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Rechazo cruel El multimillonario Vicenzo Valentini creía que Cara Brosnan había tenido un papel determinante en la muerte de su hermana, y la buscó para hacérselo pagar. La sedujo, le reveló su identidad… y después la rechazó cruelmente. Pero Cara no había hecho nada malo. Se sentía avergonzada por haberle entregado su virginidad al despiadado Vicenzo y, por si eso fuera poco, acababa de descubrir que estaba embarazada. Ahora el italiano con un oscuro corazón volvía a reclamarla, pero en esta ocasión ¡como su esposa! Tres semanas en Atenas Lucy Proctor observa a las mujeres que entran y salen de la vida de Aristóteles Levakis. No tiene deseos de imitarlas, a pesar de lo arrebatadoramente guapo que es. Está contenta siendo su secretaria, ¡o al menos es lo que se dice a sí misma una y otra vez! Ari no debería encontrar atractiva a su regordeta y mojigata secretaria, pero algo en ella le llama la atención. Sabe que sólo existe una manera de superar su deseo: saciarlo. ¡Tres semanas en Atenas debería ser tiempo suficiente para conocer mejor a su prudente secretaria!
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Seitenzahl: 403
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 435 - septiembre 2022
© 2009 Abby Green
Rechazo cruel
Título original: Ruthlessly Bedded, Forcibly Wedded
© 2009 Abby Green
Tres semanas en Atenas
Título original: Ruthless Greek Boss, Secretary Mistress
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-029-8
Créditos
Índice
Rechazo cruel
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Tres semanas en Atenas
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
VICENZO Valentini miró durante un largo rato los fríos rasgos de la mujer muerta. Su hermana pequeña. Sólo tenía veinticuatro años y toda la vida por delante. Pero ya no. Esa vida se había apagado en un terrible accidente de coche y él había llegado demasiado tarde para evitarlo, para protegerla.
Debería haber seguido sus instintos y haberle insistido en que volviera a casa semanas antes… Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta del peligro en que se encontraba su hermana.
Ese pensamiento le hizo apretar los puños mientras el dolor y la culpabilidad lo invadían. Luchó por mantener el control, tenía que calmarse y llevarse a su hermana a casa. Su padre y él la llorarían allí, y no en ese frío país donde la habían seducido aprovechándose de su inocencia, marcando así el oscuro camino que la había conducido hasta ese trágico final. Alargó una temblorosa mano y deslizó un dedo sobre una mejilla helada. Eso casi lo hundió. El accidente no le había marcado la cara y eso hacía que fuera más difícil de soportar todavía, porque le parecía que su hermana volvía a tener ocho años, cuando se aferraba con fuerza a su mano. Haciendo acopio de todo su control, se inclinó hacia delante y la besó en su húmeda frente sin vida.
Se giró bruscamente y, con una voz ronca por el dolor, dijo:
–Sí. Es mi hermana. Allegra Valentini –una parte de él no podía creer que estuviera pronunciando esas palabras, que no se tratara de una terrible pesadilla. Se apartó a un lado para dejar que el empleado de la morgue subiera la cremallera de la funda que envolvía el cuerpo.
Vicenzo murmuró algo ininteligible y salió de la sala embargado por una claustrofóbica sensación para dirigirse al hospital, deseando respirar algo de aire fresco. Aunque era una estupidez porque el hospital se encontraba exactamente en mitad de un Londres cargado de humo.
Una vez fuera, respiró hondo, ignorando las miradas que atraía con su cuerpo alto y esbelto y su magnífico físico de piel aceituna. Parecía un dechado de potente masculinidad contra el telón de fondo del hospital bajo la luz de la mañana.
No veía nada más que el dolor que sentía por dentro. El doctor lo había descrito como un trágico accidente, pero Vicenzo sabía que había sido mucho más que eso. Dos personas habían muerto en el choque: su hermana, su bella, querida e indomable Allegra, y su artero amante, Cormac Brosnan. El hombre que la había seducido premeditadamente, con una mano puesta sobre su fortuna y con la otra evitando que Vicenzo interfiriera. La rabia volvía a arder en su interior. No había presentido lo que Brosnan tramaba hasta que ya había sido demasiado tarde y ahora lo sabía todo, pero esa información ya no suponía nada porque no servía para traer de vuelta a Allegra.
Pero una persona había sobrevivido al choque. Una persona había salido de ese hospital justo una hora después de que la hubieran atendido la noche anterior. Recordó las palabras del doctor:
«No tiene ni el más mínimo rasguño en su cuerpo, es realmente increíble. Era la única que llevaba el cinturón de seguridad y no hay duda de que eso le salvó la vida. Es una mujer afortunada».
Una mujer afortunada. Cara Brosnan. La hermana de Cormac. Los informes decían que era Cormac el que conducía, pero eso no hacía que Cara Brosnan fuera menos responsable. Vicenzo apretó los puños con más fuerza, tenía la mandíbula tan tensa que se estaba haciendo daño. Había tenido que enfrentarse al desmoralizador momento en que el médico le había informado de que su hermana tenía altos niveles de drogas y alcohol en el organismo.
Cuando su conductor se detuvo frente a las escaleras del hospital, se obligó a moverse y se sentó en el asiento trasero. Según se alejaban de ese nefasto lugar, tuvo que contener un momento de pánico en el que sintió la necesidad de decirle al conductor que se detuviera y volver para ver a Allegra una última vez; como si tuviera que asegurarse de que estaba realmente muerta, de que se había marchado para siempre.
Pero no lo hizo y controló ese momento de pánico. Estaba muerta y su cuerpo era lo único que yacía allí. Era consciente de que ésa había sido la única vez en años que algo lo había golpeado a través del alto muro de hierro que había levantado para proteger sus emociones… y su corazón. Desde ese momento se había vuelto más fuerte e impermeable y ahora tenía que hacer uso de esa fuerza. Sobre todo por el bien de su padre. Tras conocer la muerte de su única y amada hija, había sufrido un leve infarto y seguía en el hospital.
Atrapados en la hora punta londinense, su menté volvió a centrarse en la mujer que había tenido mucho que ver en ese terrible y trágico día. El hermano de esa mujer estaba muerto, pero los dos eran igual de culpables por lo que habían planeado juntos. Eran un equipo y Vicenzo sabía que no descansaría hasta que la obligara a sentir parte del dolor que él estaba sintiendo ahora. El hecho de que ella hubiera salido del hospital tan poco tiempo después del choque, hacía que ese amargo sentimiento fuera más fuerte todavía. Había salido ilesa e impune.
Ahora tenía que esperar antes de poder llevarse a casa a su hermana, donde la enterrarían con sus antepasados mucho antes de lo que debería haber sido.
Observó las concurridas calles por las que pasaban personas centradas en sus asuntos y a las que no les importaba nada el resto del mundo. Cara Brosnan era una de esas personas.
Y en ese mismo momento, Vicenzo supo que haría todo lo posible por encontrarla y hacerle enfrentarse a lo que se merecía.
Seis días después
PERO Rob, estoy bien para trabajar y mañana regreso a Dublín. No es que esté al otro lado del mundo –Cara no pudo evitar que la voz le temblara.
–Sí, claro, y yo acabo de ver un cerdo volando. Siéntate en ese taburete antes de que te caigas. No vas a trabajar en tu última noche aquí. Te he prometido el sueldo de dos semanas y aún te debemos las propinas –le dijo el guapo hombre mientras le servía una copa de brandy–. Toma. Ayer, en el funeral, parecía como si fueras a caerte redonda.
Cara se dio por vencida y se sentó en el alto taburete. Lo que la rodeaba era un lugar oscuro, cálido y familiar, que había sido su hogar durante los últimos años. La emoción la embargó ante las atenciones de su viejo amigo.
–Gracias, Rob. Y gracias por venir conmigo ayer. No creo que pudiera haberlo hecho sola. Significó mucho para mí que Barney, Simon y tú estuvierais allí.
Él se acercó y le agarró la mano.
–Cielo, de ningún modo habríamos dejado que pasaras por eso tú sola. Cormac ya se ha ido. Se acabó. Y ese accidente no fue culpa tuya, así que no quiero volver a oír una palabra al respecto. Es un milagro que no te arrastrara con él. Sabes muy bien que era cuestión de tiempo que sucediera algo.
«Sí, pero podría haber intentado detenerlos… proteger a Allegra…». Esas palabras resonaban en la cabeza de Cara. Las palabras de Rob pretendían reconfortarla, pero no hacían sino remover las amargas emociones que siempre estaban presentes; el terrible sentimiento de culpabilidad por no haber logrado evitar que Cormac no condujera esa noche. Se había subido en el coche con ellos porque estaba sobria y quería asegurarse de que no cometían ningún descuido…
Pero Rob no necesitaba saberlo.
Cara le sonrió, intentando hacerle creer que se encontraba bien.
–Lo sé.
–¿Lo ves? Ésa es mi chica. Ahora, bébete eso y te sentirás mucho mejor.
Cara hizo lo que le dijo, arrugando la nariz mientras el líquido le quemaba la garganta. Sintió el efecto de inmediato, cálido y relajante. Movida por un impulso, se inclinó sobre la barra y llevó a Rob hacia sí, para besarlo en los labios y abrazarlo. Significaba mucho para ella y no podía imaginar lo vacía y desesperada que sería su vida sin tenerlo como amigo.
Él la abrazó con fuerza antes de apartarse y besarla en la frente.
–Parece que los primeros clientes están llegando.
Cara se giró para mirar atrás y vio una figura alta a través de la franja que quedaba entre las gruesas cortinas que separaban la barra VIP del resto del club. Por alguna razón que desconocía la recorrió un escalofrío, aunque no le dio importancia y se volvió para mirar a Rob. Decidió que se marcharía enseguida. Tenía poco equipaje que hacer para volver a casa, a Dublín, pero gracias a ello estaría lista cuando, por la mañana, llegara el abogado para tomar posesión de las llaves del apartamento. De pronto la idea de regresar a ese enorme y vacío piso sin alma la atemorizó al recordar la visita que había recibido allí mismo la noche anterior, tras el funeral.
Cormac, su hermano, la había dejado únicamente con la ropa que llevaba encima. Desde que sus padres murieron y él se había hecho cargo de su hermana de dieciséis años, no había dejado de dejar constancia de que lo enfurecía esa obligación fraternal que le habían impuesto. Pero pronto se había aprovechado de la presencia de Cara, al verla como una asistenta del hogar interna. Ella no se había esperado nada más, pero había sido un gran impacto descubrir que su hermano no sólo tenía unas deudas astronómicas, sino que…
Rob la sacó de esos pensamientos al reclamar su atención y ella se sintió agradecida.
–Cielo, no mires, pero esa figura que estaba mirando aquí dentro es el espécimen de hombre más divino que he visto en la vida. No lo echaría de la cama por hablar demasiado, eso seguro.
Por alguna razón, Cara volvió a sentir ese extraño escalofrío, pero sonrió a Rob, agradecida por la distracción que le ofrecía.
–Oh, vamos. Eso lo dices de todos.
–No. Éste… no se parece a ninguno que haya visto antes, pero por desgracia la intuición me dice que es heterosexual. Oh, aquí viene. Debe de ser alguien importante. Cara, cielo, levántate y sonríe. Te digo una cosa, un pequeño flirteo y una noche ardiente con un hombre así te harán olvidar para siempre los recuerdos sobre el tirano de tu hermano. Es lo que necesitas ahora mismo, un poco de diversión antes de volver a casa y empezar de nuevo.
Y entonces, vio a Rob dirigir su atención hacia el misterioso extraño, cuya presencia podía sentir a su lado.
–Buenas noches, señor –le dijo Rob alegremente–. ¿Qué le pongo?
A Cara se le erizó el vello ante la presencia del hombre y decidió hacer caso omiso del consejo de su amigo. No tenía la más mínima intención de dejarse llevar por una noche de pasión con nadie, y mucho menos con un completo desconocido. Sobre todo, la noche después del funeral de su hermano, y especialmente porque en sus veintidós años de edad nunca había experimentado ninguna clase de pasión.
Con la intención de marcharse, se giró sobre el taburete, pero antes de poder darse cuenta se vio cara a cara con el extraño, un ángel caído que la estaba mirando fijamente. Un oscuro ángel caído, con unos brillantes ojos verdes y dorados bajo unas largas y negras pestañas. Cejas negras. Pómulos altos. Unos labios que Cara deseó besar en ese mismo instante, para sentirlos y saborearlos.
En cuestión de segundos, además de darse cuenta de que tenía unos hombros muy anchos y de que mediría más de un metro ochenta, supo que tenía la clase de cuerpo que le volvería loco a Rob. Llevaba un grueso abrigo, pero por debajo del botón de arriba de la camisa se veía una suave piel aceituna y un escaso y crespo vello negro.
Cara no podía entender la ardiente sensación que invadía su cuerpo, el crepitar en su sangre cuando sus miradas se quedaron enganchadas durante lo que parecieron siglos. Se le cortó la respiración y sintió un mareo, como si se tambaleara. ¡Y eso que seguía sentada en el taburete!
–¿Señor?
El hombre esperó un instante antes de mirar a Rob e indicarle algo. Cara se sintió como si hubiera estado suspendida en el aire y ahora, de pronto, estuviera precipitándose de vuelta a la tierra. Fue una sensación de lo más extraña. La voz del hombre era profunda y grave, acentuada, y antes de que pudiera darse cuenta, Rob estaba sirviéndole otra copa de brandy.
–Es de parte del caballero.
Rob se alejó mientras silbaba en voz baja.
–Oh, no, de verdad. Iba a marcharme ahora mismo…
–Por favor. No te marches por mí.
Esa voz dirigida directamente a ella la golpeó como si fuera una bola de demolición. Era intensa y tenía ese delicioso acento extranjero. Cuando él le sonrió, la habitación pareció darle vueltas.
–Yo… –dijo Cara, sin lograr nada.
El hombre se quitó el abrigo y la chaqueta revelando el impresionante cuerpo que Cara había sospechado que se escondería debajo. Su ancho torso estaba a escasos centímetros de ella y el tono oscuro de su vello era visible a través de la seda de la camisa, en la que se marcaban unos definidos pectorales. Se sentó en un taburete a su lado y entonces ella supo que estaba perdida porque en cuestión de segundos ese completo desconocido había despertado su cuerpo de un letargo de veintidós años.
–Bueno… está bien. Me tomaré la copa a la que me has invitado –logró decir antes de agarrar el vaso.
–¿Cómo te la llamas?
–Cara. Cara Brosnan –respondió tras pensar en ello por un segundo.
Él le dirigió una mirada enigmática.
–Cara… –pronunció el hombre con un sensual acento haciendo que a ella se le pusiera la piel de gallina.
En una pequeña porción de su desconcertado cerebro, se preguntó si se había vuelto loca y a qué se debía esa inesperada reacción. ¿Estaría provocada por el impacto de los últimos días? ¿Por el gran dolor que sentía? Porque, aunque no podía decir que quisiera a su hermano después de los muchos años en los que había abusado de ella, no habría sido humana si no hubiera llorado la mejor parte de él y el hecho de que ahora ya no le quedara familia. Sin embargo, sentía más pena por Allegra, la novia de su hermano, que también había muerto en el accidente de coche.
–¿Y eres de…? –le preguntó el hombre enarcando una ceja y adquiriendo así un aspecto algo diabólico.
–Irlanda. Regreso allí mañana. He estado viviendo aquí desde que tenía dieciséis años, pero ahora vuelvo a casa.
Cara estaba balbuceando y lo sabía. Él la estaba mirando con intensidad, como si quisiera meterse en su cabeza, y enseguida ella supo que un hombre como ése podía consumirla por completo. Al pensar en ello, sintió un calor en su vientre y humedad entre las piernas. Estaba perdiéndose en sus ojos mientras él la miraba.
–En ese caso, brindo por los nuevos comienzos. No todo el mundo tiene la suerte de volver a empezar.
Cara captó cierta intención en su voz, pero él estaba sonriendo. Brindaron, bebieron y en ese momento Cara sintió el deseo de seguir conversando con él.
–¿Y tú? ¿Cómo te llamas y de dónde eres?
Él tardó algo de tiempo en responder, como si estuviera meditando sobre ello, pero finalmente dijo:
–Soy de Italia… Enzo. Encantado de conocerte.
A Cara se le cortó la respiración. Allegra también era de Italia, de Sardinia. Era una coincidencia, y muy dolorosa, por cierto. Él extendió una gran mano de dedos largos y Cara se la estrechó con su pequeña mano cubierta de las pecas que tanto había detestado durante años.
Impotente por el torrente de sensaciones que estaban recorriéndole el cuerpo ante su tacto, se le secó la boca y lo miró con intensidad mientras él le dedicaba una sexy y devastadora sonrisa.
«¡Oh, Dios mío!».
Finalmente, Cara retiró la mano y la escondió bajo la pierna. De pronto sintió la necesidad de alejarse de esa intensidad, no estaba acostumbrada a algo así. Estaba asustadísima y bajó del taburete como pudo, aunque al hacerlo rozó el cuerpo del hombre provocando diminutas explosiones dentro de ella.
–Discúlpame. Tengo que ir al lavabo.
Con piernas temblorosas, salió de la zona VIP y cruzó el club, que estaba llenándose con rapidez y cuya música se oía a través de las cortinas de terciopelo. Entró en el aseo, cerró la puerta y se apoyó en el lavabo. Vio su reflejo en el espejo y sacudió la cabeza. Estar lejos de ese hombre no la estaba ayudando a calmarse ni a mitigar el rubor de sus mejillas. Tenía su imagen clavada en la mente.
¿Por qué le estaba pasando eso? ¿Y precisamente esa noche? Ella no tenía nada de especial: cabello rojo oscuro largo y liso, ojos verdes con tonos avellana y una piel clara y pecosa. Demasiado pecosa. Un cuerpo larguirucho y nada de maquillaje. Eso era todo lo que veía.
De pronto la invadió una extraña euforia: al día siguiente volvería a casa y se alejaría de Londres, que nunca había sido su hogar. El hecho de que ese club y sus empleados hubieran sido como su casa después de la muerte de sus padres, lo decía todo.
Pero entonces, de pronto, el terrible recuerdo del accidente volvió a incrustarse en su cerebro. Fue como revivir una película de miedo; ese momento en el que vio el coche ir hacia ellos y fue incapaz de gritar a Cormac para avisarlo. Sintió un fuerte dolor en su interior y bajó la mirada. ¿Cómo podía haberse olvidado por un segundo de la tragedia acaecida hacía escasos días y de la que, según los médicos, había sobrevivido milagrosamente?
Enzo. El corazón se le detuvo un instante antes de volverle a latir. Él le había hecho olvidar por un momento y le estaba haciendo olvidar en ese mismo instante. Volvió a mirarse en el espejo ignorando el brillo de sus ojos; no le sorprendería que él se hubiera marchado cuando volviera a la barra. Conocía demasiado bien a esa clase de hombres; los que frecuentaban el pub eran hombres de negocios que competían por ver quién compraba el champán más caro y quién se iba con las mujeres más bellas.
Sin embargo, Cara tenía que ser sincera consigo misma porque Enzo no le había dado esa impresión. Parecía demasiado sofisticado. No había duda de que era rico, eso se veía a la legua, y sólo ese detalle la hacía estremecerse porque ya había visto a demasiados millonarios y detestaba la obsesión de muchos de ellos por el poder. Contempló la idea de pedirle a uno de sus compañeros que fuera a la barra para recuperar sus cosas y así evitar volver a verlo, pero decidió despojarse de su miedo. Podría ocuparse de la situación… si es que él seguía allí…
Sin embargo, cuando Cara volvió a entrar en la zona VIP, Enzo ya se había ido y, a pesar de habérselo esperado, la invadió una fuerte decepción. Aún estaba intentando controlar esa reacción cuando Joe, uno de los camareros, le entregó una nota:
Cielo, he tenido que irme… una crisis doméstica con Simon. ¡Te llamo mañana antes de que te marches! Robbie.
De nuevo, decepción, ya que había tenido la esperanza de que la nota fuera de Enzo, lo cual era ridículo ya que sólo habían hablado durante escasos minutos.
Cuando estaba recogiendo su teléfono y su abrigo, oyó un ruido tras ella, una voz familiar.
–¿Es demasiado tarde para pedirte que tomes otra copa conmigo?
¡No se había ido! Un gran alivio la embargó y sintió que no quería que ese hombre volviera a alejarse de ella. Se giró y, al mirarlo a la cara, volvió a perderse en esos fascinantes ojos y quedó cautivada por la brusca belleza de su rostro.
–Bien. He reservado una mesa privada y he pedido una botella de champán.
Cara se vio incapaz de responder con coherencia y Enzo la tomó del brazo para llevarla hacia la mesa.
–Bueno –dijo él–. Pues aquí estamos.
Se inclinó hacia delante y su rostro quedó iluminado por la suave luz de la lámpara que pendía sobre sus cabezas. Sin duda era el hombre más guapo que había visto en su vida.
–Dime, ¿vienes mucho por aquí?
Cara sonrió.
–Es como mi segunda casa –inmediatamente imaginó lo mal que debían de haber sonado esas palabras y se apresuró a aclararlo–. Eso es porque…
En ese momento una camarera apareció allí con el champán interrumpiendo la explicación de Cara y, para cuando volvieron a quedarse solos y Enzo sirvió las copas, ya había olvidado cuál había sido la pregunta.
–Brindo por esta noche.
–¿Por qué por esta noche?
–Porque creo que va a ser… catártica –respondió él antes de dar un sorbo de champán.
Qué cosa tan rara por la que brindar, pensó Cara, que también bebió saboreando las burbujas que le recorrían la garganta. No podía creer que estuviera allí sentada, con su vestido de trabajo y bebiendo champán con ese enigmático hombre. En todo el tiempo que llevaba trabajando allí, nunca había conocido a nadie como él, y eso que por ese exclusivo local pasaban los hombres más ricos del mundo; las presas favoritas de su hermano, y la razón por la que ella había conseguido empleo allí.
Al menos el vestido era lo suficientemente apropiado: sencillo y negro. La única pega era que era demasiado corto, pero Simon, el novio de Rob, insistía en que diera el aspecto de ser la chica más importante del local. Y con Barny allí para protegerla de las malas intenciones de algunos, por lo general evitaba situaciones comprometidas. Algo de lo que Simon había sido consciente al contratarla, ya que la vio demasiado joven como para trabajar en el club. Al final había decidido darle un puesto en la puerta.
–Háblame de ti, Cara.
Estaba haciéndolo otra vez, pronunciando su nombre con ese sutil acento, y entonces Cara se dio cuenta de que deseaba hacer exactamente lo que Rob le había sugerido: dejarse llevar y permitir que ese extraño la ayudara a olvidar su dolor y su pesar.
Para sufrir ya tendría tiempo cuando volviera a casa e intentara comenzar de nuevo. Al pensar en ello, la amenaza de la noche anterior volvió a colarse en su cabeza, pero logró volver a enterrar su miedo. Por el momento, y al lado de ese hombre, podía fingir que todo iba bien… ¿o no?
Enzo enarcó las cejas.
–¿Tienes un título en Empresariales?
Cara asintió, orgullosa del título que había obtenido por fin hacía escasas semanas, y no muy segura de por qué él se mostraba tan incrédulo. Tal vez era uno de esos hombres que no creía que las mujeres pudieran estudiar y trabajar, aunque, por otro lado, no parecía ser de esa clase. La botella de champán estaba medio vacía y sentía una deliciosa sensación en la cabeza.
–¿Pero no has ido a la universidad?
–¿Te lo he dicho? –qué curioso, no recordaba haberle contado que había hecho el curso a distancia, desde casa–. Tienes razón, no he ido –estaba preguntándose cómo habían acabado hablando de ese tema cuando se oyó un pitido y él se disculpó para responder al teléfono. Al oír que decía algo sobre un padre enfermo, Cara le hizo una seña indicándole que le dejaría hablar en privado, pero él la detuvo agarrándola por el brazo.
Mientras hablaba en un fluido italiano, la miraba a los ojos y le acariciaba el interior de la muñeca. Cara tuvo que contenerse para no emitir un gemido, pero no pudo dejar de mirarlo y tampoco se apartó, a pesar de saber que con ello estaba dándole una señal tácita. ¡Era una locura!
Él terminó la conversación y la soltó con brusquedad, como si se arrepintiera de haberla agarrado.
–¿Va todo bien?
Le vio apretar la mandíbula mientras la miraba con intensidad.
–Es hora de salir de aquí.
¿Quería decir que se fueran juntos? No. ¿Por qué iba a querer un hombre así irse con ella?
–Mañana me espera un día duro, será mejor que yo también me vaya. Gracias por las copas.
Enzo ya había pagado y no hizo caso cuando ella intentó darle parte del dinero, algo que para Cara fue un alivio, porque aunque no le gustaba que nadie le pagara nada, no tenía demasiado dinero en el monedero. Rob se había marchado antes de poder darle el dinero de las propinas y aún faltaban un par de semanas hasta que recibiera el cheque de su último sueldo.
Juntos salieron del club para adentrarse en la oscuridad de las calles y el frío aire de comienzos de primavera. Era casi medianoche. Cara se estremeció levemente cuando Enzo la ayudó a ponerse el abrigo y le apartó su larga melena rozándole el cuello. Justo en ese momento alguien que hacía cola en la puerta del local la llamó y Enzo apartó las manos. Ella se giró y saludó con la mano a una actriz que frecuentaba el local.
–¿Es amiga tuya?
Cara se giró hacia Enzo, el corazón le latía con fuerza.
–No exactamente –dio un paso atrás, aunque descubrió que alejarse de él era más difícil de lo que quería admitir–. Mira, gracias por todo… y por las copas. Me ha gustado charlar contigo.
Él se la quedó mirando con las manos metidas en los bolsillos.
–¿De verdad quieres irte?
A ella se le helaron el corazón y el cerebro.
–¿Qué has dicho?
–Ven a mi hotel conmigo.
No era una pregunta, era prácticamente una orden que volvió a acelerarle el corazón. ¿Pero a quién intentaba engañar? No estaría preparada para un hombre tan viril como Enzo ni en un millón de años. Y sin embargo, mientras pensaba eso, su cuerpo se despertó haciéndole creer que él era el único hombre del mundo con el que podría hacer el amor.
Confundida, se apartó negando con la cabeza.
–Lo siento, yo no… –«no hago esa clase de cosas porque nunca antes lo he hecho». Independientemente de lo que su cuerpo pudiera estar diciéndole, su cabeza le estaba advirtiendo que saliera corriendo en la otra dirección.
Enzo estaba bajo la farola; tenía unos hombros enormes, un cuerpo esbelto e impresionante, y un rostro oscuro y pecaminoso. Todo lo que tenía que ver con él resultaba pecaminoso. Recordó las palabras de Rob. ¿Podría ese hombre hacerle olvidar? Sin embargo, mientras pensaba en ello para tomar una decisión, Enzo retrocedió. Al parecer, había perdido la oportunidad y eso la hizo sentirse decepcionada.
–Allora, buonanotte, Carla.
En ese instante, ella se dio cuenta de que nunca más volvería a ver a ese hombre y de pronto se preguntó cómo sería besarlo. Por otro lado, se recordó que todo eso formaba parte de una fantasía porque él estaba fuera de su alcance y, además, ¿no detestaba a los hombres que entraban en el club? Sin embargo, una voz dentro de ella le decía que tal vez era diferente.
Su recién despertado cuerpo parecía estar pidiéndole a gritos que le dijera: «Sí, espera, acepto tu ofrecimiento», pero en lugar de eso, dijo:
–Buenas noches, Enzo.
Se giró bruscamente y se alejó, con la respiración acelerada y el corazón palpitando con tanta fuerza que temió que se le fuera a salir del pecho. Y, por ridículo que parezca, en ese momento se sintió más sola de lo que se había sentido en toda su vida hasta la fecha. Cuando las lágrimas se acumularon en sus ojos, decidió que debían de ser causa de todos sus problemas y de la terrible semana que había pasado, y no de la increíble noche que había surgido como de la nada.
Al pasar por delante de la cola de gente que aguardaba para entrar en el club, oyó a una chica decir:
–Míralo… debe de estar loca para no irse con él…
Cara se detuvo en seco y se giró lentamente. Enzo ya no estaba mirándola, y ella podía verlo de espaldas esperando a que le entregaran su coche; podía ver su ancha espalda, su cabello negro, la masculina belleza de su cuerpo y el poder que denotaban su orgullosa pose y su altura. Pensar en no volver a verlo nunca le estaba causando un fuerte revuelo dentro del pecho.
De pronto no fue consciente de que sus pies la estaban arrastrando hacia una inevitable dirección: de vuelta a él. Y al instante se encontraba allí, tras él, aliviada. Le dio un toquecito en la espalda. Inmediatamente él se giró.
–¿Has cambiado de idea?
La sardónica arrogancia y el cinismo de su expresión no tuvieron ningún efecto en la patética debilidad que la había hecho volver a él. No pudo responder. Nunca en su vida había hecho algo tan impulsivo, aunque por otro lado, nunca había deseado ni nada ni a nadie con tanto anhelo. Se sentía protegida al pensar que se trataría de una única noche con ese maravilloso hombre y que después dejaría que todo su dolor y toda su pena volvieran. Pero durante las horas que estaban por delante podría ser otra persona. No la chica que se quedó huérfana con dieciséis años, ni la hermanita de la que se aprovechó su hermano mayor mientras ella esperaba que cambiara. Tampoco sería la chica que trabajaba día y noche para obtener una titulación. Ni la chica que se había visto involucrada en un terrible accidente de coche al que sólo ella había logrado sobrevivir.
Quería aferrarse a ese momento en el que podía dejarse llevar por la pasión, y así le respondió:
–Sí. Me gustaría acompañarte al hotel.
UN CHÓFER los llevaba hacia el hotel. Al instante de subir al coche, Cara se había puesto nerviosa porque el accidente aún estaba muy reciente en su cabeza, pero ante la mirada de Enzo, se había obligado a relajarse. No obstante, aún tenía las manos apretadas bajo los muslos y un ligero sudor le había cubierto la frente. El silencio los envolvía dentro del lujoso vehículo y ella podía sentir el calor que desprendía el cuerpo de Enzo, pero no lo miró. No podía hacerlo. Aunque, por alguna razón que no podía entender, estar a su lado la hacía sentirse bien. A medida que el coche avanzaba entre el tráfico, su miedo se iba disipando. Se sentía segura.
Cuando el coche se detuvo ante la puerta de un exclusivo pero discreto hotel, ese detalle se sumó al halo de misterio de Enzo porque se habría esperado que estuviera alojado en un lugar más ostentoso. Ese hotel era conocido por proteger la privacidad de sus famosos y poderosos clientes.
Enzo bajó del coche y le tendió la mano a Cara, que después de cerrar los ojos y respirar hondo, la aceptó. La llevó hasta el vestíbulo, donde el conserje lo saludó en italiano. Cuando subieron al ascensor seguían sin dirigirse palabra; ni siquiera hubo un intercambio de miradas. Cara estaba ardiendo por dentro y podía sentir sus pezones endurecidos contra la tela de su vestido.
Cuando se abrieron las puertas, se adentraron en un lujoso pasillo con una única puerta al fondo. Enzo abrió la puerta de su suite y Cara lo siguió hasta dentro, con los ojos abiertos como platos ante la espléndida habitación diseñada como una biblioteca victoriana.
Él le había soltado la mano para quitarse el abrigo y la chaqueta y se dirigió hacia la mesa sobre la que había distintos tipos de bebidas. Al verlo de espaldas, con ese corte de pelo que tanto le favorecía gracias a una forma de cabeza perfecta, volvió a temblar y no pudo creerse que de verdad estuviera allí.
–¿Te apetece una copa?
Negó con la cabeza y vio a Enzo servirse algo oscuro y dorado que se bebió de un trago antes de dejar el vaso sobre la mesa.
Se volvió para mirarla y el corazón de Cara se aceleró. Sin haberlo tocado siquiera, se sentía como si conociera a ese hombre, como si ya hubiera estado con él… lo cual era una locura.
–Ven aquí.
Y como en un sueño, respondiendo a un profundo deseo que había cobrado vida en su interior, caminó hacia él y se detuvo a escasa distancia.
Enzo recorrió el espacio que los separaba y le quitó el abrigo, que cayó al suelo. Ella lo miró a los ojos y lo que vio en ellos casi la derritió. Eran de un dorado oscuro y brillante y la miraban con intensidad. Sintió deseo, sintió pasión. Un torbellino de sensualidad inexplorada se había apoderado de ella y estaba lanzándola a ese nuevo mundo.
–Enzo, yo…
–Shh –le puso un dedo en los labios para hacerla callar, y en el fondo ella lo agradeció porque no estaba segura de lo que iba a decir. Por alguna razón, esa noche estaba marcada por una enigmática y silenciosa comunicación.
Él alzó las manos y rodeó con ellas el rostro de Cara, mientras enredaba los dedos en los sedosos mechones de su cabello. Se acercó más todavía y sus cuerpos se rozaron. Agachó la cabeza y ella cerró los ojos, incapaz de seguir manteniéndolos abiertos. El primer roce de los labios de Enzo fue fugaz. Cara comenzó a respirar de forma entrecortada e, instintivamente, alargó los brazos para agarrarlo por la cintura. Él le echó la cabeza atrás con delicadeza y ella abrió los ojos para mirar directamente a esos dos pozos dorados moteados de verde.
Tras un largo momento, él volvió a bajar la cabeza, pero en lugar de besarla donde ella más lo deseaba, en la boca, rozó con sus labios la delicada piel de sus sienes, de sus mejillas y más abajo, hasta donde el pulso latía aceleradamente bajo la piel de su cuello, que también saboreó.
Ella giró la cabeza en busca de su boca. Quería que la tomara, quería sentir sus lenguas entrelazadas…, pero Enzo parecía tener otras ideas. Cara de pronto se sintió desconcertada y no fue consciente del suave gemido de desesperación que escapó de su boca.
Los ojos de Enzo estaban centrados en su boca, pero en lugar de besarla, tal y como ella deseaba, posó una mano sobre su trasero y la llevó contra sí, haciéndole notar su excitación. En ese momento ella se olvidó de los besos y todo su deseo se concentró más al sur, en el centro de sus ingles.
Deslizó las manos a lo largo de la espalda de Enzo y pudo sentir los músculos que se movían bajo la seda de su camisa. Con impaciencia comprobó que deseaba sentir su piel y comenzó a sacarle la camisa de entre los pantalones, gimiendo suavemente cuando sus manos entraron en contacto con su cálida y suave espalda.
Enzo le echó atrás la cabeza para dejar al descubierto su cuello y volver a cubrirlo con la boca. La respiración de Cara era acelerada mientras ella movía las caderas instintivamente contra su cuerpo. Él se apartó y la miró con un fiero brillo en los ojos.
–Eres una hechicera.
–No, simplemente soy Cara…
Los ojos de Enzo se iluminaron con algo que ella no pudo descifrar, y él apretó la mandíbula. Se movió ligeramente, haciéndole sentir su poderosa erección. Al instante, la tomó en brazos y la llevó al dormitorio, igualmente suntuoso, con una gran cama con cuatro postes y cuya colcha estaba retirada, como invitándolos a entrar en ella.
La dejó en el suelo y, temblando, ella se quitó los zapatos; sus dedos se encogieron sobre la gruesa alfombra. Cuando después de apartar los cojines, él se giró para mirarla, Cara vio deseo en sus ojos y entonces supo que no podía echarse atrás. Era el destino. Estaba destinada a estar con ese hombre y estaba tan segura de ello que no lo dudó ni por un instante.
Caminó hacia él y alzó las manos para comenzar a desabrocharle la camisa. A medida que sus manos descendían y ese ancho torso iba siendo revelado, poco a poco, el temblor de sus dedos aumentaba más y más. Al llegar al último botón, Enzo le apartó las manos con impaciencia y se arrancó la camisa, que cayó sobre la alfombra.
Ante la desnuda extensión de su pecho, Cara se sonrojó. Alargó una reverente mano y lo tocó tímidamente, deslizando los dedos sobre sus duros pezones. Cuando lo miró a los ojos, éstos estaban cerrados.
Al instante, Enzo los abrió y la dinámica cambió. La giró y le levantó el pelo que le caía sobre la nuca, obviamente buscando una cremallera o algo para desabrocharle el vestido.
–Es un vestido jersey.
Él la giró hacia él, con un cómico gesto de impaciencia.
–¿Un qué?
Cara no pudo responder. Simplemente bajó las manos hasta el dobladillo de su vestido y lo fue subiendo, por sus muslos y caderas, por su cintura y su pecho, hasta que lo vio todo oscuro y supo que él estaba contemplando su cuerpo. No podía ver su reacción, pero la sentía en el aire.
Finalmente se sacó el vestido por la cabeza y, mientras lo apartaba, sintió su cabello cayéndole sobre la espalda. No podía mirar a Enzo, la timidez se lo impedía. Por otro lado, era consciente de que la ropa interior que llevaba debía de resultar muy aburrida en comparación con el encaje y la seda que suponía que llevarían las mujeres con las que estaba acostumbrado a estar. Lo suyo eran sencillas prendas de algodón blanco y, si no recordaba mal, ésas en particular eran tan viejas que tenían un agujero en la costura. De pronto sintió pánico; tenía los pechos demasiado pequeños y las caderas demasiado estrechas. Su hermano siempre le había dicho con sorna que tenía figura de chico.
Con la cabeza agachada, se cubrió el pecho con los brazos e inmediatamente sintió calor cuando Enzo fue hacia ella y se los bajó. Se sentía ridícula y no quería tener que ver desprecio en sus ojos ante ese cuerpo nada femenino.
Él le levantó la barbilla con un dedo, pero ella seguía con los ojos cerrados.
–Cara…
De nuevo su voz y su sensual acento la hicieron derretirse por dentro. Con reticencia, Cara abrió los ojos y ladeó la cabeza en un inconsciente gesto de dignidad antes de mirarlo a los ojos. La mirada que se encontró fue oscura, profunda y ardiente. Muy ardiente.
–Pero yo… no…
–¿No qué? –le preguntó él al recorrerle el cuerpo con la mirada fijándose en cada curva, en sus altos y firmes pechos y en sus tersos pezones que se clavaban contra el algodón del sujetador.
Cara sintió deseo al ver que no la estaba mirando con rechazo.
–Creí… creí que no me encontrarías…
–¿Atractiva?
Con gran elegancia, Enzo se quitó los pantalones. También se despojó de los zapatos y de los calcetines, revelando así unos pies grandes y bronceados. Tenía unas piernas largas y musculadas, las piernas de un atleta. Su mirada finalmente se detuvo en esa parte de él que seguía oculta bajo sus calzoncillos, que se tensaban con la erección que cubrían. Con la boca seca y una libido cada vez más intensa, lo vio desprenderse de ellos liberando lo que para Cara era una impresionante erección.
Él la llevó hacia sí, hasta que quedaron muslo con muslo, pecho con pecho.
Volvió a enredar las manos entre sus largos mechones de pelo mientras ella le besaba el cuello. Tenía un sabor salado y su pecho era como un enorme muro de acero.
Enzo deslizó su miembro entre sus piernas. La tela de las braguitas resultó ser una deliciosa tortura y Cara comenzó a mover las caderas impacientemente, en busca de una conexión más intensa, deseando encontrarse con él piel contra piel. Deseando tenerlo dentro de ella. Sabía que deseaba todo eso, a pesar de no haberlo experimentado nunca antes.
Enzo se sentó en la cama, frente a ella, y la llevó hacia sí. Cara pudo sentir cómo le desabrochaba el sujetador, que cayó para dejar al descubierto sus pechos y unos pezones que se endurecieron más todavía ante su mirada.
Le cubrió un pecho con la mano; una mano grande y bronceada contra una piel pálida y cubierta de pecas. La acercó más y ella tuvo que agarrarse a sus hombros. No estaba preparada para lo que vino a continuación, cuando él cubrió con su ardiente boca uno de sus pezones. Cara contuvo un gemido y respiró entrecortadamente sin dejar de aferrarse a sus hombros.
Entre sus piernas podía sentir su erección e instintivamente las cerró ligeramente, atrapándola. Él apartó la boca de su pecho.
–Hechicera –repitió.
Cuando le cubrió el otro pezón con la boca, Cara ya no pudo contener un grito de placer. Sentía tanta humedad en el vértice de sus muslos que eso la avergonzó. ¿Era normal?
Como si le leyera el pensamiento, Enzo comenzó a quitarle las braguitas, pero ella, movida por una repentina timidez, lo detuvo. ¿Y si lo que estaba sintiendo no era normal? Sin embargo, y con una sorprendente delicadeza, él terminó de desnudarla.
Estaba completamente desnuda. Expuesta. Sintió una mano sobre su nalga derecha y bajó la mirada hacia Enzo. Los dos respiraban entrecortadamente y su piel ya empezaba a brillar con una ligera capa de sudor.
Cuando notó la otra mano de Enzo entre sus piernas, se le cortó la respiración. El tono rojo del vello que le cubría esa zona de su cuerpo le hizo sentir vergüenza y le trajo recuerdos de las burlas que había recibido de pequeña por ser pelirroja. Pero Enzo no pareció fijarse en ello y Cara también lo olvidó enseguida al sentir esos largos dedos explorando los secretos pliegues de su sexo.
–Dio. Eres increíblemente receptiva…
Cara echó la cabeza hacia atrás y, con una desinhibición que no pudo controlar, separó más las piernas. Los dedos de Enzo se deslizaron hasta encontrar el cálido calor de su sexo, moviéndose hacia dentro y hacia fuera mientras ella agitaba las caderas contra su mano.
Levantó la cabeza y lo miró, verdaderamente perpleja ante todas esas sensaciones que parecían concentrarse alrededor de su vientre y entre sus piernas. Sus movimientos se volvieron más instintivos, más desesperados. Perdió el control de su propio cuerpo. Estaba literalmente en sus manos.
Se agarró a sus hombros y después, de pronto, quedó suspendida a una altura que desconocía que existiera. Con un solo movimiento del pulgar de Enzo contra ella, cayó en un cúmulo de sensaciones espasmódicas mientras todo su cuerpo se tensaba. El placer resultó tan exquisito que no pudo creer que hubiera esperado tanto tiempo para experimentarlo.
Todas esas estúpidas conversaciones que había oído durante años por fin cobraban sentido, pensó mientras Enzo la tendía sobre la cama. Ligeramente adormecida, le vio abrir un pequeño paquete plateado y sacar el preservativo que desenrolló a lo largo de su erección. Agradeció que no hubiera olvidado ese detalle porque eso era lo último en lo que ella habría pensado en ese momento y sabía que el hecho de no haber tenido protección no habría logrado echarla atrás en ese momento. No, cuando ya apenas podía recordar quién era.
Cuando él se tumbó a su lado, Cara sintió un deseo aún mayor recorriéndola y volviendo a despertar su cuerpo. Hacía un instante, se habría quedado dormida, pero ahora el deseo volvía a tomar forma y con más insistencia que antes. De algún modo sabía que lo que había experimentado no sería nada comparado con lo que estaba a punto de experimentar, pero… ¿podría soportar un placer más intenso?
Abrió los ojos de par en par cuando él deslizó una mano sobre su cuerpo, sobre sus curvas y sobre las cumbres de sus pechos, antes de bajar la cabeza y cubrir con su boca uno de sus pezones. Cara gimió y le sujetó la cabeza contra sus pechos con un movimiento desesperado. Él movió su cuerpo hasta quedar entre sus piernas.
–Paciencia… –le dijo al alzarle las caderas y apartarle las piernas con unos poderosos muslos. Cara pudo sentir su pene contra los todavía resbaladizos y sensibles pliegues de su sexo–. Dime cuánto deseas esto –le pidió Enzo con cierta brusquedad haciendo que la excitación de Cara se disparara.
–Como no he deseado nada nunca –respondió. En ese momento supo que estaba allí porque sentía mucho más que una simple conexión física con ese hombre.
–Dime que lo necesitas –le dijo, y con un diminuto y sutil movimiento Cara lo sintió deslizarse en su interior.
–Oh…
Él se adentró un poco más.
–Dímelo –le pidió con la voz entrecortada.
Obedeciendo a sus instintos más primarios, Cara alzó las caderas ayudándolo a deslizarse más adentro.
–Necesito esto. Te necesito a ti. Por favor, Enzo… por favor…
Con un intenso gemido de masculina satisfacción, Enzo sujetó las caderas de Cara antes de tomar uno de sus pezones en su boca mientras se movía dentro de ella. Cara gritó, incapaz de contenerse. Había oído historias sobre el dolor de la primera vez, pero lo único que sintió fue un placer tan intenso y puro que podría haber llorado.
Enzo se retiró levemente.
–¿Te he hecho daño?
Ella negó con la cabeza enérgicamente.
–No… Nunca había sentido algo así.
Enzo la agarró con fuerza de las caderas y volvió a adentrarse en ella, con más fuerza esta vez.
La había llamado hechicera, pero él era un mago por lo que estaba haciéndole sentir. Tenía la piel resbaladiza por el sudor y, con la voz entrecortada ante sus movimientos cada vez más rápidos y desesperados, Cara le suplicó:
–Por favor, Enzo… por favor.
Con los ojos abiertos de par en par y conteniendo la respiración, lo miró a la cara. Los altos pómulos de Enzo estaban algo enrojecidos y los ojos le brillaban con un tono tan oscuro que no pudo interpretar esa mirada. Después, mientras él se movía dentro de ella, Cara llegó al éxtasis y lo sintió a él liberando su poder en su interior.
El peso de Enzo sobre su cuerpo resultaba delicioso. Tenía las piernas alrededor de él, y los brazos alrededor de su cuello. No quería soltarlo. Su conexión era tan intensa que resultaba abrumadora. Sus corazones palpitaban a la vez contra sus pechos.
Tras unos largos momentos, Enzo se apartó y, abrazados, se quedaron tumbados el uno frente al otro. Por primera vez en mucho tiempo, Cara se sintió en paz. Como si hubiera regresado a su hogar después de un largo y arduo viaje.
Vicenzo volvió a la realidad con una dolorosa claridad. Podía sentir el seductor cuerpo que se aferraba a él, sentir su brazo rodeándola de un modo tan posesivo.
Había perdido el control y todo se le había ido de las manos. Desde el momento en que la había visto en el bar y había mirado esos enormes y misteriosos ojos verdes, todo había cambiado. No había contado con que sólo con verla la deseara como nunca antes había deseado a nadie. Resultaba vergonzoso y esa vergüenza lo consumía.