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No se había apagado la pasión abrasadora Mohab Aal Ghaanem había tenido a Jala y la perdió. Años después, aprovechando que iba a ser coronado rey, se le presentó la oportunidad de acabar con la enemistad que había entre sus dos reinos y cumplir la promesa que le había hecho a la princesa de Judar de convertirla en su esposa. Seis años atrás, él la había salvado de un secuestro. Ahora aparecía de nuevo en su vida y pretendía forzarla a un falso matrimonio. ¿Se trataba de una segunda oportunidad con el hombre al que no había conseguido borrar de su mente o de que su corazón volviera a quedar hecho añicos?
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Seitenzahl: 172
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Olivia Gates
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Princesa atrapada, n.º 2016 - diciembre 2014
Título original: Seducing His Princess
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4893-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Publicidad
Seis años atrás
Mohab Aal Ghaanem sintió que el corazón se le encogía. Najeeb había vuelto y Jala había ido a verlo.
Aunque durante meses había hecho todo lo que estaba en su mano para evitarlo y así lograr su misión de mantenerlos separados, el retorno de Najeeb solo le dejó la opción de prohibir a Jala que lo viera.
¿Pero qué razón podía darle para impedir que viera a su primo y príncipe heredero? ¿Que estaba celoso?
Jala se había quedado atónita. Con suerte, habría creído que se debía a que no confiaba en ella, o como muestra de que no era tan progresista como le había hecho creer. Con ella, la libertad y la independencia eran temas delicados, pues odiaba a los «dinosaurios represivos» que predominaban en su cultura.
Pero podía haber sido aún peor, y que Jala se hubiera dado cuenta de que había otros motivos por los que le impedía ver a su mejor amigo, que era lo cierto.
Así que había tenido que rendirse y dejarla ir a aquel reencuentro… Del que todavía no había vuelto.
Tampoco había dicho que fuera a hacerlo, y parecía lógico que, teniendo una reunión a primera hora del día siguiente cerca de su casa, en Long Beach, pasara allí la noche. Mohab había estado tentado de ir allí a esperarla, pero, aunque tenía las llaves, sabía que Jala se las había dado más como un gesto de confianza que para que las usara. Por otra parte, se repitió Mohab, probablemente no había ningún motivo para estar preocupado.
B’Ellahi… ¿Por qué estaba tan nervioso? Jala había accedido a casarse con él. Era suya en cuerpo y alma. Él era su primer y sería su único amante. Tenía que dejar de preocuparse por el origen de su relación cuando ya había pasado tanto tiempo: no debía haberse obsesionado con alejarla de Najeeb después de haber conseguido su objetivo. Pero aunque Jala ya le resultaba entonces atractiva, no había calculado hasta qué punto se enamoraría de ella.
Se alejó de la ventana, desde la que, estando en el piso sesenta, apenas se divisaba la calle. Y aun así, Mohab estaba seguro de que habría podido distinguir a Jala.
Desde que la había visto, se había convertido en el centro de todo, incluso cuando debía haberse concentrado en otras cosas. Como durante la crisis de los rehenes, cuando le habían enviado a salvar a Najeeb y la había salvado a ella.
Najeeb. Siempre Najeeb.
Mohab había mantenido a su primo alejado de Nueva York y de Jala todo lo posible. De haberlo intentado por más tiempo, Najeeb habría sospechado. Y puesto que solo un puñado de personas tenía el poder de mantener al príncipe heredero de Saraya en movimiento, su padre, el rey Hassan, sus hermanos y él mismo, Mohab, Najeeb habría llegado a sus propias conclusiones.
Por eliminación, solo Mohab, como jefe del servicio secreto del reino, tenía la habilidad y los medios para invadir la privacidad de Najeeb, cambiar sus planes y reorganizar su agenda a su antojo. De ahí a que concluyera la razón de su comportamiento, solo había un paso.
Así que Mohab se había visto obligado a dejar que su primo volviera, y que Jala fuera a verlo. Aquella mañana, a las nueve. Hacía once horas.
¿Por qué tardaba tanto?
Tenía que dejar de darle vueltas. ¿Por qué no la llamaba antes de volverse loco por la sospecha?
Eso hizo; pero había saltado el buzón de voz. Una y otra vez.
Tras una hora más sin noticias de Jala, decidió ir a buscarla.
Para cuando llegó, tenía los nervios a flor de piel. ¿Y si estaba desmayada, o si había tenido un accidente y no podía contestar el teléfono? ¿Y si habían entrado a robar? Jala era tan hermosa. ¿Y si algún hombre la había seguido hasta su casa?
Entró y supo al instante que Jala estaba dentro. Podía percibir su presencia.
Corrió al piso de arriba. Al acercarse al dormitorio le pareció oír gemidos procedentes del cuarto de baño.
Mohab entró precipitadamente. Jala estaba en la ducha, mirando hacia la puerta. Y lo vio al mismo tiempo que él a ella.
Abrió lo boca y Mohab supuso que emitió un grito, pero no pudo oír nada por encima de la cacofonía que dominaba en su mente y del chorro de agua. Solo era consciente de que Jala estaba allí, y a salvo.
Y automáticamente, Mohab se quitó la ropa para poder comprobar las dos cosas.
En segundos, estaba dentro del cubículo de la ducha, abrazándola, hundiendo sus dedos en su cabello, estudiando su rostro, por el que corría el agua caliente. Aquel cuerpo, aquel olor, aquel rostro, habían dominado sus fantasías desde el instante que la había conocido y reclamado. Como ella lo había reclamado a él. Durante los últimos cinco meses, cada beso, cada caricia, habían incrementado su deseo. Su hambre era insaciable.
–Mohab…
Le selló la boca a Jala con un beso. Necesitaba poseerla, asegurarse de que era toda suya. Deslizó la mano entre sus muslos y buscó su centro; encontró con los dedos sus húmedos pliegues, y sentirla húmeda y caliente lo llevó al límite. Sabiendo que a Jala le encantaba la ferocidad de su deseo, la tomó por las nalgas y enredó sus piernas alrededor de sus caderas a la vez que la besaba apasionadamente y buscaba la entrada a su cueva.
El gemido profundo que arrancó de su garganta al penetrarla de un movimiento encontró eco en el suyo. Luego retrocedió, pero solo para profundizar aún más, buscando disolverse en ella y sabiendo que la haría enloquecer. Los gemidos de ambos se mezclaron. Mohab se sintió al borde del clímax, percibió los temblores de Jala y supo que debía darle la cadencia precisa para que lo alcanzara. Y Mohab se la dio, acelerando e incrementando la fuerza de sus embates, hasta que Jala se sacudió entre sus brazos entre gemidos de placer, al tiempo que él estallaba con una violencia que no había experimentado nunca antes, sintiendo su semilla caliente recorrerle el miembro y proyectarse en las profundidades de Jala.
Cuando finalmente remitió la intensidad de sensaciones, Mohab estaba tan saciado y exhausto que apenas podía tenerse en pie. Jala había colapsado en sus brazos, como hacía siempre. Él se deslizó hacia el suelo, acariciándola y besándola, susurrándole palabras de adoración.
Luego la sacó en brazos de la ducha y se secó tras secarla a ella. Cuando iba a tomarla en brazos para llevarla a la cama, Jala se separó de él, tambaleante, y tomó un albornoz.
Mohab se recriminó ser tan insensible. Había irrumpido allí, asustándola, le había hecho el amor frenéticamente, y solo era capaz de volver a hacerle el amor.
Se puso los calzoncillos al tiempo que Jala se volvía hacia él.
–¿A qué se debe todo esto?
Mohab oyó la severidad en su voz y la percibió en su mirada, algo que jamás había pasado antes. Súbitamente preocupado, dijo a su vez:
–¿No es evidente?
–Para mí, no. ¿Por qué has venido?
Perturbado por la frialdad que Jala destilaba, Mohab le contó lo que podía.
–Y entonces he visto que estabas a salvo y, como siempre, te he deseado violentamente –intentó arrancarle una sonrisa–. Encontrarte desnuda me lo ha facilitado.
–¿Así que has pensado que podías irrumpir aquí y hacer conmigo lo que quisieras?
La áspera acusación golpeó a Mohab. Nunca había visto a Jala enfadada con él. Y que aquel tuviera que ser el primer día…
–Has disfrutado de cada segundo –dijo, notando que la voz se le endurecía–. Has estallado con tal violencia que casi me explota la cabeza.
Jala se encogió de hombros, sin molestarse en contradecirlo. Pero su mirada se endureció.
–La cuestión es que no has tenido en cuenta lo que pudiera querer. Tus tácticas de dominación son cada vez más evidentes.
–¿A qué te refieres?
–A tus continuas manipulaciones, incluida la de impedirme ver a Najeeb. ¿Crees que no lo había notado? Pues te equivocas. Actúas muy sutilmente, pero tras cada caricia, he intuido tus maniobras.
Mohab se dijo que, o bien Jala era más astuta de lo que había creído, o que ella lo debilitaba tanto como para haber abierto una grieta en las habilidades de ocultación que empleaba en su vida profesional.
Pero no podía sincerarse ni decirle por qué se había puesto en contacto con ella originalmente, ni cómo había conseguido mantener a Najeeb alejado, o por qué. No podía arriesgarse a desvelar su misión. Ya tenían bastantes cosas en contra de la relación como para crear problemas internos. La prolongada disputa entre sus familias era casi un obstáculo insalvable. Debía negar toda responsabilidad. Se jugaban demasiado.
–¿Por qué iba a querer impedir que vieras a Najeeb?
Jala le dirigió una mirada airada antes de dar media vuelta y marcharse. Atónito, Mohab se quedó mirándole la espalda y sintió un nudo en el estómago.
Terminó de vestirse y la siguió al dormitorio, angustiado. Se acercó a Jala, que estaba en el otro extremo de la habitación. Con unos vaqueros y una camiseta, y con su magnífico cabello negro cayendo en cascada, estaba espectacular.
–Siento haberme dejado llevar –empezó–. No pensé que te importara. Estaba tan preocupado que…
–Podía haberte obligado a parar, así que déjalo estar.
–Si estás enfadada conmigo –dijo él, plantándose delante de ella y acariciándole la mejilla–, te pido perdón, ya habibati, si crees que no tengo en cuenta tus deseos. No lo pretendía y…
–Calla –dijo ella, exasperada–. Da lo mismo. De hecho, es una buena oportunidad para decirte lo que llevo posponiendo mucho tiempo.
–¿El qué?
–Que tenía mi capacidad de juicio alterada cuando acepté tu proposición de matrimonio.
Mohab sintió que el corazón se le paraba.
–¿A qué te refieres?
–A que estaba aturdida y embriaga tras hacer el amor por primea vez, además de sentirme agradecida porque me hubieras salvado la vida. Así que cuando me pediste en matrimonio dije que sí. Desde entonces he querido echarme atrás, pero no me lo has permitido.
Mohab sacudió la cabeza como si quisiera despertar de una pesadilla.
–¿Por eso te resistías a hacer pública nuestra relación? ¿No porque temieras la reacción de nuestras familias, sino porque dudabas?
–No se trata de dudar. Estoy segura de que no quiero casarme.
¿Era eso, un caso de fobia al compromiso? Mohab sabía cómo ayudarle a superarla. Suspiró aliviado.
–Comprendo tu inquietud. Has luchado por tu independencia y debes temer perderla si te casas. Pero yo jamás te arrebataré la libertad –al ver la mirada de incredulidad de Jala, Mohab insistió–. Si has sentido que imponía mi voluntad, o te he presionado para comprometerte, dímelo y esperaré hasta que estés lista.
–Nunca estaré lista para casarme contigo.
Mohab la miró atónito ante la ferocidad con la que había expresado su rechazo.
Apenas veinticuatro horas antes creía que todo era perfecto entre ellos. ¿Cuándo se había acumulado aquel amargo resentimiento? Solo había una conclusión posible. La peor de todas.
–¿Has recibido una oferta mejor?
Jala dio media vuelta. Mohab habría querido abalanzarse sobre ella, rugir que no podía hacerle eso. Pero permaneció paralizado con los puños apretados y el corazón latiéndole desbocado.
Se obligó a continuar hablando aunque sus labios parecían querer frenar sus palabras:
–Puesto que acabas de ver a Najeeb, asumo que finalmente te ha hecho la proposición.
Jala se inclinó para tomar su ordenador portátil, como si quisiera demostrar que ya lo había borrado de su vida.
El dolor se transformó en furia; todas las sospechas que había intentado desterrar se confirmaron. Mohab continuó:
–Najeeb se fue y al pensar que no volvería decidiste mantenerme como un posible plan B. Y ahora que te ha hecho la propuesta que tanto ansiabas, la que te convierte en futura reina, ya no me necesitas para nada.
Jala lo miró como si fuera un desconocido.
–Había confiado en que nos separáramos civilizadamente.
–¿Civilizadamente? –clamó él como una bestia herida–. ¿Pretendes que me eche a un lado y te deje casarte con tu primo?
–Confío en que sepas que no tienes ningún poder sobre mis decisiones.
Mohab creyó enloquecer de dolor y de rabia.
–No puedes prescindir de mí e irte con él. Najeeb retirará su oferta en cuanto le explique que te hecho… inadecuada como princesa. Que hicimos el amor frenéticamente durante cinco meses, que te poseí incluso después de que lo aceptaras a él.
Jala lo miró con un desprecio que fue como una puñalada en el corazón de Mohab.
–Confiaba en que te tomaras mi decisión como un caballero. Pero me alegro de ver hasta qué punto puedes ser cruel y deshonesto. Ahora sí que no me cabe la menor duda de que he tomado la decisión correcta.
Mohab sintió la sangre en ebullición cuando ella dio media vuelta para marcharse.
–¿De verdad crees que puedes acabar conmigo así?
Al oír su amenazadora pregunta, Jala se volvió al llegar a la puerta.
–Así es. Y espero que no empeores más las cosas.
Mohab se aproximó, arrastrando los pies como sentía que arrastraba el alma.
–B’Ellahi… me amabas… Lo has dicho… Lo he sentido.
–Sea lo que sea lo que he dicho o lo que has creído sentir, se acabó. No quiero volver a verte nunca más.
–Puede que sientas eso ahora mismo, Jala, pero eres mía. Y te juro que, más tarde o más temprano, te reclamaré y conseguiré que me supliques que te haga mía.
–Nunca he sido tuya. Si crees que tienes algún derecho sobre mí, te pagaré por haber salvado mi vida, pero no con mi propia vida.
Mohab le posó las manos en los hombros a Jala.
–Pienso destrozar a Najeeb antes de permitir que te tenga. Acabaré con cualquiera que se acerque a ti.
La mirada de Jala destiló desprecio.
–Ahora sé por qué te llaman El Aniquilador –apelativo que se había ganado por su destreza para acabar con conspiraciones y organizaciones terroristas–. Destrozas a todo aquel que se convierte en un obstáculo para tus objetivos. Por no mencionar a cualquiera que se acerca a ti.
Mohab sintió que se le encogía el corazón. Jamás hubiera creído que Jala pudiera usar aquel argumento contra él.
La aversión con la que Jala sacudió los hombros para librarse de sus manos le demostró que aquel era el final. Todo lo que habían compartido y lo que había pensado que representaban el uno para el otro, había sido producto de su imaginación.
Antes de desaparecer de su vida, Jala susurró:
–Búscate a otra persona que desee morir.
En la actualidad
–¿Es que deseas morir?
Mohab casi rio al ponerse en pie para saludar al rey de Judar. Era irónico que lo primero que dijera Kamal Aal Masood fuera tan parecido a las últimas palabras que le había dedicado su hermana menor.
De no haber nacido con doce años de diferencia, los dos hermanos se parecían tanto que podían haber sido gemelos. El parecido era inquietante.
Dada la histórica enemistad entre los dos reinos, Mohab solo había visto a Kamal de lejos; la última vez el día de su boda, cinco años y medio atrás. Pero Mohab no había entrado en Judar por ver al nuevo rey, sino a Jala. Lo que no anticipó fue que Jala no acudiera a la boda de su hermano.
Como no había calculado la impresión que le iba a producir verlo de cerca. La similitud entre los dos hermanos era tal que sintió una presión en el pecho. Tenían el mismo cabello negro azabache, ojos de color miel y la misma estructura ósea. Solo se distinguían por la constitución. Kamal casi doblaba en tamaño a Jala, pero tenía la misma gracia felina en sus movimientos. Mientras que Jala personificaba a una princesa de cuento; Kamal era el epítome de un guerrero del desierto.
A sus cuarenta años era uno de los hombres más influyentes del mundo. Una sucesión de dramas y escándalos familiares que habían puesto en peligro la región y que habían obligado a renunciar al trono a sus dos hermanos mayores, lo había colocado en esa posición.
En aquel instante, sus ojos refulgían con un brillo intimidatorio por el que era famoso.
–¿Qué te hace reír, Aal Ghaanem?
–Tus palabras de saludo sobre mi deseo de muerte me han recordado a las de otra persona –al ver el gesto enfadado de Kamal, Mohab añadió–: ¿Crees que encuentro divertido ser escoltado hasta ti como si fuera un prisionero de guerra?
En realidad, había esperado encontrarse en una situación aún más difícil, dado el grado de tensión que habían alcanzado las relaciones entre Saraya y Judar. De hecho, el día anterior, su rey prácticamente había declarado la guerra a Judar durante una rueda de prensa retransmitida desde una cumbre de las Naciones Unidas. Que Mohab, príncipe de Saraya, segundo en la línea de sucesión tras el rey y sus descendientes, se presentara sin previo aviso en Judar, era una maniobra arriesgada; especialmente tratándose de quien había sido jefe de los servicios secretos de Saraya. Había esperado que lo devolvieran en el primer vuelo a Judar; o incluso que lo arrestaran.
Improvisando, había alegado que el príncipe Kamal lo esperaba para tratar de un asunto delicado, lo que había obligado a los oficiales de aduanas a consultar con el palacio real. Mohab había asumido que Kamal ordenaría su expulsión, pero al cabo de unos minutos, una docena de agentes del servicio secreto lo escoltaba a palacio.
Que lo consideraran tan peligroso le resultó halagador.
–Así que la mención de la muerte te parece divertida. Te creía más prudente. ¿Acaso no sabes que Judar no es el hábitat de tu especie?
Su especie, Aal Ghaanems; enemigos mortales de los Aal Masoods.
–Te repito: ¿acaso deseas la muerte? –insistió Kamal–. ¿No sabes que ahora más que nunca, una figura preeminente de Saraya no es bien recibida en Judar y puede despertar nuestro deseo de venganza?
Mohab se llevó una mano al corazón.
–Me emociona que te importe tanto mi seguridad. Pero te aseguro que no he pretendido ofender a nadie.
–Excepto a mí. Has llegado sin avisar, has aterrorizado a mis súbitos, me has obligado a dejar lo que me ocupaba para averiguar qué haces aquí… ¿Te envía tu rey porque teme que decida finalmente destronarlo, tal y como debía haber hecho hace tiempo?
–¿Qué insinúas, que estoy aquí para asesinarte? –Mohab resopló–. Puede que me gusten las misiones imposibles, pero no tengo intención de suicidarme. Y el servicio de seguridad me ha cacheado meticulosamente.
Kamal lo miró con severidad.
–Por lo que sé, podrías acabar con mi guardia de seguridad con las manos atadas a la espalda.
–Me halagas, rey Kamal. Necesitaría al menos una mano libre.
Por la forma en que Kamal le miró, Mohab supo que lo creía capaz de eso y de mucho más, y que no le gustaba su tono de broma.
–Si alguien es capaz de entrar con las manos vacías en un palacio, hacerlo estallar y escapar sin un rasguño, eres tú.
–Si temes que te asesine, ¿por qué me has hecho llamar?
–Porque siento curiosidad.
–¿Tanta como para dejar que se acerque a ti un arma letal? Ser rey debe de ser muy aburrido.
–No tienes idea –dijo Kamal con un resoplido–. Ni sabes la suerte que tienes. Ser príncipe sin correr el riesgo de llegar al trono, ser un profesional al mando de las fuerzas secretas, tener el lujo de dejarlo para seguir una carrera independiente… Y enfatizo lo de «independiente».