Placer sin compromiso - Maureen Child - E-Book

Placer sin compromiso E-Book

Maureen Child

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Deseo 1655 Millonario busca mujer apropiada. ¿Casarse con la poco apetecible hija de uno de sus clientes principales? No, gracias. Pero el cliente se había empeñado, y la única forma que tenía el millonario Travis King de quitárselo de encima era casarse con otra persona. Al final, eligió como esposa temporal a Julie O'Hara, una chica sencilla que estaba desesperada y que no llamaría la atención. El acuerdo estipulaba que ella haría exactamente lo que él quisiera durante el año de duración de su matrimonio platónico… a menos que los deseos de Travis empezaran a cambiar.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 153

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2008 Maureen Child

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Placer sin compromiso, DESEO 1655 - mayo 2023

Título original: Marrying for King’s Millions

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411418300

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–De ninguna manera. Lo siento, Travis, pero no puedo casarme contigo.

Julie O’Hara se apoyó en la cara interior de la puerta, que estaba cerrada. Hablaba en voz alta, para que el hombre del otro lado la pudiera oír.

Y la oyó.

–Claro que puedes –afirmó con determinación férrea–. Así que déjate de histerismos y abre la puerta de una vez.

Julie echó la cabeza hacia atrás y miró el techo de vigas vistas. La luz del sol entraba por las ventanas del fondo y proyectaba sombras en las paredes que se parecían inquietantemente a los barrotes de una celda. Pero eso no significaba nada, era una simple coincidencia. O tal vez no.

Estaba totalmente convencida de que aquella relación era un error grave. Durante el mes anterior, sus dudas iniciales habían crecido hasta convertirse en las enormes flores negras de un mal presentimiento.

–Travis, piénsalo con calma.

–No es momento de pensar nada, Julie –insistió–. Los invitados y el sacerdote están esperando. Nos vamos a casar.

Julie sintió una punzada en el estómago, apretó los dientes y tomó aire para intentar tranquilizarse, pero no lo consiguió. Se había metido en un buen lío.

Travis llamó a la puerta con los nudillos y ella miró a su alrededor e intentó encontrar una vía de escape. Sin embargo, no había ninguna.

Estaba atrapada en la habitación de invitados de la mansión de Travis en los viñedos King; una sala tan elegante y magnífica como el resto de la casa, y tan alejada de su mundo que se sentía como una criada que hubiera entrado en el dormitorio de su señora para probarse su ropa.

Pero no podía responsabilizar a nadie de su situación. Era culpa suya. Se había comportado como una idiota.

–Abre la puerta, Julie.

–Ver a la novia antes de la boda da mala suerte.

–No creo que eso importe mucho en nuestro caso. Abre de una vez…

La expresión de Travis le pareció muy adecuada. «Nuestro caso». Porque efectivamente, aquélla no era una boda como cualquier otra.

Pensó en lo sucedido un mes antes y recordó el principio de todo.

–Necesito una esposa y tú necesitas un futuro –le había dicho él–. Es la solución perfecta.

Estaban en un apartado del restaurante Terri, en el centro de Birkfield, en California. Julie conocía el local tan bien que prácticamente se podía afirmar que había crecido en él; en una localidad tan pequeña, todo el mundo pasaba más tarde o más temprano por el restaurante. El primer chico con el que había salido la había llevado allí. Su primer desengaño amoroso se lo había curado con un helado de chocolate de allí. Y allí, por supuesto, le habían pedido matrimonio.

Al escuchar su propuesta, Julie había intentado ser sensata. A fin de cuentas, Travis siempre había sido más irracional e impulsivo que ella. O casi siempre, más bien, porque él no había cometido su error: casarse con alguien, creyendo que la amaba, y descubrir después que no la quería.

Pero eso era un motivo añadido para no actuar de forma impulsiva.

–Hay una solución más fácil, Travis. Búscate otro distribuidor para tus vinos.

Él sacudió la cabeza y un mechón de su cabello, de color castaño oscuro, le cayó sobre la frente. Julie deseó extender la mano y apartárselo. Pero se contuvo.

–No es posible. Thomas Henry es el mejor, y sabes de sobra que nunca me conformo con menos –dijo.

Era verdad. Travis había crecido en el seno de una de las familias más ricas y poderosas del Estado y se había acostumbrado a estar en la cresta de la ola, a ser el número uno. Además, las bodegas King eran la niña de sus ojos; tras heredarlas de su difunto padre, había dedicado mucho tiempo y esfuerzo a conseguir que los vinos King se conocieran en toda California. Pero ya no se contentaba con distribuirlos en la zona; quería extender el negocio al conjunto de Estados Unidos e incluso empezar a exportar. Y Thomas Henry era la clave de su estrategia.

–No tienes que casarte conmigo para llegar a él –alegó.

–No, eso cierto, también podría casarme con alguna de sus horrorosas hijas –dijo con cara de disgusto–. Te lo he dicho mil veces, Julie; ese tipo es un excéntrico. Es un multimillonario hecho a sí mismo y su único objetivo en esta vida es casar a sus hijas. Y como yo estoy soltero y soy rico…

Ella sonrió.

–No te puede obligar a que te cases. No estamos en la Edad Media.

Travis sonrió con ironía.

–Eso tendrías que decírselo a él; porque en lo tocante a sus hijas, se negará a distribuir mis vinos si las rechazo. Y no me puedo arriesgar. La bodega debe seguir adelante… lo único que necesito es una esposa temporal. Si ya estoy casado, no podrá azuzarme a sus niñas.

–Pero, ¿por qué yo?

Travis volvió a sonreír. Y su sonrisa era devastadora. Julie se había enamorado de ella y por supuesto de él cuando era una jovencita, pero ahora era inmune a sus encantos. Haber estado casada con un cretino le había enseñado unas cuantas cosas. Por mucho que le agradara aquella sonrisa, no iba a caer rendida a sus pies.

–Por dos razones –respondió–. En primer lugar, porque nos conocemos bien y sé que tú también lo necesitas. En segundo, porque confío en ti y sé que cumplirás nuestro acuerdo y que no intentarás sacarme más dinero.

Julie sabía que Travis desconfiaba de la mayoría de las mujeres porque la riqueza de los King atraía como un imán a las cazafortunas.

–Si me caso contigo, seré igual que las mujeres de las que huyes. Sería un matrimonio por dinero –explicó.

–Sí, pero en mis términos.

Travis sonrió una vez más. Por lo visto, todo aquello le parecía divertido. Pero ella no le encontraba la gracia. No quería ser como esas aprovechadas que le habían echado el ojo a su cuenta bancaria a lo largo de los años.

Gimió y probó su batido de chocolate. Cuando las cosas se ponían feas, siempre tenía el chocolate.

–Ni quiero ni necesito un marido, Travis.

–Puede que no, pero necesitas el dinero para abrir la panadería de tus sueños…

Julie lo odio por tener razón. Llevaba varios años trabajando a destajo y ahorrando hasta la última moneda para poder abrir su panadería, pero los bancos no le concedían los créditos necesarios y empezaba a sospechar que no lo conseguiría nunca.

Sin embargo, eso no significaba que tuviera que casarse con él. Al fin y al cabo, ya lo había rechazado cuando le ofreció un préstamo.

Conocía a Travis desde niña. Su madre había sido la cocinera de los King hasta que se enamoró del jardinero, se casó con él y colgó el delantal. Julie y él habían sido amigos hasta el instituto, cuando empezó a escuchar comentarios poco elogiosos sobre la pobretona que salía con el niño rico. Su amistad se enfrió poco a poco y ya no estaban precisamente unidos, pero el recuerdo del pasado había sido suficiente para rechazar su préstamo. No quería mezclar los negocios con el placer.

–Sólo será un año –dijo él, dando golpecitos en la mesa–. Yo conseguiré la distribución para mis vinos y tú tendrás el dinero para tu panadería. Es perfecto para los dos.

–No sé qué decir…

Lo de casarse por dinero sólo era una de las preocupaciones de Julie. Había otra cuestión que la incomodaba todavía más.

–Cuando nuestro trato concluya –continuó ella–, me habré divorciado dos veces.

–Ya, ¿pero cuánto duró tu primer matrimonio? ¿Dos semanas? Eso no cuenta… además, ¿a quién le importa eso?

–A mí.

–No veo por qué. Cometiste un error, comprendiste que aquello no funcionaba y te divorciaste… es perfectamente normal.

Julie sabía que era normal, pero no podía olvidar que Jean Claude la había abandonado y que había conseguido un divorcio rápido en un tribunal de México.

–Olvídalo de una vez y sigue con tu vida –le aconsejó Travis–. Además, ese tipo era francés, por Dios…

Ella rió.

–Me ofrecí a darle una lección y no quisiste… –continuó.

–Lo sé, Travis. Y te estoy muy agradecida por tu apoyo.

–Pues cásate conmigo.

–¿Y qué diría tu familia? ¿Qué diría mi madre? No podemos casarnos de repente y darles una sorpresa así…

Travis soltó una carcajada.

–Vamos, Julie, lo entenderán de sobra. Les diremos la verdad. Además, ¿es que ya no te acuerdas del matrimonio de Adam y Gina? Mi idea no es muy original… ellos ya la pusieron en práctica.

Adam, el hermano de Travis, se había casado con su vecina Gina por motivos no exactamente románticos. Pero al final se habían enamorado. Ella estaba embarazada y él era el hombre más feliz de la Tierra.

–Sí, pero…

–Los únicos que sabrán la verdad serán ellos –insistió, mirándola a los ojos–. Nuestro matrimonio tiene que parecer real, Julie. Es preciso que Thomas Henry lo crea. Tendremos que comportarnos como si fuéramos la pareja ideal… pero podemos hacerlo. Y sólo será un año.

Un año. Todo un año con Travis.

Julie supo que su resistencia se estaba debilitando y empezó a imaginar su panadería y su nombre en el letrero de la entrada.

Justo entonces, cayó en la cuenta de un detalle que no habían tratado.

–¿Y qué me dices de… ?

–¿De qué?

–Ya sabes… de…

–¿Sí?

–Del sexo.

–Ah, eso…

Travis frunció el ceño durante unos segundos y luego sacudió la cabeza.

–No te preocupes. Nuestro matrimonio será puramente formal. Estoy seguro de que podré resistirme a tus encantos. Te lo prometo.

–Gracias por el halago. Yo no me siento nada especial…

–Y sólo será un año –repitió otra vez–. No puede ser tan difícil.

Julie no se había planteado la posibilidad de volver a casarse. Jean Claude la había dejado más que escaldada con el matrimonio. Pero aquello era diferente. No se iba a casar por amor, no estaba encaprichada de nadie, era una simple y pura cuestión de negocios. Y si estaba dispuesta a ello, mejor que fuera con un amigo que no pedía casi nada a cambio y que la iba a ayudar a alcanzar sus sueños.

–Bueno, ¿qué te parece?

Ella suspiró.

–Está bien. Sí, me casaré contigo.

Los recuerdos de aquella conversación se esfumaron poco a poco y Julie volvió a estar en la habitación de invitados de la mansión, con su vestido de novia de color perla, buscando una forma de huir.

–Abre la maldita puerta para que podamos hablar… –insistió Travis.

Julie se miró un momento en el espejo y se apartó el velo de la cara; después, tomó aliento y quitó el cerrojo. Travis entró un segundo después y cerró la puerta a sus espaldas.

Estaba impresionante. Era el hombre que toda novia habría querido desear. Llevaba un traje negro muy elegante, con camisa blanca y lazo rojo, y el cabello perfectamente peinado.

La miró con sus ojos de color chocolate y dijo:

–Estás fabulosa…

–Gracias.

Julie había optado por un peinado alto del que caían unos cuantos mechones que le acariciaban el cuello. El velo era largo, hasta los hombros; y el vestido, sin mangas, se ajustaba a su cintura y tenía un escote bastante pronunciado.

Sabía que estaba muy guapa y le agradaba. Pero no se sentía una novia de verdad.

–No creo que pueda hacerlo, Travis.

Ella se llevó una mano al cuerpo. Los nervios se le habían agarrado al estómago.

Travis la tomó de los hombros.

–Claro que puedes hacerlo. El jardín está lleno de invitados, los músicos van a empezar a tocar y los periodistas empiezan a ponerse nerviosos… uno de los guardias de seguridad ha pillado a un fotógrafo cuando intentaba colarse en la casa.

–Oh, Dios mío…

Travis siempre había atraído la atención de los paparazzi. Lo seguían a todas partes y fotografiaban a todas las mujeres que aparecían con él. Pero hasta ese momento, no se le había ocurrido pensar que ella también se iba a convertir en un personaje público.

–Sólo estás nerviosa.

–Sí, y no sabes cuánto… –dijo, asintiendo.

Travis la miró a los ojos y afirmó:

–Lo harás bien.

–Lo dudo… Tengo un mal presentimiento con nuestra boda, Travis. Es demasiado… más de lo que imaginé al principio. Aunque sólo sea un acuerdo temporal, no quiero volver a casarme con nadie.

Él frunció el ceño.

–Si crees que puedes abandonar ahora, estás loca. La boda de un King es una gran noticia. Y si me dejas plantado, será un escándalo impresionante.

–Bueno, pues déjame plantada tú –dijo, desesperada–. No me importa, en serio. Les explicaré que has cambiado de opinión y que…

–¿Se puede saber qué te ocurre, Julie?

En lugar de contestar, Julie se puso muy erguida, cruzó la habitación, se acercó a la ventana y señaló el jardín. Doscientas personas estaban sentadas en sillas blancas, con un pasillo central para los novios. El sacerdote esperaba en un altar decorado con rosas de todos los colores y el cuarteto de violinistas interpretaba música clásica. Al fondo, en la distancia, se veía el pabellón donde iban a dar la fiesta.

–Eso es lo que me pasa –dijo por fin–. No puedo enfrentarme a toda esa gente y mentir. Yo no sé mentir… lo sabes de sobra. Me lío, me empiezo a reír y las cosas se ponen feas inevitablemente.

–Le estás dando demasiada importancia –dijo él, mientras avanzaba hacia ella–. Piensa que es una obra de teatro. Somos dos actores que van a interpretar un papel y que después van a disfrutar de una fiesta. Nada más.

–Una obra de teatro –repitió–. Genial. No he participado en una obra de teatro desde que tenía siete años, y creo recordar que entonces hice el papel de fresa.

Travis suspiró.

–Julie…

–No, no –repitió ella–. No puedo hacerlo. Lo siento mucho, de verdad…

–Claro, como si sentirlo fuera suficiente.

–Te advertí que las mentiras no se me dan bien.

–Y firmaste un contrato –le recordó.

Era cierto. Julie había puesto su firma en un contrato redactado por uno de los abogados de la familia King. Legalmente, estaba atrapada. Pero emocionalmente, no había renunciado a la posibilidad de huir.

–No es una buena idea.

–Eso ya lo dijiste en su momento.

–Pues te lo repito.

–Mira, Julie… sea buena o mala idea, acordamos hacerlo. Así que toma tu ramo de flores y salgamos de aquí. Nos están esperando.

–Voy a vomitar…

Travis arqueó una ceja.

–Creo que eres la primera mujer que desea vomitar ante la perspectiva de casarse conmigo –declaró con humor.

–Siempre hay una primera vez para todo.

Julie volvió a mirar por la ventana y sus ojos se clavaron como flechas en su padre y su madre. Ella parecía preocupada; agarraba su bolso nuevo como si la vida le fuera en ello. Y él estaba incómodo; no hacía más que llevarse la mano al cuello para aliviarse un poco la presión de la corbata.

Sabía que ninguno de los dos aprobaba lo que estaba haciendo. Pero estaban allí, con ella, apoyándola.

Su mirada pasó después a las dos primeras filas del otro lado, donde la familia King se había acomodado. Jackson, el más pequeño de los hermanos, estaba sentado junto a Gina. Adam permanecía de pie, esperando para ocupar su puesto como padrino. Y había primos y tíos por todas partes.

La estaban esperando.

–Piensa en el futuro, Julie, en tu futuro. Dentro de un año tendrás tu panadería, yo habré cerrado ese acuerdo de distribución y las cosas volverán a la normalidad –dijo él en un susurro.

Julie deseó creer las palabras de Travis, pero no conseguía olvidar su mal presentimiento. Sospechaba que la normalidad a la que se refería no sería exactamente como habían pensado.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Travis se alegró de que la ceremonia fuera rápida. Lo pasó bastante mal mientras permaneció allí, de pie, agarrando a Julie de la mano y sintiendo sus temblores de nerviosismo. Pero fue peor al final, cuando ella tuvo que pronunciar sus votos y la voz se le quebró entre risitas.

Indudablemente, no sabía mentir.

Se miró el anillo de oro que llevaba en la mano, se lo frotó un momento e intentó resistirse a la impresión de que no era un anillo sino un lazo que lo ahogaba. Nunca se había comprometido en serio con nadie; había salido con muchas mujeres, pero a todas les entraban las ansias de casarse para echar mano a su fortuna y él se marchaba en busca de aires nuevos.

Sin embargo, no se podía quejar; la idea del matrimonio había sido suya, no de Julie.

–¿Te arrepientes?