Solo para él - Susan Mallery - E-Book
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Susan Mallery

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Beschreibung

Tres hermanas solteras caen en las redes del amor, una tras otra… Sonaban campanas de boda en Fool's Gold, pero no para Nevada Hendrix. Sus hermanas trillizas estaban comprometidas e incluso su madre tenía una vida amorosa más activa que la suya. Decidida a empezar de nuevo, presentó una solicitud para el trabajo de sus sueños, pero descubrió que su nuevo jefe era también su primer amor. Tal vez podía pasar por alto el hecho de que se habían visto desnudos, pero jamás olvidaría cómo ese hombre le había roto el corazón. Tucker Janack accedió a las reglas de Nevada de "solo trabajo". Después de todo, el amor era una trampa que el millonario constructor había evitado toda su vida. Pero cuando unos buenos compañeros de trabajo se convertían en algo más, todas las reglas se rompían. ¿Estaría alguno de los dos dispuesto a volver a intentarlo… o se interpondría su pasado entre los dos?

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Susan Macias Redmond. Todos los derechos reservados.

SOLO PARA ÉL, N.º 23 - Diciembre 2012

Título original: Only His

Publicada originalmente por HQN.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1230-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

A mis amigas de Facebook.com/SusanMallery:

Habéis ayudado a darle forma a Fool’s Gold.

Le habéis dado nombre a personajes, habéis puesto en común ideas y sugerencias para ayudarme a crear tramas, e incluso habéis ejercido de equipo de animadoras de Fool’s Gold.

¡Gracias por vuestra amistad y por vuestro apoyo!

Capítulo 1

Nunca accedas a ir a una entrevista de trabajo si el entrevistador te ha visto desnuda.

Nevada Hendrix estaba segura de que ese consejo estaría bordado en alguna almohada o que sería el texto de algún póster, pero, por desgracia, nadie lo había compartido con ella. Ahora, frente a Tucker Janack por primera vez después de diez años, descubrió que era un consejo muy, muy, acertado.

Había tenido todo pensado, había pulido su curriculum, había practicado sus respuestas ante distintas preguntas, se había comprado una chaqueta nueva e incluso había pagado un extra en la peluquería para que le aplicaran un tratamiento de brillo en el pelo. Ella, que siempre que había podido había evitado las cosas de chicas, había acabado hundida por un antiguo amante y por un tratamiento capilar de brillo.

–Hola, Nevada.

–Tucker.

Tuvo la precaución de no mostrar ningún tipo de emoción porque sabía que quedarse con la boca abierta y tener mirada de asombro no la harían parecer una mujer competente.

–Esperaba encontrarme a tu padre –admitió. Después de todo, en la llamada que había recibido sobre la última entrevista le habían dicho específicamente que hablaría con el señor Janack y ese no era el nombre con el que asociaba a un chico al que había conocido en la universidad.

–Dirijo el sector de construcción y me encargo de la contratación personalmente en este proyecto –respondió él indicándole que tomara asiento.

Se encontraban en una sala de reuniones en un hotel de Fool’s Gold. Ronan’s Lodge, conocido para los lugareños como Ronan’s Folly, era un edificio de preciosa construcción con carpintería tallada a mano y elegante mobiliario; todas ellas, cosas que se habría detenido a admirar en distintas circunstancias, pero resultaba que ahora mismo no podía ver más que al hombre que tenía sentado al otro lado de la mesa.

El paso del tiempo había sido amable con Tucker. Seguía siendo alto, aunque eso no debería ser ninguna sorpresa... No muchos hombres suelen encoger. Su cabello era oscuro y con las ondas justas para evitar que resultara demasiado guapo. Esos ojos oscuros, su mandíbula cuadrada y ese ápice de sonrisa en su apetecible boca seguían exactamente tal y como los recordaba.

Eh... no, nada de apetecible. Se trataba de su posible jefe... o no... dependiendo de lo que él recordara del pasado.

Maldijo para sí y se preguntó por qué su padre no podía haberse ocupado de ese proyecto.

–Ha pasado mucho tiempo –dijo él esbozando su típica y sutil sonrisa, la misma que la había hecho sentirse la chica más especial del mundo, aunque todo había resultado ser una mentira y le había roto el corazón hasta el punto de que ese dolor se hubiera vuelto irreversible.

Respiró hondo, apartó todos los recuerdos del joven Tucker y estiró los hombros.

–Como puedes ver en mi curriculum, he estado ocupada. Al terminar la universidad, trabajé en Carolina del Sur durante un par de años aprendiendo todos los aspectos de la construcción. Construimos muchos espacios comerciales y, antes de marcharme, estuve al cargo de un edificio de cinco plantas.

Tal vez para él eso resultaba insignificante, pero para ella era todo un orgullo.

–Lo terminamos antes de tiempo y por debajo del presupuesto inicial con los mejores resultados de inspección que la empresa había tenido nunca.

Él asintió, como si ya supiera todo eso.

–¿Por qué no te quedaste? Seguro que no querían que te marcharas.

–No, pero yo quería volver a casa.

–¿Raíces?

–Sí –él nunca había experimentado lo que era establecerse en un mismo lugar, ya que había crecido por todo el mundo, dado que Construcciones Janack era una multinacional. Recordaba cómo Tucker le había hablado sobre veranos en Tailandia e inviernos en África.

Sintió el peligro de adoptar una actitud demasiado personal y se recordó que quería ese trabajo.

–Desde que he vuelto a Fool’s Gold me he ocupado, principalmente, de proyectos pequeños, como algún que otro residencial. He trabajado con cuadrillas de obreros de distintos tamaños y entiendo los códigos de construcción locales y estatales –siguió hablando y dando ejemplos de sus diversas habilidades.

–El equipo que trabajará aquí es uno de nuestros mejores. Llevan juntos mucho tiempo y no aceptan bien a los intrusos.

–¿Con eso de «intrusos» quieres decir «mujeres»?

Tucker se recostó en su silla y le lanzó otra de sus matadoras sonrisas.

–Construcciones Janack es una empresa que aboga por la igualdad de oportunidades y que cumple todas las directrices laborales, tanto federales como estatales.

–Muy políticamente correcto. No me da miedo un equipo de hombres, si eso es lo que quieres decir. Crecí con tres hermanos mayores.

–Lo recuerdo. ¿Cómo está Ethan?

–Bien. Casado. Feliz. Si vas a estar por aquí un tiempo, deberías ponerte en contacto con él.

Sin embargo, si los mandamás así lo decidían, Tucker estaría allí solo para contratarla y después se marcharía a cualquier otra parte del mundo.

–Lo haré. Estaré aquí durante la fase inicial de la construcción.

«¡Maldita sea!».

–Trabajas para Ethan –dijo Tucker–. ¿Por qué quieres venir a trabajar para mí?

No quería. Quería trabajar para su padre, pero esa no era una opción.

–Estoy buscando un desafío –dijo admitiendo la verdad.

–¿Has visto la magnitud del proyecto?

Ella asintió. Construcciones Janack había comprado alrededor de cien acres al norte del pueblo. Iban a construir un resort y un casino en una zona india y, además, la empresa le había arrendado unos acres adicionales a un promotor especializado en centros comerciales, lo cual tenía a la población femenina emocionada y expectante.

–Deberíamos hablar de ello.

Nevada lo miró preguntándose por qué ese proyecto de construcción merecía un gesto tan serio por su parte, pero entonces lo supo: «ello» no se refería al trabajo.

–No –luchó contra las ganas de levantarse y apartarse–. Sucedió hace mucho tiempo.

–Nevada... –comenzó a decir él en voz baja.

–No. Ya ha pasado. No significó nada.

Él enarcó las cejas.

–¿En serio?

¿Por qué no podía ser como el resto de los hombres del planeta y evitar hablar de algo incómodo? ¿Es que tenían que darle vueltas al pasado?

–Tucker, eso sucedió hace diez años y fueron cinco minutos difíciles e incómodos en mi vida. En serio, no importa.

–¿Así es como lo ves?

–Eso fue lo que sucedió. Estabas borracho, yo era... –apretó los labios. Bajo ningún concepto pronunciaría la palabra «virgen» en una entrevista de trabajo–. Déjalo estar.

–No fueron cinco minutos. Yo nunca...

–¡Oh, Dios mío! –no pudo contenerse y se levantó–. ¿Se trata de tu ego? ¿No puedes soportar el hecho de que nuestro breve encuentro sexual de hace una década sea un mal recuerdo para mí? Madura, Tucker. No es importante. No pienso en ello. He venido aquí por una entrevista de trabajo, no para... –se detuvo, aunque tuvo la sensación de que ya era demasiado tarde–. También éramos amigos por entonces, ¿es que no podemos recordar eso?

Él se levantó.

–Tú no nos veías como amigos. No, después.

No era una persona gritona y esa fue la única razón por la que no le gritó. Por el contrario, se obligó a mostrarse absolutamente calmada y a no perder el control.

–¿Tienes alguna otra pregunta sobre mi experiencia laboral?

–No.

–Pues, entonces, ha sido un placer volver a verte, Tucker. Gracias por tu tiempo.

Y con eso, se giró y salió de la sala de reuniones. Mantuvo la cabeza alta y los hombros echados hacia atrás, y así, nadie que estuviera mirándola podría haber adivinado que, por dentro, se sentía humillada y hundida.

Tener que revivir aquella vergonzosa noche con Tucker ya era suficientemente malo, pero perder la oportunidad de alcanzar el trabajo de sus sueños era aún peor. Había querido la oportunidad de trabajar con Construcciones Janack. Eran una gran compañía y ella habría podido ampliar sus miras profesionales sin tener que salir de Fool’s Gold. Pero ahora, él la ignoraría sin tener en cuenta sus aptitudes, ¡muy típico de un hombre! ¡Qué injusticia!

Se giró y volvió a la sala de reuniones, donde la puerta seguía abierta. Vio a Tucker guardando una carpeta en su maletín; la carpeta que contenía su curriculum, la misma que contenía los papeles que representaban sus sueños y esperanzas.

–Soy buena en lo que hago. Me esfuerzo mucho y conozco este pueblo –le dijo cuando él alzó la mirada y la vio–. Entiendo a la gente que vive aquí y podría haber sido una gran aportación para la empresa, pero eso no va a pasar, ¿verdad? Y todo por un acto insignificante que sucedió hace años. ¡Eso sí que es integridad!

Tucker vio a Nevada darle la espalda por segunda vez en un minuto y salir. La puerta se cerró firmemente y él dejó de ver su corta melena y su estirada espalda.

–¿Cuándo os habéis acostado? –preguntó Will Falk al salir por una puerta lateral.

Tucker miró al hombre.

–No es asunto tuyo.

–¿Creías que quería oír todo esto? Basándome en lo que ha dicho sobre tu actuación, tienes que hacer algo –añadió sonriendo Will, amigo de la familia y ayudante de Tucker–. ¿Cinco minutos? ¡Qué humillante!

Tucker apretó los dientes.

–Gracias por recordármelo.

Quería gritar que había durado más de cinco minutos a pesar de que, técnicamente, no podía recordar mucho sobre aquella noche porque, tal y como Nevada había señalado, había estado borracho. Eso sin mencionar que además había estado como loco perdido en una tempestad llamada Caterina Stoicasescu. Por desgracia, Nevada también se había visto atrapada en el huracán de la vida de Cat, por muy breve que hubiera sido.

–Lo has estropeado todo –dijo Will–. Me parecía que tenía potencial.

–Y lo tiene. Aún no he terminado con ella.

Will soltó una risita.

–¿En serio? ¿Crees que vendrá a trabajar para ti después de esto?

–Quiere el trabajo.

–No. Lo quería. Aquí la clave es usar el tiempo en pasado. Ahora sabe que eso supone trabajar para ti. ¡Caramba, Tucker! ¿Cinco minutos?

–¿Puedes dejar eso de una vez?

–Supongo que tendré que hacerlo. Pero eras un chico guapo, no tan feo como para romper un espejo. Creía que alguna mujer se habría compadecido de ti y te habría enseñado a hacerlo, pero supongo que me equivocaba.

Tucker señaló la puerta.

–Largo.

–¿O qué? ¿Vas a sacarme a rastras tirándome del pelo?

Will seguía riéndose cuando salió cojeando de la sala.

Si hubiera sido otro el que se burlara de él, Tucker se habría enfurecido, pero Will era prácticamente de la familia. Apenas le sacaba diez años y llevaba trabajando para Construcciones Janack desde que había salido del instituto, de modo que Tucker siempre lo había visto como el hermano mayor que no había tenido. Rápidamente, Will había ido subiendo puestos en la empresa hasta que un accidente sucedido seis años atrás le había roto las dos piernas y le había fracturado la espalda.

El seguro médico se había ocupado de las facturas y el padre de Tucker había mantenido a Will en nómina a pesar de que, incluso después de un año de recuperación, Will no había podido volver a las obras.

Justo en ese momento, Tucker había empezado a dirigir sus propios proyectos y le había ofrecido a Will un puesto como su mano derecha. Llevaban trabajando juntos desde entonces. Formaban un buen equipo y esa era la razón por la que Tucker estaba dispuesto a aguantar tantas bromas y burlas de su amigo. Sin embargo, nada de eso resolvía el problema de Nevada.

El proyecto del hotel casino era enorme, el mayor que había dirigido nunca. Necesitaba un buen equipo y Nevada aportaría mucho. El hecho de que la conociera y confiara en ella hacía imposible que pudiera dejarla marchar sin más, pero, ¿cómo podía convencerla de que dejara el pasado de lado y fuera a trabajar para él?

Mientras salía de la sala detrás de Will, se dio cuenta una vez más de que los problemas de su vida podían encontrar su origen en Caterina Stoicasescu. Cat siempre había sido un infierno sobre ruedas. Los que la rodeaban tenían la opción de apartarse o de dejarse atropellar y quedar desangrándose y destrozados a un lado de la carretera. A él lo había atropellado muchas veces, hasta que había entendido que llevaba demasiado tiempo haciendo el tonto por amor. No valía la pena tantos problemas a cambio de esa emoción y ahora encima, por desgracia, Cat le había dejado con un desastre más que arreglar.

Nevada se encontraba fuera del hotel preguntándose adónde ir. Si volvía al trabajo, Ethan, su hermano, estaría allí y querría saber cómo había ido la entrevista, algo muy razonable dadas las circunstancias. Desafortunadamente, la respuesta no era fácil. ¿Qué tenía que decir, exactamente? Por mucho que Ethan pudiera considerar a Tucker un buen amigo, de ningún modo aceptaría el hecho de que se hubiera acostado con su hermana pequeña, virgen y de dieciocho años.

Descartando lo de volver al trabajo, buscó otra opción. Ir a casa era una, pero no quería estar sola, porque pensar en soledad te conducía a la locura, pensó mientras recorría la calle con gesto adusto.

Diez minutos después, entró en el bar de Jo. Como siempre, estaba bien iluminado y resultaba muy femenino y acogedor. Hasta hacía poco tiempo el pueblo había sufrido una escasez de hombres y el bar de Jo se aprovechaba de ello y servía, principalmente, a mujeres. Los aperitivos iban acompañados de una lista de calorías, las televisiones estaban sintonizadas en canales de Teletienda y reality shows y, siempre que era posible, ofrecía versiones bajas en calorías de cócteles y otras bebidas.

Poco después de las tres, y a mitad de semana, no había muchos clientes. Jo Trellis, la propietaria del bar, se había mudado a Fool’s Gold hacía unos cuatro o cinco años y, a pesar de haber reformado el local ignorando la sabiduría popular según la cual los bares debían estar hechos para hombres, había abierto sus puertas con un gran éxito.

Nadie sabía mucho sobre el pasado de Jo, una mujer alta y musculosa aunque no en exceso. Lo único que todos sabían con seguridad era que Jo guardaba una pistola bajo la barra y que sabía cómo usarla.

Salió de la trastienda y vio a Nevada sentándose en un banco.

–Has llegado pronto.

–Lo sé. He tenido uno de esos días en los que emborracharse parece la mejor opción.

–Lo pagarás caro por la mañana.

Mientras oía ese consejo, la mañana le parecía estar muy lejos.

–Un vodka con tónica. Doble.

–¿Quieres comer algo? –preguntó Jo más como una madre preocupado que como una mujer que se ganaba la vida sirviendo copas.

–No, gracias. No quiero ralentizar el proceso –si bebía lo suficiente, olvidaría y, en ese momento, olvidar le parecía lo más inteligente.

Jo asintió y se marchó para volver unos segundos más tarde con un gran vaso de agua.

–Hidrátate. Ya me lo agradecerás después.

Nevada se tomó el agua hasta que llegó su bebida y, prácticamente, se bebió la mitad de un asalto. Ahora había que esperar; esperar a que el vodka le nublara la mente y disipara la espantosa tarde que había tenido.

Como norma, era una firme creyente en el hecho de enfrentarse a sus problemas; en encontrar lo que funcionaba mal, dar con varias soluciones y elegir la mejor para actuar. Siempre había sido valiente y emprendedora y hacía todo lo que podía por quejarse lo mínimo, pero todo ello no significaba nada cuando se trataba de Tucker Janack.

No podía cambiar el pasado, no podía retroceder en el tiempo y modificar una decisión mal tomada. La realidad era que había estado locamente enamorada de ese hombre y que había actuado precipitadamente. Era culpa suya y podía aceptarlo. Lo que la reventaba era tener que pagar por todo ello ahora.

Se terminó la copa y pidió otra. Antes de que se la sirvieran, la puerta del bar se abrió y entraron sus hermanas. Miró el reloj rápidamente y vio que habían pasado menos de quince minutos desde que se había sentado en ese banco.

–¡Impresionante! –le gritó a Jo.

Su amiga se encogió de hombros.

–Ya sabes lo que pienso de la gente que bebe sola.

–Es medicinal.

–¡Si tuviera un centavo por cada vez que he oído eso...!

Nevada centró su atención en las dos mujeres que caminaban hacia ella. Tenían su altura exacta y el mismo cabello rubio y ojos marrones, lo cual no era de extrañar teniendo en cuenta que eran trillizas.

Cuando eran niñas, distinguirlas había sido una pesadilla para casi todo el mundo, incluso para su familia, pero desde entonces habían ido cultivando diferencias hasta en la forma de vestir y en su estilo personal. Montana llevaba el pelo largo y ondulado, bonitos vestidos de flores y todo en tonos suaves. Por otro lado, Dakota era la que mejor vestía, aunque ahora mismo el hecho de que estaba embarazada habría facilitado aún más la identificación entre las tres.

Nevada, particularmente, siempre se había considerado la más sensata de las hermanas, pese a su presente situación. Pasaba gran parte de sus días en obras donde los vaqueros y un par de botas eran un requisito más que una elección de moda, tomaba decisiones inteligentes, solucionaba problemas y hacía todo lo que podía por evitar tener que lamentarse de algo. Tucker era el bache más grande en ese, de lo contrario, tranquilo y ligeramente solitario trayecto que era su vida.

–¡Ey! –exclamó Dakota sentándose en el banco frente a ella–. Jo nos ha llamado.

Montana se sentó junto a Dakota y ladeó la cabeza.

–Ha dicho que estabas bebiendo.

Nevada agitó su vaso vacío mientras miraba a Jo.

–Y también una quesadilla.

–Creía que no querías comer nada.

–He cambiado de opinión.

–Bien –Jo fue hacia ella, agarró el vaso vacío y tomó nota de los pedidos de Dakota y Montana–. Ojalá fuerais lo suficientemente inteligentes como para parar cuando todavía podáis evitar una resaca.

–Lo siento, pero eso no va a pasar –Nevada esperó a que Jo se marchara y después miró a sus hermanas–. Habéis llegado más deprisa de lo que me esperaba.

–Es por este nuevo invento llamado «teléfono» –le respondió Montana–. Acelera la comunicación.

Dakota posó las manos sobre la mesa.

–¿Qué está pasando? Esto no es propio de ti. Tú no bebes en mitad del día.

–Técnicamente ya ha pasado la mitad del día –apuntó Nevada. Ahí estaba ya: un ligero zumbido atravesándole el cerebro.

–Bien. Normalmente estarías en la oficina, pero en cambio... –Dakota suspiró–. Tu entrevista. Ha sido hoy.

–¡Ajá! –miró hacia la barra deseando que Jo se diera prisa.

–Tendría que haber salido bien –dijo Montana, tan leal como siempre–. ¿No sabía el señor Janack lo cualificada que estás? Necesita a alguien con tu experiencia para ocuparse del factor local. Además, estás muy guapa.

Nevada inhaló el aroma de las tortillas y del queso y su estómago bramó. No había almorzado porque los nervios provocados por la entrevista la habían obligado a seguir trabajando.

–¿Qué ha pasado? –preguntó Dakota, al parecer menos interesada que su hermana en el aspecto de Nevada–. ¿Por qué crees que la entrevista no ha ido bien?

–¿Qué te hace pensar que yo creo eso? –preguntó Nevada, sintiendo cómo el zumbido tomaba fuerza con cada segundo que pasaba. Incluso así, cuando Jo le llevó la segunda copa, dio un gran trago.

–Verte beber así ha sido la primera pista.

Tener una hermana psicóloga era un arma de doble filo.

–No quiero hablar de ello. Si quisiera, habría ido a veros a las dos, pero no lo he hecho. Estoy aquí emborrachándome. Dejadme tranquila.

Sus hermanas se miraron y, si Nevada se paraba a pensarlo, probablemente descubriría en qué estaban pensando ellas. Después de todo, genéticamente eran iguales. Pero ahora mismo lo único que le preocupaba eran los olores que emanaban de la cocina de Jo.

–Nevada... –comenzó a decir Montana con una suave voz.

No hizo falta más. Una sola palabra. ¿Por qué no podía ser como el resto de la gente y odiar a su familia? En ese momento, un buen distanciamiento le parecía el plan perfecto.

–De acuerdo –refunfuñó–. La entrevista no ha sido con el señor Janack, Elliot, el padre. Ha sido con Tucker.

–¿El chico que era amigo de Ethan? –preguntó Dakota como si no estuviera segura del todo, y era normal, teniendo en cuenta que solo lo había visto en una ocasión, un verano cuando eran niños.

–No lo entiendo –dijo Montana–. ¿Ahora lleva la empresa?

–Dirige todo el proyecto –respondió Nevada sin dejar de mirar la puerta de la cocina.

–¿Y por qué es un problema? –preguntó Dakota.

Nevada abandonó toda esperanza de recibir su comida pronto y miró a sus hermanas.

–Conozco a Tucker. Cuando me marché a la universidad, Ethan me dijo que lo buscara y lo hice.

–De acuerdo –interpuso Montana algo confundida–. ¿Pero entonces no es bueno el hecho de que lo conozcas?

–Me he acostado con él. Y, como entenderéis, eso hace que la entrevista resulte muy incómoda.

Jo apareció con la quesadilla y varias servilletas. Dejó el té de hierbas delante de Dakota y le entregó a Montana su cola light antes de dejar una cesta de patatas fritas y un cuenco de ensalada en el centro de la mesa.

Nevada agarró una porción de quesadilla y le dio un mordisco ignorando las miradas de asombro de sus hermanas.

–Pero hoy no –susurró Montana–. ¡No estarás diciendo que te has acostado hoy con él!

Nevada terminó de masticar y tragó.

–No. No he mantenido sexo durante mi entrevista. Fue antes. En la universidad.

Comió un poco más mientras sus hermanas la miraban expectantes. Montana fue la primera en romper el silencio.

–¿Qué pasó? No nos lo habías contado nunca.

Nevada se limpió las manos con una servilleta y dio un sorbo a su bebida. Ahora el zumbido era más fuerte y eso haría que expusiera su secreto con mayor facilidad.

–Cuando me fui a la universidad, Ethan me pidió que buscara a Tucker porque estaba trabajando por la zona.

Aunque sus hermanas y ella habían estado extremadamente unidas, habían tomado la decisión de ir a universidades distintas, y esos cuatro años separadas les habían dado la oportunidad de afirmar sus identidades. Y mientras que en su momento había parecido una buena idea, ahora se preguntaba si las cosas habrían ido mejor de haber estado sus hermanas cerca.

–No me interesaba especialmente pasar algo de tiempo con un amigo suyo, pero no dejaba de insistir, así que lo hice y Tucker y yo quedamos en vernos.

Aún recordaba el momento en que entró en la enorme sala del complejo industrial. Los techos probablemente medían unos diez metros y entraba mucha luz por todas las ventanas. Había una gran plataforma en el centro y una bella mujer sosteniendo un soplete. Pero lo que le había llamado la atención era el hombre que se encontraba también en aquella plataforma. Ese Tucker, ya maduro, se parecía poco al chico que recordaba.

–Fue una de esas cosas que pasan –dijo después de darle otro bocado a la quesadilla, masticar y tragar–. Lo miré y caí rendida. No tuve elección.

Montana se inclinó hacia ella.

–Pues eso no es algo malo.

–Lo es cuando el tipo en cuestión está locamente enamorado de otra. Tenía novia. Yo estaba loca por él y él lo estaba por otra y quería ser mi amigo. Fue un infierno.

–¿Quién era ella? –preguntó Dakota–. ¿Otra estudiante?

Nevada se encogió de hombros.

–No importa –de ningún modo pronunciaría su nombre porque existía la posibilidad de que lo reconocieran y ella no quería hablar de Cat–. Salí con ellos unas cuantas veces, pero después no pude soportarlo más y me distancié. Una noche me enteré de que habían roto y fui a ver a Tucker. Estaba muy borracho y tuvimos una relación sexual bastante mala.

No mencionó que básicamente ella se había abalanzado sobre él y que le sorprendía que él se acordara de que había estado con ella porque, después de todo, había pronunciado el nombre de Cat en el momento crucial.

Suspiró.

–Fue un desastre. Volvieron, yo me quedé destrozada y eso fue todo. No volví a verlo. Hasta hoy.

Pero había mucho más porque el hecho de que Tucker hubiera elegido a Cat antes que a ella la había hundido, aunque eso no había sido ninguna sorpresa en realidad porque Cat era preciosa y habían estado juntos antes. Aun así, le había partido el corazón y se sentía humillada y, por si eso fuera poco, el sexo con él había sido espantoso. Tanto que había esperado casi tres años antes de arriesgarse a volver a intimar con nadie.

–Quería el trabajo –dijo levantando su vaso–. Quería esa oportunidad.

–No sabes que no te vaya a contratar –le dijo Montana–. Eres la mejor candidata.

–No creo que eso sea un factor decisivo.

Dakota le dio un sorbo a su té.

–¿Ha sido duro volver a verlo?

–Ha sido un gran impacto. Me esperaba encontrarme a su padre, aunque eso no es lo que estás preguntándome, ¿verdad?

–No.

Nevada pensó en la pregunta no formulada.

–Lo he superado, ya lo he olvidado. Fue hace mucho tiempo y yo era joven y tonta. Ahora todo es distinto.

–¿No queda ningún sentimiento? –preguntó Dakota.

–Ni uno.

Nevada habló con tanta rotundidad como podía permitirse una persona casi borracha. La buena noticia era que estaba segura de que ni siquiera estaba mintiendo.

Capítulo 2

Tucker nunca se había parado a pensar demasiado en los pueblos pequeños de Estados Unidos. Principalmente su trabajo lo llevaba a lugares remotos donde tenían que crear su propia infraestructura para poder realizar el trabajo, o a zonas urbanas que, normalmente, estaban viniéndose abajo. No estaba acostumbrado a ver alegres escaparates y gente simpática paseando por aceras limpias. En los diez minutos que había tardado en ir de su hotel al centro del pueblo, lo habían saludado en multitud de ocasiones, le habían dicho que pasara un buen día, le habían comentado qué agradable era el tiempo que estaban teniendo y un diminuto caniche con un jersey rosa se había acurrucado contra él.

Ya había estado en Fool’s Gold antes, cuando tenía unos dieciséis años. Su madre había muerto cuando él era muy pequeño, así que su padre lo había llevado con él a todas las obras de construcción. Había crecido por todo el mundo y se había educado entre escuelas locales y tutores. A su padre le había preocupado que no estuviera relacionándose socialmente lo suficiente con niños de su edad, así que cada verano lo enviaba a un campamento distinto de Estados Unidos. Un año había sido un campamento espacial, otro un campamento de arte dramático, y el año en que había cumplido los dieciséis, un campamento de ciclismo donde había conocido a Ethan Hendrix y a Josh Golden.

Los tres habían sido inseparables durante todo el verano. Josh y Ethan se tomaban muy en serio el ciclismo e incluso Josh había terminado dedicándose a ello. Tucker había entrado en el negocio familiar y había ido allí adonde lo llevaba el siguiente gran proyecto. Ethan se había quedado en Fool’s Gold.

Cruzó una calle estrecha y vio el cartel de Construcciones Hendrix. Durante su época de instituto, Ethan había planeado ir a la universidad para luego marcharse de Fool’s Gold, y Tucker y él habían hablado sobre el hecho de que Ethan trabajara para Construcciones Janack. Habían soñado con construir una presa en Sudamérica o un puente en la India, pero el padre de Ethan había muerto dejándolo a él como responsable del negocio familiar. Siendo el mayor de seis hermanos, y con una madre destrozada, a Ethan no le habían quedado muchas opciones.

Tucker abrió la puerta de la oficina y sonrió a la recepcionista.

–Me gustaría ver a Nevada, por favor.

Había llegado lo suficientemente pronto como para encontrarla allí antes de que se hubiera marchado a alguna obra, pero aun así se esperaba que le preguntaran si había concertado cita. Por el contrario, la recepcionista señaló una puerta en la parte trasera de la gran sala.

–Está en su despacho.

–Gracias.

Rodeó un par de mesas vacías y llamó a la puerta abierta.

Nevada estaba de espaldas a él junto a un archivador y durante el segundo que tardó en girarse, él vio que llevaba unos vaqueros y una camiseta en lugar de los pantalones y la chaqueta del día anterior. Unas gruesas botas de trabajo le sumaban unos cuantos centímetros a su estatura y la acercaban más a la altura de sus ojos. Era alta y esbelta y con curvas ahí en los lugares adecuados.

Atractiva y sexy, pensó, y seguro que también lo había sido durante la época de la universidad, aunque por aquel entonces él ni se había fijado. Estar con Cat había sido como mirar al sol: no había podido ver ninguna otra cosa. La vida habría sido mucho más sencilla si se hubiera enamorado de alguien normal como Nevada en lugar de Cat.

Cuando Nevada se giró, vio que no llevaba mucho maquillaje y que su tez era pálida.

–Buenos días.

Ella lo miró asombrada.

–Tal vez lo sean para ti.

Tenía los ojos rojos y un poco hinchados. A juzgar por las ojeras, supuso que había pasado una mala noche.

–¿Resaca? –le preguntó en voz baja.

–No quiero hablar de ello.

¿Había estado bebiendo por su culpa? Esperaba ser la causa de su malestar mañanero, aunque solo fuera porque eso demostraba que su encuentro la había causado tanto impacto como a él.

–Sea lo que sea lo que estás pensando, para.

–¿Por qué?

–Tienes actitud de engreído y resulta irritante. Es más, deberías irte. ¿Por qué estás aquí? ¿Estás buscando a Ethan?

–Estoy buscándote a ti.

Ella se tocó la frente, como intentando borrarse el dolor.

–Pues no sé por qué.

–Seguro que sí.

A pesar de las ojeras y de la lividez, seguía resultando atractiva. Le gustaba ver a Nevada con vaqueros y camiseta más que vestida formalmente para una entrevista. Con esa ropa se parecía más a la mujer que recordaba.

–Quiero que lo repitamos... me refiero a la entrevista –añadió, por si ella se pensaba que se refería al sexo, aunque él no le diría que no a una oportunidad de demostrarle que no era tan malo en ese campo.

–No me queda nada por decirte. Ya tienes mi curriculum, con eso basta.

–Tienes razón. Basta. Quiero contratarte como directora de construcción.

–Vete al infierno.

–¿Es eso un «me lo pensaré»?

–Es un «vete al infierno». No me interesa que jueguen conmigo.

–¿Y por qué crees que estoy jugando contigo?

–Solo estás ofreciéndome el puesto porque dije que eras pésimo en la cama.

Él se estremeció.

–Este proyecto tiene un valor de diez millones de dólares. ¿Crees que lo arriesgaría por mi ego? –se movió hacia ella–. Estás más que cualificada y eso es importante, pero como señalaste ayer, eres de la zona y sabes cómo se hacen las cosas por aquí. Puedes ayudarnos a evitar errores.

Esa era una lección que había aprendido por las malas en más de una ocasión. Prestarle atención a las aparentemente tontas expectativas y costumbres de los lugareños podía suponer la diferencia entre llegar a tiempo con un proyecto sin salirse del presupuesto y que todo se viniera abajo.

–Sé que te interesa. De lo contrario, no te habrías molestado en presentar la candidatura ni en ir a la entrevista.

–Se suponía que hablaría con tu padre, no contigo –dijo bruscamente–. No quería volver a verte nunca.

–Pues yo estoy al mando.

–Exacto, y por eso lo mejor es que te marches ahora.

Fue muy clara y, aunque a él no le gustó, no estaba dispuesto a suplicarle. Asintió y se marchó, aún algo confuso por lo que estaba pasando. Un momento después estaba cruzando el aparcamiento cuando una camioneta se detuvo a su lado.

–¡Estás muy lejos del Amazonas! –le gritó una voz familiar.

Tucker vio a Ethan salir de la camioneta y sonreír.

–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó Tucker.

Ethan y él se estrecharon la mano y se dieron unas palmaditas en la espalda.

–Dirijo este lugar –respondió Ethan señalando al cartel–. Aunque últimamente no estoy mucho por aquí, estoy con los aerogeneradores.

Tucker sabía que su amigo se había introducido en la construcción de molinos; la energía eólica era un campo en constante crecimiento y el producto de Ethan era muy demandado.

–Tengo unos cuantos nombres para ti –le dijo Ethan sacando un maletín del asiento del copiloto–. Son unos buenos tipos a los que querrás contratar. Un par de ellos trabajan para mí, pero les dejaré irse. Ahora que Nevada se marcha, habrá menos trabajo de construcción.

–¿Se marcha? ¿Adónde?

–A trabajar para ti –Ethan parecía sorprendido–. Sé que ha solicitado el puesto.

–Sí, y acabó de ofrecérselo, pero lo ha rechazado.

–No lo entiendo. Estaba emocionada con la oportunidad.

–Y yo quería que se uniera a nosotros.

Tenía que pasar algo más, pensó Tucker, no podía ser solo por el pasado. Suponiendo que lo que había dicho fuera verdad, que el tiempo que habían pasado juntos hubiera sido espantoso, ni siquiera eso era suficiente para rechazar trabajar con él. No era un cretino como jefe.

–Estaba pensando en darle una cuadrilla de mis mejores hombres.

Ethan frunció el ceño.

–Deja que hable con ella.

Tucker sacudió la cabeza.

–No. O quiere el trabajo o no lo quiere. Tiene que ser su elección.

–De acuerdo, pero no creas que esto significa que vas a estar en el pueblo y vas a poder evitarme. Quiero que vengas a cenar. Así podrás conocer a Liz y a los niños. Verás todo lo que te has perdido con tu nómada estilo de vida.

–Me gusta mi nómada estilo de vida.

–Eso es porque nunca fuiste tan listo como nosotros.

Nevada hizo lo que pudo por ignorar el golpeteo que sentía dentro de su cabeza. Había tomado tantas aspirinas como eran seguras y se había hidratado lo suficiente como para regar quince acres de maíz, pero aún se sentía como si lo más inteligente hubiera sido pegarse un tiro esa misma mañana.

Jo había intentado advertirla; había sido muy específica sobre las consecuencias de beber tanto, especialmente tratándose de una persona que solía limitarse a una sola copa. Pero, ¿la había escuchado? Por supuesto que no. Y ahora estaba pagando el precio con una jaqueca y un cuerpo al que le dolía todo menos las pestañas.

–No me puedo creer que hayas rechazado el trabajo.

Esas inesperadas palabras la hicieron sobresaltarse. Alzó la mirada y vio a su hermano de pie en la puerta de su despacho. Tucker sí que había ocupado bien ese espacio, pensó al recordar lo guapo que lo había visto y lo mucho que eso la había enfurecido.

–No quiero hablar de ello –farfulló preguntándose cuándo el alcohol abandonaría su organismo de una vez por todas.

–Pues vas a tener que hacerlo. Esto es lo que querías. Dijiste que querías un desafío, un reto, y Tucker está ofreciéndotelo. Cree que serías muy buena para su equipo.

Haberle contado a sus hermanas lo que había pasado era una cosa, pero explicarle los detalles a su hermano no era algo que le apeteciera.

–Ya no me interesa.

–¿Por qué? No lo entiendo. ¿Tienes miedo?

–No.

–Entonces, ¿qué?

Ethan era un fantástico hermano mayor. En el colegio, había cuidado de sus hermanas pequeñas y, siendo adulto, había renunciado a sus sueños para poder dirigir el negocio familiar y que sus hermanas fueran a la universidad. Había convertido a Construcciones Hendrix en una empresa mucho mayor y había iniciado un exitoso negocio de molinos de viento, también. Era un buen tipo y, precisamente por eso, no podía contarle lo que había pasado con Tucker. Ethan sentiría la necesidad de hacer algo y eso no haría más que complicar la situación.

–Ethan, te quiero. No pasa nada, olvídalo.

Se quedó mirándola y después se encogió de hombros.

–Tucker es un gran tipo. ¿Por qué no quieres trabajar para él?

–No quiero.

–Estás siendo una idiota. Lo sabes, ¿verdad?

–Sí.

–De acuerdo. Es tu decisión.

Se marchó.

Nevada se quedó sola en su despacho con el pasado amenazando con colarse en el presente. Intentó mantenerse ocupada con el trabajo, pero no era capaz ni de mirar la pantalla del ordenador. No, con semejante dolor de cabeza. De modo que, rindiéndose ante lo inevitable, dio por terminado el día y se marchó a casa.

El final del verano era una época preciosa en las faldas de Sierra Nevada. Fool’s Gold se encontraba a setecientos sesenta metros, lo suficientemente alto como para disfrutar de las cuatro estaciones, pero no tanto como para seguir teniendo nieve hasta junio. Al este se encontraban las escarpadas cimas, al oeste los viñedos y la autopista que conducía a Sacramento.

Nevada tomó un camino a casa ligeramente más largo, especialmente porque quería pasar por calles más tranquilas donde era menos probable que se topara con alguien conocido y tuviera que pararse a charlar. Entre que se encontraba fatal y que tenía la extraña necesidad de llorar, quería simplemente estar, sin más, sin mayores pretensiones.

Como siempre, ver su casa la hizo sentirse mejor. La había construido en los años veinte un hombre al que le encantaba el estilo victoriano. La casa de tres plantas se alzaba sobre el resto de las casas y parecía fuera de lugar entre esas mucho más modernas. La había comprado hacía tres años y ella misma se había encargado de la reforma.

Era de color gris claro con torrecillas a cada lado; en una de ellas se encontraba el baño principal y la otra formaba parte de la habitación de invitados.

Había convertido la planta principal en dos pequeños apartamentos que alquilaba a universitarios. Ese año sus inquilinos eran dos estudiantes que hacían algo con ordenadores. No estaba segura de qué, pero eran muy tranquilos y pagaban las mensualidades a tiempo, así que por ella todo estaba perfecto.

Subió la escalera principal hasta su casa, que ocupaba dos plantas. Después de pasar por el salón, subió otro tramo de escaleras hasta la tercera planta y entró en su baño.

Había invertido gran parte de su tiempo y de su presupuesto en ese baño y en la cocina y le encantaba el resultado final. El baño era enorme, con una ducha separada y una bañera de cuatro patas. Unas grandes ventanas tintadas dejaban entrar el sol a la vez que le daban privacidad y, cuando se tumbaba en la bañera, podía ver la chimenea del dormitorio principal.

Ahora, aún con la cabeza golpeteándole, abrió el grifo del agua y echó un puñado de sales con aroma a jazmín. En cuestión de segundos, el agradable olor se había mezclado con el vapor y ya empezaba a relajarla.

Entró en el dormitorio y se quitó las botas y la ropa. Se puso un albornoz y volvió al baño donde esperó a que la bañera se llenara. Sin querer, recordó la vez que conoció a Tucker. Tendría unos diez años y Ethan y Josh lo habían llevado a casa al salir del campamento de ciclismo. Lo más emocionante de su visita fue que su padre había ido a buscarlo en un avión privado y eso le había resultado más interesante que el propio muchacho. Unos ocho años después, cuando se había marchado a la universidad, Ethan le había dicho que buscara a su viejo amigo. Ella lo había llamado y se había quedado sorprendida al ver lo entusiasmado que había quedado Tucker ante la idea de volver a verla.

Le había dado la dirección del complejo industrial junto al aeropuerto de Los Ángeles, y ahora Nevada recordaba lo mucho que la había sorprendido la ubicación. La dirección era la de un edificio casi tan grande como un hangar y lo primero en lo que se fijó al salir de su pequeña camioneta fue en el sonido de la música: un ritmo rock que había hecho que traquetearan las ventanillas.

Había llamado a la puerta medio abierta, pero nadie había respondido, probablemente porque nadie habría podido oírla. Había empujado la puerta y había entrado.

Era un lugar enorme con altos techos y, tal vez, unos mil metros cuadrados. Los grandes ventanales dejaban que el sol de Los Ángeles lo iluminara todo, el suelo era de cemento y la música sonaba mucho más fuerte incluso ahí dentro. El bajo hizo que le vibrara el pecho.

Pero lo que más le llamó la atención fue el andamiaje en el centro de la impresionante sala. Llegaba casi hasta el techo y era una estructura llena de plataformas y barandillas que rodeaba a una gigantesca y retorcida pieza de metal.

La pieza parecía enroscarse sobre sí misma a la vez que ascendía. Mientras la observaba, tuvo la sensación de que los fragmentos se habían venido abajo y que se habían vuelto a colocar, pero no en el orden correcto. Era una obra que generaba una sensación de tragedia, de pérdida.

Al cabo de unos segundos se fijó en una mujer situada en lo alto del andamiaje y rodeada de chispas. Era alta y delgada.

–¡Has venido!

La voz venía de su izquierda, y fue un grito que se pudo oír por encima de la música. Se giró y vio a Tucker, con la diferencia de que ya no era el chico alto y delgado que recordaba. Ese tipo era guapo y tenía unos hombros anchos, una agradable sonrisa y unos ojos que resplandecieron al verla. A pesar de la fuerte música, el extraño edificio y esa obra nada convencional, todo desapareció y el mundo se redujo a Tucker.

Nevada nunca había creído en el amor a primera vista, nunca había creído que fuera posible que un alma reconociera a otra, nunca había sabido lo que era que le robaran el aliento. Se quedó allí clavada al suelo, incapaz de moverse o de hablar. Solo podía mirar al hombre al que sabía que amaría durante el resto de su vida.

Él dijo algo porque ella vio cómo se movían sus labios, pero no pudo captar el sonido. Después se rio, le agarró el brazo y la llevó afuera.

–Hola –dijo cuando estaban en la relativa tranquilidad del aparcamiento–. Has venido.

–Sí.

La abrazó y su cuerpo resultó cálido contra el de ella. Quería apoyarse en él, perderse en su fortaleza y en su calor, pero Tucker se puso derecho demasiado deprisa a pesar de que Nevada no estaba preparada para dejarlo marchar. Aún no.

–¿Qué tal la universidad?

–Bien. Estoy adaptándome a las clases.

–¿Y te encuentras cómoda en tu habitación?

Parecía más un padre que un amigo, pero ella asintió de todos modos.

–¿Está bien Ethan?

–Sí, va tirando.

La sonrisa se desvaneció del rostro de Tucker.

–Siento lo de tu padre.

–Gracias.

Su padre había muerto inesperadamente ese verano dejando a toda la familia impactada y devastada. Aunque sus hermanas y ella habían protestado por no querer marcharse a la universidad, su madre había insistido. Ethan había sido el único que había renunciado a sus sueños para ocuparse del negocio familiar.

–Es complicado. Aún no me puedo creer que haya muerto.

Tucker la rodeó con el brazo y la besó en la cabeza.

–Quiero decirte que irás encontrándote mejor aunque ahora mismo eso no signifique mucho.

–Sé que no dolerá tanto dentro de un tiempo, pero ahora mismo es muy duro.

La miró a los ojos e hizo que ese vacío se disipara. Seguía rodeándola con el brazo y Nevada se preguntaba si él también habría sentido esa conexión.

Por primera vez deseó haber tenido más experiencia en lo que concernía a los hombres. En el instituto nunca le había dado importancia y había salido con algún que otro chico, pero nunca había tenido un novio de verdad.

–¿Quieres almorzar? –le preguntó él.

El corazón le dio un brinco. Sí, de acuerdo, no era una cita, pero se acercaba mucho.

–Me gustaría.

–Bien –bajó el brazo–. Deja que vaya a ver si Cat quiere tomarse un descanso –sacudió la cabeza–. Tiene el típico temperamento de artista y nunca sé cuándo va a echarme la bronca, así que no te sorprendas si oyes muchos gritos.

Parecía más emocionado que molesto ante la idea.

–¿Cat? –preguntó ella recordando a la soldadora, pero Tucker ya había entrado en el edificio.

Nevada fue hacia la puerta y lo vio subir por el andamio. Cuando llegó a la soldadora, le tocó el hombro. Las chispas cesaron y la mujer se quitó la máscara protectora. Incluso desde la distancia, pudo ver que era una belleza. Una melena larga y oscura le caía a mitad de la espalda en forma de ondas. Su rostro poseía una belleza clásica: ojos grandes, pómulos altos y carnosa boca. La mujer se quitó el mono de trabajo y dejó ver una ajustada camiseta y unos pantalones cortos sobre unas largas y perfectas piernas y una cintura tan fina como la de una modelo.

Tucker y ella descendieron del andamio juntos.

De nuevo, Nevada se vio incapaz de moverse, pero ahora no por la presencia de Tucker, sino por sentirse insignificante. La mujer era mayor que ella y, probablemente, un par de años mayor que Tucker. A pesar de llevar ropa informal, tenía un aire de sofisticación. Era de esa clase de mujeres a las que los hombres escribían canciones y por las que iban a la guerra. Era una de esas mujeres a los que los hombres amaban.

Cuando la pareja se acercó, Nevada quiso echar a correr, pero se obligó a permanecer allí sabiendo que si lo intentaba, probablemente acabaría tropezándose con su propio pie.

–Así que tú eres la amiga de Tucker –dijo la mujer con una sensual voz y un ligero acento–. Estoy encantada de conocerte al fin. Soy Caterina Stoicasescu –extendió una larga y delgada mano.

–Nevada Hendrix.

Nevada estrechó la fuerte y arañada mano evitando en todo lo posible quedarse con la boca abierta. Miró a la mujer, a la escultura, y de nuevo a la mujer.

¿Caterina Stoicasescu? Era famosa, todo un talento. La habían descubierto cuando era pequeña, antes incluso de ser adolescente. Sus esculturas eran consideradas brillantes y Nevada sabía que su obra estaba expuesta por todo el mundo, que era una persona muy conocida y rica.

–¿Vienes de un pueblo pequeño, verdad? –preguntó Caterina.

–Fool’s Gold. Está en las laderas de la cordillera de Sierra Nevada. Es precioso y muy pintoresco. Probablemente un sitio muy distinto a los que usted suele frecuentar en su vida habitual.

Caterina sonrió y estrechó sus penetrantes ojos verdes.

–Así que has oído hablar de mí. Eso está bien.

–No soy una experta, por supuesto, pero sí. Su trabajo... –señaló a la escultura–. Es precioso.

Caterina se acercó a ella y ambas contemplaron la pieza.

–Dime, ¿qué sensación te produce?

Nevada tragó saliva.

–Yo... eh... no sé muy bien qué está preguntándome.

–Cuando la miras, ¿qué piensas? ¿Qué has pensado al verla?

–Soy estudiante de Ingeniería –comenzó a decir mientras se sonrojaba. Miró a Tucker esperando que él la rescatara, pero no estaba mirándola. Tenía la mirada clavada en la otra mujer.

–Eres inteligente, lo veo. ¿Qué has sentido?

–Tristeza. Como si hubiera pasado algo malo.

Caterina alzó las manos al aire y dio una vuelta.

–¡Sí, exacto! –agarró a Nevada por los hombros y la besó en las mejillas–. Gracias.

Nevada estaba atónita.

–De nada, señorita Stoicasescu.

–Cat, por favor. Todos mis amigos me llaman así –se agarró del brazo de Nevada y señaló el metal–. Es el final de la guerra. No es algo muy probable, pero lo he hecho como recordatorio del dolor que todos sentimos. No tenía planeado qué iba a ser. Yo soy solo un conducto por el que sale el arte.

Cat se giró hacia ella.

–Bueno, cuéntamelo todo sobre ti. Sé que vamos a ser grandes amigas.

Nevada estaba asombrada.

–¿Qué quieres saber?

–Todo. Empieza por el principio. Yo soy de Rumanía. ¿Tienes hermanos? Sí, debes de tenerlos porque Tucker te conoce por eso. Tenemos que hacer algo juntas. Tal vez ir a una fiesta.

–Había pensado en que fuéramos a almorzar –apuntó Tucker.

Cat soltó a Nevada y se giró hacia él. Ladeó la cabeza ligeramente y su melena negra azulada cayó sobre su hombro.

–Pensé que íbamos a quedarnos aquí.

En el momento en que Cat pronunció esas palabras, todo cambió y fue como si la electricidad y el calor llenaran el aire. Nevada había estado mirando a Tucker y por eso pudo ver cómo se le dilataron las pupilas y se le tensaron los hombros.

Sin dejar de mirar a la bella mujer, él respondió:

–¿Lo dejamos para otro momento, Nevada?