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Sallie, una chica colorina, crespa, de temperamento apasionado y proveniente de una clase acomoda, acepta el cargo de directora del Hogar John Grier, destinado a acoger huérfanos, con la esperanza de poder darles una oportunidad a todos los niños que viven allí y de prepararlos para que sepan enfrentar la vida cuando deban partir y enfrentarse al mundo. Para lograrlo, pone en marcha una serie de reformas sobre las cuales tendrá diferencias de opinión con Robien Mc Rae, médico del hogar. De allí que ella lo llame "mi querido Enemigo" La novela epistolar Mi querido enemigo es la radiografía de un ser y su mundo. Sallie, con gran sentido de humor y una enorme ternura, nos mostrara la realidad de la época, la vida de los niños en los orfanatos, la actitud de la sociedad frente a ellos y frente al tema de la adopción.
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Seitenzahl: 274
Mi querido EnemigoAutora: Jean WebsterTraducción: Juan Carlos Díaz Saenger Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile. Fonos: 56-2-24153230, 56-2-24153208. [email protected] Diseño de portada: Camila Doñas Diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Primera edición: septiembre de 2019. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N° 307952 ISBN: Nº 978-956-338-449-9 eISBN: Nº 978-956-338-658-5
Stone Gate, Worcester, Massachusetts, 27 de diciembre.
Querida Judy:
Me llegó tu carta, la he leído dos veces, y estoy sorprendida. Jervis, como regalo de Navidad, te ha dado dinero para transformar el Hogar John Grier en una institución modelo, ¿y me has escogido a mí para dirigirlo? Yo, Sallie McBride, ¡la directora del orfanato! ¿Han perdido la cabeza, se han vuelto drogadictos? ¿O es la locura de dos afiebradas imaginaciones? Me siento tan calificada para hacerme cargo de cien niños como lo estoy para ser la doctora de un zoológico.
¿Y usas como carnada a un atractivo doctor escocés? Mi querida Judy —mi querido Jervis—, ¡puedo ver a través de ustedes! Puedo imaginarme exactamente la reunión familiar que se llevó a cabo donde los Pendleton con motivo del hogar.
“¿No es una lástima que Sallie no haya hecho nada desde que terminó la universidad? Más vale que haga algo útil en vez de desperdiciar su tiempo en la pobre vida social de Worcester. También, (dice Jervis), se está interesando demasiado en ese confundido joven Hallock, muy apuesto, fascinante y poco serio. Nunca me gustaron los políticos. Debemos desviar su mente con una ocupación inspiradora y absorbente hasta que pase el peligro. ¡Ah! ¡Lo tengo! La pondremos a cargo del Hogar John Grier”. Lo puedo escuchar como si estuviese allí. Durante mi última visita a tu encantadora casa tú y yo tuvimos una conversación muy seria con respecto a: (1) matrimonio, (2) los pocos ideales de los políticos, y (3) las vidas frívolas e inútiles que llevan las mujeres de sociedad.
Por favor dile a tu moralista marido que sus palabras están en lo más profundo de mi corazón, y que desde mi regreso a Worcester he pasado una tarde a la semana leyendo poesía con las pacientes del asilo de mujeres alcohólicas. Parece ser que mi vida no es tan sin propósito después de todo.
También, déjame asegurarte que el político no es un peligro inminente; y que, de todas formas, es un ser muy amable, aunque su punto de vista sobre las tarifas, el impuesto único y el sindicalismo no coincida exactamente con el de Jervis.
Tu deseo de que dedique mi vida a los demás es muy dulce, pero debes verlo desde el punto de vista del interés del hogar.
¿No sientes lástima por aquellos pobres e indefensos niños huérfanos?
Yo la tengo, por eso rechazo respetuosamente el cargo que me ofreces.
Sin embargo, será un placer aceptar tu invitación para visitarte en Nueva York. Debo reconocer, eso sí, que no estoy muy entusiasmada con la lista de actividades que planificaste.
Por favor, sustituye lo del orfanato de Nueva York y el hospital de niños abandonados por un par de obras de teatro, óperas y una cena o algo así. Tengo dos nuevos vestidos de noche, un abrigo azul, con dorado y un cuello de piel
No puedo esperar para hacer la maleta, así que envía un telegrama rápido, si es que no deseas recibirme tal cual como soy, sino como la eventual y austera sucesora de la señora Lippett. Tuya como siempre.
Totalmente frívola y pretendiendo seguir así.
Sallie McBride.
P.D.Tu invitación es especialmente apropiada para la estación. Un joven político, encantador, llamado Gordon Hallock, estará en Nueva York la próxima semana. Estoy segura de que te gustará cuando lo conozcas mejor.
P.D. 2. Sallie haciendo su caminata por la tarde como a Judy le gusta verla.
Les pregunto nuevamente: ¿Se volvieron locos los dos?
Casa John Grier, 15 de febrero.
Querida Judy:
Llegamos en medio de una tormenta de nieve a las once de la noche, Singapur, Jane y yo. No parece ser la costumbre que los directores de los orfanatos lleven con ellos asistentes personales y un perro pekinés. El nochero y el ama de llaves, que estaban esperando despiertos, me recibieron con una agitación terrible. Nunca habían visto a Sing y pensaron que les estaba presentando un lobo. Los tranquilicé respecto de su naturaleza perruna, y el nochero, luego de estudiar su negra lengua, se atrevió a hacer una pregunta. Quería saber si le había dado una tarta de arándanos.
Fue difícil encontrar alojamiento para mi familia. El pobre Sing fue arrastrado, sollozando, a una leñera y le dieron un pedazo de papa. A Jane no le fue mucho mejor. No había ni una cama extra en el edificio, salvo una cuna en la enfermería. La acostamos dentro y pasó la noche doblada en dos. Hoy cojeaba, parecía una letra s, se lamentaba sobre la última aventura de su combativa jefa y añoraba el momento en que recuperase la cabeza y regresase a Worcester.
Sé que ella arruinará todas las oportunidades que tengo de ser popular con el resto del personal. Tenerla aquí conmigo es la idea más absurda jamás concebida, pero tú conoces a mi familia. Yo luché contra sus objeciones, pero ellos dieron su postura con respecto a Jane. La tuve que traer para que vea que me alimento bien y que no me quedo despierta toda la noche. Solo pude venir —temporalmente, claro está—, pero con Jane. ¡Si no nunca más podría cruzar el umbral de la casa de Stone Gate! Así que aquí estamos y me temo que ninguna de las dos somos muy bienvenidas.
Me desperté con el sonido de un gong a las seis de esta mañana, y me quedé recostada por un momento escuchando el alboroto que veinticinco niños hacían en el baño situado justo sobre mi cabeza. Parece que no pueden bañarse, solo pueden lavarse la cara, pero hacen tanto ruido como veinticinco cachorros en una piscina. Me levanté, me vestí y exploré un poco. Ustedes fueron sabios al no enviarme a conocer el lugar antes de que me comprometiera.
La hora del desayuno me pareció un momento alegre para presentarme, así que me dirigí al comedor. Horror de horrores: qué murallas más vacías y aburridas; qué mesas, cubiertas con manteles aceitosos; qué tazas y platos; y con esas bancas de madera. Y a modo de decoración, un texto iluminado: “Dios proveerá”. Quien haya añadido este último toque posee un horrible sentido del humor.
Judy, te juro que nunca conocí ningún lugar en el mundo tan absolutamente feo, y cuando vi esas filas de niños pálidos uniformados de color azul y sin vida, casi colapsé. Traer luz a cien pequeños rostros cuando lo que necesitan es una madre para cada uno parecía un objetivo inalcanzable para una persona.
Acepté esto con demasiada liviandad, en parte porque fuiste persuasiva y, sobre todo, porque ese ignorante señor Gordon Hallock se burló tan escandalosamente ante la idea de que yo pudiese manejar el hogar. Entre todos me hipnotizaron. Y luego, por supuesto, cuando comencé a leer al respecto y a visitar todas esas diecisiete instituciones, me entusiasmé con los huérfanos y quería poner en práctica mis propias ideas. Pero ahora estoy espantada al encontrarme en este lugar; es una tarea enorme: la salud y la felicidad de más de cien y… mil niños. La cosa es geométricamente progresiva. Es terrible. ¿Quién soy yo para realizar este trabajo? ¡Busca una nueva directora!
Jane dijo que la cena está lista. Habiendo tenido dos comidas semejantes, el pensar en otra, no me atrae para nada.
Hasta más rato.
El personal comió cordero y espinacas, con flan de postre. Lo que comieron los niños detesto siquiera considerarlo.
Te estaba contando sobre mi primer discurso oficial, durante el desayuno. Hablé sobre todos los maravillosos cambios que habrá en el Hogar John Grier para cada niño y niña de esta institución, gracias a la generosidad del señor Jervis Pendleton, el presidente de nuestra directiva, y a la señora Pendleton, la querida “tía Judy”.
No te enojes por mi caracterización de la familia Pendleton. Lo hice por motivos políticos. Como todo el personal de la institución estaba presente, creí que era una buena oportunidad para enfatizar en el hecho de que estas perturbadoras innovaciones vienen directamente del presidente y no de mi agitado cerebro.
Los niños pararon de comer y me miraron fijamente. El llamativo color de mi pelo y mi nariz respingada son nuevos atributos para una directora. Mis colegas me dejaron claro que me consideran muy joven e inexperta para ser autoridad. Aún no he visto al doctor escocés de Jervis, pero te aseguro que tendrá que ser maravilloso para compensar a esta gente, especialmente a la profesora de preescolar. La señorita Snaith y yo discutimos sobre el tema del aire fresco; pretendo cambiar el olor de esta terrible institución, aunque deba transformar a cada niño en una estatua de hielo.
Como hoy la tarde estuvo con sol, brillante y nevada, ordené cerrar esa sala de juegos parecida a un calabozo, y que los niños salieran.
—Nos está echando, le escuché decir a un mocoso, quejándose mientras intentaba ponerse un pequeño abrigo.
Sin más esperaron de pie en el jardín, vestidos, pacientemente, que se les permitiera volver a entrar. No corrieron o gritaron, no hicieron bolas de nieve. ¡Imagínate! Estos niños no saben jugar.
Más tarde aún, comencé con la genial tarea de gastar tu dinero. Compré esta tarde once botellas para el agua caliente, todas las que pude encontrar en la farmacia del pueblo, también compré unas frazadas de lana. Las ventanas están abiertas en el dormitorio de los bebés. Esos pequeños disfrutarán la perfecta sensación de poder respirar por la noche.
Hay millones de cosas que me gustaría contarte, pero son las diez y media y Jane dice que debo ir a la cama.
Tu comandante
Sallie McBride.
P.D. Antes de dormir, miré por el pasillo para asegurarme de que todo estaba bien: Adivina a quién pillé… ¡A la señorita Snaith cerrando suavemente la ventana del dormitorio de los bebés! En cuanto le encuentre trabajo en un hogar de ancianos, la despediré.
Jane me acaba de quitar la lapicera de mi mano.
Buenas noches.
Hogar John Grier, 20 de febrero.
Querida Judy:
El doctor Robin McRae me llamó esta tarde para conocer a la nueva directora. Invítalo a cenar durante su próximo viaje a Nueva York, y ve por ti misma lo que hizo tu marido. Jervis malinterpretó los hechos cuando me hizo pensar que una de las ventajas de ser la jefa sería encontrarme a diario con el brillante, culto y encantador doctor McRae.
Es alto, delgado, con un pelo arenoso y fríos ojos grises. Conversamos durante una hora y no esbozó ninguna sonrisa, nada iluminó la línea recta de su boca. ¿Una sombra se puede iluminar? Quizás no; de todas formas, ¿qué le pasa a ese hombre? ¿Habrá cometido algún crimen? ¿O es triste por su naturaleza escocesa? Es tan sociable como una tumba.
Accidentalmente, yo tampoco le caigo bien. Cree que soy frívola e inconsecuente, totalmente inapropiada para el cargo. Me atrevería a decir que ya le envió una carta a Jervis pidiéndole que me despida.
Tampoco tenemos mucho tema de conversación. Él habló en general y filosóficamente de los males del cuidado institucional para los niños dependientes, mientras yo condenaba el peinado inapropiado de nuestras niñas.
Para probar que estoy en lo cierto, le llevé a mi huérfana favorita, Sadie Kate. Su pelo estaba tirante y llevaba dos trenzas. Definitivamente las orejas de los huérfanos deben quedar más sueltas. Pero al doctor Robin McRae no le interesan las orejas; se preocupa por sus estómagos. Tampoco concordamos con los abrigos rojos. No entiendo cómo una pequeña niña puede respetarse a sí misma vestida de esa manera; él cree que los abrigos rojos son alegres, abrigadores e higiénicos. Preveo una guerra contra la nueva directora.
Con respecto al doctor, agradezco una cosa: casi no tiene experiencia, igual que yo, y no puede darme clases sobre las tradiciones del hogar. No creo que hubiese podido trabajar con el viejo doctor quien, juzgando por los testimonios sobre los niños tratados por él, sabía de bebés lo que un veterinario.
¿Estás buscando a otra directora, ¿cierto? Yo me quedaré hasta que llegue mi reemplazo. Por favor, apúrate.
Tuya, con la mente clara.
Sallie McBride.
Oficina de la directora.
Hogar John Grier, 21 de febrero.
Querido Gordon:
¿Aún estás ofendido porque no seguí tus consejos? ¿No sabes que una persona colorina, irlandesa, con sangre escocesa, no puede ser controlada sino orientada de modo sutil? Si hubieses sido menos insistente, hubiese escuchado y me habría salvado. Confieso que durante los últimos cinco días me he arrepentido de nuestra pelea. Tenías razón y yo me equivoqué, lo reconozco. Si logro salir de este dilema, en el futuro, me guiaré (casi siempre) por tu juicio ¿Hay alguna otra mujer capaz de arrepentirse de esta forma?
El glamour con el que Judy concibió este hogar existe solo en su romántica imaginación. Este lugar es horrible. Me faltan palabras para expresar lo deprimente y maloliente que es: largos pasillos, paredes desnudas, uniformes azules; los pequeños de cara pálida confinados aquí no se parecen en nada a otros niños. Una mezcla de pisos húmedos y piezas sin ventilación. Siempre hay comida para cien personas en la cocina.
No solo hay que reconstruir el hogar, sino transformarlo, y a todos los niños también. Está tarea es demasiado grande para una persona egoísta, lujosa y floja como Sallie McBride. Renunciaré en cuanto Judy encuentre un reemplazo adecuado para mí, aunque no creo que eso suceda de inmediato, pues ella se fue al sur, dejándome desamparada, y me hizo prometer que no abandonaría su hogar. Mientras tanto yo extraño el mío, te lo aseguro.
Escríbeme una carta para darme ánimo y mándame una flor para iluminar mi pieza. La heredé de la señora Lippett. La pared está cubierta de papel mural café y rojo; los muebles son de color azul eléctrico, excepto la mesa de centro. El verde predomina en la alfombra, si pusiese capullos de rosa, completaría el esquema de colores.
He estado insoportable esta última noche, pero estás vengado.
Arrepentidamente tuya.
Sallie McBride.
P.D. No tenías que molestarte tanto por lo del doctor escocés. El hombre es muy severo. Detesto su presencia y él me detesta a mí. ¡Oh! Va a ser muy agradable trabajar juntos.
John Grier Home, 22 de febrero.
Mi querido Gordon:
Tu vigoroso y costoso mensaje ya llegó. Sé que tienes mucho dinero, pero no tienes para qué gastarlo de manera tan frívola. Cuando necesites hablar tanto como para que un telegrama de ciento veinte palabras no sea suficiente, por lo menos hazlo en una carta telegráfica nocturna. Mis huérfanos necesitan el dinero, si tú no lo requieres.
Además, querido señor, por favor ten un poco de sentido común. Por supuesto que no puedo abandonar el hogar de la manera que me sugieres. No sería justo para Judy y Jervis. Han sido mis amigos por más tiempo que tú y no quiero decepcionarlos. Vine aquí para… para tener una aventura y llegaré hasta el final. Pero no significa que me quedaré de por vida; pretendo renunciar en cuanto pueda. De cierta forma debiese estar agradecida de que los Pendletons confiaran en mí para realizar este trabajo, que requiere de tanta responsabilidad. Puede que no lo hayas notado, pero tengo una capacidad de gestión considerable, y más sentido común de lo que parece; así que lo haré lo mejor que pueda. Yo podría ser la mejor directora que ciento once huérfanos jamás hayan tenido.
Apuesto a que crees que es gracioso, y lo es. Judy y Jervis lo saben y por eso me pidieron que viniera, no puedo irme así como así. Mientras esté aquí, trabajaré veinticuatro horas al día y mi sucesora recibirá una institución en buenas condiciones para transformarla en una institución modelo.
Mientras tanto, no creas que estoy tan ocupada como para no extrañar mi casa, porque… la extraño. Cada mañana al observar el papel mural, siento que estoy en una pesadilla. ¿Qué estaba pensando al dejar mi querida casa y los buenos tiempos? A veces concuerdo con tu opinión sobre mi sanidad mental.
(HOGAR JOHN GRIER- PELO ROJO)
Pero, ¿por qué armas tal alboroto? No me verías de todas formas. Worcester está tan lejos de Washington como el Hogar John Grier. Además, para tu tranquilidad, no hay ningún hombre en el vecindario de este asilo que se interese en las pelirrojas, y en Worcester hay varios. Por lo tanto, señor complicado, cálmese, no vine aquí solo para molestarle. Quería una aventura en la vida ¡y la estoy teniendo! Por favor, escríbeme pronto para darme ánimo.
Tuya.
Sallie.
Hogar John Grier, 24 de febrero.
Querida Judy:
Dile a Jervis que no soy prejuiciosa. Por naturaleza soy dulce, bondadosa, confiada y me gusta casi todo el mundo. Pero a nadie podría agradarle ese doctor escocés. Nunca sonríe.
Esta tarde me visitó nuevamente. Lo invité a sentarse en una de las sillas azul eléctrico de la señora Lippett y yo me senté enfrente de él. Vestía un traje hecho a la medida de color amarillo y verde. Los calcetines morados y la corbata roja, con un alfiler de amatista, completaban la tenida. Claramente tu modelo de doctor no me ayudará a mejorar la estética de este establecimiento.
Durante los quince minutos que duró su visita, me comentó sobre todos los cambios que deseaba hacer en esta institución. ¡Él! Entonces, si se puede saber, ¿cuáles son los deberes de la directora? ¿Su rol es meramente figurativo y debe seguir las órdenes del médico visitante? ¡Feudo mortal entre las castas de los McBride y los MacRae!
Indignamente tuya.
Sallie.
Hogar John Grier, lunes.
Estimado doctor MacRae:
Le envío esta nota con Sadie Kate, ya que me ha sido imposible contactarlo por teléfono ¿La persona que se hace llamar señora McGurk es su ama de llaves? ¿La que corta el teléfono en medio de cada frase? Si contesta el teléfono a menudo, no sé cómo a sus pacientes les queda paciencia.
Ya que no vino esta mañana, como habíamos acordado, y los pintores vinieron, me vi obligada a escoger un color amarillo alegre para las paredes de su nueva consulta. Espero que el color no tenga nada de antihigiénico.
Además, si tiene tiempo esta tarde, vaya donde el doctor Brice, en Water Street, échele un vistazo a la silla de dentista y sus accesorios, pues los compraremos a mitad de precio. Si el doctor Brice tuviese todo el equipo aquí —en un rincón de su consulta—, terminaría mucho más rápido con sus 111 pacientes. ¿No le parece una buena idea? Se me ocurrió en medio de la noche, pero nunca he comprado una silla de dentista antes, así que le agradecería su asesoría profesional.
Sinceramente.
S. McBride.
Hogar John Grier, 1 de marzo.
Querida Judy:
¡Deja de mandarme telegramas!
Sé que quieres saber todo lo que está pasando, por supuesto, y te enviaré noticias a diario, pero no he tenido ningún minuto para hacerlo. Estoy tan cansada, cuando cae la noche que, si no fuera por la estricta disciplina de Jane, me dormiría con la ropa puesta.
Más adelante, cuando me acostumbre a la rutina y esté segura de que todos mis asistentes estén haciendo su trabajo, seré la corresponsal más regular que hayas tenido.
Te escribí hace cinco días, ¿cierto? Han pasado muchas cosas en esos cinco días. McRae y yo hemos ideado un plan: vamos a remover todo hasta los cimientos. Cada vez me cae peor, pero hemos hecho algo así como una tregua laboral. Y el hombre es trabajador. Siempre pensé que no tenía suficiente energía, pero cuando hay que hacer cambios, apenas puedo alcanzarlo. Es terco y tenaz, autoritario como un escocés, pero comprende a los niños; es decir, entiende sus aspectos sicológicos. No tiene más sentimientos por ellos que por los sapos que pueda diseccionar.
¿Recuerdas que Jervis hablaba de los hermosos ideales humanitarios del doctor? ¡Son para la risa! El hombre ve al hogar como su laboratorio privado, donde puede probar sus experimentos científicos sin padres que objeten sus acciones. No me sorprendería si un día lo pillo metiéndole cultivos de fiebre escarlata a la avena de los niños parar probar una nueva vacuna.
Del personal del hogar, las únicas dos que me parecen realmente eficientes son la profesora de básica y el hombre con cara de horno. Debieses ver cómo los niños corren a recibir a la señorita Matthews y se disputan su cariño, en cambio, se muestran muy parcos con los otros profesores. Me avergonzaría mucho si se mostraran tan circunspectos conmigo.
En cuanto sepa bien qué personal necesito comenzaré los despidos en masa. Me gustaría empezar por la señorita Snaith, pero descubrí que ella es la sobrina de uno de nuestros directores más generosos, por lo tanto, no puedo despedirla. Es débil, de ojos pálidos, no tiene mentón, habla por la nariz y respira por la boca. No puede decir nada con seguridad, todas sus oraciones terminan en murmullos incoherentes. Cada vez que la veo me dan ganas de sacudirla de los hombros para que tome alguna decisión. Y la señorita Snaith es quien está a cargo de la supervisión de diecisiete niños de entre dos y cinco años. Pero, incluso aunque no pueda despedirla, la he reducido a un cargo subordinado, sin que ella se dé cuenta.
El doctor ha encontrado a una niña encantadora que vive a millas de aquí y viene cada día a lidiar con el jardín preescolar. Tiene unos ojos marrones grandes y gentiles, como una vaca; se comporta como una madre (tiene diecinueve años) y los niños la adoran.
Puse a Jolly a cargo de la enfermería, una mujer jovial de mediana edad que ya crio a cinco niños. También la encontró el doctor. Técnicamente trabajan para la señorita Snaith, pero se mandan solas. Ahora puedo dormir sin temor a que asesinen a mis niños.
Como ves, nuestras reformas están comenzando; lo que no deja de dar vueltas en mi mente es que no sé cómo darles suficiente amor y cariño a estas pequeñas vidas, y no creo que la ciencia del doctor lo logre.
Una de nuestras necesidades más urgentes es ordenar los registros. Los libros están totalmente desactualizados. La señora Lippett tenía un cuaderno negro en el cual anotaba cualquier información que le llegaba sobre la familia de los niños, su conducta y salud. Pero hubo semanas en las que no se preocupó de anotar nada. Si alguna familia adoptiva quiere saber quién es la familia biológica del niño, la mitad de las veces ni siquiera sabemos cómo llegó el niño nosotros.
¿De dónde vienes, querida niña?
El cielo azul se abrió y aquí estoy.
Es la descripción exacta de su llegada al hogar.
Necesitamos un trabajador en terreno que viaje por el país, recogiendo todas las herencias genéticas que pueda encontrar sobre nuestros niños. No sería difícil, ya que muchos de ellos tienen familiares. ¿Qué te parece Janet Ware para el cargo? ¿Te acuerdas lo bien que lo hacía en economía? Le gustaban los mapas e investigaciones.
Debo informarte también que el Hogar John Grier está realizando un examen físico muy riguroso, y la verdad está saliendo a la luz: de los veintiocho ratoncitos examinados, apenas cinco cumplen con las condiciones. Y los cinco llevan poco tiempo en el hogar.
¿Te acuerdas de la horrible habitación verde de recepción del primer piso? Le cambié la pintura y ahora es la consulta del doctor. Tiene pesas, medicamentos y el toque más profesional de todos: una silla de dentista (comprada de segunda mano al doctor Brice, para la alegría de sus pacientes, con un juego de esmalte blanco y níquel). Esa máquina de perforación parece un instrumento de tortura y yo un monstruo infernal por haberlo instalado. Pero cada víctima dada de alta, puede venir a mi oficina todos los días durante una semana y comerse dos chocolates. Si bien nuestros niños no son muy valientes, descubrimos a varios luchadores. El joven Tomas Kehoe casi muerde el dedo del doctor, luego de patear la mesa llena de instrumentos. También se requiere de fuerza física para ser dentista en este hogar.
Tuve que detenerme para mostrarle el hogar a una señora benefactora. Me hizo cincuenta preguntas irrelevantes, tomó una hora de mi tiempo, derramó una lágrima y dejó un dólar para mis “pobres huerfanitos”.
Bajada de baño
(Atrocidades sin precedentes que la directora del HJG arroja sobre las baldosas blancas).
Hasta ahora, mis huérfanos no se muestran muy entusiastas con las reformas. No se interesan por la bocanada de aire fresco que les llega, ni tampoco por el diluvio de agua. Desde ahora deben bañarse dos veces a la semana y en cuanto consiga las tinas necesarias serán siete baños a la semana.
Por lo menos ya he comenzado con una de las reformas más deseadas. Hemos aumentado nuestro menú diario. La cocinera no está muy contenta porque tiene más trabajo y el resto del personal cree que el aumento de los gastos es inmoral. La economía ha sido el principio que ha guiado esta institución por tanto tiempo, que se ha convertido en una religión. Pero le aseguré al personal que todo es gracias a la generosidad de nuestro presidente, quien duplicó su donación, y a vastas sumas de dinero de la señora Pendleton para comprar helados. Pero ellos creen que es una extravagancia alimentar así a estos niños.
El doctor y yo hemos estado estudiando cada menú anterior y quedamos sorprendidos con la mente que los ideó. Una de las comidas más recurrentes era: ¡papas cocidas, arroz blanco y budín de pan!
Es un misterio para mí que los niños no se hayan convertido en ciento once bolas de almidón.
Al examinar esta institución, dan ganas de recitar ese poema de Robert Browning:
“¡Puede que exista el cielo; debe existir el infierno!”.
Mientras tanto, ¡aquí está el Hogar John Grier, muy bien!
S. McB.
Hogar John Grier, sábado.
Querida Judy:
El doctor Robin McRae y yo tuvimos una pelea ayer sobre un asunto trivial (yo tenía la razón); desde entonces le he puesto a nuestro doctor un apodo especial. Hoy lo saludé con un: “¡Buenos días, Enemigo!”, lo cual no pareció agradarle. Dice que no le gusta que lo vean como a un enemigo. Él no es para nada antagonista. ¡Mientras mis reglas se acomoden a sus deseos!
Tenemos dos niños nuevos, Isador Gutschneider y Maz Yog, enviados por la Sociedad de Beneficencia de las Damas Bautistas. ¿De dónde crees que aprendieron dicha religión? No quería admitirlos, pero las pobres señoras me persuadieron y además me dieron cuatro dólares y cincuenta centavos por semana por niño. Ahora tengo ciento trece niños, lo que es mucho. Tengo que dar en adopción a seis bebés. Búscame familias amables que quieran adoptarlos.
Tú sabes que es vergonzoso no recordar a tu familia completa, pero la mía parece cambiar a diario y cuando una mujer tiene más de cien niños, no puede darle a cada uno la atención individual que necesita.
Lunes.
Esta carta lleva dos días sobre mi escritorio y no he tenido tiempo para ponerle una estampilla. Al parecer esta noche la tengo libre, así que le agregaré una o dos páginas antes de iniciar mi placentera travesía a Florida.
Recién estoy comenzando a reconocer a los niños, al principio creí que nunca lo haría, se veían todos igual de desesperanzados con esos uniformes horribles. Por favor, no me escribas que deseas que los niños se pongan ropa nueva de inmediato. Lo sé, ya me lo dijiste cinco veces. Dentro de un mes podré, pero ahora me preocupa más su interior que su exterior.
Sin lugar a dudas los huérfanos en masa no me llaman la atención, y creo no tener ese instinto maternal del que hablan las mujeres. Los niños son sucios y pegajosos. A veces descubro a un díscolo que despierta una chispa de interés, pero la mayoría es un conjunto borroso de caritas blancas y cuadros azules.
Hay una excepción, Sadie Kate Kilcoyne emergió de la masa el primer día. Ella es mi niña especial y hace mis mandados. No hay travesura que ella no haya inventado en ocho años. Tiene una historia bastante inusual: hace once años la descubrieron en el escalón de una casa, dormida en una caja de cartón de “Altman y Co”.
“Sadie Kate Kilcoyne, cinco semanas. Sean amables con ella”, decía en la tapa de la caja.
El policía que la encontró la llevó a Bellevue en donde se clasifica a los niños por orden de llegada. “Católico, protestante, católico, protestante” con perfecta imparcialidad. Nuestra Sadie Kate, a pesar de su nombre y de sus ojos azules irlandeses, fue bautizada protestante. Y cada día se vuelve más irlandesa, pero fiel a su bautismo, no deja de protestar contra cada detalle de la vida, con sus dos trenzas negras apuntando en direcciones diferentes y su carita de mono travieso.
Es tan activa como un terrier y hay que mantenerla ocupada en todo momento. Su registro de faltas ocupa muchas hojas en el Libro de Anotaciones. La última dice:
“Por inducir a Maggie Geer a meterse la perilla de la puerta en la boca, castigo: pasar la tarde en cama y cenar galletas de agua”.
Al parecer, Maggie Geer tiene una boca lo suficientemente grande para meterse el picaporte, pero no para sacárselo. Llamaron al doctor quien resolvió todo con un calzador untado con mantequilla. Desde entonces la llama “Meg, la mantecosa”.
Tú comprenderás que mis pensamientos están ocupados en todo momento en Sadie Kate.
Aún tengo un millón de temas que debería consultar con el presidente. Creo que es una injusticia incalificable que ustedes se estén divirtiendo en las playas del sur mientras yo estoy aquí haciéndome cargo de 113 niños, que por derecho son de ustedes, y que deba estar agradecida.
Tuya (por tiempo limitado).
S. McBride.
Dirección John Grier.
Querido Enemigo:
Le envío a Sammy Spier, quien logró escabullirse cuando usted nos visitó esta mañana. La señorita Snaith lo encontró. Examine su dedo, nunca he visto un malhechor, pero lo he diagnosticado como tal.
Suya.
Directora Hogar John Grier.
6 de marzo.
Querida Judy:
No sé aún si los niños me van a llegar a querer o no, pero aman a mi perro. Ninguna criatura es más popular que Singapur. Todas las tardes tres niños de conducta intachable pueden cepillarlo y peinarlo, mientras otros tres buenos niños le sirven comida y agua. Pero cada sábado por la mañana es el momento feliz de la semana, los tres niños con mejor conducta le dan un baño. Este es el único incentivo que necesitaré para mantener la disciplina.
¿No te parece antinatural que estos jóvenes vivan en el campo y nunca hayan tenido una mascota? Especialmente, cuando todos los niños necesitan un poco de amor. Les conseguiré mascotas de alguna manera. ¿Podrías traernos unos pequeños cocodrilos o pelicanos bebés? Estaremos agradecidos de recibir cualquier cosa viva.
Hoy debería ser la primera reunión de la directiva. Estoy agradecida de que Jervis la haya organizado en Nueva York, ya que aún no estamos listos para tal evento. Espero que el primer miércoles de abril tenga algo que mostrarles. Si todas las ideas del doctor y algunas de las mías se materializan, nuestra directiva quedará bastante sorprendida.
Acabo de organizar el menú de la próxima semana, el chef se veía un poco perturbado, la palabra variedad no es una palabra que forme parte del vocabulario del Hogar. J.G., no te imaginas las sorpresas: pan integral, buñuelos de coliflor, pastel de maíz, budín de arroz con muchas pasas, sopa de verduras, espesa, macarrones a la italiana, queque de polenta con melaza, tortas de manzana, pan de jengibre. ¡Una lista interminable! Como nuestras niñas más grandes han ayudado a preparar estas delicias, serán capaces de mantener enamorados a sus futuros maridos.
¡Dios mío! Aquí estoy hablándote de cosas banales cuando tengo una importante noticia: tenemos una nueva trabajadora, una joya.
¿Recuerdas a Betsy Kindred, clase 1910? Ella lideraba el coro y era la presidenta del club de teatro. Yo la recuerdo perfectamente, siempre llevaba una ropa muy hermosa. Resulta que vive a doce millas de aquí. Me encontré con ella por casualidad ayer en la mañana, paseaba en su auto y nos vimos.
Nunca antes había hablado con ella en mi vida, pero nos saludamos como viejas amigas. Tener un pelo llamativo ayuda; me reconoció de inmediato. Me subí a la pisadera de su auto y le dije: Betsy Kindred, 1910, tienes que venir a mi orfanato para ayudarme a catalogar a mis huérfanos.
Quedó tan sorprendida que accedió de inmediato, vendrá cuatro o cinco veces a la semana como secretaria interina. Debo descubrir alguna forma de retenerla permanentemente. Es la persona más práctica que haya conocido. Espero que se encariñe con los niños para que no se pueda ir. Creo que se quedará si le pago un buen sueldo. Le gusta ser independiente de su familia, como a todas en estos tiempos.
Con el afán que tengo de catalogar a la gente, me gustaría clasificar a nuestro doctor. Si Jervis se sabe algún chisme sobre él, que me lo escriba; mientras peores, mejor. Ayer vino a abrirle un dedo inflamado a Sammy Speir, luego subió a mi pieza azul eléctrico para darme instrucciones sobre cómo vendar dedos. Como verás, los deberes de una directora son diversos.
Era la hora del té, así que le pedí que se quedara ¡y lo hizo! No por el placer de mi compañía —por supuesto que no—, sino porque Jane apareció en ese preciso momento con queques en un plato. Como no había almorzado, al parecer, y faltaba mucho para la cena, se comió varios y aprovechó de interrogarme para ver si tenía los conocimientos necesarios para el cargo de directora. ¿Estudié biología en la universidad? ¿Hasta qué año de química llegué? ¿Qué sé de sociología? ¿Había visitado esa institución modelo en Hastings?