Mentiras, sexo y dinero - Lori Borrill - E-Book

Mentiras, sexo y dinero E-Book

LORI BORRILL

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Beschreibung

eLit 383 La productora de televisión Nicole Reavis pretendía emplear sus millones para resolver un problema personal que guardaba en secreto. Mientras, su programa debía continuar y por ello preparaba un especial sobre un evento en el que se subastaba a los solteros más sexys y cotizados de Atlanta. Pero después de ver al guapísimo Devon Bradshaw como uno de los candidatos, pensó que no le vendría nada mal soltarse la melena y gastarse parte de ese dinero en una maravillosa cita.Devon estaba encantado de ser "vendido" a la mejor postora si eso significaba pasar más tiempo con la bella Nicole. Y cuando descubrió que, en el fondo, tenían más en común que unas cuentas bancarias de seis cifras y unas sorprendentes revelaciones familiares, se decidió a averiguarlo todo sobre ella.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2009 Lori Borrill

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Mentiras, sexo y dinero, n.º 383- junio 2023

Título original: Underneath It All

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 9788411418133

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

1

 

 

 

 

 

—Muy bien, chicas, el siguiente hombre disponible es Evan Philips, un guapo agente inmobiliario de la empresa Century South —la mujer del micrófono señaló al monumento de ojos oscuros que había en el escenario y añadió—: Por favor, Evan, diles a las mujeres del público por qué están pujando.

Mientras el hombre detallaba una romántica noche que empezaría con una cena en el restaurante Sun Dial de Atlanta, Nicole Reavis se giró hacia su amiga y compañera de trabajo, Eve Best, para decirle:

—Hay días en los que adoro mi trabajo.

Eve sonrió.

—¿A cambio de días en los que te ves en medio de dos mujeres peleándose?

A Nicole le cambió la cara. Como productora del programa de testimonios de Eve, Entre nosotras, gran parte de su trabajo consistía en buscar temas para futuros programas. Esa noche, se celebraba la Subasta de Solteros que recaudaba fondos para los niños necesitados, un evento marcado por el glamur en un club de moda donde algunos de los solteros más cotizados de la ciudad subastaban una noche con ellos por la ciudad. Los fondos recaudados irían a parar a la obra de caridad.

Tres días antes, su trabajo la había tenido esquivando golpes entre dos mujeres que habían dicho llevarse maravillosamente a pesar de estar saliendo con el mismo hombre a la vez.

Una prueba más de que en el mundo de la televisión, la vida nunca era aburrida.

—Y me he dado cuenta de que has venido esta noche, pero que estuviste ausente mientras yo pedía ayuda a gritos antes de que esas mujeres destrozaran nuestra sala de reuniones —Nicole sacudió la cabeza—. Gracias a Dios que todo pasó antes de salir al aire. ¿Te imaginas qué humillante habría sido?

—Ey, sabes que, si hubiera estado allí, habría ido a ayudarte.

Nicole sonrió porque sabía que Eve habría ido corriendo de haber estado en el estudio. Aunque era nueva, Eve y ella habían conectado desde el principio. En realidad, había conectado con todas las personas del equipo, y el incidente de la pelea estaba siendo conocido como la transformación de Nicole, el momento que la había hecho pasar de novata a veterana marcada por la guerra.

—Además, tenía que estar aquí esta noche para asegurarme de que Penny no se meta en problemas —observó detenidamente entre la gran multitud—. Por cierto, ¿dónde está?

Penny era una de las nuevas ayudantes de investigación, una chica recién salida de la facultad que apenas tenía la edad legal para beber y que era excesivamente inocente, tal vez demasiado para un programa de testimonios que se centraba en relaciones y sexo. Pero tenían mucha audiencia entre los jóvenes de dieciocho a veinticinco años y Nicole estaba dispuesta a dejar pasar la inexperiencia de Penny a cambio del punto de vista que la chica le daba al programa.

—Los organizadores le están dando la lista de participantes. Será interesante entrevistarlos después de que hayan tenido las citas para ver si de estas cosas al final salen parejas.

—Empezaremos la puja con doscientos dólares —dijo la mujer del escenario.

El anuncio hizo que un enjambre de manos se alzara en el aire. Parecía que esa noche el sexy agente inmobiliario sería una ansiada mercancía.

A decir verdad, antes de llegar allí, Nicole había contemplado el evento con escepticismo al preguntarse por qué ese grupo de solteras con éxito estaban dispuestas a pagar precios tan altos por lo que equivalía a una cita a ciegas. Era imposible que esperaran encontrar sus almas gemelas en semejantes circunstancias.

Pero una vez dentro, se dio cuenta de que no se trataba de encontrar almas gemelas, sino de encontrar fantasía y diversión, y no había duda de que los organizadores del acto lo habían dispuesto todo con ese propósito. Cada año, la subasta se celebraba en uno de los nuevos locales más elegantes de Atlanta, y en aquella ocasión le había tocado el turno a un bar llamado Oasis. El lugar era muy lujoso; únicamente el interior ya les habría costado a los propietarios una verdadera fortuna.

Había sido construido y decorado para que tuvieras la sensación de encontrarte en el fondo del mar. Lámparas de araña de cristal colgaban de los techos como calamares flotantes y unas conchas de cristal adornaban los candelabros de pared que bordeaban el perímetro. El suelo estaba embaldosado para que pareciera arena y tenía algunos toques de madreperla. En el momento en que Nicole puso un pie allí, se vio arrastrada por la surrealista atmósfera.

Era como entrar en el relajante mundo de un acuario submarino, profundo y misterioso, el lienzo ideal para toda la sensualidad que la noche prometía.

Y entonces vio a ese hombre cruzando la sala, el mismo al que había estado intentando ignorar toda la noche sin éxito. No era que tuviera aversión hacia los hombres terriblemente guapos, todo lo contrario. Le gustaban mucho y ése en particular seguía atrayendo su atención como un imán sobre el acero.

Pero ése era el problema. Tenía que estar observando al público, seleccionando parejas de interés y tomando notas para el programa, en lugar de estar imaginándose a Míster Delicioso entre las sábanas.

Tenía debilidad por los hombres con traje. El que llevaba, de color gris y corte clásico, hacía maravillas en un cuerpo que probablemente no necesitaba tanta ayuda para destacar. La corbata azul plateada hacía juego con sus ojos y les daba vida incluso bajo la tenue iluminación del bar. Pero su sonrisa era lo más peligroso; era esa clase de sonrisa que podía hacer que una mujer se desvaneciera: delicada, aunque provocadora a la vez, y con un hoyuelo en la mejilla que suavizaba su marcada mandíbula. Tenía el pelo oscuro y corto peinado hacia atrás que recordaba a los días rebeldes de James Dean.

Se le veía relajado y muy natural, como si el traje que llevaba fuera tan cómodo como un par de vaqueros viejos y tenía una risa que parecía salirle directamente del corazón. Todo en él se veía auténtico, parecía como si ese hombre fuera ajeno a su propio atractivo. No había nada pretencioso ni calculador en sus ojos mientras lo observaban todo a su alrededor, y cuanto más lo miraba Nicole, más creía que podría quedarse allí para siempre sin dejar de contemplarlo.

El sonido del mazo le hizo volver a centrar la atención en la subasta, aunque demasiado tarde… Ya era la tercera pareja que se había perdido por estar comiéndose con la mirada a Míster Delicioso.

Se volvió hacia Eve y le preguntó:

—¿Por cuánto ha sido éste?

Eve lanzó una risita.

—¿Qué te pasa esta noche? ¿Demasiados hombres sexys a tu alrededor desconcentrándote?

—No, sólo uno —dijo dirigiendo la mirada hacia el lugar que no le correspondía.

Eve la siguió.

—¿Cuál de ellos?

—El alto del medio —dijo Nicole distraídamente.

—¿Qué alto? ¿Me estoy perdiendo algo?

La pregunta la lanzó Penny, que acababa de regresar con la lista del organizador de la gala benéfica.

—Nicole ha encontrado un hombre por el que pujar esta noche —dijo Eve.

—¿Qué? No, no es verdad. Es sólo que lo encuentro atractivo, nada más —aunque poco a poco, el pensar en que otra mujer se lo llevara esa noche provocó en su interior una inquietante punzada de celos que no comprendía del todo.

De nuevo, sus ojos traicioneros vagaron en esa dirección. Durante casi una hora él había estado allí de pie, con una mano metida en el bolsillo de los pantalones que con elegancia echaba hacia atrás una parte de la chaqueta ofreciendo una vista de lo que parecían las rígidas líneas de un pecho y un abdomen bien tonificados. Y durante casi una hora Nicole había estado intentando centrarse en el trabajo y no en ese semental, pero lograrlo se le estaba haciendo cada vez más difícil.

Él le dio otro trago a su bebida y volvió a recorrer la sala con la mirada mientras el hombre que tenía al lado seguía hablándole. Míster Delicioso tenía un oído puesto en la conversación a la vez que examinaba los alrededores. Nicole sospechó que esa clase de eventos, esa mezcla de negocio con placer, era algo a lo que ese hombre estaba acostumbrado, y eso le hizo preguntarse quién era y a qué se dedicaría.

Una vez más, el hombre se rió. El agradable sonido retumbó por las venas de Nicole y, justo cuando pensó que debía mirar a otro lado, la mirada de él cruzó la habitación y aterrizó directamente en ella.

Esos cristalinos ojos azules se clavaron en los suyos y comenzaron a reflejar un interés cada vez más intenso. Esa boca apasionante que había estado admirando se curvó y sonrió, dejándola excitada y expuesta.

¿El ardor que sentía era fruto del deseo o de la vergüenza por haber sido descubierta? Pero si era por vergüenza, ¿por qué no reunía el valor de desviar la mirada?

Sus ojos la paralizaron, hasta el punto de no poder si quiera pestañear. Y cuando comenzaron a recorrerla de arriba abajo, fue como si miles de dedos se estuvieran moviendo también con esa mirada y acariciando las zonas más sensibles de su cuerpo.

Que una simple mirada pudiera despertar tantas terminaciones nerviosas le hizo pensar con expectación qué podría hacer si a esa mirada le añadiera unas caricias. Pero dado el modo en que se sentía, prefería no descubrirlo. Si existía la combustión humana espontánea, sin duda ese hombre tenía el poder de desencadenarla.

—Vaya, si eso no es una invitación, entonces no sé lo que es —dijo Penny.

Fue el codazo en las costillas más que el comentario en sí lo que hizo que Nicole volviera a centrarse en la conversación.

Se aclaró la garganta y se dio la vuelta, sintiéndose ridícula por el hecho de que por cuarta vez esa noche el hombre de la esquina hubiera logrado desbaratar sus pensamientos. Tal vez todos tenían razón al decir que había estado trabajando demasiado, teniendo en cuenta la reciente y difícil situación a la que habían tenido que hacer frente.

Como si su vida ya no hubiera sido lo suficientemente complicada, Nicole y el equipo de Entre nosotras acababan de ganar el sorteo de lotería más importante del estado que los había transformado a los cinco en multimillonarios de la noche a la mañana.

Para Nicole, el premio fue la señal de que trasladarse a Atlanta había sido la elección correcta porque hasta entonces no se había convencido de que dejar su hogar y una prometedora carrera en California hubiera sido la decisión más sensata. Por el momento, aún no se había recuperado tras conocer que su vida había sido una mentira, que no era la persona que creía ser y que sus auténticas raíces nunca habían estado en California.

En realidad, era una chica sureña y, como un inmigrante deseoso de volver a su hogar, había llegado a Atlanta para intentar solucionar el desorden en el que se había convertido su vida. Había caído un peldaño en su carrera al entrar a formar parte del modesto programa de televisión, pero lo había hecho pensando que un trabajo menos estresante que el que tenía le daría tiempo para pensar.

Desafortunadamente, el trabajo había resultado ser más agotador y frenético de lo que había esperado y no le había dejado tiempo para reflexionar sobre cuál era su lugar en el mundo. Había empezado a echar de menos a su familia y a dudar sobre su traslado a Georgia… hasta que la lotería cambió su vida y su manera de ver las cosas.

Nicole lo había interpretado como una señal del destino para decirle que, aunque la vida estaba llena de obstáculos, ella se encontraba en el buen camino porque, a pesar del interés mediático que el premio generó, por otro lado también le dio una seguridad que había estado buscando.

Hasta que apareció Liza con su demanda.

Liza Skinner era la predecesora de Nicole en el programa y uno de los miembros fundadores de Entre nosotras. Junto a los otros cuatro ganadores, Cole, Jane, Zach y Eve, había estado jugando a la lotería desde que el programa había comenzado tres años atrás. Pero cuando Liza se marchó sin decir una palabra, el grupo tuvo que sustituirla y, al ocupar su vacante, Nicole pensó que también podía ocupar su lugar en el sorteo de la lotería y participar con el resto de compañeros.

¿Por qué no? No eran más que unos dólares al mes. Y cuando entre todos ganaron treinta y ocho millones de dólares ya libres de impuestos, se alegró de haber tomado esa decisión.

Por desgracia, un premio como ése ocupó los titulares de todo el país y Liza salió a la palestra. No perdió tiempo en volver a Atlanta para recuperar su parte del premio y, aunque el grupo no creía que le correspondiera nada, el abogado de Liza no pensaba lo mismo. Desde entonces, sus ganancias habían quedado congeladas, los sueños de todos en el aire y ella había vuelto a preguntarse si después de todo el sur era su lugar.

Y ahora, viéndose en ese jardín submarino con su sexual y romántica atmósfera, estaba dejando que la tensión de esos últimos meses se desvaneciera.

Eso era todo.

Miró a Penny.

—Deberías pujar por él.

Nicole intentó actuar como si eso fuera lo más ridículo que había oído nunca, pero aun así pudo sentir que su esfuerzo había sido bastante pobre.

—No pienso apostar por nadie —respondió, aunque no sonó en absoluto convincente.

—Vamos. Estamos estudiando esta subasta para el programa. ¿Qué mejor forma de comprender cómo funciona que participar?

Nicole miró a Eve, que sí que parecía estar de acuerdo con la locura propuesta por Penny.

—Tiene razón —dijo Eve.

Mordisqueándose el labio, Nicole se giró y lo miró una vez más. Una cosa era mirarlo desde lejos, aunque… ¡Vaya! Sería mucho mejor acercarse y entablar conversación. ¿Pero obligarlo a tener una cita después de haberlo ganado en una subasta? ¿Su ética le permitía tomar parte en eso?

Tras volver a echarle un vistazo a tan sexy semental, se preguntó a quién intentaba engañar. ¡Claro que podía! En un minuto.

—Tienes que hacerlo —le dijo Penny—. Por el programa.

—Por el programa —repitió Nicole.

 

 

Devon Bradshaw le dio un sorbo a su bourbon mientras admiraba la cosa más dulce que había visto desde el pastel de melocotón de su madre. Alta, rubia y preciosa, la mujer lo había atraído con sólo una mirada y le había dado la esperanza de que esa noche tuviera un agradable final.

Su hermana Grace los había engatusado a sus hermanos, Bryce y Todd, y a él para participar en ese acto benéfico. Dijo que no se había dado cuenta de que se trataba de una subasta de solteros y, ante la oportunidad de echarse atrás, Bryce, el sensato, aprovechó. Devon pensaba hacer lo mismo hasta que Todd lo desafió. El que sacara una puja más alta ganaba, y el que perdiera tenía que doblar la cantidad que se había pagado por el ganador y donarla a la beneficencia. Incluso entonces, Devon intentó escabullirse hasta que Grace y los organizadores del evento se enteraron de lo del desafío, una cosa llevó a la otra y… bueno… ahí estaba, preguntándose qué le depararía la noche.

En general, estar allí era positivo para el negocio, otra forma de hacer que Inversiones Bradshaw entrara en contacto con la gente más adinerada de Atlanta. Como futuro director ejecutivo del negocio familiar, esa clase de funciones se habían convertido en la parte que menos le gustaba del trabajo.

Pero la impresionante rubia que había al otro lado de la habitación lo cambiaba todo.

Esbelta e impactante, la mujer tenía ese algo especial que le hacía tener esperanzas. Más delgada que curvilínea, tenía cuerpo de atleta y una piel de color caramelo, una chica que con ese vestido rosa y esos tacones le recordaba a una belleza sureña.

Mientras seguía observándola entre la multitud se preguntaba si la mirada que veía en ella significaba que la noche podía acabar bien.

—No puedo creerme que estéis haciendo esto.

Esa voz de la razón provenía de Bryce.

—¿Vas a dejar ya de quejarte? Además, creí que te divertirías viendo la humillación pública de Todd.

—Ninguno de los dos deberíais estar humillándoos en esta subasta. Deberíamos volver a la oficina para intentar averiguar quién está robándole dinero a nuestra empresa.

Devon se burló de él.

—No sabemos si alguien está robando, y si existe tal robo, los de contabilidad nos darán un informe si encuentran discrepancias en los libros de cuentas.

—Es algo muy serio. Deberíamos hacer algo más al respecto.

Allí estaba otra vez el comentario que en más de una ocasión le recordaba a Devon que Bryce debería ser el que heredara el puesto de director ejecutivo de Inversiones Bradshaw. Si su padre hubiera hecho la elección basándose en quién encajaba mejor en el papel, el elegido habría sido Bryce. Tenía buen ojo para los números e inteligencia para los negocios. Sin embargo, el orden de nacimiento había sido lo que le había situado al mando del departamento financiero.

Según su padre, William Devon Bradshaw III, que a su vez había heredado el negocio de su padre, William Devon Bradshaw Junior, la tradición dictaba que el próximo director ejecutivo fuera el siguiente William Devon Bradshaw. Ése había sido su razonamiento desde el día en que Devon nació y por ello, cada paso que había dado en la vida había estado dirigido a ese fin. Tenía un máster en Económicas y Dirección de Empresas, y llevaba trabajando con la empresa desde que comenzó las prácticas siendo adolescente.

Todo había sido dispuesto para él, al igual que se había hecho con todos los Bradshaw que lo habían precedido. El único problema era que estaba aburrido de su trabajo y que acababa de darse cuenta de que, a medida que fuera ascendiendo, su vida no se volvería más interesante.

Aunque técnicamente aún estaba al mando, su padre había ido desentendiéndose poco a poco y dejando a Devon ocuparse del negocio y, ahora que había visto un poco de la vida que estaba a punto de heredar, no le había gustado. Ese negocio de inversiones y cifras era absolutamente tedioso; dudaba que pudiera aguantar en él otro año más… y mucho menos el resto de su vida.

La única pregunta era qué hacer al respecto. Dado que la auditoría anual había descubierto unas discrepancias sospechosas en los libros de cuentas, no era el momento de comenzar a reorganizar su vida y anunciar que le gustaría romper la tradición. Cuando se trataba de invertir, la gente se ponía muy nerviosa y la imagen lo era todo. Si había algún asunto turbio dentro de la compañía, primero habría que resolverlo y dejar que las cosas se calmaran antes de lanzar otra bomba.

Y el anuncio de que un Bradshaw primogénito tuviera sus propios planes de futuro sin duda generaría alguna que otra riña.

—Lo digo en serio —añadió Bryce con la respiración entrecortada—. Tenemos que enfrentarnos a la posibilidad de que alguien esté robando a nuestra compañía.

Devon se terminó su copa y decidió que lo único que le importaba esa noche era la rubia que había al otro lado de la sala.

Tras echarle el brazo sobre los hombros, llevó a su hermano hasta la barra del bar.

—Deja que te dé un consejo de hermano. Durante las próximas horas, olvídate de la auditoría. Tienen tu número de móvil y, si ocurre algo, te llamarán.

Le pidió una copa y dejó un billete de veinte dólares sobre el mostrador de mármol.

—Ya —dijo Bryce—. Y mientras me olvide de la auditoría, tú estarás ocupado ligándote a la rubia de ahí.

Le guiñó un ojo y sonrió.

—Me gusta cómo piensas, hermanito.

Bryce puso mala cara, pero no insistió. Sabía mejor que nadie que el corazón de Devon no estaba en el negocio familiar y dudaba que su hermano tuviera las agallas suficientes para admitirlo ante su padre.

Devon, por su parte, no quería pensar ni en el futuro ni en auditorías ni en aspiraciones profesionales, sino en una intrigante mujer con unos ojos azules llenos de vida.

—¿Quién es ésa con la que está hablando? ¿La conocemos?

Bryce miró a la chica morena desde el otro lado de la habitación.

—Creo que es la mujer del programa de testimonios. Entre amigas o Nuestro tiempo o algo así, no recuerdo el nombre. Es un programa de chicas, pero se está haciendo muy popular.

—Ah, sí. Ya sé cuál dices —levantó su copa y le dio un sorbo—. Me pregunto si la rubia trabaja en el programa.

—Si trabaja ahí, entonces es millonaria. Te has enterado, ¿no? —cuando Devon sacudió la cabeza, Bryce le explicó—: Todas son millonarias —y añadió encogiéndose de hombros—: A lo mejor han venido a gastarse sus fortunas.

—Pues yo estoy dispuesto a gastarme su fortuna con ella —y tras dejar su bebida en la barra, dijo—: Creo que voy a ir a presentarme.

Bryce abrió la boca, sin duda tenía algo que objetar, pero antes de poder hablar una voz lo interrumpió.

—Vaya, pero si es mi inversor de Bolsa favorito. ¿Cuánto voy a tener que pagar por ti esta noche?

El escalofrío que sintió le dijo a Devon que se trataba de Abigail Westlaw, una agente inmobiliaria de la zona con quien, en un episodio de locura transitoria, había cometido el error de acostarse. Una vez. Sí, vale, no es que no encontrara atractiva a Abbey, pero el problema fue que apenas habían terminado de tomarse el café a la mañana siguiente, ella ya había contado su encuentro por toda la ciudad.

Y gracias a eso, habían salido docenas de hombres de la nada que también se habían acostado con Abbey y que tenían mucho interés en cambiar impresiones con él.

Tal vez era un anticuado, de acuerdo, pero a Devon nunca le había interesado la promiscuidad. Prefería ser el único y, si se hubiera tomado algo de tiempo para conocerla mejor antes de cometer el error, habría descubierto que Abbey Westlaw era promiscua.

Él forzó una sonrisa y le respondió:

—¿Por qué pujar por bienes usados? Seguro que estarías más interesada en alguien nuevo y lustroso.

Ella echó la cabeza atrás con una carcajada sobreexagerada y le echó un huesudo brazo sobre el hombro.

—Devon, tú siempre has sido el más divertido.

¿El divertido?

Intentó permanecer calmado, recordándose que había cosas peores que pasar una noche romántica con Abbey. Aunque por mucho que le daba vueltas, no se le ocurría nada.

La mujer lo besó en la mejilla y le dio un apretón en el brazo.

—Si el precio está bien, puede que esta noche me vaya a casa con varios premios —dijo y por su expresión parecía no tener la más mínima idea de lo mal que había sonado eso—. Pero quería que supieras que eres mi primera elección.

Y con eso se marchó, dejándolo en la barra con un agujero en el estómago.

2

 

 

 

 

 

—Espero que hayas venido preparado para perder —dijo Todd, el hermano de Devon—. Tengo varias mujeres en esta sala preparadas para desembolsar unos buenos dólares por una rodajita del Bradshaw más guapo.

—Me alegro de que hayas venido con confianza —respondió Devon con poco entusiasmo. No estaba especialmente interesado en verse envuelto en otra batalla de egos con el pequeño de la familia. Las palabras de despedida de Abbey seguían retumbando en sus oídos y lo hacían sentirse furioso con su hermano por haberlo convencido para que se metiera en ese lío.

—No se trata de confianza, sino de estrategia —dijo Todd señalándose la frente—. Un buen jugador sabe que para ganar tiene que poner la balanza a su favor. Así que mientras tú estabas con Bryce, yo he estado asegurándome postoras —miró a su alrededor y sonrió—. Y tengo mis probabilidades de ganar puestas en una sexy pelirroja llamada Tammy.

Tenía que admitir que antes de ver a la rubia no había considerado darse a conocer por la sala, aunque la mayoría de los hombres habían pasado la noche mezclándose entre la multitud. Aún no le hacía mucha gracia la idea de subastarse a sí mismo.

Sin embargo, todo aquello encajaba muy bien con Todd. Siendo el vendedor nato de los tres chicos Bradshaw, podía sacarle a un vagabundo su último dólar y dejarlo lamentándose por no haber podido darle más. Si a eso se le añadía la emoción de la competición y la chispa de una apuesta amistosa, podía decirse que la noche estaba diseñada enteramente para él.

Su padre no había sido tonto al poner a Todd al mando de la captación de inversores. Adoraba engatusar a la gente para que invirtiera su dinero y, aunque a Devon ya le resultaba aburrido el ego de su hermano pequeño, tenía que admitir que Todd era muy bueno en su trabajo.

Razón por la que ya se había presentado esa noche aceptando una derrota.

Desde el momento en que Todd aprendió a caminar y a hablar, la familia supo que no podía enfrentarse a él cuando se trataba de una competición. Hacía siempre lo que fuera por ganar y hacía muchas décadas que Devon, Bryce y Gracie habían aprendido que lo más sencillo era, directamente, no competir contra él.

Pero aunque Devon no tenía interés en vencer a Todd esa noche, sin duda quería conseguir una cita con la única mujer en la sala que había despertado su atención… entre otras cosas.

Mientras charlaba con sus amigas, se había girado dándole una vista magnífica de un trasero en forma de corazón y tuvo que apretar los puños para luchar contra el deseo de acercarse y acariciarle las nalgas. Sólo esa ardiente mirada que habían compartido lo había hecho sentirse como si tuviera derecho a hacerlo, como si ese cuerpo le perteneciera.

Como si fuera un cavernícola, pensaba en ir hacia ella y sacarla a rastras para llevarla a su cueva. La mujer había despertado su instinto más primario de conquista y posesión y, antes de acercarse a ella, tuvo que recordarse que, supuestamente, su especie ya había evolucionado.

Aunque en ese momento no lo pareciera…

—¿Y tú? ¿Ya tienes algo a tu favor? —le preguntó Todd.

—Abigail Westlaw —respondió Bryce con una sonrisita.

—Sí, seguro. No, en serio, ¿no has hablado con ninguna mujer esta noche?

—Estaba a punto de presentarme a esa encantadora rubia —dijo llevando su mirada al otro lado de la habitación.

—¿La rubia de Entre nosotras?

—¿La conoces? —preguntó Devon interesado.

Todd miró a la rubia y a las dos mujeres con las que estaba.

—He oído hablar de ella. Es una de las productoras del programa. Eve Best —dijo señalando a la morena— es la presentadora. Y la rubia más baja es una asistente —se encogió y dio un trago de cerveza—. No las conozco, pero por casualidad estaba al lado cuando la asistente estaba hablando con el organizador. Están aquí por el programa. Supongo que quieren hacer un bloque sobre subastas de solteros.

—¿Así que no han venido a apostar? —preguntó Devon mientras veía sus esperanzas desvanecerse por segundos.

—No tengo ni idea.

—Bueno, pues hay una forma de averiguarlo —hizo intención de ir hacia la mujer, pero Todd lo detuvo.

—¡Eh! ¿Adónde vas? Evanne quiere que subamos al escenario, somos los siguientes.

—¿Ya? Pero si apenas han empezado.

—Lo siento, hermanito. Si no te has dado a conocer ya entre las mujeres, se te ha acabado el tiempo. Tenías que haber aprovechado la oportunidad cuando la tenías.

Genial. Iba a salir a subasta y la única mujer que estaba abiertamente interesada en él era la última mujer con la que querría tener una cita. Pensó en Abigail y en las posibilidades de que ella ganara la puja y por una vez tuvo que admitir que su hermano tenía razón: le habría ayudado haber actuado con más rapidez.

Ahora tendría que subir al escenario y dejar la subasta en manos del destino.

Y al levantar la copa para darle un último trago, deseó que las estrellas estuvieran de su parte.

—Aquí tenéis las ofertas de la noche, chicas. Dos ricos y cotizados solteros envueltos en una apuesta amistosa en beneficio de esta recaudación de fondos para los niños más necesitados.

Nicole escuchó mientras la presentadora presentaba a su sexy desconocido ante el público y daba la razón por la que los dos hombres estaban allí.

Devon Bradshaw, subdirector del Grupo de Inversiones Bradshaw, y su hermano Todd estaban enfrentándose para ver quién reunía la mayor cantidad de dinero. Le quitó las hojas a Peggy y encontró sus nombres junto con su información de contacto. No importaba lo que sucediera, ya tenía la excusa perfecta para llamarlo y pedirle una reunión. Trazó un círculo alrededor del nombre y sonrió mientras pensaba que, en ocasiones, su trabajo resultaba muy útil para ciertas cosas.

—Allá vamos, ¿estás lista? —le preguntó Penny con la voz casi entrecortada por la emoción.

—Bueno, puedo seguirle la pista después de la subasta, para eso estamos aquí, ¿no?

Penny la miró como si se hubiera vuelto loca.

—¿Y entrevistarlo sobre su cita con otra mujer?

Dicho así, a Nicole no le gustó cómo sonó y la amarga sensación que le produjo hizo que su última duda se desvaneciera.

Enrolló las hojas, se guardó en el bolso el bolígrafo y su libreta y dijo: