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Esta edición del Proceso de José Rizal recoge los documentos relacionados con el enjuiciamiento y ejecución de este prócer filipino. En 1896, en Filipinas comenzó una revolución liderada por el Katipunan, un partido abiertamente independentista fundado por Andrés Bonifacio, y a José Rizal se le acusó de estar involucrado en él. Andrés Bonifacio y de Castro escapó de las autoridades españolas. A Rizal, lo detuvieron y le hicieron un juicio sin garantías para su defensa. Mientras esperaba el juicio, intentó detener la rebelión escribiendo del Katipunan con su «Manifiesto para ciertos filipinos». Lo fusilaron de espaldas, como traidor a la Patria, en la mañana del 30 de diciembre de 1896. Las últimas palabras de Rizal fueron: «Perdono a todo el mundo y muero sin tener el más pequeño remordimiento contra nadie» dice a uno de los jesuitas que le acompañan en sus últimos momentos. Luego se dirige a los soldados indígenas que forman el piquete de ejecución y les hace un ruego: «No me disparéis a la cabeza porque he estudiado mucho.» Tras su muerte se convirtió en un verdadero icono del independentismo y de la libertad filipina. La presente edición contiene los documentos procesales del enjuiciamiento de José Rizal y varios anexos con documentos. Entre otros, los: - Estatutos de la Liga filipina - y las Disposiciones generales de Rizal.
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Autores varios
Proceso de José Rizal
Barcelona 2023
Linkgua-ediciones.com
Título original: Proceso de José Rizal.
© 2023, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9897-392-1.
ISBN ebook: 978-84-9816-912-6.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 9
Proceso del doctor José Rizal Mercado y Alonso 11
Notas bibliográficas 13
Proceso del doctor José Rizal Mercado y Alonso 29
Apendice “A” 96
Estatutos de la Liga filipina 96
Disposiciones generales 100
Apéndice “B” 104
Autógrafo N.º 1 113
Autógrafo N.º 2 113
Autógrafo N.º 3 113
Autógrafo N.º 3 114
Apéndice “C” 115
Motivo de esta Exposición 115
Desamparo de las Corporaciones religiosas y su paciencia y prudencia en estas circunstancias 116
Por qué han guardado hasta aquí silencio 119
Son perseguidas por su significación religiosa 120
Y por su significación patriótica 121
Astucia de los cabecillas del filibusterismo 122
Sus verdaderos designios 124
Acusaciones a las Ordenes 124
Cómo éstas han cumplido con sus deberes 125
Su proceder respecto a obvenciones parroquiales, a la enseñanza y trato con personas ilustradas 127
Respecto a la santidad de su vida privada 128
Otros cargos igualmente injustos 129
Causa fundamental de la insurrección, y quiénes son culpables de ella 130
Causas parciales, la masonería 132
Consecuencias prácticas de eso 133
Triste situación del Archipiélago y presagios de su porvenir 133
Remedio de esa situación 135
Lo que necesitan y pretenden las Ordenes 136
Lo que rechazan como instituciones católicas 139
La necesidad de mantener intacta la autoridad del Prelado regular sobre sus curas y misioneros 141
Obligación de España a enviar a estas Islas ministros de la Religión católica y a garantirla sólidamente 143
Palabras de la instrucción a Legazpi: de la Ley de Partidas: de Felipe II 144
Deberes del Gobierno y de otros respecto a los intereses religiosos en las Islas 145
Concepto denigrante sobre la importancia de las Ordenes y manera con que suelen ser miradas 147
Respeto que merecen como religiosos y como españoles 148
Carácter y fines de esta Exposición 150
Síntesis de la misma 151
Libros a la carta 155
Esta edición del Proceso de José Rizal recoge los documentos relacionados con el enjuiciamiento y ejecución de este prócer filipino.
En 1896, en Filipinas comenzó una revolución liderada por el Katipunan, un partido abiertamente independentista fundado por Andrés Bonifacio, y a José Rizal se lo acusó de estar involucrado en él. Andrés Bonifacio y de Castro escapó de las autoridades españolas. Rizal, fue detenido y, tras un juicio sin garantías para su defensa, fusilado. Mientras esperaba el juicio, intentó detener la rebelión escribiendo del Katipunan con su «Manifiesto para ciertos filipinos».
José Rizal es fusilado de espaldas, como traidor a la Patria, en la mañana del 30 de diciembre de 1896. Tras su muerte se convirtió en un verdadero icono del independentismo y de la libertad filipina.
«Perdono a todo el mundo y muero sin tener el más pequeño remordimiento contra nadie» dice a uno de los jesuitas que le acompañan en sus últimos momentos. Luego se dirige a los soldados indígenas que forman el piquete de ejecución y les hace un ruego: «No me disparéis a la cabeza porque he estudiado mucho»..
Publicado por Primera Vez
Bajo los Auspicios de la Revista Mensual
Cultura Filipina
Manila.
El proceso, los apéndices y las ilustraciones son de suyo tan elocuentes que huelga ciertamente todo comentario. Algunas notas bibliográficas, sin embargo, informatorias de la procedencia de los mismos y que los autentiquen son necesarias para la información de los profesionales, de los filipinistas y de los filipinólogos.
«Para facilitar aún más la tramitación de los procesos, dispuse, escribe el General Blanco, por providencia autorizada, la división de esas grandes causas en piezas que, distribuidas a jueces distintos, pudiesen terminarse y fallarse con la rapidez conveniente a la pronta y saludable ejemplaridad de la pena.» La causa fundamental del Katipunan, según el Auditor, acusaba mil quinientas diez fojas, distribuidas en siete piezas, y los encartados excedían de cuatrocientos cincuenta. De aquí que se descartase lo referente al Dr. Rizal, formándose la pieza separada que hoy publicamos.
Según la nota de la página tres, el proceso de Rizal procedió del Archivo de Segovia y fue a parar en el del Ministerio de la Guerra de Madrid, España, donde Retana, por encargo nuestro, sacó copia. Esta copia es prácticamente íntegra, El testimonio de los cargos que le resultan al Dr. Rizal y las citas de las declaraciones prestadas por Pío Valenzuela y otros (folios 12 al 19) que se omiten, podrá verlos el lector en el resumen del Juez Instructor (folios 33 al 38). Ciertas diligencias sólo se indican, cuando son de mera fórmula. Avaloran esta copia notas y observaciones del Sr. Retana que importan a todo investigador.
Los Estatutos de la Liga Filipina [Apéndice A], son copia del original que obra en poder de D. Mariano Ponce. En el ángulo superior derecho de la primera página del original de Estatutos dibujó el Dr. Rizal un monograma a modo de insignia, pero que no llegó a adoptarse. El extracto impreso, bilingüe, de los Estatutos es todavía más importante, porque es lo que realmente usaron los afiliados a la Liga, especialmente el texto tagalo, antes de afiliarse. Aunque el pie de imprenta dice London, realmente, como todos los que llevan el mismo pie de imprenta, se estampó en Hong-Kong. Retana en su Vida de Rizal (página 236 al 241), trae únicamente el texto castellano, y lo mismo la versión inglesa hecha por James A. Robertson en The Philippine Islands 1493–1898 [LII, páginas 217 al 226], que vierte únicamente el texto castellano.
Las Diligencias [Apéndice B] instruidas contra Pablo Mercado proceden directamente del General Blanco quien las remitió a Retana, que sacó la copia que publicamos, y a las que se refiere en su carta siguiente, cuya parte subrayada, hace el facsímil N.o 1, Madrid, 14 Eno. 1906.
Sr. Dn. Wenceslao E. Retana
Muy Sr. mío y estimado amigo: la circunstancia de venir su grata de V. de 30 de Nov. e, dentro del tomito de «La venganza de Fajardo» q. tardé muchos días en hojear pr. hallarme enfermo, ha sido causa de que no me haya enterado de ella ni la haya por consiguiente contestado, rogando a V. me dispense esta involuntaria falta.
Mucho me satisface el que haya V. encontrado curiosos e interesantes los documentos q. le he enviado. Tengo más; pero entre el océano de papeles q. he ido guardando durante tantos años no me entiendo ya y no encuentro los q. busco, porque tampoco ayuda la cabeza que no me permite como en otro tiempo trabajar mentalmente mucho tiempo: ya V. lo ve.
De todos modos yo quisiera conservar mientras viva los que poseo y pueda poseer; pero V. podrá sacar copia de todos los q. quiera devolviéndome los originales tomándose para este trabajo de copia el tiempo que necesite y autorizándole también para citarlos públicamente como míos si le conviene.
Y termino esta ya larga misiva felicitando a V. pr. su propósito de imprimir un libro, que aunque ya a destiempo, puede servir de enseñanza y escarmiento a los que no saben o no quieren convencerse de que no es pr. el castigo y la violencia como se gobiernan los pueblos en el siglo XX: con el Canal de Suez llegaron a Filipinas auras de libertad y de progreso que en vano quisimos contener, en lugar de encauzarlas y dirigirlas: y la marmita reventó, naturalmente pr. una Ley física, imposible de contrarrestar.
Perdóneme estas filosofías y sabe puede mandar a su atento amigo affmo. s. s.
q. b. s. m.
Ramón Blanco
Hé aquí la carta autógrafa de Luis Taviel de Andrade, cuya parte subrayada hace el facsímil N.o 1.
9 Dbre. 1905.
Sr. Don W. E. Retana
Mi distinguido amigo. Mil gracias por su felicitación y crea que lo mismo le deseo en el venidero año que promete ser pródigo en disturbios a juzgar por el principio; allá veremos.
V. no me molesta jamás y puede hacerme cuantas preguntas quiera, que puede tener la seguridad que le serán contestadas con prontitud y completa sinceridad.
Mis respuestas a sus últimas son las siguientes:
Rizal jamás creyó fuese sentenciado a la última pena, y su asombro se comprobó ante el Consejo: después de esto en mi opinión si no dejó de concebir esperanzas (pues ¿quien no las tiene?) de indulto, creo que eran casi borradas, pues se hizo cargo de su verdadera situación y se preparó a bien morir. Insisto que aparte de la poca esperanza que pudiera tener murió como un bravo, cayendo boca arriba, de donde fue recogido después de visto por todos los concurrentes (que fueron muchos) en un coche mortuorio, disponiendo el Gobernador Civil (Manuel Luengo) su traslación. Se ignora (creo que fue la fosa común) el sitio, para que durmiera el sueño de los justos en el mayor olvido de sus compatriotas. A muchos vi que con iguales motivos era preciso cogerlos a puñados para ponerlos en el sitio del suplicio.
Las gestiones que para su indulto hicieron creo que pocas o ninguna pues en aquella época de terror era indispensable mucha sangre para aplacar los ánimos (estos comentarios los hago con toda reserva pues no debo ser yo quien juzgue la conducta de aquellos prohombres). Sí le diré que el General Blanco se opuso con toda su energía al fusilamiento y que no lo llevó a efecto a pesar de las reiteradas órdenes del Gobierno: su sucesor se encargó de lo demás.
Le indicaré al auditor general Peña que podrá ilustrarle ese punto que desea saber pues se encontraba a la sazón, por aquel entonces desempeñando el cargo de auditor general. Creo que se encuentra en esa y le será fácil ponerse al habla con él.
Disponga de su affmo. amigo s. s. q. s. m. b.
Luis Taviel de Andrade.
La carta, autógrafa de Fr. Matías Gómez, interesantísima y que no tiene precio para todo investigador de cuestiones filipinas, se la debemos a la generosa bizarría del P. Aglipay, que la halló entre los papeles del que fue Cura Párroco de Malasiqui, Pangasinán, en 1898.
El apéndice C., o sea la Memoria dirigida al Ministerio de Ultramar (21 Abril 1898) por los «Superiores de las Corporaciones de Agustinos, Franciscanos, Recoletos, Dominicos y Jesuitas establecidas en Filipinas»... es reproducción de un ejemplar impreso, igual al descrito bajo el núm. 3991 en el Aparato de Retana (III, página 1399). Nuestro ejemplar es primera reproducción del impreso hecho en Manila; un ejemplar de este último posee hoy la Philippine Library de Manila. La segunda, se describe bajo el núm. 1862 en la Biblioteca Filipina de Vindel. Una versión inglesa de esta Memoria hallará el lector en The Philippine Islands 1493–1898 (LII, páginas 227 al 286). Después de las firmas, léese al pie de esta versión la siguiente advertencia:
Notice. Because of the impossibility, due to the length of this exposition, of drawing up the copies necessary for the archives of each corporation, it has been agreed by the respective superiors to print an edition of fifty copies, ten for each corporation, which are destined for the purpose stated above.
Collated faithfully with its original, and to be considered throughout as an authentic text. In affirmation of which, as secretary of my corporation and by the order of my prelate, I sign and seal the present copy in Manila, April 21, 1898.
Fr. Francisco Sadaba del Carmen,
secretary-provincial of the Recollects.
There is a Seal that says: «Provincialate of the Recollects.
Antes de esta versión inglesa, hízose otra, parcial e inadecuada, por Ambrose Colman, O. P., publicada en Rosary Magazine, 1900. James A. Robertson dice que esta memoria «is one by those who are fighting for life, and who see dimly ahead the fate that may overtake them (obra citada, página 25), James A. LeRoy, refiriéndose a esta versión de Robertson, dice lo siguiente:
The chronological record of Spanish rule is very appropriately closed with a document of the religious orders, which had from the first been at the forefront in this history; it is the memorial signed by the four Philippine orders that had figured in the political controversy and by the Jesuits and addressed to the Colonial Minister at Madrid (but never formally presented) on the eve of the outlook of war in 1898 and just before Dewey’s ships sailed from Hong-kong. Those who believe that the friars’ mission in the Philippines was over will find confirmation of that view in the arrogant tone and intolerant viewpoint of this message, a veritable gauntlet of defiance flung down before the Liberal administration at Madrid. But it is an eloquent defense of the friars’ record in the Philippines, nevertheless, and a fine piece of rhetoric. Though the translation is faulty in places, it makes available a document practically unknown heretofore [The American Historical Review, núm. de Oct., 1908, págs. 159 y 160.]
Tal era el ambiente de entonces, 1896–97, en que ser masón, librepensador o reformista, era lo mismo que ser filibustero y antiespañol. Y aunque los hechos depusieren lo contrario, no habría remisión. El P. Pablo Pastells mismo, amigo de Rizal, jesuita de los muy liberales, escribía a Retana con respecto a Rizal lo siguiente:
....Y para refutar sus ideales filibusteros, entre otras, le propuse la demostración de éstas dos tesis: El separatismo es imposible en la ejecución; insostenible en la práctica: y en último resultado contraproducente. Unida a España, recorrerá triunfante Filipinas la senda del verdadero progreso; separada, precipitaráse en el caos de la anarquía, de la esclavitud y del salvajismo. Rehuyó siempre Rizal, a pesar de mis reiteradas instancias y retos, entablar conmigo discusión alguna por escrito sobre este último extremo [del separatismo] por no juzgarse con la independencia necesaria para emitir su pensamiento, durante la deportación, sobre aquel punto. Así fue que nuestra polémica hubo de circunscribirse solamente al asunto religioso. Aproveché este cabo; harto sabía yo que reducido Rizal a la Religión Católica, la cuestión de españolismo se hubiese ventilado luego con mayor facilidad, como consecuencia de sus principios y deberes religiosos.... [Carta de 6 de Enero, 1897].
En otra carta, de 19 del mismo mes y año, sienta la siguiente doctrina: «El error o herejía de nuestros días, sabe V. muy bien que consiste en emancipar la política de la moral y de la Religión; como si el Dios de la Religión no fuese al propio tiempo el Dios de la Sociedad. Cuando Rizal lamentó que Pañganiban no hubiese podido dar su sangre por la causa, lamentablemente mal lo hizo; si él ofreció otro tanto, no pudo ofrecerlo; y por lo tanto, debió no cumplirlo; y no cumpliéndolo supo hacer lo que debía. Nadie puede rebelarse en conciencia contra la autoridad legítimamente constuída, nos lo dice San Pablo. No hay autoridad que no dimane de Dios; el que resiste a la potestad, resiste a la ordenación de Dios, y los que la resisten adquieren para sí la condenación».
Estas ideas, adicionadas y desarrolladas convenientemente, se exponen con un muy sutil razonamiento, y entonación valiente y solemne, un la Memoria de las Corporaciones religiosas de Manila. En ella se contestan ciertas acusaciones de Blanco ante el Parlamento español.
Ciertamente, Blanco en su Memoria al Senado (1897) transcribe, en los apéndices (págs. 190 al 195), tanto el Oficio del M. R. P. Provincial de Dominicos como el suyo contestando al del Provincial, y donde, de paso, formula graves cargos contra los religiosos, cargos que no recibieron réplica, añade Blanco, aparte otras insinuaciones irónicas que éste ingirió en el cuerpo de su trabajo, referentes a los agustinos Eduardo Navarro y Mariano Gil, cuyo retrato, el de este último, al hacerlo campear como trofeo de gloria en el centro del periódico El Español, hízolo con daño de su sagrado carácter de sacerdote.
Hélos a continuación:
Oficio del M. R. P. Provincial de Dominicos.
Provincia del Santísimo Rosario de Filipinas de la Orden de Predicadores.—Excmo. Sr.: Las noticias que del Padre Vicario Provincial y de otros párrocos de mi Corporación en Cagayán recibo acerca del estado grave en que se encuentra dicha provincia, son, dada la excepcional situación por que atraviesa el archipiélago, de tal importancia, que creo un deber ponerlas en conocimiento de V. E., por si en su elevado criterio juzga conveniente tomarlas en consideración.—Efectivamente, en dicha provincia hay, como debe constar en ese Gobierno general, por lo menos dos logias masónicas y separatistas: una en Aparri y otra en Tuguegarao: aquella compuesta, según referencias de gran crédito, de más de 80 individuos principales de la localidad y de influencia en Cagayán, todos ellos dispuestos, así como los de Tuguegarao, a levantar la provincia en cuanto reciban indicaciones de sus ignorados y misteriosos Jefes, con lo cual conseguirán establecer un nuevo y apartado foco de insurrección que distraiga nuestras tropas y les facilite más la consecuencia de sus malvados intentos: Se dice que en las costas próximas al puerto de San Vicente ha habido alijos de armas; que los negritos flecheros de los montes de Cabo Engaño están convenidos con los laborantes de Aparri para bajar sobre los pueblos cuando se les llame, con objeto de coadyuvar a la rebelión; que en dicho Aparri tienen ya los laborantes, en sus casas o en las de sus dependientes, armas dispuestas para el caso de la sublevación; que se vió hace tiempo en aguas de dicho cabo un vapor sospechoso, del que se cree hizo alijo de armas, pues se halló en el bosque inmediato a la playa un bote sin quilla, de estructura no acostumbrada allí, con 10 remos, a propósito para acercarse mucho a tierra, el cual bote lo recogieron los señores Astigarraga, madereros de aquella comarca, coincidiendo esto con la boya que se recogió en las costas de Palanan y con los frecuentes viajes que en bancas, dichas allí taculis, hacía la gente del Sr. Macanaya, muy tildado de laborante, doblando el Cabo Engaño sin motivo racional que explique dichos viajes.—A esto se agrega que el Gobernador civil de la provincia, a pesar de las repetidas veces que se le han expuesto estas noticias, y no dando importancia a los clamores de la colonia peninsular, no ha tomado medida alguna para impedir cualquier movimiento en la provincia, no ha recogido las armas a las personas tildadas y se ha negado a gestionar eficazmente el armamento de los peninsulares, que se lo pedían con insistencia. Unido esto a que él mismo, según referencias, se ha confesado masón, y, por lo tanto, no puede estar a la altura de las presentes circunstancias; a que no se pone de acuerdo con el elemento peninsular, ni se entiende para nada con los párrocos, y, en cambio, en comunicaciones, pidiendo nombres de sospechosos, se dirige solo a un Capitán municipal como el de Aparri, D. Pedro Alvarado, conocido masón, motiva gran desconfianza y fomenta la intranquilidad y los temores en la provincia, de suerte que algunas familias de los peninsulares y extranjeros han abandonado la cabecera y refugiádose en Aparri para más fácilmente coger un vapor que los ponga a salvo.—Añádase a esto que, hallándose tan lejos del centro de las islas esta provincia, y pudiendo fácilmente los separatistas, que son allí ricos e influyentes, en el triste caso de ocurrir un movimiento, cerrar la barra de Aparri, la insurrección se extendería por todas las provincias del Valle, se nos impediría la entrada por mar a aquellas vastas y ricas comarcas, a las que por otro lado tan fácil es que de las costas del Japón o del Norte de América se verifiquen desembarcos de armas, como se han verificado ya en otras partes del archipiélago. Llegado este caso, no inverosímil, y que debe prevenirse, la pacificación de Cagayán resultaría sumamente difícil y costosa, cuando no imposible.—Noticias son éstas de cuya certidumbre, en cuanto a los detalles, atendida la índole de las mismas y el secreto con que los laborantes trabajan, no se puede responder, pero que demuestran desde luego que en Cagayán hay elementos que se agitan contra la madre Patria, aunque la masa de la población es fiel y leal, razón de más para que a tiempo se tomen precauciones que imposibiliten su defección; que en esta provincia, por su distancia de Manila, por la extensión de su territorio y de sus costas, es mayor y más temible el peligro que en otras partes, y que el actual Gobernador Civil de la misma, según la opinión general, dado su proceder hasta el presente, no reune condiciones para impedir que la rebelión levante su cabeza.—El envío a las provincias del Valle de algún cañonero que guarde la barra del Ibanang y vigile las costas para evitar desembarcos muy posibles de armas, y a la vez de una compañía de soldados que se sitúen en Aparri, Tuguegarao e Ilagan, puntos céntricos de aquel territorio; el adoptar disposiciones de cierto rigor, suavizado por la prudencia, para contener los trabajos de los laborantes, privándoles de los medios de conspirar y rebelarse, y el nombramiento de un Secretario del Gobierno de la misma, porque la persona que ahora tiene dicho cargo, por sus ideas y proceder, no es el más a propósito para estos momentos de prueba, son medidas que la opinión de los Padres y de los peninsulares de aquella comarca reclaman, pero que el Provincial que suscribe no se atreve a pedir a V. E., concretándose a manifestárselo, por si las creyera dignas de tomarse en cuenta y dispusiera de medios bastantes para realizarlas.—Es cuanto, en previsión de lo que ocurrir pudiera en la provincia de Cagayán, y haciéndome eco de los informes que sobre la misma tengo, debo manifestar a V. E.—Dios, etc.—Manila, 24 de Noviembre de 1896.—Excmo. Sr. F. Bartolomé Alvarez del Manzano, Provincial de Dominicos.—Excmo. Sr. Gobernador Capitán General de Filipinas.
Oficio del Gobernador General al M. R. P. Provincial de Dominicos.
Gobierno general de Filipinas.—Recibo la atenta comunicación de V. R., fecha 24 del corriente, en la que, con referencia a los informes del Rvdo. P. Vicario Provincial y de otros párrocos de su respetable corporación en Cagayán, se sirve darme noticia del estado en que se encuentra aquel territorio, que, dada la excepcional situación por que atraviesa el archipiélago, considera gravísimo, creyendo de su deber ponerlo en mi conocimiento.—Esta es la primera vez que recibo de V. R., ni de ningún otro Padre Provincial de las distintas órdenes religiosas comunicación oficial alguna relativa a asuntos políticos del archipiélago, a pesar del indiscutible derecho que para hacerlo les asiste, no solo por el conocimiento que del país deben tener, y tienen indudablemente, sino por las funciones que en la administración de estas provincias se les señala tradicionalmente.—Por cierto, Rvdo. P. Provincial, y le ruego me dispense esta pequeña digresión, que si en vez de valerse de la crítica, de la murmuración y de la pública censura, se valieran las comunidades religiosas de ese medio, que siempre tienen expedito, y que, además de ser perfectamente legal, es natural y lógico, ganarían mucho, a no dudarlo, el gobierno de estos pueblos, el principio de autoridad, en cuyo desprestigio nada va ganando tampoco el elemento religioso, y el buen nombre de las mismas corporaciones, que tan alta deben conservar en todo tiempo su secular y bien cimentada reputación de virtud y nobleza.—Consecuente con esos principios, y agradecido, como no puedo menos de estarlo, de los avisos y apreciaciones contenidos en el escrito de V. R., reitero las órdenes que tengo ya comunicadas para extremar la vigilancia en la provincia de Cagayán, prevengo a la Comandancia general de la escuadra la necesidad de enviar a aquellas costas un cañonero que las vigile y guarde la barra del Ibanang, siendo grato para mí, en cuanto a este asunto se refiere, manifestarle que la boya por allí no hace mucho aparecida se cree fuese una fondeada y perdida en un temporal por el cuerpo de Obras Públicas, que la situó cerca del faro para facilitar el servicio de los vapores que aprovisionaban a los torreros.—Así mismo me propongo enviar a Cagayán un fuerte destacamento que, convenientemente distribuído y colocado, asegure el orden en el territorio, inspirando confianza a sus honrados y leales habitantes.—Por lo que toca al actual Gobernador de la provincia, habían llegado ciertamente hasta mí rumores poco favorables; pero las noticias que V. R. me comunica, la opinión que tanto a V. R. como a los demás Padres de la provincia merece, y la filiación masónica que se le atribuye, gravísima siempre, pero mucho más en estas circunstancias, son motivos más que suficientes para relevarle de su cargo, como me propongo también hacerlo muy en breve.—Lo digo a V. R. como resultado de su precitado oficio, esperando no será ésta la única vez en que me haga presente cuanto al mejor servicio del Estado crea oportuno y conveniente, seguro de que por mi parte he de atenderlo siempre con el interés y la preferencia que merece su respetable origen.—Dios, etc.— Manila, 27 de Noviembre de 1896. Ramón Blanco.—M. R. P. Provincial de Dominicos.—Manila.
Dice Blanco que las concertadas calumnias contra él adquirieron carácter de delirium tremens poniendo de relieve la falta de sentido moral de sus enemigos, porque no había querido fusilar a diestro y siniestro conspiradores grandes y opulentos, sino desgraciados, sin nombres, sin bienes y sin carácter; hombres obscuros y desconocidos. «¿Qué tenía que ver yo, decía, autoridad judicial, con que fuesen ricos o pobres o que tuviesen ésta o la otra figura? ¿Había que suspender el fallo de estas causas contra personas poco acomodadas, hasta que pudieran fallarse las de las bien acomodadas? ¿O coger a éstas, que es a lo que al parecer se tendía, y fusilarlas gubernativamente sin más forma de proceso, cosa que yo no podía, ni debía, ni estaba dispuesto a hacer? ...»
«La misión de la autoridad en estos casos es, a mi juicio, bien clara. Castigar duramente a los traidores convictos de su crimen, nunca sacrificar sin pruebas ni sentencia a los que acuse la pasión o el estravío de entusiasmos ardientes, que pueden ser hasta nobles, pero equivocados en sus juicios. Para ciertas gentes las pruebas de carácter y de energía se dan fusilando a diestro y siniestro, a gusto del público, que suele ser apasionado, cuando es precisamente lo contrario: la energía se demuestra resistiendo todo género de imposiciones, y esa más que ninguna. Fusilar, es muy fácil; lo difícil es no fusilar.»
«Si en algo debe una autoridad extremar el severo cumplimiento de la ley es en la recta administración de justicia, que nunca ni por nada debe torcerse.» [págs. 65 y 68, de su Memoria] Y porque no quiso dar cebo ni pasto a la opinión conjurada, fue relevado. «Bien pueden estar satisfechos y orgullosos—termina—los conjurados. Su triunfo ha sido completo y pueden vanagloriarse de haber derribado a un Gobernador y Capitán General de Filipinas mandando su Ejército frente al enemigo; pero yo daré por bien empleada mi horrible mortificación, mi sufrimiento y, ¿por qué no decirlo?, hasta la vergüenza, que aún ahora mismo me enrojece el rostro, si esa humillación sirve de ejemplo para que no se repitan nunca más hechos parecidos.» (pág. 78)
Polavieja, pues, fue la concesión a la opinión conjurada; y a lo que se negó Blanco, hízolo Polavieja: fusilar a Rizal. Porque, de no hacerse así, como dijo Cánovas a Pí y Margall, ¿«quién pondría entonces el cascabel al gato?». Había tal fiebre patriótica que el desvarío fue no más que consecuencia de estado tan morboso. Quizás, Jesús, previendo cosas por el estilo en las convulsiones sociales, dijo a sus discípulos: «Va a venir tiempo en que quien os matare, se persuada hacer un obsequio a Dios.» Tan terrible verdad, sobre todo, cuando median fanatismo, interés ú odios de raza, no debe olvidarla el historiador. Es propio del espíritu humano, escribe Federico el Grande, que los ejemplos no corrijan a nadie; las tonterías de los padres no enmiendan a los hijos; es necesario que cada generación haga las suyas. Y la generación de aquella aciaga época tuvo que pagar su escote a verdad tan humana.
Justo es declarar que hubo entonces espíritus serenos, imparciales. Blanco en primer término, y luego los hermanos Andrade y algún otro más. Polavieja mismo, a costa de dolorosísima experiencia, convencióse de su error y del de la situación que le trajo a las Islas, y dijo, a su regreso a España, lo que tanto deplora Fr. Matías Gómez: que los Religiosos no conocen el país ni al indio. «La verdad es, informó Blanco, que nadie sabía más, ni aún siquiera tanto como yo.»
Con la lección de los acontecimientos posteriores ¿no habría sido mejor haber seguido las indicaciones de Sinibaldo de Más, quien en 1842 propuso al Gobierno español medios tendentes a emancipar las Islas?