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Te invitamos a sumergirte en este libro que recoge el relato ganador y los finalistas del I Certamen Literario Mundo Rural Se ha escrito un libro 2023. Este libro derrocha calidad literaria, frescura, imaginación, diversidad en la concepción del mundo rural, y en su manera de contarla. Necesidad de traducir en palabras emociones, anhelos, sentimientos, reflexiones de ese mundo que aparentemente es bucólico, un remanso de paz y tranquilidad, donde parece que el tiempo tiene su propio reloj. Querido lector, descubre a través de estas páginas que nada es lo que parece, que, en el mundo rural, también pasan cosas, y que esa aparente calma es, eso, aparente. AUTORES Javier F. Parrondo, Daniela Casielles, Maribel Fernández, Alba Palacios Granda
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Seitenzahl: 86
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La literatura es el sentido mágico de la vida.
Ana María Matute
Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único.
Agatha Christie
No vayas a creer lo que te cuentan del mundo (ni siquiera esto que te estoy contando) ya te dije que el mundo es incontable.
Mario Benedetti
Nada es lo que parece, todos, personas y lugares tienen una vida interior imperceptible a la superficialidad que envuelve el modo de vida actual.
Sandra Ovies Fernández
Muchas gracias al lector que tenga la amabilidad de sumergirse y dejarse acompañar por este libro.
Nuestra más profunda gratitud a los autores que con su generosidad y buen saber hacer con las letras, han hecho posible este libro.
Nota de la asociación
Prólogo
Andar por lo
Segao
Diario del Pueblo
Encuentro en Bosqueverde
Un hombre de ciencia
Curiosidades rurales, las madreñas
El porqué de las cosas…
Nace esta asociación en un pueblo, de muy pocos habitantes, pero que es parroquia, cuenta con su iglesia dedicada a San Julián y a la Virgen del Carmen y con sus dos fiestas. Con su escuela, utilizada ahora para otros menesteres culturales.
Actualmente, ya no tenemos el bar del pueblo con su cantina, donde antaño se vendían todos los productos básicos y no tan básicos; se echa mucho de menos…Pero seguimos estando aquí, para que siga existiendo la vida en un lugar tranquilo… ¿o no?, ahí lo dejo…
Quien viva en un pueblo sabrá que todos somos una piña, pero el árbol se mueve mucho y hay todo tipo de vientos… Por donde iba, que me he despistado, por un lugar tranquilo, acogedor, pausado, con las costumbres de dar los buenos días y una pequeña conversación al paso de cada vecino. Con sus gatos, sus perros, con alguna ganadería y con mucha vida interna.
Desde esta asociación nos hemos propuesto rescatar la cultura, fomentar la lectura y premiar a los escritores/as, que con su quehacer nos ayudan a ello.
Apasionados, todos los miembros de esta asociación en ambas disciplinas presentamos el libro del I Certamen Literario Mundo Rural, Se ha escrito un libro 2023.
Querido lector, tienes ante tus ojos y entre tus manos, el primer ejemplar del concurso literario de relato breve Mundo Rural , organizado por la asociación literaria Se ha escrito un libro.
Esta primera edición tiene como propósito dar a conocer autores nada o poco conocidos, pero que con sus textos dejan patente su buen hacer con las letras.
Este libro derrocha calidad literaria, frescura, imaginación, diversidad en la concepción del mundo rural, y en su manera de contarla. Necesidad de traducir en palabras emociones, anhelos, sentimientos, reflexiones… de ese mundo que aparentemente es bucólico, un remanso de paz y tranquilidad, donde parece que el tiempo tiene su propio reloj.
Te invitamos a que descubras a través de estas páginas que nada es lo que parece, que ese remanso de paz y tranquilidad, en ocasiones, es un espejismo por no estar contaminado por las prisas, el ensordecedor ruido de la ciudad, que no deja escucharse a uno mismo. Por esa jungla de asfalto, que nos hace olvidar que lo urgente no deja lugar a lo importante, que los mayores regalos de la vida son las pequeñas cosas, y que la felicidad reside en lo sencillo.
En este libro descubrirás que, en el mundo rural, también pasan cosas, y que esa aparente calma es eso, aparente.
¡Feliz lectura!
Sandra Ovies Fernández
El propietario del imponente caballo blanco llegó al lugar donde estaban pastando con calma los otros dos, y descendiendo de su montura buscó con la mirada a sus dueños. Los localizó a lo lejos, vistiendo en sus caras una expresión desesperada y a punto de arrojar la toalla. Pudo notar en sus huesos la fría rendición que flotaba en el aire. Le hizo un gesto a su caballo para que se quedara allí junto a los otros, creando una extraña mezcolanza de colores: Blanco, rojo y negro eran sus pelajes respectivamente. El trío equino se dedicó a pastar por el prado, escogiendo las hierbas aún húmedas por el rocío de la noche.
El jinete levantó la mirada observando los todavía nevados Picos de Europa. Aquella casita, en mitad de la montaña, parecía tan bucólica que no se explicaba que sucedía para que todo el engranaje de lo planeado desde hacía siglos frenase en aquel paraje. A su espalda, frente a las montañas asturianas, todo ardía hasta los cimientos, la civilización se derrumbaba y el ser humano pagaba por sus pecados.
Se levantó un poco la oscura túnica que cubría su cuerpo para aumentar el tamaño de la zancada y llegar cuanto antes hasta sus dos predecesores, que se levantaron al verle llegar. Se les veía taciturnos y al borde de la desesperación.
― ¡Vamos con mucho retraso! ―abroncó la recién llegada Muerte.
―No es nuestra culpa ―farfulló Guerra algo avergonzado―. No hay manera de que salga de su casa.
―Lo hemos intentado todo ―se defendió Hambre―. Ni por las buenas ni por las malas. No se puede razonar con esa señora.
Muerte avistó una pequeña casita de piedra cuidada, con unos tiestos colgando de la pared en los que florecían unos capullos de tonos rosados y de hojas verdes. La puerta de cuarterón de madera permitía apreciar una aldaba en forma de mano para llamar. A los lados, unas ventanas sin persianas, tras cuyos cristales unos visillos con todo el aspecto de haber sido confeccionados a mano escondían de forma poco eficaz a una anciana vigilante que observaba al poco habitual trío. El tejado de pizarra no hacía mucho que debió ser arreglado y la chimenea humeaba con vagancia, ajena a lo que se avecinaba en el exterior. Tras la casa, un par de vacas rumiaban perezosas, atentas a la visita desde el interior de su cercado de postes madera. A ambos lados, la tierra había sido labrada para plantar patatas, cebollas, ajos, alguna que otra lechuga despistada y varias coliflores que culminaban el amasijo de verduras. No parecía mucho, lo justo para el consumo de una sola persona que no comiese mucho ya.
―¿Ella? ―señaló Muerte sorprendida.
Guerra y Hambre asintieron enrojecidos por la vergüenza.
―¿Cuánta gente más hay dentro?
―Nadie ―murmuró Guerra abochornada―. Bueno, un pequeño perro de esos de bolsillo, de los que ladran sin parar.
Las cuencas negras sin ojos de Muerte ardieron con el fuego de la ira. Cogió aire llenando sus inexistentes pulmones y exhaló con lentitud programada.
―¿Y alguno me contará qué pasa aquí? Llevamos un retraso de mil demonios con este Apocalipsis. No nos podemos pasar aquí la eternidad.
Guerra tomó la palabra dando un paso adelante, haciendo sonar su armadura de metal mientras apoyaba su mano en la empuñadura de la espada que descansaba en su funda.
―Yo he sido el primero en llegar arrasándolo todo, tal como he hecho siempre y siguiendo las órdenes establecidas, pero esta señora me ha prohibido pasar por los prados que bordean su casa. Le he dicho que soy Guerra, Jinete del Apocalipsis y me contestó que le daba igual, que no se me ocurriera pisarle lo segado.
― ¿Y…? ―Muerte alzó la ceja que no tenía, dándole cierta expresión interrogatoria a su calavera.
―Pues que cuando traté de pasar por las bravas me golpeó con una vara de avellano y me hizo mucho daño. Aún me escuece. Acertó todos los golpes en las juntas de mi armadura donde no hay metal.
―Y al poco llegué yo ―Hambre se unió a la conversación―. Tampoco me explicaba que Guerra estuviera aquí en estado de shock.
―Es que nadie me había plantado cara de esa manera. En toda la Tierra, los ejércitos huyen despavoridos ante la mera visión de mi caballo rojo y mi sable desenvainado. Y esta señora me ha golpeado y ninguneado. Y eso duele física y psicológicamente.
Hambre, delgado y casi tan huesudo como la propia Muerte, acogió por el hombro a Guerra que moqueaba a punto del llanto.
― ¿Y tú? ¿También te ha pegado esa anciana? ―la ironía de Muerte cortaba el aire que estaría respirando si tuviera un sistema respiratorio funcional.
―Al contrario, a mí me ha tratado como la madre que nunca tuve.
Muerte parpadeó con sus inexistentes parpados adoptando un aire de incredulidad.
―Me explico ―comentó Hambre, mientras seguía consolando a Guerra que se sonaba los mocos con un pañuelo de papel aparecido del interior de su armadura por arte de magia―. Sabes que provengo de una familia pobre y desestructurada. Nunca tuvimos muchos medios y además mi madre siempre me dijo a la cara que no me quería.
― ¡Y yo antes estaba vivo! ―gritó Muerte―. ¿Qué tiene que ver nuestro pasado en este tema?
―Es que…, cuando me acerqué, la señora salió y no me dejó ni hablar. A la voz de «hijo, estás en los huesos», me asió la mano como un cepo de cazar osos y me metió en la casa.
―Y entonces es cuando has tratado de acabar con ella para poder continuar el Apocalipsis ―asintió Muerte con una sonrisa en sus no existentes labios.
― ¡Que va! Me sentó en la mesa y usar la palabra cebar es quedarse corto. Me embutió todo tipo de encurtidos de cerdo, luego una fabada con todo su compango, ya sabes: chorizo, morcilla, carne, lacón…, tras eso, me puso un plato con unos filetes que se salían de la mesa y patatas fritas, todo ello acompañado de un vino fresquito. Antes de que pudiera huir, me plantó una fuente de arroz con leche de postre, un flan, varias casadiellas1 y finalizó la tortura con un café y un digestivo chupito de orujo de hierbas hecho por ella en su casa.
―Pero no entiendo el problema. Haberte ido de allí.
―Es que la buena señora tiene una escopeta de caza de dos cañones de su difunto marido y me tenía encañonado a la vez que cocinaba, servía, recogía la mesa y fregaba los cacharros. Aún no me explico cómo lo hacía y eso que mis ojos lo estaban viendo.
Muerte suspiró, y su cerebro, estuviera donde estuviera, a estas alturas en que solo era hueso, pensó: «De todo me tengo que encargar yo; es mejor hacerlo que ordenarlo». Puso rumbo con paso decidido hacía la casita y escuchó un ladrido agudo de aviso. «Será el mini perro que decía Hambre», y no se equivocaba.