Noches de ardiente pasión - Sheri Whitefeather - E-Book
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Noches de ardiente pasión E-Book

Sheri WhiteFeather

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Beschreibung

Si ella era la culpable, tendría que delatarla; pero si no lo era… Lea Nguyen llevaba años soñando con encontrarse cara a cara con su familia biológica, pero resultó que en lugar de conocer a su padre, se vio confinada junto a su atractivo guardaespaldas, Michael Whittaker. Cada noche, el cuerpo de Michael le daba la seguridad que siempre había deseado. Pero cada día, Lea mantenía oculto su terrible secreto… Alguien estaba acosando a Abraham Danforth y Michael debía descubrir quién era. Se suponía que vigilar a la hija ilegítima de Danforth era su obligación… pero se había convertido en un placer…

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Harlequin Books S.A.

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Noches de ardiente pasión, n.º 5520 - febrero 2017

Título original: Steamy Savannah Nights

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9351-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

4 de julio

Savannah, Georgia

 

 

Michael Whittaker, asesor de seguridad, estaba muy alerta. La gala de recaudación de fondos se hallaba en pleno apogeo y a él lo habían contratado para proteger a Abraham Danforth, el hombre del momento, un viudo de cincuenta y cinco años que se presentaba a las elecciones a senador.

Michael, que procedía de familia humilde, se había abierto paso a base de esfuerzo y sus clientes lo respetaban y confiaban en él.

Él a su vez se jugaba el pellejo por salvarles la vida, pero no le importaba. Ése era el trabajo que había elegido, su profesión.

Llevaba ya meses trabajando de guardaespaldas con Danforth, junto con algunos miembros de su equipo de seguridad, desde que una desconocida, a la que Michael perseguía todavía, había amenazado al político.

En ese momento estaba bastante cerca de Danforth, en el salón de baile del hotel Twin Oaks. Un pequeño grupo de invitados charlaba con su cliente y otros más conversaban amigablemente entre sí esparcidos por el salón.

Michael miró a la morena pequeña que había cerca de la barra. Había llegado tarde y, por lo que sabía, no había hablado con nadie.

¿Por qué? ¿Qué se proponía? No era fácil leer su expresión y eso enervaba a Michael, que normalmente poseía un sexto sentido, un instinto que le permitía ver más allá de lo obvio, de la superficie.

Pero todo en ella lo confundía: el tono cremoso de su piel, el pelo moreno recogido en un moño en la base del cuello y la forma exótica de los ojos.

Lo confundía hasta su atuendo, un vestido de seda azul que le llegaba a los tobillos. El color era atrevido, vibrante como un cielo de cobalto, y sin embargo, ella se conducía con una reserva natural y elegante.

Se volvió y por un momento se miraron a los ojos a través de la habitación.

Y entonces Michael vio la emoción que ocultaba ella, el dolor de sus ojos. La mujer apartó rápidamente la vista, pero el daño ya estaba hecho. Michael quería protegerla, abrazarla…

¿Qué más? ¿Besarla?

Maldijo sus hormonas, la inyección de testosterona que calentaba de pronto su sangre. Aquél no era el mejor momento para desarrollar una atracción así. La única mujer que debía ocupar su mente en ese momento era la que amenazaba a Danforth y la morena de azul no entraba en la descripción.

Danforth se disculpó con el pequeño círculo de invitados que lo rodeaban, miró a Michael y señaló una terraza cercana.

Al parecer, necesitaba un respiro. Michael lo siguió y salieron juntos al exterior.

La terraza estaba vacía, con excepción de una rubia sentada en un banco muy elaborado. Aunque se había instalado en una esquina en penumbra, Michael reconoció a Heather Burroughs, una chica amable y tímida que trabajaba para Toby Danforth, uno de los sobrinos del político, un padre divorciado que la había contratado como niñera.

Michael sabía que Heather no era ninguna amenaza para el clan Danforth. Había investigado a todos los empleados de la familia e incluso había charlado con Heather esa misma noche.

Respetando su intimidad, se centró en lo que lo rodeaba. El aire de verano era cálido y el cielo nocturno brillaba cuajado de estrellas.

Poco rato antes, un espectáculo de fuegos artificiales había iluminado la noche y las dos terrazas de ese lado estaban llenas de gente. Pero ahora había tranquilidad.

Danforth se apoyó en una pared de columnas y Michael se quedó cerca del umbral desierto. Y entonces levantó la vista y vio a la morena que quería besar. A la mujer de azul.

¿La atraía él o el hombre al que debía proteger? ¿Cuál de los dos la había impulsado a seguirlos?

Danforth enderezó el cuerpo y Michael se dio cuenta de que la morena y él se miraban. ¿Se conocían? ¿O ella producía el mismo efecto perturbador en todos los hombres a los que miraba?

El político salió de su trance.

—Perdone —le dijo—. No pretendo ser grosero, pero se parece usted mucho a alguien que conocí.

La morena parpadeó y Michael sospechó que la admisión de Danforth no era lo que esperaba oír.

¿Qué narices pasaba allí?

—¿Se llamaba Lan Nguyen? —preguntó ella al fin.

—Sí. Sí —respondió el político, con una arruga de perplejidad en la frente—. ¿Cómo lo sabe?

—Porque yo soy su hija Lea. Y también hija de usted, señor Danforth, la niña que abandonó en Vietnam.

Michael respiró hondo.

El padre en cuestión, en otro tiempo miembro de los cuerpos especiales de los marines, no parecía encontrar la voz.

Michael se adelantó y miró a Heather, a la que hizo señas de que guardara silencio. Ella asintió con la cabeza, haciéndole saber así que no había sido su intención escuchar aquello.

Michael entonces llamó a su segundo al mando y le indicó que alertara al equipo de que no dejaran salir a nadie más a la terraza.

Seguramente podía confiar en Heather, pero no quería que un invitado cotilla sorprendiera aquella conversación. O, peor aún, un reportero.

El veterano de Vietnam no había negado la posibilidad de que aquella belleza pudiera ser su hija, lo cual implicaba que podía ser cierto.

—¿Lan sobrevivió? —Danforth carraspeó—. ¿Sobrevivió al ataque en su aldea? Yo creía que había muerto y…

—Mi madre está muerta ahora —lo interrumpió Lea.

Pareció inclinarse un poco y Michael, temeroso de que se desmayara, la sujetó por los hombros y sintió cómo vibraban sus extremidades.

—Aguante, no se desmaye —musitó.

—Llévala a casa, Michael. Por favor, llévala a casa —le pidió Danforth, que parecía sinceramente preocupado—. Quédate con ella hasta que yo te avise. Hasta que podamos aclarar esto.

Miró a Lea.

—Puedes confiar en él. No te hará daño.

La joven no protestó y Michael tampoco. Danforth regresó a la gala bajo la atenta vigilancia del equipo de seguridad y Michael paró un momento a hablar con Heather, quien le prometió que guardaría silencio, y escoltó a Lea hasta una salida discreta.

Cuando entraron en la limusina, ella empezó a llorar. Sin pensar lo que hacía, Michael le cubrió una mano con la suya y le prometió que todo iría bien.

Pero cuando consiguió averiguar su dirección y la llevó a su casa, no sabía cómo narices podía arreglarse aquello. Entraron en el apartamento y ella estuvo a punto de derrumbarse, llorando sin parar.

Michael la sostuvo y la estrechó contra sí.

—Pensaba que sería diferente —susurró ella contra su camisa—. Pensaba que le diría a mi padre… —se interrumpió.

¡Parecía tan pequeña y frágil! Michael no sabía gran cosa de los niños de la postguerra que habían crecido como mestizos en Vietnam, pero a él también lo habían llamado mestizo muchas veces y no le había gustado.

Lea dejó de llorar, pero no la soltó. La acunó y consoló durante casi una hora.

Después algo cambió y los dos se volvieron conscientes del cuerpo del otro, de la presión de la excitación de él en el estómago de ella, de ser dos desconocidos fundidos en un abrazo íntimo.

Lea levantó la cabeza y lo miró a los ojos.

—Me fijé antes en usted —dijo.

Él sabía que se refería a la gala, al momento en que se habían cruzado sus miradas.

Le secó la humedad de las mejillas.

—Yo también en usted.

—¿Como se fija ahora?

—Sí —había querido besarla antes y quería besarla ahora. Desesperadamente. Más de lo que podía describir con palabras.

Capítulo Uno

 

Un sábado por la tarde, Lea abrió la puerta y miró al hombre que había al otro lado.

Michael nunca la visitaba a esa hora. Nunca llegaba a su apartamento de día; y sin embargo, el sol brillante y cálido de Savannah lo enmarcaba ahora en su brillo dorado.

Estaba guapísimo, con su pelo moreno, sus ojos oscuros, la mandíbula cuadrada y los pómulos salientes. Se había arremangado la camisa hasta el codo, pero llevaba los pantalones perfectamente planchados. Michael Whittaker, director de la empresa de seguridad Whittaker, poseía un encanto especial, una mezcla de dureza y elegancia que lo hacían irresistible.

Y una voz que provocaba escalofríos.

Lea, nerviosa, se alisó la blusa y se preguntó qué lo había impulsado a pasar por allí. ¿Quería sexo? ¿La llevaría al dormitorio para acariciarla con esas manos de amante experto?

—Buenas tardes —dijo él.

—Hola —miró más allá de él y vio un Mercedes negro brillante aparcado en la calle. ¿Era su coche?

Lea llevaba un mes acostándose con Michael, pero todavía no sabía qué vehículo usaba. De algún modo, aquello la hacía sentirse mal, como una chica de bar en Vietnam.

¿La dejaría cuando terminara su aventura secreta y se olvidaría de que existía?

—¿No me vas a invitar a entrar? —preguntó él.

Lea parpadeó y asintió con la cabeza. Él no era un vampiro, aunque, hasta aquel momento, ella lo había visto así, como su fantasía de medianoche, su amor prohibido, la sombra alta y oscura que la dejaba sin aliento.

La noche de la gala de recaudación de fondos habían acabado en la cama, tocándose, besándose y haciendo el amor. Para su sorpresa, él volvió al día siguiente y llevaban ya un mes de noches apasionadas.

Y ahora aparecía a plena luz del día.

Se apartó y él entró hasta el centro de la sala con las manos en los bolsillos.

¿Debería ofrecerle una copa? Lea no sabía qué hacer, cómo reaccionar a su presencia. Cuando iba por la noche, ella le abría la puerta y él asumía enseguida el control. Ponía en marcha una fantasía, sin palabras ni falsas promesas, y la conquistaba con su imaginación.

A veces la llevaba al dormitorio y otras la desnudaba allí mismo y se dejaba caer de rodillas.

—¿Lea?

La joven se sonrojó.

—¿Estás bien?

—Sí.

—He visto el resultado de la prueba de paternidad.

La miró a los ojos y a ella se le encogió el corazón. No debería tener una aventura con el guardaespaldas de su padre, el asesor de seguridad contratado para protegerlo.

—Entonces sabes que Abraham Danforth es mi padre.

—Sí.

—¿Por eso has venido? ¿Para convencerme de que hable con él?

Después de la gala, había accedido a hacerse la prueba de paternidad que exigían los abogados de Danforth, pero se negaba a formar una alianza con su progenitor aunque, por supuesto, no podía explicar por qué, especialmente a Michael.

—No vengo en nombre de Danforth —miró los dibujos de las paredes que coleccionaba ella, dibujos de artistas de River Street—. ¿Quieres venir conmigo, Lea?

A ella se le aceleró el pulso.

—¿Adónde?

—A mi casa. Dos semanas.

—¿Por qué? —fue todo lo que se le ocurrió decir a ella—. ¿Por qué me invitas a tu casa?

—Para que aprendamos a conocernos mejor —se acercó más, pero no la tocó—. Para que podamos pasar más tiempo juntos.

Era una oferta atractiva. Curiosa. Excitante. Pero Lea sabía que debía rehusar.

—Tengo que trabajar —dijo—. No estoy de vacaciones.

—Yo tampoco. Pero eso no significa que no podamos tener una aventura. Visitar algunos clubs, salir a cenar, pasear por la playa, hacernos amigos.

La reserva de ella vaciló. Sí quería la amistad y el respeto de Michael. ¿Pero lo merecía?

—¿Y bien? —preguntó él con una sonrisa.

—Sí —contestó ella al fin, ansiosa por estar cerca de él—. Me quedaré dos semanas contigo.

—Me alegro —él sonrió de nuevo; le explicó cómo llegar a su casa y le dijo que la vería allí a las cinco.

Cuando se marchó, Lea se quedó mirándolo como en una nube. Lo vio caminar hasta el Mercedes negro, sentarse al volante y alejarse.

Por lo menos sabía qué coche conducía. Entró en su dormitorio, abrió el armario y empezó a preguntarse qué ropa debía guardar.

 

 

Michael salió de casa de Lea y se dirigió a Crofthaven, la impresionante mansión del padre de ella.

Entró en el camino pavimentado bordeado de árboles enormes cubiertos de musgo. Aquello era el sur en todo su esplendor.

Se maldijo a sí mismo. Había engañado a Lea y ahora iba a hacer lo mismo con Danforth.

¿Pero qué otra cosa podía hacer?

Llegó a la mansión de columnas, una casa histórica construida más de un siglo atrás. Crofthaven tenía prestigio y encanto, además de un fantasma trágico.

Uno de los sirvientes le abrió la puerta y Michael decidió esperar en el vestíbulo a su cliente.

Abraham Danforth descendía poco después la escalera. Era nuevo en la política, pero poseía un carisma que realzaba su imagen de buena persona.

Danforth decidió que hablaran en el jardín, un lugar que ofrecía mucha intimidad. Se sentaron en un banco de mármol, rodeados de flores de verano. Un huerto de melocotones perfumaba el aire más allá del jardín, pero la paz que lo rodeaba no calmaba los nervios de Michael ni restaba tensión a ese encuentro.

—¿Qué tienes en la cabeza? —preguntó Danforth, elegante y sereno con sus pantalones grises y un suéter de diseño de manga corta.

—Tengo que contarle algo —miró a Danforth a los ojos sintiéndose como un traidor. Por mucho que intentara justificar su comportamiento, acostarse con su hija no era de caballeros—. Lea y yo…

—¿Sí?

—Tenemos una relación.

El político enarcó una ceja.

—¿Qué tipo de relación?

—Somos amantes —repuso Michael con sinceridad—. Y va a pasar unas semanas conmigo, así que trabajaré menos horas, aunque mi equipo de seguridad seguirá protegiéndolo igual.

Danforth entrecerró los ojos contra el sol.

—¿Cuándo ha ocurrido todo esto?

Michael sabía que se refería a la aventura.

—Empezó la primera noche. No era mi intención, pero… pero los dos nos sentíamos atraídos por el otro y…

Guardó silencio. No estaba dispuesto a admitir que el sexo era lo único que Lea y él tenían en común.

En el último mes apenas habían hablado, apenas se habían comunicado más allá de un nivel primario, más allá de las horas de pasión.

—¿La primera noche? —Danforth lo miró de hito en hito—. ¿Yo te pedí que la llevaras a casa y te acostaste con ella? Yo te la confié.

—Lo sé, lo siento. Pero ella me necesitaba. Y yo a ella. A veces esas cosas ocurren.

—Sí, supongo que sí —repuso Danforth con calma.

Michael asintió, consciente de que el otro no iba a presionar mucho con el tema. ¿Pero por qué iba a hacerlo? También él tenía sus culpas. Cuando hacía el amor con la madre de Lea, estaba casado. Fue una aventura que se produjo por una herida de guerra y un periodo de amnesia, pero aventura al fin y al cabo.

Aunque la prensa no se había enterado de nada, Danforth quería contar la verdad, convocar una conferencia de prensa y presentar a Lea, pero ella se negaba a tener nada que ver con él.

—Me gustaría que todo hubiera sido diferente —dijo Danforth—. No era mi intención dejar allí a Lan.

—Lo sé —pero la madre de Lea ya había muerto y era demasiado tarde para pedirle disculpas.

El político guardó silencio y Michael pensó en su última sospecha, su creencia de que Lea pudiera ser la acosadora que lo había amenazado.

Sí. Lea. La mujer a la que seducía casi todas las noches.

No encajaba con la descripción de la acosadora, pero podía haber alterado su aspecto. Y era experta en análisis informáticos, más que capaz de enviar mensajes electrónicos con amenazas y de crear el virus que había destruido el ordenador de su padre unos meses atrás.

Sin embargo, no estaba dispuesto a revelar sus sospechas. Antes tenía que estar seguro.

El político suspiró.

—¿Por qué no quiere darme Lea una oportunidad?

—No lo sé. Supongo que todavía sufre —Michael no podía hablar por ella, y por eso la había invitado a su casa. Necesitaba pasar tiempo con ella, aprender a conocerla a un nivel más profundo. Probar, con suerte, que no se acostaba con el enemigo.

 

 

Michael vivía en una calle privada. Un muro de ladrillo y una verja electrónica rodeaban el perímetro donde estaba su propiedad.

Lea se paró en el interfono y anunció su llegada. Cuando se le permitió la entrada, siguió un camino bordeado de árboles hasta una casa impresionante de dos pisos.

Aparcó el coche y Michael salió de la casa ataviado con vaqueros y camiseta. Iba descalzo y a Lea le recordó inmediatamente su infancia, el lugar que había dejado atrás.

—¿Tu equipaje está en el maletero? —preguntó él.

Ella lo miró. Era unos treinta centímetros más alto que ella, de hombros anchos y músculos largos y fuertes.

—Sí.

—¿Quieres abrirlo?

—Por supuesto —lo miró a los ojos pero no consiguió descifrar su expresión. Por otra parte, no lo conseguía nunca, ni siquiera cuando estaban en la cama.

Él sacó su maleta. Era un hombre apasionado, un amante erótico, pero también complicado. A veces sonreía y otras veces parecía estricto. Lea sospechaba que ocultaba su verdadero corazón. Pero ella también lo hacía.

Se acercaron a la puerta y ella vaciló.

—¿Qué pasa? —preguntó él.

—Nada.

Bajó la vista y se preguntó qué debía hacer con los zapatos. Decidió que se los dejaría puestos. Se había esforzado mucho por abandonar sus hábitos vietnamitas y convertirse en una mujer estadounidense. Y las mujeres de allí no se quitaban los zapatos antes de entrar en una casa. En lugar de eso, procuró frotarlos bien en el felpudo.

Entraron en una sala grande, con ventanales enormes.

—Tu casa es exquisita —dijo ella. Los detalles arquitectónicos incluían armarios de roble, paredes de estuco y una claraboya impresionante.

—Gracias. Es muy segura, con lo último en sistemas de seguridad. En el exterior hay sensores para intrusos. Lo diseñé pensando en mis clientes. A veces se quedan aquí cuando quieren evitar a la prensa o protegerse de amenazas personales.

—Has creado una fortaleza.

—Seguridad Whittaker tiene clientes muy importantes.

—Como mi padre.

Michael asintió y los dos guardaron silencio.

Ella miró la chimenea y notó que el trabajo de piedra se mezclaba con trozos de coral. Los muebles eran blancos con tonos turquesa. No había ahorrado gastos en la decoración.

—¿Mi padre se ha quedado aquí alguna vez?

—No. Está bien protegido en Crofthaven.