Rescatada por el jeque - Kate Hewitt - E-Book
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Rescatada por el jeque E-Book

Kate Hewitt

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Beschreibung

Ambos han sufrido en el pasado y ocultan dolorosos secretos, y no están dispuestos a que vuelvan a hacerles daño. Para proteger el trono, el jeque Aziz al Bakir necesitaba a alguien de confianza con el fin de que se hiciera pasar temporalmente por su prometida, que había desaparecido. Así que el legendario donjuán ordenó a Olivia Ellis, su ama de llaves, que aceptara el papel. Olivia creía que Kadar era el sitio ideal para ocultarse, pero la orden del jeque la haría objeto del escrutinio público. Sin embargo, incluso eso sería más fácil de soportar que la intensa mirada de Aziz. Este, implacable como sus ancestros del desierto, eliminó sus reparos, por lo que Olivia pronto se vio haciendo el papel de reina en público y de amante en su cama.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Kate Hewitt

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Rescatada por el jeque, n.º 2601 - febrero 2018

Título original: Commanded by the Sheikh

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-719-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

TE NECESITO, Olivia.

Olivia Ellis reprimió rápidamente la explosión de sentimientos que le causaron las palabras del jeque Aziz al Bakir. Por supuesto que la necesitaba. La necesitaba para cambiarle las sábanas, sacarle brillo a la plata y mantener inmaculada su vivienda de París.

Pero eso no explicaba qué hacía ella allí, en el palacio real de Kadar.

Menos de ocho horas antes, uno de los hombres de Aziz le había ordenado que lo acompañara en el jet real a Siyad, la capital de Kadar, donde Aziz acababa de ascender al trono.

Olivia había ido contra su voluntad, ya que le gustaba la vida tranquila que llevaba en París: por las mañanas tomaba café con la portera de la casa de enfrente; por las tardes, se dedicaba a cuidar las rosas del jardín. Era una vida sin sobresaltos ni pasiones, pero era la suya y la hacía feliz. Le bastaba con eso, y no deseaba que cambiase.

–¿Para qué me necesita, Majestad? –preguntó. Se había pasado todo el vuelo a Kadar imaginando argumentos para seguir en París. Necesitaba la seguridad y comodidad de su vida allí.

–Teniendo en cuenta las circunstancias, creo que debieras llamarme Aziz –dijo él con una sonrisa encantadora. Sin embargo, Olivia se esforzó en no dejarse impresionar. Siempre había observado el encanto de Aziz a distancia, había oído sus dulces palabras dirigidas a las mujeres, había recogido la ropa interior tirada en la escalera y servido café a las mujeres que salían de su cama antes de desayunar, despeinadas y con los labios hinchados.

Se consideraba inmune al «caballero playboy», como lo apodaban en la prensa amarilla. Era un oxímoron, pensó, pero admitía que Aziz poseía cierto carisma.

–Muy bien, Aziz, ¿por qué me necesitas?

Era muy guapo. Lo reconocía como reconocía que el David de Miguel Ángel era una escultura magnífica: se trataba simplemente de una apreciación de la innegable belleza. De todos modos, a ella no le quedaba nada en su interior para sentir nada más. Ni por Aziz ni por nadie.

Observó el cabello negro que le caía descuidadamente sobre la frente, los ojos grises y los labios carnosos que podían curvarse en una sonrisa seductora.

En cuanto a su cuerpo… Era poderoso, sin una gota de grasa, puro músculo.

Aziz se volvió hacia la ventana dándole parcialmente la espalda. Olivia esperó.

–Llevas seis años a mi servicio, ¿verdad?

–Así es.

–Y estoy muy contento con tu dedicación.

Ella se puso tensa porque pensó que la iba a despedir: «Pero me temo que ya no te necesito».

–Me alegra saberlo, Majestad.

–Aziz, recuérdalo.

–Teniendo en cuenta su posición, no me parece adecuado tutearlo.

–¿Y si te lo ordeno mediante un decreto? –Aziz se volvió y enarcó las cejas. Era evidente que se burlaba de ella.

–Si me lo ordena, obedeceré, desde luego.

–Sé que lo harás. Y eso es precisamente lo que necesito que hagas hoy.

Olivia esperó dominada por la inquietud. ¿Para qué la necesitaba en Kadar? No le gustaban las sorpresas ni la incertidumbre. Llevaba seis años construyendo algo seguro, pequeño y aceptable, y la aterrorizaba perderlo. Perderse.

–En París has hecho un trabajo admirable en mi casa. Aquí tu cometido será distinto, aunque corto, y espero que seas capaz de llevarlo a cabo.

Ella no sabía a qué se refería, pero, si era corto, esperaba poder volver a París.

–Eso espero, Majes…, Aziz.

–¿Ves como aprendes deprisa? –Aziz sonrió.

–Sigo sin entender qué hago aquí –observó ella con una sonrisa fría y profesional.

–Todo a su tiempo –contestó Aziz antes de dirigirse a un escritorio de nogal. Apretó un botón que había en un lateral del mismo y, al cabo de unos segundos, llamaron a la puerta.

–Adelante –dijo Aziz. Y entró el mismo hombre que había escoltado a Olivia a la habitación.

–¿Majestad?

–¿Qué te parece, Malik? ¿Servirá?

Malik miró a Olivia.

–El cabello…

–Se puede arreglar fácilmente –apuntó Aziz.

–¿Los ojos?

–No hacen falta.

–Tiene la altura adecuada –afirmó Malik asintiendo lentamente–. ¿Es discreta?

–Totalmente.

–Entonces, creo que puede ser una posibilidad.

–Es más que una posibilidad, Malik. Es una necesidad. Voy a dar una rueda de prensa dentro de una hora.

–Una hora… No hay tiempo.

–Tiene que haberlo. Sabes que no puedo arriesgarme a que aumente la inestabilidad –Olivia observó que la expresión de Aziz se endurecía y que se transformaba en alguien completamente distinto del risueño y despreocupado playboy que conocía–. En estos momentos, un rumor sería como una cerilla encendida. Podría arder todo.

–En efecto, Majestad. Iniciaré los preparativos.

–Gracias.

Malik se fue y Olivia miró a Aziz.

–¿Qué es todo esto?

–Discúlpame por hablar así con Malik. Supongo que tu confusión habrá aumentado.

–Has acertado –le espetó ella, disgustada por la forma en que los dos hombres habían hablado de ella, como si fuera un objeto. Aunque fuera el ama de llaves de Aziz, no era una posesión suya y no iba a permitir que otra persona volviera a controlar lo que hacía.

–Haya paz, Olivia. Tú y yo no hubiéramos seguido hablando si Malik no te hubiera dado su aprobación.

–¿Para qué?

–Supongo que no conoces los términos del testamento de mi padre.

–No, por supuesto que desconozco esa información.

–Podía haberse filtrado –apuntó él con un gracioso encogimiento de hombros–. Ha habido rumores de lo que exige el testamento.

–No hago caso de los rumores –ni siquiera leía revistas del corazón.

–¿Sabes que me he comprometido con Elena, reina de Talía?

–Desde luego –el compromiso se había anunciado la semana anterior. Olivia sabía que la boda se celebraría en Kadar al cabo de pocos días.

–Puede que te hayas preguntado por qué nos comprometimos con tanta rapidez.

Olivia se encogió de hombros. Aziz era un playboy. Lo había comprobado por las mujeres que llevaba a su casa en París.

–Supongo que has considerado necesario casarte ahora que eres jeque –dijo ella. Aziz soltó una carcajada.

–Podría explicarse así –Aziz volvió a mirar por la ventana apretando los labios–. Mi padre nunca estaba de acuerdo con mis decisiones –dijo al cabo de unos segundos–. Ni conmigo como persona. Sospecho que puso determinadas condiciones en su testamento para que me quedara en Kadar y siguiera las viejas tradiciones. O puede que solo quisiera castigarme.

A pesar de que hablaba como si se tratara de algo agradable o trivial, Olivia observó una expresión fría, o tal vez dolida, en sus ojos.

–¿Qué condiciones?

–Para seguir siendo jeque, debo casarme en el plazo de las seis semanas posteriores a la muerte de mi padre –dijo él con amargura.

–Ya ha pasado más de un mes.

–Exactamente, Olivia: cinco semanas y cuatro días, para ser exactos. Y mi boda con Elena se ha fijado para pasado mañana.

–Entonces te casarás dentro del plazo y no habrá problemas.

–Pero hay un gran problema: Elena ha desaparecido.

–¿Que ha desaparecido?

–Un insurgente la secuestró hace dos días.

Olivia ahogó un grito y trató de recobrar la compostura.

–No tenía ni idea de que esas cosas siguieran sucediendo en un país civilizado.

–Te sorprendería lo que puede suceder en cualquier país, cuando se trata del poder; los secretos que se guardan y las mentiras que se cuentan.

En los seis años que Olivia llevaba trabajando para Aziz, él solo parecía lo que dejaba ver en la superficie: un playboy encantador y despreocupado. Pero, en ese momento, Olivia tuvo la impresión de que tenía secretos. Un lado oscuro.

Y ella lo sabía todo de ambas cosas.

–¿Sabes dónde la tiene retenida ese… ese insurgente?

–En algún lugar del desierto, lo más probable.

–¿La estás buscando?

–Claro, por todos los medios a mi alcance. Llevaba cinco años sin volver a Kadar y, de niño, pasaba aquí el menos tiempo posible. La gente no me conoce. Y, si no me conoce, no me será leal hasta que le demuestre lo que valgo, si es que puedo.

–¿A qué te refieres?

–Me refiero a que es muy difícil encontrar a la reina en el desierto. Las tribus beduinas son leales al secuestrador, por lo que le darán refugio. Así que, hasta que encuentre a Elena o llegue a un acuerdo con quien la retiene, tengo que evaluar otras posibilidades.

–¿Cuáles? –preguntó Olivia, aunque tenía la horrible sensación de que ella formaba parte de las mismas.

Aziz le dedicó una radiante sonrisa. Olivia notó que su cuerpo reaccionaba de forma involuntaria y lo contempló no como a su jefe ni como a una persona atractiva, sino como a un hombre. Un hombre deseable.

Reprimió la sorpresa ante semejante reacción inadecuada. Era, evidentemente, una reacción biológica e instintiva que no podía controlar. Creía que había superado esa clase de cosas, pero tal vez su cuerpo no pensara lo mismo.

–¿A qué otras posibilidades te refieres?

–Es importante que nadie sepa que Elena ha desaparecido, porque eso aumentaría aún más la inestabilidad en Kadar.

–¿Aún más?

–Algunas de las tribus del desierto apoyan a ese rebelde, Khalil.

Olivia se preguntó quién sería Khalil.

–¿Por qué lo apoyan? Tú eres el heredero legal.

–Gracias por tu voto de confianza, pero me temo que el asunto es un poco más complicado.

Aziz volvió a hablar en tono ligero, pero ella no se dejó engañar.

–¿Por qué es más complicado? ¿Y qué tengo yo que ver con todo esto?

–Como no puedo hacer público que mi prometida ha desaparecido –dijo él mirándola fijamente–, necesito a otra persona.

A Olivia le pareció que la agarraban por la garganta y apretaban. Durante unos segundos no pudo respirar.

–A otra persona –repitió.

–Sí, Olivia. A otra persona para que sea mi prometida.

–Pero…

–Y ahí es donde intervienes tú –la interrumpió Aziz con un brillo risueño en los ojos. Ella lo miró incrédula y horrorizada–. Necesito que seas mi prometida.

Capítulo 2

 

A SU COMPETENTE ama de llaves, pensó Aziz desconcertado, parecía que estaba a punto de darle un soponcio. Se tambaleaba ligeramente mientras lo miraba con sus preciosos ojos azules como platos y sus carnosos labios se abrían y formaban una «o».

Era una hermosa mujer, Aziz lo había pensado muchas veces, pero de una belleza serena y contenida. Siempre llevaba el cabello, de color caramelo, recogido. Tenía los ojos azul oscuro, los labios sonrosados y la piel suave. No usaba maquillaje, al menos él no se lo había visto. Tampoco lo necesitaba, sobre todo en aquel momento, en que se había sonrojado desde el cuello hasta la frente. Ella negó con la cabeza y apretó los labios.

–No estoy segura de haberle entendido, Majestad, pero, sea lo que sea, es imposible.

–Para empezar, recuerda que debes llamarme Aziz.

Un destello de cólera apareció en los ojos de Olivia. Él se alegró de que pudiera enfadarse, ya que a menudo se había preguntado cuánta pasión se ocultaba tras su contenida fachada.

Hacía seis años que la conocía, aunque solo la veía pocas veces al año. Sin embargo, solo en contadas ocasiones le había mostrado que tuviera sentimientos profundos: un pañuelo rojo y morado que llevaba un día; otro, una carcajada que había oído procedente de la cocina; otro, verla tocar el piano en el salón y su expresión al hacerlo, como si estuviera vertiendo su alma en la pieza. Aziz había pensado que era un alma que conocía la angustia e incluso el tormento.

Él se había marchado sigilosamente antes de que lo descubriera, ya que sabía que ella se horrorizaría si supiera que la había estado escuchando. Pero se preguntó qué secretos ocultaba bajo su impasible fachada.

Y, sin embargo, era esa impasibilidad la que lo había inducido a elegir a Olivia Ellis para el cometido. Era inteligente, discreta y muy competente. Era lo que necesitaba.

–Voy a decírtelo de otro modo –afirmó Aziz mientras observaba cómo la indignación hacía que el pecho de ella ascendiera y descendiera con fuerza. Llevaba una blusa blanca, el pelo recogido, como siempre, unos pantalones negros y zapatos bajos. Sabía que tenía veintinueve años, pero vestía como una mujer de mediana edad, aunque con estilo. La ropa era de buena calidad y buen corte.

–Dímelo, entonces –Olivia había dominado la cólera. Aziz volvió a ver a la Olivia de siempre, serena y controlada.

–Quiero que seas mi prometida de forma temporal. La sustituta de la reina Elena hasta que la encuentre.

–¿Y para qué necesitas una sustituta?

–Porque quiero disipar los rumores que puedan correr sobre su desaparición. Dentro de una hora voy a dar una rueda de prensa y debemos aparecer juntos en el balcón del palacio.

–¿Y después?

Aziz vaciló levemente.

–Eso será todo.

–¿Eso será todo? –ella lo miró con los ojos entrecerrados–. Si solo necesitas a una mujer para que aparezca contigo en el balcón, seguro que podrías haber encontrado a una de aquí.

–Quería a alguien que conociera y en quien pudiera confiar. Ya te he dicho que llevaba muchos años sin venir a Kadar. Hay pocas personas de quienes pueda fiarme.

–Ni siquiera me parezco a la reina. Ella tiene el cabello oscuro y no medimos lo mismo. Yo soy algo más alta.

–¿Sabes lo que mide la reina Elena? –preguntó él enarcando las cejas.

–Sé lo que mido yo. He visto fotos de ella.

–Nadie va a preocuparse por unos centímetros de más o de menos.

–¿Y el cabello?

–Te lo teñiremos.

–¿En una hora?

–Si es necesario.

Ella lo miró durante unos segundos y él percibió que la tensión crecía en su interior. Sabía que le estaba pidiendo algo inusual. También que tenía que convencerla de que accediera. No quería amenazarla, pero la necesitaba. No conocía a otra mujer tan competente y discreta. Y, en ese momento, lo único que le preocupaba era lograr su objetivo: asegurarse la corona del reino que le correspondía gobernar por herencia, aunque muchos no lo creyeran.

–¿Y si me niego? –preguntó Olivia.

–¿Por qué ibas a hacerlo?

–¿Porque es una locura? –dijo ella sin pizca de humor–. ¿Porque cualquier paparazzi con un teleobjetivo podría darse cuenta de que no soy Elena y publicarlo? Creo que ni siquiera utilizando todo tu encanto podrías librarte de semejante desastre.

–Si eso sucede, yo seré el único responsable. Toda la culpa recaerá sobre mí.

–¿Y crees que yo no seré objeto de habladurías, que todos los aspectos de mi vida no se diseccionarán en la prensa sensacionalista? –el rostro de Olivia se crispó como si semejante posibilidad le causara dolor.

–Si te descubren, cosa que no sucederá, nadie sabrá quién eres.

–¿Crees que no lo averiguarán?

–Posiblemente, pero estamos hablando por hablar. No hay ningún periodista de fuera de aquí. El país lleva años cerrado para la prensa extranjera. Tengo que cambiar ese decreto.

–Pues la prensa de Kadar.

–Siempre ha estado al servicio de la Corona. He pedido que en esta ocasión no se hagan fotos y han accedido. No apruebo cómo están las cosas aquí, pero era la forma de gobernar de mi padre, que continúa.

–¿Vas a hacer las cosas de otro modo ahora que eres jeque? –preguntó ella en tono levemente incrédulo, lo que Aziz entendió, aunque no le hizo gracia.

Solo había demostrado que era un prodigio para hacer números e ir de fiesta por toda Europa. Olivia había comprobado de primera mano su estilo de vida hedonista y había limpiado sus excesos. No podía reprocharle que su capacidad de gobernar bien le produjera cierto escepticismo.

–Lo voy a intentar.

–Y vas a comenzar con esta ridícula mascarada.

–Me temo que es necesario –él volvió a sonreír, pero ella no se inmutó–. Es por una buena causa, Olivia: la estabilidad del país y la seguridad del pueblo.

–¿Por qué ha secuestrado Khalil a la reina Elena? ¿Cómo lo ha hecho? ¿No llevaba ella protección?

Aziz notó que la ira crecía en su interior, pero no sabía contra quién dirigirla: contra Khalil o contra sus propios empleados por no haberse dado cuenta de la amenaza hasta que ya era tarde. Pero se dio cuenta de que estaba enfadado consigo mismo, aunque sabía que no hubiera podido evitar el secuestro. Lo enfurecía no haberlo impedido, no conocer el país ni a su pueblo para poder exigirle lealtad y obediencia o que buscara a Elena en su interminable desierto.

–Khalil es el hijo ilegítimo de la primera esposa de mi padre. Él lo crio como hijo suyo durante siete años, hasta que se enteró de la verdad. Entonces, lo desterró junto a su madre, pero Khalil insiste en que tiene derecho al trono.

–¡Qué horror! –exclamó Olivia–. Desterrado.

–Acabó viviendo rodeado de lujos con su tía, en Estados Unidos. No debes compadecerlo.

–Es evidente que tú no lo haces.

Aziz se limitó a encogerse de hombros. Lo que sentía por Khalil era difícil de explicar, incluso a sí mismo: ira y envidia; pena y amargura. Una mezcla de sentimientos potente e insana.

–Lo reconozco. No me cae muy simpático, teniendo en cuenta que intenta desestabilizar el país y ha secuestrado a mi prometida.

–¿Por qué crees que piensa que tiene derecho al trono?

«Porque todo el mundo lo piensa. Porque mi padre lo adoraba, incluso cuando supo que no era su hijo; incluso contra su propia voluntad», pensó Aziz.

–No estoy seguro de que crea que tiene derecho. Puede que solo se trate de una venganza contra mi padre, al que consideró su padre durante buena parte de su infancia –«y una venganza contra mí por ocupar su lugar», pensó–. Mi padre no era un hombre justo. Su extraordinario testamento lo prueba de forma incontestable.

–Así que Khalil ha secuestrado a Elena para evitar que os caséis –dijo Olivia mientras él asentía.

Aziz odiaba pensar que Elena estaría sola y asustada en el desierto. No la conocía muy bien, pero se imaginaba que sería una experiencia terrible para cualquiera, y sobre todo para alguien cuyos padres habían muerto en un atentado y que había estado muy sola.

–Si no te casas en el plazo de seis semanas, ¿qué pasará?

–Que perderé el trono y el título.

–¿Y a quién irían a parar?

–El testamento no lo especifica. Habría que convocar un referendo.

–¿Será el pueblo el que decida quién se convertirá en jeque?

–Sí.

–Me parece muy democrático –afirmó ella sonriendo.

–Kadar es una monarquía constitucional. La sucesión siempre ha sido dinástica. El referendo es, sencillamente, la forma de mi padre de ponerme las cosas muy difíciles.

–Y no quieres obedecerlo.

–No especialmente, pero reconozco que es necesario –se había pasado más de tres semanas intentando encontrar una forma de escapar al testamento de su padre. No quería casarse ni que lo forzaran a hacerlo. Su padre había controlado sus acciones, pensamientos y deseos demasiado tiempo.

Pero, incluso muerto, seguía controlándolo y haciéndole daño.

–¿Por qué, entonces, no convocas el referendo? –preguntó Olivia.

–Porque lo perdería –contestó él en tono ligero, el que llevaba tanto tiempo usando que se había convertido en una segunda piel: el personaje del playboy. Pero hablar de su padre y de la posibilidad de que Khalil fuera jeque porque el pueblo no lo quería a él estaba empezando a resquebrajar el personaje, y temía lo que Olivia pudiera ver–. Son los riesgos de no haber pasado mucho tiempo en Kadar –añadió en tono burlón–. Pero espero ponerle remedio en breve.

–Pero no a tiempo para el referendo.

–Exactamente. Por eso necesito aparecer con mi prometida y asegurar a mi pueblo que todo va bien. Mi padre dejó el país en un estado de agitación política, dividido por las decisiones que tomó hace veinticinco años. Estoy intentando por todos los medios reparar el daño y que reine la paz en Kadar.

–¿Y si no encuentras a la reina?

–La encontraré, pero necesito un poco más de tiempo. Mis hombres la están buscando en el desierto.

Khalil había introducido a un hombre leal a él entre los empleados de Aziz, alguien que le había transmitido a Aziz el mensaje de que el avión de Elena se había retrasado a causa del mal tiempo. Khalil había sobornado al piloto del jet real para que desviara el aparato a una remota zona del desierto, donde, junto con sus hombres, había recibido a Elena cuando esta bajó del avión.

Eso era lo que sabía, a partir del testimonio de dos testigos: el auxiliar de vuelo, que había visto, impotente, a Elena desaparecer en un todoterreno; y una doncella que había visto a uno de los hombres de Aziz merodeando por sitios donde no debiera estar.

Aziz suspiró. Sí, había sido un plan bien llevado a cabo porque Khalil tenía muchos seguidores, a pesar de que había abandonado el país a los siete años y regresado seis meses antes. La gente recordaba al niño que había sido el amado hijo del jeque Hashem, su verdadero hijo.

Aziz era el intruso, el pretendiente.

Siempre lo había sido, desde los cuatro años de edad, cuando lo llevaron a palacio. Recordaba que el personal fingía no oír las humildes peticiones de su madre y que los servían con desprecio. Él estaba desconcertado; su madre, desesperada. Al final, ella se había recluido en los aposentos femeninos y rara vez se la veía en público.

Aziz intentó ganarse al personal del palacio, al pueblo y, sobre todo, a su padre, sin ningún resultado, sobre todo, en lo que respectaba a su padre. Al final, dejó de intentarlo.

Solo quedaban cuarenta minutos para la rueda de prensa. Tenía que convencer a Olivia de que accediera.

–Si no encuentro a Elena, me reuniré con Khalil. Tal vez podamos negociar –aunque no quería verlo ni hablar con él. El recuerdo de la última vez que se habían visto le revolvía el estómago. El chico al que él, a los cuatro años, consideraba su hermanastro lo había mirado como si fuera algo pegajoso y repugnante pegado a la suela de su zapato. Después, su padre lo había llevado al cuarto de juegos para quedarse con el hijo al que siempre había favorecido, al que prefería, incluso después de saber que no era sangre de su sangre.

A pesar de haberlo desterrado, su padre se había aferrado al recuerdo de Khalil y había vilipendiado al hijo al que había hecho heredero por necesidad, no por voluntad propia.

Aziz se obligó a dejar de recordar y se volvió hacia Olivia.

–De todos modos, no debes preocuparte por nada de esto. Lo único que te pido es que salgas conmigo al balcón durante dos minutos. La gente te verá de lejos y se quedará satisfecha.

–¿Cómo estás tan seguro?