No debía ser así - Amy Lea - E-Book

No debía ser así E-Book

Amy Lea

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Charlotte Wu tiene una difícil tarea: organizar el baile de graduación perfecto. Todo parece ir sobre ruedas hasta que inmersa en los actos de decoración sufre un traspié y se precipita desde una escalera, cayendo encima de J. T. Renner, la persona que más odia de todo el instituto. Pero lo peor viene cuando recobra la consciencia y descubre que ha viajado en el tiempo: ahora tiene treinta años, a su lado duerme Renner y, encima, es su prometido. Realmente, ¿el mundo se ha vuelto loco? ¿Cómo puede haber viajado al fututo? Y, lo más importante, ¿en qué momento dejaron de ser enemigos y llegaron a enamorarse? Atravesando una serie de aventuras y una nueva normalidad confusa, Charlotte y Renner harán lo que sea necesario para encontrar el camino de vuelta a los diecisiete años. Pero ¿qué pasará con ellos si lo logran?

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Veröffentlichungsjahr: 2024

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Charlotte Wu tiene una difícil tarea: organizar el baile de graduación perfecto. Todo parece ir sobre ruedas hasta que inmersa en los actos de decoración sufre un traspié y se precipita desde una escalera, cayendo encima de J. T. Renner, la persona que más odia de todo el instituto. Pero lo peor viene cuando recobra la consciencia y descubre que ha viajado en el tiempo: ahora tiene treinta años, a su lado duerme Renner y, encima, es su prometido.

 

Realmente, ¿el mundo se ha vuelto loco? ¿Cómo puede haber viajado al fututo? Y, lo más importante, ¿en qué momento dejaron de ser enemigos y llegaron a enamorarse?

 

Atravesando una serie de aventuras y una nueva normalidad confusa, Charlotte y Renner harán lo que sea necesario para encontrar el camino de vuelta a los diecisiete años. Pero ¿qué pasará con ellos si lo logran?

AMY LEA es una reconocida autora de comedias románticas para adultos y adolescentes. Sus obras se han convertido en best sellers internacionales, se han vendido a más de doce países y han sido aclamadas por USA Today, Entertainment Weekly y Cosmopolitan. No debía ser así ha sido seleccionada por el Book Studio de Mindy Kaling para adaptarla al formato audiovisual.

Cuando Amy no está escribiendo, se la puede encontrar fangirleando sobre otros libros románticos en Instagram (@amyleabooks), comiendo patatas fritas y acurrucándose con su marido y sus dos goldendoodles en Ottawa, Canadá.

UNA NOTA DE PARTE DE MINDY KALING

Nunca he podido resistirme a una historia de crecimiento personal. Es por esta razón que me enamoré de No debía ser así, una encantadora comedia romántica sobre Charlotte Wu, una estudiante centrada en sus metas y obsesionada con alcanzar el éxito, que de golpe se encuentra en una situación muy extraña.

Charlotte es una estudiante de sobresaliente, con plaza asegurada en la universidad, e incluso ha logrado que su amor platónico se fije en ella. Pero cuando se cae de una escalera mientras coloca decoraciones para el baile de graduación, despierta en una cama desconocida, con treinta años, y descubre que está comprometida con su archienemigo. Los dos opuestos se ven obligados a trabajar juntos para volver atrás en el tiempo y descubrir que la vida es mucho más que alcanzar tus metas.

Como en Yo nunca y la película El sueño de mi vida, la novela de Amy Lea me hizo recordar que los emocionantes y complicados sentimientos que experimentamos como adolescentes nunca desaparecen del todo.

Lista de deseos para el instituto de Charlotte Wu (escrita por Charlotte Wu, a los 13 años, para completarse al graduarse a los 17 años).

-Unirme al consejo y al senado estudiantil y al comité del anuario.

-Estar entre los mejores estudiantes los 4 años y, de ser posible, ser la primera de la clase.

-Conseguir el carné de conducir (no lo he conseguido, que nadie me pregunte).

- Recibir una invitación a la fiesta de fin de año de Tony Freeman.

-Convertirme en presidenta del consejo estudiantil (fui saboteada sin piedad).

-Sacar una nota de 1300 en los exámenes SAT.

-Pasar la última semana con Kassie (en progreso).

-Ser invitada al baile de graduación (silencio de ultratumba…).

-Baile de graduación mágico (en progreso).

UNOUn mes para el baile de graduación

El baile de graduación es la noche más importante en la vida de un adolescente y nadie puede convencerme de lo contrario. Sé lo que estás pensando: está sobrevalorado, es igual que cualquier otro baile. Y sí, existen infinitas maneras en que todo puede salir horriblemente mal:

Tu cita podría dejarte por su ex (mucho más guapa que tú), y te quedarías sola y triste en un rincón oscuro mientras todos los demás bailan con la canción lenta que tú pediste.

Las almohadillas de silicona que realzan tu escote podrían caerse cuando bajas demasiado en la pista de baile. (No me preguntéis cómo lo sé).

Un

nerd

borracho de una banda podría vomitar un proyectil de ponche de cereza en todo tu vestido.

Podrías pasarte toda la noche detrás de la rata de laboratorio enferma que alguien soltó mientras todos miran con horror.

Las cosas pueden pasar de cero a tragedia en un instante. Tengo razón, he visto la versión original de la película Carrie. Pero, dejando de lado la reina del baile de graduación ensangrentada, telequinética y asesina, ¿puedes nombrar una mejor ocasión para marcar el fin de cuatro años incansables de olimpiadas sociales y académicas?

Es el rito que merezco. Una noche fabulosa para cambiar esos libros llenos de lágrimas por ropa formal carísima que nunca volverás a usar. Una noche para olvidar lo injusto que es ser rechazada por la universidad de tus sueños. Tu última noche para ser una adolescente, antes de que la vida adulta te dé una patada en los huevos.

Como vicepresidenta del consejo estudiantil, organizar una noche mágica para recordar con cariño cuando ya esté arrugada, frágil y exigiendo un descuento de jubilados para mi helado con pasas al ron no es algo que me tome a la ligera.

Es por eso por lo que he pasado todo el fin de semana obsesionada con mi presentación de PowerPoint: Alrededor del Mundo en una Noche Mágica. Viene con un presupuesto detallado incluido, vendedores de comida y listas de DJ calificados y elementos decorativos, que incluyen globos translúcidos del mundo grabados con papel de oro que brillan cuando la luz da justo en el lugar correcto.

Estoy en la mesa de la cocina, angustiada por el color de la fuente de las letras, cuando entra mi madre con el cabello rubio despeinado en una trenza francesa de hace más de dos días. Todavía lleva el pijama, aunque en menos de media hora tiene que estar en la farmacia trabajando.

—¿Cuánto tiempo llevas despierta? —pregunta de puntillas para buscar en el armario de la cocina su taza de café roja FUTURA AUTORA DE BEST SELLERS. Todavía no ha publicado un libro, pero a menudo la encuentro encorvada sobre su portátil hasta altas horas de la noche, mientras toma Red Bulls y escribe con frenesí hasta que se le empiezan a cerrar los ojos.

—Me acosté temprano y me levanté más o menos a la misma hora que te ibas a dormir —respondo, llenándome la boca con una cucharada de avena cuando veo la hora.

—Estas ojeras han valido la pena. ¿Adivina qué? —Capto la emoción en su expresión y no se trata del hecho de que le he preparado café—. Al fin desenredé la trama del segundo acto.

—¿Quieres contármelo en el coche? Tenemos que irnos pronto —le recuerdo mientras se sirve el café. Llegar tarde es inevitable con mi madre, por eso suelo optar por ir en bici. Para mi desgracia, mi bicicleta sigue en reparación con el Doctor de Bicicletas (también conocido como el hacker informático de trece años que vive al final de la calle y arregla bicicletas de manera económica). Mi madre se apoya de forma despreocupada en la isla y empieza a revisar el móvil.

—Tenemos tiempo de sobra.

En verdad no es así, pero no me molesto en discutir. Quiero a mi madre, pero ella es mi opuesta en casi todos los aspectos. Se parece a una doncella guerrera rubia y de ojos azules salida del set de Vikingos, mientras que yo soy asiática, de estatura baja, de cabello y ojos oscuros, justo del color del abismo (un cumplido bastante trastornado de mi exnovio).

A diferencia de mí, mamá nunca tiene prisa y siempre se olvida de cosas importantes, como, por ejemplo, de llevar sujetador. Siempre ha sido así, incluso antes de que papá nos dejara. Pero, ante la imposición de su rol como madre soltera, sus tardanzas empeoraron. A los nueve años, pegué en la nevera un horario de actividades extracurriculares codificado por colores para que dejara de olvidarse de recogerme de las clases de natación. Con el tiempo, hacer listas y horarios se convirtió en mi versión de meditación. Me calman cuando las cosas empiezan a desmadrarse.

Con una taza humeante en la mano, asoma la cabeza por encima de mi hombro, sin prisa.

—¿Cómo va el PowerPoint? Veo que has cambiado el fondo otra vez.

—La estética es importante —explico solemnemente.

—¿No crees que diecisiete diapositivas son demasiadas?

—Oye, empecé con veinticinco. Esta es la versión simple. Después de todo, «la magia está en los detalles». —Admito que acabo de inventarme esa frase, pero estoy segura de que algún genio creativo la dijo en algún momento de la historia.

Ella se deja caer en el asiento de delante con una mueca comprensiva, pero a la vez indignada.

—No me creo que te hayas perdido la gran fiesta de Tony Freeman.

—Mamá, eres la única madre en la historia que se siente decepcionada de que su hija menor de edad no se haya emborrachado en la fiesta más grande del año. —De hecho, siempre me incentiva a ir a fiestas, algo que ella nunca hizo a mi edad. Sus padres, mis abuelos, eran muy estrictos. Así que, ahora, trata de vivir a través de mí—. Kassie dijo que había universitarios —añado.

—Hasta donde yo sé, estarás en la universidad en… —hace una pausa para consultar su reloj imaginario— tres meses.

—Exacto, y no puedo dar por cerrado el capítulo de la secundaria hasta que haya planeado el baile de graduación perfecto. —El baile de graduación es uno de los últimos pendientes en mi lista de deseos. No tendré paz hasta que esté tachado.

—Cierto, la lista de objetivos —murmura mientras se desliza hacia abajo en su silla con las piernas extendidas. Ella piensa que es ridículo basar el éxito de mi recorrido en el instituto en una lista que hice cuando tenía trece años, y tal vez lo sea, pero no hay mejor sensación que tachar los logros uno a uno.

Me muevo hacia el lavaplatos para enjuagar mi tazón, a la espera de que entienda la indirecta y se vista. En cambio, estira los brazos y bosteza.

—Solo espero que estés priorizando divertirte. Te agotaste con la preparación para los exámenes de admisión y las solicitudes universitarias. ¿No quieres disfrutar de la vida? Vive un poco en lugar de estresarte por cosas que no puedes controlar —lo dice como si fuera una elección fácil no estresarse, como si pudiera cambiar el chip a conveniencia.

—No —digo por encima del tintineo de platos y el murmullo del agua del grifo—. Prefiero obsesionarme con todo lo que podría salir mal. Además, encontrar errores gramaticales en presentaciones de PowerPoint es emocionante, no comprendo cómo está tan subestimado.

Mamá se ríe.

—Mi pequeña adicta a la adrenalina. En serio, no tengas tanta prisa por llegar a la mayoría de edad.

—¿Por qué no? Puedes hacer lo que quieras. Comer lo que quieras. Incluso puedes comprarte una mascota —señalo mientras aparto el recuerdo de mamá olvidándose de alimentar a mi pez dorado mientras yo estaba en el campamento de verano. RIP Herbert.

—Lamento ser yo quien te lo diga, pero la vida adulta es solo un ciclo interminable de quehaceres, obligaciones, buscar en Google cómo arreglar cosas y gastar dinero en cosas que odias. Como esponjas y detergente. —Hace un gesto vago hacia el lavaplatos.

«Quizás para ti», pienso, aunque no lo digo en voz alta.

—Oye, esa esponja de acero inoxidable ha hecho maravillas. Fue una inversión que valió la pena.

Mi afirmación provoca un cabeceo despectivo de su parte.

—A lo que me refiero es a que paso la mitad del tiempo fingiendo saber lo que hago, y la otra mitad en un intento de ignorar todos mis problemas y a la espera de que desaparezcan. Spoiler: no lo hacen. Y ni siquiera me hagas hablar de tu cuerpo. Un minuto estás devorando bolsas de patatas y al siguiente necesitas laxantes y usas una almohadilla térmica en la espalda. —Finge golpearse la espalda para darle dramatismo a sus argumentos.

—Vaya, mamá, gracias por ese panorama tan sombrío.

—Eso es la vida adulta —dice mientras se encoge de hombros—, ya lo entenderás cuando seas mayor.

Llena de optimismo por mi futuro incierto, cojo mi mochila.

—Prefiero los laxantes y el dolor de espalda cualquier día antes que ser adolescente con un horario para irme a dormir. Pero primero…

—El baile de graduación —añade mamá.

DOS

Para mi descontento, los demás estudiantes no están tan interesados en ejecutar el perfecto rito de pasaje adolescente.

Quince minutos después del inicio de la reunión de planificación del baile del consejo estudiantil, nuestro presidente no está por ningún lado.

Kassie, secretaria y mi mejor amiga, Ollie, jefe de recaudación de fondos, y Nori, planificación creativa, parecen imperturbables por la tardanza de nuestro líder. Kassie y Nori están demasiado ocupadas mientras escuchan cada palabra de Ollie. Siempre se entera de todos los cotilleos, y parece que hoy hay de sobra para matar el tiempo.

—Esta mañana encontraron a dos chicos del club de teatro juntos en la sala de pesas —explica mientras mueve sus pobladas cejas de manera sugestiva—. Escuché cómo lo comentaba el entrenador Tanner.

Nori se posa en la silla como un búho, con las infaltables palomitas de maíz listas, que incluyen mantequilla y todo.

—¿A qué te refieres con juntos?

Ollie hace un gesto lascivo con las manos, que me dice más de lo que necesitaba saber.

Kassie jadea, como si ella y Ollie no hubieran hecho cosas mucho peores, como su encuentro en el baño en mi fiesta de cumpleaños. No he usado ese baño desde entonces.

—¿En la sala de pesas? Qué atrevidos.

Resoplo.

—Literal.

Pasan otros doce minutos hablando de otros rumores sobre gente teniendo sexo en el instituto (incluido el escritorio del director Proulx).

Mientras tanto, aprieto la mandíbula, saco demasiada punta a mi lápiz y miro el reloj.

Estoy a punto de sugerir que comencemos la reunión sin el señor presidente cuando la puerta se abre de golpe. Todos gritan con alegría y sin preocuparse. Cómo no, todos adoran a J. T. Renner.

—La práctica de atletismo se alargó —anuncia sin disculpas mientras entra con su amplio pecho hinchado como si nadie pudiera hacerle daño. Su camiseta azul marino de talla «ajustada» está trabajando horas extras hoy, la tela se tensa alrededor de sus bíceps en un esfuerzo apenas disimulado por resaltar sus músculos. No me malinterpretéis, no tengo resentimientos hacia los músculos. Como una delgaducha sin un hueso atlético en mi cuerpo, envidio a las personas que pueden abrir las botellas de agua con facilidad y subir las escaleras sin quedarse sin aliento. Sin embargo, me reservo el derecho de ser odiosa cuando esos músculos están unidos a Renner, cuya cara engreída me hace querer lanzarme a un agujero negro.

—Está bien, Renner. No es como si tuviéramos que estar en otro sitio. —Hago que mi voz suene dulce como el azúcar mientras él se deja caer en una silla y estira sus piernas anormalmente largas bajo la mesa. Su zapatilla izquierda está a menos de un centímetro de mi bailarina de charol mostaza, y no me gusta nada. Me lanza una mirada maliciosa, lo cual hace siempre que uso su apellido, ya que todos los demás le llaman J. T.

—¿Me he perdido algo importante? —pregunta, y extiende su brazo bronceado para coger una de las barras de muesli sin nueces que he traído.

Como soy una joven madura de diecisiete años, muevo el montón de barras de muesli hacia la izquierda. «Si la quieres, esfuérzate un poco, tonto». Aun así, logra agarrar una sin esfuerzo.

—Solo estamos en la reunión más importante del año —digo afectada. Él desgarra el envoltorio de la barra de muesli como un chimpancé mientras realiza una inspección imperturbable de mi jersey de cuello alto y mi falda a cuadros.

—Bonito atuendo, Char. El verde diarrea te sienta bien.

—Gracias, lo elegí para que combinara con tus ojos —respondo. Para que quede claro, mi camiseta es verde oliva.

Nori agita la mano como si lanzara un hechizo ficticio para disolver la tensión.

—Chicos, tengo una videollamada con mi sanadora energética en cuarenta minutos. Empecemos.

Ollie pasa a una página nueva y rígida de su cuaderno.

—Repasemos el presupuesto después de nuestras proyecciones de venta de entradas —dice, apenas reprimiendo una risita cuando Kassie acaricia su muslo bajo la mesa.

Era inevitable que Kassie se enamorara de Ollie, es un bombón de una exquisita pastelería (imagina a Michael B. Jordan pero veinte años más joven). Con solo mirar sus anchos hombros de jugador de fútbol americano, su romance con Renner quedó en el olvido.

Un poco de historia relevante: Kassie y Renner se conocieron por primera vez en un torneo benéfico de vóley-playa unos días antes de empezar el instituto. Se besaron con intensidad, pero sin sentido, contra un árbol. Sin embargo, en el momento en que Kassie conoció a Ollie, olvidó “el aire a Noah Centineo” de Renner, sus ojos verdes (que por desgracia no se parecen a la diarrea) y sus mechones revueltos y ondulados que parecen de chocolate.

Soy consciente de que esto pinta una imagen cautivadora de Renner, pero es un hecho real que se parece al hijo de todos los grandes deportistas de las comedias románticas. Su superpoder es embrujar a la gente con sus ojos de cachorro, su sonrisa constante y brillante. Es pura magia, si me preguntáis.

Hay algo extraño en las personas que sonríen demasiado. Desde el principio, tuve la sospecha de que era demasiado bueno para ser verdad, y me demostró que tenía razón.

Viajemos cuatro años al pasado, a la primera semana del primer año. Durante un total de cuatro días y medio, puede que me sintiera microscópicamente atraída por Renner. Se sentaba delante de mí a primera hora. Todos los días, se giraba, me mostraba sus dientes perfectos y me pedía que le prestara uno de mis tantos lápices. Gasté todo un paquete de portaminas en una semana, pero era mi momento favorito del día.

Una mañana, en lugar de pedirme un lápiz, me pasó una nota que decía: «¿Baile de graduación? Marcar Sí o No».

Tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para contener mi emoción, por dentro, hacía volteretas mentales y daba puñetazos al aire. Pero por fuera, solo bajé la barbilla, asentí de forma controlada y marqué el «Sí».

Me arrepentí de ser tan impulsiva cuando se lo conté a Kassie después de clase, con el cuello ardiendo por su expresión inescrutable de enfado.

—Puedo volver y decirle que no —ofrecí con timidez, apoyada en la barandilla como soporte para mi cuerpo ante la mera idea—. Sé que debería haberte preguntado primero. Pensé que no te importaría, ya que ahora estás con Ollie. Pero lo entiendo, estuviste con él y…

Ella negó con la cabeza y detuvo mis palabras con la mano antes de subir corriendo las escaleras.

—Técnicamente, deberías haberlo hecho. Pero él no es para nada mi tipo —aseguró mientras la seguía—. No me malinterpretes, estoy feliz por ti. Solo… sorprendida.

Nunca imaginé que tendría una cita para el baile de graduación (aunque estaba en mi lista de deseos de primer año). Tampoco me di cuenta de que Renner me veía como algo más que la amiga molesta y seria de Kassie. Además, estoy acostumbrada a ser invisible. Si nuestro grupo de amigos fuera una comedia romántica, Kassie sería la protagonista, la chica soñadora y radiante con una risa efervescente. Después está Nori, que marcha al ritmo de su propio tambor, con sus ingeniosas ocurrencias. Después estoy yo: no soy astuta, ni atractiva, ni divertida. Ni siquiera tengo el encanto suficiente para ser la heroína tensa que solo necesita soltarse de vez en cuando. Soy un personaje secundario. La amiga-madre que se encarga de todos en segundo plano, pero es irrelevante en el avance de la trama.

Me he desviado del tema, volvamos al baile de graduación. Renner y Ollie planeaban recogernos a Kassie y a mí en su casa. Pedimos pizza y pasamos toda la noche en su habitación mientras nos preparábamos y teníamos fantasías sobre nuestras futuras citas dobles.

—Asegúrate de llevar caramelos de menta, seguro que te besa —dijo Kassie, dando toquecitos a mi nariz con polvo translúcido.

Me iluminé, al imaginar mi primer beso bajo las luces dispersas de la bola de disco.

—¿Eso crees?

—Oh, sí. Y él hace esta cosa con su lengua… —Y ahí estaba, otro recordatorio de que, de forma técnica, Renner había sido el primero de Kassie. Comentarios como esos me incomodaban, aunque ella no lo hiciera a propósito. Solo trataba de ayudarme, no era la culpable de mi inseguridad.

A pesar de percibirme de forma eterna en segundo lugar respecto a mi mejor amiga, me sentí bonita esa noche con mi minivestido satinado rosa fluorescente. Kassie dijo que destacaba mis piernas. Mis mejillas estaban adoloridas de sonreír ante la anticipación, pero cuando Ollie llegó, estaba solo y con una expresión solemne. Mis ojos se llenaron de inmediato de lágrimas.

—J. T. ha cancelado a última hora, ha dicho que había olvidado que ya tenía plantes —explicó Ollie antes de que Kassie me llevara dentro.

—Algo que debes saber sobre J. T. es que es un mujeriego. Escuché que está saliendo con una chica de vóley, Tessa, de Fairfax —me dijo Kassie mientras me secaba la máscara de pestañas corrida con un montón de papel higiénico.

—¿Por qué no me lo dijiste? Si lo hubiera sabido, nunca habría aceptado ir con él —dije desde lo alto de su tocador de baño.

Ella soltó un aliento tembloroso y vacilante.

—Estabas tan feliz cuando te lo preguntó… No quería arruinar tu ilusión.

—Dios mío, es un idiota, debería decirle cuatro cosas —dije con los puños apretados en mi regazo.

—No —dijo con tono firme y con los ojos abiertos—. ¿Sabes cuál es la mejor venganza? Pasar una noche fabulosa, bailar con todos sus amigos y olvidarte de él por completo. —Alargó la mano y me bajó del tocador.

Pero al contrario del consejo de Kassie, nunca olvidé lo que sucedió, ni tampoco lo perdoné.

Renner intentó disculparse el lunes siguiente a primera hora.

—Sé que estás enfadada.

—No lo estoy, solo decepcionada de que ni siquiera tuvieras el valor de decírmelo tú mismo. —Esperaba que revelara la verdad, que estaba interesado en alguien más, pero no lo hizo. No ofreció ni una sola explicación.

—Lo siento —dijo. Mantuve la mirada fija en la pizarra, mientras deseaba que se diera la vuelta y nunca volviera a dirigirme la palabra—. ¿Vas a aceptar mis disculpas? —preguntó mientras golpeaba sus dedos contra mi pupitre.

—En verdad, Renner, no hace falta que te preocupes. Solo acepté ir contigo porque Kassie me obligó. —Por supuesto, era todo mentira, pero me había humillado. Había llorado todo el fin de semana en la cama en una neblina de polvo de Cheetos, pero jamás iba a dejar que él lo supiera. Gracias a mi padre aprendí que las decepciones son inevitables y que enfadarme cuando no aparecía, como en mi graduación de primaria, nunca cambiaba nada.

—Cielos —fue todo lo que dijo Renner con el ceño fruncido, para luego darse la vuelta con enfado.

Se lo tenía bien merecido. Con eso basta decir por qué no nos llevamos bien desde entonces.

Kassie, de manera distraída, da volumen a su espeso cabello hasta la cintura, algo que hace unas cuarenta veces por hora.

—Ya que estamos a solo un mes, creo que debemos instalar los puestos de venta de entradas para el baile de graduación a la hora del almuerzo —sugiere sin darse cuenta de que ya lo he organizado, pero no digo nada. Se pone irritable cuando hago cosas sin consultar a nadie. «El comité de graduación es un trabajo en equipo, no una misión solitaria» le gusta decir.

Renner levanta una mano perezosa.

—Espera, espera, espera. ¿Decidimos si la cena está incluida?

Dejo escapar un suspiro exasperante. Mientras aprieto mi lápiz mecánico, veo que me ha robado uno de mis tres repuestos.

—No, la cena no está incluida, por décima vez. Lo sabrías si te hubieras molestado en aparecer en las dos últimas reuniones.

—No es culpa mía que sea la temporada de atletismo. Perdón por tener una vida, te lo recomiendo. —Me lanza una de sus miradas engreídas.

¿Realmente acaba de insinuar que no tengo vida? Es decir, no está del todo equivocado… tengo amigos, aunque no puedo pasar tanto tiempo con ellos como me gustaría. Cuando no estoy sirviendo helado en Two Cows ’N’ a Cone u ocupada con mis estudios, en general estoy en mi hábitat natural, moviéndome por la pantalla de inicio de Netflix, incapaz de decidir entre A todos los chicos de los que me enamoré 1, 2 y 3, para terminar en TikTok durante horas. Pero preferiría usar mis lentillas durante una semana antes que admitir eso ante Renner.

—Mis más sinceras disculpas, entre hacer tu trabajo como presidente además del mío como vicepresidenta, se me olvidó conseguir una vida. Pero estaré encantada de vivir la tuya —contesto con una sonrisa.

Ollie, siempre el árbitro, agita su cuaderno como una bandera.

—¿Ya decidimos el tema?

Me lo tomo como mi señal para sacar mi tableta, que contiene las diecisiete diapositivas del despliegue mágico del baile de graduación: es hora de sorprenderlos a todos.

Según los procedimientos, Renner y yo debíamos proponer un tema al director Proulx, pero, como Renner ha estado ocupado en “vivir”, seguí adelante sin él. Puedo parecer una obsesiva del control, y tal vez lo sea, pero no puedo dejar el baile de graduación en manos de este autoproclamado hombre experimentado y su enfoque de mínimo esfuerzo en la vida.

Renner ahoga una risita cuando la pantalla del proyector se llena de vibrantes fotos de hitos icónicos.

Hago lo posible por ignorarlo y me concentro en las caras algo reconfortantes de los demás.

—Imaginaos lo siguiente: los invitados necesitan un pasaporte para entrar al baile de graduación. Podremos viajar por todo el mundo en una noche mágica. En lugar de una cena donde todos están sentados, tendremos mesas con todo tipo de aperitivos pequeños, comida china, mexicana, etíope, italiana. Y las posibilidades para la decoración son infinitas, he pensado en recortes de cartón gigantes de las ciudades más famosas, guirnaldas de luces, cortinas de tul brillante…

Cuando acabo la presentación, quince minutos más tarde, todos aplauden por lo bajo, excepto Renner. Kassie está a segundos de quedarse dormida en el hombro de Ollie, mientras que Nori empezó a garabatear en su muñeca.

Renner hace girar mi lápiz como si fuera un bastón. Parece que está tratando de resolver una ecuación de álgebra compleja. Nos sostenemos la mirada antes de que diga, seco:

—No.

Parpadeo.

—¿No?

Nori, Kassie y Ollie se enderezan, como si esto fuera una pelea de lucha libre, y esperan ansiosos un baño de sangre.

Renner se encoge de hombros y se inclina hacia atrás. Casi está horizontal, mientras irradia una energía de gilipollas integral.

—Creo que podemos hacer algo mejor que «Alrededor del mundo» —dice «alrededor del mundo» como si fuera algo infantil, como si ya lo hubiera escuchado antes. Y para rematar, pone los ojos en blanco un solo segundo; no se molesta en completar el giro.

—¿Y qué tiene de malo «Alrededor del mundo»? —pregunto mientras mantengo mi tono sereno.

—¿Cómo se supone que vamos a elegir qué comida pedir? ¿Qué lugares? Soy polaco y alemán. Quiero pierogi y salchichas, si no tenemos ambas me sentiría ofendido.

—Me encanta cuando los chicos blancos se desconciertan cuando las cosas no son solo acerca de ellos —bromea Nori.

Renner asiente respetuosamente.

—Touché, pero mi argumento sigue en pie.

—No dejaremos a nadie fuera —aseguro—. Haremos una encuesta a todos los estudiantes sobre sus antecedentes y…

—J. T. tiene razón, Char —dice Ollie levantando la mano—. Es un poco… invasivo preguntar a todo el mundo sus etnias…

—Es cierto —Kassie coincide, pero de mala gana—. Me encanta la idea, pero creo que es un tema demasiado amplio. Pensemos en algo un poco más relajado y divertido.

Renner levanta una ceja en un silencioso «te lo dije», complacido de haber robado el protagonismo. Es uno de sus pasatiempos favoritos, después de adorar su propia imagen y dejar a las personas esperando en ocasiones especiales. Cruzo los brazos, molesta. Tienen parte de razón, pasé por alto el dato sobre la privacidad, pero no puedo evitar sentir que han descartado mi propuesta de forma prematura sin considerar formas de llevarla a cabo. Traidores.

—Entonces, ¿qué propone el señor presidente?

Se encoge de hombros.

—¿Qué os parece…? —Mira al techo, como si la respuesta estuviera allí arriba—. ¿«Bajo el mar»?

Quiero desplomarme ante la idea. «Bajo el mar» significa algas marinas de mal gusto, máquinas de burbujas, anclas y… decoración de peces. ¿Para la noche más mágica de nuestra adolescencia? Alguien que me detenga.

—No, absolutamente no. Por encima de mi cadáver.

Él sostiene mi mirada como un desafío.

—Votemos.

TRESDos semanas para el baile de graduación

Estás cordialmente invitado a…

 

Bajo el mar

Organizado por los estudiantes de último curso del instituto Maplewood

El sábado 15 de junio de 19:00 a 24:00 horas

Gimnasio A del instituto Maplewood

 

Entradas:

$40 por persona

$75 por pareja

$50 en la puerta

*Consulta el calendario de los estudiantes de último año a continuación:

3 a 7 de junio: exámenes

10 a 12 de junio: día de bromas, simposio y pintura de ladrillos

13 de junio: fiesta de pijamas para estudiantes de último curso

14 de junio: día de playa

15 de junio: baile de graduación

22 de junio: graduación

 

 

—El baile de graduación está condenado. —Me quejo del dibujo de una ballena demente que aparece en nuestras entradas para el baile de graduación recién plastificadas. Si alguien más hubiera propuesto «Alrededor del mundo», Renner lo habría aceptado, pero como fui yo, tuvo que descartar la idea.

Enfundada en un vestido de tafetán particularmente espantoso, finjo llorar. Desde el otro lado de la tienda, la vendedora me frunce el ceño. Está molesta porque Nori, Kassie y yo estamos interrumpiendo el episodio de su reality show en su descanso para almorzar. Me siento junto a Nori en el banco que queda fuera de los probadores.

—Este es mi mejor trabajo, es una obra maestra certificada. De verdad, estás arruinando mi buen humor con tu actitud. —Las pulseras doradas de Nori tintinean mientras sostiene la entrada al baile de graduación ante la luz, admirando su creación desde todos los ángulos. Su iPad siempre está listo para que pueda dibujar cada vez que llega la inspiración. Es increíblemente talentosa y capaz de hacer que una roca en la entrada de mi casa parezca interesante.

—El baile será increíble sin importar el tema —dice Kassie con voz severa desde detrás de la cortina del probador.

—No con gigantescos tentáculos de medusa colgando del techo del gimnasio. —Siento escalofríos ante la idea—. ¿Sabías que las medusas ni siquiera tienen cerebro?

—Bueno, pero pueden clonarse a sí mismas. Nosotros, los humanos, con nuestros grandes e inútiles cerebros, no podemos hacer eso —señala Nori. Las cosas que aprendemos en Biología.

Aparte de los datos curiosos sobre medusas, todos excepto yo están emocionados con «Bajo el mar», incluso el perpetuamente hosco director Proulx.

Las últimas dos semanas han consistido en estudiar con intensidad para los exámenes y elaborar propuestas para el baile de graduación. La mejor fue la de Ollie. Después de un flashmob coreografiado en el partido del viernes, el equipo de fútbol se quitó las camisetas, una por una, revelando letras pintadas de azul en sus pechos, deletreando de manera colectiva BAILE, ¿KASSIE? Era inevitable que Kassie y Ollie fueran juntos, al igual que es inevitable que ganen como rey y reina del baile, se casen (conmigo como dama de honor) y tengan bebés con caras simétricas que se criarán junto a mis hijos si se cumple mi plan para los próximos veinte años de casarme con un hombre de ojos amables y confiables, que se parezca de manera llamativa a Charles Melton.

—Char, te digo esto con cariño: tal vez deberías dejar que nosotros nos encarguemos —sugiere Kassie—. Sé que estás superestresada por los exámenes y…

—¿Dejar el baile de graduación? —Me rasco el cuello de forma impulsiva. La idea de no tener el control me provoca ronchas—. Estoy estresada por los exámenes a un nivel normal, gracias.

Nori me mira de forma comprensiva.

—Tiene algo de razón, has organizado todos los eventos del año. Como el carnaval del día de San Valentín, donde estuviste corriendo todo el tiempo, estresada porque la máquina de algodón de azúcar estaba rota, y ni siquiera pudiste subir al carrusel.

Antes de que pueda señalar que el baile de graduación es EL EVENTO MÁS IMPORTANTE de todos, Kassie sale del probador con un vestido largo de lentejuelas rojas que parece su segunda piel. Las aberturas dramáticas a cada lado coquetean de manera peligrosa con su hueso púbico. Ella sube a la pequeña tarima y se balancea de un lado a otro, canalizando el poder estelar de J. Lo.

—«Rojo robanovios» —dice Kassie en un falso acento británico—. Como lo llama mi madre. ¿Hace que mis tetas parezcan grandes o no?

Nori finge taparse los ojos.

—No sé tus tetas, pero ese color es ofensivo. Me lloran los ojos solo con mirarlo. —Su tono es un poco cortante. Ella y Kassie son, en el mejor de los casos, enemigas. Soy el pegamento que de alguna manera hace que nuestro improbable trío funcione. Hay que reconocer que Kassie es como un búmeran y siempre hace que la conversación gire en torno a ella. Como cuando Nori rompió con su primera novia hace dos años, Kassie decidió que era un momento apropiado para quejarse de que Ollie no la invitó a las vacaciones familiares en Disney World.

A pesar de las tendencias superficiales de Kassie, conozco un lado suyo muy diferente. La Kassie que conocí en el campamento cuando teníamos nueve años, que me acogió cuando mi casa era el último sitio donde quería estar. Me dio su goma para el cabello de lunares, ya que consideró que era el accesorio perfecto para mi atuendo estilo «Britney Spears retro». La Kassie que me recoge después de mis infernales turnos de verano en Two Cows 'N' a Cone para conducir sin rumbo mientras cantamos a todo pulmón canciones de amor. La Kassie que me da ropa cada dos por tres, con la excusa de que ya no le queda bien, aunque sé que no es cierto.

Kassie sabe que mi madre tiene dos trabajos, su desagradable trabajo diurno como asistente de farmacia y turnos nocturnos como aspirante a escritora. No somos pobres, pero, a diferencia de la mayoría de mis compañeros, no puedo permitirme ropa y móviles nuevos. Kassie sabe todo esto y nunca ha dicho una palabra al respecto a nadie; a veces siento que le debo algo por eso.

—El color es bonito —digo un poco a la defensiva, mientras miro a Kassie—. Podrías ir con un saco de arpillera y zapatos hechos con cajas de Kleenex, y aun así saldrías reina del baile.

—No creo que sea el adecuado, no va con el tema —decide Kassie, mientras pasa una mano por el ajustado corsé.

—El tema —murmuro con amargura, siguiendo a Nori hacia el probador—. Renner siempre lo arruina todo, es como esa mancha de salsa de tomate en mis zapatillas blancas que no desaparece, sin importar cuántas veces mi madre las blanquee.

—Sé que os odiáis, pero, por tu propia cordura, debes dejar de permitir que te afecte tanto. Solo lo incentivas —me advierte Kassie, como si fuera culpa mía que sea la perdición de mi existencia.

—Para que no olvidemos lo que hizo —grito desde detrás de la cortina.

—Teníamos catorce años, y aún estábamos obsesionadas con Shawn Mendes. Necesitas olvidarlo ya —dice, mientras me deslizo en un vestido morado de satén.

Para que conste, aún estoy obsesionada con Shawn Mendes, y también tengo la memoria de un delfín. Por lo que mi odio se extiende mucho más allá del incidente del baile.

 

Las transgresiones de J. T. Renner contra mi persona: la historia completa

-9.º grado: me dejó plantada en el baile de bienvenida.

-9.º grado: me llamó «lameculos» y «chupamedias».

-9.º grado: hizo un chiste obsceno durante mi presentación de biología.

-10.º grado: invitó a toda la clase a su fiesta excepto a mí.

-10.º grado: señaló en voz alta un error ortográfico en mi presentación de historia de la Guerra Civil.

-11.º grado: me acusó de tirarme un pedo en la fiesta de Año Nuevo de Lucy H.

-11.º grado: se burló de mí por ser la única chica que no recibió una flor y un mensaje el día de San Valentín.

-11.º grado: se burló de mis habilidades de conducción en la clase de educación vial.

-11.º grado: me ganó de manera injusta en un debate de la clase de Derecho.

-12.º grado: todavía se jacta del debate de la clase de Derecho del año pasado.

-12.º grado: el trauma emocional de sus burlas me hizo suspender el examen de conducir, dos veces.

-12.º grado: afirma haber superado mi puntuación en el examen de ingreso en la universidad (sin evidencia que respalde la afirmación).

-12.º grado: LAS ELECCIONES DEL CONSEJO ESTUDIANTIL.

 

De todas las transgresiones de Renner, el consejo estudiantil fue la gota que colmó el vaso. Había sido la representante del noveno, décimo y undécimo grado, y todo el cuerpo estudiantil sabía que la posición de presidenta era mía. Había trabajado de forma incansable durante los últimos tres años para esto.

Las actividades extracurriculares son clave para la escuela de posgrado, que necesitaré para ser consejera escolar. También son importantes para las becas, que pedí durante toda la semana de vacaciones de primavera. De hecho, tengo una entrevista la semana que viene para una beca de $20.000 de la Fundación Katrina Zellars, una organización sin fines de lucro que financia a aspirantes a educadores. Mi madre ha ahorrado todo lo que ha podido para mi fondo universitario, pero apenas llega para cubrir un semestre.

En fin, estaba llena de endorfinas, con mi discurso de victoria ya preparado porque me presentaba sin oposición. Pero después, dos días antes de la elección, Renner decidió lanzar su candidatura sin previo aviso, a pesar de no tener experiencia alguna en el consejo estudiantil. Cuando me encaré con él, solo dijo: «Sabía que te molestaría y pensé que sería divertido».

Divertido. Así es como Renner vive la vida. Su biografía en redes sociales es «Seguidor de todo lo que es divertido».

A diferencia de mí, Renner no tenía una plataforma electoral oficial. Pasé incontables horas encorvada sobre mi portátil, haciendo encuestas a mis compañeros, mientras desarrollaba una lista de objetivos que me apasionaban, que incluían: mayor apoyo para diversos clubes, añadir una pastelería y una barra de ensaladas en la cafetería, e igualdad para los programas deportivos de chicas.

Mientras tanto, Renner con solo quince minutos de tonterías elocuentes y canalizando el carisma sin esfuerzo de Obama, habló sobre el espíritu escolar colectivo y que se aseguraría de que todas las voces fueran escuchadas.

Y porque a todos les encanta J. T. Renner, ganó la presidencia con un 75% de mayoría.

Todavía no puedo hablar de esto sin llorar. La obsesión de Renner por arruinarme la vida me costó mi universidad soñada en la costa oeste. El asesor de admisiones nunca lo dijo de forma explícita, pero creo que quedó impresionado por mi estatus de vicepresidenta, no presidenta. La única ventaja es que ahora voy a ir a la universidad en la ciudad, con Nori.

Salgo del probador con el vestido morado, subo a la tarima con un gruñido poco elegante. Me siento como una novia en el programa «Sí, quiero ese vestido» sin los doce acompañantes expresando diferentes grados de alegría y amargura ante mis próximas nupcias.

En verdad este vestido morado de satén real no le hace ningún favor a mi diminuto cuerpo. Mi pecho plano ocupa solo la mitad de los enormes cocos con forma grotesca y parezco más una niña de cinco años jugando a disfrazarse con la ropa de su madre que una adolescente que está a punto de cumplir la mayoría de edad.

Nori salta a la tarima con un conjunto de dos piezas amarillo brillante de corte sirena y frunce el ceño como una modelo de alta costura hambrienta en la Semana de la Moda de París.

—Solo a ti te puede quedar bien un color así. Estás guapísima —le aseguro antes de que sus dudas se apoderen de ella.

La vendedora se acerca con un vestido verde esmeralda que estaba en la ventana.

—¿Aún quieres probarte este, querida? —le pregunta a Nori.

Nori parpadea y, confundida, me señala.

—Bueno, es mi amiga quien quería probárselo.

Los ojos de halcón de la vendedora se vuelven hacia mí, juzgando mi sorprendente parecido con Barney en este atuendo morado.

—Oh, claro —aturdida y avergonzada, se mete en mi probador y cuelga el vestido esmeralda.

Nori me lanza una mirada divertida, no es la primera vez que la gente nos confunde, aunque no nos parecemos en nada. Nori es coreana, alta y pálida, con el pelo teñido de colores. Y yo soy mitad china, mitad blanca, con pelo largo y oscuro. No es que Maplewood no sea diverso (más o menos), pero siempre hay alguna persona extraña que nos mira o chicos que hacen estúpidos chistes sobre cómo los asiáticos son buenísimos en matemáticas. Parece que, por el simple hecho de ser asiático, las buenas notas están garantizadas.

Una vez que vuelvo a aparecer con el vestido verde, Kassie rodea la tarima para grabarlo. Nori asiente de forma vigorosa en el espejo, dando su aprobación mientras giro para inspeccionar mi perfil lateral.

De forma curiosa, el escote halter me alarga el torso y las piernas.

—Creo que tengo los tacones perfectos para hacer juego —digo. Encontré unos tacones nude ortopédicos, con plantillas acolchadas, el mes pasado.

Kassie pone los ojos en blanco.

—Espero que no sean esos tacones de anciana.

Gimo y finjo estar indignada. Me pasé semanas navegando en las profundidades de internet.

—No son zapatos de anciana, son funcionales. Un soporte de arco óptimo es importante, y solo necesito acostumbrarme a ellos.

Los zapatos de tacón alto y yo tenemos una historia problemática. La primera vez que llevé tacones en un baile, el tacón izquierdo se atascó en el césped delantero y caí de cara contra un lecho de rosas espinosas. Avancemos rápidamente hasta el evento de primavera del décimo grado: los ambiciosos tacones de aguja rojos que pedí en una compra electrónica resultaron ser zapatos de stripper (no es que juzgue el trabajo de nadie). Parecía Bambi en zancos, sacándole una cabeza a mi pareja, Jamie Nemi.

Si pudiera hacer una cosa en esta vida, sería hacer justicia a las sandalias; tienen una mala reputación por ser ordinarias, pero son funcionales como ningún otro calzado. Para mi poca fortuna, dudo que pueda revolucionar el mundo del calzado antes del baile de graduación, así que me he resignado a los tacones geriátricos.

Nori estira la cola detrás de mí.

—Olvídate de esos zapatos feos. Este vestido lo es todo, y si no lo compras ahora mismo, yo lo compro por ti. Fin de la historia.

—Tienes cinco minutos para decidir o llegaremos tarde a clase —advierte Kassie. Saca un gloss de su bolso y se lo aplica de forma generosa, mientras marca sus labios en el espejo.

Miro mi reflejo y sostengo mi cabello de la manera que siempre imaginé, un suave y romántico recogido bajo. Me acuerdo de lo segura que me sentía cuando me arreglé para el baile de primer año en el espejo de la habitación de Kassie, con el pelo lleno de laca. Aunque estoy decidida a que el baile de graduación tenga un mejor resultado, es verdad que estoy a punto de gastar la mitad de mis ahorros en una noche. Tengo que estar increíble.

—Bien, esto es todo. ¡Le digo sí al vestido!

Nori chilla y aplaude.

—¿Ves? El baile de graduación va a ser perfecto, con o sin pescado.

Suelto un gruñido.

—Nunca vuelvas a poner «pescado» y «baile de graduación» en la misma frase. —Kassie sacude la cabeza como una madre disgustada con cinco hijos que pelean en la parte trasera del coche—. Por favor, solo no le arranques la cabeza a J. T. en el baile de graduación, déjanos tener una última noche en paz, ¿de acuerdo?

—Puedo hacer eso —acepto—. Siempre y cuando se siente en el extremo opuesto de la limusina, lejos de mí.

CUATROCuatro días para el baile de graduación

Clay Díaz pasa al lado de mi mesa en el almuerzo.

¿Conoces esas típicas escenas de películas de adolescentes en las que el guaperas de la escuela se pasea de manera lenta por el pasillo? Ese es él en este momento, con Watermelon Sugar de Harry Styles de fondo. Su metro ochenta de atleta se iluminan por el divino haz de luz blanca que entra por la ventana de la cafetería. Su pelo oscuro y desordenado se agita ante la brisa inexistente, como un actor azotado por el viento en un anuncio de coches de lujo.

Aprieto mi bandeja mientras la distancia entre nosotros se acorta y, de repente, me cuestiono todas las decisiones de mi vida. ¿Mi peinado hace que mi cabeza parezca gigantesca? Renner dijo una vez que mi cabeza es enorme y, desde entonces, tengo la paranoia de que llevar el pelo recogido resalta su tamaño. ¿Acaso muerdo mi sándwich de Subway de manera sugerente? ¿Qué diablos hago con mis manos? ¿Puede oír mi corazón golpear contra mi pecho?

Por lo general, los chicos no me dejan en estado catatónico, pero ningún otro chico aquí tiene la inteligencia aguda de Clay, sus ojos marrones, su mandíbula bien definida y su hoyuelo en el lado izquierdo.

Mientras pasa por mi lado en el estrecho espacio entre las mesas de la cafetería, hago una extraña inclinación con la cabeza, formal y lenta, como si fuera de la realeza británica o algo así. Sus labios se curvan en una sonrisa que casi me catapulta al cielo.

—Hola, Canadá —dice. Lleva llamándome así desde febrero, por nuestra última conferencia de Naciones Unidas.

—Oh, hola, Clay… digo, Turquía… —Para cuando recuerdo cómo hablar, y mucho menos qué país representaba, Clay ya se ha dirigido a su mesa habitual con los chicos de las Naciones Unidas y el club de debate, la mayoría de los cuales estoy segura de que llegarán a dirigir el país.

Esta es nuestra dinámica: desde que me uní al Modelo de Naciones Unidas en primero, apenas hemos cruzado más de dos oraciones. Para ser justa, Clay ha intentado entablar algunas conversaciones de vez en cuando, pero, como soy demasiado torpe para dar respuestas de más de una palabra, el intercambio muere casi al instante. Una vez, incluso se sentó a mi lado en el autobús hacia una conferencia y olvidé cómo respirar. También me puse nerviosa y no tuve más remedio que ocultarme bajo una gruesa chaqueta de lana. Decir que fue un día horrible es quedarse corto.

¿Por qué soy así? Ojalá tuviera la confianza natural de Kassie con los chicos.

Kassie aparta la mirada de su teléfono y me sonríe de manera socarrona.

—¿Vienes esta noche? —pregunto mientras muerdo mi sándwich. Nori y Kassie habían planeado venir a celebrar el final de los exámenes y mi entrevista para la beca (programada para esta tarde), pero Nori se echó atrás porque su tía rica misteriosamente está en la ciudad. En secreto, me alegra que solo seamos Kassie y yo, ya que rara vez hacemos cosas solas.

Kassie me mira de manera dubitativa, distraída por la mesa ruidosa de los alumnos de segundo año.

—Cielos… Ollie me pidió que grabara su entrenamiento de fútbol para su beca.

—No te preocupes —digo rápido, mientras fuerzo una sonrisa conciliadora.

¿Qué más puedo decir? No puedo obligar a mi mejor amiga a pasar tiempo conmigo. Me duele perder tiempo juntas, en especial porque estaremos separadas por ochocientos kilómetros en solo tres meses. Kassie seguirá a Ollie a Chicago, donde consiguió una beca completa de fútbol americano. Se tomará un año sabático, lo cual es probable que sea lo mejor. Hace tres días, todavía estaba indecisa entre especializarse en Criminología o ADE. Aunque, si somos sinceras, el verdadero sueño de Kassie es convertirse en una wag adinerada (esposa y/o novia de un atleta profesional), lo cual respeto, porque esa vida no es para corazones débiles.

—Eres la mejor. —Kassie me lanza un beso, antes de volver la nariz hacia el último batido de Nori—. ¿Qué demonios estás bebiendo? Parece barro.

Nori se toma la mitad tan rápido como es humanamente posible, con la nariz tapada.

—Es zumo de zanahoria, col rizada, arándanos, una dosis de polvo de proteína vegetal y una buena dosis de lágrimas masculinas —dice con indiferencia.

Kassie hace un gesto con la mano como si estuviera atrapando algo.

—Me encanta. Dame.

Nori le entrega la taza de su batido y se vuelve hacia mí.

—Ah, por cierto, el resto del depósito para la limusina vence en unos días. ¿Crees que tendrás una cita para entonces?

Sé que le da pena preguntarme otra vez. Admito que complico la cuenta, soy la única persona en la limusina sin una cita, aunque hay un lugar reservado para una. He mantenido de manera obstinada la esperanza de que alguien me pregunte hasta ahora. Además de ejecutar el baile de graduación perfecto, para mi descontento, ser «invitada al baile» todavía está pendiente en mi lista de deseos.

—No la agobies, por supuesto que conseguirá una cita —dice Kassie antes de que tenga la oportunidad de responder—. ¿Vas a tomar las riendas de tu vida y preguntarle a Clay? Ahora que está soltero ya no tienes excusa.