darle un cariñoso beso tan pronto como escuchó la puerta cerrarse. Había cambiado su habitual indumentaria formal por un atuendo más cómodo de estar en casa. Una camiseta blanca de manga corta y un pantalón de chándal oscuro. También se había quitado sus características gafas de metal, montadas al aire, que solo necesitaba para ver de lejos; y llevaba el pelo revuelto, de un marrón más oscuro de lo normal, posiblemente porque todavía se mantenía algo húmedo tras haberlo lavado en la ducha.
—Bien, tengo novedades que contarte —dijo ayudando a Eva a deshacerse de su abrigo y de su bolso—. Pero, antes de nada, quería pedirte perdón por lo de esta mañana. Me agobié un poco al ver el local y reaccioné de una manera impropia de mí.
—Tranquilo, es normal que estés nervioso. Nos jugamos mucho con todo esto.
—Sí, y quiero que sepas que me lo estoy tomando muy en serio y que voy a luchar por que sea un éxito. —Ángel tomó a Eva de las manos y la llevó hasta el sofá, donde se sentaron antes de continuar hablando—: De hecho, esa es parte de la sorpresa. Voy a pedir una excedencia de tres meses para poder dedicarme por completo a la escuela. ¿Qué te parece?
—Tres meses es muy poco tiempo, ¿no? —La respuesta de Eva no fue exactamente lo que Ángel esperaba, como demostró el gesto de decepción que se dibujó en su rostro.
—Bueno…, suficiente para poder arrancar y ver si funciona. Tengo que ser un poco práctico. De verdad espero que salga bien, pero, si no, no podemos quedarnos sin ingresos a largo plazo.
—Ya, supongo que tienes razón —afirmó Eva.
—Va, no pensemos en eso ahora. De momento vamos a centrarnos en sacar adelante la escuela. Mañana he quedado con el gerente de una empresa de reformas para que vea el local y nos haga un presupuesto.
Eso sí logró cambiar la expresión de Eva, que de pronto se relajó e incluso iluminó.
—Genial, gracias. Eres el mejor novio del mundo.
—Bueno, al menos uno de los tres o cuatro mejores.
Eva se acercó para besar a Ángel. Le acarició la pierna y se dejó llevar hasta su torso para introducir la mano por debajo de la camiseta. Ángel se apartó un poco y lanzó una fugaz mirada hacia la cocina.
—La cena se va a enfriar…
Se habían convertido en una pareja de costumbres. Tenían una hora para cenar, una hora para ver la tele o para leer y una hora para el sexo. Si no se trataba de ese momento o se pasaba, ambos daban por hecho que tendría que esperar hasta el siguiente. Algo que de pronto a Eva le molestó un poco. Había tomado como suyo ese pacto no firmado, pero no le gustaba pensar que no podría ser espontánea o hacer el amor con su novio simplemente porque le apetecía. En teoría esa también debía ser una de las ventajas de sentar la cabeza con alguien. Por eso obvió el comentario de Ángel y se colocó a horcajadas sobre él, aprisionando su cuerpo entre ella y el sofá. Siguió besándolo y guio sus manos hasta su trasero, donde se acomodaron.
Aunque tardó un poco, Ángel entró en el juego. Aceptó los besos y las caricias de Eva, desnudó su torso y le dedicó más que unas cuantas atenciones a su cuello y a su pecho. Eva se dejó hacer y enseguida sintió una creciente dureza más abajo. Llevó la mano hasta el pantalón de Ángel y lo retiró sin muchos miramientos para dar salida a sus deseos.
—¿Desde cuándo eres tan fogosa? —preguntó Ángel entre jadeos al sentir la mano de Eva sobre su miembro.
Eva detuvo de inmediato su quehacer. Atónita a partes iguales por el término que acababa de utilizar su novio y por el hecho de que tuviera una opinión sobre ella tan alejada de la realidad.
—¿Perdona?
—Olvídalo —respondió Ángel con rapidez, y volvió a besarla tratando de evitar romper el momento. Cosa que no logró.
—Yo siempre he sido así —respondió Eva con firmeza, deteniendo el avance de los labios de Ángel.
—Conmigo no —resopló, a sabiendas de que ya no seguirían como si nada.
Eva se apartó de él y se sentó a su lado, pensando que no la conocía de verdad, o que ella no se había mostrado como era. ¿Cómo era? Ya ni siquiera estaba segura. Había sido de muchas maneras: la chica apasionada que buscaba sexo sin compromiso con cualquiera que se pusiera a tiro; la estúpida enamorada de alguien que no le convenía y que no llegó a corresponderla; la mujer centrada que quería una vida sencilla con alguien en quien pudiera confiar… Todas ellas. O tal vez ninguna.
Había dejado de lado sus deseos como mujer para centrarse en su carrera y en su vida. No había vuelto a preguntarse sobre lo que quería para ella misma. Asumió que Ángel era el puerto de destino al que llegar después de una travesía repleta de tormentas, mareos y vómitos. Y allí se sentía protegida y a gusto. No como la Eva de antes. Pero a ella tampoco la echaba de menos. Estaba donde quería estar.
—¿Estás bien? —preguntó Ángel al obtener la callada por respuesta durante un par de minutos.
—Sí, sí. Vamos a cenar y a ver si nos acostamos pronto, que mañana toca madrugar.
«El Bombín de Charlot. Me encanta cómo ha quedado. Y el nombre. No me creo que por fin vaya a tener mi propio negocio. Yo, Eva Suárez, de becaria a empresaria en tres años. Podría escribir un libro. El título ya lo tengo. Claro que si fuese biográfico y contase solo la mitad de las cosas que he hecho hasta llegar aquí nadie querría seguir mis pasos. O tal vez sí, aunque no fuese para llegar a empresaria. Que al personal le gusta más el salseo que el jamón ibérico de pata negra…».
Eva divagaba en sus propios pensamientos mientras acariciaba el logo recién impreso y listo para ser colocado en su visible lugar, sobre la entrada a la escuela. «El Bombín de Charlot», como rezaba el texto, y cuya imagen más representativa era precisamente ese singular objeto, tan característico del personaje que Charlie Chaplin hizo inmortal en la gran pantalla.
Aunque ahora iba poco, siempre había sido bastante aficionada al cine; en especial al cine de comedia. Y, a su juicio, Chaplin reunía todas las cualidades que pretendían enseñar a los alumnos que acudieran a apuntarse a su academia: interpretación, presencia, baile, estilo e incluso voz. La mejor forma de homenajear a uno de los más grandes iconos del cine, y de tener un nombre simpático y fácil de recordar. Lo bastante llamativo como para captar la atención de transeúntes y curiosos.
Viendo avanzar las obras, Eva sentía unas mariposas en el estómago muy diferentes a las relacionadas con el romanticismo. Estaba emocionada, ilusionada y muerta de miedo. Todavía faltaban algunos días para la inauguración oficial y apenas habían empezado a promocionar la escuela, pero tenía la sensación de que la apertura de su nuevo negocio era la comidilla al menos entre los habitantes del barrio. Para su desgracia, la edad media de los vecinos era de más de cincuenta años, lo que hacía presuponer que no estarían interesados en convertirse en jóvenes promesas del cine o del teatro. Sin embargo, podrían servir como medio promocional sin igual si el boca a boca hacía su efecto.
Por el momento, había invitado a sus dos mejores amigas a visitar la escuela para conocer su opinión: Sonia y Blanca. Porque no le habrían perdonado ser las últimas en ver su nuevo flamante cartel. Las circunstancias vitales de cada una impedían que pudieran verse a menudo, pero seguían guardándose un gran cariño y hablando tanto como podían. También con Edu, aunque llevase dos años viviendo la vida loca en Argentina y estuviese mucho más preocupado por no perder la cuenta de sus ligues que de hablar de la aburrida vida de sus amigas.
—¡Qué pasada de cartel! —exclamó Sonia a su espalda, haciendo que se sobresaltara.
—¡Sonia! —respondió Eva lanzándose a sus brazos—. ¡Qué ganas tenía de verte! ¿Qué tal todo?
Sonia abrazó con fuerza a Eva antes de responder a su pregunta:
—Bien, ya sabes, como siempre. De casa al trabajo y del trabajo a casa. Y el poco tiempo libre que tengo lo aprovecho para hacer cosas con Fran. Las relaciones son como las plantas: si no les pones un poquito de agua cada día, se mueren.
—Ah, ya sé a qué agua te refieres. Gaseosa más bien.
—Con una rodaja de limón —sonrió Sonia, a quien el matrimonio le había sentado especialmente bien. Muchos dirían que casarse a los pocos meses de empezar a salir con alguien es un tremendo error, pero en su caso había sido todo un acierto. Y podía asegurar sin miedo a equivocarse que eran una de las parejas más enamoradas y sólidas que conocía. Incluso mucho más que Blanca y su «idolatrado» Óscar.
—Me alegro muchísimo por ti —respondió Eva con sinceridad—. Pero a ver si me dais un sobrino ya, que a este paso me salen canas y me hago tía abuela.
—Ya tienes los dos de Blanca…
—¿Qué dos de Blanca? —preguntó la aludida, que llegaba justo en ese momento empujando un carrito de bebé, cortando la última frase de Sonia.
—Sobrinos encantadores —dijo Eva con cierta ironía en su respuesta. No por la pequeña, que acababa de nacer y apenas hacía otra cosa que comer y dormir; sino por Izan, ese pequeño terrorista de tres años al que era evidente que sus padres no estaban sabiendo educar y destruía todo lo que tocaba a su paso. Diría que por donde pisaba no volvía a crecer la hierba, tal cual el caballo de Atila[1]. Menos mal que ese año había empezado la escuela y ya no aparecía siempre con su madre.
—Calla, calla. Que estoy de niños que me salen por las orejas. Una bendición del cielo son, pero si pudiera desenchufarlos de vez en cuando…, vamos, quitarles las pilas y que estén tranquilitos para variar. Porque entre esta que se pasa el día comiendo y el otro que es un trasto que no para, me tienen agotada. Y su padre que dice que no es para tanto. Claro, porque él se va por la mañana a trabajar y no vuelve hasta la noche. Pero ¿quién se queda cuidando de ellos y de la casa? Pues yo, y se me caen las paredes encima. Vamos, que quiero mucho a mi familia, la adoro, pero ¡cualquier día de estos, cojo la puerta y me voy!
—Sí, ya hablas como toda una madre —ironizó Eva, ganándose una mirada asesina de Blanca que despertó las carcajadas en sus amigas—. Todavía no me habéis dicho si os gusta el local —dijo cambiando de tema antes de que Blanca siguiese con su monólogo.
Las chicas observaron el lugar con fijación, escudriñando cada rincón y cada sala. Eva daba las explicaciones pertinentes sobre el destino de cada uno de los espacios, logrando invocar una imagen mental bastante próxima a lo que ocurriría entre esas paredes en poco tiempo.
—Es genial, tía —dijo Sonia sin más.
—Es increíble que hayas conseguido todo esto tú sola… —comentó Blanca con un tono de incredulidad—. Es decir, que no me imaginaba que pudieras dar el salto y convertirte en emprendedora. Te veía un poco bala perdida como para poder ocuparte de todas las necesidades de un negocio —puntualizó.
—Gracias por la confianza —respondió Eva sarcásticamente—. Aunque no lo he hecho yo sola para ser sincera. Ángel y mi tía Patricia se han involucrado desde el primer momento.
—Eso sí, qué bien te ha venido ese chico en tu vida —afirmó Blanca—. Por fin, un poquito centrada y con las riendas del futuro. Estoy deseando que os caséis ya para que no se te vuelva a pasar por la mente hacer alguna tontería.
Eva quiso replicar a su amiga, pero tuvo que morderse la lengua ante la aparición de Ainhoa, que había regresado a la ciudad unos días atrás para instalarse y empezar a familiarizarse con lo que sería el día a día de la escuela.
—Pues ya he investigado un poco el barrio y parece que es un buen sitio para atraer gente —dijo mientras entraba hasta la recepción y se apoyaba en la que sería su mesa—. A vosotras no os conozco —señaló mirando a Blanca y Sonia—, ¿queréis información sobre la escuela?
—Tranquila, Ainhoa, son unas amigas mías. Si quieres puedes ir a ver la silla que hemos comprado para ti. Está en la sala del fondo, que de momento se ha convertido en el almacén.
—Claro, Eva. Si necesitas algo, llámame.
Ainhoa continuó su camino hacia el lugar que Eva le había indicado. Y, en cuanto se alejó lo suficiente, sus amigas increparon a Eva con los ojos abiertos como platos y respectivas maliciosas sonrisas.
—Hablando de tonterías, ¿quién es Ainhoa? —indagó Blanca haciendo referencia a su anterior comentario sobre la supuesta firmeza de su relación.
—¡Uy, qué joven, y qué guapa! —apuntilló Sonia con toda la maldad que pudo en su entonación.
—Dejaos de tanta preguntita. Ainhoa es la prima de Ángel y la secretaria de la escuela. Nada más. Ya no me intereso por las mujeres, por si no os habíais dado cuenta.
—Por supuesto. Es solo que nos ha extrañado, al menos a mí —puntualizó Sonia a pesar del movimiento afirmativo de la cabeza de Blanca—, que casualmente se trate de una chica tan atractiva.
—Pues ya ves. Yo no he tenido nada que ver en la elección. Siento estropear las fantasías de vuestras mentes calenturientas.
—De nuestras mentes calenturientas, dice —siguió Blanca—, como si ella fuese la santa del grupo. ¡Lo que hay que oír! Ya veremos si es verdad eso y no acabas enchochada como con aquella de la que juramos no volver a hablar nunca.
—¡JAMÁS! —gritó Eva en un tono excesivamente alto, cabreada de inmediato tan solo con la referencia que Blanca había mencionado—. Que no, que no —siguió, bajando el tono y negando a la vez con la cabeza—. Que estoy muy contenta con mi Ángel, no lo cambio por nada.
—Sabes que es una persona —insistió Sonia—, ¿verdad? No un robot aspirador, ni un detergente sin lejía…
—Venga, ya está bien. Fuera de aquí las dos. Que os invito a ver la escuela y acabamos hablando de historias para no dormir que me están empezando a poner de los nervios. Para tener treinta años parecéis dos viejas brujas…
Las carcajadas inundaron la recepción y a punto estuvieron de despertar al bebé de Blanca. Sin embargo, las chicas obedecieron y se marcharon sin montar más escándalo. No sin antes hacer prometer a Eva que las llamaría para ver la escuela en pleno funcionamiento en cuanto echase a andar.
Ella suspiró tranquila cuando el huracán hubo amainado. La conversación anterior a punto estuvo de hacer tambalear los sólidos cimientos de la vida que se había construido, pero su rápida reacción evitó cualquier inicio de desastre. Ya no quería saber nada más de las mujeres más allá de lo profesional, de la familia o de la amistad con sus amigas. Ya había disfrutado y sufrido bastante con ellas en terrenos más íntimos. Y no tenía intención de volver a dejar que una mujer le hiciera poner en duda en lo más mínimo la relación casi idílica que mantenía con Ángel.
«Entonces, ¿por qué le estás mirando el culo?», se preguntó al descubrir a Ainhoa agachada, tratando de ajustar la silla, exponiendo su circular y perfecto trasero al mundo. Las curvas de las mujeres habían sido demasiadas veces su debilidad. En eso sus amigas tenían razón. Y justo en momentos como ese por su cabeza relampagueaba la idea de si su bisexualidad se despertaba en la misma proporción por ambos sexos, o si los hombres eran el entrante y las mujeres el plato principal. Tal vez un buen corte de presa ibérica a la brasa. Sabroso, jugoso y muy caliente.
Ainhoa sorprendió a Eva con las manos, o los ojos, en la masa. Se incorporó y la encaró con media sonrisa en la cara.
—¿Disfrutando de las vistas? —preguntó sin cortarse.
—Iba a ofrecerte mi ayuda —respondió Eva de una manera un tanto atropellada.
—Todo controlado, gracias —dijo manteniendo la sonrisa, pero evitando poner a Eva más nerviosa de lo que ya estaba—. Pensaba irme ya a casa y volver esta tarde un rato a organizar el escritorio.
—Mejor déjalo para mañana. Esta tarde empezamos con entrevistas a profesores, prefiero tener la entrada despejada.
—Ah, entendido. Entonces hasta mañana.
—Hasta mañana… —susurró, dejando la frase en el aire, sin estar segura de si debía seguir hablando—. Por cierto, Ainhoa —siguió cuando la chica se disponía a abandonar la sala—, gracias por haberte implicado tanto en todo esto. No tenías por qué.
—No hay de qué. Al fin y al cabo, Ángel es mi primo y tú eres su novia. Apuesto que no tardando nos convertimos en familia. Estoy deseando empezar a trabajar y que pasemos más tiempo juntas, jefa.
Definitivamente, no debió seguir hablando. Otra vez ese tonito juguetón que le producía un cosquilleo en el centro de la nuca. Que podía recordarle a otros tiempos en los que ella misma lo utilizó para sacar de quicio a sus conquistas. No podía creer que las intenciones de Ainhoa fuesen otras que las de ayudar en la empresa de su primo y ganarse un sueldo como trabajadora. Pero tampoco podía evitar ponerlas en duda mientras veía cómo se alejaba sonriente y contoneándose como si saliera victoriosa de una batalla.
Y a ella le gustaba. Se odiaba por ello, pero le gustaba. De pronto tenía más de una razón para querer que la escuela empezase a funcionar. No con intención de engañar a Ángel. Eso nunca. Pero sí con la idea de poner un poco de pimienta a la anodina vida diaria que era llevar un negocio. Con todas las experiencias que había tenido y con la perspectiva de una mujer adulta, estaba convencida de que podría controlar la situación para que todo quedase en un pequeño juego inofensivo. Tan inofensivo como el parchís.
—¿Dónde te ves dentro de diez años? —Esa era la pregunta clave que Patricia hacía a todos los candidatos a profesor de la escuela que iban pasando por la entrevista. Sobre todo, le gustaba la diferencia que existía en las respuestas de los más jóvenes a los más mayores. Por lo general, los mayores aspiraban a tener una vida tranquila y un trabajo estable, como ella. Mientras que aquellos que rondaban la cuarentena todavía mantenían la esperanza de convertirse, por arte de birlibirloque, en grandes estrellas del celuloide.
El último candidato había resultado ser Mario, un hombre de mediana edad, en concreto de cuarenta y nueve años, según los cálculos que habían hecho con la fecha de nacimiento que aparecía en su currículum. No aparentaba para nada su edad. Saltaba a la vista que se preocupaba por su aspecto físico. Posiblemente cuidaba su alimentación y era un asiduo del gimnasio, como demostraban sus bien definidos músculos bíceps y pectorales. Además, tenía un estilo de vestir juvenil, con un pantalón vaquero oscuro, muy ajustado, y una camisa de cuadros roja y blanca, remangada y abierta en la parte superior que dejaba ver una camiseta interior también de color oscuro. Llevaba el pelo corto, pero lo bastante largo como para permitirle definir un tupé justo encima de la frente; y el rostro cubierto de una fina y desaliñada barba que indicaba falta de rasurado de unos tres días. Toda una falsa ilusión de ser un despreocupado de su imagen.
De no haber estado tan distraída pensando en otras cuestiones no del todo laborales, Eva podría haberse dado cuenta de que su tía no le quitaba ojo, y que le llamaba la atención por mucho más que sus habilidades como fotógrafo y posible docente. Los cincuenta y cinco años a las espaldas de la tía Patricia no habían mermado su libido ni sus deseos sexuales. Al contrario, ahora que tenía más tiempo para ella misma parecía haber vuelto al mercado por la puerta grande. Quizá con el objetivo de dejarse pescar por alguien, o de dar rienda suelta a sus fantasías ocultas.
—Pues, siendo sincero —respondió Mario sonriendo—, no creo que mi vida vaya a cambiar mucho de aquí a una década. Me gusta lo que hago, y pienso seguir haciéndolo. Quiero tener un trabajo más estable que me permita tomarme la vida con calma, pero voy a continuar haciendo fotos para revistas, catálogos o lo que surja. Necesito estar detrás de una cámara.
—Perfecto —dijo Patricia también sonriendo—. Por nuestra parte es todo. Muchas gracias por venir y te diremos algo lo antes posible.
—Muchas gracias a vosotras —concluyó antes de recoger sus cosas y abandonar el lugar.
—¿Podemos quedárnoslo? —imploró Patricia con un tono entre emocionado y suplicante tan pronto como Mario desapareció de su vista—. ¡Porfa, porfa, porfa!
—¿Qué tiene de especial? —preguntó Eva, ajena a todo lo que acababa de ocurrir.
—¡Qué no tiene! —exclamó Patricia—. ¿Tú has visto cómo está? No, tú qué vas a ver si llevas pensando en las musarañas desde que empezaron las entrevistas.
—Vale, reconozco que he estado un poco ausente —respondió Eva mientras cogía las hojas que descansaban sobre la mesa para revisar la información de los entrevistados—. Pero no podemos escoger un candidato según la revolución que sufren tus hormonas.
—No es solo eso. Tiene un buen currículum —señaló Patricia adelantando el documento de Mario para que Eva pudiese verlo—, y además fue modelo de joven. Creo que puede enseñar un par de cosas a sus alumnos…
—Y a ti, ya puestos…
—A ver, yo estoy abierta a lo que surja. Y que yo sepa no es ningún pecado alegrarse la vista.
Eva miró a su tía, negó con la cabeza y suspiró con media sonrisa.
—Está bien. Le diré a Ainhoa que lo llame mañana o pasado.
—¡Ah, gracias! —exclamó Patricia lanzándose a los brazos de su sobrina—. Sí, sí, tú habla con Ainhoa… —siguió en un tono provocador.
—¿A qué viene ese tono?
—A nada. Solo digo que por aquí va a ser bastante fácil alegrarse la vista, ¿no?
—Ya estamos otra vez. ¿Cuántas veces voy a tener que justificarme por la presencia de Ainhoa? Presencia con la que yo no he tenido absolutamente nada que ver.
—¿Otra vez?
—Blanca y Sonia insinuaron algo parecido esta mañana.
—Porque te conocemos.
—Pues os estáis equivocando. Para una vez que tengo una relación de la que no quiero escapar, tengo que aguantar esto.
—Yo digo que Ángel no es para ti, y una tentación como ella va a ser difícil de dejar pasar.
—¡Que no me interesa! Ni que fuera Miss Universo. Además, creí que disfrutar de las vistas no era pecado…
Que sus amigas —cuya imagen más cercana de ella era la de una casquivana— tuvieran tan poca fe en ella le parecía justificable, incluso lógico. Pero que su tía diese crédito a esa absurda idea de que tiraría su relación por la borda por un par de tetas no le hacía ninguna gracia. No podía engañarse a sí misma jurando que ya no sentía atracción por las mujeres; pero sí tenía suficiente autocontrol como para que esa atracción no significase nada más. Nadie, ni siquiera las personas más cegadas por el amor, podían evitar sentirse atraídas por alguien que no fuese su pareja. Pero en ningún caso eso menguaba el amor o invalidaba la pareja.
Mientras Eva seguía hablando consigo misma y recogiendo sus pertenencias con toda la parsimonia del mundo, Patricia se ocupó de colocar todo lo demás en su lugar y dejarlo listo para el día siguiente, respetando el silencio de su sobrina. Aquellas semanas de intenso trabajo parecían dar sus frutos poco a poco. Una vez que hiciesen saber a los elegidos que serían los nuevos profesores del centro, tendrían lo más importante que cualquier centro de enseñanza puede necesitar. Apagaron luces y cerraron puertas, pensando que cada vez faltaba menos para que se abrieran por primera vez a la llegada de alumnos.
«Vale, nos va a pillar el toro con la inauguración y está todo manga por hombro todavía. A ver, Eva, no te agobies, que bajo presión sabes que no funcionas. Que ha sido mala suerte que justo esta semana tía Patricia tenga función, y que Ángel tenga mil reuniones para dejarlo todo atado antes de cogerse la excedencia; pero tú eres una mujer fuerte e independiente que sabe arreglárselas muy bien sola, ¿no? Pues eso, deja de lloriquear y a arrimar el hombro, que este caos no va a organizarse solo».
Estaba sola. A una semana de la apertura oficial de El Bombín de Charlot. Con todo el desorden que habían dejado los trabajadores de la empresa de reformas para ella solita. Polvo y escombros en el suelo, pintura en los marcos de las puertas, muebles sin desembalar… Y su novio y su tía desaparecidos en combate en el momento clave.
Eva resopló y se remangó las mangas de la sudadera vieja que había elegido para la ocasión. Supo prever que la ropa no saldría indemne de esa situación, por lo que no dudó ni un minuto en escoger un modelito que no se atrevería a enseñar en sociedad de ninguna otra manera. Comenzó por colocar una gran bolsa de basura en una esquina para depositar todos los restos de materiales de construcción que fuese encontrando. Podía afirmar que habían hecho un buen trabajo con la reforma, pero no diría lo mismo en cuanto a la limpieza y pulcritud del lugar. «Aquí hay más mierda que en el palo de un gallinero», pensó, invocando la frase que en ocasiones había escuchado a su madre y a su abuela. Y sonrió al darse cuenta de cuánta sabiduría popular existía en los dichos que manejaban de forma habitual las generaciones predecesoras.
En medio de la faena, escuchó unos tímidos golpes en la puerta de entrada. Desde luego no esperaba a nadie esa mañana y tenía mucho por hacer. Si alguien pensaba molestarla o intentar venderle algo, le daría una contestación a la altura de su estado de ánimo. Fue hasta la puerta sin dejar de resoplar, pero el cabreo que mostraba su rostro se suavizó al ver a Ainhoa al otro lado.
—¿Ainhoa? ¿Qué haces aquí? Creí que habías vuelto con tus padres hasta la inauguración.
—Sí, ese era el plan —comentó la recién llegada con media sonrisa y una bolsa de algo que desprendía un delicioso olor a panadería reciente—. Hablé con Ángel esta mañana y me comentó que estabas agobiada y sola, y he cambiado de idea. Pensaba echarte una mano con todo esto, si te parece bien. Y he traído el desayuno —añadió moviendo la bolsa para que Eva se percatara de ella, si no lo había hecho ya.
—Eh… —dudó, tomándose unos segundos para debatir internamente si era buena idea quedarse a solas con ella, y a la vez avergonzada por la imagen que proyectaba con su chándal de hacía diez años y un moño que recogía su cabello sin ningún cuidado. Ainhoa, por el contrario, lucía impecable, con un pantalón vaquero ajustado, un abrigo largo que silueteaba su contorno y un gorro de lana con un gran pompón que solo ocultaba parte de su larga melena oscura, y le confería un aspecto dulce a pesar de esa mirada profunda y azulada que prometía todo lo contrario—. Pasa.
Ainhoa obedeció y se adentró en la recepción para dejar allí sus pertenencias y ponerse más cómoda. Echó un vistazo al interior y profirió un largo silbido que indicaba el impacto que le había causado esa visión.
—No esperaba que estuviese tan mal —comentó poniendo los brazos en jarras—. No sé si vengo preparada para esto —siguió, mirando su propio vestuario y comparándolo después con el de Eva.
Eva se sintió avergonzada al momento y trató de taparse cruzándose de brazos.
—Ya, es que es mejor que te vayas, te vas a manchar y yo puedo sola, de verdad.
—Bueno, tampoco es que me vaya a asustar ahora por un poco de polvo —dijo sonriendo mientras también se remangaba su jersey antes de unirse a Eva—. Por cierto, te queda genial el pelo recogido.
—Gracias —murmuró con cierta ironía en la voz.
Eva retomó el trabajo y Ainhoa se unió a ella con las tareas más alejadas de la suciedad, como empezar a colocar los muebles menos pesados en su sitio. Aun así, no pudo evitar que su ropa fuese adquiriendo un tono grisáceo a medida que pasaban las horas.
La exposición al polvo y el cansancio físico fueron mellando su productividad, pero, para el final de la tarde, habían conseguido ordenar y limpiar más de la mitad de la escuela. Apenas hablaron de algo que no estuviese relacionado con ello. En su lugar, pusieron una lista de reproducción de Spotify con las canciones de moda, casi todas de ritmos latinos que invitaban a hacer otras cosas alejadas del trabajo. Ainhoa iba canturreando y bailando de vez en cuando entre tarea y tarea; y, en esos momentos, Eva era incapaz de no dedicarle una mirada y deleitarse con la sensualidad que desprendía sin darse cuenta.
—Oye, Ainhoa —dijo Eva cuando ya no pudo más, deteniendo el último baile de la joven—, ¿qué te parece si descansamos un poco y tomamos un café? Yo creo que por hoy ya hemos hecho bastante.
—Claro —respondió al instante—. Deja que me arregle un poco y vamos al bar de aquí al lado si quieres.
—La verdad es que pensaba tomarlo aquí —respondió con la vergüenza haciendo acto de presencia de nuevo por su indumentaria—. No estoy muy presentable que digamos.
—No digas tonterías, estás perfectamente —aseguró Ainhoa sin una pizca de sarcasmo en su voz—. Pero si quieres me acerco y los compro.
—Sí, mejor. Yo invito —siguió, a modo de agradecimiento mientras rebuscaba en su bolso un billete de diez euros.
Ainhoa se acercó a Eva para recoger el billete mientras se sacudía el polvo de toda la parte delantera del cuerpo.
—¿Me ayudas? —preguntó, dándose la vuelta después de coger el billete para dejar su polvorienta espalda a la vista de Eva—. Tú sacude, sin miedo.
Eva tragó saliva sin decir nada. Miró al techo para concentrarse en cualquier otra cosa que no fuese la cercanía de Ainhoa y comenzó a sacudir el polvo de su espalda sin bajar la mano de la altura de los omóplatos.
—Como vayas a ese ritmo me cierran el bar —comentó con una leve risa—. Espero que no seas tan suave en todo lo que haces —provocó.
—Eh… No, es que estás bien, tampoco hay mucho polvo —balbuceó, evitando entrar en esas provocaciones que tan a prueba ponían su paciencia.
—Vale —dijo Ainhoa sin más mientras terminaba de sacudir el resto del cuerpo, trasero incluido—. Vuelvo en cinco minutos.
—¡Espera! —pidió Eva antes de que Ainhoa saliese del local—. No te he dicho cómo me gusta el café.
—Es mi obligación saberlo ya que voy a ser tu secretaria.
—En realidad vas a ser la secretaria del centro, no la mía.
—Descuida. Traeré el café para todo el mundo, pero el tuyo siempre tendrá un toque de canela —replicó guiñándole un ojo.
Solo cuando Ainhoa salió de la escuela, Eva consiguió relajarse un poco. La actitud que mostraba Ainhoa hacia ella no podía definirse como normal. Incluso si sus sospechas eran ciertas y tenía intereses que iban más allá de mantener una relación laboral, resultaba demasiado atrevida. Sobre todo, teniendo en cuenta que no se trataba de una chica cualquiera, sino de la prima de su novio.
Hasta donde ella sabía, habían tenido una relación bastante cercana desde pequeños. Se veían todas las semanas y jugaban juntos, con el resto de los niños de la familia. Ángel era hijo único, por lo que podía suponer que sus primos habían sido lo más parecido a hermanos que tuvo en su infancia. Por eso no conseguía entender que Ainhoa no respetase la relación de su primo y estuviese lanzando continuos mensajes con doble sentido, sin ninguna delicadeza.
Sus pesquisas se mantuvieron en su cabeza y la mantuvieron a ella alejada de cualquier conversación el resto del día. También en casa y durante la cena, cuando Ángel comenzó a sospechar que algo inquietaba a Eva debido a su silenciosa presencia.
—¿En qué piensas? —indagó por fin Ángel viendo a Eva dar vueltas con el tenedor a su parrillada de verduras—. Has estado muy callada desde que llegaste a casa.
—Estoy cansada, solo es eso… —murmuró sin muchas ganas, y debatiendo si debía compartir con él su preocupación, hasta que al fin se decidió—: Cariño, ¿por qué te empeñaste tanto en que Ainhoa trabajase en la escuela?
—¿Qué?