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Orgullo y tentación ¡Era el último hombre con el que se casaría! Para Lizzy Sharp, el empresario Louis Jumeau era insoportablemente orgulloso, lleno de prejuicios… e increíblemente atractivo. Louis sabía exactamente lo que los cazafortunas como los Sharp perseguían: su dinero. Pero lo cierto era que necesitaba una esposa. Lizzy, con su carácter independiente, no era la candidata ideal, pero sus curvas resultaban muy tentadoras. El arrogante y práctico Louis estaba seguro de que utlizando sus armas de seducción lograría casarse con ella y meterla en su cama. Una joya en su corona Una mujer virtuosa vale más que los rubíes Para el príncipe Raja al-Somari sacrificar su libertad por su país no era una opción, sino un deber. Pero tuvo que utilizar ciertas tácticas mucho más placenteras para convencer a su nueva esposa… Hacía apenas unos días, Ruby Sommerton no era más que una chica corriente que iba a trabajar y cotilleaba con su compañera de piso, pero de pronto descubrió que era una princesa y que su príncipe la esperaba, impaciente, en un palacio en el desierto. La nueva esposa de Raja tenía mucho que aprender para comportarse como una noble… además de descubrir lo excitantes que eran las noches con su marido, para quien tener un heredero era una prioridad. Reglas quebrantadas Lo único que el dinero de aquel ruso no podía comprar era a ella El despiadado Serge Marinov pensaba que la deslumbrante sonrisa y el cuerpo voluptuoso de Clementine Chevalier podían provocar verdaderos disturbios. Era tan cautivadora que eran necesarias ciertas reglas: él le daría noches de placer, pero a la luz del día de San Petersburgo desaparecería. Serge era la fantasía secreta de Clementine hecha realidad, pero ella no estaba interesada en el dinero, así que puso ciertas condiciones: no sería su amante hasta que le demostrara que era algo más que un capricho pasajero para él.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28036 Madrid
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 486 - noviembre 2024
© 2011 Cathy Williams
Orgullo y tentación
Título original: In Want of a Wife?
© 2011 Lynne Graham
Una joya en su corona
Título original: Jewel in His Crown
© 2012 Lucy Ellis
Reglas quebrantadas
Título original: Untouched by His Diamonds
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1074-076-1
Créditos
Orgullo y tentación
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Una joya en su corona
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Reglas quebrantadas
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro...
LOUIS Christophe Jumeau cerró de un portazo la puerta del Range Rover y lo miró enfadado. No debería haberse fiado de aquella agencia de viajes que proclamaba ser la única en cien kilómetros a la redonda. La falta de competencia siempre se traducía en un mal servicio. Debería haberse procurado su propio medio de transporte. Podía haber ido en su helicóptero y haber hecho que cualquiera de sus coches lo hubiera recogido en el helipuerto.
Pero quería conocer de primera mano cómo se llegaba hasta Crossfeld House. Maldijo para sus adentros, sacó su teléfono móvil y comprobó que no tenía cobertura.
A su alrededor, bajo la oscuridad invernal, el campo estaba inhóspito. Además, amenazaba con nevar. De haber tenido una bola de cristal, habría sabido que el coche de alquiler moriría en una carretera abandonada de las Highlands, a unos cuarenta minutos de su destino, y se habría tomado la amenaza más en serio.
Tomó el abrigo del asiento trasero del viejo Range Rover y allí mismo decidió que la única agencia de alquiler de coches en cien kilómetros a la redonda, pronto tendría competencia. Si no, estaba dispuesto a anular la compra.
Crossfeld House, la última incorporación a su basto patrimonio de hoteles alrededor del Reino Unido y del resto del mundo, era una inversión interesante, pero no indispensable. Su atractivo principal era el campo de golf, aunque al parecer, el estado del edificio era deplorable. Para eso había ido hasta allí, para comprobarlo, además de para resolver otro asunto.
Se envolvió en el abrigo para protegerse del viento frío de diciembre y empezó a caminar en dirección a la casa principal. Su cabeza no podía dejar de pensar en el problema que tenía por delante y que esperaba solucionar. Concretamente se trataba de la fascinación de su amigo por una chica que, de acuerdo a todas las descripciones, formaba parte de la categoría de cazafortunas. Aunque no la conocía, Louis sabía reconocer aquella clase de mujeres: guapa, pobre y con una madre dispuesta a dejar que sus hijas se fueran con el mejor postor.
Sonrió satisfecho ante la idea de aparecer delante de la puerta de la familia Sharp. Aunque Nicholas fuera rico y tuviera éxito, era muy inocente y demasiado confiado. Tal vez la señora Sharp había estado presumiendo de hija con la esperanza de que Nicholas, cuyas visitas a Crossfeld House con el pretexto de inspeccionar el edificio se habían hecho frecuentes, acabara mordiendo el anzuelo. Pero él, Louis, no había nacido ayer. Nicholas no era más que un amigo de toda la vida cuyo honor y cuenta bancaria Louis tenía intención de proteger.
Absorto en sus pensamientos, no se dio cuenta de que se acercaba una moto hasta que estuvo prácticamente encima de él. El sonido de los frenos sobre el asfalto rompió el silencio y el conductor, vestido de negro riguroso y con casco del mismo color, se detuvo a inspeccionarlo.
Lo que más le molestó fue aquella arriesgada manera de conducir.
–Estupendo –dijo con ironía, mirando al motorista–. Se divierte así, ¿verdad? ¿Cree que la carretera es suya y que puede conducir todo lo rápido que quiera?
A medio camino de quitarse el casco, Lizzy se detuvo y volvió a bajar las manos.
De cerca, aquel hombre era más fuerte y alto de lo que parecía, y estaba muy enfadado. Conocía aquella zona de la campiña como la palma de la mano, además de a sus habitantes, y enseguida se dio cuenta de que era un extraño.
–No hacía falta que me parara por usted.
–¿Va a quitarse el casco para que pueda ver con quién estoy hablando?
Sola en mitad de una carretera oscura, rodeada de un paraje inhóspito y con un hombre capaz de partirla en dos si se lo proponía, no iba a quitarse el casco. Prefería que pensara que estaba tratando con un hombre de voz aguda.
–¿El coche de ahí atrás era el suyo?
–Muy bien, Sherlock.
–No tengo por qué quedarme a escuchar esto –dijo y aceleró un par de veces, a la espera de una disculpa que no llegó.
En vez de eso, él dio un paso atrás, se cruzó de brazos y le dirigió una mirada de curiosidad. A la luz de la luna atisbó su rostro y contuvo el aliento.
A pesar de su porte aristocrático, de su arrogancia y prepotencia, aquel hombre era muy atractivo. Bajo su pelo oscuro peinado hacia atrás se adivinaban las facciones de un rostro perfecto. Aunque tenía los labios apretados, no era difícil imaginarse que en otras circunstancias, eran gruesos y sensuales.
–¿Cuántos años tienes? –preguntó Louis de repente.
La pregunta pilló a Lizzy desprevenida y se quedó callada unos minutos, tratando de adivinar a dónde quería ir a parar con aquella pregunta.
–¿Por qué? ¿Qué más le da?
–Eres un muchacho, ¿verdad? ¿Por eso no te quieres quitar el casco, no? ¿Saben tus padres que estás conduciendo esa máquina como un loco, poniendo la vida de otros en peligro?
–¡Aquí no hay nadie más que usted! –murmuró–. Y si lo que quiere es viajar por esta zona, lo mejor es que lo haga en un vehículo más fiable.
–Eso díselo al sinvergüenza de la empresa de alquiler de coches que hay junto a la estación.
–Ah.
Fergus McGinty tenía fama de aprovecharse de los forasteros a la hora de alquilarles coches. Dudaba que aquel Range Rover hubiera prestado algún servicio desde que comenzara el siglo.
–Amigo tuyo, ¿verdad? –preguntó Louis, cada vez más enfadado–. Así que seguro que sabrá de quién estoy hablando cuando le diga que un adolescente en moto… Por cierto que eso me hace pensar que no te queda otra opción que llevarme a donde voy. O lo haces o no te quedará más remedio que responder ante la policía por conducir ese cacharro sin tener edad legal para hacerlo.
Lizzy estaba a punto de romper en carcajadas. Sí, su voz aguda le había hecho sacar una conclusión equivocada y eso le resultaba muy divertido. Pero por algún motivo no le parecía que aquel hombre fuera a tomarse a bien sus risas. Por su manera de comportarse, debía de ser el que habitualmente se riera de otros.
–No puede dejar el coche ahí –objetó.
Louis miró a su alrededor haciendo un gesto exagerado antes de clavar sus ojos negros en el casco.
–¿Por qué? ¿Acaso crees que hay gente escondida en la vegetación a la espera de robarlo? Francamente, si alguien es lo suficientemente estúpido como para llevárselo, entonces que lo haga. Le haría al mundo un gran favor.
Lizzy se encogió de hombros.
–¿Adónde va?
–Bájate de esa moto y lo verás.
–¿Que me baje de la moto? ¿De qué está hablando? Pensé que había dicho que yo le llevaría.
–¿He dicho eso? He debido expresarme mal. ¿Para qué iba a poner en peligro mi vida en una moto conducida por un crío que debería de estar en casa haciendo los deberes?
–Podría dejarlo aquí mismo.
–Yo ni me plantearía esa posibilidad si fuera tú.
Lizzy sabía reconocer una amenaza cuando la oía.
–¿Adónde va? –repitió–. Si no está en mi camino, va a tener que quedarse a esperar aquí hasta que mande a alguien a recogerlo.
Louis estuvo a punto de reír al oír aquello. ¿Mandar a alguien a que fuera a recogerlo? Para empezar, estaba harto de la campiña escocesa. Además, había pocas probabilidades de que aquel muchacho cumpliera con su deber cívico. Para él sería mucho más sencillo arrancar y dejar allí a aquel forastero.
–¿De veras? Bueno, tengo que decir que no estoy de acuerdo. Voy a Crossfeld House y vas a venir conmigo.
¡Crossfeld House! Lizzy se quedó de piedra.
–¿Sabes dónde está, verdad? –añadió Louis impaciente–. No creo que haya muchas casas con campos de golf en este rincón del mundo.
–Sé dónde está. ¿Por qué va allí?
–¿Cómo?
–Tan sólo me preguntaba por qué quiere ir allí, porque no puede quedarse. Está a la venta. No creo que sigan alquilando habitaciones. Y si a lo que viene es a jugar al golf, el campo no está en buenas condiciones.
–¿Es eso cierto? –preguntó Louis mirando aquella figura que le hacía sitio para que se montara en la moto–. ¿Debería dejar los palos en el coche?
–Sin ninguna duda. ¿Sabe cómo montar en moto?
–Enseguida lo verás. No me gusta arriesgar mi vida a manos de otra persona.
Arrancó la moto y disfrutó del rugido de su motor. Hacía tiempo que no se subía a una moto. Se le había olvidado lo libre y poderoso que podía hacerle sentir. Iba a ser un viaje agradable, teniendo en cuenta que pretendía sacarle toda la información posible a su pasajero. Las comunicaciones con Nicholas se habían limitado a escuchar a su amigo las bondades de la joven Sharp, intercaladas con un par de detalles y básicos de la propiedad. Pero aquel muchacho conocía la zona y probablemente a la familia Sharp también. Además, ¿quién no estaba dispuesto a cotillear? En un lugar como aquél, probablemente fuera el entretenimiento general.
–Así que –gritó Louis para hacerse escuchar por encima del sonido del motor–, si conoces Crossfeld House, entonces debes conocer al agrimensor Nicholas Talbot.
–Más o menos. ¿Por qué?
Lizzy se agarró a él. No iba vestido para montar en moto y se había subido el abrigo, a través del cual podía sentir los músculos de su cuerpo. Era evidente que sabía montar en moto por la manera en que la manejaba.
–He venido para ver qué ha estado haciendo. Debería haber enviado informes sobre el estado de la casa, pero sus informaciones han sido muy escasas.
–¿De veras? ¿Quién es usted, su jefe?
–Algo así.
–¿Está comprobando lo que hace? –preguntó Lizzy molesta–. Eso es horrible. Nicholas ha estado trabajando mucho.
–¿Lo conoces?
–No lo conozco mucho, pero… Es una ciudad pequeña y Nicholas se ha convertido en un miembro muy conocido de la comunidad.
–¿Sabes si tiene amigos, si sale con alguien?
–Sí, creo que está interesado en una chica de la zona –dijo Lizzy, gritando para que su voz se escuchara.
Todavía tenía que descubrir cómo se llamaba el hombre al que se sujetaba, pero al menos sabía que no era peligroso. Pero, ¿perdería Nicholas su trabajo porque no había enviado informes diarios a alguien que era un maniático del control?
–Algo así mencionó –dijo Louis, tratando de que su voz sonara neutral.
Lizzy pensó en poner alguna excusa para justificar el despiste de Nicholas, pero desechó la idea porque sabía que él nunca lo haría. Era demasiado tranquilo y pacífico. Probablemente empezaría a tartamudear y acabaría asegurándose su propio despido. El conductor de la moto parecía dedicarse a despedir gente. Tal vez fuera alguien a quien habían mandado para comprobar la situación.
–¿Qué dijo? –preguntó Lizzy.
Había dejado de conducir tan rápido y Lizzy se dio cuenta de que no tenía que gritar tanto. La carretera podía resultar resbaladiza, oscura y peligrosa, a menos que se conociera.
–Cree que está enamorado –dijo Louis con una sonrisa cínica.
Lizzy se sintió invadida por una sensación de hostilidad. El amor y el matrimonio no lo eran todo para ella, pero sí para su hermana. Rose estaba locamente enamorada de Nicholas Talbot y le molestaba el tono despectivo en el que aquel hombre estaba hablando de una situación que desconocía.
–¿Ah, sí? –dijo con frialdad.
–Por lo que he podido deducir, está enamorado de alguien que va tras su dinero –dijo Louis sin andarse por las ramas.
Si aquel muchacho sabía algo de lo que estaba pasando en el pueblo, lo contaría.
Louis estaba harto de cazafortunas. Con diecinueve años había sido el objetivo de una mujer de veinticinco de la que había creído estar enamorado. El amor había quedado en nada, así como los recuerdos.
Cada vez que pensaba en Amber Newsome, en sus grandes ojos azules, en sus lágrimas y en la manera en que lo había convencido de que estaba embarazada, no podía evitar estremecerse. Lo había cautivado con su aplomo en un momento en el que las otras chicas de la universidad se dedicaban a sus juegos, y durante una temporada, había disfrutado de aquella relación. Hasta que había decidido continuar con su vida. No había reparado en el hecho de que quizá ella no estuviese preparada para dejar que se marchara. Por aquel entonces, todavía no había aprendido que no debía alardear de su riqueza. Había pagado el precio: tres meses de estrés, pensando en que tendría que casarse con una mujer a la que ya no amaba para acabar descubriendo que había sido engañado por una experta.
Y cuando pensaba en su hermana pequeña Giselle y en la manera en que había estado a punto de ser estafada por un conocido de la familia, le resultaba imposible oír hablar de toda la basura que se decía del amor y el romanticismo.
Nicholas era menos escéptico y por tanto, susceptible de caer en las redes de cualquier mujer que fuera tras su dinero.
–¿Cómo lo sabe? –preguntó Lizzy, sintiendo los rápidos latidos de su corazón.
–Soy un experto leyendo entre líneas –dijo Louis–. Una actriz madura empeñada en casar a sus hijas es casi un cliché.
No le gustaba confiar en cualquiera, pero en aquel momento lo estaba haciendo a propósito. Por su silencio, estaba seguro de que conocía a la familia en cuestión.
–Seguramente has oído hablar de ellos –continuó Louis–. Se trata de la familia Sharp.
–Esto es un pueblo –murmuró Lizzy, mientras Louis sonreía satisfecho–. ¿Le ha contado Nicholas, quiero decir, el señor Talbot todo eso?
–Como ya he dicho, se me da bien leer entre líneas.
–Y, por lo que estoy viendo, también juzgar a la gente. Ni siquiera conoce a esa familia y ya se ha hecho una opinión de ellos.
Más adelante, se empezaban a ver las primeras casas de las afueras. Por aquella zona, el terreno no era un lujo y había bastante distancia entre unas y otras. Todo el mundo se conocía y el pueblo era bastante animado, teniendo en cuenta su tamaño. Al fondo, se veían las tranquilas y oscuras aguas de uno de los lagos más pequeños y a la izquierda, sobre una colina, se ubicaba Crossfeld House.
Para Lizzy siempre había sido un edificio en ruinas, a pesar de los intentos que se habían hecho a lo largo de los años por devolverle la vida. Los propietarios actuales no eran del pueblo. Eran ricos empresarios de Glasgow, golfistas que, según los rumores, lo habían comprado precipitadamente y enseguida habían perdido el interés porque no tenían el tiempo necesario para acondicionarlo. Así que el edificio había seguido deteriorándose hasta que había sido adquirido por un nuevo comprador tres meses atrás.
–Tiene que girar en la próxima a la izquierda –dijo indicándole el camino a Crossfeld House–. Y tiene que ir muy despacio. El camino no está en buen estado.
–¿Vives muy lejos de aquí?
–No se preocupe por mí. Sé volver a casa.
Por primera vez desde que se montara en la moto, Louis reparó en el entorno. Se respiraba tranquilidad y el silencio de la soledad. Para él, no había nada peor que una estancia prolongada en un sitio en el que encontrar cobertura para el teléfono móvil era una aventura. Pero estaba seguro de que habría mucha gente que esa tranquilidad sería la manera de relajarse del ajetreo de la ciudad.
El golf nunca había sido un deporte que Louis encontrara apasionante. Prefería otros que hicieran trabajar el corazón. Pero había muchos golfistas y estaba seguro de que Crossfeld House podría convertirse en una mina de oro. ¿Habría pensado lo mismo aquella actriz madura de Nicholas?
Había un par de cosas más que Louis esperaba averiguar de su pasajero.
–¿Qué piensa la gente del pueblo de la compra de Crossfeld House? –dijo, cambiando de conversación.
Lo cierto era que sentía curiosidad.
–Que estaría bien que la casa fuera reformada –contestó Lizzy fríamente–. Lleva tiempo en un estado deplorable. Claro que no se puede asegurar que vaya a ser como antes.
–¿Qué quiere decir eso?
–Quiere decir que porque alguien tenga dinero, no es garantía de que vaya a convertirlo en un éxito.
–¿Te refieres a alguien como Nicholas?
–No sé a dónde quiere ir a parar.
–Nicholas no es el comprador –dijo Louis–. Aunque es cierto que tiene dinero, motivo por el que sin duda están intentando pescarlo. El hecho es que Nicholas es el agrimensor encargado de echarle un vistazo al sitio para asegurarse de que no se viene abajo antes de firmar el segundo cheque.
–¿Quién es usted?
–Me sorprende que no me lo hayas preguntado antes.
No se lo había preguntado antes porque estaba muy ocupada sintiendo aversión por él.
–Me llamo Louis Jumeau y soy el que financia esta pequeña aventura.
Agarrada a su cuerpo musculoso, cerró las manos en puños y los latidos de su corazón se aceleraron.
–Nicholas es un buen amigo mío –continuó Louis–. Crecimos juntos y todos los que nos conocen dicen que lo protejo demasiado. Sé más acerca de cazafortunas que él.
Se acercaban a la casa solariega. Destacaba en el paisaje, aunque la luz del día dejaba en evidencia su lamentable estado. A su alrededor se extendía el campo de golf, sobre el que Louis tenía sus dudas de que la luz del día revelara todo su esplendor.
Tenía mucha experiencia en construcción, a pesar de que era un negocio por el que recientemente se había empezado a interesar. Además de la fortuna que había heredado, también había tenido éxito en el mundo de las finanzas. A la edad de treinta años había alcanzado el punto de poder elegir dónde quería invertir su dinero y nunca había cometido un error al hacerlo.
–Un edificio impresionante –murmuró, frenando hasta parar.
–Sí lo es.
Según sus cálculos, iba a ver a Louis Jumeau más a menudo de lo que le gustaría. Con la intención de alentar el romance entre Rose y Nicholas, su madre, la temible señora Sharp, había organizado un baile en el Ayuntamiento para todos los peces gordos de la zona. Además, Nicholas había llevado a sus hermanas, un pequeño inconveniente que Louis descubriría pronto.
Lizzy sintió vergüenza de lo que prometía convertirse en una noche de pesadilla. Su madre no era una cazafortunas, pero sí tenía interés en que Rose se casara con alguien económicamente estable. De hecho, era lo que siempre había deseado para todas sus hijas.
Había hecho el esfuerzo de volver a casa desde Londres y faltar una semana a clase para conocer a Nicholas, de quien había oído hablar mucho. Su llegada había coincidido con un ángel de metro ochenta cuya misión era proteger a su mejor amigo de las garras de una mujer inapropiada.
¡Y todavía no tenía ni idea de quién era ella! No era una circunstancia que fuese a durar mucho tiempo. En cuanto contase que un desconocido motorista lo había rescatado de los peligros de los campos helados escoceses, se descubriría su identidad.
Lizzy deseó quejarse en voz alta.
–¿Cuánto tardarás en volver a tu casa?
Se giró para mirarla y Lizzy sintió de nuevo una sofocante sensación al reparar en las facciones de su cara desde la seguridad de su casco. Por una vez, su espíritu luchador y su actitud optimista la habían abandonado, impidiéndole pensar con claridad.
Suspiró resignada y empezó a desabrocharse el casco.
–¿Así que por fin vas a descubrirte? –preguntó Louis con ironía–. Haces bien. Antes o después habría descubierto quién eres, pero no te preocupes, no le diré a tus padres que estabas corriendo demasiado…
Con la mente entretenida en averiguar la manera de recoger sus pertenencias del coche de alquiler y en hacer conjeturas sobre el estado en el que se encontraría la casa, se quedó de piedra al ver aquella melena oscura caer al quitarse el casco.
Por primera vez en su vida, Louis Christophe Jumeau se quedó sin palabras. Estaba convencido de que se trataba de un muchacho. Sin embargo, frente a él tenía a una mujer que lo miraba desafiante, de rasgos finos y rotundos y con el cuerpo menudo de una bailarina.
–No eres un chico –se oyó decir.
–No.
–Eres una chica que monta en moto.
–Sí, me gustan las motos.
–¿Por qué no me lo has dicho antes? –preguntó en tono acusatorio.
–¿Por qué debería haberlo hecho? ¿Qué habría sido diferente? Además –dijo recordando con ira la arrogancia y el desprecio con el que había hablado de su familia–, tenía interés en saber lo que tenía que decir de su amigo.
Por un instante, Louis se preguntó si sería ella el objetivo del encaprichamiento de Nicholas, pero enseguida apartó aquella idea. Nicholas había hablado de una belleza rubia, de dulce carácter y afable. La mujer que tenía ante él no cumplía con aquella descripción.
–¿Conoces a esa mujer, verdad?
Lizzy decidió ignorar la pregunta.
–Es usted la persona más arrogante, prepotente e insoportable que he conocido en mi vida.
Su madre la mataría por decir aquello. Grace Sharp estaba ansiosa ante la llegada de aquel hombre. Había oído hablar mucho de él, de su fabulosa riqueza y de su estatus, y estaba deseando conocerlo. Además de Nicholas, él iba a ser el invitado principal de la fiesta y la razón por la que mucha gente iba a ir.
–No puedo creer lo que estoy escuchando.
–No conoce a la gente de aquí y ya está haciendo juicios sobre ellos. Es un esnob, señor Jumeau, y no soporto a los esnobs.
–¿Señor Jumeau? Deberíamos tutearnos, dadas las circunstancias. Y quizá deberíamos continuar esta conversación dentro. Hace mucho frío.
Otro mechón de pelo cayó sobre su cara y él miró fascinado cómo se lo apartaba.
No se tenía por una persona crítica, pero tenía que admitir que se había dejado llevar por una idea preconcebida. ¿Por qué no iba a poder montar en moto una mujer? ¿Por qué no iba a disfrutar de la misma sensación de libertad de la que él había disfrutado años atrás, cuando era un universitario? ¿Y por qué no iba a decir lo que pensaba?
–Creo que no –dijo Lizzy, sorprendida ante su repentino cambio de tono.
Se cruzó de brazos y se quedó mirándolo.
–Es justo –dijo él encogiéndose de hombros–. Me acabas de acusar de ser un esnob.
–Porque lo eres.
–No estoy seguro de que eso me agrade –dijo y clavó los ojos en su boca.
Bajo la chaqueta de cuero, los vaqueros y las botas, había sido incapaz de adivinar su figura y la había confundido con un chico. Se preguntó qué aspecto tendría bajo aquel atuendo masculino y rápidamente apartó aquella idea de la cabeza. No había ido allí a ganar un concurso de popularidad. Había ido para conocer Crossfeld House, calcular cuánto dinero haría falta para arreglar la casa y poner en su sitio a una aspirante a cazafortunas. Daba igual que la mujer que tenía ante él lo considerara un esnob.
Lizzy quería burlarse de él, hacer algún comentario acerca de cómo los hombres como él, criados entre riquezas y privilegios, no tenían la menor consideración hacia los que consideraban socialmente inferiores. Pero estaba abstraída por la belleza angular de su rostro y no podía pensar con claridad, algo que odiaba. De todas las mujeres de su familia, siempre se había enorgullecido de ser la más sensata, la que menos probabilidades tenía de encapricharse de un hombre.
–Ése no es mi problema –consiguió decir.
–No, supongo que no lo es –dijo Louis–. Pero mientras seguimos hablando de prejuicios, será mejor que pienses en los tuyos.
Lizzy se quedó boquiabierta.
–¿Yo, prejuicios? Soy la persona con menos prejuicios del mundo.
–Acabas de acusarme de ser un esnob y no me conoces.
Sus mejillas se encendieron y trató de decir algo.
–Tienes razón. Hace mucho frío aquí y tengo que irme a casa. Puedes buscar en el listín telefónico el teléfono del taller mecánico y pedirles que recojan el coche y que traigan tus cosas a la casa o a donde quieras. ¿Sabes cuánto tiempo vas a quedarte?
Sintió una pizca de esperanza al pensar que la desagradable experiencia de la avería del coche podría suponer una vuelta rápida y anticipada a la vida urbana, en cuyo caso no correría el riesgo de encontrársela de nuevo. Pero esa esperanza se desvaneció y esbozó una media sonrisa, al adivinar sus pensamientos.
–Ni idea –dijo él mirando la casa–. ¿Quién sabe cuánto tiempo se tardará en revisar cada habitación de este sitio?
–Pero seguramente tendrás que regresar a Londres. Y Nicholas, ¿no es él el encargado de comprobar esas cosas?
–Hay que ser muy cuidadoso –dijo entornando los ojos al mirarla–. ¿Por qué? ¿Temes volver a encontrarte conmigo? Es un sitio pequeño, como has señalado, así que tendrás que hacerte a la idea. Por cierto, haz que corra la noticia de que estoy en la ciudad y que voy a vigilar de cerca a esa señora Sharp y a su panda de codiciosas arpías.
Louis no sabía qué le había hecho decir eso. No creía en las amenazas. Prefería salirse con la suya siendo sutil.
–Siempre podrás decírselo tú mismo cuando las veas en el baile al que has sido invitado –replicó Lizzy–. Y respecto a esa panda de codiciosas arpías, ya has dejado bien clara tu postura a una de ellas.
–¿Cómo dices?
–Permíteme presentarme –dijo sin ofrecerle la mano–. Me llamo Elizabeth Sharp y Rose es mi hermana.
ES HORRIBLE, arrogante, autoritario…
Lizzy se puso una bota y se miró en el espejo.
Tumbada en la cama, completamente vestida y arreglada como si acabara de salir de una revista, Rose la miró y sonrió.
–No puede ser tan terrible. Nadie es tan terrible. Además, es amigo de Nicholas y sé que Nicholas nunca tendría un amigo así.
–¿Por qué le das a todo el mundo el beneficio de la duda? Algunas personas no deberían tenerlo y Louis Jumeau es una de ellas.
Se puso la otra bota e hizo una rápida comparación entre su hermana mayor y ella. Las comparaciones mentales se habían convertido en un pasatiempo para ella desde que con quince años oyera a su madre describirla a una amiga.
–Demasiado lista –se había lamentado Grace Sharp–. Si al menos se arreglara más como su hermana…
Rose parecía un ángel, con sus mejillas sonrojadas, sus enormes ojos azules y su melena rubia que enmarcaba un rostro en forma de corazón. Por su parte, Lizzy era morena, de facciones más angulosas y más parecida a su padre. Siempre se había hecho la sorda cuando su madre hacía comentarios sobre su aspecto. Se había aprovechado de ser considerada la más lista y se había ido a la universidad en cuanto había podido. Había estudiado Magisterio mientras que Rose se había quedado en Escocia y había conseguido empleo en una boutique de una ciudad a unos treinta kilómetros.
A pesar de ser muy diferentes, estaban muy unidas. Si Louis Jumeau había pretendido decirle lo leal que era a su amigo, entonces no tenía ni idea de lo leal que era ella a su hermana. Ésa era la razón por la que no le había contado a Rose los motivos de su animosidad, ni le había dicho que la consideraba una cazafortunas. Rose se habría sentido dolida al saber que alguien la consideraba la clase de chica que iba tras un hombre por su dinero.
–Te has puesto muy guapa esta noche, Liz.
Rose se levantó. Un metro setenta de espléndida belleza vestida con un vestido de manga larga verde esmeralda y un echarpe de piel a juego con sus zapatos de tacón negro. Lizzy reparó en que nunca había tenido ropa en color verde esmeralda. Solía vestir en colores negros y grises; era imposible vestir mal en esos colores. Los tonos brillantes los dejaba para sus hermanas, que los lucían mejor que ella.
Pero esa noche había pedido prestado un vestido azul ajustado a su hermana. Era escotado y resaltaba su largo cuello. Las botas la hacían parecer más alta del poco más de metro cincuenta que medía y se había maquillado, usando las pinturas de Maisie.
–¿De verdad? –preguntó, ruborizándose–. Quería ahorrarle un disgusto a mamá. Ya sabes cómo es.
–¿Estás segura de que no pretendes impresionar al arrogante y autoritario señor Jumeau? –bromeó Rose.
–¡No seas ridícula! –dijo, pero volvió a sentir aquella extraña sensación–. Nunca podría atraerme un hombre como él, Rose. Me gustan los hombres atentos y considerados.
Recordó a su último novio, una relación que había durado cinco meses y que se había convertido en amistad. Había sido atento y considerado, tal vez demasiado.
Se oyeron las voces y risas de Maisie y Leigh en la escalera, y a continuación su padre les pidió que no hicieran tanto ruido, que no quería quejas de los vecinos. Era la rutina familiar. Maisie y Leigh eran ruidosas e inquietas, como cachorros a los que hubiera que enseñar a comportarse. Por suerte, Vivian no estaba.
Le resultaba extraño volver a estar en familia después de haberse acostumbrado a tener su propio espacio. Seguramente, sus hermanas sentían lo mismo. Maisie y Leigh estaban de vacaciones de la universidad. Rose compartía piso con una amiga, Claudia, pero últimamente había estado pasando mucho tiempo con sus padres debido a que su casa estaba más cerca de Crossfeld.
Debería estar disfrutando del ajetreo y el bullicio de su familia, pero Louis Jumeau la había puesto nerviosa. Aunque no le caía bien ni le habían gustado sus amenazas, no había podido quitárselo de la cabeza.
–Deja de mirarme así –dijo.
Le lanzó un cojín a Rose y se sintió aliviada al oír a su madre amenazando con marcharse sin ellas a menos que se dieran prisa.
El viaje duró media hora. Seis personas en un vehículo que había visto quince inviernos y todavía iba bien.
De camino, Grace Sharp apenas pudo contener su emoción, mientras Lizzy miraba por la ventanilla y trataba de ignorar la voz de su madre. Sentía vergüenza de las especulaciones sobre Louis y no hizo caso de las peticiones de su madre para que le diera más información. Grace estaba encantada con la atención de Nicholas hacia Rose. Era nuevo en la zona, rico y, al parecer, su familia poseía una enorme propiedad en algún sitio de Berkshire. ¿Podía haber algo mejor?
Lizzy se entretuvo pensando en lo que pasaría si Rose decidía dejarlo y huir con uno de los empleados de Crossfeld. Seguramente, su madre tendría un infarto. Pero había pocas probabilidades de que Rose hiciera eso. Quizá había decidido contener sus sentimientos porque no quería hacer el ridículo arrojándose a los brazos de un hombre que podía no ir en serio. Pero Lizzy sabía que su hermana estaba muy enamorada.
Alzó la vista y descubrió que habían llegado. Al instante, su estómago se encogió y su mente se resignó a volver a ver a Louis Jumeau.
La calle estaba llena de coches y, mientras jugaba con la idea de evitar a Louis manteniéndose lo más lejos posible de él, entró en el vestíbulo y descubrió que estaba justo detrás de él.
Luego, al entrar más gente ansiosa de escapar del frío exterior, la empujaron contra él.
Intentó recuperar el equilibrio, pero acabó agarrándose a su chaqueta.
–Ah, así que volvemos a vernos. Esta vez te estás lanzando literalmente a mí.
A Louis no le apetecía aquel evento, pero después de cinco minutos, empezaba a animarse. Había mucha gente saludando a Nicholas y a sus dos hermanas, que habían sido invitadas para que conocieran a Rose Sharp.
–Si no te quitas del medio, seguirás entorpeciendo –dijo Lizzy y se hizo a un lado para evitar a la gente que entraba detrás de ella.
–¿Suele venir tanta gente a estos eventos? ¿O es que están deseando conocer a unos forasteros? –preguntó y clavó la mirada en su escote.
–Eres insoportable.
–Eso ya me lo has dicho. Corres el peligro de volverte repetitiva.
Lizzy prefirió no contestar. En vez de eso, salió del vestíbulo y se dirigió al salón en el que se habían colocado las mesas y las sillas.
Al pasar junto a la puerta, se giró y sonrió al ver a Louis mirando a Rose, luego a su familia, y de nuevo a Rose mientras los presentaban. No pudo evitar imaginarse las conclusiones a las que estaba llegando.
Las voces altisonantes de su alrededor no la ayudaban a calmar los nervios y ni siquiera la idea de saludar a conocidos hacía que desapareciera el nudo de su estómago.
–Parece un encanto. No sé por qué estabas tan preocupada –dijo Rose apareciendo por su espalda.
Lizzy tiró de ella hasta un rincón.
–Está disimulando.
–No seas tonta. ¿Para qué iba a hacer eso? ¿Has conocido a las hermanas de Nicholas?
Miró hacia la izquierda y Lizzy siguió los ojos de su hermana hasta donde estaban unas jóvenes rubias y altas, mirando con disgusto a su alrededor. Mientras todo el mundo se había puesto sus mejores galas, ellas iban vestidas en vaqueros y jerséis, y no hacían ningún intento por integrarse.
–¿Has hablado con ellas? –preguntó Lizzy y vio que los ojos de su hermana se llenaban de lágrimas.
–Me odian. Me he dado cuenta por la manera en que me hablan. Son muy educadas, pero tengo la impresión de que no piensan que soy lo suficientemente buena para su hermano.
–Nicholas tiene suerte de tenerte.
Lizzy se preguntó si Louis las habría contagiado con su escepticismo.
–Quizá. Pero tal vez en el fondo piense lo mismo. Por el rabillo del ojo, Lizzy vio que Louis estaba mirando a su alrededor. Durante unos segundos, sus miradas se encontraron entre la multitud.
–Hablando de Nicholas, ¿por qué no vas a buscarlo? –murmuró Lizzy–. Louis viene hacia nosotros y quiero hablar con él.
–¿De qué? ¿No le dirás nada, verdad?
–No tengas miedo, Rose. Ya sabes lo diplomática que soy.
Mientras lo veía acercarse, se dio cuenta de que le era imposible apartar los ojos de Louis. Al menos él sí se había molestado en vestirse bien. Llevaba un impecable traje oscuro que le sentaba a la perfección y una camisa blanca, con los dos primeros botones desabrochados. A pesar del frío que hacía fuera, dentro la temperatura era agradable y todo el mundo se había quitado los abrigos.
Era espectacularmente guapo, admitió a regañadientes, mientras observaba su porte de atleta. Al pasar, las cabezas se giraban para mirarlo. Por su manera de comportarse, debía de saber el efecto que causaba en los demás. Seguramente era una de las cosas que contribuían a su arrogancia, pensó mientras daba un sorbo al vino blanco de su copa.
–¿Lo estás pasando bien? –dijo a modo de saludo cuando llegó ante ella, tratando de contener los latidos de su corazón.
Louis tardó en contestar.
–Siempre es interesante observar.
–¿Observar? ¿Como un científico observa en un laboratorio?
–No te pareces a tus hermanas.
Lizzy entornó los ojos.
–¿Ah, no?
–Tus dos hermanas pequeñas son unas juerguistas y Rose…
–¿Qué pasa con Rose?
–Parece muy dulce, o al menos ésa es la imagen que proyecta.
Lizz se enfadó, pero antes de poder decir nada, él continuó hablando con su voz profunda y sus ojos calvados en ella.
–Tu madre parece encantada con la idea de que salga con Nicholas. De hecho, creo que oye campanas de boda. ¿Es cierto, verdad?
Lizzy intentó no hacer ningún gesto. Grace Sharp siempre había buscado la estabilidad económica. Había estado detrás de su marido, animándolo en su trabajo a ir un poco más lejos, a hacerlo un poco mejor y a aspirar a más, y Lizzy lo entendía. Su madre había crecido en hogares de acogida, confiando en su aspecto para salir adelante en ausencia de una educación adecuada. Había decidido lanzarse al mundo de la actuación, pero no lo había tenido fácil y había decidido dejarlo al conocer a su padre. Había vivido al borde de la pobreza así que no era de extrañar que ahora estuviera encantada con Nicholas. Al menos, una de sus hijas iba a alcanzar lo que siempre había querido.
–Todas las madres quieren lo mejor para sus hijos.
Deseó poder apartarse un poco para tener posibilidades de que alguien interrumpiera su conversación, pero la postura de Louis lo impedía y se preguntó si lo estaría haciendo a posta.
–¿De veras? No me dio la impresión de que estuviera preocupada porque no hubiera nadie en tu vida.
–¿Le has preguntado por mí? ¿Te entrometes en mi vida a mis espaldas? –preguntó cerrando los puños.
–No me ha hecho falta –dijo Louis–. Tu madre parece muy abierta. Me he enterado de todo sobre tus hermanas pequeñas y su vida social, sobre Vivian y sus causas benéficas, y sobre Rose, quien aparentemente roza la perfección. Tu madre está deseando que sienten la cabeza con el hombre adecuado. Y luego estás tú, lista, ambiciosa, y se ve que tu madre no tiene ninguna prisa de que encuentres al hombre perfecto. ¿Por qué crees que es así?
Después de observar y escuchar, Louis había sacado ciertas conclusiones. La primera era que no se había equivocado al pensar que los Sharp eran unos cazafortunas. Todo le daba la razón, desde la alegría por la pareja de su hija hasta la misma Rose, quien era la imagen perfecta de la inocencia, pero que carecía de la clase de pasión que esperaba ver en una mujer enamorada.
Se había acercado a Lizzy porque quería ponerla contra las cuerdas. Inexplicablemente, se había distraído y estaba disfrutando del momento de distracción.
–No creo que mi vida privada sea asunto tuyo –murmuró Lizzy.
–¿Cómo es que no tienes novio? –preguntó y se terminó la copa de vino de un trago.
Antes de que decidiera marcharse, puso una mano en la pared para evitar que se fuera.
–Repito, no es asunto tuyo.
–Te daré un consejo: a los hombres no les gustan las mujeres que enseñan sus garras como haces tú.
–Enseño mis garras porque te detesto.
Louis rió. Nadie le había dicho antes que lo detestara.
–¡Yo no te pregunto por tu vida privada! –añadió Lizzy.
–Pregunta. ¿Qué quieres saber?
–Lo cierto es que no me interesa. De todas formas, no necesito preguntar porque imagino la clase de vida que llevas.
–Cuéntamelo. Soy todo oídos –dijo Louis.
–Muchas mujeres, modelos glamurosas y cabezas huecas que sonríen con dulzura y hacen cualquier cosa que les pidas. Tienes tanto dinero que puedes elegir, y los ricos siempre eligen mujeres despampanantes. Pero creo que cuando decidas sentar la cabeza, lo harás con alguien de tu círculo social. Por eso no te gusta la idea de que Nicholas esté con mi hermana.
–Estás llevando mi paciencia al límite.
–Y tú la mía.
Al mirarlo, algo peligroso y salvaje surgió en su interior. Rápidamente, apartó la mirada, pero sus latidos ya se habían acelerado.
Detrás de él, oyó los primeros compases de música de una banda de jazz.
–¿Quieres bailar? –preguntó Louis.
–¡Estás bromeando!
Louis rió de nuevo. Había intentado ser devastador en aquella misión, pero había descubierto que estaba disfrutando viéndola enfadarse. Había dado en el clavo cuando había dicho que las mujeres con las que salía eran bonitas cabezas huecas. Así, su vida laboral no se veía afectada, teniendo en cuenta las muchas horas que dedicaba a su trabajo. También había acertado al decir que elegiría a alguien de su misma condición social, así sabría que no estaría interesado en él por su enorme riqueza. Esa clase de mujer no se parecería a la que lo estaba mirando con una copa vacía entre las manos, que montaba en moto y cuya madre estaba desesperada porque sentara la cabeza. A pesar de su porte, tenía un aire indómito.
–¿No sabes bailar?
–Me gusta elegir bien a mis parejas de baile –dijo Lizzy.
Louis miró a su alrededor.
–¿Se te antoja alguien? Supongo que la familiaridad conduce al desprecio en un lugar tan pequeño como éste. ¿Es ésa la razón por la que te fuiste a Londres mientras tus hermanas se han quedado aquí?
–Rose es la única que vive aquí. Leigh y Maisie están en la universidad y Vivian en el extranjero.
–Haciendo buenas acciones. Como ya te he dicho, estoy al tanto de tu familia.
–¿Hay algo que mi madre no te haya contado? ¿Por qué no habéis hablado del tiempo como hace todo el mundo? –dijo e hizo una pausa antes de continuar–. Tengo que hablar con otras personas. La gente va a empezar a preguntarse por qué estamos aquí solos.
–Estamos a la vista de todo el mundo. No creo que nadie, ni los más imaginativos, puedan sacar una conclusión equivocada.
Enseguida reparó en las conclusiones equivocadas a las que se refería y la idea le resultó incómoda.
–Veo que Rose me está buscando. Además…
Enfiló hacia un lado y sintió alivio al ver que se apartaba dejándola pasar.
–Además ¿qué? –preguntó él, reparando en el color de sus mejillas y en los mechones castaños que le caían hacia la cara y que impacientemente se pasaba por detrás de las orejas.
–Además –dijo Lizzy–, la hermana de Nicholas se está impacientando. No ha dejado de mirar en esta dirección durante los últimos quince minutos. Creo que está esperando a que acabes esta conversación para que vayas y le prestes atención.
La rubia llevaba una hora sin moverse del sitio. Quizá estaba demasiado aburrida para hacerlo. Louis frunció el ceño y miró a su alrededor.
–Creo que está celosa de que hayas venido a hablar conmigo –continuó–. ¿Hay algo entre vosotros? Puedes decirme que no es asunto mío –añadió antes de que él dijera nada–. Llevas toda la noche metiendo la nariz en mi vida privada y es justo que haga lo mismo. Así que, ¿hay algo entre vosotros? ¿Por eso está aquí, para vigilarte?
Estaba traspasando los límites. Louis no permitía intromisiones en su vida privada.
–Si estás preguntando si tengo una relación con alguien, la respuesta es no, aunque no acabo de entender el interés que tienes en saberlo.
–No te he preguntado si estabas saliendo con alguien. Tan sólo quería señalar que…
–No tenía ni idea de que Jessica iba a estar aquí. Ni tampoco su hermana Eloise.
–Bueno, al parecer comparten tu misma opinión sobre nosotros. Ni siquiera se han molestado en ponerse algo adecuado para la ocasión –dijo ella.
Lizzy había conseguido apartarse un poco y se sentía más tranquila.
Louis no dijo nada. La presencia de Jessica en Crossfeld House era desafortunada. En los dos últimos años, había sido muy descarada insinuándosele. No le quedaba más remedio que admitir con disgusto que no le agradaba lo que le rodeaba. Louis no se consideraba un esnob. Era rico, prudente y cauteloso con las cazafortunas. Jessica y Eloise pertenecían a la clase de chicas ricas y mimadas que se creían con derecho a mirar por encima del hombro a todo aquél que considerasen inferior. No tenía tiempo para ellas e incluso Nicholas se desesperaba con sus desaires y maneras.
–Estoy de acuerdo –dijo Louis–. Es descortés, despectivo e inexcusable.
–¿Estás de acuerdo conmigo?
–¿Por qué te sorprende? Quizá te equivocas al juzgarme.
–Creo que no –dijo Lizzy de manera cortante y recordó algunas de las cosas que había dicho de su familia–. Y ahora, si me disculpas…
Estaban a punto de servir la comida y las voces habían subido de tono, al empezar a hacer efecto el alcohol. Iba a tener que ir a hacer guardia junto a su madre. Su padre estaría bebiendo con sus amigos y a saber qué información daría su madre después de un par de copas de vino.
Después del rato que habían pasado a solas, todas las células de su cuerpo estaban pendientes de Louis. A Lizzy le llamó la atención la cantidad de gente que había hecho el esfuerzo de ir a la fiesta. A muchos los conocía, pero a otros no.
A un lado, Lizzy vio a Rose bebiendo nerviosa de su copa de vino, tratando de acercarse a Eloise, la menos agraciada de las hermanas. Jessica había sido arrinconada por Louis y gesticulaba mucho al hablar con él. Parecía estar siendo reprimida, pensó Lizzy sorprendida. La expresión de Louis era tensa y era evidente que no tenía ningún reparo en poner a Jessica en su sitio.
Algo incómoda, se dio cuenta de que estaba pendiente de las hermanas de Nicholas, así que pasó las siguientes dos horas esforzándose por relacionarse y así evitar mirar hacia Louis, Jessica, Eloise e incluso a Nicholas y su hermana.
Pasaba de la medianoche cuando el sitio empezó a vaciarse. Adrian, su padre, empezaba a acusar los efectos de los excesos y no había ni rastro de su madre.
–¿Dónde está mamá? –le preguntó a su padre, apartándolo de sus amigos.
–Se fue hace media hora con Rose y Nicholas. Al parecer, ese amigo tuyo Louis se ha procurado un coche con conductor y ha llevado a las hermanas de Nicholas a Crossfeld House.
Su padre, de facciones angulosas y morenas como ella, carraspeó y la miró a los ojos.
–No es amigo mío.
–¿Qué te ha parecido la velada?
–No ha estado mal. ¿Por qué se ha ido mamá pronto?
–Quería ayudar a Rose a preparar la maleta para esta noche.
–¿Para qué?
–Va a pasar la noche en Crossfeld House. Además, tus hermanas insistieron en llevar a casa a unas amigas y no había sitio para todos. Bueno, Rose ofreció su habitación y ya sabes que Maisie y Leigh…
–No quiero saber nada de esto. ¿No os importa a mamá y a ti que Rose pase la noche con Nicholas en Crossfeld?
–Los tiempos han cambiado, Lizzy, y Rose es una mujer adulta…
–No fuiste tan liberal cuando Maisie trajo a aquel chico de la universidad el verano pasado –le recordó Lizzy–. Aunque he de reconocer que Tommy no era demasiado apropiado, con todos aquellos tatuajes, el pelo largo y su participación en protestas estudiantiles. Pero Nicholas… Mamá quiere que Rose vaya a Crossfeld House para que Nicholas no se vaya o sus hermanas influyan en él.
–No es por eso exactamente.
Rose pensó que era bueno que Rose estuviera enamorada de él. En caso contrario, ¿la habría empujado su madre a mantener una relación con él? ¿Habría accedido Rose por su carácter dócil?
De repente, le asaltó otro pensamiento. La dulce y tímida Rose no era expresiva. De haber sido Maisie o Leigh, todo el mundo se habría enterado de sus sentimientos. Pero Rose era diferente. ¿Pretendía su madre formalizar la relación antes de que Nicholas creyera que su timidez era indiferencia y se marchara?
Para cuando Maisie, Leigh y sus amigas aparecieron, le dolía la cabeza. Y entre ellos estaba Louis observando, especulando e imaginándose lo peor.
Fuera, la nieve había empezado a caer. En Escocia siempre había que estar pendiente del tiempo. Lo que empezaba con unos cuantos copos cayendo, podía convertirse en una ventisca. Esa posibilidad hizo que sus hermanas y sus amigas se preocuparan en recoger sus cosas e irse a casa. Harta y cansada, decidió que pensaría en todo por la mañana.
Pero al despertarse a la mañana siguiente, comprobó que el empeoramiento en el tiempo se había convertido en una realidad. La nieve caía rápido y el cielo estaba tan oscuro que cualquiera pensaría que la noche había llegado unas horas antes.
De niña era feliz los días en que nevaba puesto que no solía haber colegio. Pero en ese momento, su corazón se encogió. No podía pensar más que en Rose, encerrada en Crossfeld House, a merced de las hermanas de Nicholas y de Louis.
A eso de las tres de la tarde, a punto de volverse loca y con el ímpetu que la caracterizaba, anunció a sus padres que se iba a dar una vuelta con su moto.
–Sólo hasta Crossfeld House –añadió al ver sus expresiones de horror–. Mi moto tiene buenas ruedas y he montado en días como éste. Creo que Rose se siente desbordada.
Su voz tenía una nota de acusación y sus padres se agitaron en sus asientos e intercambiaron una mirada. Pero enseguida su madre se ofreció a prepararle algo para comer.
–Y no te olvides tu teléfono móvil –gritó Grace por enésima vez mientras su hija se cambiaba de ropa para montar en moto.
Hacía frío fuera y los meteorólogos habían pronosticado una bajada de las temperaturas. Lizzy encendió el motor de su moto y, como cada vez que la arrancaba, sintió un gusanillo. Salió del garaje y recorrió lentamente la distancia hasta la calle.
Tres años antes, había puesto ruedas especiales para poder conducir con nieve y en aquel momento se alegró de aquella decisión porque las condiciones climáticas eran malas.
El viaje hasta Crossfeld House en un día claro y soleado era un paseo por carreteras serpenteantes, pero la nieve lo hacía más lento y complicado. No fue hasta que la tormenta dificultó la visibilidad que Lizzy empezó a preocuparse. Ante ella, las pequeñas luces de Crossfeld House le indicaban que al menos no se había desorientado completamente bajo la manta de nieve. Aquellos pequeños puntos de luz le recordaron que sus maravillosas ruedas, no eran tan maravillosas como había pensado. Y no había forma de que pudiera llevar caminando la moto hasta Crossfeld: era demasiado grande y pesada.
Después de media hora conduciendo lentamente, el frío estaba empezando a calarle en los huesos. Una hora más y empezaría a poner su vida en peligro.
Sacó la comida que le había preparado su madre y dio un mordisco al sándwich de queso, antes de dar un sorbo al café que también le había metido, a pesar de sus protestas.
Después, suspiró resignada y sacó su teléfono móvil para llamar a su hermana.
LIZZY vio acercarse las luces del Range Rover que la buscaba. Aquél no era el viejo todo terreno que había quedado abandonado a un lado de la carretera. Era un monstruo negro y brillante y no había que pensar mucho para imaginarse quién estaba al volante.
–No intentes venir caminando hasta aquí –le había dicho Rose horrorizada al contestar la llamada–. ¡Desfallecerás!
–No soy una muñequita –había replicado Lizzy, aunque sabía que su hermana tenía razón.
No había forma de llegar caminando hasta Crossfeld con la nieve que caía, pero se encontraba lejos para volver a su casa.
–Estoy segura de que a Louis no le importará. Le han traído un coche nuevo. No tardará mucho. ¿Estarás bien mientras esperas?
–Podría volver a intentarlo –había respondido Lizzy.
En aquel momento, mientras hacía señales al coche para que la viera, deseó haber insistido más.
–¿Estás loca? –dijo Louis saliendo del coche en medio de la ventisca–. ¿A quién se le ocurre salir en mitad de un temporal? ¡Métete en el coche!
Lizzy apretó los labios. A diferencia de cuando le había prestado su ayuda, esta vez iba vestido en consonancia al tiempo que hacía.
–No puedo dejar aquí mi moto –dijo cruzándose de brazos.
–¿Por qué?
–Se estropeará.
–Deberías haber pensado en eso antes de salir disparada hacia Crossfeld House a rescatar a tu hermana. Por cierto que no lo necesita –dijo abriendo la puerta del pasajero–. Cuento hasta tres y si no entras, pasarás aquí la noche.
–No te atreverás.
–Si fuera tú, no lo pondría a prueba. Me han sacado de una reunión para venir a rescatar a una dama en apuros, así que no estoy de muy buen humor.
Lizzy se subió al coche. Debería darle las gracias por ir a recogerla, pero le era imposible mostrarse agradecida en aquel momento y se quedó mirando al frente en silencio.
–Siento haber interrumpido tu reunión –dijo al cabo de unos segundos.
–Eres una lunática.
–No es la primera vez que monto en moto mientras nieva.
Louis la miró. Estaba empapada, excepto por el pelo que se las había arreglado para protegérselo bajo el casco. Pero ni la chaqueta de cuero, ni las botas ni la bufanda la habían protegido contra las inclemencias del tiempo.
–Me sorprende que tus padres te hayan dejado salir de casa.
–Tengo veintitrés años. No pueden detenerme.
–¿Y eso te permite volverlos locos de preocupación?
–Vamos, por favor. No creo que te preocupen mis padres –dijo mirándolo de soslayo.
–Eres cabezota, obstinada y arrogante. Y hablas sin pararte a pensar antes. Con razón tu madre ha perdido la esperanza de que te cases.
Lizzy pensó que iba a explotar. Sentía que estaba empezando a hiperventilar de la rabia y respiró hondo.
–Tienes derecho a opinar –dijo controlando la voz–. Puede que sea algo cabezota y un poco obstinada, pero no soy arrogante.
–Fuiste arrogante al pensar que tu hermana no sobreviviría una noche en Crossfeld sin que acudieras en su rescate.
Lizzy contuvo la sensación de incomodidad que su comentario le había provocado. No era arrogante pensar que le haría a Rose un favor al ir a Crossfeld a darle apoyo moral. Para eso estaban las hermanas.
«Pero no te lo ha pedido. Si hubiera querido tu apoyo, ¿no te lo habría pedido?», pensó.
–Rose no es como yo –murmuró Lizzy–. No se le da bien cuidar de sí misma. Enseguida se enfada y nunca discute.
–Así que te subiste en tu moto para ir a Crossfeld y discutir en su nombre.
–¿Qué hay de malo en cuidar de la gente que te preocupa?
–Nada, pero a veces la gente que te preocupa es perfectamente capaz de cuidarse a sí misma porque han sabido salir adelante sin que te dieras cuenta.
–Si me estás diciendo que Rose no necesita que la cuide, entonces deberías darte cuenta de que Nicholas no necesita que lo cuides a él.
–Tienes razón, quizá no lo necesite.
Él la miró de soslayo y Lizzy sintió que se le aceleraba el corazón cuando sus miradas se encontraron en la oscuridad.
–¿Qué estás diciendo? –dijo subiendo la voz–. ¿Que aceptas a Rose y Nicholas como pareja?
–Lo que digo es que no te imagino como profesora –dijo Louis cambiando de conversación–. ¿Cómo soportas a los alumnos rebeldes sin explotar? No te imagino llevando un traje para trabajar.
–¿Un traje? Los profesores no llevan traje.
No pudo evitar sentirse dolida por su comentario. No podía imaginársela vestida con un traje porque no se la imaginaba femenina. La noche anterior se había sorprendido al verla con un vestido. ¿Acaso pensaba que todo su armario estaba lleno de vaqueros, camisas de franela y chaquetas de cuero, además de cascos y botas?
–Me gustan los niños –dijo bruscamente–. No son complicados ni críticos y sé controlar sus momentos de euforia. Estoy a cargo de niños de siete y ocho años. Son responsables y cuando se excitan, sé cómo tratarlos. Y para tu información, no soy un desastre con los hombres. De hecho, hay algunos que no soportan a las que dicen que sí a todo. Algunos prefieren mujeres que tengan sus propias ideas y opiniones. Y el motivo por el que decidí venir a Crossfeld fue porque Jessica y Eloise son altaneras y tenía miedo que le estuvieran poniendo las cosas difíciles a mi hermana. Supuse que le vendría bien alguien comprensivo.
–Nicholas es muy comprensivo.
–Es diferente –murmuró Lizzy–. Además, quería salir de casa. Maisie y Leigh han invitado a unas amigas y me estaban volviendo loca.
Se quedó mirando por la ventana y se estremeció. Se acababa de dar cuenta del frío que tenía y de lo estúpida que había sido al subirse en la moto y creer que podría llegar a Crossfeld en aquellas condiciones.
En cuanto llegara a Crossfeld llamaría a sus padres. Nunca le habían dado la impresión de que se preocuparan por ella. De sus hermanas pequeñas, sí, porque habían crecido metiéndose en líos. Y de Vivian también porque era una idealista que se las arreglaba para hacer siempre el bien en lugares peligrosos. Y también de Rose, quien era tan tranquila que los problemas parecían una constante amenaza en su vida. Pero de ella, apenas se preocupaban. Rodeada de cuatro guapas hermanas, Lizzy se había aferrado a su independencia desde una edad muy temprana.
Crossfeld House estaba ya a la vista con su imponente porte entre la nieve que caía.
–¿Hay mucho que hacer en la casa? –preguntó ella rompiendo el silencio.
–Lo suficiente para mantener a una cuadrilla ocupada durante al menos un año –contestó él, deteniéndose lo más cerca que pudo de la entrada principal para evitar la tediosa maniobra en el patio.
–¡Dios mío, eso va a costar una fortuna! –exclamó sin querer–. Y pensar que voy a tener que emplear mis ahorros en arreglar mi moto cuando la saquen de la nieve.
–Yo pagaré la reparación –dijo Louis, preguntándose si era eso lo que había pretendido con su comentario.
Pero al ver la expresión de horror de su rostro, adivinó que se había equivocado.
–No seas ridículo. Nunca aceptaría tu dinero –dijo Lizzy, abrió la puerta y la cerró de un portazo–. Y espero que no pensaras que estaba buscando limosnas.
–Acepta la oferta, Lizzy. Si viniste corriendo a buscar a Rose fue por lo que dije, así que tengo parte de culpa de que tu moto esté sepultada bajo la nieve. Además –dijo metiendo la llave en la cerradura de la enorme puerta de roble–, ni que fuera a arruinarme.
–Gracias, pero no.
–Como quieras. Si no puedes tragarte tu orgullo…
–Prefiero mantener mi orgullo. Si tengo que caerme, estaré encantada de hacerlo con mi orgullo, así me hará compañía en la caída.
Louis la miró y vio cómo se ruborizaba. Al empujar la puerta para abrirla, se acercó tanto que Lizzy percibió su colonia.
Automáticamente se apartó. La puerta se abrió y se quedó mirando el amplio vestíbulo que apenas recordaba.
Crossfeld House había pasado de generación en generación hasta que su mantenimiento se había vuelto muy costoso. Su esplendor había venido a menos con el transcurso de los años.
En opinión de Lizzy, la casa no estaba en mal estado. Había que quitar el papel de las paredes y el techo estaba deslucido, pero no había nada que hubiera alterado su grandiosidad.