Trato de pasión - Maureen Child - E-Book
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Trato de pasión E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

Casada por un momento… Sean King se había metido en un buen lío. A pesar del idílico paisaje y su exquisita novia de conveniencia, su matrimonio con Melinda Stanford debería ser solo un acuerdo por el que los dos se beneficiarían. Lo único que tenía que hacer era casarse con la nieta de Walter Stanford… y no tocar a su nueva y guapísima esposa. Melinda había impuesto las reglas, pero de repente su matrimonio le parecía demasiado práctico. ¿Era el calor del Caribe lo que hacía que ardiese de deseo por su flamante esposo o había decidido que el acuerdo temporal se convirtiera en uno permanente?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Maureen Child. Todos los derechos reservados.

TRATO DE PASIÓN, N.º 1873 - septiembre 2012

Título original: The Temporary Mrs. King

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0799-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

–Creo que deberíamos casarnos.

Sean King se atragantó con la cerveza y, dejando la botella sobre la barra del bar, empezó a toser mientras miraba a la mujer que había estado a punto de matarlo con cuatro palabras.

Aunque ella merecía la pena.

Su pelo era casi tan negro como el de él, sus ojos de un azul más claro que el suyo. Tenía los pómulos altos, las cejas arqueadas y una expresión de fiera determinación.

Llevaba un vestido de verano en color amarillo que dejaba al descubierto un par de piernas fabulosas y unas sandalias con florecitas blancas que mostraban unos dedos con las uñas pintadas de rojo.

–¿Casarnos? ¿No crees que antes deberíamos… no sé, cenar juntos?

Ella miró al camarero, como para comprobar que no estaba escuchando la conversación.

–Sé que debe sonar un poco raro…

Sean soltó una carcajada.

–Raro es decir poco.

–Pero tengo mis razones.

–Ah, me alegra saberlo –Sean tomó otro trago de cerveza y dejó la botella sobre la barra–. Hasta luego.

Ella dejó escapar un suspiro.

–Te llamas Sean King y estás aquí para reunirte con Walter Stanford…

Intrigado, Sean la miró fijamente.

–Las noticias viajan rápido en esta isla.

–Incluso más rápido cuando Walter es tu abuelo.

–¿Abuelo? Eso significa que tú eres…

–Melinda Stanford –lo interrumpió ella, mirando alrededor.

Para ser la rica y mimada nieta del propietario de la isla, parecía un poco asustadiza.

–¿Te importa si seguimos hablando en una mesa? No quiero que nadie escuche la conversación.

Y Sean podía entender por qué. Proponerle matrimonio a un hombre al que no había visto en toda su vida no era la manera más normal de presentarse. Guapa, sí, pero no parecía estar bien de la cabeza.

Sin esperar respuesta, Melinda se dirigió a una mesa desocupada. Sean la observó, intentando decidir si debía seguirla o no.

Treinta años antes, el bar del hotel debía ser el más lujoso de la isla, pero esos días de gloria habían pasado. Los suelos de madera estaban tan deslucidos que ni varias capas de barniz podrían disimularlo. Las paredes necesitaban varias capas de pintura. Aunque aún quedaba algún toque art deco, pensó Sean. Los espejos redondos, las mesas rectangulares con marquetería o los apliques de las paredes estilo Tiffany. Era un sitio precioso, pero necesitaba una reforma.

Si fuera suyo, Sean tiraría la pared de la entrada para reemplazarla por una de cristal, de ese modo los clientes tendrían una fabulosa panorámica del mar.

Conservaría el estilo art deco. Deformación profesional, pensó.

Pero aquel no era su bar y había una mujer preciosa, aunque rara, esperándolo.

Como no había quedado con Walter Stanford hasta el día siguiente y tenía varias horas libres de todas formas… Sean sonrió para sí mismo mientras se sentaba frente a ella, estirando las piernas.

Sujetando la botella de cerveza sobre el estómago, inclinó a un lado la cabeza para estudiarla en silencio durante unos segundos, esperando que se explicase. Y no tuvo que esperar mucho.

–Sé que has venido para comprar la parcela de North Shore.

–No es ningún secreto –dijo él, tomando otro trago de cerveza–. Seguramente todo el mundo en la isla sabe que los King están negociando con tu abuelo.

–Sí, es cierto –asintió Melinda, poniendo las dos manos sobre la mesa. De alguna forma, conseguía tener un aspecto cándido e increíblemente sexy al mismo tiempo–. Lucas King estuvo aquí hace un par de meses, pero no llegó a un acuerdo con mi abuelo.

Irritante, pero cierto, pensó Sean. De hecho, él mismo había tenido una conversación telefónica con Walter y no había ido bien. Y esa era la razón por la que había ido allí en persona.

Tesoro era una de las islas privadas más pequeñas del Caribe y Walter Stanford, que era prácticamente un señor feudal allí, tenía inversiones en la mayoría de los negocios y vigilaba la isla como un pastor alemán.

Su primo, Rico, quería construir allí un exclusivo resort con la ayuda de la constructora King, que pertenecía a Sean y a sus hermanastros, Rafe y Lucas. Pero antes tenían que conseguir la parcela, de modo que llevaban meses intentando convencer a Stanford de que un hotel de la cadena King sería estupendo para la isla porque crearía puestos de trabajo y atraería a turistas adinerados.

Rico había estado allí personalmente para hablar con Stanford, seguido de Rafe y Lucas, pero ninguno de los tres había conseguido nada. De modo que era el turno de Sean, cuyo encanto y simpatía solían convencer a cualquiera.

–Yo no soy Lucas –le dijo–. Y haré un trato con tu abuelo, te lo aseguro.

–No cuentes con ello, es muy cabezota –replicó Melinda.

–No conoces a los King. Nosotros inventamos el término «cabezota».

Suspirando, Melinda se inclinó un poco hacia delante y el escote de su vestido se abrió, permitiéndole ver un sujetador de encaje.

–Si de verdad quieres la parcela, hay una manera de conseguirla.

Riendo, Sean sacudió la cabeza. Sí, era guapísima, pero él no estaba buscando esposa. Conseguiría la parcela a su manera y no necesitaría ayuda de nadie.

–¿La única manera de conseguirla es casándome contigo?

–Exactamente.

–¿No lo dirás en serio?

–Completamente en serio.

–¿Estás tomando medicación? –bromeó Sean.

–No, aún no –respondió ella–. Mira, el problema es que mi abuelo está haciendo campaña para verme casada y con hijos.

Sean hizo una mueca. Sus hermanos y muchos de sus primos y amigos se habían casado últimamente, pero él no tenía intención de hacerlo. Ya había pasado por eso y había vivido para contarlo. Aunque nadie de su familia sabía nada sobre su breve y desastroso matrimonio.

Y no pensaba casarse otra vez.

–Pues buena suerte –le dijo.

Pero cuando iba a levantarse de la silla, ella lo tomó del brazo y el escalofrío que le provocó el roce de su mano lo pilló desprevenido…

Y también ella parecía haber sentido algo porque apartó la mano de inmediato.

No importaba, se dijo Sean. Podía sentirse atraído por una mujer sin hacer nada al respecto. De hecho, no se dejaba llevar por su pene desde que tenía diecinueve años.

–Al menos podrías escucharme –insistió Melinda.

Frunciendo el ceño, Sean volvió a sentarse. No estaba interesado en lo que pudiera decir, ¿pero por qué arriesgarse a ofender a un miembro de la familia Stanford?

–Muy bien, te escucho.

–Quiero que te cases conmigo.

–Sí, eso ya lo sé, ¿pero por qué?

–Porque es lo más lógico.

–¿En qué universo?

–Tú quieres la parcela para que tu primo construya un hotel y yo quiero un marido temporal.

–¿Temporal?

Ella rio suavemente, un sonido rico y musical, el pelo negro flotando alrededor de su cara como un halo.

–Pues claro –respondió–. ¿Pensabas que te estaba proponiendo un matrimonio de por vida? ¿Con un hombre al que no conozco?

–Eres tú quien me ha propuesto matrimonio incluso antes de decirme tu nombre.

–Sí, bueno… –Melinda se puso seria–. La cuestión es que cuando veas a mi abuelo, él va a sugerir la venta de la parcela a cambio de este matrimonio.

–¿Cómo lo sabes?

–Porque ya lo ha intentado cuatro veces.

–No lo intentó con Lucas o Rafe.

–Porque ellos ya estaban casados.

–Ah, es verdad.

¿Por qué estaba intentando darle sentido a aquella locura?

–Mi abuelo te ofrecerá la venta de la parcela a cambio de que te cases conmigo y yo te pido que aceptes. Será un matrimonio temporal.

–¿Durante cuánto tiempo? –Sean no podía creer que estuviera haciendo esa pregunta. Él no quería una esposa, temporal o no. Lo único que quería era comprar la parcela.

Melinda frunció el ceño, pensativa.

–Yo creo que con un par meses sería suficiente. Mi abuelo cree que incluso un matrimonio arreglado podría convertirse en algo real si le das tiempo, pero yo no.

–Lo mismo digo –asintió Sean.

–Pero si estuviéramos casados, aunque solo fuera durante dos meses, mi abuelo pensaría que lo hemos intentado y, sencillamente, no ha salido bien.

–Y me has elegido a mí como marido temporal… ¿por qué?

Ella se echó hacia atrás en la silla, tamborileando sobre la mesa con los dedos. Intentaba parecer compuesta y calmada, pero no podía disimular su nerviosismo.

–He estado investigándote un poco.

–¿Qué?

–Oye, no voy a casarme con cualquiera.

–Ah, claro –dijo él, irónico.

–Tienes un título en Ciencias Informáticas y, al terminar la carrera, te metiste en el negocio con tus hermanastros.

Eres un técnico, pero también a quien acuden todos cuando hay problemas –Melinda hizo una pausa y Sean la miró, perplejo–. Vives en una antigua torre de agua reformada en Sunset Beach, California, y te encantan las galletas que hace tu cuñada.

Frunciendo el ceño, Sean tomó otro trago de cerveza. No le gustaba nada que lo hubiera investigado.

–No te interesan los compromisos –siguió ella–. Eres un monógamo compulsivo…

–¿Qué?

–Que sales con una mujer después de otra. Tus ex novias hablan bien de ti y eso me dice que eres buena persona, aunque no seas capaz de mantener una relación.

–¿Perdona? –Sean no salía de su asombro.

–Tu relación más larga fue en la universidad y duró nueve meses, aunque no he logrado descubrir qué pasó…

Y no lo haría, pensó él, que ya había tenido más que suficiente. Guapa o no, estaba empezando a exasperarlo.

–Bueno, se acabó –le dijo–. Conseguiré la parcela y lo haré a mi manera. No estoy interesado en tus enredos, así que inténtalo con otro, guapa.

–Espera… –Melinda lo miraba con esos ojazos azules y Sean vaciló–. Sé que todo esto suena muy raro y siento mucho si te he ofendido.

–No me has ofendido –le aseguró él–. Pero no estoy interesado.

Melinda sintió una oleada de pánico. Había metido la pata, pero no podía arriesgarse a que Sean King la rechazase.

–Deja que empiece de nuevo, por favor.

Sean la miró, receloso, pero no se levantó de la silla y eso le pareció una buena señal.

¿Pero por dónde empezar? Desde que se enteró de la visita de Sean King había estado planeando emboscarlo, de ahí que hubiese hecho averiguaciones sobre su vida. Pero no había pensado cómo iba a explicar todo aquello sin parecer una demente.

–Bueno, deja que empiece otra vez –Melinda respiró profundamente–. La cuestión es que cuando me case tendré acceso a un fideicomiso con el que podré vivir toda mi vida. Quiero mucho a mi abuelo, pero él es un hombre muy anticuado que cree que las mujeres tienen que casarse y tener hijos. No para de buscarme marido y he pensado que si pudiera elegirlo yo…

–Muy bien, lo entiendo –la interrumpió Sean–. ¿Pero por qué yo?

–Porque esto nos beneficiaría a los dos –respondió ella–. Tú consigues la parcela y yo consigo el fideicomiso.

Él hizo una mueca, nada convencido.

–Podría pagarte por tu tiempo –sugirió Melinda.

–No pienso aceptar que me pagues por casarme contigo –replicó Sean, indignado–. No necesito tu dinero.

Esa reacción le dijo que había elegido bien. Miles de hombres habrían aceptado esa proposición, pero su fideicomiso, por importante que fuese para ella, seguramente no era más que calderilla para Sean King.

Y que se sintiera ofendido por la oferta dejaba claro que era un hombre con personalidad.

–Muy bien. Pero tu primo y tú queréis construir un hotel en Tesoro, ¿no?

–Sí.

–Y para eso, necesitáis una parcela.

–Claro.

–Y para conseguir la parcela me necesitáis a mí. Sé que no me crees, pero deberías hacerlo –dijo Melinda al ver que no parecía convencido–. Has quedado con mi abuelo por la mañana, ¿verdad?

–Veo que lo sabes todo.

–¿Por qué no cenamos juntos esta noche? Tal vez así pueda convencerte.

Sean esbozó una media sonrisa que la hizo tragar saliva. Era un hombre muy guapo que exudaba encanto y…

Y aquello podría ser peligroso, se dijo a sí misma.

–Cenar, ¿eh? –repitió él, dejando la cerveza sobre la mesa–. Muy bien, yo nunca rechazo la oportunidad de cenar con una mujer guapa. Pero te lo advierto: no estoy interesado en casarme.

–Lo sé. Por eso eres perfecto.

Sean sacudió la cabeza, riendo.

–Aún no tengo claro si estás loca o no.

–No, no estoy loca. Sencillamente, soy decidida.

–Guapa y decidida –murmuró él–. Una combinación peligrosa.

–Hay un restaurante muy bueno en la isla: Diego’s. Nos veremos allí a las ocho.

–A las ocho en Diego’s –le recordó él, levantándose.

Melinda lo observó mientras se alejaba. Era alto y fibroso y se movía con la gracia de los hombres seguros de sí mismos. En realidad, Sean King era más de lo que había imaginado.

Solo esperaba que no fuese más de lo que ella pudiera manejar.

–¿Qué sabes de Melinda Stanford, Lucas? –Sean estaba en el muelle, mirando los barcos de pesca dirigirse a puerto, con el smartphone pegado a la oreja.

–Es la nieta de Walter –respondió su hermanastro.

–Sí, eso ya lo sé.

–¿Y qué más te interesa de ella?

–¿La conociste en la isla?

–Solo la vi un momento –respondió Lucas–. Mi estancia allí fue muy breve.

–Ya –asintió Sean, pensativo.

–¿Tenemos problemas? ¿El famoso encanto de Sean King no está funcionando?

–Ni lo sueñes. Te dije que conseguiría la parcela y lo haré.

–Pues buena suerte con el viejo. Creo que está inmunizado contra el encanto personal.

–Eso ya lo veremos –dijo Sean.

Capítulo Dos

–Un sitio muy romántico para tratar un asunto de negocios –comentó Sean mientras se sentaba frente a ella.

Melinda hizo un esfuerzo por sonreír, aunque no le apetecía. Aquello era demasiado importante y no debía cometer un solo error. Tenía que convencer a Sean King para que se casara con ella…

–No era mi intención buscar un sitio romántico, solo quería que estuviéramos tranquilos.

–Pues has conseguido ambas cosas –dijo Sean.

El camarero se acercó en ese momento para tomar nota y los dos miraron la carta antes de pedir la cena. Sean le pidió una copa de vino y apoyó los brazos en la mesa, esperando.

Su expresión seguía siendo inescrutable y Melinda no sabía si esa era buena o mala señal. Pero solo había una forma de averiguarlo.

–Siento mucho haberte soltado eso de repente.

Sean se encogió de hombros.

–No creo que haya una buena forma de proponer matrimonio a un extraño.

–Sé que todo esto debe parecerte muy extraño, pero debes entender que mi abuelo es muy protector conmigo porque soy su única nieta.

–¿Tanto que intenta casarte a toda costa?

Melinda se irguió en la silla. Ella podía quejarse todo lo que quisiera de su abuelo, pero no dejaría que nadie, especialmente alguien que no lo conocía, se metiera con él.

–Solo intenta protegerme, a su manera.

–Y si tú fueras una tímida doncella de la Edad Media, lo entendería –replicó Sean.

Aquello no había empezado bien, pero Melinda decidió pasar por alto sus comentarios. No lo entendía y era lógico.

–Mis padres murieron en un accidente de avión cuando yo tenía cinco años y mi abuelo se ha ocupado de mí desde entonces.

–Vaya, lo siento.

Sean frunció el ceño mientras tomaba la copa de vino que el camarero acababa de dejar sobre la mesa, pero Melinda seguía sin saber lo que pensaba porque su expresión era inescrutable. Ella, en cambio, solía ser directa y sincera… bueno, no estaba siendo exactamente sincera con su abuelo, pero llevaba años intentando hacerlo cambiar de opinión y era imposible.

–Mi abuelo pertenece a una generación que cree en proteger a las mujeres y se está haciendo mayor –Melinda suspiró–. Tú vienes de una gran familia y tienes una relación muy estrecha con tus hermanos. Esa es otra razón por la que te he contado mis planes, que entiendes la lealtad familiar.

–Sí, es cierto –admitió él–. Entiendo los motivos de tu abuelo, lo que no entiendo es por qué tú estás dispuesta a aceptar esa imposición.

Melinda tiró del bajo de su vestido, pero no conseguía que le cubriese las rodillas.

–Porque le quiero mucho y no quiero que se preocupe…

–¿Y?

Tenía razón, había algo más.

–Y, como te dije, una vez que me case tendré acceso a mi fideicomiso.

–Y casándote conmigo, no tendrás que preocuparte de que tu nuevo marido se marche con el dinero.

–Exactamente –asintió ella.

–¿Y cuánto duraría este matrimonio?

–Ya te lo dije, dos meses –respondió Melinda, más animada. Llevaba meses pergeñando el plan y, por el momento, Sean King seguía sentado frente a ella. No había dicho que sí, pero tampoco se había marchado–. Es tiempo suficiente para convencer a mi abuelo de que al menos lo hemos intentado.

–Y cuando nuestro matrimonio «fracase», ¿crees que intentará dejar de casarte?

–Sí, creo que sí –Melinda se mordió los labios–. Espero que sí. Estoy cansada de los hombres que intentan ganarse el favor de mi abuelo. Además, esta es mi única posibilidad de conseguir el fideicomiso a mi manera. Estaré casada, como él quiere, pero será un marido que habré elegido yo y la clase de matrimonio que yo quiero.

–Ya veo.

La brisa le movía el flequillo a Sean, levantándolo.

–Si aceptas, nos divorciaremos a los dos meses –siguió Melinda–. Yo conseguiré mi fidecomiso, tú conseguirás tu parcela y luego nos divorciaremos. ¿Qué te parece?

Sean seguía convencido de que aquella chica tomaba algo que no debía tomar. Y, sin embargo…

Pasando un brazo por el respaldo de la silla, la estudió atentamente.

Una noche cálida, vino fresco y una mujer preciosa sentada frente a él. En su mundo, todo eso sonaba perfecto. Melinda Stanford era perfecta. Era preciosa, de eso no había la menor duda. Pero tal vez estaba un poco chiflada.

Aunque eso no significaba que no fuera a tomar en consideración su propuesta. De hecho, llevaba horas pensándolo.

Su abuelo, Walter Stanford, había rechazado todas las ofertas de la constructora. No estaba interesado, por alta que fuera la cifra que le ofreciesen. O de verdad no le interesaba el dinero o estaba tan loco como su nieta. Pero no, el viejo no estaba loco. Era muy astuto.

Walter sabía lo que quería y no estaba dispuesto a aceptar menos. ¿Cómo podía un King criticar eso? Ellos hacían lo mismo; jamás aceptaban una negativa y nunca abandonaban cuando querían algo.

Sean sonrió al pensar que seguramente Walter y él se llevarían a las mil maravillas.

–¿Por qué sonríes? –le preguntó Melinda.

–¿Qué?

–Estás sonriendo.

Parecía molesta, como si creyera que estaba riéndose de su oferta. Una oferta que tal vez le había hecho ya a otros hombres, pensó entonces.

–¿Cuántas veces lo has intentado? –le preguntó.

Melinda frunció el ceño.

–Tú eres el primero.

–¿Y por qué yo?

–Ya te lo dije, he estado leyendo cosas sobre ti.

–Sí, pero debías haber decidido antes que yo sería el candidato o no te habrías molestado en hacerlo.