Preparada para él - Maureen Child - E-Book
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Preparada para él E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

Siempre fue la chica buena… Durante años, Rose Clancy había soñado con Lucas King, el mejor amigo de su hermano, pero para ella era territorio vedado. Así que Rose supo mantener las distancias hasta que la casualidad hizo que Lucas la contratara para impartirle clases de cocina privadas y nocturnas… y la pasión que existía entre ambos no tardó en prender. Lucas era un hombre adinerado, poderoso y autoritario que conducía su vida tal y como dirigía su empresa y Rose sabía que el interés que mostraba por ella no podía ser tal, pero la hacía sentirse deseada. Por eso, fueran cuales fueran los secretos que acabaran por desvelarse, Rose estaba más que preparada para Lucas King.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Maureen Child. Todos los derechos reservados.

PREPARADA PARA ÉL, N.º 1851 - mayo 2012

Título original: Ready for King’s Seduction

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0104-2

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

–Hay cosas que no se ven todos los días.

–¿A qué te refieres? –Lucas King salió al porche y le tendió una cerveza a su hermano menor. Se entretuvo un segundo contemplando la visión del océano Pacífico. El sol se estaba ocultando y teñía el agua azul oscura de reflejos rojizos y dorados. Luego se sentó en la silla más próxima y dio un trago.

Sean sonrió y señaló:

–A eso. Mira lo que acaba de aparcar en la puerta de tus vecinos.

Lucas dirigió la vista hacia Ocean Boulevard y abrió los ojos sorprendido. Había un monovolumen azul oscuro aparcado en la casa de al lado. No tenía nada de extraordinario… excepto por la enorme sartén con tapadera que cubría el techo del vehículo.

–¿Qué demon…?

–Mira el cartel del lateral –dijo Sean entre risas.

–Clases de cocina a domicilio –recitó Lucas, negando con la cabeza–. ¿No le bastaba con el vistoso cartel amarillo? ¿Tenía que ponerle una sartén en lo alto?

–No es muy aerodinámica que digamos –dijo Sean sin parar de reír.

–Queda ridículo –dijo Lucas, y se preguntó qué tipo de persona conduciría semejante vehículo–. ¿Y quién demonios montaría un negocio como ese?

–Pues… –el tono de voz de Sean cambió conforme la persona que conducía el monovolumen abría la puerta y salía a la calle–. Sea quien sea, puede enseñarme lo que le dé la gana.

Lucas puso los ojos en blanco y volvió la vista al mar. No era de extrañar. Sean siempre estaba deseoso y dispuesto para recibir a la siguiente mujer que entrara en su vida. Pensó que si pasara cinco minutos con la mujer de la sartén en el coche, no tardaría en planear una escapada de fin de semana con ella. Por su parte, Lucas prefería llevar una vida más ordenada.

Sin atender del todo al comentario de Sean, Lucas ignoró a la mujer y al vehículo y se centró en la franja de agua que se perdía en el horizonte. Es lo que más le gustaba del lugar donde vivía. Todas las noches, después del trabajo, salía al porche a tomar una cerveza, a contemplar el mar y a dejar transcurrir el tiempo. Aunque recordó, al escuchar de fondo el molesto parloteo de Sean, que normalmente estaba solo.

Allí no tenía que hacerse cargo de King Construction. Allí nadie le buscaba para celebrar una reunión o pedirle que arreglara algún problema con las licencias. Allí no había que calmar a los clientes ni prisas por hacerlo todo.

Le gustaba su trabajo. Él y sus hermanos Rafe y Sean habían convertido a King Construction en la mayor empresa de su ramo en la costa oeste. Pero le encantaba llegar a casa y olvidarse de todo por un momento.

–Siempre me gustaron rubias –estaba diciendo Sean–. Y altas.

–Rubias, pelirrojas y morenas. El problema es que te gustan todas.

–¿Sí? Pues el tuyo es que eres demasiado quisquilloso. ¿Cuándo fue la última vez que quedaste con una mujer que no fuera cliente tuya?

–Eso es algo que no te incumbe.

–Vaya, ¿tanto tiempo? No me extraña que estés tan insoportable. Lo que necesitas es un poco de atención femenina y, si tienes ojos en la cara, con echarle un vistazo a esta rubia estarás más que dispuesto a recibirla.

Lucas suspiró y se rindió a lo inevitable. Dado que Sean no iba a dejar de hablar de aquella mujer, bien podía comprobar si lo que decía era cierto.

–No puede ser –murmuró.

–¿Cómo? –Sean lo miró.

–No puedo creerlo –dijo Lucas, hablando más para sí mismo que dirigiéndose a su hermano. Se levantó con los ojos fijos en la rubia alta y voluptuosa que rodeaba el vehículo. Llevaba el pelo recogido en una coleta y el viento le agitaba los cabellos. Tenía la piel pálida y, como Lucas bien sabía, moteada de pecas en la nariz y las mejillas. Desde allí no podía verle los ojos, pero recordaba que eran azules como el mar. La boca era grande y se curvaba en una sonrisa, y su risa era terriblemente contagiosa.

Llevaba dos años sin verla y la visión le provocó una descarga eléctrica. Observó cómo deslizaba la puerta lateral y se inclinaba para recoger algo.

Enseguida dirigió la vista a la curva de su trasero, marcada por unos vaqueros negros y ajustados. El zumbido que resonaba dentro de su cuerpo aumentó hasta convertirse en un chisporroteo, una palpitación.

–¿La conoces?

–Es Rose Clancy.

–¿La hermana pequeña de Dave Clancy? ¿Esa de la que siempre decía que era prácticamente una santa? ¿Buena? ¿Dulce? ¿Pura como la nieve?

–La misma –murmuró Lucas, fijando la vista en ella mientras recordaba las veces que había escuchado al que fue su amigo Dave alardear de su hermanita.

La familia Clancy poseía una constructora rival. Bueno, rival porque se dedicaban a lo mismo. Lucas consideraba que nunca había existido competencia entre ambas empresas. King Construction era la mejor constructora del estado y Clancy la seguía de cerca en el segundo puesto.

Él y Dave se conocieron en una reunión en la cámara de comercio y enseguida congeniaron. Habían sido amigos y mantenido una competencia amistosa hasta hacía dos años, cuando Lucas descubrió que Dave Clancy era un mentiroso y un ladrón.

–¿No se divorció Rose el año pasado de ese imbécil con el que estaba casada?

–Sí. No estuvieron juntos mucho tiempo.

Pero Lucas pensó que sí el suficiente como para haber descubierto que su marido la engañaba y que deberían haberlo castrado por el bien de la humanidad. Tenía gracia que su hermano, tan protector, no se hubiese preocupado de librarla de un mal matrimonio.

Rose recogió algunas cosas más, cerró la puerta de la furgoneta, pulsó el cierre automático y se dirigió a la casa. No miró a su alrededor, así que no se percató de que Lucas y Sean la miraban desde el porche.

–¿Qué estás tramando? –preguntó Sean. Lucas se giró hacia él.

–No tramo nada –mintió mientras su mente se llenaba de posibilidades.

–Vale. Véndele eso a alguien que no te conozca –negando con la cabeza, Sean dejó la botella medio vacía en la baranda de piedra y se dirigió a las escaleras. Pero entonces se detuvo y se giró hacia su hermano–. Sabes que fue Dave y no su hermana quien nos engañó. Lucas King se toma la traición como un insulto personal.

Dave Clancy había sido un amigo. Alguien en quien Lucas confiaba. Y no confiaba en mucha gente. Le había afectado mucho que su amigo le traicionara.

–Dave nos engañó a todos –le recordó Lucas a su hermano–. Pagó a uno de nuestros empleados para que le facilitara información interna y luego ofreció un presupuesto más bajo en cuatro de nuestros proyectos. Eso es lo que yo llamo algo personal.

–Nunca encontramos ninguna prueba que lo demostrase.

–¿No? Yo la encontré cuando Lane Thomas nos dejó para trabajar en el equipo de Dave y las ofertas a menor precio desaparecieron de la noche a la mañana. ¿Coincidencia?

–Bien –Sean se pasó la mano por la cabeza y se encogió de hombros–. Sólo te diré que desahogar tu rabia con Rose no te servirá para ajustar cuentas con Dave. Eso no puede acabar bien.

–No acabará bien para los Clancy –murmuró Lucas, pensativo–, eso seguro.

Rose se despidió de la mujer en la puerta y no dejó de sonreír hasta que ésta la cerró. Fue para ella un alivio salir al fresco de la noche y alejarse del olor a cebollas quemadas.

Kathy Robertson se había empeñado en convertirse en una buena cocinera, lo que la convertía en una clienta excelente, pero no iba resultarle fácil. Con todo y con eso, aquello significaba que la señora Robertson iba a ser un proyecto a largo plazo y solvencia para el floreciente negocio de Rose. Sonriendo, Rose volvió a apilar el material en la furgoneta, cerró la puerta y sufrió un sobresalto al escuchar detrás de ella una voz masculina.

–¡Cuánto tiempo!

Se giró y, llevándose una mano al pecho, alzó la vista hacia un hombre a quien no había visto en dos años. Al menos desde que su hermano cortó con él toda comunicación. En cuanto el corazón le bajó de la garganta, empezó a latir con fuerza.

–¿Lucas?

Él estaba apoyado en la furgoneta. ¿Cómo había aparecido allí sin que ella se percatase? Llevaba un jersey rojo encima de una camiseta blanca, unos vaqueros negros y unas botas de piel gastada. Tenía el pelo alborotado por el viento y mostraba una barba incipiente. La miraba fijamente con sus ojos azules.

–Me has dado un susto de muerte –admitió cuando logró recuperar la voz.

–Lo siento –dijo él, aunque no parecía arrepentido en absoluto–. No pretendía asustarte, pero quería hablar contigo antes de que te marcharas.

–¿De dónde has salido?

–Vivo justo al lado.

–No lo sabía –dijo ella, lo que era buena señal, porque no habría aceptado a los Robertson como clientes de haber sabido que Lucas King era su vecino.

Hacía unos años, había pasado mucho tiempo soñando con aquel hombre. Y eso había sido todo, claro está, porque su hermano Dave se había asegurado de mantener a Lucas a cierta distancia de ella. Aun así, no le había resultado fácil olvidarse de él. Su recuerdo solía regresar a ella en momentos inesperados.

Pero él había dejado las cosas claras hacía tres años. No mostró interés suficiente como para enfrentarse a las injerencias de su hermano y no había razón para pensar que esa situación había cambiado. Además, había padecido mucho en los últimos años. Ya no era la chica romántica y fácil de encandilar que había sido antaño.

«Claro», se burló su mente de forma ladina, «por eso se te acelera el corazón y te sudan las manos, porque eres fría y contenida».

Enfadada consigo misma por aquel torbellino interior, no escuchó lo que Lucas le decía y se vio obligada a preguntar:

–¿Cómo?

Él se apartó del coche, se metió las manos en los bolsillos traseros y repitió:

–Decía que me alegro de que estés enseñando a cocinar a Kathy. Cené en su casa y no fue muy agradable.

–Es… un reto –admitió Rose, con ironía–. Pero está dispuesta a mejorar y eso es bueno para todos.

Lucas asintió y miró la sartén que había sobre el vehículo.

–Un anuncio interesante.

Sabía lo que él estaba pensando, pero a ella le gustaba. La había hecho un artista amigo suyo.

–A mí me parece retadora.

–Es una forma de definirlo –dijo él.

Ella se enderezó instantáneamente. Había tenido que defender su negocio ante su hermano mayor y no estaba dispuesta a hacer lo mismo con un antiguo amigo suyo. Lo que le recordó que Dave y Lucas ya no se hablaban.

–¿Querías alguna cosa, Lucas? –le dijo, apartándose el pelo de la cara.

–Pues sí. Das clases de cocina a domicilio, ¿no?

–Sí…

–Entonces, quiero contratarte.

Ella no esperaba aquello y no estaba segura de cómo reaccionar. Lucas King era uno de los hombres más ricos de América. Podía contratar a una docena de cocineros, así que, ¿para qué cocinar para sí mismo?

–¿Por qué?

–Creo que es algo evidente. Quiero aprender a cocinar.

–Sí, eso lo entiendo. Lo que no entiendo es por qué quieres contratarme a mí.

–Porque no quiero tener que recibir clases fuera de casa. Es más cómodo que vengas a mi domicilio.

Ella intentaba pensar con rapidez para encontrar dónde estaba la trampa, pero no lo consiguió. Puede que estuviese siendo sincero.

Pero aun así, Rose se dijo que tenía que haber algo más. Que ella supiera, Lucas y su hermano llevaban dos años sin hablarse. Aunque había intentado conocer qué es lo que había estropeado su amistad, su hermano no le había contado nada.

Sólo le había dicho que Lucas King estaba fuera de sus vidas y que mejor sería que dejara las cosas como estaban.

Si Lucas pensaba lo mismo, y ella no tenía razones para pensar lo contrario, ¿por qué intentaba contratarla?

–¿Cuánto cobras? –preguntó Lucas, interrumpiendo sus pensamientos.

Ella le dijo la cantidad y él asintió.

–Te pagaré el doble.

–¿Cómo? ¿Y por qué?

–Por una dedicación completa –le dijo–. Quiero que vengas todas las noches. A enseñarme.

Sorprendida, Rose intentó calmar los nervios. Todas las noches. Sonaba más sexual de lo que debería.

–Tengo otros alumnos –le dijo, aunque la verdad es que su nuevo negocio apenas estaba arrancando.

Aparte de Kathy Robertson, hasta ese momento sólo contaba con otras tres alumnas y las clases eran una vez al mes.

–El triple –dijo él mirándola fijamente con una expresión indescifrable.

Con ese dinero su negocio podría echar a rodar. Y sin esfuerzo. Después de todo, era una Clancy, y si tenía problemas sólo tenía que decirle a Dave que necesitaba dinero. Pero no quería recurrir a su hermano y ya había invertido todo sus ahorros. Así que se trataba de salir a flote o hundirse. La oferta de Lucas podía facilitarle las cosas.

–Resulta difícil negarse a tu propuesta –admitió.

–Me alegra que digas eso –respondió Lucas.

Rose inspiró con fuerza y, sacudiendo la cabeza lentamente, se oyó decir:

–No sé, Lucas. Si Dave se enterase de esto…

–¿Todavía permites que tu hermano dirija tu vida?

–Las cosas cambian.

–¿De veras? –insistió Lucas–. Pues entonces acepta mi oferta.

–De acuerdo –dijo ella, extendiendo la mano derecha–. Acepto el trato.

–Genial. Empezamos mañana. ¿Te viene bien a la seis?

–Sí, a las seis está bien.

Lucas se giró y se encaminó a su casa mientras Rose le veía marchar. Echándose sobre el coche, ordenó a su corazón que latiese más despacio y a su estómago que dejara de dar vueltas, pero ninguna de esas órdenes le hicieron efecto alguno.

–Estoy metida en un buen lío.

Capítulo Dos

–Los hombres de verdad no comen champiñones –afirmó Lucas a la noche siguiente mientras los cortaba en finas rodajas–. Ni siquiera son verduras. ¿No son hongos?

Rose se echó a reír y Lucas se quedó callado un segundo, escuchando el sonido de su risa. Tal y como recordaba, era terriblemente contagiosa. Hacía desear a un hombre propinarle un largo beso que acabase en…

–Técnicamente lo son –respondió ella cuando recuperó el aliento.

–Genial. ¿Y por qué me los tengo que comer?

Lucas lo esperaba y no se vio decepcionado. Ella volvió a reír y algo cambió y se expandió dentro de él. Mientras veía a Rose moverse por la cocina, pensó que podría verla siempre allí. Escucharía el eco de su risa, contemplaría la forma en que andaba por la habitación con la gracilidad de una bailarina.

Ella inspeccionó los cazos y sartenes y suspiró al abrir la despensa vacía.

–Utilizamos champiñones porque es lo que más abunda. Se venden en todos los supermercados y dan sabor a los platos.

–Más hongos. Genial –negó con la cabeza y se recordó que no estaba allí para divertirse ni para divertirla a ella. Lo había preparado todo para devolverle a un amigo una traición que nunca había perdonado. Rose no era una cita.

Era un instrumento.

Se concentró en cortar los champiñones mientras Rose reunía los productos que había traído y los colocaba sobre la mesa de trabajo.

–He traído lo necesario para la clase de hoy –porque ha sido todo tan repentino que imaginé que no tendrías los ingredientes necesarios. Pero es un crimen que tengas vacía esta cocina tan impresionante. Te voy a dejar una lista de la compra.

–De acuerdo. Le diré a mi secretaria que traiga todo lo que creas que vaya a necesitar.

–Tu secretaria. ¿Y cómo sabrás qué tienes que comprar en el futuro? ¿Hará ella siempre ese trabajo en tu lugar? ¿Qué tal si vamos juntos mañana? Lo consideraremos parte de la clase. Te enseñaré a seleccionar los alimentos.

Lucas asintió y ella ensanchó la sonrisa. Juntos de compras. No era exactamente una cita, pero tampoco se trataba de eso. Aquello era una seducción planificada. Lo que él pretendía era conseguir que ella bajara la guardia y, cuando estuviese lo suficientemente relajada, acostarse con ella. Una vez hecho esto, Lucas le contaría a su hermano lo buena que había sido y obtendría el tipo de venganza que destrozaría a Dave Clancy para el resto de su vida.

En unos minutos estuvieron trabajando juntos amigablemente. Pero cuando ella encendió la radio y sonó una suave música de jazz, Lucas empezó a preocuparse.

Se estaba divirtiendo.

Y eso no formaba parte del plan.

–¿Y bien? –preguntó Rose una hora después–. ¿Qué te parece?

Estaba sentada frente a él en la mesa cubierta de cristal que había en un extremo de la cocina. Junto a ellos, una ventana en saliente dominaba el jardín trasero. Las luces exteriores estaban encendidas y derramaban sus reflejos dorados sobre la hierba y los arriates de flores.

Normalmente, Rose no se quedaba tras las clases a disfrutar de la comida que preparaba con sus alumnos, pero Lucas había insistido y ella pensó, suspirando, que en el fondo no le apetecía marcharse. Quizá no era buena idea que empezaran a encariñarse el uno con el otro, pero Rose siempre había sentido debilidad por Lucas King. Era algo que no podía explicar. Simplemente… era así.

–Tierra llamando a Rose –dijo él, chasqueando los dedos frente a su rostro.

–Perdona, ¿decías?

Lucas le sonrió de soslayo.

–Te fuiste. ¿Ha sido por la brillante conversación o porque la pechuga de pollo está un poco quemada?

–El pollo está demasiado hecho, pero no está mal para ser tu primer intento.

–¿Ha sido entonces la conversación lo que te ha aburrido?

–No –dijo ella–, más bien su ausencia. No has hablado mucho en la última hora, Lucas.

–La cocina exige concentración –respondió él, encogiéndose de hombros.

–¿Eso es todo?

–¿Qué podría ser si no?

–No lo sé –reflexionó ella, bebiendo un sorbo del chardonnay que él había abierto–. Quizá te has arrepentido de haberme contratado. Teniendo en cuenta cómo andan las cosas entre tú y Dave, no acabo de estar segura de por qué me has ofrecido este trabajo.

Las facciones de Lucas se tensaron ante la mención del hermano de Rose y, una vez más, ésta deseó saber lo que había ocurrido entre ambos.

–Dave no tiene nada que ver con esto –dijo Lucas en voz baja–. Tú enseñas a cocinar y yo necesito aprender, eso es todo.

–Si tú lo dices… –ella no le creía. Había algo más y acabaría por averiguarlo. Pero por el momento, estaba dispuesta a dejarlo pasar.

–¿Y qué te han parecido los champiñones gratinados?

–Que con la suficiente cantidad de queso y de nata, todo es comestible, hasta los hongos y el perejil.

–Un cumplido maravilloso –dijo ella, riendo–. Pero tienes que admitir que para ser la primera vez que cocinas, ha salido muy bien.

–¿Mejor que a Kathy Robertson?

–¿Por qué serán los hombres tan competitivos? Pues sí –admitió a regañadientes–. No me gusta hablar de mis alumnos, pero tu comida ha salido muchísimo mejor. Kathy quemó tanto las cebollas que tuve que tirar una de mis cacerolas favoritas.

–Espero que recuerde el nombre del último servicio de cátering que utilizó.

–Qué malo eres. Acabará por cogerle el tranquillo.

Lucas se quedó mirándola un rato y Rose empezó a agitarse en su asiento.

–¿Qué?

–Nada –dijo él, negando con la cabeza–. Pero es que eres una mujer muy positiva, de las que siempre ve el vaso medio lleno.

Rose se incomodó un poco. Durante casi toda su vida, había sido la eterna optimista. Siempre buscaba el bien a su alrededor y normalmente lo encontraba. Hasta que, por supuesto, su exmarido no sólo le arrancó las gafas de cristales color rosa, sino que además las pisoteó y las redujo a polvo.

Después de aquello, le había costado mucho volver a sentirse bien. Tuvo que obligarse a sonreír hasta que finalmente consiguió hacerlo de forma sincera. Y no pensaba volver al lado oscuro. No iba a pedir perdón porque le gustasen los arcoíris, los cachorritos y las risas de los niños.