Rechazo cruel - Abby Green - E-Book
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Rechazo cruel E-Book

Abby Green

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Beschreibung

El multimillonario Vicenzo Valentini creía que Cara Brosnan había tenido un papel determinante en la muerte de su hermana, y la buscó para hacérselo pagar. La sedujo, le reveló su identidad… y después la rechazó cruelmente. Pero Cara no había hecho nada malo. Se sentía avergonzada por haberle entregado su virginidad al despiadado Vicenzo y, por si eso fuera poco, acababa de descubrir que estaba embarazada. Ahora el italiano con un oscuro corazón volvía a reclamarla, pero en esta ocasión ¡como su esposa!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2009 Abby Green

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Rechazo cruel, n.º 1993 - septiembre 2022

Título original: Ruthlessly Bedded, Forcibly Wedded

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-122-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

VICENZO Valentini miró durante un largo rato los fríos rasgos de la mujer muerta. Su hermana pequeña. Sólo tenía veinticuatro años y toda la vida por delante. Pero ya no. Esa vida se había apagado en un terrible accidente de coche y él había llegado demasiado tarde para evitarlo, para protegerla.

Debería haber seguido sus instintos y haberle insistido en que volviera a casa semanas antes… Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta del peligro en que se encontraba su hermana.

Ese pensamiento le hizo apretar los puños mientras el dolor y la culpabilidad lo invadían. Luchó por mantener el control, tenía que calmarse y llevarse a su hermana a casa. Su padre y él la llorarían allí, y no en ese frío país donde la habían seducido aprovechándose de su inocencia, marcando así el oscuro camino que la había conducido hasta ese trágico final. Alargó una temblorosa mano y deslizó un dedo sobre una mejilla helada. Eso casi lo hundió. El accidente no le había marcado la cara y eso hacía que fuera más difícil de soportar todavía, porque le parecía que su hermana volvía a tener ocho años, cuando se aferraba con fuerza a su mano. Haciendo acopio de todo su control, se inclinó hacia delante y la besó en su húmeda frente sin vida.

Se giró bruscamente y, con una voz ronca por el dolor, dijo:

–Sí. Es mi hermana. Allegra Valentini –una parte de él no podía creer que estuviera pronunciando esas palabras, que no se tratara de una terrible pesadilla. Se apartó a un lado para dejar que el empleado de la morgue subiera la cremallera de la funda que envolvía el cuerpo.

Vicenzo murmuró algo ininteligible y salió de la sala embargado por una claustrofóbica sensación para dirigirse al hospital, deseando respirar algo de aire fresco. Aunque era una estupidez porque el hospital se encontraba exactamente en mitad de un Londres cargado de humo.

Una vez fuera, respiró hondo, ignorando las miradas que atraía con su cuerpo alto y esbelto y su magnífico físico de piel aceituna. Parecía un dechado de potente masculinidad contra el telón de fondo del hospital bajo la luz de la mañana.

No veía nada más que el dolor que sentía por dentro. El doctor lo había descrito como un trágico accidente, pero Vicenzo sabía que había sido mucho más que eso. Dos personas habían muerto en el choque: su hermana, su bella, querida e indomable Allegra, y su artero amante, Cormac Brosnan. El hombre que la había seducido premeditadamente, con una mano puesta sobre su fortuna y con la otra evitando que Vicenzo interfiriera. La rabia volvía a arder en su interior. No había presentido lo que Brosnan tramaba hasta que ya había sido demasiado tarde y ahora lo sabía todo, pero esa información ya no suponía nada porque no servía para traer de vuelta a Allegra.

Pero una persona había sobrevivido al choque. Una persona había salido de ese hospital justo una hora después de que la hubieran atendido la noche anterior. Recordó las palabras del doctor:

«No tiene ni el más mínimo rasguño en su cuerpo, es realmente increíble. Era la única que llevaba el cinturón de seguridad y no hay duda de que eso le salvó la vida. Es una mujer afortunada».

Una mujer afortunada. Cara Brosnan. La hermana de Cormac. Los informes decían que era Cormac el que conducía, pero eso no hacía que Cara Brosnan fuera menos responsable. Vicenzo apretó los puños con más fuerza, tenía la mandíbula tan tensa que se estaba haciendo daño. Había tenido que enfrentarse al desmoralizador momento en que el médico le había informado de que su hermana tenía altos niveles de drogas y alcohol en el organismo.

Cuando su conductor se detuvo frente a las escaleras del hospital, se obligó a moverse y se sentó en el asiento trasero. Según se alejaban de ese nefasto lugar, tuvo que contener un momento de pánico en el que sintió la necesidad de decirle al conductor que se detuviera y volver para ver a Allegra una última vez; como si tuviera que asegurarse de que estaba realmente muerta, de que se había marchado para siempre.

Pero no lo hizo y controló ese momento de pánico. Estaba muerta y su cuerpo era lo único que yacía allí. Era consciente de que ésa había sido la única vez en años que algo lo había golpeado a través del alto muro de hierro que había levantado para proteger sus emociones… y su corazón. Desde ese momento se había vuelto más fuerte e impermeable y ahora tenía que hacer uso de esa fuerza. Sobre todo por el bien de su padre. Tras conocer la muerte de su única y amada hija, había sufrido un leve infarto y seguía en el hospital.

Atrapados en la hora punta londinense, su menté volvió a centrarse en la mujer que había tenido mucho que ver en ese terrible y trágico día. El hermano de esa mujer estaba muerto, pero los dos eran igual de culpables por lo que habían planeado juntos. Eran un equipo y Vicenzo sabía que no descansaría hasta que la obligara a sentir parte del dolor que él estaba sintiendo ahora. El hecho de que ella hubiera salido del hospital tan poco tiempo después del choque, hacía que ese amargo sentimiento fuera más fuerte todavía. Había salido ilesa e impune.

Ahora tenía que esperar antes de poder llevarse a casa a su hermana, donde la enterrarían con sus antepasados mucho antes de lo que debería haber sido.

Observó las concurridas calles por las que pasaban personas centradas en sus asuntos y a las que no les importaba nada el resto del mundo. Cara Brosnan era una de esas personas.

Y en ese mismo momento, Vicenzo supo que haría todo lo posible por encontrarla y hacerle enfrentarse a lo que se merecía.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Seis días después

 

 

PERO Rob, estoy bien para trabajar y mañana regreso a Dublín. No es que esté al otro lado del mundo –Cara no pudo evitar que la voz le temblara.

–Sí, claro, y yo acabo de ver un cerdo volando. Siéntate en ese taburete antes de que te caigas. No vas a trabajar en tu última noche aquí. Te he prometido el sueldo de dos semanas y aún te debemos las propinas –le dijo el guapo hombre mientras le servía una copa de brandy–. Toma. Ayer, en el funeral, parecía como si fueras a caerte redonda.

Cara se dio por vencida y se sentó en el alto taburete. Lo que la rodeaba era un lugar oscuro, cálido y familiar, que había sido su hogar durante los últimos años. La emoción la embargó ante las atenciones de su viejo amigo.

–Gracias, Rob. Y gracias por venir conmigo ayer. No creo que pudiera haberlo hecho sola. Significó mucho para mí que Barney, Simon y tú estuvierais allí.

Él se acercó y le agarró la mano.

–Cielo, de ningún modo habríamos dejado que pasaras por eso tú sola. Cormac ya se ha ido. Se acabó. Y ese accidente no fue culpa tuya, así que no quiero volver a oír una palabra al respecto. Es un milagro que no te arrastrara con él. Sabes muy bien que era cuestión de tiempo que sucediera algo.

«Sí, pero podría haber intentado detenerlos… proteger a Allegra…». Esas palabras resonaban en la cabeza de Cara. Las palabras de Rob pretendían reconfortarla, pero no hacían sino remover las amargas emociones que siempre estaban presentes; el terrible sentimiento de culpabilidad por no haber logrado evitar que Cormac no condujera esa noche. Se había subido en el coche con ellos porque estaba sobria y quería asegurarse de que no cometían ningún descuido…

Pero Rob no necesitaba saberlo.

Cara le sonrió, intentando hacerle creer que se encontraba bien.

–Lo sé.

–¿Lo ves? Ésa es mi chica. Ahora, bébete eso y te sentirás mucho mejor.

Cara hizo lo que le dijo, arrugando la nariz mientras el líquido le quemaba la garganta. Sintió el efecto de inmediato, cálido y relajante. Movida por un impulso, se inclinó sobre la barra y llevó a Rob hacia sí, para besarlo en los labios y abrazarlo. Significaba mucho para ella y no podía imaginar lo vacía y desesperada que sería su vida sin tenerlo como amigo.

Él la abrazó con fuerza antes de apartarse y besarla en la frente.

–Parece que los primeros clientes están llegando.

Cara se giró para mirar atrás y vio una figura alta a través de la franja que quedaba entre las gruesas cortinas que separaban la barra VIP del resto del club. Por alguna razón que desconocía la recorrió un escalofrío, aunque no le dio importancia y se volvió para mirar a Rob. Decidió que se marcharía enseguida. Tenía poco equipaje que hacer para volver a casa, a Dublín, pero gracias a ello estaría lista cuando, por la mañana, llegara el abogado para tomar posesión de las llaves del apartamento. De pronto la idea de regresar a ese enorme y vacío piso sin alma la atemorizó al recordar la visita que había recibido allí mismo la noche anterior, tras el funeral.

Cormac, su hermano, la había dejado únicamente con la ropa que llevaba encima. Desde que sus padres murieron y él se había hecho cargo de su hermana de dieciséis años, no había dejado de dejar constancia de que lo enfurecía esa obligación fraternal que le habían impuesto. Pero pronto se había aprovechado de la presencia de Cara, al verla como una asistenta del hogar interna. Ella no se había esperado nada más, pero había sido un gran impacto descubrir que su hermano no sólo tenía unas deudas astronómicas, sino que…

Rob la sacó de esos pensamientos al reclamar su atención y ella se sintió agradecida.

–Cielo, no mires, pero esa figura que estaba mirando aquí dentro es el espécimen de hombre más divino que he visto en la vida. No lo echaría de la cama por hablar demasiado, eso seguro.

Por alguna razón, Cara volvió a sentir ese extraño escalofrío, pero sonrió a Rob, agradecida por la distracción que le ofrecía.

–Oh, vamos. Eso lo dices de todos.

–No. Éste… no se parece a ninguno que haya visto antes, pero por desgracia la intuición me dice que es heterosexual. Oh, aquí viene. Debe de ser alguien importante. Cara, cielo, levántate y sonríe. Te digo una cosa, un pequeño flirteo y una noche ardiente con un hombre así te harán olvidar para siempre los recuerdos sobre el tirano de tu hermano. Es lo que necesitas ahora mismo, un poco de diversión antes de volver a casa y empezar de nuevo.

Y entonces, vio a Rob dirigir su atención hacia el misterioso extraño, cuya presencia podía sentir a su lado.

–Buenas noches, señor –le dijo Rob alegremente–. ¿Qué le pongo?

A Cara se le erizó el vello ante la presencia del hombre y decidió hacer caso omiso del consejo de su amigo. No tenía la más mínima intención de dejarse llevar por una noche de pasión con nadie, y mucho menos con un completo desconocido. Sobre todo, la noche después del funeral de su hermano, y especialmente porque en sus veintidós años de edad nunca había experimentado ninguna clase de pasión.

Con la intención de marcharse, se giró sobre el taburete, pero antes de poder darse cuenta se vio cara a cara con el extraño, un ángel caído que la estaba mirando fijamente. Un oscuro ángel caído, con unos brillantes ojos verdes y dorados bajo unas largas y negras pestañas. Cejas negras. Pómulos altos. Unos labios que Cara deseó besar en ese mismo instante, para sentirlos y saborearlos.

En cuestión de segundos, además de darse cuenta de que tenía unos hombros muy anchos y de que mediría más de un metro ochenta, supo que tenía la clase de cuerpo que le volvería loco a Rob. Llevaba un grueso abrigo, pero por debajo del botón de arriba de la camisa se veía una suave piel aceituna y un escaso y crespo vello negro.

Cara no podía entender la ardiente sensación que invadía su cuerpo, el crepitar en su sangre cuando sus miradas se quedaron enganchadas durante lo que parecieron siglos. Se le cortó la respiración y sintió un mareo, como si se tambaleara. ¡Y eso que seguía sentada en el taburete!

–¿Señor?

El hombre esperó un instante antes de mirar a Rob e indicarle algo. Cara se sintió como si hubiera estado suspendida en el aire y ahora, de pronto, estuviera precipitándose de vuelta a la tierra. Fue una sensación de lo más extraña. La voz del hombre era profunda y grave, acentuada, y antes de que pudiera darse cuenta, Rob estaba sirviéndole otra copa de brandy.

–Es de parte del caballero.

Rob se alejó mientras silbaba en voz baja.

–Oh, no, de verdad. Iba a marcharme ahora mismo…

–Por favor. No te marches por mí.

Esa voz dirigida directamente a ella la golpeó como si fuera una bola de demolición. Era intensa y tenía ese delicioso acento extranjero. Cuando él le sonrió, la habitación pareció darle vueltas.

–Yo… –dijo Cara, sin lograr nada.

El hombre se quitó el abrigo y la chaqueta revelando el impresionante cuerpo que Cara había sospechado que se escondería debajo. Su ancho torso estaba a escasos centímetros de ella y el tono oscuro de su vello era visible a través de la seda de la camisa, en la que se marcaban unos definidos pectorales. Se sentó en un taburete a su lado y entonces ella supo que estaba perdida porque en cuestión de segundos ese completo desconocido había despertado su cuerpo de un letargo de veintidós años.

–Bueno… está bien. Me tomaré la copa a la que me has invitado –logró decir antes de agarrar el vaso.

–¿Cómo te la llamas?

–Cara. Cara Brosnan –respondió tras pensar en ello por un segundo.

Él le dirigió una mirada enigmática.

–Cara… –pronunció el hombre con un sensual acento haciendo que a ella se le pusiera la piel de gallina.

En una pequeña porción de su desconcertado cerebro, se preguntó si se había vuelto loca y a qué se debía esa inesperada reacción. ¿Estaría provocada por el impacto de los últimos días? ¿Por el gran dolor que sentía? Porque, aunque no podía decir que quisiera a su hermano después de los muchos años en los que había abusado de ella, no habría sido humana si no hubiera llorado la mejor parte de él y el hecho de que ahora ya no le quedara familia. Sin embargo, sentía más pena por Allegra, la novia de su hermano, que también había muerto en el accidente de coche.

–¿Y eres de…? –le preguntó el hombre enarcando una ceja y adquiriendo así un aspecto algo diabólico.

–Irlanda. Regreso allí mañana. He estado viviendo aquí desde que tenía dieciséis años, pero ahora vuelvo a casa.

Cara estaba balbuceando y lo sabía. Él la estaba mirando con intensidad, como si quisiera meterse en su cabeza, y enseguida ella supo que un hombre como ése podía consumirla por completo. Al pensar en ello, sintió un calor en su vientre y humedad entre las piernas. Estaba perdiéndose en sus ojos mientras él la miraba.

–En ese caso, brindo por los nuevos comienzos. No todo el mundo tiene la suerte de volver a empezar.

Cara captó cierta intención en su voz, pero él estaba sonriendo. Brindaron, bebieron y en ese momento Cara sintió el deseo de seguir conversando con él.

–¿Y tú? ¿Cómo te llamas y de dónde eres?

Él tardó algo de tiempo en responder, como si estuviera meditando sobre ello, pero finalmente dijo:

–Soy de Italia… Enzo. Encantado de conocerte.

A Cara se le cortó la respiración. Allegra también era de Italia, de Sardinia. Era una coincidencia, y muy dolorosa, por cierto. Él extendió una gran mano de dedos largos y Cara se la estrechó con su pequeña mano cubierta de las pecas que tanto había detestado durante años.

Impotente por el torrente de sensaciones que estaban recorriéndole el cuerpo ante su tacto, se le secó la boca y lo miró con intensidad mientras él le dedicaba una sexy y devastadora sonrisa.

«¡Oh, Dios mío!».

Finalmente, Cara retiró la mano y la escondió bajo la pierna. De pronto sintió la necesidad de alejarse de esa intensidad, no estaba acostumbrada a algo así. Estaba asustadísima y bajó del taburete como pudo, aunque al hacerlo rozó el cuerpo del hombre provocando diminutas explosiones dentro de ella.

–Discúlpame. Tengo que ir al lavabo.

Con piernas temblorosas, salió de la zona VIP y cruzó el club, que estaba llenándose con rapidez y cuya música se oía a través de las cortinas de terciopelo. Entró en el aseo, cerró la puerta y se apoyó en el lavabo. Vio su reflejo en el espejo y sacudió la cabeza. Estar lejos de ese hombre no la estaba ayudando a calmarse ni a mitigar el rubor de sus mejillas. Tenía su imagen clavada en la mente.

¿Por qué le estaba pasando eso? ¿Y precisamente esa noche? Ella no tenía nada de especial: cabello rojo oscuro largo y liso, ojos verdes con tonos avellana y una piel clara y pecosa. Demasiado pecosa. Un cuerpo larguirucho y nada de maquillaje. Eso era todo lo que veía.

De pronto la invadió una extraña euforia: al día siguiente volvería a casa y se alejaría de Londres, que nunca había sido su hogar. El hecho de que ese club y sus empleados hubieran sido como su casa después de la muerte de sus padres, lo decía todo.

Pero entonces, de pronto, el terrible recuerdo del accidente volvió a incrustarse en su cerebro. Fue como revivir una película de miedo; ese momento en el que vio el coche ir hacia ellos y fue incapaz de gritar a Cormac para avisarlo. Sintió un fuerte dolor en su interior y bajó la mirada. ¿Cómo podía haberse olvidado por un segundo de la tragedia acaecida hacía escasos días y de la que, según los médicos, había sobrevivido milagrosamente?

Enzo. El corazón se le detuvo un instante antes de volverle a latir. Él le había hecho olvidar por un momento y le estaba haciendo olvidar en ese mismo instante. Volvió a mirarse en el espejo ignorando el brillo de sus ojos; no le sorprendería que él se hubiera marchado cuando volviera a la barra. Conocía demasiado bien a esa clase de hombres; los que frecuentaban el pub eran hombres de negocios que competían por ver quién compraba el champán más caro y quién se iba con las mujeres más bellas.

Sin embargo, Cara tenía que ser sincera consigo misma porque Enzo no le había dado esa impresión. Parecía demasiado sofisticado. No había duda de que era rico, eso se veía a la legua, y sólo ese detalle la hacía estremecerse porque ya había visto a demasiados millonarios y detestaba la obsesión de muchos de ellos por el poder. Contempló la idea de pedirle a uno de sus compañeros que fuera a la barra para recuperar sus cosas y así evitar volver a verlo, pero decidió despojarse de su miedo. Podría ocuparse de la situación… si es que él seguía allí…

Sin embargo, cuando Cara volvió a entrar en la zona VIP, Enzo ya se había ido y, a pesar de habérselo esperado, la invadió una fuerte decepción. Aún estaba intentando controlar esa reacción cuando Joe, uno de los camareros, le entregó una nota:

 

Cielo, he tenido que irme… una crisis doméstica con Simon. ¡Te llamo mañana antes de que te marches! Robbie.

 

De nuevo, decepción, ya que había tenido la esperanza de que la nota fuera de Enzo, lo cual era ridículo ya que sólo habían hablado durante escasos minutos.

Cuando estaba recogiendo su teléfono y su abrigo, oyó un ruido tras ella, una voz familiar.

–¿Es demasiado tarde para pedirte que tomes otra copa conmigo?

¡No se había ido! Un gran alivio la embargó y sintió que no quería que ese hombre volviera a alejarse de ella. Se giró y, al mirarlo a la cara, volvió a perderse en esos fascinantes ojos y quedó cautivada por la brusca belleza de su rostro.

–Bien. He reservado una mesa privada y he pedido una botella de champán.

Cara se vio incapaz de responder con coherencia y Enzo la tomó del brazo para llevarla hacia la mesa.

–Bueno –dijo él–. Pues aquí estamos.

Se inclinó hacia delante y su rostro quedó iluminado por la suave luz de la lámpara que pendía sobre sus cabezas. Sin duda era el hombre más guapo que había visto en su vida.

–Dime, ¿vienes mucho por aquí?

Cara sonrió.

–Es como mi segunda casa –inmediatamente imaginó lo mal que debían de haber sonado esas palabras y se apresuró a aclararlo–. Eso es porque…

En ese momento una camarera apareció allí con el champán interrumpiendo la explicación de Cara y, para cuando volvieron a quedarse solos y Enzo sirvió las copas, ya había olvidado cuál había sido la pregunta.

–Brindo por esta noche.

–¿Por qué por esta noche?

–Porque creo que va a ser… catártica –respondió él antes de dar un sorbo de champán.

Qué cosa tan rara por la que brindar, pensó Cara, que también bebió saboreando las burbujas que le recorrían la garganta. No podía creer que estuviera allí sentada, con su vestido de trabajo y bebiendo champán con ese enigmático hombre. En todo el tiempo que llevaba trabajando allí, nunca había conocido a nadie como él, y eso que por ese exclusivo local pasaban los hombres más ricos del mundo; las presas favoritas de su hermano, y la razón por la que ella había conseguido empleo allí.

Al menos el vestido era lo suficientemente apropiado: sencillo y negro. La única pega era que era demasiado corto, pero Simon, el novio de Rob, insistía en que diera el aspecto de ser la chica más importante del local. Y con Barny allí para protegerla de las malas intenciones de algunos, por lo general evitaba situaciones comprometidas. Algo de lo que Simon había sido consciente al contratarla, ya que la vio demasiado joven como para trabajar en el club. Al final había decidido darle un puesto en la puerta.

–Háblame de ti, Cara.

Estaba haciéndolo otra vez, pronunciando su nombre con ese sutil acento, y entonces Cara se dio cuenta de que deseaba hacer exactamente lo que Rob le había sugerido: dejarse llevar y permitir que ese extraño la ayudara a olvidar su dolor y su pesar.

Para sufrir ya tendría tiempo cuando volviera a casa e intentara comenzar de nuevo. Al pensar en ello, la amenaza de la noche anterior volvió a colarse en su cabeza, pero logró volver a enterrar su miedo. Por el momento, y al lado de ese hombre, podía fingir que todo iba bien… ¿o no?

 

 

Enzo enarcó las cejas.

–¿Tienes un título en Empresariales?

Cara asintió, orgullosa del título que había obtenido por fin hacía escasas semanas, y no muy segura de por qué él se mostraba tan incrédulo. Tal vez era uno de esos hombres que no creía que las mujeres pudieran estudiar y trabajar, aunque, por otro lado, no parecía ser de esa clase. La botella de champán estaba medio vacía y sentía una deliciosa sensación en la cabeza.

–¿Pero no has ido a la universidad?

–¿Te lo he dicho? –