Posmodernidad y lectura - Bettina Caron - E-Book

Posmodernidad y lectura E-Book

Bettina Caron

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Posmodernidad y lectura ofrece un análisis sociocultural del mundo posmoderno consumista –que con distinto nivel de intensidad nos afecta a todos porque somos parte del sistema–, para que las personas que aún leen no dejen de hacerlo. La idea que orienta esta reflexión es la de descubrir por qué razones la lectura puede funcionar para la construcción de la subjetividad, como un antídoto humanizante contra la cultura mediática de la homogeneidad perversa e impersonal. La lectura literaria y poética puede ser una verdadera experiencia humana en un mundo donde incluso las experiencias y las emociones las programa el mercado. Se trata, entonces, de defender ese espacio íntimo y privado donde el lector encuentra un escenario para elegir, pensar y proyectar sus deseos personales, con la esperanza de reencontrarnos con el ser humano que aún somos y queremos ser.

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Bettina Caron

Posmodernidad y lectura

La lectura literaria en la construcción de la subjetividad

Caron, Bettina

Posmodernidad y lectura : la lectura literaria en la construcción de la subjetividad . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2014.

E-Book.

ISBN 978-987-599-345-7

1. Literatura. 2. Capacitación Docente.

CDD 371.1

© Libros del Zorzal, 2012

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra, escríbanos a:

<[email protected]>

Asimismo, puede consultar nuestra página web:

<www.delzorzal.com>

Índice

Introducción | 8

Primera parte

Posmodernidad: palabras preliminares | 13

Capítulo 1

David Lyon: la evolución de una idea | 17

Capítulo 2

Algunos conceptos de Vattimo y de Morin | 23

Capítulo 3

Zygmunt Bauman: el consumismo que consume al consumista | 27

Capítulo 4

García Canclini: consumidores del siglo xxi y ciudadanos del siglo xviii | 34

Segunda parte

La lectura literaria: palabras preliminares | 40

Capítulo 1

Jorge Larrosa: la lectura como experiencia | 46

Capítulo 2

Michèle Petit: la lectura literaria como construcción del sí mismo | 55

Capítulo 3

Didier Anzieu: el cuerpo de la obra | 61

Capítulo 4

Resumiendo: lenguaje, subjetividad y lectura literaria | 65

Tercera parte

Eso tan inasible como real... | 73

Cuarta parte

Textos de los alumnos | 106

Bibliografía | 145

A Carlos M. Caron, mi esposoA mis tres Anatonias: Gilberta, Albertina y Justina.

Mi agradecimiento:Al ILSE en su 120º AniversarioA mi alumnos del Seminario Posmodernidad y Lectura de los años 2008 y 2009 por lo mucho que aprendí de sus escritos

El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.

Italo Calvino, Las ciudades invisibles, párrafo final.

Introducción

Así como el discurso televisivo ha pasado a ser en el mundo una forma de intervenir en la ciudadanía en cuanto a la formación de su identidad política e ideológica, debemos evitar que ocurra lo mismo con aquello que hace a nuestra identidad humana, es decir, nuestra subjetividad y nuestra lengua, porque es a través de esta última que construimos lo que somos y pensamos, y la forma en que nos vinculamos con nosotros mismos y con los demás.

Y es aquí, en el ámbito del lenguaje, donde empieza nuestra tarea de promocionar la lectura, para generar el deseo de leer y la valoración de la literatura como espacio donde todavía se concentra y vive la palabra en libertad, en su sentido creador y primordial.

Generar lectores de literatura es sostener nuestra lengua en su estado humano, sensible, musical, creador de imágenes como materia viviente y cambiante, ligado de manera indisoluble a nuestro ser y a nuestro pasado, y también a lo que nos constituye a cada uno de nosotros como relato y nos permite ser hermosamente distintos unos de otros. Identidad que nada tiene que ver con la prolijamente homogénea que nos intentan modelar el marketing, el consumo, el mercado, los medios y su más diabólica herramienta: la televisión.

Es doloroso y a la vez paradojal constatar que gran parte de aquellos chicos y adolescentes alfabetizados, no solo en su manejo del lenguaje, sino también literariamente, que además tenían acceso a la alfabetización informática y nos hacían pensar –con tristeza– en la brecha insalvable que se abriría con el tiempo entre ellos y los que no tenían acceso a la educación más elemental, son los mismos que vemos hoy –también con tristeza– abandonar la lectura literaria a medida que terminan la escolaridad secundaria, deslumbrados por la tecnología, los medios y la subcultura que esto genera.

Es esto lo que me lleva a pensar que los chicos y jóvenes de hoy necesitan saber, pensar, leer y reflexionar sobre esa subcultura de lo tecnológico, y confrontarla con el valor de la lectura literaria, para tratar de evitar así que desaparezca de sus vidas la que fue una de las fuentes inagotables de su formación interna: la literatura.

Entiendo, por lo tanto, que es necesario promover la lectura, para que quienes aún leen no dejen de hacerlo y vayan ingresando en las filas de los jóvenes hombres tecnológicos y virtuales. Hombres tic que se van alejando de los que hasta ahora llamábamos “seres humanos” –no solo por ser de carne y hueso, sino también por tener alma, fantasía, pasiones, remordimientos, inquietudes socioculturales, actitudes solidarias–, personas que encontraban un sentido a su vida, o que por lo menos lo buscaban, y no lo esperaban del consumo, de la publicidad, ni de la TV.

Tampoco está de más que quienes nos dedicamos a generar el deseo de leer en otros nos replanteemos, con cierta frecuencia, el porqué de la necesidad de continuar haciéndolo, a fin de evitar que aquel “mandato vacío del deber de leer”, del que hablaba el profesor Noé Jitrik en relación con la imposición de la lectura obligatoria en las escuelas, nos alcance también a nosotros y se transforme en “el mandato vacío de promover la lectura”.

Cuando una labor que merece y necesita tener raíces en lo emocional, en la imaginación y especialmente en el entusiasmo –porque lo que intentamos hacer es transmitir un deseo– se realiza sin pasión, se va transformando también en una actividad mecánica y obligatoria, y por lo tanto, lo que se transmite, una vez más, es obligatoriedad y aburrimiento. Como en el “cuento de la buena pipa”, volvemos al “mandato vacío del deber de leer”.

Es desde el análisis sociocultural del mundo posmoderno, que con distinto nivel de intensidad nos afecta a todos y a todos los tipos de alumnados –tanto a los chicos no alfabetizados y carenciados, como a aquellos con acceso a la mejor educación–, donde encontraremos las razones y los motivos de esta propuesta.

La idea que orienta esta reflexión es la de considerar por qué razones la lectura literaria puede funcionar como un antídoto humanizante para la construcción de la subjetividad, y así actuar como una interferencia necesaria en la cultura mediática –cultura de la homogeneidad pasiva–, en tanto que la literatura es cultura de la diferencia, de lo propio, de lo único. Hablamos de la lectura que “inquieta” en el hermoso sentido que le da a este término Jorge Larrosa en su libro La experiencia de la lectura, al referirse a esa lectura sentida emocionalmente como una experiencia capaz de transformarnos, porque logra que algo nos pase con ella.

La lectura, así considerada, puede constituirse en una verdadera experiencia humana en un mundo privado de experiencias genuinas desde hace largo tiempo, y donde todo está programado por el mercado, incluso las experiencias y las emociones.

Reflexionar sobre el discurso consumista de los medios que va construyendo con astucia y rapidez un pensamiento único acorde a esa identidad de mercado que va armando, en tanto que la lectura literaria apunta a todo lo contrario –como generadora de subjetividad–, en donde el lector encuentra un escenario para elegir, pensar y proyectar sus deseos personales, brinda una mirada interesante y nueva para los jóvenes. Jóvenes que desconocen totalmente desde sus fundamentos teóricos ambos temas (porque no son trabajados en las escuelas): ni el de la cultura del consumismo, de la cultura light y las TIC, desde el punto de vista del ser humano; ni el de la lectura literaria en sus fundamentos teóricos. Es allí donde hay que detenerse, en esos temas y en la comparación entre esos dos mundos.

A fin de clarificar la propuesta, y para que luego, quienes estén interesados puedan buscar estrategias de trabajo en la promoción desde el enfoque que se propone, considero útil compartir con mis colegas las lecturas, así como las reflexiones y las ideas a que me indujeron tales lecturas. Como también es mi objetivo generar en quienes se involucren el deseo de acercarse a los libros citados y comentados para que hagan su propia lectura, ya que encontrarán una riqueza que es imposible transmitir, no se hacen referencias puntuales para cada cita, sino que la referencia es en sí la obra a la que pertenecen, citada en la bibliografía.

La estructura del libro reproduce la búsqueda que realicé en mi experiencia. Así, en la primera parte se proponen lecturas teóricas, concepciones, ideas y fragmentos de las obras que nos harán entrar en el aspecto histórico, filosófico y sociocultural vinculado a la Posmodernidad como encuadre y contexto para entender el mundo actual y el porqué de esta propuesta de lectura.

En la segunda parte se desarrolla el abordaje específico de la concepción de la lectura como experiencia y como constructora de la subjetividad, a través de una lectura reflexiva, principalmente, de obras de Jorge Larrosa (filósofo de la Educación), de Michèle Petit (antropóloga), y de Didier Anzieu (psicoanalista).

En la tercera parte se describen los encuentros con los jóvenes con quienes se abordó esta experiencia desarrollada como complemento de este proyecto de investigación, y que fue realizada durante dos años consecutivos con alumnos de quinto año del ILSE (Instituto Libre de Segunda Enseñanza), de la ciudad de Buenos Aires, colegio universitario dependiente de la UBA.

Y por último, en la cuarta parte se transcriben las voces y los textos de los jóvenes que surgieron de la experiencia de escritura de esta propuesta, y que estimo son lo más importante del libro, porque allí es donde encuentro las respuestas y las preguntas que me alientan en la convicción de llevar adelante la difusión de este proyecto.

Primera parte

Posmodernidad: palabras preliminares

Vivimos en el mundo que Jean-François Lyotard nombró como posmoderno, denominación que después quedaría ligada al pensamiento de Derrida, Foucault y Rorty, entre otros. Posteriormente, se han sumado otros calificativos para esta era, como modernidad tardía o post-posmodernidad; o posmodernidad líquida, como la llama Zygmunt Bauman; o época del homo videns, como ya decía Giovanni Sartori; o cultura del hombre light o del pensamiento débil, como analiza con profundidad Gianni Vattimo.

Estas y varias otras denominaciones coinciden en que este mundo se gestó a partir del Modernismo, ya como reacción, ya como su continuidad; y de la Ilustración, que con su fe en el progreso, en el dominio de la naturaleza y las verdades absolutas que nos prometían las ciencias del Positivismo, nos permitió vislumbrar un futuro brillante.

Pero por otra parte, varios pensadores coinciden en que –como ya lo anunciara Nietzsche– esas verdades absolutas se desvanecieron en este mundo que se “licuó”, al decir de Bauman, y transformó aquella esperanza de un mundo mejor en un mundo desencantado, desesperanzado, que no puede creer ya en el progreso y se encamina hacia un futuro incierto, como creo que todos –y no solo los filósofos– lo percibimos.

Basta con plantearnos la realidad del hambre, la pobreza, el analfabetismo, las guerras, los campos de refugiados, la violencia tecnológicamente sofisticada, la banalización de la muerte, el ejercicio del poder sin límites que tienen quienes manejan en forma virtual y simétrica la economía planetaria y la destrucción del planeta, para darnos cuenta de que algo está funcionando muy mal para la mayoría, y como siempre, “muy bien” para el beneficio espurio de una minoría que con esto aumenta sus ganancias y su poder.

Consumismo, globalización, comunicaciones digitales, pérdida de valores humanos en un mundo de verdades relativas y ya no absolutas, en un mundo donde valoramos y aceptamos la diversidad y la duda, pero en el que se da, de manera paradojal, el apogeo de un pensamiento único construido y manipulado por los medios masivos, y sobre todo, difundido por la televisión, que va acelerando esa homogeneización del pensar y con ella la pérdida de la capacidad crítica en el individuo, pérdida que el sistema consumista necesita para sostenerse. En fin, todo hace pensar que aquel apocalíptico homo videns de Giovanni Sartori hace rato que se ha instalado entre nosotros.

Época de soledad con los celulares en mano, que como tan bien describe Bauman en Amor líquido, “ayudan a estar conectados a los que están a distancia. Permiten, a los que se conectan, mantener esa distancia”. Época de ansiedad y aburrimiento que solo calma y genera simultáneamente el consumo, al tiempo que crea una insatisfacción permanente. Época de anulación del deseo personal, sustituido por el deseo que fabrican la propaganda y el marketing a través del mercado del ocio. Mercado que multiplica los servicios y las industrias para poder sostener la producción de deseos y necesidades en el consumidor, al ritmo vertiginoso que permiten las tecnologías de punta... Y resulta obvio que de este modo no hay tiempo para pensar ni disfrutar, sino solo para “elegir” qué consumir, y así calmar la ansiedad y seguir consumiendo hasta volver a sentir ansiedad y seguir consumiendo...

Época de vínculos “líquidos”, porque –como señala también Bauman– la sola idea de lo duradero y de la dependencia afectiva resulta “opresiva”, ya que todo debe ser descartable, fugaz, light y pensado desde una perspectiva absolutamente egocéntrica y egoísta, en el peor sentido de estos términos. Época, en fin, del homo consumens –el que padece síndrome consumista–, como lo denomina el mismo autor.

Consumismo que si bien y afortunadamente, ya sea por razones económicas o ideológicas, no es un problema grave para todos, sí lo es como sistema, como subraya el sociólogo David Lyon, porque todos estamos dentro de él.

Incertidumbre en el futuro, miedos nuevos, disolución de la identidad de la persona sustituida por la identidad de consumo de ciertos productos, servicios y estilos de vida. Época en que la natural, la hermosa crisis de identidad del adolescente, marcada por la búsqueda de ideales, es sustituida por la adhesión a alguna de las tantas tribus urbanas, sostenidas por los ideales del peinado, las marcas de ropa, los cosméticos, la música, la tecnología, los espacios donde consumir esos productos, es decir, ideales del mercado, no del individuo.

Y en la otra punta del circuito, la tribu de la delincuencia y el “paco”, que es la tribu urbana que les queda en las urbes a los marginados del sistema consumista para hacerse visibles en un mundo del cual están conscientemente proscriptos por quienes tienen el poder de marginarlos.

¿Y qué hacer, entonces? ¿Dejarse arrastrar, aceptar esto a ciegas, pensar que es lo que nos tocó vivir o creer que es lo mejor que nos pudo pasar, como algunos creen? ¿Pensar que un cambio es necesario? ¿O, por el contrario, darle la bienvenida definitiva al hombre líquido y a las injusticias abrumadoras y despiadadas del consumismo y la globalización neoliberal?

Particularmente, creo que hay que reflexionar con seriedad sobre esta realidad, nuestra realidad, y apelar al ser humano, al ser humano que somos todavía, y seguir insistiendo en esas cualidades humanas que ejercitan el amor, la creatividad, la imaginación, y el sentido ético y estético de la vida como una valiosa experiencia de aprendizaje, alegría y solidaridad. Pensar, conversar, leer, reflexionar sobre este tema con los jóvenes para que puedan interpretar esta nueva cultura de mercado que “consumen”, todavía con inocencia y sin darse cuenta de que son víctimas de una suerte de inmersión manipulada que tiende a deshumanizarlos, ya que ellos, al estar inmersos como protagonistas fundamentales del sistema consumista, solos, por sí mismos, no pueden verlo.

Por suerte, hay quienes dedican su tiempo a pensar esta época: filósofos, sociólogos, antropólogos, semiólogos, poetas, educadores que analizan desde hace ya algunos años el mundo actual. Ellos pueden ayudar a los adolescentes, a los jóvenes, a los padres y a nosotros, sus educadores formales, a correr el velo hipnótico de los medios.

Es necesario que veamos cómo estamos viviendo, hacia dónde vamos y qué podemos hacer, no para suprimir de nuestras vidas la tecnología, sino para darnos cuenta cuando nos supera, nos invade y nos roba el tiempo para el cuidado de nuestra identidad humana.

Capítulo 1

David Lyon: la evolución de una idea

David Lyon, sociólogo francés contemporáneo, en las primeras páginas de Postmodernidad, que es el libro al que aludiremos, cita palabras de Karl Marx acerca de cómo la revolución constante de la producción significaba, como dice Próspero en La tempestad de Shakespeare, que “lo que es sólido se desvanece en el aire”, palabras que como una suerte de intuición anunciaban, dice el autor, el futuro virtual que nos aguardaba. Y también cita a un replicante de Blade Runner: “Todos los momentos de la experiencia se perderán como lágrimas en la lluvia”. Dos citas entre las que median bastante más de cien años, y que anuncian y describen el fenómeno sociocultural que estamos viviendo hoy.

Lyon hace un análisis del recorrido histórico en Occidente –que se inicia conSan Agustín para llegar a Nietzsche– de una idea que va evolucionando hasta llegar a lo que hoy denominamos Posmodernidad. Brevemente comentaremos las tres etapas de esta evolución que describe el autor. La primera, llamada de la providencia, tiene como médula a la esperanza en el futuro en base a la fe, porque se cree que es Dios quien ha programado nuestro destino, y por lo tanto, es la fe en ese poder superior la que nos ayuda a creer en el sentido de la vida y del futuro. La segunda etapa es la del modernismo, la del progreso, considerado como una variante secular de la providencia, en la que se sustituye la fe por la razón, que pasa a ser la rectora de un futuro que se intuye maravilloso. Y por último, la tercera etapa, la del posmodernismo nihilista, signada por el consumismo y la globalización como consecuencia de la política neoliberal, cuya característica es el descreimiento, ya que perdida la fe, tampoco se cree en la razón cartesiana como sustituto de esa fe; es decir, el ser humano no encuentra otra posibilidad sino la de vivir en un mundo que se presenta incierto y desencantado.

Lyon, siguiendo el pensamiento de algunos filósofos que están estrechamente vinculados con la interpretación de la tercera etapa, cita a Nietzsche en relación con su postura nihilista, ya que anuncia la muerte de la verdad, y a la luz de los acontecimientos, considera que las grandes verdades solo son fábulas o mitos anquilosados, es decir –como se las denominaría después–, construcciones discursivas o interpretaciones. Cita también a Marx, anterior a Nietzsche, que supo ver que el valor de mercado iba sustituyendo los valores morales; y a Heidegger, que declarada la muerte de la verdad, pone en el centro de la reflexión filosófica al ser como entidad de origen.

Cabe aclarar, como señala Lyon, que en la opinión de Heidegger, el modernismo, al colocar al ser humano en el centro de todas las preocupaciones filosóficas (y no al ser, en su sentido ontológico y genérico), solo logró generar un humanismo desenfrenado y abrumador, tanto como lo es hoy para nosotros el mundo de la tecnología.

Observa Lyon, por otra parte, que esa postura totalmente egocéntrica de la Modernidad queda anulada, a su vez, cuando se pone de relieve en el terreno filosófico y lingüístico la indeterminación del lenguaje con el desmoronamiento de las grandes verdades que, construidas con el lenguaje, creíamos absolutas.

Derrida, con su teoría de la deconstrucción como no aceptación de la tradición y su concepto de texto, es quien inaugura, entonces, la desconfianza en el lenguaje y la aparición consecuente del collage y el fragmentarismo como características del estilo de vida y del arte posmoderno. Al desmoronarse aquellas que creíamos verdades absolutas, el curso lineal de las ideas, tanto en las teorías de la historia como de la filosofía o la sociología, se ha fracturado y nos quedan retazos, piezas sueltas que nos permiten armar una suerte de mosaico.

Esta desconfianza en el lenguaje contribuye, por lo tanto, a demostrar también que ya se borraron los límites entre el conocimiento y el mundo, así como entre los textos y su interpretación. Hemos pasado, entonces, como también lo refleja la novela moderna –más tardíamente que la pintura–, de la representación de los acontecimientos en tiempo lineal a un tiempo fragmentado, que quiebra la estructura clásica de los relatos, enriqueciendo las voces del narrador y los puntos de vista desde los personajes.

Como señala Baudrillard, citado por Lyon, “la última parte del siglo XX está asistiendo a una destrucción de significados sin precedente”, y en consecuencia, vivimos –según este autor– un mundo solo de simulacros, como pudo ser el de la guerra del Golfo, que para Baudrillard no fue sino una simulación fabricada entre las computadoras y los medios de comunicación. Es decir, tal vez, como acota Lyon, fue la primera guerra posmoderna.

Observa el autor que este recorrido que nos desplaza desde la fe a la razón, y en el que a su vez la razón entra en crisis, nos imposibilita para adaptarnos a los futuros cambios, y provoca lo que Habermas llama crisis de legitimación. Esa crisis caracteriza a esta etapa en que los valores permanentes se transforman en valores de cambio, y por consiguiente, el que elige y decide no es el individuo, sino el mercado.

Dice Lyon: “Comprar deja de ser una tarea doméstica y pasa a ser una actividad del ocio”, que multiplica a ritmo vertiginoso el mercado, los servicios y las industrias del ocio con los cuales se sostiene la producción de necesidades y deseos, que antes pertenecían al individuo... De esa manera, dice el mismo autor, “la personalidad se construye sobre una experiencia vicaria: en la TV”. El cuerpo, señala Lyon, es la sede de la cultura posmoderna –tema que desarrolla en profundidad Bauman–, y ha pasado a un primer plano sustituyendo al Yo.

Nada tan necesario para sostener esta “realidad ficcional”, entonces, como la seducción, que según Bourdieu, se constituye en el principal instrumento de control y de integración social. Estamos refiriéndonos al control y la integración social que ejerce el mercado con la seducción, que a través de los medios y su cómplice más íntima, la publicidad, trata de dirigir nuestras vidas... Agrego que está claro que hemos abandonado nuestro rol de productores, de hacedores, de creadores, para pasar al de producidos, es decir, made in televisión.

Cabe preguntarnos, a fin de no ser apocalípticos, si estos pensadores ven alguna salida de esta suerte de infierno, que tan bien anunciaba Italo Calvino. A ella se refiere Lyon hacia el final del libro. Aludiremos brevemente a esas consideraciones.

Heidegger ve la salida en la reconciliación del ser humano con su propio ser, es decir, en su conexión con la vida. Gianni Vattimo, seguidor de Heidegger, la encuentra en lo que denomina el pensamiento débil, como un pensamiento que sigue buscando verdades, pero ya no absolutas; un pensamiento no rígido y en el que siempre hay lugar para la duda. Propone así no sucumbir en la creencia de verdades absolutas, pero tampoco caer en el nihilismo al llegar hasta el extremo de no creer en nada. Eso, explica, sería también falso. Considera, además, que a futuro la solución puede estar en la transparencia que nos pueden dar los medios, ya que nuestros ojos ven el mundo a través de ellos.

Habermas considera que habría una esperanza en la expansión de la esfera pública y en establecer una nueva dialéctica con el modernismo, ya que estamos viviendo, dice este filósofo, otra etapa de ese mismo movimiento. Deseo agregar que esta es también la opinión de Mike Featherstone, importante sociólogo en el análisis del modernismo y los medios, quien niega que haya un corte con el modernismo y ve una continuidad que se manifiesta actualmente, por ejemplo, en una estetización de la vida cotidiana a través del ciberespacio y la cibercultura. Reitera este último autor que debemos darnos cuenta de que tanto las comunidades virtuales como sus productos no se desarrollan en otro mundo, sino en el mismo contexto geográfico de nuestra realidad.

Tanto Featherstone como David Bell se han dedicado al estudio de la cibercultura, y es interesante destacar que este último comenta que lo muy importante que aún falta es un enfoque que a partir del estudio de la cibercultura se ocupe del plano humano. Uno podría pensar que además de no ser un detalle menor, tal vez –y esto es lo peor– no es que se les haya pasado por alto a los estudiosos del tema, sino que no vislumbran que sea necesario o conveniente.

Volviendo a Lyon, el autor explica que Bauman advierte que la conducta de los consumidores se está convirtiendo en “el centro cognitivo y moral de la vida, y en el vínculo integrador de la sociedad y en el centro de gestión del sistema”, y piensa, por lo tanto, que debemos asumir una actitud crítica basada en una conducta ética inherente a la condición humana. Este pensamiento surge en Bauman a partir de su identificación con los que sufren y los oprimidos, es decir, con quienes están fuera del sistema y no provocan ya el más mínimo interés de ser vistos como un problema que exige solución, sino como residuos necesarios para que el sistema siga funcionando bien para los demás, los que están –estamos– dentro de él.

En el último capítulo de Vida líquida, Bauman sugiere volver al pensamiento de Adorno que une los dos períodos, Modernidad y Posmodernidad, ya que el primero creó una hermosa utopía, la del progreso, que tomaba como destinataria a la sociedad, hasta que con la aparición del neoliberalismo, lo social se convirtió en la primera víctima. Por lo tanto, señala el autor que es necesario volver a encaminar la política hacia lo social, y para lograrlo, es preciso crear una política planetaria que represente a un nuevo espacio público y global; o al decir de Habermas, “necesitamos una política recuperada frente a los mercados globalizados”. Coincide Bauman en que es ineludible volver al pensamiento crítico, en el sentido que le da Adorno, pero no para volver al pasado, sino para redimir las esperanzas del pasado a fin de orientar la búsqueda de un futuro de supervivencia.

Finalmente, como sugiere David Lyon, podemos tomar el concepto de posmodernidad como una invitación a la discusión sobre el futuro sociocultural del mundo, pero sin separar nunca lo social de lo cultural, porque el curso de los acontecimientos nos ha demostrado que ya no son separables. Este tema del vínculo entre lo social y lo cultural, que es medular como enfoque de análisis de la realidad actual, lo volveremos a ver en el último capítulo de la primera parte en relación con el pensamiento de Alain Touraine.

Capítulo 2

Algunos conceptos de Vattimo y de Morin