Secretos del ayer - Prometida temporal - Kate Hewitt - E-Book

Secretos del ayer - Prometida temporal E-Book

Kate Hewitt

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Beschreibung

Secretos del ayerKate HewittCuando la camarera Meghan Selby le sirvió café a Alessandro di Agnio, no imaginaba que poco después él estaría sirviéndole champán a ella. Meghan estaba arruinada, pero aquel importante empresario italiano la había elegido por esposa. Y siempre conseguía lo que quería.Alessandro esperaba que la mujer que llevara al altar sería una esposa adecuada también en la cama… una esposa que no esperaría recibir un amor que él nunca podría darle. Meghan parecía la candidata ideal: su corazón estaba cerrado a cal y canto y sus ojos llenos de deseo.Prometida temporalKim LawrenceVeinticuatro horas después de conocer al millonario Mathieu Demetrios, la vida de Rose se convirtió en un verdadero caos. El guapo griego estaba convencido de que Rose era la mujer a la que había echado de su habitación de hotel algunos años antes.Por otra parte, Mathieu andaba buscando una esposa de conveniencia y la idea de domar a la salvaje Rose para que llevara su alianza y compartiera con él el lecho conyugal le resultaba muy atrayente…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 391 - marzo 2019

 

© 2007 Kate Hewitt

Secretos del ayer

Título original: The Italian’s Chosen Wife

 

© 2007 Kim Lawrence

Prometida temporal

Título original: The Demetrios Bridal Bargain

 

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-912-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Secretos del ayer

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Prometida temporal

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

ME GUSTARÍA que eso estuviera en la carta.

Alessandro di Agnio esbozó una mueca de desagrado al ver la expresión de su acompañante. Se echó para atrás en la silla, analizando con la mirada a la camarera que estaba charlando en italiano con los comensales de una mesa cercana.

–Suponía que estábamos aquí por la comida –dijo, frunciendo el ceño.

Su cliente potencial, Richard Harrison, se rió.

–Tranquilízate, Di Agnio. Es solamente una manera de hablar.

Alessandro sonrió y bebió un sorbo de agua.

–Es bastante guapa, en su estilo. Ahora, ¿hablamos de negocios…?

–Mira, no he venido hasta Spoleto simplemente para hablar contigo. Pensé que íbamos a pasárnoslo bien –dijo Richard.

–Desde luego. Ya sabes lo que dicen de trabajar mucho y no divertirse nada –concedió Alessandro, encogiéndose levemente de hombros.

–Entonces… ¿qué te parece si nos divertimos un poco? –preguntó Richard irasciblemente–. He oído tantos comentarios sobre tu reputación de casanova. ¡Hace unos años no había ningún periódico en este país en el que no apareciera tu fotografía! Al venir aquí, esperaba algo más que una comida en una mediocre trattoria.

Alessandro volvió a sonreír, pero fue forzadamente.

–No me había dado cuenta de que mi reputación llegaba tan lejos –dijo tras una pausa–. Lo único que tienes que hacer es elegir lo que quieres hacer, ¿cenar? ¿Bailar?

–La quiero a ella –declaró Richard, señalando hacia la camarera.

Alessandro la miró y se percató de que la actitud de la muchacha, que estaba riéndose con los clientes, dejaba claro que era una persona tranquila, despreocupada, disponible. Fácil.

Él había conocido mujeres como ella. Sabía lo que esperaban, lo que querían. De él.

–¿A ella? –repitió Alessandro–. No puedo agarrar a las mujeres como si fueran caramelos.

–No me refiero a que lo hagas de esa manera –dijo Richard impacientemente–. Es camarera. ¿Por qué no la contratas para que trabaje para nosotros esta noche? Para una cena tranquila, sólo para dos personas en tu villa.

–¿Para que trabaje para nosotros? –dijo Alessandro, mirando a su acompañante con desagrado–. ¿Nada más?

–Después ya veríamos qué pasa –contestó Richard, sonriendo.

Alessandro no ocultó el asco que sintió. Su invitado estaba sugiriendo que contrataran a una camarera como prostituta potencial.

–Creo que no.

–¿Por qué eres tan mojigato, Di Agnio? –provocó Richard–. Por lo que he oído, tú has hecho cosas así y todavía peores –hizo una pausa–. Mucho peores.

Alessandro no se molestó en contestar. Él conocía su propio pasado y sabía lo que la gente creía. Pero lo ignoraba, de la misma manera en la que había ignorado cada comentario que de él habían hecho desde que había tomado las riendas de Di Agnio Enterprises hacía dos años.

–Si es placer lo que estás buscando… –dijo con un desdén amenazante–, en el centro de la ciudad encontrarás una mayor variedad, no sólo una mujerzuela barata.

–No tienes por qué ser grosero –dijo Richard, mirando a la camarera–. Me recuerda a mi hogar. Te apuesto lo que quieras a que es americana.

–¿Por qué no te acercas a hablar con ella? –dijo Alessandro suavemente–. Estoy seguro de que no me necesitas.

–Pero quiero que intervengas –dijo Richard, mirando a Alessandro–. Y tú necesitas mis negocios, Di Agnio, así que… ¿por qué no me complaces?

Alessandro tuvo que controlarse; no iba a permitir que nadie le amenazara… desde luego que no el potencial de los negocios de Harrison ni el fantasma de su propio pasado.

–Te sorprenderá saber que no necesito hacer negocios contigo tanto como crees –dijo–. Y quizá seas tú el que necesite de mis negocios más de lo que me quieres hacer creer.

Richard esbozó una dura expresión y el miedo se reflejó en sus ojos.

–¿Dónde has oído eso?

–Me gusta estar informado –dijo Alessandro, sonriendo abiertamente. Había tomado el control–. Hay un restaurante con pista de baile en Via Filetteria que estará muy bien para esta noche.

–Simplemente me gustaba la muchacha, eso es todo –dijo Richard.

Alessandro miró de nuevo a la camarera. Podía entender su atractivo… en un nivel básico. Era guapa y tenía un áurea que irradiaba… no sabía qué. Calidez, sexualidad, quizá disponibilidad.

Ella se dio la vuelta y sus miradas se encontraron. Llevaba el pelo arreglado en un moño del que se habían escapado mechones color marrón que le caían por la cara. No era nada especial.

Pero entonces ella lo miró intensamente. Tenía los ojos verdes, llenos de promesas. Le sonrió, y Alessandro sintió cómo se ponía tenso. Algo tomó vida dentro de él… algo que había reprimido, algo que había creído desaparecido para siempre.

La necesidad.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MEGHAN, hay alguien que quiere verte.

Meghan Selby suspiró cansinamente.

–Por favor, dime que no es Paulo –dijo.

La otra camarera, Carla, estaba poniendo un montón de platos sucios en la barra.

–¿Quién?

–Mi casero.

–¿Qué aspecto tiene? –preguntó Carla.

–Es bajito, gordo, y tiene el pelo grasiento.

–¿Por qué iría a venir aquí? –preguntó Carla, curiosa.

–¿Quién sabe? –dijo Meghan, encogiéndose de hombros–. Pero no conozco a mucha gente en esta ciudad.

–Bueno, desde luego que no es él. Este hombre es alto, esbelto, tiene el pelo ondulado… y pregunta por ti –Carla sonrió–. En realidad es muy guapo. ¿Hay algo de lo que no me hayas hablado?

–¡Ojalá! –exclamó Meghan, quitándose el delantal–. Seguramente será alguien que haya perdido la cartera.

–Si ése es el caso, ¿por qué no le pregunta a Angelo?

Meghan se encogió de hombros. No tenía ni la más remota idea de por qué un extraño preguntaría por ella… y en realidad no lo quería saber. No quería llamar la atención de ningún hombre, ya fuera desconocido o conocido.

Llevaba seis semanas trabajando como camarera en Spoleto y sabía que era el momento de buscar otra cosa. Le gustaba la compañía de Carla, y Angelo, el propietario de la trattoria, era como un encantador tío carnal. Pero necesitaba irse de allí antes de que nadie se le acercara demasiado, antes de que el pasado regresara.

–¿Te veré mañana? –preguntó Carla.

Meghan fingió no haberla oído. Era mejor no prometer nada.

–Será mejor que salga y vea qué quiere ese misterioso hombre –bromeó.

–No puedo esperar a que me cuentes qué es lo que quiere.

Meghan se miró en el espejo y vio que tenía una mancha en la falda y que estaba despeinada.

–Estás preciosa, cara –dijo Angelo, rebosante de humor–. ¿Tienes una cita?

–No –contestó Meghan, que no pretendía tener citas con nadie durante mucho tiempo.

–Hasta mañana –dijo entonces su jefe.

Ella asintió con la cabeza, de nuevo sin prometer nada. Entonces salió fuera. El hombre que la estaba esperando a la puerta era impresionante, incluso desde la distancia.

Al sentir que ella se aproximaba, levantó la mirada, y Meghan pudo ver sus azules ojos, cuya profundidad la hicieron retroceder.

Lo reconoció. Era el hombre que había estado comiendo en la trattoria. Recordó la manera en la que él la había mirado… de una manera abrasadora, como si supiera quién era ella. Qué era ella.

Se tranquilizó a sí misma diciéndose que eso no era posible. Pero al ver cómo la estaba mirando supo que él ya la había catalogado. Sin ni siquiera haber intercambiado una palabra entre ellos.

–¿Quería verme? –preguntó al acercarse al hombre.

–Soy Alessandro di Agnio –se presentó él bruscamente, tendiéndole una mano.

Meghan inclinó la cabeza, resistiendo el impulso, el deseo de apretarle la mano. No quería tocarlo, no quería invitar a esa particular tentación a su vida.

–Creo que no le conozco –dijo al ver la manera tan despreciativa con que la estaba mirando.

–No, no me conoces. Todavía no. Pero espero que muy pronto lo hagas –dijo él, sonriendo irónicamente–. Quería contratar tus servicios para esta noche.

Meghan retrocedió a pesar de su propósito de quedarse allí quieta. Lo que había dicho aquel hombre, el deseo que le estaba oscureciendo los ojos, la mueca que estaba esbozando… era suficiente para que ella entendiera.

–¿Mis servicios? Creo que se ha equivocado de mujer, signore.

–Quizá así sea, pero tengo que contratar a una camarera para que atienda una cena privada en mi villa. ¿O estabas pensando en otra clase de servicios? –preguntó él con desprecio.

Humillada, ella sintió cómo se ruborizaba, pero, aun así, lo miró fríamente.

–Un hombre extraño pide hablar conmigo en medio de la calle… quiere contratar mis servicios… ¿qué se supone que debo pensar?

–No me puedo poner en tu lugar, pero supongo que la mayoría de mujeres no pensarían que las han confundido con una prostituta.

–A la mayoría de mujeres no les gustaría que las miraran como si fueran un trozo de carne –contestó Meghan.

Vio cómo él se ruborizaba levemente, pero conocía a los hombres de su clase lo suficiente como para saber que no se iba a disculpar…

–Lo siento –dijo entonces él–. Eres una mujer hermosa, y los hombres italianos admiramos eso. Pero yo sólo te quiero contratar como camarera. Es una cena privada para dos personas.

Sorprendida por su disculpa, a Meghan no le cupo ninguna duda de que la otra persona sería el hombre con el que Di Agnio había estado comiendo. Había visto cómo la había mirado de arriba abajo, pero no tenía miedo de él. Del que sí que tenía miedo era del hombre que tenía delante.

Le daba miedo la manera en la que su cuerpo reaccionaba ante él.

Aquel hombre tenía la cara de un ángel, de un ángel peligroso.

–¿Por qué yo?

–Quiero una chica guapa –dijo él sin ningún pudor–. Alguien que alegre la atmósfera de la cena. No es nada extraño.

Meghan pensó que aquello era todo lo que ella era, todo lo que llegaría a ser. Una chica guapa.

–¿Que alegre la atmósfera? –repitió con desdén e incredulidad–. No soy una animadora.

–¿No lo eres? –dijo él, esbozando una sonrisa al mirarla de arriba abajo.

Meghan se enfureció. Quizá él no lo hubiera dicho, pero ella sabía lo que pensaba…

–No me conoce, signore –dijo con una furia reprimida–. Usted no me conoce.

–No, no la conozco –dijo él, mirándola a los ojos con frialdad–. Todavía no. ¿Cuánto quieres? Te pagaré el doble de lo que ganas aquí. El triple. Estoy seguro de que el dinero te vendrá bien.

Meghan se negó a sentirse avergonzada. Era camarera; estaba claro que era pobre y que el dinero le vendría bien.

Pero no le gustaba la manera en la que Alessandro la miraba, como si estuviera comprando alimentos, servicios… baratos.

–¿Entonces…?

Ella sabía que debía decir que no. Dijera lo que dijera él sobre que sólo la quería contratar como camarera, sabía que había otras expectativas implicadas en el asunto.

Aunque lo extraño era que Alessandro di Agnio no parecía la clase de hombre que tuviera que pagar para obtener placer. Se le revolvió el estómago al pensar que, en realidad, no sabía qué clase de hombre era. Aunque no sabía si quería descubrirlo.

De lo que estaba segura era de que no quería ir sola a su villa, desprotegida. Vulnerable.

A no ser que pudiese llegar a ser más fuerte que eso, a no ser que pudiera hacer que fuera una ventaja para ella.

–Una sola noche –aclaró.

–¿Quieres más? –preguntó él.

–Desde luego que no –espetó Meghan–. De todas maneras mañana me voy a marchar de Spoleto.

–¿No te gusta el lugar?

–Ya ha llegado el momento de cambiar de aires –dijo ella con determinación.

–Entonces gana el triple la última noche que estás aquí –sugirió Alessandro.

–Quizá lo haga –Meghan sintió cómo se le aceleró el pulso.

Él la miró a los ojos, y ella pudo ver cómo el hambre que sentía aquel hombre le oscurecía la mirada. Vio cómo sus ojos reflejaban expectación, satisfacción. Supo que, dijera lo que dijera él, pensaba que iba a obtener algo más que simplemente un servicio de catering aquella noche.

Pero por una vez ella iba a demostrar lo que era, quién era. Y lo que no era.

–Lo haré –dijo estridentemente–. ¿A qué hora quiere que vaya? ¿Y dónde es?

–Es en la Villa Tre Querce. Está a cinco kilómetros de la ciudad, así que mandaré un coche.

–No –dijo ella–. Iré en autobús.

–Los autobuses no llegan a Tre Querce –le informó Alessandro–. Tengo un coche y un conductor. Dame tu dirección y le mandaré a buscarte a las siete. Cenaremos a las ocho.

–Eso no me da mucho tiempo –protestó Meghan–. Ahora mismo deben de ser las seis.

–Por eso es mejor que yo mande un coche a buscarte. Dime tu dirección.

–Vivo en el hostal Arbus, que está al este de la ciudad –le informó–. En la Via Campelo.

–No lo conozco –dijo él, esbozando una mueca–. Pero mi chófer pasará a buscarte a las siete. ¿Tienes algo que ponerte? –preguntó, mirándola.

–Voy a ejercer de camarera, ¿lo recuerda? Creo que tendré algo apropiado.

–Mi villa no es la trattoria –le advirtió Alessandro–. Espero que te vistas… y que te comportes… adecuadamente.

–Ya es un poco tarde para reconsiderar las cosas, ¿no le parece? –dijo Meghan–. Usted ya me ha contratado. No me voy a presentar en su casa con zapatos de tacón y un delantal de volantes, incluso si eso es lo que usted quiere…

–Ya basta –interrumpió Alessandro–. Ya te he informado de lo que implica este trabajo… que ejerzas de camarera y nada más. ¿No confías en mí?

Meghan se atrevió a mirarlo a los ojos, a sentir la fuerza de su magnética mirada. Pensó que era estúpido que él esperara que ella confiara en él cuando apenas lo conocía.

–¿Hay alguna razón por la que deba confiar en usted? –preguntó calmadamente.

–No –contestó él, apartando la mirada–. No la hay.

–Entonces ya nos vemos en su casa –dijo ella, agradecida de que su voz sonase calmada.

Comenzó a darse la vuelta, pero Alessandro la agarró por la muñeca y la acercó a él.

Ella se estremeció; estaba impresionada y sentía un poco de miedo, miedo ante su propia reacción ya que no se resistió, permitió que él la acercara hacia sí. Se le aceleró el pulso hasta niveles alarmantes al sentir los dedos de él sobre su piel.

–Ni siquiera sé cómo te llamas –dijo entonces él, esbozando una leve sonrisa.

–Meghan.

Alessandro asintió con la cabeza y la soltó.

–Te veré a las siete.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

MEGHAN se apresuró en llegar al hostal donde se hospedaba. No era un lugar muy agradable, y Paulo, el propietario, era un casero muy repulsivo. Tenía las manos muy largas y hacía comentarios groseros.

Había comprado un candado para la puerta de su habitación y, en más de una ocasión, se había despertado oyendo el ruido del picaporte al girar, aliviada al sentirse segura.

Pero aquel hombre era una razón más para marcharse de Spoleto. Con el dinero que iba a ganar trabajando de camarera para Di Agnio podría comprar un billete de tren que la llevara a su próximo destino… fuese cual fuese.

–Ciao, bellísima –le dijo Paulo al verla entrar.

Meghan no se molestó en contestar. Se apresuró a pasar antes de que él pudiera tender una mano para tocarla y se encerró en su habitación, donde se lavó la cara y los brazos ya que no tenía tiempo para ducharse. Se quitó la ropa sucia que llevaba y se puso una camisa blanca conjuntada con una falda negra… su uniforme de camarera. No se había llevado muchas cosas consigo cuando había abandonado su casa… todo había sido muy rápido.

Una vez arreglada se sentó en la cama, sintiéndose débil. No dejaba de recordar la conversación que había tenido con Alessandro di Agnio ni de preguntarse por qué había accedido a su propuesta. Pero no lograba dar con una respuesta satisfactoria.

Durante los últimos seis meses en los que había estado viajando por Europa se había convertido en una profesional en ignorar comentarios, invitaciones e indirectas.

Pero se dijo que no había rechazado a Alessandro di Agnio porque era diferente.

–Después de esta noche no lo volveré a ver –murmuró.

Se arregló el pelo en una coleta, aplicándose un poco de brillo de labios y colorete. Entonces salió de la habitación y se dirigió a buscar a Paulo.

–Por favor, quiero que me devuelvas mi depósito. Me marcho mañana.

–No recuerdo que dejaras ningún depósito. Te dije que no tenías que hacerlo porque eres muy guapa.

–Buen intento, pero tengo el recibo. Pagué dos semanas por adelantado. Eso servirá para pagar el alquiler de la semana pasada y quiero que me devuelvas el resto. Ahora.

–No te pongas así, principesca. Sé lo que eres.

–Soy camarera –espetó Meghan, apunto de perder el control.

–¿Necesitas el dinero? –preguntó Paulo–. ¿Estás metida en problemas?

–No, y no –contestó ella–. Pero eso no me impide querer lo que es mío.

–Quizá yo quiera lo que es mío –dijo él con una peligrosa necesidad reflejada en la voz.

Meghan se apartó… pero no demasiado deprisa.

Paulo la agarró del brazo y la atrajo hacia él, agarrándola con fuerza.

–Un beso.

Ella podía oler su aliento a tabaco y su sudor. Pudo oler su lujuria…

–¡Suéltame! –espetó, tratando inútilmente de soltarse.

–Un beso, bella, eso es todo. Y después te daré tu dinero.

–¡Vete al infierno! No te daré nada…

–Lo has estado deseando –dijo Paulo con el enfado reflejado en la cara y el deseo en sus ojos–. Te he visto… he visto la manera en la que me miras…

–Te estás engañando a ti mismo, Paulo, y puedo telefonear a la policía…

–Pero no lo has hecho, ¿verdad? –dijo él en tono amenazante–. Me he estado preguntando qué es lo que estás tratando de ocultar, bella. ¿Por qué no te marchaste? Podías haberlo hecho, lo sabes. Hay otros hostales en Spoleto, pero nunca te fuiste… eso debe de querer decir que lo estás deseando.

–Estás equivocado –dijo ella, sintiéndose débil e indefensa. Pero se enfureció al darse cuenta de ello y se dijo a sí misma que no volvería a ser una víctima de nuevo–. ¡Suéltame! –gritó.

–Quiero oírte suplicar –dijo él con el brillo reflejado en los ojos.

–Serás tú el que supliques… a la policía –dijo alguien desde la puerta.

Paulo la soltó, y Meghan se apartó apresuradamente de él, no pudiendo evitar emitir un sollozo.

Alessandro estaba de pie en la puerta, enfurecido. Estaba muy tenso y se quedó mirado a Paulo.

–Voy a telefonear a la policía.

–No puede probar nada –dijo Paulo hoscamente, aunque parecía nervioso.

–Ya lo verás –dijo Alessandro–. Verás que yo puedo probar lo que quiera. Cuando lleguen los carabiniere sólo necesitarán mi palabra para encerrarte.

–Ella lo estaba deseando… –comenzó a decir Paulo.

Pero Alessandro le interrumpió levantando una mano bruscamente.

–No me digas lo que quieren las mujeres. No deberías suponer saberlo. ¿Sabes quién soy?

–No…

–Soy Alessandro di Agnio. Este hostal será clausurado por la mañana.

Paulo se quedó pálido y con la boca abierta.

–Di Agnio… ¡pero no puede hacer eso! Hay gente hospedándose aquí… yo soy el propietario…

–Será clausurado –repitió Alessandro, sacando su teléfono móvil–. Ahora voy a telefonear a la policía.

–Signor Di Agnio… –susurró Meghan, todavía tambaleándose debido a lo ocurrido–. Por favor, no involucre a la policía.

Alessandro se dio la vuelta para mirarla.

–¿Qué? ¿Tienes tú problemas con la policía?

–No, claro que no. Simplemente no quiero que se les involucre en esto… ya que conlleva muchas dificultades. Se tendrá que hacer un informe, sin importar el valor de su palabra.

Él la miró a la cara, como buscando una respuesta a una pregunta tácita. Meghan no dijo nada.

–Por favor, simplemente marchémonos.

Alessandro cerró su teléfono móvil, informando a Paulo sin siquiera mirarlo.

–El hostal será clausurado. No quiero verte en Spoleto nunca más.

Entonces salió a la calle, y Meghan no tuvo más opción que seguirlo.

El coche de él estaba esperándolos. No era un deportivo, que había sido lo que ella más o menos había esperado, sino que era un coche familiar de lujo. Alessandro le abrió la puerta y se apartó para dejarla montarse en el asiento delantero del acompañante. Estaba impaciente.

–Pensaba que iba a mandar a su chófer –dijo Meghan, mirándolo con los ojos como platos.

–Decidí venir yo mismo.

Aquello no le sorprendió a ella ya que él era del tipo de hombre que siempre tenía el control. Sin decir nada, se montó en el automóvil.

El asiento de cuero era muy cómodo y se echó para atrás en él, cerrando los ojos. No quería hablar y, ante su sorpresa, Alessandro permaneció en silencio mientras arrancaba y conducía por las calles de Spoleto.

Meghan abrió los ojos y se quedó mirando el tráfico. Entonces observó cómo salieron de la ciudad, introduciéndose en la tranquilidad del campo.

Miró de reojo a Alessandro y vio que parecía controlarlo todo. Irradiaba poder. Control.

–¿Estás bien? –preguntó entonces él, mirándola fugazmente con sus oscuros ojos azules.

–¿Qué?

Alessandro le señaló la muñeca, donde ya comenzaba a verse un moratón.

–Estoy bien. Debería haber sabido que Paulo iba a intentar hacer algo, pero supongo que lo creía demasiado cobarde como para hacer lo que decía… –contestó ella.

–¿Por qué te quedaste en ese lugar? –preguntó Alessandro–. Hay muchos hostales en Spoleto. Baratos. No tenías por qué soportar su inmundicia.

–Era barato y conveniente –dijo ella, encogiéndose de hombros de nuevo y mirando por la ventana.

–Que fuera barato me lo creo, pero conveniente… No. ¿Qué hay de conveniente en ser acosada? ¿Violada?

–No me violó.

–Pero podría haberlo hecho.

–Oh, ¿se supone que ahora le tengo que dar las gracias? –dijo Meghan con sarcasmo–. Lo siento, pero no me gusta jugar al juego de la dama angustiada.

–Ya me he dado cuenta.

–Lo siento.

–Pues yo no; me alegro de haber estado allí.

–Yo también –admitió ella, tocándose el moratón de la muñeca.

–Por lo menos ninguna otra mujer tendrá que sufrir a Paulo en esta ciudad –murmuró Alessandro, mirándola con una lúgubre expresión.

–¿Decía en serio que iba a clausurar el hostal?

–Desde luego que sí. ¿Pensabas que estaba marcándome un farol?

Meghan pensó que no.

–Pero usted no puede simplemente hacerlo, ¿verdad? Él dijo que era el propietario del edificio.

–Estaba mintiendo. El edificio pertenece a un empresario de la zona. Lo comprobé antes de ir a buscarte.

Ella se dijo a sí misma que aquel hombre estaba siempre en control de todo.

–Pero si no es de usted… ¿cómo puede hacer que lo clausuren?

–Como eres americana, no sabes lo que el apellido Di Agnio significa en Italia… sobre todo en Umbría.

–Usted tiene poder –supuso Meghan.

–A la mayoría de las mujeres eso les parece atractivo –dijo él, riéndose secamente.

–No a mí –dijo ella, apartando la vista–. Por lo menos no cuando estoy en la parte perdedora.

–¿Crees que lo estás ahora? –preguntó él, curioso.

Meghan no quería hacerse esa pregunta, no quería responderla.

–El problema con el poder… –dijo tras un momento con la voz quebradiza– es que se puede abusar de él fácilmente.

–Estoy de acuerdo –concedió Alessandro lacónicamente–. Como ha ocurrido con Paulo, ¿no crees? –hizo una pausa–. Pero ya no tendrás que soportarlo más.

–Entonces… ¿dónde se supone que voy a dormir?

–Yo puedo encontrarte otro hotel. O podrías dormir en mi villa.

–Gracias por la oferta, pero no, gracias –dijo Meghan bruscamente–. Prefiero quedarme con Paulo.

–¡No seas absurda!

–No piense que puede controlarme –espetó ella, furiosa.

–¿Control? ¿Crees que todo esto es para controlarte? ¡Lo que he hecho ha sido protegerte!

–No necesito que me proteja.

Alessandro levantó una ceja con desprecio.

–¿De verdad? Pues por lo que yo vi no parecía que las cosas fueran así.

–Yo puedo manejar a Paulo.

–Estabas claramente manejándolo cuando yo entré –dijo él, agitando la cabeza,–. ¿Realmente crees que hubieras podido controlarlo?

–Yo… –comenzó a decir Meghan, pensando que en realidad no hubiese sido capaz de controlar a Paulo.

La podía haber… violado. Se sintió enferma.

–Creo que voy a vomitar.

Rápidamente, Alessandro salió de la carretera y aparcó el coche, abriendo su puerta. Salió y se apresuró a abrirle la puerta a Meghan, ayudándola a salir del automóvil.

Ella se apartó de él y se echó sobre la hierba, donde comenzó a tener arcadas. Nunca se había sentido tan mal, tan profundamente humillada.

Se levantó, secándose la boca, mientras Alessandro la miraba sin inmutarse. Éste le acercó un pañuelo, y ella se lo llevó a los labios con mucho cuidado ya que no lo quería manchar.

–Te he dado el pañuelo para que lo utilices –dijo él ásperamente.

–Lo siento.

–Soy yo el que debería sentirlo. Debería haber recordado cómo la impresión por un hecho traumático puede aparecer más tarde. Toma –dijo, acercándole una botella de agua.

–Gracias –dijo ella, agradecida. Abrió la botella y bebió.

–¿Estás preparada? –preguntó él tras un momento.

–Sí, lo estoy –contestó Meghan, percatándose de lo oscuro que estaba.

Alessandro le abrió la puerta del acompañante para que entrara al coche.

–Siento lo que ha pasado –se disculpó ella una vez hubieron arrancado.

–No tienes por qué disculparte –dijo él, encogiéndose de hombros.

El resto del trayecto, que fue corto, se mantuvieron en silencio. Entonces llegaron a una alta pared de piedra que había paralela a la carretera. Al entrar en la propiedad, Meghan pudo admirar la belleza de ésta.

Al llegar a la puerta de la casa, Alessandro aparcó el coche y se bajó de éste para abrirle la puerta a ella, que se lo agradeció murmurando.

La puerta principal se abrió y apareció una corpulenta mujer de pelo negro que miró a Meghan frunciendo el ceño.

–Meghan, ésta es Ana –dijo Alessandro–. El ama de llaves y la guardiana de Tre Querce.

Entonces se dirigió en italiano a Ana, demasiado rápido para que Meghan entendiera. La mujer dio una respuesta que dejaba claro su descontento.

–Ana te llevará a una habitación –le dijo entonces él a Meghan, hablándole en inglés–. Allí te podrás refrescar y después te reunirás conmigo en el comedor.

Meghan lo miró sorprendida; parecía que ella fuese una invitada en vez de una camarera.

–¿No debería estar en la cocina? –sugirió, vacilante.

–Tú no eres la cocinera.

–Pero soy la camarera.

–Sí, ya lo sé. Por lo menos eso es lo que me has dicho –dijo él, sonriendo.

Entonces ella siguió a Ana a la planta de arriba de la casa, donde ésta la guió hacia una lujosa habitación. En ella había una gran cama de matrimonio.

El ama de llaves no se forzó en ocultar lo molesta que estaba y se marchó sin decir nada. Meghan se sentó en la cama, preguntándose qué estaba haciendo allí.

Él sabía lo que era ella.

Todo el mundo lo sabía.

Comenzó a oír de nuevo las voces de su pasado… un abucheo conocido, un gruñido despectivo.

Se preguntó si había ido a aquel lugar para demostrarse algo a sí misma. O a Stephen.

Se levantó, inundada repentinamente de energía. Respiró agitadamente y se dispuso a arreglarse.

Minutos después, con el pelo arreglado de nuevo y la cara lavada, salió de la habitación. La villa estaba silenciosa, no podía oír nada.

Bajó con cuidado a la planta de abajo, donde vio que la luz del vestíbulo estaba encendida y dos puertas dobles entreabiertas. Parecía que daban al salón.

Le dio un vuelco el corazón debido a la ansiedad que sintió y se secó el sudor de las manos en la falda.

Suponía que debía entrar en el salón y hacer el trabajo por el que se le iba a pagar, conversar, sonreír… Coquetear.

Pero no podía. Simplemente con pensarlo se ponía enferma.

Agitó la cabeza, mordiéndose el labio inferior, y comenzó a buscar la cocina. Ana levantó la vista y frunció el ceño al verla entrar en ella.

–Estoy aquí para ayudar –comenzó a decir en italiano–. Quiero decir… para servir. ¿Lo sabe?

Ana se quedó mirándola.

–El señor Di Agnio no quiere que usted esté aquí –dijo el ama de llaves tras un momento–. Quiere que vaya al salón. Ahora.

Meghan agitó la cabeza, apunto de perder los nervios.

–Quizá –dijo, tratando de encontrar las palabras adecuadas–. Pero yo vine aquí para servir comida y es aquí donde está la comida.

–No –dijo entonces Ana.

Meghan apretó los puños… aunque siguió sonriendo educadamente.

–¿Por qué no me pongo un delantal? –sugirió, apresurándose a ponerse uno que había colgado detrás de la puerta antes de que el ama de llaves pudiera hacer nada.

Ana se encogió de hombros y se dio la vuelta resoplando.

Meghan miró la cena que estaba preparando y deseó poder ser de utilidad. Se preguntó qué sería lo que realmente esperaban de ella los dos hombres que estaban esperándola y si Alessandro iría a ir a buscarla.

Se estremeció al percatarse de lo aislada que estaba la Villa Tre Querce, de lo aislada que estaba ella. De lo sola que estaba. De lo vulnerable que era.

–Pensé que estarías escondiéndote aquí.

Meghan se dio la vuelta y vio a Alessandro apoyado en el marco de la puerta de la cocina. Se había cambiado de ropa y se había puesto una camisa blanca y unos pantalones vaqueros gastados. No era la clase de ropa que un hombre se pondría para una cena de negocios. Y lo que ella deseaba era eso… una cena de negocios en la cual los dos hombres estuvieran tan ocupados que no tuvieran tiempo de mirarla.

Pero Alessandro tenía el hambre y el deseo reflejados en los ojos.

–¿Dónde iba a estar si no? Y no me estoy escondiendo –dijo ella, tragando saliva.

–Claro que no –dijo él, entrando en la cocina–. Pensaba que te había dicho que te encontraras conmigo en el salón.

–¿Ha llegado ya su acompañante? –preguntó Meghan con la voz temblorosa.

–Ya lo verás –Alessandro se acercó a quitarle el delantal–. No lo necesitas.

–No quería mancharme el uniforme.

–¿Uniforme? –preguntó él con un claro escepticismo antes de darse la vuelta para salir de la cocina… obviamente esperando que ella lo siguiera.

Sin decir nada, eso fue lo que hizo Meghan.

Lo siguió hasta una enorme sala donde había cómodos sofás y obras de arte colgadas de las paredes. Pero entonces miró a su alrededor y vio que la habitación estaba vacía.

–¿Dónde está su invitado…? –comenzó a preguntar.

Pero algo que se reflejaba en la mirada de satisfacción de Alessandro le hizo callar. Tuvo un mal presentimiento.

–Tú eres mi invitada, Meghan –dijo él dulcemente–. No hay nadie más.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

NO –DIJO Meghan, desesperada–. No, no, no.

–Sí –dijo Alessandro, sonriendo. Parecía contento, como si le hubiera dado a ella una sorpresa.

–Usted me contrató para que trabajara de camarera, para una cena. Por eso vine aquí.

–Te contraté –concedió él–. Pero si recuerdas, te dije que era para una cena tranquila para dos personas. Y, ahora mismo, aquí hay dos personas.

–¿Jamás hubo otra persona con la que fueras a cenar? –Meghan perdió los nervios y se olvidó de las formalidades, comenzando a llamarle de tú–. ¿Y qué pasa con el hombre con el que comiste?

–Él tiene otros planes para esta noche. Es simplemente una persona con la que hago negocios.

–¿Y yo qué soy? –preguntó ella, andando por la sala como buscando un lugar por el que escapar.

Se sintió enferma y atemorizada. Cerró los ojos, tratando de recobrar un poco de compostura, un poco de control.

Al abrirlos vio a Alessandro mirándola con una mezcla de curiosidad y compasión. Respiró profundamente, recordando que Ana estaba en la cocina.

–Sea lo que sea lo que hayas pensado de mí, estás equivocado. No quiero estar aquí ni quiero cenar contigo. Llévame de vuelta a Spoleto ahora mismo o interpondré cargos en tu contra.

Alessandro levantó las cejas, asimilando lo que había dicho ella.

–Tienes miedo –dijo tras un momento.

–¡Por supuesto que tengo miedo! ¡Un extraño… un hombre poderoso… me ha atrapado en esta casa, a solas! ¡Mintiéndome! Ahora, déjame marchar.

Alessandro no dejaba de mirarla, de evaluarla, pero no sin compasión.

–¿Por qué no te asustaste cuando pensaste que te había contratado para servirnos la cena a mi supuesto invitado y a mí? –preguntó tras unos segundos–. Hubieras estado con dos hombres, ¿no hubiese sido eso el doble de alarmante?

–Era un acuerdo de negocios –contestó ella, mirándolo con el enfado reflejado en los ojos.

–Entonces considera esta cena como lo mismo; yo te pagaré lo mismo. Simplemente quiero cenar contigo.

–¡No quiero que me pagues! –espetó ella–. ¡No soy una prostituta!

–No recuerdo haberte dicho que lo fueras.

–Si querías cenar conmigo, hay otras maneras más normales de tratar de hacerlo. Me lo podías haber preguntado. Se llama tener una cita.

–Admito que no he utilizado la vía convencional –dijo él, encogiéndose de hombros–. Pero no me ha quedado más remedio.

–¿Oh? ¿Y por qué?

–Soy un hombre poderoso, Meghan. ¿Recuerdas que puede haber abuso de poder? Y ello se aplica en ambos sentidos –sonrió dulcemente–. Imagínate esto; un hombre se queda embelesado por una joven camarera cuando la ve en un restaurante. Le gusta su sonrisa y la manera en la que los ojos de ella le recuerdan la luz del sol. Quiere conocerla mejor, pero sabe que su posición y riqueza o asusta a las mujeres o atrae a las que no quiere. Así que crea una falsa historia para llevar a la mujer que desea a su casa. Nada sórdido. Y cuando ella llega, pretende sorprenderla con una tranquila y romántica cena. Una oportunidad para conocerla y para que ella lo conozca a él. Y entonces la lleva de vuelta a su casa.

Meghan se quedó mirándolo en silencio, sintiendo cómo un torbellino de pensamientos se apoderaba de su mente.

–No ha sido así.

–¿No?

–Puedes decir todas las cosas románticas que quieras ahora, porque crees que yo quiero oír esas bonitas palabras, pero sería mejor que admitieras lo que realmente quieres… lo que realmente piensas de mí.

–Lo que me gustaría saber es por qué tienes una opinión tan mala de ti misma –dijo él.

–No la tengo –espetó Meghan–. ¿Por qué no me llevas a mi casa?

–Porque no quiero –contestó Alessandro, sentándose en una mecedora–. ¿De dónde eres? –preguntó en tono agradable–. ¿Por qué has estado viajando por Europa? Supongo que has trabajado de camarera para seguir viajando, ¿no es así?

–Ya basta –dijo ella, agitando la cabeza–. Esto es una farsa. No me voy a quedar aquí hablando sobre mi vida contigo.

–Quizá hiciera que las cosas fueran un poco más agradables.

–No quiero que las cosas sean agradables –espetó ella–. Quiero marcharme de aquí ahora mismo.

–Entonces responde a mis preguntas. Hazme tú algunas… se llama mantener una conversación.

–Está bien –dijo Meghan, respirando profundamente–. Te voy a hacer una pregunta, Alessandro. Si ceno contigo…, ¿me llevarás después de vuelta a Spoleto?

–Sí, si eso es lo que quieres.

Estaba claro que él pensaba que durante la cena le iba a hacer cambiar de opinión.

–Me gusta la manera en la que dices mi nombre –continuó Alessandro.

Ella se quedó mirándolo, pudiendo ver el fuego que reflejaban sus ojos.

–No tienes por qué tener miedo –dijo él–. Nunca tuve malas intenciones. Puedes confiar en mí.

–Me dijiste que no lo hiciera –espetó ella.

–Te dije que no había ninguna razón para hacerlo. Pero ahora sí la hay.

–Oh, ¿y cuál es?

–Que te lo digo yo –dijo Alessandro, sonriendo.

Meghan fue a hablar, pero sintió cómo algo abandonaba su cuerpo. Quizá fuese su energía, o por lo menos su habilidad para continuar su batalla verbal con aquel hombre. O su miedo.

Se sentó en un sofá color crema y recostó la cabeza en su suave respaldo.

–Hablas muy bien inglés –dijo tras un momento.

–Gracias. Es porque pasé la mayor parte de mi niñez en Inglaterra.

–¿Por qué?

–Me mandaron a un internado cuando tenía siete años, a Winchester –explicó–. Todos mis hermanos fueron allí.

–¿Tienes hermanos?

–Tengo una hermana –contestó él, callándose abruptamente a continuación.

Meghan no comprendió aquello; todos sus hermanos habían ido al internado, pero él sólo tenía una hermana. No tenía sentido. Pero no quiso preguntar debido a la oscura mirada de él.

–¿Quiénes son los Di Agnio? –preguntó–. Está claro que tenéis mucho poder, ¿pero a qué os dedicáis? –Meghan se sentó erguida, recordando repentinamente a la mafia…

–Somos empresarios –la leve risa que acompañó a las palabras de Alessandro dejó claro que sabía lo que había pensado ella–. Al principio nos dedicamos a la joyería, pero ahora también nos dedicamos al negocio inmobiliario y a las finanzas… en realidad un poco de todo.

–Di Agnio… –dijo ella, que recordó haber visto boutiques con ese nombre–. ¿Es un negocio familiar?

–Sí, yo soy el director.

Meghan pensó que sería agradable tener esa clase de riqueza, de poder… De seguridad.

–Está bien –dijo, respirando profundamente–. Cenemos.

Alessandro sonrió… y el efecto de ello fue devastador. Cuando aquel hombre sonreía todo lo que ella quería hacer era echarse en sus brazos… estaba arrebatadoramente guapo.

–Y luego me llevas a casa –añadió.

Él asintió con la cabeza.

–Desde luego. Si eso es lo que quieres.

–Lo querré –espetó ella.

Lo maldijo por su arrogancia y por tener razón… ya que había comenzado a flaquear… a desearlo…

Alessandro sonrió y le tendió la mano.

–¿Vamos?

Pero ella todavía tenía cosas por demostrar. Saldría de allí con su dignidad y con su orgullo intactos. De ninguna manera iba a permitir que su corazón se viera implicado con aquel hombre.

–Está bien –concedió en tono apagado, dirigiéndose a la cocina.

–No es por ahí, gattina –dijo él, agarrándola con delicadeza por el codo.

–¿Cómo me has llamado?

–Gattina. Significa cachorro de gato.

–No me gustan los apodos.

–Era una expresión de cariño.

–¿Como un gatito erótico? –dijo ella con desprecio.

Alessandro negó con la cabeza.

–Estaba pensando más bien en un cachorro de gato de verdad –dijo él, acariciándole el brazo y reposando su mano en la palma de la mano de ella, la cual besó levemente a continuación.

Cautivada, Meghan no pudo hacer otra cosa que observar lo que hacía él.

Pensó que aquello era una idea mala, muy mala.

–Por aquí –dijo él, señalando las puertas que daban al vestíbulo.

Ella siguió a Alessandro al vestíbulo y de allí al comedor, donde había velas encendidas. Había una impresionante mesa en cuya esquina habían preparados cubiertos para dos.

Tragó saliva, y el sonido de ello se oyó por toda la sala.

–Ven aquí. No muerdo –dijo él, riéndose suavemente.

–¿Estás tratando de seducirme? –preguntó ella, susurrando, mientras se acercaba a él.

–No. Cuando lo haga, lo sabrás.

Lo bochornoso de aquellas palabras hizo que ella sintiera a la vez anticipación y pánico recorriéndole el cuerpo.

–No quiero que me tientes –dijo ella, consciente de lo débil que sonaba su voz.

–Lo que no quieres es que te haga daño –corrigió Alessandro–. Hay una diferencia.

–¿La hay? –preguntó ella, levantando la barbilla.

–Creo que conmigo la hay –dijo él con una dulce voz pero sin permitir discusión–. Ya hemos hablado suficiente de la seducción. Vamos a cenar, lo que en Italia es algo muy sensual.