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Ganaría un millón de dólares… por casarse Todd Aston III tenía reputación de playboy, pero Marina Nelson tendría que tratar con él. Le había prometido a su hermana, que iba a casarse con el primo de Todd, que los ayudaría a organizar la boda perfecta. Y de pronto, entre pruebas de vestidos y elecciones del menú, Marina descubrió que deseaba a Todd… y él a ella. No podía evitar lo inevitable, pero cuanto más profundos se hacían sus sentimientos por él, más cuenta se daba de que Todd no se fiaba de las mujeres que deseaban casarse. Lo cual hizo que la oferta de su abuela de darle un millón de dólares por casarse con él se convirtiera en un verdadero problema…
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Seitenzahl: 183
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2007 Susan Mallery
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Trato millonario n.º 1549 - diciembre 2024
Título original: The Ultimate Millionaire
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410742413
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Si te ha gustado este libro…
–¿Lo harás si te lo suplico?
Marina Nelson tuvo cuidado de no sonreír ante la dramática petición de Julie. Por supuesto que iba a ayudar a su hermana, pero se haría de rogar. Tras llevar veinticuatro años siendo la bebé de la familia, era agradable tener un poco de poder.
–Sabes que estoy ocupada –dijo lentamente–. Empieza el trimestre y tengo el horario completo.
–Sí, y tu trabajo es muy importante –Julie suspiró–. Pero esto también. No te lo pediría si no lo fuese. Necesito que alguien se quede al mando mientras estoy en ese viaje de negocios. Tenemos gustos similares y eres organizada, pensé… –Julie se colocó el pelo rubio detrás de las orejas con tristeza–. ¿Es pedir demasiado? Sí. Sé que es una locura. Soy yo quien va a casarse, no tú. Yo debería ocuparme de los preparativos. Pero este viaje a China es una oportunidad única. Ryan y yo trabajando juntos seis semanas antes de convertirnos en matrimonio y padres.
Marina echó un vistazo al vientre de su hermana. Julie sólo estaba de tres meses y no se le notaba nada. Pensó, con humor, que una de las ventajas de ser alta era que el bulto se disimulaba más tiempo.
–Entiendo que un viaje a China sea más interesante que el jaleo de elegir el menú y las flores –dijo, aún sin permitirse sonreír–. Por no hablar del vestido de novia. ¿Y si no te gusta lo que elija?
Tenían la misma talla, así que eso no sería problema. Harían cualquier arreglo necesario antes de la boda, cuando Julie regresara.
–Me gustará, te lo juro –prometió Julie–. Además, me enviarás fotos, ¿no? Ya hemos hablado de eso. Puedes enviarlas por correo electrónico y yo te daré mi opinión –sus ojos azules se ensancharon–. Marina, por favor, di que sí.
Marina soltó un largo suspiro.
–No. No puedo. Pero gracias por pedírmelo.
Julie la miró boquiabierta. Después, agarró un cojín del sofá y la golpeó con él.
–¡Eres horrible! ¿Cómo has podido dejar que siguiera y siguiera? Estaba casi suplicando.
Marina soltó una risa y agarró el cojín.
–Nada de «casi», Julie. Suplicaste. Gemiste. La verdad, casi he sentido vergüenza ajena.
–Entonces, ¿lo harás?
–Claro que sí. Eres mi hermana. Dame una lista y me encargaré de todo.
–No tienes ni idea de la gran ayuda que es. Entre la boda, el viaje y preparar la nueva casa, mi vida es una pesadilla.
Estaban en el estudio de Ryan, un moderno apartamento situado en la zona oeste de Los Ángeles. Tenía una vista fantástica y todo era electrónico, pero carecía de color y alma, excepto por los cojines de colores que Julie había aportado. En vez de intentar que pareciera hogareño, Julie y Ryan habían decidido comprar algo que les gustara a los dos. Marina sabía que Willow, su hermana mediana, iba a supervisar las reformas que necesitaba la casa; por eso la boda quedaba en sus manos.
–Me tomaré el proyecto como prácticas –dijo Marina con una sonrisa–. Así sabré lo que quiero y lo que no si alguna vez decido dar el gran paso.
–Claro que te casarás –aseguró Julie–. El tipo adecuado está ahí fuera, en algún sitio. Lo encontrarás.
Marina no estaba buscando, pero sería fantástico si ocurría. Suponiendo que fuera capaz de enamorarse sin perder el alma en el proceso.
–Hasta entonces, seré la planificadora de bodas –dijo Marina–. A ver, ¿dónde está esa lista?
Julie metió la mano en el bolso y luego se estiró, sin sacar nada de él.
–Sólo hay una cosa más.
–¿Y es…?
–Verás, también es la boda de Ryan y le pone nervioso que sea demasiado femenina –Julie tragó aire–. Quiere poder dar su voto.
–Bien –Marina no veía el problema–. Vosotros podéis discutir hasta hartaros, después enviadme la decisión conjunta. A mí me da igual.
–Bueno, ése no es el plan exactamente. Ryan quiere que un representante suyo te acompañe en todas las decisiones importantes. La comida, la tarta, la música, la decoración y los planes.
–¿Un representante? ¿Alguien como su madre?
Marina no la conocía. Seguro que era encantadora, pero otra opinión ralentizaría todo el proceso.
–La verdad es que no –Julie intentó sonreír, sin éxito–. Alguien más bien como Todd.
–¿Todd? ¿Te refieres a Todd Aston Tercero, un tipo rico e imbécil? –Marina no podía creerlo–. Cualquiera menos él –masculló.
–Es el primo de Ryan y se quieren como hermanos. Ya lo sabes. Todd es el padrino y se ha ofrecido a ayudar. ¿Me odias ahora?
–No, pero debería –suspiró–. ¿Todd? ¡Puaj!
Hacía casi seis meses, las tres hermanas habían sido presentadas a su abuela materna por primera vez en su vida. La abuela Ruth se había distanciado de su única hija, Naomi, cuando se escapó para casarse.
Ruth había vuelto a reincorporarse a la familia y quería mantener una relación con su hija y sus nietas. Además, deseaba vincular a su familia con la de su segundo esposo mediante una alianza matrimonial.
En una cena, que Marina estaba segura quedaría registrada en los anales de la historia familiar, había ofrecido un millón de dólares a cada una de sus nietas si alguna de ellas se casaba con Todd Aston Tercero, su sobrino político.
Julie se había enamorado de Ryan y Willow de Kane Dennison, y eso sólo dejaba a Marina para el sapo Todd. Pura mala suerte.
Por razones que aún no conseguía entender, tal vez un colapso cerebral momentáneo, Marina había accedido a tener una cita con el horroroso Todd.
No se trataba de que el tipo no fuera guapo, la gente decía que lo era, pero ella aún no lo había visto. Además era rico y había alcanzado el éxito por méritos propios, en vez de limitarse a heredar de sus papás. Era amigo de Ryan y a Marina le caía bien Ryan; sobre todo desde que había tenido el buen gusto de colarse por su hermana. Pero… ¿Todd?
Su idea de una relación seria era verse con la misma mujer dos veces en una semana. Salía con modelos. Ella se preguntaba si podría mantener una conversación seria con un hombre que salía con mujeres que recibían dinero por matarse de hambre. Iba en contra del código de ética femenino.
Además, inicialmente había intentado que Julie y Ryan rompieran. A Marina eso le parecía fatal.
–No te estoy pidiendo que tengas un hijo suyo –dijo Julie–. Sólo que organices la boda con él. Además, no será tan terrible. Es un hombre. Se aburrirá después de la primera reunión con la florista y desaparecerá del mapa. Sólo tendrás que verlo una vez. Dos como mucho.
–No quiero tratar con él en absoluto –gimió Marina–. Representa todo lo que no me gusta en un hombre –suponía que él era emocionalmente inútil.
Se oyó un sonido en el umbral. Alguien aclarándose la garganta. Cuando Marina alzó la vista vio a un tipo bastante guapo apoyado en la jamba.
Parecía más divertido que enfadado, pero el gritito y el súbito rubor de Julie indicaron a Marina que debía de ser el infame Todd Aston.
–Señoras –saludó con la cabeza–. Ryan me dejó entrar y me dijo que estabais aquí. He venido a cumplir con mi función de organizador de boda. También voy a recibir un premio humanitario a final de mes. Quizá vosotras podríais escribir mi biografía para el evento. No dudo que resultaría muy entretenida.
–Oh, cielos –masculló Julie–. Lo siento. Eso ha debido de sonar mucho peor de lo que pretendía.
Marina lo estudió. Era la viva definición de alto, moreno y guapo. Un rostro interesante con ojos intensos y la clase de boca que hacía a una mujer soñar con que la sedujeran en contra de su voluntad. Espalda ancha, pecho musculoso, vaqueros ajustados a caderas estrechas y muslos de muerte. En conjunto, un fenómeno. Una pena que acogiera la personalidad de Todd en su interior.
–Tú debes de ser Marina –sonrió él.
–Sí. Encantada de conocerte, Todd.
–¿Encantada? –alzó una ceja–. Eso no es lo que he oído. Tienes claro que soy un asno. ¿O un idiota?
Ella se removió en el sofá, un poco incómoda.
–Sales con modelos. Su perfección física en las revistas hace que las mujeres normales se sientan mal respecto a sí mismas.
–¿Y, por eso, las modelos no pueden tener citas?
Por lo visto él quería utilizar la lógica en una discusión sobre la cosificación de las mujeres jóvenes y delgadas en la sociedad contemporánea.
–Claro que pueden tener citas –contestó con serenidad–. Sencillamente no me interesa la gente que se interesa en ellas.
–Entiendo –cruzó las manos sobre el pecho–. Asumes que si son bellas deben de ser tontas. En consecuencia, me gustan las mujeres tontas.
–No he dicho eso, pero gracias por aclararlo.
–No salgo con mujeres tontas –dijo él. Su boca tembló, como si intentara controlar una sonrisa.
–Creo que deberías aclararte al respecto.
–Lo convertiré en mi prioridad.
–Si habéis terminado… –Julie señaló el sillón que había frente al sofá–. Bien. Deberíamos empezar con esto. Planificación de la boda.
Todd cruzó la habitación, se sentó en el sillón y sacó una agenda electrónica del bolsillo de la camisa.
–Estoy listo.
–¿Vas a participar en serio? –preguntó Marina.
–Hasta en la elección de las semillas orgánicas que lanzaremos a la feliz pareja cuando se marchen de luna de miel –se inclinó hacia delante y bajó la voz–. No podemos usar arroz. Los pájaros se lo comen y les sienta mal.
–Alguien ha pasado demasiado tiempo navegando por Internet –dijo ella, irritada.
–Internet, revistas de novias, lo que sea. Si tiene que ver con planificación de bodas, soy tu hombre –sus ojos oscuros le lanzaron un reto–. Yo pienso entregarme a conciencia. ¿Y tú?
–Yo también –si creía que podía asustarla, iba a llevarse una sorpresa–. Y, por cierto, soy la definición de testaruda.
–Y yo.
Marina sonrió para sí. Podía creer que lo era, pero ella ganaría la partida. Sin duda.
–Temí que no os llevarais bien, pero nunca pensé que esto fuera a convertirse en una competición –Julie suspiró–. Escuchadme. Hablamos de una boda. La de Ryan y la mía. Necesitamos ayuda, no un espectáculo estilo Las Vegas. Más no implica mejor. No seáis demasiado creativos. Queremos algo discreto y elegante, ¿de acuerdo?
Marina notó que Todd la miraba. Clavó los ojos en los de él y se negó a ser la primera en parpadear.
–Julie, ¿te he fallado alguna vez?
–No –dijo Julie, como si no quisiera admitirlo.
–Entonces, confía en mí.
Julie les dio a cada uno una copia de su lista. Todd echó un vistazo a la suya y luego volvió a concentrarse en Marina Nelson.
Era rubia, como el resto de las hermanas, pero de un tono más oscuro, más parecido a la miel. Era un par de centímetros más alta que Julie y lucía las mismas curvas. Era obvio que eran hermanas, podrían haber pasado por gemelas. La diferencia fundamental, aparte del color de pelo, era su actitud de «No me asustas, tipo grande». Julie era mucho más amable.
Todd tenía una norma en lo referente a las mujeres, ¿por qué esforzarse? Había muchas féminas atractivas deseosas de perseguirlo a él. En parte por su éxito como hombre de negocios, en parte por su físico. Pero, sobre todo, por la fortuna familiar.
Fuera por lo que fuera, no solía tener que buscar compañía. Su vida romántica era una sucesión de relaciones cortas con el mínimo de compromiso y esfuerzo de su parte. Así le gustaban las cosas.
Marina no iba a ser fácil y eso que ni siquiera pretendía llevársela a la cama. Pero Ryan le había pedido ayuda y estaba dispuesto a soportar a la descarada hermana de Julie por hacer un favor a su primo.
Incluso estaba dispuesto a admitir, pero sólo a sí mismo, que le apetecía enfrentarse a ella. Hacía mucho que una mujer no intentaba impedir que se saliera con la suya. Trabajar con ella sería bueno para su carácter, pero aun así pretendía ganar al final.
–Básicamente, lo único que está listo son las invitaciones –dio Julie, mirando su copia de la lista–. La abuela Ruth ha ofrecido su casa para la boda y Ryan y yo estamos de acuerdo en que es un sitio fantástico. Pero hay que tomar decisiones. Es una boda de invierno. ¿Podemos arriesgarnos a celebrarla afuera? Lo mismo podría haber una temperatura de 25º que estar diluviando.
–Mencionó un salón de baile –dijo Marina–. En la tercera planta. ¿Quieres que le echemos un vistazo?
–Lo he visto –Todd miró a Julie–. Cabrían trescientas o cuatrocientas personas. Algo menos si queréis que la cena se sirva en mesas.
–Sí que queremos –dijo Julie, tomando nota.
–Pero la lista de invitados no es tan grande –le dijo Marina a Todd–. Hay unos cien.
–Ryan dice que son casi doscientos.
–¿Tantos? –Marina se volvió hacia su hermana.
–Sigue creciendo.
–Eso implica un montón de mesas.
–Lo sé. Así que necesito que veas el salón de baile y cómo quedaría. ¿Quedará sitio para bailar sin mover las mesas? ¿Dónde se pondrían los músicos? Tengo dudas. Sería fantástico celebrarlo fuera, pero no me fío del tiempo y no necesito otra cosa más que me estrese.
–Eso será lo primero que decidamos –dijo Marina, tomando nota–. Afectará a todo lo demás. Sigue.
–Flores, regalos, pero, por favor, nada ridículo; comida, distracción, un fotógrafo y mi vestido. Ah, y Willow y tú tendréis que elegir los vestidos de las damas de honor.
Todd pensó para sí que Ryan le iba a deber un favor bien gordo.
–Esmóquines –colaboró.
–Ay, Dios –Julie lo miró–. Tienes razón. Los hombres necesitan esmoquin.
–Yo me ocuparé del vestido –dijo Marina, sonriendo a Todd–. Eso es cosa de chicas.
–¿Pretendes opinar sobre los esmóquines? –preguntó él.
–Desde luego que sí.
Él esperó a que ella captara la insinuación.
–Espera un momento –dijo Marina–. El vestido de novia es algo muy especial. Sólo se casa una vez.
–Podría decir lo mismo de Ryan. Él querrá estar guapo. Si no te fías de mi elección, ¿por qué iba yo a fiarme de la tuya? –no tenía ningún interés en el vestido de la novia, pero lo justo era lo justo.
–A mí me da igual quién lo elija –Julie agitó la mano–. Simplemente encontrad un vestido maravilloso. Que no se ajuste a la cintura, por supuesto.
Cierto, Julie estaba embarazada. Todd sabía que a Ryan lo emocionaba la idea de ser padre. Aunque él no tenía intención de casarse, le gustaba la idea de tener hijos. La ausencia de esposa complicaría las cosas, pero no era imposible.
–No puedo creer que quieras opinar sobre el vestido –protestó Marina.
–Piensa en todas las modelos con las que he salido –dijo él–. Debe de habérseme pegado algo de su sentido de la moda.
–¿Hablabas mucho de moda con ellas?
–No, no hablábamos nada –dijo. Oyó que Marina rechinaba los dientes y estuvo a punto de reírse.
–Willow trabaja para ese vivero –dijo Marina, ignorándolo–. Le pediré que nos recomiende floristas.
–Buena idea –aceptó Julie.
–Yo conozco a una fotógrafa –apuntó Todd.
–¿Saca fotos de gente con o sin ropa? –preguntó Marina con los ojos muy abiertos.
–De las dos formas. Te gustará su trabajo.
–Los desnudos no me interesan –dijo Julie–. ¿Hace bodas?
–Son una de sus cosas favoritas.
–Bien. Ponla en la lista. Marina, nada demasiado artístico. Sólo fotos normales.
–Entendido.
Revisaron algunas cosas más y Julie fue a buscar las fotos de vestidos que había recortado de revistas.
–Creo que esto será divertido –comentó Todd.
–Sí, yo también.
–No te caigo muy bien.
–No te conozco.
–No quieres conocerme.
–Pues la verdad es que no lo he decidido. Por extraño que te parezca, no he pensado en ti en absoluto.
Un punto para ella, pensó Todd.
–Antes no dijiste nada bueno de mí. Os oí.
–Tienes una reputación de la que, personalmente, creo que disfrutas. Pero la gente se crea una impresión de ti, basada en tu notoriedad.
–Crees que soy superficial.
–No creo que hayas tenido que trabajar mucho por nada, excepto por tu empresa.
–Aun así, accediste a salir conmigo. Una cita. Lo prometiste. La tía Ruth me lo dijo.
–Me pareció buena idea en ese momento.
A ella podía incomodarla la idea de la cita, pero era él quien tenía que soportar que su tía ofreciera un millón de dólares a cada nieta, si alguna se casaba con él. Como si él fuera un perdedor. No era tan malo como para tener que sobornar a una mujer.
No quería casarse, pero era cuestión de principios.
Por suerte, Julie y Willow no estaban libres. Él no quería una cita con Marina, pero a tía Ruth le hacía muy feliz la idea. Aunque no lo habría reconocido ni bajo tortura, era incapaz de negarle nada a tía Ruth.
–Sólo es una cita –dijo él–. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
–¿Que tres horas parezcan toda una vida? –contestó ella, con un destello de humor en los ojos.
–La boda –sugirió él–. Los dos tenemos que participar, así que no sería divertido para nuestros acompañantes.
–Habremos pasado tiempo organizando el evento y tendremos de qué hablar –ella asintió lentamente.
–Podemos beber montones de champán.
–Buen plan –sonrió ella–. De acuerdo, Todd Aston Tercero, iré contigo a la boda de mi hermana.
La mansión de tres plantas de la abuela Ruth, en Bel Air, impresionó a Marina tanto como la primera vez. Era enorme y estaba fuera de lugar; estaban en Los Ángeles, no en la Inglaterra del siglo XVIII. Pero los ricos vivían de otra manera. Tenían servicio interno. Para Marina, la ayuda en casa equivalía a un paquete de toallitas húmedas especiales para cristales.
Miró la puerta doble que accedía a la casa y decidió esperar a Todd antes de entrar. Sabía que no debería intimidarla la doncella de su abuela, pero lo hacía. Le daba igual, tenía otros atributos positivos.
Un minuto después, un reluciente Mercedes plateado entró en la parcela. Era un deportivo de dos plazas, de ésos que costaban tanto como la deuda nacional de un pequeño país del tercer mundo.
El tipo que bajó del coche era igual de impresionante. Alto, bien vestido y lo bastante sexy como para que mujeres inteligentes hicieran estupideces por él. Tendría que asegurarse de no caer en esa categoría. Por suerte, no era su tipo.
–Marina –saludó Todd con una sonrisa–. Esperaba que ya hubieras recorrido la casa y tomado una decisión.
–Somos un equipo, Todd. Respeto eso –al menos lo haría mientras le conviniera hacerlo.
Todd llevaba puesto un traje gris oscuro. La camisa azul claro contrastaba con la corbata borgoña. Aunque ella prefería un estilo más informal, él lucía su poderío de maravilla. Ella, por otro lado, parecía una universitaria escasa de recursos. Pero había podido subirse la cremallera de los vaqueros sin problemas, y eso ya era un buen principio.
Preparó la cámara digital y una libreta y lo siguió.
–Tengo una hora –dijo, mirando su reloj–. Después tengo que volver a la universidad para una clase.
–¿Qué estudias?
–No estudio –lo miró–. Soy intérprete para alumnos sordos. Estoy especializada en clases avanzadas de química y física, sobre todo.
–Impresionante –dijo él, enarcando las cejas.
–No me resulta difícil. He estudiado todas las asignaturas, así que entiendo la materia. Tengo tres diplomaturas en ciencias avanzadas. Haré el doctorado, pero aún no estoy lista. Como conocía el lenguaje de señas, decidí dedicarme a eso un par de años.
–¿Tres diplomaturas en ciencias? –la miró atónito.
–Bueno –le encantaba que la gente la subestimara–. No es tan impresionante si consideras que entré en la universidad con quince años.
–Ya. Es casi normal. Eres bastante lista.
–Más que tú, chico grande –sonrió ella.
–Me acordaré de eso –se rió él.
Llamó a la puerta y saludó por su nombre a la doncella que la abrió.
–Hemos venido a ver el salón de baile, Katie –le dijo–. Y el jardín trasero.
–Bien, señor –asintió la mujer uniformada–. Su tía me dijo que vendrían. ¿Quiere que les lleve?
–Iremos solos. Gracias.
Marina sonrió a la mujer y siguió a Todd a través de un enorme vestíbulo y una escalera curva y ancha.