Mis Sufi-cuentos - Inma Díaz Relaño - E-Book

Mis Sufi-cuentos E-Book

Inma Díaz Relaño

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Beschreibung

Este libro consta de 12 relatos con temáticas diferentes, bajo el título genérico de Mis Sufi-cuentos. Breves historias que llevan implícitas enseñanzas, con el fin de trasladar algunos conocimientos y valores profundos en cada uno de ellos. - En "El gallito que solo decía Ki", nos habla de la diversidad, valorando lo diferente. - En "El pueblo y Tari", se pone de relieve el amor a la naturaleza. - En "Jandra y Kolina", la comprensión y el amor a la familia. - En "El niño que solo sabía dar abrazos", obrar con los sentimientos que nos dicta nuestro corazón. - En "Adalmina", la aceptación de uno mismo. - En "El niño que se llamaba Ato", descubriremos el encuentro con la auténtica felicidad. - En "Comiditas saludables", aprenderemos cómo tratar adecuadamente nuestro cuerpo para que responda favorablemente y nos aporte alegría. - En "La niña que quería ser princesa", el descubrimiento de nuevos valores en el contenido de las palabras. - En "La rueda de la vida", se abren caminos para entender el mundo en que vivimos. - En "Los espíritus de la naturaleza", se dan la mano la magia y la naturaleza. - En "Alba de la libertad", el planeta nos pide ayuda. - Y en "Tole y Trote", que las dificultades pueden ser una buena ocasión para ver cosas que antes no veíamos y aprender de ellas.

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Mis Sufi-cuentos. ¡Si tú cambias, todo cambia!

© del texto: Inma Díaz Relaño

© de las ilustraciones: Navehz

© del diseño y corrección: Equipo BABIDI-BÚ

© de esta edición:

Editorial BABIDI-BÚ, 2021

Fernández de Ribera, 32 - 2ºD

41005 – Sevilla

Tlf: 912 - 665 - 684

[email protected]

www.babidibulibros.com

Primera edición: marzo, 2021

ISBN: 978-84-18649-90-5

Producción del ePub: booqlab

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,

www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra».

 

 

A mi nieta Alejandra, mi musa, que con su

existencia, me devolvió la inspiración del lenguaje

sencillo y las palabras bonitas de la infancia.

A mi nieto Adrián, mi «pirracas», quien con su

lógica aplastante, me recordó que todo es

posible en el mundo de los niños.

Y a mi querido Rafa que

alienta mi fantasía todos los días.

Índice

El gallito que solo decía «ki»

El pueblo y Tari

Jandra y Kolina

El niño que solo sabía dar abrazos

Adalmina

El niño que se llamaba Ato y que vivía allí todo el rato

Comiditas saludables

La niña que quería ser Princesa y no Perlita

La rueda de la vida

Los espíritus de la naturaleza

Alba de la libertad

Tole y Trote

EL GALLITO QUE SOLODECÍA «KI»

En una granja cerca de un río existía un gallito que era llamado KI, y le llamaban así porque precisamente solo sabía decir «KI». Cuando de buena mañana todos los hermosos y buenos gallos de la comarca decían «KI-KIRIKI-I-I»; El gallito KI solo chillaba con énfasis su gran «KI-I-I-I-I» a los «cuatro vientos» y se quedaba tan tranquilo; De modo que las personas que deberían despertarse con ese primer «canto del gallo», a veces lo dudaban y la confusión era tremenda.

El dueño de la granja se preguntaba día tras día cómo iban a aprender los otros pollitos jóvenes del canto de su único gallo del corral, así que le aconsejaba a diario que intentara ser un gallo como los demás, y le ponía CDs con canciones del «KI-KIRI-KI», pero no había manera de que KI lograra el sonido adecuado; por lo que KI cada día estaba más y más triste, viendo las pocas probabilidades que tenía de emitir el canto correctamente. El mismo KI se preguntaba si adolecería (1) de «algo» en su garganta, por lo que le fuera imposible llegar a vocalizar bien, aunque seguía ensayando sin ninguna fortuna.

Sus amigos, los animales de la granja, le animaban constantemente a intentarlo de nuevo, y le hacían ver que con esfuerzo se podría conseguir… Y de esa manera la vaquita le decía que al principio ella no mugía bien, pero enseguida se soltó, y le dedicaba un gran mugido «mu-u-u». La oveja también le dijo que no fue fácil para ella, pero que rápidamente comenzó a decir «be-e-e-e». El burrito le dijo que a él le salió con la velocidad del rayo su rebuzno «Ajá-Ajá-Ajá», pero que comprendía que no a todo el mundo le pasara a la primera vez de intentarlo. Y así sucesivamente fueron transitando todos los componentes de la granja, dándole ánimos. Pero KI cada vez veía menos probable llegar a entonar bien ese sonido, a pesar de no haber escatimado (2) ningún esfuerzo y que, con toda seguridad, nunca podría hacerlo… y lo aceptó.

Llegó el día de la «mayoría de edad», en el que los pollitos jóvenes celebraban su cumpleaños y pasaban a ser gallos de corral, que con su gran «KI-KIRI-KI-I-I», serían el alborozado despertar de todo aquél que los oyera. El dueño de la granja les haría una prueba de canto desde por la mañana, y otra y otra hasta bien caída la tarde, y a continuación, podrían ser destinados a vivir como gallos adultos en otros pueblos con sus nuevas y propias familias, lo que les llenaba de orgullo y deseo de que pronto así sucediera. Pero las primeras pruebas no fueron muy satisfactorias, puesto que lo que recordaban era el canto del gallito KI, y el dueño se desesperaba pensando en que no podría nunca vender ninguno de esos gallos.

Un día, un forastero que por allí pasaba oyó el canto de KI y le pareció tan extraordinario que decidió llamar a la puerta y comprobar lo que había oído. El forastero se dedicaba justamente a descubrir talentos diferentes y, pensando que este era uno de ellos, le ofreció al dueño de KI su participación en un gran evento de todos conocido. El dueño de KI no salía de su asombro, pues él nunca hubiera imaginado que el canto de su gallito KI fuera algo excepcional para «alguien», sino todo lo contrario. Él había llevado una vida tranquila en su granja, donde siempre se había visto y oído lo mismo, y donde su cotidianeidad no le hacía presuponer que existieran cosas diferentes y diversas de las que se daban por hecho. Así que, después de pensárselo un rato, accedió a que su gallito KI iniciara su viaje con aquel forastero tan afable (3) con quien su peculiaridad había sido tan bien acogida.

Cuando el gallito KI llegó las dependencias que tenía su entrañable nuevo amigo, vio con asombro cómo la vida se expresaba ante sus ojos de diez mil maneras diferentes, y que lo poco que había vivido hasta entonces con el dueño de su granja era tan solo una muestra muy pequeña de la expresión de la vida. Tuvo oportunidad de ver burritos de ojos verdes, cebras con rayas doradas, perritos de razas exóticas y lengua azulada, y hasta loros que alzaban el vuelo con una sola e inmensa ala. Todos aquellos animalitos se encontraban allí por ser distintos, como él, y se puso muy contento.

Pocos días después tuvo lugar un encuentro multitudinario cuyo objetivo era celebrar la diversidad, donde el forastero y sus nuevos amiguitos pudieron compartir momentos de gran alegría. El dueño de KI, al verle tan feliz, se quedó encantado, y desde entonces ya no le preocupaba cuando en su granja nacía otro gallito que sólo decía KI.

EL PUEBLO Y TARI

Al pie de unas montañas había un hermoso pueblo rodeado de bosques y ríos que atesoraban un gran conjunto de especies animales que habitaban allí. Los árboles eran altos y frondosos, lo que permitía que muchos pájaros anidaran revoloteando felices por sus ramas.

El pueblo era tranquilo y pequeño, pero aun así tenía una iglesia, una escuela y una bonita plaza, donde estaban situados el Ayuntamiento y algunos establecimientos comerciales con mucho encanto, que ofrecían diferentes productos como pan, pasteles, juguetes y hasta había una floristería.

Tari ya iba sola a la escuela; se había hecho un poquito mayor, y además solo tenía que atravesar un pequeño tramo del bosque, y tan solo a dos calles se encontraba su colegio. Casi siempre se le hacía un poco tarde y corría sin parar, pero esa mañana le sorprendió un gran silencio en el bosque, las aves no cantaban, tampoco se oía el «toc-toc» del pájaro carpintero, ni al picatroncos, ni al picapinos.

Tari, a base de recorrer tantas veces el camino, era capaz de reconocer a las diferentes familias que allí habitaban; se puso a investigar, y vio cómo en la corteza de algunos árboles, proliferaban equidistantes (1) unos sospechosos agujeritos que según su padre, que era carpintero, son los causantes de serias enfermedades en esos troncos leñosos y de elevadas ramas. Así que, alarmada, decidió ir a su AYUNTAMIENTO antes de pasar por su Escuela. Allí informó con mucha urgencia de lo que había visto y se marchó satisfecha, pensando que se solucionaría.

Sirón era un hombre rudo, pero había adquirido cierta cultura, lo que le hizo ser escogido en las últimas elecciones como Regidor máximo de los designios de su pueblo. Se había dedicado al comercio, y su ambición le llevó a abrir varias tiendas de su propiedad muy bien situadas. Cuando su ayudante en la Alcaldía le puso al corriente de la noticia de Tari, enseguida fueron a averiguar los peritos agrónomos y notificaron que, con certeza, muchos árboles estaban afectados por unos bichitos llamados carcomas, que tan solo en ocasiones atacan a árboles vivos, pero esta vez estaban invadiendo gran parte del bosque de la ciudad de Tari, perforando la madera y transformándola en serrín. Ante tamaño desastre Sirón, en lugar de atajar con un tratamiento la enfermedad del bosque, pensó en optimizar (2) los daños y, sin dilación (3), mandó talar una gran cantidad de árboles y sacar así un rendimiento de la leña, que podría vender a muy buen precio para las chimeneas de la gran ciudad; y pensó también que en aquel espacio ahora vacío, podría construir casas que vendería muy bien igualmente… Y así lo hizo.

En unos meses, el pequeño pueblo prosperó con la llegada de más habitantes, que a su vez producían un buen consumo, lo que repercutía muy favorablemente en las arcas del alcalde Sirón.