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¿Le sería posible mantenerse alejado? Cuando el descarado millonario irlandés Ronan Connolly conoció a Laura Page saltaron chispas. Para Laura él representaba el peligro; y para él ella era un refugio seguro. De modo que la pasión prendió fuego entre ellos, demasiado ardiente y veloz, tanto que Ronan decidió ponerle fin antes de que pudiera convertirse en algo serio. Pero volvió a ella de nuevo con el deseo de reanudarlo donde lo habían dejado. Laura por su parte estaba dolida y furiosa... y para colmo escondía algo. Ronan se juró que averiguaría todo lo que había sucedido desde que él se había ido. Aunque en esa ocasión, intimar con Laura podía significar entregarle su corazón.
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Seitenzahl: 163
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Maureen Child. Todos los derechos reservados.
UN ACUERDO ÍNTIMO, N.º 1903 - marzo 2013
Título original: Up Close and Personal
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-2685-4
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
–¡Laura, sé que estás ahí!
Ronan Connolly aporreó de nuevo la puerta frontal pintada de azul intenso, luego se detuvo para escuchar. En el interior de la casa no se oyó ni un sonido, aunque sabía muy bien que Laura estaba allí. Diablos, prácticamente podía sentirla de pie al otro lado de la condenada puerta.
Mujer obstinada.
Los segundos pasaron y el silencio lo irritó aún más. Observó el Volkswagen amarillo aparcado junto a la casa… el coche de ella, luego miró otra vez con ojos centelleantes la puerta cerrada.
–No vas a convencerme de que no estás en casa. Tu maldito coche está aparcado en la calle, Laura.
Entonces oyó su voz, amortiguada pero clara.
–En los Estados Unidos es una entrada de vehículos particular, Ronan. Ya no estás en Irlanda, ¿lo has olvidado?
–No sabes cuánto lo lamento –se pasó una mano por la cara y puso los ojos en blanco, frustrado. Si se encontraran en Irlanda, tendría a media villa de Dunley de su lado y la obligaría a abrir esa condenada puerta.
–Te he oído –dijo ella–. ¡Y cuando quieras siéntete libre de subirte a uno de tus aviones privados para volver a Connollylandia!
Pensó que ojalá pudiera. Pero había ido a California para abrir una sucursal de su negocio y hasta que Cosain funcionara como debía, no se iría.
Sin embargo, en ese momento estaba cansado, irritable y sin ganas de tratar con más mujeres. En especial con una como Laura.
Había pasado las últimas seis semanas viajando por Europa haciendo de guardaespaldas de una estrella del pop de dieciséis años cuyas canciones solo eran un poco menos molestas que su actitud. Entre la chica y la madre posesiva, Ronan había estado más que dispuesto para que el trabajo concluyera y poder regresar a una vida normal. Y una vez de vuelta, había esperado paz. Orden. A cambio…
Apretó los dientes y contó hasta diez. Luego lo hizo una segunda vez.
–No me importa cómo quieras llamarlo, Laura, pero tu coche está aquí y tú también.
–Podría haber estado fuera –gritó ella–. ¿Se te ocurrió eso? Tengo amigos, ¿sabes?
–Pero no estás fuera, ¿verdad? –preguntó con tono razonable, felicitándose por ello–. Estás aquí, distrayéndome y haciendo que le grite a una maldita puerta cerrada como si fuera el idiota del pueblo al que acaban de dejar solo por primera vez.
–No tienes que gritar, puedo oírte bien –repuso ella y su voz se transmitió perfectamente a través de la madera.
Laura Page vivía en una calle tranquila en Huntington Beach, California, en una de una docena de casas construidas para parecerse a un pueblo de Cabo Cod. La primera vez que Ronan había visto la casa, le había parecido encantadora.
Una brisa fresca procedente del océano soplaba por la calle estrecha y agitaba las ramas del olmo pelado que se erguía en el patio delantero de la casa. Unas densas nubes grises prometían una tormenta casi inminente, y esperó no estar de pie en ese maldito porche cuando cayera.
–También tus vecinos pueden oírme –señaló, saludando con un gesto de la cabeza al hombre que recortaba con vigor un seto–. ¿Por qué no abres la puerta para que podamos arreglar esto? Juntos. En privado.
–No tengo nada que decirte.
Él soltó una risa breve. Sería la primera vez. Jamás había conocido a una mujer más dogmática. Al principio había sido un rasgo que le había gustado. Estaba rodeado de mujeres sonrientes y vacuas que coincidían con todo lo que él decía y le reían los chistes más bobos con tal de ganárselo.
Pero Laura no.
No, desde el principio se había mostrado obstinada, polémica e impasible ante su riqueza o celebridad. Tenía que reconocer que había disfrutado del combate verbal con ella. Admiraba una mente rápida y una lengua afilada. La había admirado aún más en cuanto había podido meterla en su cama.
Bajó la vista a la docena de rosas rojas que sostenía en la mano derecha y se dijo que era un idiota por pensar que podría influir sobre esa mujer con unas flores bonitas y un discurso fluido. Y eso que todavía no las había visto.
Bufó y bajó un poco la voz.
–Sabes por qué estoy aquí. Así que deja que acabe de una vez.
Una pausa momentánea, como si ella pensara en lo que él acababa de decir.
–No puedes tenerlo –respondió al final.
–¿Qué?
–Ya me has oído.
Ronan miró la puerta con ojos entrecerrados.
–Sí, te he oído. Aunque no me lo creo. He venido por lo que es mío y no me iré hasta tenerlo.
–¿Tuyo? Has estado ausente dos meses, Ronan. ¿Qué te hace pensar que sigue habiendo algo tuyo?
Tiró las rosas al suelo y apoyó ambas manos sobre la puerta.
–Laura, he estado diez condenadas horas en un avión. Cariño, me encuentro casi al límite. En estas últimas semanas solo he pensado en volver a mi casa en los riscos y ver a mi maldito perro. No me marcho sin él.
De pronto la puerta se abrió y ahí estaba ella. Un metro setenta de rubia curvilínea con un par de ojos azules tan claros y hermosos como un cielo estival. Incluso con sus vaqueros gastados y su camisa blanca, lo dejaba sin aliento, y eso lo crispaba.
Él bajó la vista y vio a su perro apoyado contra ella con adoración servil. Le frunció el ceño al animal al que llamaba Bestia, pero el perro lo soslayó por completo.
–¿Me ausento unas semanas y ya me has olvidado? –le preguntó al animal con tono helado–. ¿Qué clase de lealtad es esa del mejor amigo del hombre?
El perro gimió y se apoyó aún más contra Laura hasta que se tambaleó un poco por el peso del animal.
–Un «mejor amigo» no lo habría abandonado –respondió ella.
–No lo dejaron en la selva para que cazara su propia comida –espetó Ronan–. Mi primo Sean…
–Lo dejó conmigo cuando regresó a Irlanda. Ya puedes ver que Bestia está bien. Aquí es feliz. Conmigo.
–Puede ser –concedió después de dedicarle otra mirada dura a su perro traidor–. Pero no es tuyo, ¿verdad?
–Está en mi casa. Eso lo hace mío.
–Solo está en tu casa porque Sean te pidió que cuidaras de él hasta que yo regresara.
Y por eso, le debía a su primo un puñetazo en la cara. Ante la inesperada necesidad de volver a Irlanda, aquel le había pedido a Laura que cuidara de Bestia con el fin de ahorrarle al animal un mes entero en una perrera. Algo que Ronan no supo hasta que fue demasiado tarde.
No había visto a Laura desde que finalizara la relación con ella dos meses antes. Aunque no podía afirmar que se la había quitado de la cabeza. Había aceptado en persona el trabajo de guardaespaldas de la cantante en vez de delegárselo a uno de sus empleados solo para establecer cierta distancia con la mujer que en ese momento tenía tan tentadoramente cerca. Pero la distancia no había ayudado. Había pensado en ella y despertado cada mañana con el cuerpo tenso y listo para Laura.
–Ronan –dijo ella con voz paciente–, los dos sabemos que Bestia está mejor conmigo. No se puede decir que tú seas un buen padre de perros…
–No soy su padre, soy su condenado dueño –cortó él.
Laura lo soslayó.
–Pronto vas a regresar a Irlanda y…
–Me llevaré a Bestia conmigo –concluyó por ella.
La verdad era que no había pensado en lo que haría con el perro cuando se acabara su estancia en los Estados Unidos. Pero en ese momento la decisión parecía fácil.
Con la mandíbula apretada, miró esos serenos ojos azules y se preguntó si se sentía tan poco afectada por él como aparentaba. ¿Lo habría olvidado con tanta presteza? ¿Lo había superado por completo?
Haciendo a un lado lo que en una ocasión había habido entre ellos, dijo:
–Bestia es mío y siempre fue mi intención llevármelo a Irlanda conmigo cuando tuviera que irme. Nada ha cambiado.
–Por supuesto que sí –dio un paso hacia él, desalojando al perro de su pierna y haciendo que casi cayera–. En tu país tienes una perra, ¿verdad?
–Sí. Deirdre.
–¿Y hace cuánto que no la ves?
–Eso no tiene nada que ver con esto.
–Tiene todo que ver –replicó, cruzando los brazos–. Un perro necesita algo más que una visita cada dos meses. Necesita amor. Compañía. Alguien con quien poder contar. Alguien que esté ahí.
Ceñudo, la miró. Esa era la razón principal por la que se había apartado de la relación. Esa mujer tenía casi marcado a fuego en la frente las palabras chimenea, hogar y para siempre. Era una mujer que quería y merecía ser amada. Pero él no era el hombre idóneo para eso. Por lo que había puesto fin a su relación antes de que se complicara aún más.
–¿Hablas de Bestia ahora, Laura, o de ti?
Lo miró atónita.
–Tu ego carece de límites, ¿verdad? ¿En serio piensas que me he quedado sentada llorando, echándote de menos?
La verdad era que, sí, pensaba eso. Y cuanto más se indignaba ella, más certeza tenía de que le pasaba lo mismo que a él, no lo había podido olvidar.
–Esto no trata sobre nosotros, Ronan. Es sobre Bestia, y tú no puedes tenerlo. No te lo mereces.
Antes de poder contestarle, le cerró la puerta en la cara y Ronan oyó cómo echaba el cerrojo. Aturdido, se quedó mirando esa puerta cerrada largo rato. No podía creérselo. Nadie le cerraba una puerta en la cara a Ronan Connolly.
La oyó tranquilizando a Bestia, diciéndole que estaba a salvo de los bravucones y eso bastó para que estuviera a punto de volver a aporrear la puerta. Pero se lo pensó mejor. La dejaría creer que había ganado esa batalla. Ella se relajaría y más adelante sería mucho más fácil atravesar sus defensas.
Aún furioso, giró en redondo, pisó las flores caídas y se marchó.
Pero volvería. Los Connolly no sabían abandonar.
Laura temblaba cuando oyó el coche deportivo de Ronan irse. Volver a verlo había sido mucho más duro que lo que había imaginado.
La furia que había contemplado en esos ojos azules oscuros la había agitado tanto como cuando los había visto centellear por la pasión.
Alto, de hombros anchos, con el pelo castaño que exhibía un destello rojizo bajo el sol, lucía trajes y vaqueros con el mismo aire casual que hacía que resultara intimidador e irresistible al mismo tiempo. Y al parecer dos meses de separación no habían mitigado la reacción que le producía.
Desde el instante en que varios meses atrás había entrado en su inmobiliaria, Laura había sabido que se encontraba en problemas. Sí, su hermana y ella ya le habían vendido casas a gente inmensamente rica con anterioridad, pero nunca había experimentado la más leve tentación de encajar en ese mundo. Con Ronan había sido distinto desde el comienzo.
Todavía lo deseaba. Pero su mente era más inteligente y sabía que los dos meses que había estado fuera de su vida eran lo mejor. Después de todo, al aceptar esa deslumbrante aventura había sabido que no podría durar. Él era rico; ella no. Él conducía un Ferrari y ella un Volkswagen. Él vivía en Irlanda y ella iba a quedarse en California.
Suspiró y bajó la vista al perro. Bestia era grande… como mínimo pesaba cuarenta kilos y tenía una espesa mata de pelaje negro que le caía sobre los ojos. Nadie sabía la mezcla de razas que podía tener, pero Laura a veces pensaba que en su linaje seguro que podía haber hasta un poni.
En ese momento Bestia la miraba como si simpatizara con su situación y ella sonrió. Entonces el animal le dio un lametón prolongado y Laura rio. A su propia manera, Bestia era tan seductor como su amo… otro motivo por el que no renunciaría a él. Se incorporó y fue a la cocina seguida por el perro.
–Bueno –dijo su hermana, Georgia, desde la mesa de la cocina–. Eso ha sido muy digno.
Laura se sirvió una taza de café y fue a sentarse frente a su hermana.
–Yo no buscaba nada digno.
–Menos mal.
Ya conocía la opinión de Georgia sobre toda la situación con Ronan: «Jamás mezcles los negocios con el placer». Pero no quería pasar por todo eso otra vez. Evitó la mirada de Georgia.
Georgia movió los dedos sobre la superficie de cristal hasta que a Laura no le quedó más remedio que mirarla.
–Georgia, no pienso hablar de esto.
–Perfecto –su hermana dejó la tableta y cerró la tapa sobre la pantalla–. Hablaré yo y tú escucharás. ¿De verdad pensaste que Ronan no iba a presentarse a reclamar a su perro?
–Claro que no –debajo de la mesa, Bestia se dejó caer al suelo sobre sus pies–. Sabía que vendría.
Y una parte de ella había anticipado volver a verlo. Aunque sabía que era inútil, que no tenían un futuro juntos. Que él había puesto fin a su relación asombrosamente ardiente antes de poder involucrarse demasiado. Nada de eso parecía importar. Lo había tenido en la mente desde el instante en que se conocieron.
–¿Y la solución es mantener de rehén a su perro?
–Ya no lo es. Sean me lo trajo a mí, ¿recuerdas?
–Sí. Para que se lo cuidaras a Ronan hasta que volviera –Georgia recogió la taza de café y se echó para atrás.
El cabello rubio de Georgia era de una tonalidad más sutil que la de Laura y lo llevaba corto, justo hasta la línea de la mandíbula. Sus ojos eran de un azul más profundo, el cuerpo exhibía más curvas y el corazón estaba un poco más endurecido. Pero era leal hasta la médula y la mejor amiga de Laura, además de ser también su hermana.
–¿De qué va realmente todo esto, Laura? ¿Intentas vengarte de Ronan? ¿Darle una lección? ¿Lastimarlo como él hizo cuando rompió contigo?
–Yo no haría eso –afirmó–. Además, no me lastimó. Siempre supe que esa relación terminaría.
–Claro. Pero a pesar de lo que dices, lo que afirmo es que esto no es solo por Bestia y tú lo sabes. Lo menos que podrías hacer sería reconocerlo.
¿Por qué? Quizá dolía saber que Ronan podía ponerle fin a su relación y marcharse sin siquiera mirar atrás. Tal vez le había dolido que él no hubiera sentido lo mismo que ella. Quizá aún sentía un aguijonazo de dolor por todo lo que había perdido en los últimos meses.
Pero tenía su hogar. A su hermana. Y en ese momento, un perro. En realidad, ¿qué más podía pedir? Soslayó la voz interior que dijo: «¿Un poco de amor?». Había intentado eso y no había funcionado. Luego había probado con Ronan una relación ardiente y sexy, sin ataduras, y tampoco había funcionado.
–Quizá haya llegado el momento de considerar entrar en un convento –musitó.
–Si –convino Georgia, riendo–. Porque se te da tan bien la autoridad.
Se vio obligada a conceder que su hermana tenía razón. Después de todo, si las aceptara de buen grado, aún seguiría trabajando en la inmobiliaria de Manny Toledo en vez de tratar de levantar un imperio propio con Georgia. Bestia bufó bajo la mesa y ella sonrió.
–Todo esto es por su culpa –murmuró–. Sí, es el dueño del perro. Pero con eso no basta. Un perro necesita alguien a quien querer. Ronan no puede ir de un lado a otro del mundo y esperar que todo lo esté esperando donde lo dejó cuando vuelva.
–Mmm. Y las dos sabemos que realmente no estás hablando del perro.
Miró ceñuda a su hermana. Cuanto más pensaba en el asunto, más se convencía de que hacía lo correcto. Bestia necesitaba más que lo que Ronan podía darle y, además, el perro se había convertido en parte de su vida. Lo adoraba y no iba a abandonarlo.
Ya le había tocado abandonar demasiado.
Durante un momento, sintió el aguijonazo de las lágrimas. Pero las contuvo y alzó el mentón. Quizá algunos sueños no debían hacerse realidad. Además, tenía una casa que le encantaba; su hermana, con quien compartirla; y un negocio que las dos trabajaban con ahínco para levantar.
–¿Podemos hablar solo del trabajo? –adrede evitó mirar a Georgia.
–De acuerdo, seguiremos un poco más con la terapia de evasión.
–Te lo agradezco –le iría bien un descanso.
–Bueno –comenzó Georgia–, nuestro querido casero nos va a subir el alquiler en seis meses…
–¿Qué?
–Pero también se ofreció a bajar el precio si aún queremos comprar el edificio.
–¿Dónde está el sentido de subir el alquiler y bajar el precio de compra?
–No lo tiene –convino su hermana–. Pero mientras él establezca las reglas, puede hacer lo que le apetezca. Y nuestro contrato vence en seis meses, así que…
Las dos eran dueñas de una oficina inmobiliaria de Brand New Page y alquilaban un pequeño edificio en Pacific Coast Highway, en Newport Beach. El alquiler era escandaloso, pero esa zona de Orange County era famosa por sus alquileres elevados. Para vender el tipo de casas en el que ambas se especializaban, tenían que estar en el centro de todo.
–¿Por qué está dispuesto a bajar el precio del edificio?
–Ni idea –Georgia se encogió de hombros–. Pero el mercado ha bajado y él lo sabe. Además, su esposa quiere trasladarse a Montana para estar cerca de sus nietos.
–De modo que lo único que necesitamos es un anticipo enorme.
–Sí –convino Georgia con ironía–. Nada más.
–De acuerdo, no será fácil, pero si trabajamos de verdad los próximos meses, deberíamos poder conseguirlo. Yo podría pedir una segunda hipoteca sobre esta casa y…
–No –cortó su hermana con firmeza–. Eso es una locura, Laura. No vas a arriesgar tu casa por esto.
–Nuestro hogar –corrigió.
–Gracias, pero sigo diciendo que no. Encontraremos otra manera.
Afortunadamente, incluso en un mercado inmobiliario a la baja, siempre había un grupo de personas que buscaba casas caras. Unas cuantas de esas comisiones y podrían solucionarlo.
–De acuerdo, entonces, encontraremos un modo para hacer que funcione.
–¿Por qué puedes ser positiva sobre nuestras posibilidades para reunir suficiente dinero para comprar el edificio pero no sobre Ronan?
–¿Acaso no podremos?
–Se supone que la cínica soy yo –señaló su hermana–. Soy yo quien tiene un exmarido fracasado. Quien ha tenido que mudarse contigo al divorciarse porque dicho marido vació nuestras cuentas corrientes antes de marcharse de la ciudad con la animadora pechugona.
Laura rio ante la descripción, ya que era exacta. El exmarido de Georgia había sido entrenador de fútbol en una pequeña universidad de Ohio. Dos años atrás, al terminar la temporada, la jefa de las animadoras y él huyeron a Hawái, llevándose hasta el último céntimo de la cuenta que compartían junto con casi toda la autoestima de su hermana.
Georgia había necesitado tiempo para superar la traición y la humillación de ese abandono. Pero al final el temperamento de la familia Page había ayudado y Georgia había terminado por enfadarse. Era mucho más fácil vivir así que sentirse triste… como Laura sabía muy bien.
–Yo sé por qué no confío en los hombres –dijo Georgia–. Pero mi pregunta es, ¿reaccionas así ante Ronan por lo que Thomas te hizo?
Thomas Banks. Su exnovio. Cinco años antes había perdido un sueño, pero había pasado tanto tiempo ya que casi no recordaba por qué había creído estar enamorada de él.