2,99 €
Miniserie Bianca 199 ¡Ella se había jurado no aceptar nunca una proposición como aquella! Quinn Harper se vio obligada a desvelar su relación secreta con el multimillonario Micah Gould para evitar que él se enterara de que tenía una hermanastra. Eso supuso el final de su relación y pasó mucho tiempo hasta que volvieron a reencontrarse. Tras una discusión acalorada entre ellos, Quinn tuvo un accidente donde acabó malherida. Micah no dudó entonces en llevársela a su casa para cuidar de ella. Fue en ese momento cuando surgió una nueva oportunidad para ellos. Quinn podría ser la candidata perfecta para ser su esposa, pero… ¿estaría Quinn dispuesta a aceptar el matrimonio del que tanto había renegado siempre?
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 203
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2023 Dani Collins
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una novia conveniente, n.º 199 - mayo 2023
Título original: A Convenient Ring to Claim Her
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411417808
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
ÉL no se lo perdonaría nunca.
Quinn Harper lo tuvo claro desde el momento en que anunció ante todos: «Micah y yo hemos tenido una aventura».
El canto de los pájaros cesó y la fragancia de las flores que rodeaban el cenador se agrió. Quinn fue consciente de los gestos de sorpresa a su alrededor, pero lo único que vio fue a Micah.
Micah Gould, un hombre al que amaba odiar y odiaba desear. Definitivamente, eso era todo, se dijo a sí misma. No es que fuera una persona autodestructiva con tendencia a sufrir por el desamor. Lo suyo era lujuria enredada con la amistad. Él era el hermano de su mejor amiga.
Micah se había quedado inmóvil al oír sus palabras, a pesar de haber irrumpido en la boda como un torbellino lleno de energía.
Supuso que había viajado a toda prisa para llegar a Gibraltar, pero, si estaba cansado o angustiado, no lo demostró en ningún momento. Él siempre estaba impecable, bien afeitado y aseado. Su pelo corto y castaño oscuro lucía sin una sola cana. Su rostro era rudo y rara vez revelaba lo que pensaba o sentía.
Sin embargo, no hizo falta que su expresión cambiara para que Quinn supiera que se había quedado pasmado.
–¿Por qué haces esto ahora y de este modo? –Su voz era tranquila. Demasiado calmada.
El «modo» fue delante de su hermanastra, Eden, que era la mejor amiga de Quinn. Y el novio de Eden, Remy, el viejo enemigo de Micah. Y también estaba presente la hermana de Remy, una inocente Yasmine, aún en estado de shock.
Los tres se quedaron en silencio alrededor de Quinn, aturdidos e impresionados por lo que acababa de revelar.
Lo estaba haciendo por Micah, sin que este lo supiera. Tal vez él nunca entendiera del todo por qué lo hacía. Quinn ocultaba tantos secretos que apenas podía respirar bajo su asfixiante peso, y en el fondo de estos había una verdad demasiado dolorosa que no debía saber Micah por nada del mundo. No estaba preparado para escucharla, podría destruirlo.
Si se enteraba de que la hermana de Remy, ¡su medio hermana!, era también la suya… De que compartía padre con Yasmine… Si tenía que enfrentarse a esa devastadora realidad mientras Eden se casaba con Remy, podría hacer que Micah cortara los pocos lazos familiares que tenía, dejándolo aún más aislado.
Algún día el turbio pasado de su padre saldría a la luz, pero no sería en ese momento. No cuando las emociones ya estaban a flor de piel. No estropearía el día de la boda de Eden. El día de su verdadera boda.
Micah parecía dispuesto a hacer lo que fuera para alejar a Eden de Remy, pero los votos matrimoniales ya estaban hechos y no había vuelta atrás. Si Quinn no atraía su ira hacia ella, su enemistad con Remy aumentaría hasta incluir a Eden y se convertiría en algo irreparable.
Quinn calculó todo eso en los pocos segundos que siguieron a su repentina aparición. Y se sacrificó atrayendo hacia sí toda la ira que Micah dirigía a Remy.
–Fue completamente consentido –aseguró Quinn–. No te estoy acusando de nada más que de tener doble rasero. Tu hermana puede casarse con quien quiera.
Eden llevaba cinco años suspirando por Remy. Seguramente Micah también se daba cuenta de que era absurdo tratar de detenerlos.
Quinn no pudo evitar encogerse ante la mirada hostil de él.
–¿Vienes conmigo o no? –le preguntó Micah a su hermana Eden.
–Estamos casados. Le quiero.
–¿Realmente crees eso? –Micah se tambaleó sobre sus talones con cara de desprecio–. Entonces, por mí os podéis ir todos al infierno. –Se giró y se alejó.
Quinn lo vio marchar, sintiendo su rechazo de una manera tan profunda y dolorosa que la partió en dos.
Una semana antes, Niagara-on-the-Lake, Canadá
A Quinn no le sorprendía que su cometido como dama de honor incluyera comunicar que la boda se había cancelado y ayudar en la fuga de la novia. Eden se empeñaba en seguir adelante con un matrimonio de conveniencia por razones de negocios a pesar de que era evidente que estaba enamorada de otra persona.
Cuando Eden había anunciado que se casaría con Hunter Waverly, Quinn había expresado su preocupación, pero como se trataba de su mejor amiga al final la apoyó.
Si al menos hubiese sido Eden la que hubiera cancelado la boda al entrar en razón… Pero no, todo se había desmoronado cuando un señor mayor había aparecido en plena ceremonia para acusar al novio de ser el padre del bebé de su hija.
Después de semejante descubrimiento, Eden se había escapado con el padrino, Remy Sylvain, algo que no sorprendió a Quinn.
Eden se había llevado las llaves del coche de Quinn y a ella no le quedó más remedio que pedir transporte a través de una aplicación.
Mientras esperaba en el aparcamiento a que la recogieran, observaba todo el revuelo de invitados conmocionados por la cancelación de la boda y los paparazi que se habían colado en el recinto.
El novio se había ido con la supuesta madre de su bebé y la novia había huido con el padrino de boda. Quinn esperaba calmar a su amiga encontrándose con Eden en las cataratas del Niágara.
–¿Adónde vas? –preguntó Micah a su espalda.
Quinn se sobresaltó, no tanto por el hecho de que la sorprendiera, sino por cómo reaccionaba siempre ante el hermanastro mayor de Eden. Era una mezcla exasperante de alegría y tensión. Era deseo sexual y rechazo al mismo tiempo. Porque Micah Gould era demasiado. Demasiado alto, demasiado seguro de sí mismo, demasiado masculino y demasiado mandón.
Se giró para mirarlo y eso también fue demasiado para ella. Se había quitado el traje para la ceremonia y ahora vestía un pantalón crudo de lino con una camisa de manga corta de color cámel. Estaba irresistible.
–Necesito un poco de paz y tranquilidad –dijo Quinn. Y no mentía. La organizadora de la boda se encargaría de que los invitados disfrutaran de la cena y el baile como estaba previsto, pero Quinn era una persona introvertida y necesitaba alejarse de todo aquello–. Buscaré una habitación de hotel en otro sitio.
–Te dije que si le preparabas la maleta yo se la llevaría a Edén –le recordó Micah mientras le quitaba la pesada bolsa que llevaba Quinn en el hombro.
–No es necesario. He pedido un coche. De hecho, acaba de llegar. –Pudo ver a un conductor a lo lejos y ella lo saludó con la mano.
–Así que vas a encontrarte con ella.
–Sí. Pero yo sola. Se ha ido porque ha querido, nadie la ha secuestrado. –Micah siempre asumía lo peor cuando se trataba de Remy Sylvain–. No quiere lidiar contigo y tu elevada testosterona en este momento.
El coche se detuvo delante de Quinn y ella se inclinó hacia la ventana abierta:
–¿Dave?
–¿Cataratas del Niágara? –preguntó el conductor.
–Sí, gracias. –Empezó a abrir la puerta, pero Micah la rodeó con su brazo, inmovilizándola a su lado.
Odiaba lo mucho que le gustaba sentir su fuerza cuando la dominaba. Podría haber gritado y haber montado una escena tremenda, pero él la debilitaba con solo tocarla. En realidad, lo que quería era cerrar los ojos y acurrucarse en él. Quería besar su cuello y hacerle gemir.
–¿Vas a las cataratas del Niágara?
–Sí –contestó el conductor, ajeno a la situación–. ¿Te unes a…?
–No. Yo la llevaré. –Micah dejó caer un par de billetes de cien dólares por la ventanilla y apartó a Quinn para que el conductor pudiera salir del aparcamiento.
–¡No tienes ningún derecho a…!
–¿Vienes conmigo o no? –dijo mientras se dirigía hacia un BMW negro.
Quinn lo conocía demasiado bien como para quedarse allí y gritar a su espalda. Se apresuró a seguirle y se desplomó en el asiento del copiloto, dejando escapar un resoplido de fastidio mientras se abrochaba el cinturón.
–¿La ha dejado en un hotel?
–Eso es lo que dijo que haría –contestó Quinn con desgana.
–¿Por qué no me dijiste que ibas a reunirte con ella? –Micah arrancó y se dirigió hacia la carretera principal. Aceleró lo suficiente como para que ella se viera presionada en su asiento.
–Porque Eden necesita un rato a solas con su mejor amiga. Beber vino y quejarse de los hombres. La acaban de dejar en el altar, Micah. Lo último que necesita es que tú aparezcas para sermonearla.
–No voy a sermonearla. Fui yo quien le dio a Sylvain el beneficio de la duda, confiando en que no sabotearía la boda de su mejor amigo.
–Por mucho que me guste oírte admitir que te has equivocado en algo, te estás olvidando de que es Hunter quien tiene un bebé con otra mujer. No sé qué culpa puede tener Remy en eso.
–No se sorprendió cuando esa mujer apareció. Debe de haber tenido algo que ver con su irrupción en la boda.
–Remy la reconoció porque estuvo con Hunter aquí el verano pasado para un fin de semana de golf. Escuché a Vienna, la hermana de Hunter, decirle eso a Eden.
–Así que Sylvain sabía quién era.
–¿En serio crees que Remy ha amañado todo esto? Claro… Seguro que consultó a una vidente que predijo que Hunter conocería a Eden y decidiría proponerle matrimonio. Luego se llevó a Hunter premeditadamente semanas antes de ese encuentro, saboteó sus condones y de alguna manera obligó a Hunter a tener relaciones con una camarera. Tienes razón. Remy Sylvain es un genio del mal.
Micah la miró con cara de odio.
–Hunter es la única razón por la que esta boda se ha venido abajo –afirmó Quinn con firmeza–. Para los Waverly los escándalos son lo más normal del mundo. –Quinn se sintió mal al decir eso por Vienna. Ella le gustaba, pero eso no hacía que la afirmación fuera menos cierta–. Eden no es capaz de verlo ahora, pero ha sido una suerte para ella que la boda se haya cancelado.
–Si no te gustaba, tenías que habérmelo dicho antes –dijo Micah con enfado–. Podríamos haber evitado que llegara tan lejos.
–Nunca voy a hacer nada a espaldas de tu hermana. –Eden era la amiga más leal que Quinn había tenido. Nunca la traicionaría, ni siquiera por Micah.
Además, que Eden se casara con Hunter le venía bien a Quinn de forma muy egoísta y poco honorable, pero se lo guardó para sí misma.
–Hunter no es una mala persona. Creo que tenía buenas intenciones con este matrimonio. Eden también, pero ella no lo amaba. –Eden era una romántica y siempre había querido casarse por amor–. Además, ya sabes que para mí no tiene ningún valor el matrimonio. Para ella sí, obviamente. –Eden se arriesgaba a perder la cadena de tiendas de su padre, Bellamy Home and Garden, si no conseguía una inyección de dinero rápido.
Sin embargo, Quinn odiaba sacar el tema del matrimonio y el dinero delante de Micah. Era consciente de que las mujeres se lanzaban a por él todo el tiempo pensando en su cartera. Solo en la cena de ensayo había visto a un par que se le insinuaban.
Mientras que ella se lanzaba a por él puramente por el sexo y esa complicada muestra de afecto que él le ofrecía cuando estaban entre las sábanas.
–Entendí los motivos de Eden para casarse, así que, una vez que ella tomó su decisión, tuve que apoyarla. Eso es lo que hacen los amigos. Y está claro que Hunter es un hombre decente, ya que puso a su hijo en primer lugar en el momento en que supo que tenía uno.
–Le he ofrecido mi ayuda montones de veces. Pero nuestra madre se niega a que Eden tome el dinero de mi padre para el negocio de su padre. Si pudiera cambiar eso, lo haría. Pero no puedo. –Sus manos agarraron el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
Liberó su frustración adelantando a un par de coches que ya iban a toda velocidad.
–¿Ha estado saliendo con él todo este tiempo? –preguntó Micah.
–¿Con Remy? No. ¿Cuándo? Estuvo en su fiesta de compromiso durante un minuto. No apareció en el viñedo hasta anoche. Que yo sepa, solo han hablado dos o tres veces desde… –Se cortó, la garganta siempre se le hacía un nudo cuando pensaba en aquel viaje, cinco años atrás.
–¿París?
–Sí.
«Eres una cría».
Esa antigua declaración de él todavía la hacía sentir tan… pequeña.
–Entonces, ¿por qué se fue con él hoy?
–No lo sé. Eden es mi amiga, no mi hija de preescolar. ¿Por qué te importa a quién besa en un club nocturno o con quién toma un ascensor?
–No se trata de lo que hace Eden. Me preocupa que Sylvain la utilice para atacarme. Eso es lo que me niego a tolerar.
Quinn tenía mucha experiencia con personas que tenían segundas intenciones. Hacía tiempo que había aprendido a detectar a los oportunistas que ayudaban a niños de acogida para llenarse los bolsillos. Su radar estaba siempre alerta para detectar las miradas sospechosas y las manos en bolsillos ajenos.
A pesar de lo desconfiada que era por naturaleza, nunca había visto nada turbio en Remy. Cuando Eden lo había conocido hacía cinco años, le había sugerido casualmente que se reuniera con él en un club nocturno donde había quedado con sus amigos. Eso era algo muy normal.
Cuando llegaron, Remy había intentado incluir a Quinn cuando invitó a Eden a bailar, pero ella había preferido enfurruñarse porque Micah la había rechazado por considerarla una cría. Luego, después de que Micah apareciera y se enfrentara a Remy, estando a punto de llegar a las manos, este había mantenido las distancias con Eden durante cinco años. Parecía dispuesto a dejar que se casara con su mejor amigo, aunque Quinn lo había sorprendido mirando a Eden con anhelo.
Por eso ella no quería enamorarse nunca. Todo le parecía muy tortuoso y complicado.
Pero Eden merecía ser amada. Era amable y comprensiva y le había dado a Quinn oportunidades y experiencias que de otro modo no habría tenido. Haría cualquier cosa por ella, incluso intentaría que su malhumorado hermano aceptara su relación prohibida.
–Háblame de esa disputa tuya con Remy. –Quinn empezó a desprenderse de las horquillas de su peinado–. ¿Su padre robó información importante al tuyo y todavía estás enfadado por ello?
–No.
–¿No es eso lo que pasó o no me lo vas a contar?
–Ambas cosas.
–Muy bien. Tú siempre tan abierto. Espero que no te sorprenda después que siempre me ponga del lado de Eden. –Su amiga le daba amor incondicional y la verdad sin tapujos. Micah le había dado grandes orgasmos y muy poco de sí mismo.
–Remy solo trae problemas. Eso es todo lo que necesitas saber.
«¿Porque soy una cría?».
Mientras seguía deshaciéndose el peinado, fingió un gran interés por el paisaje. Estaba pensando en cómo había llegado a esa situación, siempre conformándose con las pequeñas migajas de contacto que este hombre tan exasperante se dignaba a ofrecerle.
Micah amaba a su hermana pequeña, a pesar de la distancia y de los diferentes padres. En cuanto pudo hacerlo, invitó a Eden a visitarlo en Europa, donde la mimó todo lo que pudo. Pero como siempre estaba demasiado ocupado con el trabajo, nunca tenía tiempo suficiente para estar con ella y acompañarla. Así que le propuso que se llevara a una amiga en sus visitas para que no estuviese tanto tiempo sola.
Quinn había conocido a Eden cuando tenían quince años. Ambas asistían a un programa de inmersión en francés en Montreal. Muchos de los estudiantes se habían inscrito en él como una oportunidad para escaparse en pleno verano. Sus padres les habían costeado la experiencia, pero a Quinn le habían dado una beca para gente desfavorecida. En la sala de inscripción, alguien que estaba detrás de Quinn había oído que la redirigían al mostrador para los que tenían una ayuda económica. Al darse la vuelta, Quinn había recibido un repaso de arriba abajo con mala cara. Una chica le señalaba a otra que se fijara en sus vaqueros pasados de moda y su top de segunda mano.
–Dejan entrar a cualquiera, ¿no? –le dijo la alumna esnob a la chica que tenía al lado–. Y los impuestos de nuestros padres lo pagan.
–Me he ganado mi plaza por méritos –había respondido Quinn sin titubear en un perfecto francés, acostumbrada a tener que defenderse–. Eso es más de lo que puedes decir tú, ¿no?
Eden, que estaba en la cola de al lado, se había echado a reír por lo bien que le había contestado y se dirigió a ella:
–Por favor, déjame ser tu compañera de cuarto. No quiero que me toque con una esnob como ella.
Quinn estaba acostumbrada a dar tumbos de un lado a otro la mayor parte de su vida. No había establecido vínculos sólidos con nadie. Había compartido habitación con Eden y se habían reído mucho juntas, pero daba por hecho que no sería más que otra amistad superficial y temporal que pronto se desvanecería.
Pero Eden no era así.
A Quinn le había costado años dejar de sorprenderse por ello y aceptar que Eden quisiera verdaderamente que fueran amigas para siempre. Por eso no se esperaba su invitación del verano siguiente para ir con ella a la villa de su hermano en Grecia.
Era una idea tan ridícula que Quinn la había descartado inmediatamente. Para empezar, la burocracia le pondría trabas, ya que seguía bajo tutela del gobierno. Sin embargo, Eden era tan paciente y persistente que conseguía todo lo que se proponía. Después de rellenar un montón de formularios y de un montón de llamadas, Quinn finalmente pudo acompañarla.
Al conocer a Micah a los dieciséis años, Quinn se sintió impresionada y encaprichada por él al instante. Era siete años mayor y ya dirigía una empresa robótica a nivel mundial. Era rico y guapo e irradiaba vitalidad. Su comportamiento distante y sarcástico la habría asustado mucho si no hubiera visto su lado humano indulgente con su hermana. Eden no temía burlarse de él y eso hacía que Quinn sintiera envidia de su confianza en su relación.
Quinn sabía que estaba a prueba con él. Ella siempre estaba a prueba allá donde fuera. La habían invitado a esquiar con ellos ese invierno en Saint Moritz. El verano siguiente, Quinn rechazó la invitación de Eden. Tenía un trabajo de verano y estaba ahorrando para sus estudios superiores. Así que Eden la visitó durante una semana en la isla del Príncipe Eduardo y luego llevó a otra amiga al ático de Micah en Londres.
Más tarde Micah insistió a Eden que llevara a Quinn cuando se reuniera con él en Roma al año siguiente, tras la graduación en el instituto. Ella solo había podido ir durante diez días, ya que tenía que apresurarse a volver al trabajo de verano que había conseguido. Pero disfrutó arrastrando a Eden por todas las catedrales y ruinas que pudo encontrar en un radio de pocas horas antes de reunirse con Micah por las noches.
–Te gustan mucho las reliquias y la historia, ¿verdad? –dijo Micah con algo parecido a la perplejidad después de que ella terminara una animada descripción de su viaje de un día a Pompeya.
–Me gusta aprender –aceptó, consciente de su entusiasmo–. Me resulta frustrante y a la vez tranquilizador saber que, cuanto más cambian las cosas, más se mantienen igual. Dos mil años después, la vida sigue siendo ir a trabajar, dar de comer a los niños, visitar un burdel… –Puso los ojos en blanco.
–Alguien dice que el mundo se acaba, y nadie le cree… –siguió Micah.
–Exactamente. –Cuando sus miradas divertidas se cruzaron, ella sintió que algo dentro de ella hacía clic.
–Deberías quedarte otra semana. –Él miró a Eden, rompiendo el breve hechizo–. Tengo que ir a Viena, pero podríais venir. Hay museos estupendos allí.
–Podrías llevarnos a la ópera. –Eden sonrió con picardía.
–Podría comprarte entradas para la ópera –corrigió Micah, que claramente no era un fanático. Volvió a mirar a Quinn.
A ella se le encogió el estómago. Era una sugerencia maravillosa, pero estaba lejos de sus posibilidades.
–Eso suena divertido, pero tengo que volver y empezar mi trabajo de verano. Me están esperando.
–¿Necesitas ayuda para pagar las clases? Yo puedo ayudarte –instó Micah–. Está claro que no eres de las que planean beber durante todo el curso.
–La verdad es que ese no es mi estilo. Pero no es necesario, gracias. Tengo una beca y la cuota de la residencia está incluida. El dinero que gano en verano es para mis gastos del día a día. –Dinero que incluía la comida y el plan telefónico más barato que pudiera encontrar–. Además, mi familia de acogida está siendo muy buena conmigo. Ya no tienen que mantenerme, ahora que tengo dieciocho años, pero me han dicho que puedo quedarme en mi habitación sin pagar alquiler hasta que me vaya en septiembre. Volveré y ayudaré en su jardín y con los otros niños.
Captó una mirada entre Eden y Micah, una que temió que estuviera relacionada con la lástima, pero Eden dijo alegremente:
–Y después de eso por fin estaremos juntas para siempre. ¡Destrozaremos ese campus!
–Oh, sí. Espero que nuestras fiestas de estudio se conviertan en legendarias –dijo Quinn–. Podríamos vivir al límite y poner pasas en nuestras galletas.
Quinn había pensado que no volvería a ver a Micah, pero siempre visitaba Toronto cuando era el cumpleaños de Eden o de su madre. Habían empezado a incluirla en esas ocasiones y Micah le había preguntado personalmente si pensaba volver a París con Eden cuando terminaran su primer año de universidad.
El día que llegaron a París, cinco años atrás, Micah le había dicho a Quinn:
–Tú también has cumplido diecinueve años. Compra algunas cosas para ti a mi cuenta.
A Quinn le costaba mucho aceptar la generosidad de los demás. Irse con Eden a costa de Micah le molestaba, sin embargo, si no hubiera aceptado, Eden hubiese hecho lo mismo con otra persona. Comprar ropa con la tarjeta de Micah le parecía mal, pero Eden habría añadido conjuntos para ella de todos modos, así que Quinn decidió que al menos debía elegir algunos que le gustaran.
Elegía prendas sencillas que le sirvieran para llevar a clase o una entrevista de trabajo, pero de buena calidad y bien confeccionadas, que la hacían sentir una mujer adulta y sofisticada. Con ellas sentía que pertenecía a su mundo.
En su penúltima noche en París, Eden se dirigió a su habitación después de la cena, preocupada por cómo debía peinarse para la discoteca. Quinn había preferido aprovechar esa hora libre para preparar una clase de verano que estaba tomando por Internet.
No esperaba a Micah. Él les había dicho que tenía compromisos esa noche y habían cenado solas, pero había aparecido de repente en el salón, donde Quinn estaba acurrucada en el sofá.
–Pensábamos que estarías fuera esta noche. –Intentó fingir que el corazón no le había saltado a la garganta.
–Y yo pensaba que vosotras ibais a salir. Solo he venido a ponerme el esmoquin. –Él se fijó en los dedos desnudos de sus pies.
Quinn se hubiera vestido de otra manera si hubiera sabido que él iba a aparecer. Su atuendo era de todo menos sexi, pero esa mirada suya le provocó una agradable sensación de retorcimiento en el estómago. La respiración se le cortó por la excitación. Le escocían las mejillas y se sintió vulnerable y poderosa a la vez mientras le sostenía la mirada.
Los ojos marrones oscuros de Micah eran siempre imposibles de descifrar, pero ella creyó detectar cierto calor en ellos.