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¿Sería solo un romance? Desde su primera noche juntos, Caliope Sarantos y Maksim Volkov llegaron al acuerdo de no comprometerse y mantener una relación basada solo en el placer. Pero el embarazo de ella lo cambió todo. El rico empresario ruso nombró al pequeño su heredero, aunque desapareció de la vida de Caliope. Cuando volvió para ofrecerle una vida juntos, la brillante promesa de un final feliz se vio eclipsada por la sombra del trágico pasado de Maksim… y de su oscuro futuro. ¿Estaría Caliope dispuesta a arriesgar de nuevo su corazón?
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Seitenzahl: 171
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Olivia Gates
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Puro placer, n.º 1986 - junio 2014
Título original: Claiming His Own
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4292-2
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Dieciocho meses antes
Caliope Sarantos se quedó mirando la prueba que sostenía en la mano. Era la tercera que se hacía. Había dos rayitas rosas en sendas ventanitas: estaba embarazada. A pesar de que había usado métodos anticonceptivos, estaba en cinta.
Un cúmulo de emociones contradictorias se agolpaba en su pecho. Hiciera lo que hiciera, su mundo nunca volvería a ser el mismo, y lo más probable era que su relación idílica con Maksim se hiciera pedazos. Si ella no sabía qué pensar respecto a la noticia, él…
De pronto, el corazón se le aceleró. Él estaba allí.
Como siempre, Caliope sintió su presencia antes de oírlo. Sin embargo, en esa ocasión, no la invadió la alegría. Sabía que, cuando se lo contara, todo se estropearía.
Maksim entró en el dormitorio donde le había enseñado lo que era la pasión y donde seguía mostrándole que las intimidades y placeres que podían compartir no tenían límite.
Se acercó a ella, mirándola con deseo, mientras se quitaba la corbata y se desabrochaba la camisa como si le quemara la piel. Tenía hambre de ella, como siempre. Aunque lo que iba a contarle extinguiría su deseo. Un embarazo no buscado era lo último que él esperaba.
Aquella podía ser su última vez juntos. No podía contárselo todavía, se dijo Caliope. No hasta que no hiciera el amor con él.
Poseída por el deseo, lo atrajo a ella en la cama, temblando de ansiedad por tenerlo entre sus brazos. Se devoraron los labios y, antes de que ella pudiera rodearlo con las piernas, Maksim se lanzó a saborear sus pechos. Susurrando palabras de deseo, le acarició y le succionó los pezones con la intensidad perfecta, haciéndola gemir de placer. A continuación, le posó una mano entre las piernas.
Mientras Caliope gemía sin cesar, él deslizó dos dedos entre sus pliegues húmedos y calientes. Con solo un par de movimientos, el orgasmo la inundó, meciendo su cuerpo en una deliciosa corriente eléctrica. Apenas hubo terminado su clímax, Maksim bajó la cabeza entre sus piernas temblorosas, se las colocó sobre los hombros y comenzó a explorarla con manos, labios y dientes, hasta que ella estuvo al borde del éxtasis de nuevo.
–Por favor, basta –rogó ella–. Necesito tenerte dentro de mí…
Maksim levantó su poderoso rostro para mirarla.
–Deja que me sacie de tu placer. Ábrete para mí, Caliope.
Al instante, ella obedeció, dejando caer las piernas como pétalos de flor, rindiéndose a él. Maksim la devoró, saboreando su esencia más íntima y, como si hubiera intuido con exactitud el momento justo para hacerlo, la penetró con su lengua, haciendo que ella gritara mientras un interminable orgasmo la inundaba.
Antes de que Caliope tuviera oportunidad de recuperar el aliento, él se tumbó encima y la besó, entrelazando sus lenguas, mezclando el sabor de ambos cuerpos, que eran solo uno.
Entonces, él levantó los ojos hacia ella, al mismo tiempo que su erección buscaba la entrada, y con un rugido de deseo, la poseyó.
Caliope gritó al sentir la enormidad de su posesión. Él también gimió de placer y, agarrándola de las caderas, la penetró con más profundidad, llegando a su punto más sensible.
Sabiendo a la perfección lo que hacía, Maksim salió y entró de nuevo, una y otra vez, hasta que, jadeante, Caliope se retorció contra él, pidiéndole que terminara con aquella exquisita tortura. Solo entonces él se entregó por completo, dándole lo que le pedía, al ritmo y la cadencia que ella ansiaba.
Sus arremetidas fueron cada vez más rápidas, hasta que ella gritó y se arqueó en un espasmo, apretándose contra él mientras el clímax explotaba en su interior.
En medio de su delirio, Caliope lo oyó rugir, sintió su enorme cuerpo sacudiéndose y su semilla llenándola. Instantes después, se desplomó sobre ella, saciado, satisfecho.
Ella se volvió hacia él, admirando sus labios hinchados de tantos besos. Tenía un aspecto muy viril y vital y era… suyo.
Caliope nunca había pensado en ello, pero era la verdad. Desde que lo había conocido, Maksim Volkov había sido suyo y solo suyo.
Maksim, magnate del acero, era uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. Y, en cuanto lo había visto cara a cara en una cena benéfica hacía un año, había tenido la certeza de que aquel hombre era capaz de poner cabeza abajo su mundo. Y ella se lo había permitido.
Caliope recordó con viveza cuando le había dado permiso para besarla a los pocos minutos de conocerlo. Recordó cómo su boca la había poseído con fiereza, la había llenado de la ambrosía de su sabor y la había dejado sin aliento. Nunca antes se había sentido tan embriagada por un beso. Ni había creído necesitar que un hombre la dominara.
En menos de una hora, aquel día, Caliope se había dejado llevar a la suite presidencial de Maksim, sabiendo que no sería capaz de negarle nada. Aunque, de camino al hotel, había tenido la claridad mental suficiente como para informarle de que era virgen. Ella nunca olvidaría su reacción. Él la había mirado con fuego en los ojos y la había besado con pasión, sellando así su posesión.
–Será un honor para mí ser el primero, Caliope. Y haré que sea inolvidable para ti.
Maksim había cumplido su promesa. Su encuentro había sido tan abrumador para ambos que no habían podido dejarlo como una aventura de una noche. Pero, por el desastroso ejemplo de sus propios padres, ella había pensado que el compromiso solo podía conducir a la decepción y a la destrucción del alma. Y no había tenido ganas de arriesgarse.
Sin embargo, no había podido resistir la necesidad de estar con Maksim. La intensidad de su deseo le había obligado a asegurarse de nunca hacer nada que pudiera poner en peligro su relación.
Para ello, Caliope le había pedido que observaran ciertas reglas siempre que estuvieran juntos. Para empezar, solo estarían juntos siempre que los dos sintieran la misma pasión y las mismas ganas de verse. Después, cuando el fuego se hubiera extinguido, se despedirían como amigos y continuarían con sus vidas.
Maksim había aceptado sus condiciones, aunque había añadido una de su propia cosecha, no negociable. Exclusividad.
La propuesta había dejado perpleja a Caliope, pues era un hombre con nutrida reputación de mujeriego, y le había hecho desearlo aun más. Sin embargo, nunca había dejado de preguntarse cuánto tiempo les quedaría juntos. Ni siquiera en sus fantasías más ambiciosas se había atrevido a soñar con que lo suyo fuera a durar para siempre.
Aun así, había pasado un año y su pasión no había dejado de crecer.
Caliope no estaba dispuesta a perderlo. No podía… Pero tenía que decírselo…
–Estoy embarazada.
Con el corazón acelerado, se sorprendió a sí misma con aquellas palabras claras y directas. Acto seguido, se hizo el silencio.
Maksim se quedó de piedra. Solo sus ojos parecían tener vida. Y su expresión era inequívoca.
Si Caliope había tenido alguna esperanza de que su embarazo hubiera sido bien acogido, se hizo pedazos en ese mismo instante.
De pronto, le faltó el aire y se apartó de él. Temblorosa, se incorporó en la cama, tapándose con la sábana.
–No tienes por qué preocuparte. Este embarazo es mi problema, igual que es asunto mío el haber decidido tener el niño. Solo creí que tenías derecho a saberlo. Igual que tienes derecho a sentirte y actuar como quieras respecto a ello.
Con rostro lleno de amargura, Maksim se incorporó también.
–No me quieres cerca de tu hijo.
¿Cómo había podido sacar esa conclusión?, se preguntó ella.
–Es tu bebé también –acertó a decir ella–. Estoy dispuesta a darte un lugar en su vida, si es que tú lo quieres.
–Quiero decir que no te conviene que esté cerca del bebé. Ni de ti, ahora que vas a ser madre. Pienso darle al niño mi apellido, hacerlo mi heredero. Pero nunca tomaré parte en su crianza –le espetó él y, antes de que Caliope, confusa, pudiera encontrarle sentido a sus palabras, continuó–: Pero quiero seguir siendo tu amante. Siempre que tú quieras. Cuando ya no me quieras, me iré. Los dos tendréis siempre mi apoyo sin límites, pero no podré formar parte de vuestras vidas –aseguró, y la miró a los ojos con vehemencia–. Esto es todo lo que puedo ofrecerte. Así soy, Caliope. Y no puedo cambiar.
Ella le sostuvo la mirada y supo que debería rechazar la oferta. Lo mejor para ella sería echarlo de su vida en ese momento y no después.
Sin embargo, no fue capaz de hacerlo. A pesar del daño que sabía que sufriría en el futuro, no era capaz de sacrificar lo que tenían en el presente para evitarlo. Por eso, aceptó sus nuevas condiciones.
A lo largo de las siguientes semanas, Caliope continuó preguntándose si había hecho mal en aceptar. Por una parte, notaba que él estaba más distante. Pero, por otra, siempre volvía a ella más hambriento que la vez anterior.
Entonces, justo cuando cumplió siete meses de embarazo y estaba más confundida que nunca acerca de su relación, Maksim… desapareció.
En el presente
–¿Y nunca volvió?
Cali se quedó mirando a Kassandra Stavros, anonadada. Necesitó unos segundos para comprender que su amiga no podía estar hablándole de Maksim.Después de todo, Kassandra no sabía nada de él. Nadie sabía que era el padre de su hijo.
Cali había mantenido en secreto su relación. Incluso cuando no había tenido más remedio que comunicarle a su familia y amigos que estaba embarazada, se había negado a confesar quién era el padre. Aun cuando había albergado esperanzas de que él se hubiera quedado en su vida después del nacimiento del bebé, su situación había sido demasiado inestable como para explicárselo a nadie. Y menos a su conservadora familia griega.
La única persona que sabía que no la habría juzgado era su hermano Aristides. Aunque lo más probable era que hubiera querido romperle la cara a Maksim. Cuando se había visto en una situación similar, Aristides había hecho lo imposible para reclamar a su amante, Selene, y a su hijo, Alex. Tenía un alto sentido del honor y la familia, por lo que habría querido obligar a Maksim a cumplir con su responsabilidad. Y, conociendo a Maksim, aquello habría provocado una guerra.
De todas maneras, Caliope no había querido que Maksim la considerara una responsabilidad, ni quería que Aristides luchara sus batallas. Ella le había dicho a su amante que no le debía nada. Y lo había dicho en serio. En cuanto a Aristides y su familia, era una mujer independiente y no necesitaba su bendición ni su aprobación. No había querido que nadie le dijera cómo tenía que vivir su vida, ni que juzgaran el acuerdo al que había llegado con Maksim.
Luego, cuando Maksim había desaparecido, solo les había dicho que el padre de Leo no había sido importante para ella.
En ese momento, Kassandra estaba hablando de otro hombre que había tenido un comportamiento similar, el padre de Cali.
En su opinión, la única cosa buena que había hecho había sido dejar a su madre y a sus hermanos antes de que Cali hubiera nacido. Sus otros hermanos, sobre todo, Aristides y Andreas, nunca habían superado la negligente y explotadora manera en que su padre los había tratado. Al menos, ella no había tenido que convivir con él.
–No. Se fue un día y nunca más lo vimos –contestó Cali al fin, con un suspiro–. No tenemos ni idea de si sigue vivo. Aunque, si hubiera estado vivo cuando Aristides comenzó a hacerse rico, habría vuelto.
A su amiga se le quedó la boca abierta,
–¿Crees que habría vuelto a pedirle dinero al hijo que había abandonado?
–No puedes imaginarte que exista un padre tan vil, ¿verdad?
Kassandra se encogió de hombros.
–Supongo que no. Mi padre y mis tíos son demasiado sobreprotectores conmigo.
Cali sonrió, pues sabía que era cierto.
–Según Selene, les das motivos más que suficientes para querer protegerte.
–¿Selene te ha hablado de ellos? –quiso saber la bella Kassandra, riendo.
Selene, la esposa de Aristides y la mejor amiga de Kassandra, le había hablado de ella antes de presentarlas, asegurándole a Cali que iban a llevarse muy bien. Y así era, por suerte para Cali, que necesitaba tener una amiga con quien hablar, alguien de su edad, temperamento e intereses.
En los últimos dos meses, habían quedado en varias ocasiones, cada vez conociéndose mejor. Sin embargo, aquella era la primera vez que Kassandra le hacía una pregunta tan personal sobre su familia.
–Selene solo me ha contado lo básico –afirmó Cali, deseando dejar de hablar de su propia vida–. Me dijo que dejaba los detalles divertidos para que tú me los contaras.
Kassandra se recostó en el sofá, con su precioso cabello rubio y sus grandes ojos verdes brillando con alegría.
–Sí, creo que alguna vez he puesto en jaque sus estrictos valores morales, sus expectativas conservadoras y sus esperanzas para mí. He perdido una oportunidad detrás de otra de adquirir un patrocinador rico y socialmente exitoso con quien procrear y darle a mi familia descendientes, a ser posible masculinos, que continúen el camino emprendido por mis implacables y triunfadores hermanos y primos.
El humor satírico de Kassandra hizo reír a Cali por primera vez en mucho tiempo.
–Debieron de sufrir ataques al corazón colectivos cuando te fuiste de casa a los dieciocho, aceptaste trabajos de salario mínimo y, para colmo, te convertiste en modelo.
Kassandra sonrió.
–Atribuyen mi escandaloso comportamiento a anormalidades en mi nivel de azúcar en sangre. Ni siquiera hoy han aceptado mi forma de ser, a pesar de que tengo treinta años, he dejado atrás mis días como modelo de lencería y he llegado a ser una diseñadora famosa.
Kassandra era una mujer muy hermosa y, después de haber triunfado en la pasarela, solo hacía pases de modelos para causas benéficas. En la actualidad, también se había labrado un nombre como diseñadora de moda, en parte, gracias a las campañas publicitarias que Cali había creado para ella.
–Siguen preocupándose por los incontables peligros que creen que corro y porque me creen a merced de pervertidos y depredadores del mundo de la moda. Además, cada vez sufren más porque sigo soltera, incluso no dejan de advertirme que perderé mi belleza y mi fertilidad. Para una familia griega convencional, treinta años es el equivalente a cincuenta en otras culturas.
Cali hizo una mueca burlona.
–La próxima vez que se metan contigo, ponme a mí como ejemplo. Te darán las gracias por no haberles hecho caer en vergüenza con un hijo nacido fuera del matrimonio.
–Quizá debería seguir tu ejemplo –repuso Kassandra con un brillo travieso en los ojos–. No creo que exista ningún hombre en el mundo capaz de hacer que crea en el matrimonio, ni por amor ni para perpetuar el apellido Stavros. Por otra parte, Selene y tú, con vuestros bebés, estáis despertando mi instinto maternal.
A Cali se le encogió el corazón. Cada vez que Kassandra la comparaba con Selene, ella recordaba la cruel diferencia que había entre ellas. Selene tenía dos hijos con el hombre que amaba. Y ella tenía a Leo… sola.
–Ser madre soltera no es algo que pueda tomarse a la ligera –comentó Cali.
–Tú lo haces muy bien –opinó Kassandra, mirándola con compasión–. Recuerdo que Selene lo pasó fatal antes de que Aristides volviera. Para ella fue una carga demasiado pesada ser madre sola. Antes de conocer su experiencia, creí que los padres eran algo secundario, al menos, en los primeros años de vida de un bebé. Sin embargo, cuando vi cómo cambiaron Selene y Alex al tener a Aristides… –señaló y soltó una carcajada–. Aunque él no sirve de ejemplo. Las dos sabemos que solo hay uno como él en el mundo.
De la misma manera, Cali había creído que Maksim había sido único…
Sin embargo, Aristides se había comportado en el pasado como si hubiera sido igual de inhumano. Pero las apariencias engañaban.
Cali volvió a suspirar.
–No sabes lo que me impresiona muchas veces lo buen marido y padre que es Aristides. Antes creíamos que era tan impasible como nuestro padre.
Había sido en una ocasión en particular, en la noche en que su hermano Leonidas había muerto, cuando Cali había estado convencida de que Aristides no había tenido corazón, igual que su padre.
Mientras sus hermanas y ella se habían unido para llorar la terrible pérdida, Aristides se había hecho cargo de la situación con perfecto desapego. Había lidiado con la policía y con la funeraria, pero a ellas no les había ofrecido ningún consuelo, ni siquiera se había quedado después del entierro.
Aun así, se había portado mejor que Andreas, que ni siquiera había regresado para el funeral.
Pero la realidad había sido muy diferente. Su hermano había sido tan sensible que se había encerrado en sí mismo, negándose a mostrar sus emociones. En vez de eso, les había expresado su amor ocupándose de todo. Cuando Selene se había enamorado de él, sin embargo, lo había hecho cambiar por completo. Seguía siendo un hombre implacable en los negocios, pero en sus relaciones personales era mucho más abierto y cariñoso.
–¿Tan malo era tu padre? –quiso saber Kassandra.
Cali tomó un trago de té. Odiaba hablar de su padre.
–Su ausencia total de ética y su despreocupación por todo eran legendarias –contestó Cali al fin, incómoda–. Dejó embarazada a mi madre de Aristides cuando ella solo tenía diecisiete años. Él era cuatro años mayor y no tenía trabajo. Se casó con ella porque su padre lo amenazó con desheredarlo si no lo hacía. La utilizó a ella y a sus hijos para exprimir un poco más a su padre. Sin embargo, el dinero que le daba mi abuelo se lo gastaba solo en sí mismo. Después de que muriera el viejo, mi padre se quedó con la herencia y desapareció.
»Volvió cuando se la hubo gastado, sabiendo que mi madre se ocuparía de él con el poco dinero que tenía. Él entraba y salía de su vida y las de mis hermanos, y nunca era para ayudar. Cada vez que volvía, le juraba a mi madre que la amaba y se quejaba de lo dura que la vida era con él.
–¿Y tu madre lo dejaba volver? –preguntó Kassandra, sin dar crédito.
Cali asintió, cada vez más incómoda por la conversación.
–Aristides dice que nuestra madre no sabía cómo negarse. Mi hermano maduró muy pronto y comprendía todo lo que estaba pasando, pero no podía hacer otra cosa más que ayudar a nuestra madre. Con solo siete años, tuvo que empezar a ocuparse de todas las cosas que su padre ausente no hacía, mientras mi madre tenía que hacerse cargo de los más pequeños. A los doce, dejó el colegio y tomó cuatro empleos para conseguir que llegáramos a fin de mes. Cuando mi padre desapareció para siempre, Aristides tenía quince años y yo estaba todavía en el vientre de mi madre. Al menos, tengo que dar gracias porque no envenenó mi vida como hizo con ella y con mis hermanos –confesó Cali–. Con su empeño, mi hermano trabajó en los puertos de Creta y llegó a ser uno de los más grandes magnates de navíos del mundo. Por desgracia, nuestra madre murió cuando yo solo tenía seis años, y no pudo ser testigo de su éxito. Aristides nos trajo a todos a Nueva York, nos sacó la ciudadanía americana y nos procuró la mejor educación que el dinero podía comprar –explicó–. Pero no se quedó con nosotros, ni siquiera se hizo americano, hasta que se casó con Selene.
Kassandra parpadeó, incapaz de comprender la inhumana forma de actuar del padre de Cali.
–¿Cómo puede ser alguien tan malvado con sus propios hijos? Sin embargo, hizo una cosa bien, aunque no fuera a propósito. Os tuvo a ti y a tus hermanos. Sois todos geniales.