Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Sartre visita Cuba contiene el artículo publicado por Jean Paul Sartre en el suplemento cubano Lunes de Revolución, además de una conversación con los escritores cubanos: - Antón Arrufat, - Sergio Rigol, - Isabel Monal, - Mario Parajón, - Humberto Arenal, - Eduardo Manet, - Guillermo Cabrera Infante, - Pablo Armando Fernández, - Mirta Aguirre, - José Álvarez Baragaño, - Virgilio Piñera, - Fausto Masó, - Nicolás Guillén, - Carlos Rafael Rodríguez, - Lisandro Otero - y José Rodríguez Feo.Sartre visita Cuba muestra una aguda visión de la Revolución cubana y de sus futuras debilidades. Este libro nos hace pensar en los modelos de emancipacion social y su historia, aquí expuestos en las reflexiones de Sartre. También las preguntas de los intelectuales cubanos sobre filosofía, política, cultura y economía en diálogo siguen teniendo enorme interés.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 81
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Autores varios
Sartre visita Cuba
Ideología y revolución Una entrevista con los escritores cubanos
Barcelona 2022
linkgua-digital.com
Créditos
Título original: Sartre vista Cuba.
© 2022, Red ediciones S.L.
© Ediciones R
Traducción de Juan Arcocha.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9953-220-2.
ISBN ebook: 978-84-9007-786-3.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
A la revolución cubana 7
Ideología y revolución 9
Una entrevista con los escritores cubanos 23
Libros a la carta 51
A la revolución cubanaIdeología y revolución
Hace unos días me hicieron en la Universidad una pregunta que me reprocho de haber respondido con demasiada brevedad. «¿Se puede hacer una Revolución sin ideología?» Puesto que Lunes de Revolución tiene a bien ofrecerme sus páginas, me propongo analizar más ampliamente el problema. Se adivina que no se trata de construir quién sabe qué teoría sobre las Revoluciones en general y sobre las nociones abstractas que las guían. Es Cuba la que está en causa: una característica muy particular del movimiento social que aquí se desarrolla, la constituye la naturaleza del lazo que une las acciones y las ideas. A continuación expondré las observaciones que se imponen a un observador extranjero.
Pero antes que nada hay que definir los términos. Digamos pues que una ideología es un sistema de ideas teóricas y prácticas cuyo conjunto debe, a un tiempo, fundarse sobre la experiencia, interpretarla y superarla en la unidad de proyecciones racionales y técnicas. No diremos que es una ciencia, aunque las ciencias puedan apoyarla; se trata menos, en efecto, de conocimientos desinteresados que de pensamientos formados por los hombres de una sociedad definida, por cuanto son a la vez los testigos y los miembros de dicha sociedad. Pensamientos prácticos, como se ve, y que no tratan solamente de captar las estructuras sociales por su creencia, sino sobre todo de mantenerlas o de cambiarlas. La ideología comporta una visión práctica de las circunstancias objetivas. Ello significa que la misma establece un programa. Aun en las ocasiones en que parece describir, prepara la acción, actúa. La fórmula reaccionaria «Sin azúcar no hay país» fue lanzada como una constatación empírica. De hecho, el cultivo de la caña ha producido una comunidad de un tipo particular, y la frase que acabo de citar no es otra cosa que una ideología en estado salvaje: se presenta, bajo su falsa objetividad, como un rechazo de todo aquello que pretendería cambiar el «statu quo». Se propone desalentar la rebeldía contra el orden social, presentando a éste como la expresión de un orden natural; esa frase presenta a los cubanos su miseria bajo la forma de un destino. Ello equivale a decir que comporta una concepción pesimista del hombre: puesto que éste no puede cambiar la vida, que se resigne pues a llevar la que alguien le ha impuesto. Detrás de los rigores de la naturaleza, la ideología salvaje nos deja ya entrever los consuelos sobrenaturales. Se podrá oponer a ese pensamiento conservador el optimismo que sabe transformar las condiciones de la vida y que confía en el hombre para hacer la historia sobre la base de las circunstancias anteriores. Cualquiera que sea la ideología progresista que se pueda adoptar, comprendemos, en todo caso, que ella también comporta un juicio práctico sobre los hombres. Pues no otra cosa que decidir sobre la condición humana es el presentarla como ahogada en este mundo por leyes inflexibles y, de la misma manera, poner nuestro destino en nuestras manos. Y toda ideología que trate del hombre en la comunidad social, define al hombre a partir del proyecto práctico de conservar o de cambiar las estructuras comunes: nada hay aquí de sorprendente, puesto que esa ideología se ha producido en cada uno por la situación misma y por la profundidad de las pasiones y de los intereses: es la reflexión de un medio social sobre sí mismo la que define a los hombres partiendo del proyecto práctico de defender sus privilegios o de conquistar derechos fundamentales.
Dije que había ideologías salvajes; existen otras que son muy elaboradas. Ocurre también que algunas de ellas comporten a la vez un juicio sobre los hombres, un programa político y social definido y hasta el estudio de los medios propios para realizarlos. En este último caso, el conocimiento permite aclarar cada medida práctica: se evita el empirismo y sus costosos errores, se pueden prever los peligros, se establecen planes. La ventaja de un sistema tan minuciosamente desarrollado no escapa a nadie: se sabe hacia dónde se va; conviene agregar que un acuerdo sobre ideas precisas, sobre objetivos a corto o a largo plazo, debe ser un factor de unidad. Mientras más vagas son las ideas, mayor es el riesgo de un malentendido y, para terminar, de discusiones intestinas; pero si el grupo acepta una ideología sin ambigüedad, ésta lo llevará inflexiblemente a la integración. Por otra parte, lo que ésta gane en fuerza lo perderá en flexibilidad: todo está previsto menos lo imprevisto —que surge para sacudir el edificio y que resulta más cómodo negar—: nada ha ocurrido, nada ha pasado. El peligro de esos grandes monstruos osificados lo constituye eso que se llama el voluntarismo. El programa está hecho por anticipado; sobre él se calcan las planificaciones particulares: se producirá tanto de trigo, tanto de algodón, tanto de maquinarias y herramientas dentro de cinco o diez años. He visto en un gran Imperio a hombres de mi edad haciendo proyectos para los últimos años de este siglo; yo sabía que todos estaríamos muertos y ellos también lo sabían: pero la ideología sobreviviría.
Lo que sorprende primero en Cuba —sobre todo si se han visitado los países del Este— es la ausencia aparente de ideología. Sin embargo, no son ideologías lo que falta en esto siglo; aquí mismo tienen representantes que os ofrecen por todos lados sus servicios. Vuestros dirigentes no las ignoran: simplemente no las emplean. Sus adversarios les formulan los reproches más contradictorios: para unos, esa ausencia de ideas no es más que un engaño; esconde un marxismo riguroso que no se atreve aún a decir su nombre: algún día, los cubanos se quitarán la máscara y el comunismo se instalará en el Caribe, a pocos kilómetros de Miami. Otros enemigos —a veces, los mismos— los acusan de no pensar nada en absoluto: «Están improvisando», se me ha dicho «y luego de haber hecho oído elaboran una teoría». Alguien agrega cortésmente: «Trate de hablar con los miembros del gobierno: quizás ellos sepan lo que están haciendo. Porque lo que es nosotros, debo confesarle que no sabemos absolutamente nada». Y hace unos días, en la Universidad, un estudiante declaraba: «La Autonomía nos resulta tanto más indispensable cuanto que la Revolución no ha definido sus objetivos».
A todo esto he oído mil veces responder: «La Revolución es una praxis que forja sus ideas en la acción». Ese respuesta resulta lógicamente inatacable, pero hay que reconocer que resulta un poco abstracta. Hay que comprender, es cierto, las inquietudes —sinceras o fingidas— de los que dicen ignorarlo todo o reprochan al movimiento revolucionario el no haber definido sus fines. En efecto, en París, hace algunos meses, unos amigos cubanos vinieron a verme. Me hablaron largamente, con fuego, de la Revolución, pero yo traté en vano de que me dijeran si el nuevo régimen sería o no socialista. Hoy en día tengo que reconocer que hacía mal en plantear el problema en esos términos. Pero cuando se está lejos se es un poco abstracto y se tiende a caer en esas grandes palabras que constituyen hoy símbolos más que programas. ¿Socialismo? ¿Economía Liberal? Muchas mentes se interrogan: están convencidos de buena fe que una Revolución debe saber dónde va.
De hecho, se equivocan. Nuestra Revolución, la francesa, la de 1789, fue totalmente ciega. La burguesía —que la realizó— creía ser la diosa universal, comprendió demasiado tarde el conflicto que la oponía al pueblo; y los mismos que votaron por la República, habían sido monárquicos dos años antes. Todo terminó por una dictadura militar que salvó a los ricos y reemplazó a la monarquía. Y, tras los espejismos de un rigor inflexible, ¡cuántas vacilaciones, cuántos errores, cuántos retrocesos se produjeron durante los primeros años, de la Revolución Rusa! La Nep fue impuesta por las circunstancias; la URSS no preveía el fracaso de los movimientos revolucionarios en Europa ni su aislamiento. Las nuevas ideas se expresaban dentro del cuadro de una ideología sin flexibilidad, se convertían en hernias: el Socialismo en un solo país, la Revolución permanente; invenciones que se creía poder justificar mediante citaciones. Y el pensamiento marxista quedaba desarmado ante la resistencia campesina: se hacía un viraje hacia la derecha, luego hacia la izquierda, luego nuevamente hacia la derecha. Sea cual fuere su rigor o la amplitud de sus experimentos, una ideología sobrepasa por muy breve margen al presente.
Sin embargo, la cuestión sigue planteada, bastará responder a aquellos que os preguntan: «¿Vais a hacer el Socialismo?» que la praxis definirá ella misma su ideología. Quizás resulte mejor mostrar las consecuencias teóricas de la acción que se desarrolla en Cuba. Quizás se vean mejor los lazos dialécticos que unen la acción al pensamiento. Puesto que yo mismo, extranjero a Cuba, he tenido que seguir camino, puesto que he visto a través de las cosas que me han explicado, que los hechos producen las ideas, no me parece inútil retrasar aquí mi itinerario.
Las ideas vienen en parejas y se contradicen, su oposición es el motor principal de la reflexión. He aquí el primer conflicto que se instaló en mi espíritu: alguien que me hablaba de vuestra Revolución, un jefe, y afirmaba que vuestra acción no puede fijarse un objetivo a largo plazo, «porque es una re-acción, o si se quiere, algo que rebota».