Relatos de Yásnaia Poliana - Lev Tolstói - E-Book

Relatos de Yásnaia Poliana E-Book

Lev Tolstói

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Beschreibung

Entre 1871 y 1875 Lev Tolstói publicó varios volúmenes de relatos para enseñar a leer y a escribir a los alumnos de su escuela de Yásnaia Poliana, su localidad de nacimiento. Su intención era lograr un modo de contar directo, sencillo, pero de gran potencia narrativa. Su obsesión por el estilo le llevó al extremo de confesar que gracias a esta obra ya podía morirse "literariamente" tranquilo. En 1872, mientras avanzaba en sus manuales de lectura, redactó con la misma técnica un cuento más largo, "El prisionero del Cáucaso", joya que pulió hasta convertirla en una obra maestra. Sara Gutiérrez la ha vuelto a traducir al español, junto con los mejores relatos para niños que sirvieron para instruir a los alumnos de Yásnaia Poliana, respetando fielmente el estilo original de este gran clásico de la literatura rusa.

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Relatos de YásnaiaPoliana

Cuentos para Niños yEl Prisionero del Cáucaso

Primera edición en REINO DE CORDELIA, junio de 2019

Título original: Первая, вторая, третья и четвертая pусская книга для чтения (1871-1875) y Kавказский пленник (1872)

Edita: Reino de Cordelia

www.reinodecordelia.es

@reinodecordelia.esfacebook.com/reinodecordelia

Derechos exclusivos de esta edición en lengua española

© Reino de Cordelia, S.L.

C/Agustín de Betancourt, 25 - 5º pta. 24

28003 Madrid

De la traducción © Sara Gutiérrez, 2010

Ilustración de sobrecubierta, Libélula (1884). Retrato de Vera Repina,hija del artista, de Iliá Repin

Ilustración de cubierta, Preparándose para un examen (1864), de Iliá Repin

ISBN: 978-84-16968-81-7

eISBN: 978-84-18141-39-3

Depósito legal: M-21515-2019

IBIC: FA

Diseño y maquetación: Jesús Egido

Corrección de pruebas: Pepa Rebollo

Imprime: Técnica Digital Press

Impreso en la Unión Europea

Printed in E. U.

Encuadernación: Felipe Méndez

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Relatos de YásnaiaPoliana

Cuentos para Niños yEl Prisionero del Cáucaso

Lev Tolstói

Traducción de Sara Gutiérrez

Índice

Presentación

CUENTOS PARA NIÑOS

El niño de la piedra

El aldeano y los pepinos

El incendio

Cómo contaba el ayo cómo montaba él a caballo

La mimbrera

Cómo aprendí a montar a caballo

Bulka

Bulka y el jabalí

Faisanes

Milton y Bulka

La tortuga

Bulka y el lobo

Lo que le sucedió a Bulka en Piatigorsk

El final de Bulka y de Milton

La liebre

Dios ve la verdad, pero tarda en decirla

Querer es poder

EL PRISIONERO DEL CÁUCASO

1

2

3

4

5

6

Presentación

ENTRE 1871 Y 1875, Lev Tolstói redactó seis volúmenes para enseñar a leer y a escribir a los niños de su escuela de Yásnaia Poliana. En enero de 1872, en una carta dirigida a Alexandra Andréievna Tolstaia, hija de un tío abuelo del escritor, mostraba su ilusión de que estos libros, entre los que figura el denominado Abecedario, sirvieran para que estudiaran «dos generaciones de niños rusos, desde los de los zares hasta los de los campesinos […]. Después de haber escrito este Abecedario puedo morir tranquilo».

Encuentro en Yásnaia Poliana en 1900 entre Lev Tolstói y Maksim Gorki.

Tolstói intentó reflejar en estas obras el lenguaje popular, el de los escolares de Yásnaia Poliana, buscando un estilo claro y sencillo que le obligó a realizar grandes esfuerzos. En carta al crítico Nikolái Nikoláievich Strájov, fechada a primeros de marzo de 1872, confiesa abiertamente que «la lengua que habla el pueblo y que tiene sonidos para expresar todo lo que un poeta siente deseos de decir me gusta. Esta lengua, además —y eso es lo esencial—, es el mayor regulador poético. Intente decir algo superfluo, ampuloso, enfermizo, la lengua no se lo permitirá; nuestra lengua literaria, por el contrario, no tiene osamenta; está tan mimada que uno puede decir todo lo que se le antoje: todo tiene aspecto de literatura».

Lev Tolstói en 1897.

Unos párrafos después, continúa: «Dedico todo mi tiempo y toda mi energía al Abecedario. Para La Aurora escribí “El prisionero del Cáucaso”, un relato que entrará en el Abecedario y que enviaré antes de una semana».

Una selección con los mejores relatos de los Libros rusos de lectura, incluido El prisionero del Cáucaso —que podría calificarse de novela corta—, escritos por Tolstói para sus alumnos de Yásnaia Poliana, se ofrecen a continuación en una nueva traducción de Sara Gutiérrez que respeta fielmente el lenguaje y estilo utilizados originalmente por el gran autor ruso.

EL EDITOR

Relatos de Yásnaia Poliana

Cuentos para Niños

Lev Tolstói, con sus nietos.

El niño de la piedra

(Hecho verídico)

UNA POBRE MUJER TENÍA UNA HIJA, Masha. Masha fue por la mañana a por agua y vio que en la puerta había algo enrollado en un trapo. Masha posó los cubos y desenrolló el trapo. En cuanto tocó el trapo, algo empezó a gritar desde su interior: ¡Ua! ¡Ua! ¡Ua! Masha se inclinó y vio que se trataba de un pequeño bebé colorado. Gritaba fuerte: ¡Ua! ¡Ua! Masha lo cogió en brazos, lo metió en la casa, y se puso a darle leche con una cuchara. Su madre preguntó: «¿Qué has traído?». Masha contestó: «Un bebé, lo encontré en nuestra puerta». La madre dijo: «Con lo pobres que somos, ¡cómo vamos a alimentar además a un bebé! Iré a hablar con el jefe para que lo recojan». Masha se echó a llorar y suplicó: «Madre, no comerá mucho, déjalo aquí. Mira qué brazos y dedos más rojos y arrugados tiene». La madre lo miró y sintió pena por él. Se quedó con el bebé. Masha alimentaba y fajaba al bebé, y le cantaba canciones para dormirlo.

El aldeano y los pepinos

(Fábula)

ÉRASE UNA VEZ UN ALDEANO que fue a robar pepinos a un huerto. Se arrastró hasta los pepinos y pensó: «Veamos, me llevo un saco de pepinos y los vendo, y con el dinero me compro una gallina. La gallina me pone huevos, los empolla, y cría muchos pollitos. Alimento los pollitos, los vendo, y compro un lechón, y se convierte en una cerda; me pare la cerda lechones. Vendo los lechones y compro una yegua; me pare una potrada. Crío los potros, y los vendo; compro una casa y planto un huerto. Planto un huerto y siembro pepinos. Pero no dejaré que me los roben, mantendré firme la guardia. Contrataré vigilantes, los pondré a vigilar los pepinos, y yo mismo daré una vuelta por allí de vez en cuando y les gritaré: “¡Eh vosotros, ni se os ocurra bajar la guardia!”». De tal manera se ensimismó el aldeano, que se olvidó completamente de que estaba en un huerto ajeno y gritó con todas sus fuerzas. Los guardias que le oyeron, saltaron sobre él y le zurraron de lo lindo.

El incendio

(Hecho verídico)

EN LA ÉPOCA DE LA COSECHA, los hombres y las mujeres se iban a trabajar. En la aldea se quedaban solo los más viejos y los más pequeños. En una isba1 se quedaron una abuela y sus tres nietecillos. La abuela encendió la estufa y se echó a descansar. Se posaron sobre ella moscas y la picaron. Se tapó la cabeza con una toalla y se durmió. Uno de los nietos, Masha, que tenía tres años, abrió la estufa, amontonó carbón en una vasija rota y se fue al zaguán. En el zaguán había gavillas. Las mujeres preparaban esas gavillas con ataduras de paja2. Masha cogió el carbón, lo posó al lado de las gavillas y se puso a soplar. Cuando la paja comenzó a prender, se alegró, entró en la isba y volvió con Kiriushka, su hermano de año y medio, que empezaba a caminar, cogido de la mano, y le dijo: «Mira qué estufa aticé, Kiliushka». Las gavillas ya ardían y crepitaban. Cuando el zaguán se llenó de humo, Masha se asustó, y corrió a meterse en la isba. Kiriushka cayó en el umbral, se hizo daño en la nariz y empezó a llorar. Masha lo arrastró al interior de la isba y se escondieron los dos debajo de un banco. La abuela no había oído nada y seguía durmiendo. El chico mayor, Vania, de ocho años, estaba en la calle. Cuando vio que salía humo del zaguán, corrió hacia la puerta, entró volando en la isba a través del humo y despertó a la abuela; pero la abuela, aturdida, entre sueños, no se acordó de los niños, dio un bote y salió corriendo en busca de gente. Masha, mientras tanto, seguía sentada bajo el banco, callada; el pequeño gritaba porque le dolía la nariz. Vania oyó sus gritos, miró debajo del banco y gritó a Masha: «¡Corre, que te quemas!». Masha corrió hacia el zaguán, pero el humo y las llamas le impidieron pasar. Volvió atrás. Entonces Vania subió la ventana y le mandó salir por ella. Cuando Masha hubo pasado, Vania agarró al hermano y tiró de él. Pero el pequeño pesaba mucho y no se dejaba llevar. Lloraba y empujaba a Vania. Vania cayó dos veces antes de llegar a la ventana con él a rastras, la puerta de la isba ya estaba ardiendo. Vania metió la cabeza del niño por la ventana con la intención de empujarlo, pero el niño, que tenía mucho miedo, se aferró con las manos y no se soltaba. Entonces Vania gritó a Masha: «¡Agárralo por la cabeza!», mientras él le empujaba por el culo. Y así fue como lo sacaron a la calle por la ventana y como ellos mismos saltaron fuera.

1 Casa rural rusa de madera. (Todas las notas en las que no se especifique autoría son de la traductora).

2 Cordones de paja, para agavillar. (Nota del autor).

Cómo cantaba el ayo cómo montaba él a caballo

(Hecho verídico)

EN NUESTRAS TIERRAS había un viejo anciano, Pimén Timofeich. Tenía noventa años. Vivía en casa de su nieto sin preocupaciones. Tenía la espalda encorvada, caminaba con bastón y movía las piernas despacio. No le quedaba ningún diente y su rostro estaba arrugado. Le temblaba el labio inferior; cuando caminaba y cuando hablaba pegaba los labios y era imposible entender lo que decía.

Nosotros éramos cuatro hermanos, y a todos nos gustaba montar a caballo. Pero no teníamos caballos dóciles para montar. Solo nos dejaban montar en un viejo caballo que se llamaba Voronok3.

Una vez, madre nos permitió montar a caballo y fuimos los cuatro a la cuadra con el ayo. El cochero ensilló para nosotros a Voronok, y el primero en irse fue el hermano mayor. Cabalgó durante un largo rato. Fue a la era y alrededor del jardín, y, cuando venía de vuelta, le gritamos: «¡Venga, ahora al galope!».

El hermano mayor comenzó a golpear a Voronok con las piernas y la fusta, y Voronok pasó de largo ante nosotros.

Después del hermano mayor montó otro hermano, y cabalgó durante bastante tiempo y también arreó a Voronok con la fusta y galopó por la ladera del monte. Él todavía quería seguir, pero el tercer hermano le pidió que le dejara a él lo antes posible. El tercer hermano anduvo por la era y alrededor del jardín, además de por el pueblo, y fue a galope tendido por la ladera del monte hacia la cuadra. Cuando se acercó a nosotros, Voronok resoplaba, y se le habían oscurecido el cuello y las patas a causa del sudor.

Cuando llegó mi turno, quise impresionar a mis hermanos y demostrarles lo bien que montaba. Arreé a Voronok con todas mis fuerzas, pero Voronok no quería salir de la cuadra. Por más que le pegué no quiso galopar, daba un paso y volvía para atrás. Me puse furioso con el caballo y, con todas mis fuerzas, le golpeé con la fusta y los pies.

Procuraba golpearle donde más le doliera, rompí la fusta y con lo que me quedó de ella le golpeé en la cabeza. Pero así todo Voronok no quiso galopar. Entonces di la vuelta, fui adonde el ayo y le pedí una fusta más fuerte. Pero el ayo me dijo:

—Basta de montar, caballero, bájese del caballo. ¿Para qué hacer sufrir al animal?

Me ofendí y dije: «¿Cómo? ¡Si no me he movido del sitio! ¡Verás cómo galopo ahora! Por favor, dame una fusta más fuerte. Lo voy a encender».

Entonces el ayo movió la cabeza y dijo:

—Ay, caballero, no tiene piedad. Qué le va a encender, si ya tiene veinte años. El caballo está agotado, respira con dificultad y aún así se esfuerza. ¡Es que es tan viejo! Tanto como Pimén Timofeich. Si os subierais a Timofeich y con todas vuestras fuerzas le arrearais con la fusta, ¿no os daría pena?

Me acordé de Pimén, y entonces hice caso al ayo. Me bajé del caballo y cuando me fijé en lo sudoroso que llevaba el costado, la dificultad con la que respiraba por las fosas nasales y movía la cola pelada, comprendí que el caballo lo estaba pasando mal. Y sin embargo yo pensaba que se estaba divirtiendo tanto como yo. Me dio tanta pena de Voronok que cubrí de besos su sudoroso cuello y le pedí perdón por haberle pegado.

Ya me he hecho mayor, pero siguen dándome pena los caballos, y siempre recuerdo a Voronok y a Pimén Timofeich cuando veo que hacen sufrir a alguno.

3Voronok quiere decir cuervo pequeño y es un nombre habitual para los caballos de color negro.

La mimbrera

(Hecho verídico)

POR SEMANA SANTA, un aldeano fue a mirar si la tierra se había deshelado.

Entró en el huerto y con una estaca tentó la tierra. La tierra estaba empapada. El aldeano se fue al bosque. En el bosque ya abultaban los brotes en la mimbrera. El aldeano pensó: «Veamos, si planto mimbreras alrededor del huerto, crecerán y lo protegerán». Cogió un hacha, cortó una decena de mimbreras, desbastó de puntas gruesas las estacas y las hincó en la tierra.

Todas las mimbreras echaron brotes con hojas en la parte superior, y en la inferior, por debajo de la tierra, echaron esos mismos brotes en lugar de raíces; y unas se agarraron a la tierra y prendieron, pero otras se agarraron a la tierra torpemente por las raíces, murieron y se cayeron.