Un acuerdo para siempre - Dani Collins - E-Book

Un acuerdo para siempre E-Book

Dani Collins

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Beschreibung

La propuesta del jefe italiano... ¡El secreto de su empleada! Enfrentado a una opa hostil, Gio debe reforzar su dominio sobre la empresa de la familia Casella con un compromiso de boda falso, ya que no tiene intención de comprometerse de verdad. A pesar de la atracción que siente por Molly, su asistente personal, es la candidata ideal para hacer de su adorada prometida. ¿El único problema? Molly está embarazada. Molly no puede revelar la verdad de su embarazo, pero sabiendo que Gio está protegiendo su legado, acepta la propuesta temporalmente. ¿El único problema? Su pasión fingida se convierte en una ardiente realidad. ¿Saldrá Molly ilesa de su acuerdo con Gio o se quemará para siempre con su irresistible toque?

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Seitenzahl: 210

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Dani Collins

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un acuerdo para siempre, n.º 217 - noviembre 2024

Título original: The Baby His Secretary Carries

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410740488

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Molly Brooks se sintió insegura con su blusa de rebajas, sus pantalones de algodón y sus sandalias de descuento cuando salió del ascensor hacia la cubierta superior del Alexandra. No había tenido tiempo de ir de compras y había tenido que conformarse con lo que había en su armario. En cualquier caso, tampoco tenía ropa adecuada para ese entorno.

El superyate se deslizaba suavemente por las aguas de Chipre como si levitara, pero perdió el equilibrio cuando alguien con un uniforme blanco impecable le preguntó con brusquedad:

–¿Se supone que deberías estar aquí?

No. Definitivamente no.

Su supervisora inmediata, Valentina, se había torcido la rodilla mientras esquiaba el día anterior. Molly había tomado un avión en menos de una hora y estaba allí estrictamente como ayudante para que Valentina pudiera quedarse en su camarote y mantener la pierna elevada.

–Tengo que llevar un documento a Georgio Casella –dijo, señalando la carpeta de cuero que sostenía.

–¿Por qué no se lo mandas por correo electrónico? –preguntó el hombre con una mueca.

Porque era un documento judicial que detallaba el robo de información confidencial, no es que fuera asunto suyo.

–No estoy al tanto de sus razones. –Molly imitó la sonrisa educada y el tono frío de Valentina–. ¿Quizás quiera preguntarle cuando me muestre dónde encontrarlo?

Con un gruñido, la guio por un salón suntuoso, con sofás de color crema situados frente a las ventanas con vistas al mar. Un candelabro de cristal resplandecía en el techo y el aire estaba impregnado del aroma de flores frescas dispuestas en una mesa lateral. Entraron en una habitación más oscura, con ventanas tintadas y un bar curvo de madera de cerezo. Detrás del bar se alineaban botellas de diversos colores y las copas colgaban desde arriba. Los taburetes, con respaldos bajos, estaban tapizados en cuero negro. Cerca de las ventanas se ubicaban sillas altas y mesas de bebidas, y las puertas se abrían a una terraza exterior con piscina.

Él estaba en la maldita piscina.

«Por favor, no me hagas pasar por este mal trago», rogó en silencio mientras sus ojos se encontraban con el frío reflejo en las gafas de sol de Gio.

Si no hubiera sentido su atención centrarse en ella como un halcón lanzándose sobre un conejo, habría pensado que estaba dormido. Ni siquiera levantó la cabeza. Estaba sentado con los brazos extendidos a lo largo del borde de la piscina de forma relajada. El agua cortaba su pecho bronceado y musculoso, justo en medio de sus pezones marrones.

¡No mires!

Molly volvió a mirar bruscamente sus gafas de sol, esperando que él no hubiera notado cómo lo admiraba. No era su intención, pero el hombre la fascinaba, dejándola con la boca seca cada vez que tenía que hablar con él. Afortunadamente, eso no sucedía a menudo. Valentina era su secretaria ejecutiva y Molly era la asistente de Valentina. Hasta ese viaje, nunca lo había visto fuera de la oficina de Londres y él solo estaba allí de vez en cuando, ya que viajaba constantemente, usualmente con Valentina a su lado.

Junto a él había una mujer en topless. Bajó sus gafas de sol para lanzarle a Molly una mirada que decía: «¿Qué bicho le ha picado a esta?».

Oh, Dios.

Gio era un invitado a bordo del yate. No le gustaría que ella lo avergonzara o pusiera en peligro el trato que estaba negociando con el dueño, Rafael Zamos.

Ella esbozó una sonrisa vacilante y apenada hacia el pequeño grupo de personas que estaba con él: la otra pareja en la piscina, también casi desnudos; los dos hombres en el bar, uno con la camisa abierta sobre su minúsculo traje de baño; y las dos mujeres en topless en las tumbonas cercanas.

–Yo… –La garganta se le cerró y el corazón se le detuvo cuando reconoció a… ¿Sasha?

¡Se veía tan diferente! Su cabello caramelo quemado estaba teñido de un rubio brillante. Su rostro y figura eran elegantes y delgados, no redondeados por la juventud y el embarazo. Llevaba brillo rosa en los labios, extensiones de pestañas y diamantes en las orejas.

Además, tenía una expresión de horror mientras se cubría los pechos desnudos con su prenda transparente.

–¿Qué haces tú aquí? –Sasha, o mejor dicho, la señora Alexandra Zamos, sonaba furiosa, algo que Molly captó a pesar del ensordecedor ruido que llenaba sus oídos.

Toda la sangre en el cuerpo de Molly se drenó hacia sus sandalias. Una sensación de vértigo asaltó su estómago. Realmente pensó que podría desmayarse.

–¿Qué pasa, Alexandra? ¿Se supone que la ayuda debe quedarse abajo? –La amante en topless de Gio se estaba riendo de Molly, no de su amiga–. Eres tan esnob…

–Molly es la asistente de mi secretaria –dijo Gio secamente. Luego levantó la cabeza–. ¿Qué necesitas, Molly?

–Valentina…, eh… –Molly se aclaró la garganta, tratando de recuperarse de ver a la madre de su hermana adoptiva por primera vez en once años.

¡Tendría que haber investigado más! Sus compañeros de trabajo morían de envidia porque ella dejaba las frías y ventosas calles de noviembre de Londres para pasar una semana a bordo del yate de Zamos, pero Molly no se había tomado la molestia de buscar fotos o indagar sobre los dueños. Había utilizado su tiempo en el vuelo a Atenas para estudiar el trato que los hombres estaban negociando. Le habían dejado claro que debía quedarse en el nivel de la tripulación. Si alguien iba a relacionarse con los ilustres compañeros de Gio, sería Valentina, como siempre.

¿Y cómo podría Molly imaginar que se encontraría con Sasha así? Sabía que la familia de Sasha era rica, pero no tan rica.

–Valentina terminó el…, eh… –Agitó la carpeta, con la mente fragmentada y la voz aún atascada–. Dijo que querías firmarlo tan pronto como estuviera listo.

Esperaba que Gio atribuyera su rubor incómodo a la mortificación de encontrarlos a todos así, en lugar de a la angustia de estar arrastrando el doloroso pasado de Alexandra a lo que parecía ser el final feliz que ella tanto merecía. ¿Le diría a Gio que la despidiera? No. No le haría eso. ¿O sí?

–¿Tu secretaria ejecutiva tiene una asistente personal? –dijo el hombre detrás del bar mientras servía de una coctelera plateada copas de martini–. Con razón fue tan difícil localizarte para extender esta invitación.

Debía de ser Rafael Zamos, el propietario del yate y esposo de Sasha. Molly no lograba asimilar ese detalle, pero apartó su total asombro, aunque sentía mucha curiosidad por él. Era muy atractivo, con cabello oscuro y un pecho bronceado y poderoso, sin embargo, se obligó a mirar hacia otro lado.

Echó un vistazo al rostro pálido que Alexandra ocultaba con unas grandes gafas de sol y un sombrero de ala ancha, y se recompuso.

–Lamento mucho haber interrumpido su… –¿Orgía?–. ¿Quiere verlo más tarde?

Se obligó a mirar de nuevo el destello en las gafas de sol de Gio cuando en realidad quería correr hacia el interior del barco.

–No. Valentina tiene razón. Quiero que eso siga avanzando. –Se giró y apoyó las manos en el borde, impulsándose hacia arriba, aparentemente sin esfuerzo. Un pie tocó el borde y ya estaba erguido antes de que el agua se hubiera escurrido por completo de él.

¿Cómo se atrevía? Ahora no era más que piel bronceada, músculos esculpidos y vello corporal meticulosamente recortado. Tenía la complexión delgada de un nadador, con hombros anchos y extremidades largas. Sus caderas estrechas llevaban una franja negra que apenas contenía lo que estuviera ocultando. ¡No es que ella estuviera mirando!

–Señor. –El sobrecargo se apresuró con una toalla.

Gio –siempre era Gio en su mente, aunque nunca lo había llamado de otra forma que señor Casella– tomó la toalla con un movimiento lánguido de su brazo y se la envolvió alrededor de las caderas. Giró la muñeca para invitar a Molly a acercarse.

Con el corazón latiéndole con fuerza, ella sorteó las uñas pintadas de Sasha y abrió la carpeta de cuero.

Sentía las miradas de todos clavadas en ellos mientras él leía la primera página. Después se limpió las yemas de los dedos en la toalla antes de levantar la segunda página.

Rafael comenzó a servir martinis, distrayendo brevemente la atención de todos.

–Gracias, mi amor –dijo Sasha, tomando un gran sorbo del suyo. Su mano parecía temblorosa. ¿Notó Rafael eso, deteniéndose un segundo más en su esposa?

El deseo de hablar con su vieja amiga era tan fuerte que era como un grito atrapado en la garganta de Molly. Sus manos estaban sudorosas y todos sus músculos amenazaban con temblar violentamente, solo para liberar la tensión atrapada dentro de ella.

–¿Tienes un bolígrafo?

Gio había terminado de leer. Ella miró su propio reflejo en las gafas de sol de él, deseando poder ver sus ojos, pero también agradecida de no poder hacerlo. La sangre islandesa de su madre se reflejaba claramente en sus ojos azules, que a menudo sentía que le atravesaban el alma. Sus ojos siempre la hipnotizaban, siendo un contraste tan marcado con el resto de él, que reflejaba la herencia italiana de su padre.

Con manos temblorosas, buscó en el bolsillo de su culotte.

–Cálmate –dijo Gio en un tono que solo ella podía escuchar–. No estoy molesto porque estés aquí.

Él había notado lo alterada que estaba. Por mucho que amara su trabajo, ser despedida en ese momento era lo que menos le preocupaba. Estaba aterrada de exponer a Sasha, especialmente después de haber prometido tan sinceramente y solemnemente que jamás revelaría su secreto.

Gio tomó el bolígrafo que ella le ofreció y agarró el borde de la carpeta. Sus frías yemas rozaron la piel sobrecalentada de la mano de ella.

¿Qué nuevo infierno era ese?

Se quedó muy quieta mientras él aplicaba el peso de su firma, conteniendo la respiración hasta que pudo escapar.

–¿Puedes llevar esto por mí? –preguntó a Rafael mientras le devolvía el bolígrafo–. Me gustaría que estuviera en Londres por la mañana.

–Por supuesto –dijo Rafael, asintiendo al hombre de uniforme blanco que seguía esperando para escoltar a la plebe de vuelta a donde pertenecía.

–De nuevo, lo siento mucho –dijo Molly al grupo, cerrando la carpeta y tratando de esconderse detrás de ella–. Me quedaré abajo a partir de ahora.

–Solo me sorprendí –dijo Sasha en tono defensivo. Ajustó la caída de su cubrebiquini para que quedara nivelado en la parte superior de su muslo–. Me gusta saber quién está a bordo, incluido el personal que nuestros invitados traen.

–¿Pensaste que teníamos a un polizón? –Rafael estaba bebiendo su martini, una vez más observando a su esposa con una expresión inescrutable.

–¿Qué haces exactamente para Gio? –preguntó Sasha sin responder a su esposo.

–Como dijo el señor Casella, ayudo a su secretaria ejecutiva con los correos electrónicos, con la correspondencia, con los informes… También hago recados personales para liberar su tiempo, de modo que pueda estar más accesible para el señor Casella. Ella sufrió una lesión, así que vine en el último momento para ser sus piernas. Probablemente por eso no viste mi nombre en la lista de pasajeros.

–Tampoco vi «piernas» –dijo Sasha, provocando algunas risas secas. Volvió a mirar a su esposo con un puchero–. Por más que me duela admitirlo, creo que tienes razón, querido. Necesito mi propia secretaria. O eso, o deberías contratar a un asistente para Tino, para que cosas pequeñas como enviarme una lista de pasajeros actualizada no se pasen por alto.

–Esposa feliz, vida feliz. Haré que Tino llame a una agencia hoy mismo.

–Me pondré en contacto con él una vez que sepa exactamente lo que quiero. Cuéntame un poco más… ¿Molly, verdad? –Sasha no le dio oportunidad de responder–. No importa –dijo, agitando la mano–. No necesitamos discutir eso aquí. Ven a mi camarote mañana. Desayuna conmigo –ofreció con una sonrisa agradable–. Puedes contarme de tus deberes para que pueda contratar a la persona adecuada. ¿Te importaría, Gio?

–Si planeas robármela, entonces sí. Me importa mucho. –Se quitó la toalla y volvió a meterse en la piscina–. Estoy seguro de que a Valentina también le importaría. –No prestó mucha atención a la mujer que se acercó, con los pechos desnudos prácticamente rozando su caja torácica mientras estiraba los brazos nuevamente–. Molly puede tomar su propia decisión, por supuesto.

¿Era eso una amenaza? Miró alarmada hacia el agua, pero él no parecía preocupado.

–Ven a las diez –dijo Sasha–. Los hombres estarán en sus reuniones. Todos los demás seguirán durmiendo. ¿Verdad, chicas?

–Oh, espero estar despierta toda la noche y necesitar mi sueño de belleza, sí. –La mujer en la piscina ronroneó mientras se deslizaba aún más cerca de Gio.

Uf. Molly se esforzó para no pensar en eso y sonrió débilmente a Sasha. No sabía si debía sentirse aliviada de poder hablar en privado con ella o llena de temor. ¿Debería llamar a su madre? ¿Hacer su maleta y prepararse para regresar a Nueva York?

–Nos vemos mañana –dijo, y rápidamente se escapó.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Ocho meses después…

 

–Molly. A mi oficina.

Molly se sobresaltó al regresar del tocador y encontrar a Gio de pie en la puerta entre su oficina y la de Valentina. ¿Cómo era posible que ese hombre se volviera más atractivo cada vez que lo veía? Llevaba uno de sus trajes a medida, de rayas grises oscuras, pero se había quitado la chaqueta.

Sentía debilidad por cualquier hombre que llevara chaleco y corbata sobre una camisa blanca impecable, pero cuando él lo hacía, quedaba deslumbrada. Tal vez era la forma en que sus ojos azules helados brillaban y cómo su mandíbula relucía tras un afeitado reciente. Quizás era el hecho de que últimamente llevaba el cabello con un estilo más atrevido, aún corto a los lados, pero un poco más largo en la parte superior, dándole un aspecto delgado y aguileño que era intolerablemente sexi.

Al fin y al cabo, ella era de carne y hueso, ¿verdad?

–Déjame que busque mi tablet. –Se frotó las palmas sudorosas contra las caderas, nerviosa porque ese era el día en que le pediría a Valentina una baja médica.

–No la necesitas. –Él hizo un gesto para que se moviera a través de la lujosa oficina de Valentina delante de él. La oficina de Valentina estaba vacía, las luces aún no estaban encendidas.

Extraño.

La oficina de Gio era un espacio amplio y aireado en relajantes tonos tierra. Había una cómoda área de descanso donde un sofá color oxblood y sillas a juego daban frente a una vista del horizonte de Londres. Un rincón discreto albergaba un bar y una minicocina para dar servicio a la pequeña mesa destinada a comer o a reuniones en petit comité.

Ella se movió instintivamente para pararse frente a la silla que usaba cuando ella y Valentina se reunían con él allí.

–Tenía entendido que venías a las diez para nuestra reunión. ¿Valentina está en camino?

–Valentina no viene. –Después de cerrar la puerta de la oficina de Valentina, él se movió para cerrar también las puertas dobles. El clic pareció excesivamente fuerte y ominoso.

–¿No? –El estómago de Molly dio un vuelco que le advirtió que tal vez no había superado del todo las náuseas matutinas. Sus pulmones se comprimieron mientras aguardaba que él rodeara su escritorio de caoba con superficie de mármol y tomara asiento.

Aquel ya era un día lo suficientemente estresante. Para colmo, ahora estaba sola con él.

A pesar de su enamoramiento, que estaba segura de no haber ocultado bien, Gio nunca lo había reconocido ni había actuado con la más mínima impropiedad. Sin embargo, su energía masculina irradiaba hacia ella como una ola de calor. No podía ignorarlo. Necesitaba la presencia amortiguadora de Valentina, especialmente cuando captó su mirada recorriendo sus pantalones gris claro y su blusa rosa pálido mientras él le hacía un gesto para que se sentara.

Había hecho grandes progresos con su vestuario y su cabello gracias al generoso salario que recibía y a la sofisticada inspiración que suponía Valentina, pero aún se sentía como una palurda de Nueva Jersey, siempre asombrándose por todo.

–Espero que Valentina esté bien. –La última vez que su jefa no había venido a la oficina fue mientras aún se recuperaba de su lesión en la rodilla.

–Está perfectamente bien. –Él se reclinó en su silla–. Quería estar aquí para esto, pero la envié a Nueva York anoche. Está asumiendo el cargo de directora ejecutiva de I+D.

–¿Qué? –Ahí estaba, sonando como una palurda–. Quiero decir, eso es fantástico para ella. Vaya. No tenía idea de que estuviera interesada en asumir un puesto así.

Molly estaba genuinamente contenta por su mentora, pero también experimentó un pánico inmediato. ¿Por qué no la había llevado con ella?

«¿Qué significa esto para mí?».

Su cerebro dio otro giro brusco. ¿Qué significaba eso para el bebé?

Su mano cubrió su estómago de manera protectora, pero la otra la apartó, intentando calmarse mientras sus pensamientos se agolpaban y aceleraban.

–Habíamos estado planeando su promoción desde hace tiempo, pero lo mantuvimos confidencial. Ella debe hacer una reestructuración profunda al llegar. Con firmeza. –Sus cejas se arquearon, destacando la seriedad de la situación.

«Van a rodar cabezas».

Parpadeó. Aunque a menudo tenía acceso a información confidencial, nunca había estado en una situación como esa, donde él no solo compartía las decisiones a tomar, sino también su perspectiva personal. Se sentía como si la estuvieran invitando al círculo íntimo. Era halagador, pero también desconcertante.

–Redactarás el comunicado –continuó él–. Una vez que lo apruebe, puedes enviarlo. Habrá varios anuncios mientras llevamos a cabo la reestructuración. Prepárate para unos días muy ocupados.

–Claro, pero… los comunicados de prensa importantes suelen ser gestionados por Valentina. Deberían incluir el nombre de su reemplazo como contacto. ¿Eso ya se ha decidido?

–Dímelo tú, Molly. –Él tocó el teclado debajo del monitor en su escritorio. La pantalla se iluminó–. Valentina me aseguró que eres la persona ideal para reemplazarla. Estoy de acuerdo. Todas tus evaluaciones son excelentes. –Él inclinó la pantalla para que ella pudiera ver la columna de nueves y dieces en la matriz que ella y Valentina habían completado dos meses atrás.

–Espera. –Molly casi se cayó de la silla.

–Fomento la promoción interna. Lo sabes.

–Sí, pero… –Así fue como Molly llegó a Londres, al postularse para un puesto interno mientras asistía en el Departamento de Marketing en la oficina de Nueva York. Tenía un título en negocios con enfoque en marketing y análisis, pero nunca esperó que su puesto en relaciones públicas la llevara a un trabajo en el piso superior, y mucho menos a eso.

–No estoy lista para trabajar para el presidente y CEO. –El dueño.

Incluso mientras soltaba su protesta, podía escuchar a Valentina reprendiéndola: «La confianza inspira confianza. Cree en ti misma, Molly».

–Valentina aumentó deliberadamente tus responsabilidades después de esta evaluación, asegurándose de que pudieras asumir su puesto sin problemas.

–Porque había una orden para que cada departamento tuviera un plan de sucesión. Para emergencias –soltó. Una joven encantadora llamada Yu había seguido a Molly durante una semana para asegurarse de que pudiera cubrir su puesto en caso de necesidad.

Esa necesidad se suponía que ocurriría dentro de tres semanas, cuando Molly tomara su baja médica.

–El Departamento de Investigación y Desarrollo está haciendo agua como el Titanic –dijo Gio con seriedad–. No solo está perdiendo dinero, sino también información. Estamos en una emergencia. Valentina ha sido enviada para corregir el rumbo. Necesito una secretaria. Tú eres competente. –Indicó la pantalla–. Bienvenida a tu nuevo puesto como secretaria ejecutiva.

–Pero… –Una vez más se detuvo antes de cubrirse el vientre. Sentía el estómago como si estuviera lleno de grava–. Yo estaba… –Se aplastó los dedos mientras apretaba las manos en su regazo. No podía anunciar su embarazo. Había firmado un acuerdo de confidencialidad comprometiéndose a ocultarlo.

Ocultarlo se estaba convirtiendo en un problema, sin embargo. Hacía dos días, una compañera de trabajo había tenido la temeridad de preguntar si la ensalada que estaba comiendo era un intento de perder el peso que estaba ganando.

–Tengo un problema de tiroides –había mentido fríamente Molly.

Esperaba hablar con Valentina después de la ecografía de las doce semanas y estar de baja para entonces, pero Valentina había estado viajando con Gio. Molly acababa de cumplir catorce semanas y, aunque su vientre no estaba muy pronunciado, todo en ella se estaba volviendo más redondeado, desde la cara hasta los pechos, el abdomen y la parte trasera.

Ofrecer un aviso de tres semanas al entrar en julio parecía más que justo. Las cosas usualmente se ralentizaban en verano. Podría terminar de enseñar a Yu y que no la echaran en falta demasiado.

Eso había pensado.

Gio la observaba con las cejas levantadas.

No podía aceptar ese trabajo sin revelar que no tenía intención de quedarse.

–¿Puedo tener unos días para pensarlo? –Necesitaba preguntar a Sasha… Bueno, no podía explicarle su situación, ¿verdad? Todo lo que sucedía en esa oficina era estrictamente confidencial. ¿Qué demonios iba a hacer?

–Sé que te has estado reuniendo con cazatalentos, Molly –dijo Gio con un parpadeo cansado.

–¿Qué? –Realmente sentía que la habitación giraba, estaba tan desorientada por esa conversación–. ¿Qué te hace pensar eso?

–Valentina mencionó que últimamente te has tomado tiempo para ti durante las horas de trabajo. Algunas tardes aquí y allá. Lo respeto –dijo encogiéndose de hombros–. Todos deberían probar suerte de vez en cuando para saber cuánto valen. Ahora estás mejor preparada para ese tipo de negociaciones.

Ella realmente no lo estaba. Una risa histérica quedó atrapada en su garganta porque esas reuniones habían sido para algo mucho más personal que «asistente».

–Por supuesto, yo también estoy preparado –dijo secamente mientras tecleaba en su ordenador–. Si debo competir por tu lealtad, ofreceré más. Este es el salario que me gustaría ofrecerte, con un bono de firma si te comprometes a, como mínimo, dos años. Contratarás a tu propio asistente, por supuesto. Valentina dijo que te gustaba Yu, pero seleccionó otros currículos que podrían ser también buenos fichajes. Tendrás una asignación para vestuario, ya que me acompañarás constantemente. Además, una cuenta de gastos de la empresa y el uso de un servicio de coche. Creo que encontrarás que he sido muy generoso, pero, por supuesto, podemos negociar. Nadie es imprescindible, pero preferiría no tener que reemplazarte. No cuando estamos tan cómodos el uno con el otro.

¿Cómodos? ¡Eso era lo último que ella sentía a su lado!

Dios mío, esos números en la pantalla eran deslumbrantes.

¿Por qué tenía que ofrecerle el trabajo de sus sueños en ese momento? No solo había aceptado ser madre subrogada para Sasha, ¡sino que también estaba embarazada de tres meses con el bebé de la pareja!

No podía aceptar el trabajo. No solo era extremadamente exigente, sino que tampoco podía volverse visiblemente embarazada, tomar unas semanas de descanso y luego regresar sin un bebé. Habría muchas preguntas.

Pensar en rechazarlo la hacía querer llorar.

–Esto es mucho para asimilar –logró decir con voz quebrada–. No te dejaré en la estacada ahora que Valentina se ha ido, lo juro. Pero me gustaría tener unos días para reflexionar sobre todo esto.

Él se recostó, apretando la boca mientras parecía usar su visión láser para examinarla por dentro. ¿Podía ver al bebé?

Por alguna razón, se sonrojó y bajó la mirada, sintiéndose expuesta. ¿Podía ver lo profundo que era su enamoramiento?

–¿Estás saliendo con alguien? –Si había desagrado en su tono, era por motivos laborales, lo sabía, pero su pregunta hizo que sus nervios se tensaran.

–No –dijo con tensión. Salir con alguien no era una opción. Comparaba a todos con él, pero no pudo evitar observar–: Tampoco es algo que deba preocuparte.