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Reto de amor Noah Laramie había regresado para hacerse cargo del rancho Lazy L. Estaba herido, había salido del Ejército y lo único que quería era olvidarse del resto del mundo. Lily Germaine estaba dispuesta a ayudarlo, pero el solitario Noah era el hombre más terco que había conocido. Sufrir heridas de guerra no significaba que debía perder de vista quién era. Su valor, fuerza y lealtad lo convertían en un hombre entre un millón, y Lily tenía que convencerlo de ello. . La mejor vecina Tras un duro día de trabajo, Wyatt Black quería relajarse con una cerveza bien fría, pero cuando llegó a su puerta se encontró con una compañía inesperada... ¡su diminuta y abandonada sobrina! En contra de lo que le dictaba su sentido común, la vecina de Wyatt, Elli Marchuck, aceptó ayudarlo durante unos días. Elli no tardó en enamorarse del bebé, pero era el irritable tío de la pequeña quien la tenía embelesada...
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Seitenzahl: 376
Veröffentlichungsjahr: 2019
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 460 - marzo 2019
© 2010 Donna Alward
Reto de amor
Título original: Her Lone Cowboy
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
© 2010 Donna Alward
La mejor vecina
Título original: Proud Rancher, Precious Bundle
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-944-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Reto de amor
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
La mejor vecina
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
NOAH se cortó con la cuchilla, haciendo que la espuma blanca se volviera de color rosa, y lanzó una imprecación mientras metía la maquinilla bajo el grifo y volvía a intentarlo de nuevo.
Se sentía como un niño, aprendiendo a hacerlo todo por primera vez.
Dejando escapar un suspiro, levantó la barbilla para pasarse la cuchilla una vez más y en esta ocasión le resultó más fácil. Afortunadamente. Tenía tres cortes que atestiguaban lo mal que lo estaba haciendo.
Ponía caras, intentando tensar la piel donde hacía falta, pero resultaba incómodo. En el hospital, una bonita enfermera siempre estaba a mano para afeitarlo. Incluso le cortaba el pelo si se lo pedía. Lo único que él tenía que hacer era sujetar el espejo.
Al principio le había gustado, pero luego se cansó. Él era un hombre acostumbrado a hacer las cosas por su cuenta y cortarse mientras se afeitaba lo hiciera sudar lo enfurecía. Consigo mismo y con el mundo en general.
En ese momento sonó un golpecito en la puerta.
Tenía que ser Andrew, pensó. Nadie más sabía que hubiera vuelto y eso era lo que él quería. De modo que no se molestó en abrir. Andrew, con la familiaridad de un hermano, entraría sin esperar más y le daría igual que el cuarto de baño estuviese hecho un asco.
Pero cuando volvieron a llamar se le encogió el estómago. ¿Y si no era Andrew? Podría ser la prometida de Andrew, Jen, que estaba con él el día que fue a buscarlo al aeropuerto. Y Noah se sentía ligeramente avergonzado delante de ella.
Cuando llamaron por tercera vez, dejó la maquinilla en el lavabo y salió del baño con la toalla en la mano. Si alguien con dos brazos no podía abrir una puerta o entender una pista…
Sujetando la toalla entre los dedos, agarró el picaporte con la mano izquierda.
–¡Ya está bien, no soy sordo! –gritó. Y se quedó inmóvil al abrir la puerta.
No era Andrew. Ni Jen. Era la mujer más guapa que había visto nunca. Tenía el pelo oscuro, largo, la piel clara y un par de brillantes ojos azules. Y cuando enarcó las cejas, Noah se sintió como un crío al que hubieran reprendido. Sin decir nada, la joven entró en la casa con una caja en la mano y se dirigió tranquilamente a la cocina, volviéndose después de dejarla sobre la encimera para mirarlo con gesto de interés. Pero lo último que él quería era mórbida curiosidad por su situación. O peor, compasión.
–¿Ha venido para echarle un vistazo al tullido? –le espetó.
Lily vio que Noah Laramie se ponía colorado. Parecía un oso con dolor de muelas, pensó. Por el momento, le había gritado antes de abrir la puerta y luego la había acusado de ir a examinarlo como si fuese una atracción de feria.
Una pena que ella estuviera acostumbrada a lidiar con adolescentes malhumorados. Y, por su forma de mirarla, estaba claro que esa beligerancia ocultaba un problema de inseguridad. Aunque era comprensible. Al fin y al cabo, ella era una completa extraña.
–¿Está intentando asustarme? –le preguntó, con una sonrisa en los labios.
Noah la miró, boquiabierto, durante unos segundos.
–¿Serviría de algo? –le preguntó luego.
–No, me temo que no. Va a tener que ensayar más su imitación del lobo feroz.
–Normalmente, la gente espera a ser invitada para entrar en casa ajena.
–Normalmente la gente no te grita antes de abrir la puerta –replicó ella.
La joven salió de la cocina para ir al salón, mirando sólo durante un segundo la manga de la camisa sujeta con un imperdible por encima de donde había estado su brazo. Sentía curiosidad por saber cómo lo había perdido, pero preguntar sería una grosería. Jen y Andrew le habían contado que era así, sin añadir nada más.
A pesar de todo, era un hombre muy alto y de aspecto formidable. Más alto que su hermano, un metro ochenta y ocho más o menos. Y aunque no debía haber hecho mucho ejercicio desde el accidente, parecía estar en forma. Su pelo oscuro, corto, estaba alborotado y aún tenía crema de afeitar en la barbilla.
–No es fácil tenerle miedo a un hombre que parece Santa Claus.
–Maldita sea –murmuró él, pasándose la toalla por la cara–. ¿Quién es usted?
–Lily Germaine –contestó ella, ofreciéndole su mano. Entonces se dio cuenta de que Noah no tenía mano derecha que estrechar y esta vez fue ella quien se puso colorada.
–No pasa nada. A mí también se me olvida a veces.
La serena respuesta despertó la simpatía de Lily.
–Soy amiga de Jen y de Andrew. Ellos me han pedido que pasara por aquí.
–¿Por qué?
Lily dio un paso adelante. Iba mal afeitado y había zonas por las que no se había pasado la cuchilla, observó.
–Jen quería que te trajera unas provisiones. Según ella, te vendría bien que te echaran…
Lily no terminó la frase. De repente, todo parecía tener doble sentido y lo último que deseaba era insultarlo.
–¿Una mano?
Noah sabía que se lo estaba poniendo difícil, pero no podía olvidar lo obvio, que por el momento no podía ir en coche al supermercado y cargar con las bolsas sería un problema.
–En cierto modo –contestó Lily.
–Bueno, vamos a quitarnos este asunto de en medio –dijo él entonces, tirando la toalla sobre el sofá–. Soy Noah Laramie y he perdido un brazo. Así son las cosas, no hay que andarse con pies de plomo. Y no te preocupes por cada frase que digas.
Estaba sonriendo y cuando sonreía era guapísimo.
–Parece que no es cuestión de «manos» sino de meteduras de pata –intentó bromear ella.
–Jen es como una madre, pero estoy bien, no hace falta que me traigas nada.
La sonrisa de Lily desapareció. Jen no le había dicho que iba a tener que pelearse con Noah. No, le había dicho que Noah Laramie era divertido y burlón. Y, a pesar de su franqueza, Lily tenía la impresión de que intentar convencerlo de algo sería tan efectivo como hablar con un rábano y esperar una respuesta.
–Además, se supone que debo llevarte al rancho La-zy L.
–Andrew vendrá a buscarme.
–Andrew ha tenido que ir a Pincher Creek.
–Entonces Jen.
–Jen tiene que abrir la panadería y me ha pedido que te trajera estas cosas antes de llevarte al rancho. Así que acostúmbrate a la idea, Laramie: soy tu chófer, te guste o no.
Después de fulminarla con la mirada, Noah se dirigió al cuarto de baño.
–Muy bien, pero sólo hoy.
Mientras guardaba las cosas en los armarios de la cocina lo oyó cerrar la puerta de golpe. Aquel hombre iba a ser difícil, estaba claro. Lily sacudió la cabeza mientras abría la nevera. Dentro había queso, un bote de ketchup, otro de mostaza y tal vez dos centímetros de leche en una botella de plástico.
Suspirando, guardó fruta, verdura y varias bandejas de carne en el congelador. ¿Qué comía aquel hombre? Aunque debía arreglárselas porque el fregadero estaba lleno de platos sucios.
Pero había que limpiar el polvo y se preguntó también quién le haría la colada.
No había podido decirle que no a Jen porque era su mejor amiga y haría cualquier cosa por ella. Aunque fuese el primer día de sus vacaciones y habría podido levantarse tarde, tomar un café en el patio y tomar el sol en el jardín.
Lily suspiró de nuevo. Todo parecía una frivolidad comparado con el problema de Noah. Perder un brazo en combate y volver a casa después de tantos años… en fin, hacer la colada no sería una de sus prioridades y era comprensible. Por el momento, lo que debía hacer era recuperarse y tal vez necesitaba ayuda para limpiar la casa.
Había terminado de guardar las cosas en la cocina y estaba sacudiendo los cojines del sofá cuando oyó la voz de Noah a su espalda:
–No hagas eso.
Lily se dio la vuelta. Había terminado de afeitarse, su rostro limpio, aunque con un par de cortes. Sus ojos eran de un azul profundo, tan oscuros que el color apenas era visible. Era un hombre grande, imponente, un hombre que había sido soldado desde los diecinueve años. Su cruda masculinidad era turbadora y, de manera inconsciente, Lily dio un paso atrás.
¿De dónde había salido esa atracción? No tenía sentido y no le gustaba nada. Ella no podía estar interesada.
Además, no le gustaba nada que le diese órdenes.
–¿Por qué no?
–Porque puedo hacerlo yo.
Lily arrugó la nariz.
–¿Y por qué no lo has hecho entonces?
Eso pareció hacerlo pensar. Aunque la miraba fijamente a los ojos, Lily estaba decidida a no apartar la mirada. Ella no estaba acostumbrada a dejarse intimidar, una profesora de instituto no podía dejarse intimidar. Aunque nunca hubiera pensado que ser profesora de secundaria podría ser una buena preparación para lidiar con ex combatientes malhumorados.
–Porque no me apetecía.
–Bueno, pues ahora no tienes que molestarte porque puedo hacerlo yo.
Noah dio un paso adelante.
–¿Es que no tienes un trabajo?
Lily colocó una manta sobre el respaldo del sofá, intentando contener los latidos de su corazón. Algo había pasado cuando Noah Laramie dio un paso hacia ella. Algo había pasado entre esos ojos azules y los suyos que aceleraba ridículamente su pulso.
–Soy profesora de Economía Doméstica en el instituto.
–¿Qué? Pero si no puedes ser mucho mayor que tus alumnos.
–Tengo veintisiete años –dijo Lily–. Y llevo tres siendo profesora.
–¿Y así es como pasas tus vacaciones de verano, haciendo obras de caridad?
–Esto no es una obra de caridad, Noah –suspiró ella. Llamarlo por su nombre sonaba extraño, ¿pero cómo iba a llamarlo, señor Laramie, capitán? Ése había sido su rango en el ejército, pero ninguno de esos nombres parecía pegar con aquel hombre.
–¿Cuánto te ha pagado Andrew para que vinieras?
–Nada, le estoy haciendo un favor a Jen. Aunque, por lo que veo, a este sitio le hace falta una buena limpieza. Podría ayudarte, si quieres.
–¿Cuánto me cobrarías?
¿Cobrarle? Lily lo miró, sorprendida. El chico divertido que Jen le había descrito no se parecía nada a aquel hombre y se preguntó si la guerra lo habría cambiado o si tal vez había dejado una parte de sí mismo en el combate. En cualquier caso, aceptar dinero por limpiar un poco aquel sitio no le parecía bien.
–No te cobraría nada.
–Eso es caridad y no tengo intención de aceptarla –dijo él, mirando alrededor–. Pero si quieres quedarte hoy, te daré un cheque. Tengo dinero.
Bueno, eso lo sabía todo el mundo en Larch Valley. Andrew le había comprado su parte del rancho. Además, Noah era oficial del ejército y no tenía familia que mantener.
–Los amigos ayudan a los amigos.
–Sí, pero tú no eres mi amiga. Eres amiga de Jen.
Era lo mismo. ¿Aquel hombre no sabía que la obligación de los amigos era ayudar? Haciendo eso, además, conseguía que Jen y Andrew estuvieran más tranquilos.
Pero sabía que decir eso provocaría más protestas. Noah Laramie era un hombre orgulloso.
–Si quieres que sea así, de acuerdo –le dijo. Sencillamente, no cobraría el cheque. Además, sólo sería aquel día.
–De acuerdo –asintió él–. Y si me llevas al Lazy L, ya que no puedo ir de otra manera, no tendrás que hacer nada más.
Lily lo observó, sin poder disimular la curiosidad, mientras se sentaba en un taburete para ponerse las botas. Tardó un poco más de lo normal, pero agarró las tirillas de la bota con la mano izquierda y consiguió meter el pie. Hizo lo mismo con el otro y luego estuvo un minuto intentando bajar la pernera del pantalón.
Lily estuvo a punto de ofrecerle su ayuda, pero si no había querido que ahuecase el cojín del sofá estaba claro que no iba a aceptar ayuda para ponerse las botas.
–Cuando tú quieras –le dijo.
Noah se dirigió a la puerta sin mirarla y ella lo siguió, suspirando.
Le había hecho una promesa a una amiga y no se echaría atrás, por cabezota que fuese Noah Laramie.
Después de dejarlo en el Lazy L, Lily volvió a la casa. Noah no se había molestado en cerrar con llave, como tanta gente en aquel pueblo tan pequeño, de modo que siguió con lo que estaba haciendo antes de que él saliese del cuarto de baño.
Jen la había llamado por la noche, agotada, porque tenía que levantarse a las cuatro de la mañana para ir a Snickerdoodles y Lily no se lo había pensado dos veces antes de decirle que sí.
Jen había sido su primera amiga cuando llegó al pueblo. Ella le había presentado a todo el mundo, haciéndola sentir que, por fin, había encontrado un hogar. El que no había tenido mientras crecía en Toronto. Entonces su «hogar» había consistido en una serie de apartamentos en los que jamás se quedaban demasiado tiempo. Y eso significaba cambiar de colegio constantemente, nuevos compañeros, nuevas rutinas.
Cuando de niña leyó Ana de las tejas verdes había sentido el mismo anhelo de Ana por tener un amigo de verdad. Pero siempre tenía miedo porque sabía que, tarde o temprano, tendría que dejarlo atrás.
Pero entonces llegó a Larch Valley a trabajar y se enamoró del pueblo y de su gente. Jen era lo más parecido que había tenido nunca a una hermana. Y aunque algunas veces su casa le pareciese un poco solitaria, no importaba. Tener un sitio propio era lo más importante. Además, le gustaba su trabajo, tenía amigos y pasaba su tiempo libre haciendo cosas divertidas.
Aunque lidiar con Noah Laramie no era precisamente divertido.
Mientras fregaba un plato decidió que lo mejor sería no pensar que era un alto y guapo ex soldado o que había sido un héroe en el campo de batalla. Era sólo el hermano de un amigo; un hermano gruñón y orgulloso, además.
Lily estuvo limpiando hasta dejar la casa brillante y luego puso unas pechugas de pollo a marinar. Por lo que veía en la nevera, Noah había estado comiendo cosas congeladas y una cena decente le sentaría bien.
Estaba haciendo una ensalada cuando en la puerta apareció la camioneta de Andrew y de ella bajaron Noah, Andrew y Jen. Bueno, ningún problema, había sacado cuatro pechugas pensando que sobraría algo.
Noah fue el primero en entrar.
–¿Sigues aquí?
Lily iba a contestar cuando Jen entró en la cocina.
–¡Noah! ¿Ésa es manera de saludar?
–Lo siento –se disculpó él, bajando la mirada–. Es que pensé que ya habría terminado.
–Estaba haciendo la cena –dijo Lily–. Además, le había hecho una promesa a Jen y yo nunca reniego de mis promesas –añadió, tragando saliva.
Y era cierto, pensó, recordando el día que todo en su vida había cambiado. Había sido ella la que se quedó, la que esperó, la que había cumplido su promesa. Fue Curtis quien se marchó sin decir una palabra, rompiéndole el corazón.
–A mí no me has hecho ninguna promesa –arguyó Noah.
–Una promesa es una promesa de todas formas.
Las palabras parecieron quedar colgadas en el aire hasta que Noah pareció aceptarlas.
–No sabía que iban a venir conmigo –le dijo, sin mirarla.
–Es tu casa, no tienes que disculparte. Iba a dejarte algo de comida para mañana, pero creo que hay suficiente para los tres. Ah, por cierto… tengo que encender la barbacoa.
Lily salió al patio para alejarse un poco de aquel ambiente tan tenso. Para ser un hombre con una incapacidad era muy independiente y parecía dispuesto a pelearse con ella por cualquier cosa. Aunque no importaba, en realidad era admirable que tuviese tanto carácter.
Mientras le daba la vuelta al pollo pensó en los largos días de las vacaciones, preguntándose cómo iba a soportarlos Noah.
Podría echarle una mano en la casa mientras él trabajaba en el Lazy L, así tendría algo que hacer antes de volver al instituto en septiembre. Pero tenía la impresión de que convencerlo no iba a ser fácil.
Cuando volvió a entrar en la cocina, Jen ya había puesto la mesa para los cuatro.
–Pero si yo no me voy a quedar…
–Pues claro que te vas a quedar –la interrumpió su amiga–. Hemos venido los dos porque queremos hablar contigo y con Noah.
Lily tuvo una extraña premonición. ¿De qué querían hablar? Estaba claro que Noah y ella no iban a llevarse bien.
–¿Y tengo que quedarme a cenar para eso?
–Sí, me temo que sí –intervino Andrew–. ¿Tienes un sacacorchos por aquí?
Lily miró a Noah, que enarcó expresivamente una ceja. Fuera lo que fuera, estaba claro que Jen y Andrew se habían puesto de acuerdo y él también parecía haberse dado cuenta. Y, considerando lo mal que habían empezado, aquello no sonaba nada bien.
–Prueba en el segundo cajón –sugirió Noah–. Si no, tengo una navaja suiza con sacacorchos por algún sitio.
Lily no sabía si quedarse o no. Seguramente no debería, pensó, mientras Andrew sacaba unos vasos del armario.
–¿Y esos vasos? No los reconozco –dijo Noah.
–Eran de mamá y papá –contestó su hermano–. La casa estaba amueblada cuando la alquilé, pero no había vasos y platos, así que los he traído de casa.
Noah miró los vasos con una expresión indescifrable.
–Nosotros no los necesitamos, hemos comprado una cristalería nueva –dijo Jen.
Jen y Andrew se miraron y Lily volvió a sentir esa opresión en el pecho. Era evidente que estaban locos el uno por el otro, pero la palabra «boda» hacía que se sintiera incómoda.
–Jen, ¿te importa poner el arroz en un cuenco? Voy a sacar el pollo de la barbacoa.
Una vez en el patio se dio cuenta de que había olvidado el plato, pero cuando se dio la vuelta Noah estaba tras ella con el plato en la mano y una sonrisa irónica en los labios.
–Gracias.
–Están planeando algo –dijo él.
–Sí, yo también lo creo –murmuró Lily.
–¿Se te ocurre qué podría ser?
–Ni idea –contestó ella, sin mirarlo.
–Vaya, vaya, Lily Germaine, que parecía de piedra cuando trataba conmigo, de repente se pone nerviosa cuando hablan de una boda… qué interesante.
–No seas bobo.
–Soy muchas cosas, señorita Germaine, pero no soy bobo. Y sé lo que es una retirada táctica.
Lily se dio la vuelta. Sí, hablar de bodas la ponía nerviosa porque algunas decepciones dejaban cicatrices que nunca curaban del todo. Pero ella no le había contado nada a Jen. Era su pasado, su problema, no el de su amiga.
–No sé de qué estás hablando. Yo me alegro por los dos, se quieren muchísimo –Lily iba a pasar a su lado, pero Noah la tomó del brazo.
–No hablaba de ellos, hablaba de ti. He visto tu expresión.
–Tú sabes de mí todo lo que tienes que saber –replicó ella.
–Lo dudo.
–Y yo no sé nada sobre ti –insistió Lily, apartándose para entrar de nuevo en la cocina–. Aparte de que estás de mal humor por las mañanas. No, en realidad no sólo por las mañanas.
–Siento lo de hoy –se disculpó Noah entonces, apoyando un pie en el primer escalón del porche.
–Disculpas aceptadas.
–La verdad es que antes no era tan malhumorado –después de admitirlo, Noah dio un paso atrás, sorprendido–. No sé por qué he dicho eso.
Lily esbozó una sonrisa.
–Tal vez intentabas dar una buena impresión.
–No, creo que he perdido todas las oportunidades de hacer eso.
Estaban sonriendo los dos y Lily se dio cuenta de que llevaban varios segundos mirándose en silencio.
–Deberíamos entrar, la cena está lista.
Una vez dentro, siguió sonriendo para mantener las apariencias, aunque la alegría de Jen y Andrew eclipsaba la de los demás. Andrew levantó su vaso, invitándolos a hacer lo mismo.
–Quiero hacer un brindis –anunció, tomando la mano de Jen– por mi chica, por decirme que sí. Por Noah, que ha vuelto a casa. Y por Lily, que está siendo tan generosa como siempre.
Lily tuvo que hacer un esfuerzo para seguir sonriendo. Estaba claro que Andrew y Jen eran absolutamente felices y, aunque se alegraba por ellos, no podía evitar sentir cierta tristeza.
–Bueno, yo creo que éste es tan buen momento como cualquiera para decir lo que tenemos que decir –siguió Andrew–. Hemos venido aquí esta noche… bueno, Noah, eres mi hermano así que quiero pedirte que seas el testigo en la boda.
–Y yo quiero que tú seas mi dama de honor, Lily –dijo Jen.
Lily y Noah se miraron, atónitos.
La idea de tener que recorrer el pasillo de la iglesia era aterradora. No podía hacerlo. Incluso como dama de honor sería un fraude…
–Pensé que querías que fuese Lucy –empezó a decir, para disimular su desconcierto. No había ido a una boda desde que la suya fracasó y había sido más o menos fácil evitarlas inventando algún problema de horarios, una enfermedad. Nunca le había dicho nada a nadie.
Pero no podía inventar una excusa para la boda de Andrew y Jen porque eran sus mejores amigos. Además, se sentía culpable por vacilar, aunque fuera un segundo.
–Lucy está embarazada de siete meses. Además, yo quiero que seas tú.
Lily no sabía qué decir. Si ella fuera a casarse, algo que no imaginaba que pudiera pasar ni en aquel momento ni en el futuro, también querría que Jen fuera su dama de honor.
–Claro que sí –dijo por fin, apretando la mano de su amiga–. Es un honor para mí, es que me ha pillado por sorpresa. Nunca he sido dama de honor.
–Y Noah es el único hermano de Andrew, así que sería muy importante para él… y vuestro padre se sentiría orgulloso, ¿no crees?
Lily sabía que no había podido llegar a tiempo al funeral de su padre y lo vio parpadear… ¿tenía los ojos empañados? ¿Habría tenido tiempo de llorar por Gerald en medio de su propia tragedia?
–Muy bien –dijo Noah por fin–. De acuerdo.
–¡Maravilloso! –exclamó Jen, apoyándose en el hombro de su prometido–. Seguro que Lily irá contigo para alquilar el esmoquin, ¿verdad que sí? Las mujeres siempre saben lo que hace falta en una boda.
A Lily se le hizo un nudo en la garganta. Claro que sabía lo que hacía falta en una boda; había pasado por todo ello una vez y la angustia de que Curtis la dejase plantada en el altar era algo que seguía rompiéndole el corazón.
Y Noah… ¿qué pensaría él? Al fin y al cabo, acababa de llegar del hospital.
Cuando giró la cabeza vio que él la miraba con cara de angustia y sus planes de pasar unas vacaciones relajadas se fueron de repente por la ventana.
¿En qué embrollo se había metido?
MIENTRAS Jen seguía hablando sobre los planes de boda y Andrew interrumpía ocasionalmente con noticias del rancho, Lily no podía dejar de mirar a Noah, que apenas había dicho nada sobre la boda y se limitaba a charlar con su hermano sobre los caballos que rescataba y cuidaba.
Se preguntaba si tendría tiempo para respirar. Sólo había aceptado llevarle una caja de suministros y, al final del día, había aceptado ser dama de honor en la boda de sus amigos y acompañar a Noah a comprar el esmoquin.
–Ya tenemos una fecha –dijo Jen entonces–. La segunda semana de agosto.
–¡Pero si sólo faltan seis semanas! –exclamó Lily.
–No queremos esperar más. Además, queríamos casarnos antes de que volvieras al colegio y… bueno, imagino que Noah también volverá a trabajar. Ah, ahora que me acuerdo, tengo que pediros otro favor.
–¿Otro favor? –repitió Lily, enarcando una ceja.
Su amiga no podía saber lo difícil que era todo aquello para ella y no iba a decírselo. Al fin y al cabo, Jen estaba planeando el día más feliz de su vida.
–Quiero que tú me hagas el vestido. No quiero uno comprado en una tienda, quiero uno que sea sólo para mí.
Lily se quedó boquiabierta. Un vestido de novia era el artículo más importante en el armario de una mujer, algo que sólo se pondría una vez.
–Oh, Jen…
–Nadie podría hacerlo mejor que tú y significaría mucho para mí. Podríamos ir a Calgary a comprar la tela.
Ella sólo había hecho un vestido de novia en su vida y estaba en su armario, recordándole pasados errores. Y en una hora había pensado más en su fracasada boda que en los últimos años.
–Sí, claro que sí –contestó–. Me alegra mucho que me lo pidas.
Mientras hablaban sobre telas y estilos, Lily miraba a Noah por el rabillo del ojo y se dio cuenta de que tenía problemas para cortar el pollo. Había dejado el tenedor para usar el cuchillo, pero con una sola mano no podía sujetarlo… y de repente sus ojos se llenaron de lágrimas. Tal vez tenía razones para estar malhumorado. La vida para él consistía en aprender a manejarse como un amputado. Incluso algo tan sencillo como cortar un trozo de pollo era un reto. Pero resultaba fácil olvidar eso porque era un hombre tan orgulloso, tan decidido…
Y estaba segura de que lo último que deseaba era su compasión. ¿Cómo podía ayudarlo sin hacer que se sintiera humillado?
–¿Quieres que te ayude? –le preguntó directamente.
Todos se quedaron en silencio. Lily deseó que Jen o Andrew dijesen algo, pero todos la miraban como si hubiera cometido un pecado.
–No hace falta –contestó él–. No soy un niño pequeño.
Era la respuesta que había esperado. Y, sin embargo, negar lo evidente era absurdo.
–Ya sé que no eres un niño pequeño. E imagino que todo será más fácil con una prótesis. Hasta entonces, no es ninguna vergüenza pedir ayuda de vez en cuando.
Noah dejó el tenedor sobre el plato y la fulminó con la mirada.
–Te lo digo otra vez: no recuerdo haber pedido tu ayuda.
–No hace falta que la pidas si alguien te la ofrece.
La mirada que Noah lanzó sobre ella era tan complicada de descifrar que Lily tragó saliva. Parecía asombrado ante su insistencia, pero también agradecido, enfadado y vulnerable a la vez.
Sin decir nada, empujó el plato hacia ella y, en silencio, Lily cortó el pollo antes de devolvérselo para seguir comiendo como si no hubiera pasado nada.
–Gracias –dijo Noah en voz baja.
Andrew y Jen empezaron a hablar sobre cosas del rancho y la cena continuó, pero Lily no podía dejar de recordar esa mirada.
Después de cenar, Noah y Andrew salieron al patio a tomar el café mientras Jen y ella limpiaban la cocina. Pero mientras lo hacía no podía dejar de mirar por la ventana. Noah era un poco más alto que su hermano, sus anchos hombros acentuados por la estrecha camisa. Se le encogió el estómago al recordar cómo la había mirado cuando le ofreció su ayuda…
–Andrew se alegra mucho de que Noah haya venido a casa a recuperarse –suspiró Jen, mientras limpiaba la encimera–. No sabíamos si lo haría.
–¿Por qué no? Ésta es su casa –dijo Lily.
–Pero es muy cabezota. Y en eso los dos hermanos son iguales. Noah es muy independiente y no soporta que tengan que ayudarlo en nada… gracias por lo de hoy, Lily.
–No tienes que darme las gracias.
–Pero estás de vacaciones –le recordó Jen.
–Ya sabes que en esta época no tengo mucho que hacer, así que podría echarle una mano de vez en cuando.
Su amiga la miró, con una sonrisa de oreja a oreja.
–Ya me imagino.
–¿Qué significa eso?
–Nada, que tú eres así… siempre estás dispuesta a cuidar de la gente.
Lily asintió con la cabeza. En realidad, siempre había sido así. Cuando era pequeña, sus toques personales eran lo único que hacía soportable su casa. Muchas veces ella parecía la adulta y su madre la niña. Y, como resultado, había madurado muy pronto.
–Es posible, pero no creo que Noah quiera que lo envuelvan entre algodones –Lily se apoyó en la encimera mientras se secaba las manos con un paño–. Sólo me ha dejado arreglar un poco la casa si aceptaba que me pagase por ello.
–Ya te he dicho que es un cabezota.
–Pero, por supuesto, no tengo la menor intención de aceptar el dinero.
–Ya lo sé –sonrió Jen–. Deberíamos haber contratado a una persona, pero no es eso lo que Noah necesita.
Lily se volvió hacia la ventana para mirar a los dos hombres, que charlaban mientras tomaban el café.
–Sí, claro –murmuró. Lo imaginaba intentando quitarse las botas, por ejemplo, tan decidido a hacer las cosas por sí solo–. Lo que necesita es un amigo.
–Pues no podría haber encontrado uno mejor que tú. Eso lo sé muy bien.
Las cariñosas palabras de su amiga emocionaron a Lily, que intentó apartar de sí la tristeza que había resucitado aquel día.
–Por lo menos no tendrás que preocuparte de que haya un romance entre nosotros. Recuerda que yo no salgo con vaqueros… ni con soldados.
Lily le había dicho una vez que los vaqueros le parecían insoportables y el comentario se había convertido en una broma entre ellas.
Pero, mirando a Noah ahora, se daba cuenta de que no era verdad. Había algo en él que llamaba su atención, que la atraía.
Jen soltó una carcajada.
–¿Noah y tú? Ni se me había pasado por la cabeza. Sois las dos personas más testarudas que conozco y sería como mezclar aceite y agua. Además, lo de Noah es temporal. Una vez que se haya recuperado empezará a hacer planes para el futuro –dijo su amiga–. Pero me alegro mucho de que esté aquí porque Andrew necesita ayuda en el rancho. Además, le hace mucha ilusión que sea testigo en la boda.
Noah y Andrew estaban riendo en ese momento y Lily sintió algo al escuchar esa risa. No sabía qué, una sensación de estar donde debía estar, de pertenecer a un grupo.
Pero Jen tenía razón, eran como el agua y el aceite. Además, ella no estaba buscando una relación sentimental.
–Bueno, parece que tú sabes cómo tratarlo –siguió Jen–. Creo que Noah ha aceptado que ahora es un hombre diferente y, aunque no lo diga, se alegra de tenerte cerca.
Sólo iban a ser unas semanas, pensó Lily. Y podía ser práctica durante ese tiempo, por supuesto.
Noah sujetó la cuerda que sujetaba la bala de heno y la levantó, apoyándola en la cadera. Pero era tan pesada que tuvo que dar un par de pasos atrás. Estaba sudando, no por el peso de la bala sino porque no era fácil mantener el equilibrio, pero una vez que la tuvo bien sujeta se dirigió hacia la cerca.
Trabajar para Andrew era un placer y un fastidio a la vez, pensó, mientras cortaba la cuerda y distribuía el heno entre los caballos que esperaban frente a la cerca, impacientes, deteniéndose un momento para acariciar el cuello de un viejo percherón.
Admiraba lo que hacía su hermano en aquel rancho que era, además, un refugio para caballos viejos. Si no hubiera apoyado su idea tal vez no le habría vendido su parte el año anterior.
Pero había pensado que estaría en el ejército para siempre. Jamás anticipó que volvería allí y menos como peón de su hermano. Aunque sólo era una cosa temporal hasta que se acostumbrase a la nueva situación y pudiese volver al servicio activo. Por el momento lo mantenía ocupado y en forma, dos cosas que acelerarían su recuperación.
Además, era muy agradable trabajar al aire libre, sintiendo el sol y la brisa en la cara. Eso era tan curativo como las interminables rondas de terapia y las consultas con los médicos. Él odiaba esas consultas y las interminables preguntas sobre cómo había perdido el brazo… era como si esperasen que se derrumbara en cualquier momento. Había cometido un error, eso era todo. Aunque a menudo se enfurecía, le daba las gracias a Dios todos los días por haber sido él quien sufrió las consecuencias. Había sido un error, pero era su error y sólo él había pagado por ello.
Pero no era así como lo veía la gente. Incluso Andrew y Jen. También ellos veían la amputación antes que al hombre.
Recordó entonces a Lily ofreciéndose a cortar el pollo esa primera noche. Ella no lo trataba con guantes de seda. Y tal vez por eso se había sorprendido a sí mismo contándole cosas que no le había contado a nadie más.
No sabía qué le depararía el futuro, pero sí sabía que moriría detrás de un escritorio porque no podría volver al servicio activo. Sería absurdo negar que sus habilidades estaban restringidas por la discapacidad.
«Discapacidad», odiaba esa palabra. Minusválido, tullido, amputado. Las había oído todas y no aceptaba ninguna. Y, sin embargo, no podía describirse de otra forma.
Pero sobre todo, odiaba necesitar ayuda. Mientras volvía al establo suspiró, pasándose la mano por el bíceps derecho, la única parte del brazo que conservaba. Poco tiempo atrás había sido un capitán al mando de un regimiento… y de ahí a que alguien tuviera que cortarle un filete de pollo porque él no podía hacerlo. Furioso, pateó un cubo de plástico que había en el suelo…
–¿Un día duro? –oyó la voz de Lily tras él.
–¿Qué haces aquí?
Lily estaba muy guapa con un vestido de algodón ajustado en la cintura. Los tirantes que lo sujetaban dejaban al descubierto sus hombros dorados y la brisa movía la falda, llamando la atención de Noah hacia sus piernas desnudas y sus sandalias. Llevaba las uñas de los pies pintadas de color rojo.
–Vas a tener que esforzarte un poco con tus buenas maneras.
–Es que me has pillado por sorpresa otra vez. Tienes por costumbre hacer eso.
–No hay ninguna razón para matar al mensajero.
Noah, sin poder evitarlo, soltó una carcajada. Lily era la viva imagen de la feminidad y durante unos segundos respondió como lo hacía un hombre frente a una mujer guapa.
–Veo que hoy te has puesto una camiseta.
Sí, estaba claro que siempre decía lo que pensaba. Pero Noah se negó a mirar el espacio vacío a su lado, mirándola a ella en cambio. Habría visto el muñón tarde o temprano, de modo que daba igual.
–Hace demasiado calor para ponerme una camisa de manga larga.
–Y entonces eso es… –Lily señaló el pedazo de tela que cubría el final del brazo.
–Se usa para tapar el muñón –dijo Noah–. Protege la piel y… bueno, queda mejor.
Hablaba de su brazo como si fuera una entidad separada de él, pensó Lily. Bueno, tal vez lo era. Debía ser muy difícil asimilar que uno ha perdido un miembro.
–¿Te duele?
La pregunta, tan directa como ella, no lo sorprendió. Decía las cosas como las pensaba y, sin embargo, con una comprensión y una compasión que hacían imposible sentir resentimiento.
–A veces –admitió Noah–. Pero es un dolor fantasma, así lo llaman los médicos.
En realidad, no podía creer que le hubiera contado tantas cosas. ¿Qué tenía aquella chica que hacía que le desnudase su corazón? Debería tener cuidado, pensó.
–Jen y yo hemos ido de compras esta tarde. Hemos comprado la tela para el vestido de novia.
–Ah, me alegro.
Noah se encontró mirándola a los ojos otra vez. Nunca había conocido a una mujer tan directa como ella y eso, combinado con una potente feminidad, parecía un peligro.
Pero era absurdo. Aunque estuviera interesado, que no lo estaba, curioso sería una mejor manera de describirlo, ¿qué mujer querría a un hombre como él? Tal vez «tullido» sería un adjetivo mejor. Tenía cicatrices suficientes para demostrarlo, las veía todos los días frente al espejo.
–Debería volver a trabajar.
–Ah, sí, claro –Lily lo miró, con el ceño fruncido, y Noah sintió el deseo de tocar su frente con un dedo…
Oh, sí, Lily Germaine podía ser una mujer muy peligrosa si quería serlo. Afortunadamente, no estaba a su alcance.
–Noah, espera –lo llamó Lily antes de darse la vuelta.
Estaba claro que se sentía incómodo y si iban a tener que ir juntos a la boda por lo menos deberían llegar a un acuerdo. Soportar la ceremonia sería difícil sin, además, estar molesta con él.
–¿Qué?
–No quiero que nos llevemos mal.
–No nos llevamos mal.
–Quiero decir que… no quiero que estés tan tenso.
Noah sonrió.
–Las cosas son así. Ahora, todo en mi vida es diferente a como era antes.
–¿Lo ves? No sé qué significa eso, de modo que no sé cómo responder.
–Pues parece que «responder» se te da muy bien –dijo él, irónico.
–Porque pareces la clase de hombre que agradece que los demás sean sinceros –replicó Lily.
–Así es –dijo Noah, levantando una ceja–. Pero en el ejército no me gustaba nada la insubordinación.
Ella soltó una carcajada. Estaba intentando provocarla, pero no podía dejar de mirar ese ancho torso bajo la camiseta o las arruguitas que tenía alrededor de los ojos.
–¿Lo echas de menos? –le preguntó–. Me refiero a darle órdenes a todo el mundo. Imagino que debe ser muy diferente trabajar para Andrew.
–Estaba tan acostumbrado a dar órdenes como a recibirlas. Después de todo, sólo era capitán. Y Andrew no me molesta demasiado. Además, mi hermano se ha encargado de que tuviera todo lo que necesitaba antes de volver a Canadá.
–¿Desde Afganistán?
–No, desde Alemania. Allí es donde estuve recuperándome.
–Pero Andrew no fue a verte, ¿verdad?
Lily imaginaba lo horrible que sería recibir ese tipo de llamada. ¿Correría ella al lado de su madre? Sospechaba que sí y, por primera vez en mucho tiempo, se preguntó qué clase de vida viviría Jasmine.
–Y me alegro de que no fuera.
–¿Por qué? Imagino que querrías tener a tu familia a tu lado…
De repente la expresión de Noah se oscureció, como si no la conociera de nada.
–Sólo le piden a la familia que acuda si el soldado está en peligro de muerte, así que me alegro de que Andrew no tuviera que ir a Alemania.
Lily se sintió como una tonta. Había tantas cosas sobre Noah que no sabía y no entendía.
–Me gustaría ayudarte, de verdad. Aunque sólo sea pasar la aspiradora o llevarte a algún sitio en el coche. ¿Para qué vas a molestar a Jen y Andrew cuando yo tengo tanto tiempo libre?
–No necesito una enfermera, gracias –respondió él, dándose la vuelta–. Y pronto me traerán una camioneta.
–¡Yo no he dicho que quiera ser tu enfermera! ¿Por qué insistes en rechazar mi ayuda?
–Porque necesito aprender a hacer las cosas por mi cuenta.
–Pero no tienes que hacerlo todo de una vez, ¿no?
Noah tomó un bocado de un clavo en la pared y se lo colgó al cuello antes de volver al corral, silbando para llamar a Pixie. Y la yegua se acercó trotando.
–¿No tienes nada mejor que hacer?
Lily lo miró, sorprendida, mientras abría la cerca y, con una sola mano, conseguía ponerle el bocado al animal. Había tardado apenas unos segundos más que si tuviera dos manos.
–¿Cuánto dinero gana una profesora al mes? Si necesitas dinero…
–No necesito dinero, muchas gracias.
–¿Entonces qué quieres? ¿Te doy pena?
–Por favor… es imposible que tú le des pena a nadie.
–Mejor –murmuró él, tirando de las bridas para llevar a la yegua a la zona veterinaria del establo.
–A lo mejor es una manera de darte las gracias.
–¿Por qué?
Qué hombre tan insoportable. ¿Por qué no podía aceptar su ayuda sin pedirle explicaciones? Explicaciones que no podía darle, además. ¿Tendría razón? ¿Necesitaba algo que hacer?
Entonces recordó las palabras de Jen: que siempre cuidaba de todo el mundo. Y era verdad. Tal vez porque así no tenía que ver lo solitaria que era su vida y… y maldito fuera Noah Laramie por hacer que lo recordase.
–Por servir a tu país.
Noah soltó una carcajada.
–Ya, claro. Mira, déjalo, no te molestes. Estas cosas pasan. Nos pilló por sorpresa un ataque de la insurgencia y yo tuve la mala suerte de resultar herido.
Eso despertaba más preguntas que respuestas, pero Lily decidió que no serviría de nada preguntar.
–¿No crees que lo que hiciste es algo extraordinario?
–¿Sabes lo que creo, Lily? Creo que has decidido ayudarme porque estás aburrida. En verano no tienes nada que hacer y has decidido convertirme en tu proyecto estival.
Lily empezó a echar humo por las orejas, en parte porque el comentario era una insolencia y en parte porque en cierto modo era verdad.
–¿Quieres saber lo que descubrí cuando me vine a vivir a Larch Valley? Que los vecinos se ayudaban unos a otros. Es una cosa asombrosa. Cuando alguien necesita que le echen una mano siempre hay alguien dispuesto a hacerlo. ¿Cómo crees que tu hermano pudo levantar el rancho? Y yo ayudé a Jen a renovar la panadería. Si pagándome te sientes más tranquilo, muy bien, no quiero herir tu orgullo masculino.
Noah siguió tirando de la yegua.
–Ya, claro.
–Además, ¿se te ha ocurrido que tienes que ir a probarte el esmoquin? ¿Los zapatos? ¿Que tienes deberes como testigo? ¿Qué pasa con la despedida de soltero, quién la va a organizar?
–¿Qué?
–Ah, veo que no lo habías pensado. ¿Crees que yo quiero ir a la boda con alguien que lleve camiseta y vaqueros? Porque tenemos que entrar juntos en la iglesia, tenemos que sentarnos juntos en la mesa…
Noah apretó los dientes, enfadado. Bueno, pues mejor, pensó ella.
–¿Crees que eso es lo que quieren Andrew y Jen? –insistió Lily.
–Andrew dice estar encantado de que haya vuelto a casa para la boda.
–Y Jen está organizando la boda. ¿Tú sabes lo que una boda significa para una mujer?
–Sí, claro…
–Todo –lo interrumpió Lily, con un nudo en el estómago, recordando el vestido que colgaba en su armario. Nunca había tenido corazón para librarse de él–. Una mujer quiere que el día de su boda sea un cuento de hadas, que sea todo lo que siempre ha soñado…
–¿Es por eso por lo que el otro día no dijiste nada durante la cena? Porque me di cuenta de que reaccionabas de una manera extraña –Noah se detuvo para mirarla.
–Jen es mi amiga –dijo Lily, tragando saliva–. Y haría cualquier cosa por ella, incluso perder el tiempo discutiendo con alguien tan cabezota como tú. Lo considero parte de mis deberes como dama de honor.
–Te lo advierto, yo no soy una compañía muy agradable –dijo Noah entonces.
–Cuéntame algo que no sepa.
–Lo digo en serio.
–Yo también. Pero Jen y Andrew son mis amigos… más que eso, son como una familia para mí. ¿No es más lógico que tú y yo intentemos ser amigos también?
Ser amigos no exigía compromiso alguno, ¿verdad?
Pero Noah no dijo nada y Pixie, cansada de esperar, tiró del bocado, haciendo que perdiese el equilibrio. Lily lo agarró del brazo con una mano mientras con la otra intentaba agarrarlo de la camiseta… y acabaron chocando.
Sus pechos aplastados contra el torso masculino, sintió que no podía respirar. Noah tenía los ojos clavados en ella y en ellos había un brillo que no había visto antes. Por un momento casi le pareció que iba a inclinarse para besarla, pero un segundo después dio un paso atrás.
–Amigos –repitió, aunque Lily detectó una nota de escepticismo en su voz–. Ya veremos.
Luego se alejó, con Pixie tras él, dejando a Lily sin nada que hacer más que observar su retirada.